Octavio Escobar: “Leí a García Márquez como a cualquier otro clásico”

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Octavio Escobar: “Leí a García Márquez como a
cualquier otro clásico”
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por Emma Rodríguez
Por Emma Rodríguez ©
2014 /
Hay una referencia
cinematográfica inevitable
que acompaña la lectura
de Después y antes de
Dios, la novela con la que
el escritor colombiano
Octavio Escobar Giraldo
ha ganado el último
Premio de Novela
Ciudad de Barbastro. Se
trata de una película en la
que dos mujeres
emprenden la huida en
coche por desérticas
extensiones, la
inolvidable Thelma y
Louise, de Ridley Scott,
a la que el propio autor
alude en un momento
dado. Aquí también nos
encontramos con dos
mujeres que huyen de la
justicia, pero esta vez por
espacios menos amplios y
abiertos, por carreteras
más “accidentadas” y
“entretenidas”, ya que
es fácil encontrarse en
ellas “con un derrumbe de
tierra, un accidente, un
ataque guerrillero, una
protesta, un retén
militar…”
Thelma y Louise se vieron
abocadas a cometer crímenes y en esta historia hay un terrible crimen por medio que empuja a la
fuga. Una fuga que se convierte en un trayecto doloroso y a la vez excitante para la protagonista,
porque a la culpa y al arrepentimiento se superpone el descubrimiento de su atracción hacia otra
mujer, la exploración de una sexualidad que mantenía oculta. Son muchos los conflictos, las
búsquedas, las ventanas que el autor abre en esta obra que habla también de herencia y del legado
de las ciudades que habitamos.
Escobar, una de las voces más interesantes de la narrativa colombiana actual, conocido por los
lectores españoles atentos gracias a la publicación en la editorial Periférica de Saide y Destinos
intermedios, dos entregas cercanas al género negro, sitúa la acción en Manizales, ciudad en la que
nació en 1962 y retrata a la clase pudiente, una clase entregada a las tradiciones, a la religión, a la
práctica de las apariencias, pero que vive de espaldas a la miseria y la crueldad que rodea a los
desfavorecidos. Como fondo, la violencia añade una tensión, una perturbadora inquietud a todo el
relato. La delincuencia, el narcotráfico, la guerrilla, los grupos paramilitares, el abuso del poder, la
corrupción, el engaño… Todo entra en estas páginas que tanto reflejan un presente cada vez más
sucio y despreciable, no sólo en Latinoamérica.
Octavio Escobar sitúa la acción de Después y antes de Dios en su ciudad natal,
Manizales, y retrata a la clase pudiente, una clase entregada a las tradiciones, a la
religión, a la práctica de las apariencias, pero que vive de espaldas a la miseria y la
crueldad que rodea a los desfavorecidos. Como fondo, la violencia añade una tensión,
una perturbadora inquietud a todo el relato.
- En la presentación en Madrid de Después y antes de Dios (Pre-Textos) contaste que fueron
dos acontecimientos reales los que te sirvieron de inspiración para empezar a escribir la
novela.
- Sí. Así fue. Partí de dos hechos reales. Por una parte, está el caso de una mujer de mediana edad,
perteneciente a una familia prestigiosa, tradicionalmente adinerada, que asesinó a su madre en
circunstancias que no se han aclarado todavía, por razones igualmente desconocidas, y que se quedó
velándola durante tres días con toda la ritualidad fúnebre. Esta mujer posteriormente huyó y no se
sabe dónde está ni lo que sucedió con ella. La otra circunstancia real es la de un sacerdote, con
quien yo compartí estrado varias veces, que era capellán de distintas universidades y que tenía una
relación muy fuerte con la clase privilegiada de Manizales. Ese hombre comenzó a recoger dineros
supuestamente para hacer caridad, pero con una característica muy particular. No era caridad para
personas pobres sino para personas ricas que tenían algún contratiempo económico. Se
trataba de que esas personas no tuvieran que vender sus propiedades, se recuperaran a través de
ese préstamo y siguieran siendo ricas, ya que para alguien rico perder lo que se tiene es la mayor
deshonra en sociedades tan cerradas. Después se vio que esas personas necesitadas no eran tantas,
apenas unas pocas, y que gran parte de los recursos se los apropió el sacerdote, quien se fue para
los EEUU y no pudo ser extraditado porque cuando fue encontrado ya había adquirido la
nacionalidad norteamericana. A partir de esos dos sucesos, que no tuvieron ninguna vinculación en la
vida real, pero que yo enlazo, fui construyendo esta novela que muestra a dos mujeres en una
situación de huida.
- La literatura suele estar llena de territorios imaginarios, que parten de algunos apuntes de la
realidad, pero que la trascienden. En tu caso, el sitio en el que vives es el lugar real y al mismo
tiempo el lugar de la ficción. La Manizales de tu novela tiene mucho de la Manizales real, y no
del pasado sino del presente. No es un mero escenario, incluso se puede reconocer a sus
habitantes. ¿Cómo haces convivir los dos lados, de qué manera recreas y, a la vez deformas, el
lugar que habitas cada día?
- Yo creo que con el solo hecho de seleccionar escenarios, cuando decides que los personajes van
a estar en determinados sitios y no en otros, ya estás construyendo una ciudad ficticia, ya
estás descartando otros aspectos de esa ciudad, otras posibilidades. La Manizales de esta novela es
la que funciona adecuadamente para la ficción que yo buscaba. La imagen de la portada es un cuadro
de El Greco que refleja una vista de Toledo. Esa imagen va muy bien con la novela porque juego con
las distorsiones de las figuras del pintor, pero, seguramente, la mayoría de los manizaleños, que no
son aficionados al artista, van a creer que lo que aparece en la carátula es una vista de Manizales
desde una de sus entradas, porque el paisaje es muy similar, o una parte del paisaje es similar. Con
esto quiero decir que, si bien hablo de una Manizales real, la selección de espacios, de lugares, la
convierte también en una Manizales ficticia.
- Pero, ¿no se dan situaciones en las que la gente se sienta reconocida? Hay un retrato ácido e
irónico de la sociedad. Ese sacerdote que aparece en la novela y que existió realmente, esas
familias ricas empobrecidas, esas mujeres tan religiosas…
- Bueno, no sé cómo mis
vecinos van a vivir esta
novela. Tendrán que
entender que todo está
contado desde esa
óptica deformada que
tanto tiene que ver con la
relación que establezco
todo el rato con El Greco.
Mi novela anterior, Cielo
parcialmente nublado, que
también transcurre allí,
tuvo muy buena acogida,
pero en ese caso se trata
de una semblanza del
Manizales de 1998 y la
distancia de los años ha
hecho que la gente se
sienta cómoda. De alguna
manera el recuerdo va
limando aristas y va
convirtiendo las cosas
en algo un poco más
dulce de lo que
originalmente fue. Aún así
se dieron anécdotas
cotidianas y hubo
personas que se
acercaron a mí para
indicarme, por ejemplo,
que el bar del que hablo
no era así o, por otro lado,
que la ciudad de esos
años era exactamente
como la dibujo, aunque yo
soy consciente de que
metí alguna
tergiversación. Finalmente todos estamos viviendo en un espacio físico que deformamos según
nuestros gustos y según nuestra experiencia. Y en el caso de Después y antes de Dios, está claro que
las beatas que aparecen en la novela existen, empezando por mi propia madre (risas).
- La protagonista vive muy a fondo, de una manera propia, muy atormentada, los principios de
la religión católica en los que ha sido educada. La culpa, el arrepentimiento, la redención, el
perdón, son temas centrales en la novela.
- Sí. Manizales es una ciudad muy religiosa, vive muy apegada a sus ancestros españoles y todo eso
se refleja en la narración. Sí, puede que algunos sacerdotes se sientan incómodos o que una o dos
familias piensen que yo tengo algo contra ellas. Es probable que la gente sea un poco menos
indulgente con esta novela. No es que en la anterior se ofreciera un retrato amable de la ciudad,
pero sí era una imagen mucho menos truculenta. Aquí, de entrada, hay un crimen, y uno de esos
crímenes que todo el mundo considera más horrorosos. Y luego está el caso del sacerdote que fue tan
conocido. Todo esto puede resultar impactante para algunos.
- Durante mucho tiempo relacionamos la literatura colombiana con el realismo mágico. La
narrativa actual, y tu novela es una buena demostración, practica un realismo pegadísimo a lo
inmediato, casi a los acontecimientos a los que nos acercamos todos los días a través de las
noticias -pienso en el episodio brutal de los estudiantes asesinados en México, por ejemplo-.
La novela latinoamericana actual nos retrata de manera descarnada la violenta realidad que se
vive.
- Durante mucho tiempo los escritores evitaron utilizar el referente de la realidad, una realidad llena de
conflictos que en algunos momentos les podría generar dificultades. Había una visión de la literatura
muy cercana a aspectos más idílicos, más formales. Se escribía para generar una determinada
metáfora, para construir un estilo, para aludir a un pasado barroco, a una tendencia atrayente para el
autor. Se podía escribir sobre la violencia, pero de una manera metaforizada. Durante mucho
tiempo, en algunos países latinoamericanos, no en todos, la literatura tenía mucho temor a estar tan
cercana a la realidad, pero en los últimos años ese temor se ha perdido. Buena parte de los escritores
latinoamericanos estamos hablando de nuestras realidades inmediatas. No creo que eso signifique
que lo que se hace sea mejor o peor que lo que se había hecho antes, simplemente ha sucedido que
la forma de entender el ejercicio literario cambió, así como la forma de entender la relación con el
lector. Los lectores de hoy son diferentes a los de los años 50, 60 o 70. Tienen una avidez diferente
por determinados temas.
- Sin embargo, el abanico es amplio en cuanto a registros, ¿no?
- Por supuesto. Encontramos a muchos escritores en Latinoamérica que no aluden a la realidad o que
aluden a una realidad que no tiene todas esas aristas conflictivas. De hecho, entre las dos novelas
mías situadas en Manizales de las hablaba hay una diferencia radical. Que la literatura
latinoamericana en estos momentos sea muchísimo más variada me parece sanísimo. Hay autores
de diversos tipos para lectores de diversos tipos y eso es lo mejor que le puede pasar a cualquier
literatura, ser capaz de ofrecer una visión lo más amplia posible de una cultura determinada. En
Colombia, por ejemplo, durante muchos años, vivimos del cultivo del café, y la literatura que se daba
también parecía acercarse al monocultivo. Ahora, por fortuna, cada vez estamos más lejos de esa
situación.
Durante mucho tiempo, en algunos países latinoamericanos, no en todos, la literatura
tenía mucho temor a estar tan cercana a la realidad, pero en los últimos años ese
temor se ha perdido. Buena parte de los escritores latinoamericanos estamos hablando
de nuestras realidades inmediatas. No creo que eso signifique que lo que se hace sea
mejor o peor que lo que se había hecho antes, simplemente ha sucedido que la forma
de entender el ejercicio literario cambió, así como la forma de entender la relación con
el lector.
- ¿De qué manera los escritores sienten la necesidad de dar cuenta de esa violencia? ¿De qué
manera la literatura es una forma de denuncia?
- Todo escritor tiene una posición ética determinada y el narrador inevitablemente está permeado
por ella. La violencia, la corrupción, la injusticia, la inequidad, aparecen de una u otra manera, incluso
cuando se hace un relato intimista o se aborda un tema desde una órbita fantástica.
- García Márquez decía que los elementos mágicos de sus libros estaban inmersos en la
realidad, que él tenía la capacidad de verlos, que no había inventado nada…
- Bueno, aquí tenemos que referirnos a las distintas formas regionales de entender el mundo. Yo soy
de los Andes, de una región cafetera, montañosa, mientras que García Márquez pertenecía a la
costa. Entre la forma en que se entiende la vida en la costa y la forma en que se entiende en los
Andes hay una gran distancia y también son diferentes esas dos visiones a la visión bogotana. Lo
bueno, precisamente, es que ahora todas esas visiones conviven y construyen no una identidad sino
distintas posibles identidades, identidades que, además, estoy completamente seguro, son construidas
por el lector, no por el escritor. Cada uno de nosotros va dando una pincelada y al final quienes
acaban armando el gran cuadro son los lectores.
- El legado de los sitios en los que vivimos, es otro de los elementos esenciales de Después y
antes de Dios. Manizales, que está a dos mil metros de altura, en medio de las montañas
cafeteras colombianas, se construyó en alto para poder matar. Ese dato añade un peso
primigenio a la narración.
- Sí. Manizales es una ciudad que se funda por la necesidad de una serie de colonos que salen del
Norte, de Medellín, empujados por la miseria, pero esa fundación se solidifica porque había un
conflicto entre el estado de Antioquia, que era el del norte, y el estado del Cauca, que era el del sur.
Los de Antioquia querían tener una posición elevada desde la que disparar a los caucanos . A
eso es a lo que hago referencia. Como muchas ciudades colombianas, Manizales se forma un poco
por las necesidades de la guerra. Una guerra que, durante el siglo XIX fue perpetua por motivos
políticos y que, de alguna u otra forma, se ha prolongado durante el siglo XX y sigue estando ahí
presente en el siglo XXI. No cabe duda de que el carácter de las ciudades, en buena medida, moldea
lo que son sus habitantes. Hay una novela de un amigo, Jaime Echeverri, Corte final, que trata
también sobre Manizales y donde se hace un retrato bestial del carácter de los manizaleños. Dice que
somos los esquizofrénicos más esquizofrénicos que puede haber y la verdad es que han
coincidido una serie de circunstancias históricas en la ciudad que han podido influir en eso. Sería muy
largo de explicar, pero a grandes rasgos, podemos citar el surgimiento de la comunidad en el siglo
XIX, a partir de las guerras y la colonización; el rápido enriquecimiento posterior como capital
cafetera colombiana y la decadencia vertiginosa cuando la economía empezó a diversificarse. Todo
ese proceso veloz, lleno de contrastes, conduce a una identidad construida a través de una serie de
actos violentos que siguen estando ahí, que siguen latiendo y permeando el sustrato donde la ciudad
se desarrolla.
- Hay un momento de la novela en el que se dice que el narcotráfico se ve como algo normal,
que no quedaba otro remedio, que a ese negocio se metió todo el mundo cuando las
exportaciones de café ya no daban para tanto.
- El narcotráfico, en un determinado momento, fue parte fundamental de la vida colombiana ,
excepto, en algún sentido, en Bogotá. En mis otras dos novelas publicadas en España por Periférica
esto se puede entender mucho mejor. Hubo un momento en el que en las ciudades pequeñas, en los
pueblos, el narcotraficante llegó a ser la figura principal, el centro de todo. ¿Qué podía hacer el jefe de
policía, con sus cinco agentes, frente al narcotraficante con veinte guardaespaldas?. Yo estuve en uno
de esos pueblos como médico [primera profesión del escritor, que ya no ejerce] y llegaba el
narcotraficante, cerraba la calle y ponía a cantar a Vicente Fernández . El pueblo, al completo, se
beneficiaba de ello. Todos, de alguna manera, recibimos dinero del narcotráfico y yo pienso que esa
es una de las razones por las que la economía colombiana no se fue al garete como muchas otras
economías. Hasta en un determinado momento Pablo Escobar ofreció pagar la deuda externa
de Colombia, una deuda que era mucho mayor que ahora…
- ¿Cuánto ha cambiado la situación?
- Los narcotraficantes siguen existiendo, pero en este momento son más sutiles, menos visibles, y no
se están metiendo en política. El problema llegó cuando Escobar quiso infiltrarse demasiado en la
política, meter a los suyos en los puestos de mayor responsabilidad. Ahí fue cuando se le puso coto.
Pero antes… Muchas madres tenían un amigo del pueblo, muy querido, que le regalaba cosas:
neveras, televisores, viajes. La gente convivía con el narcotráfico de una manera muy natural.
- ¿Tienes previsto seguir escribiendo de Manizales?
- No. Hasta aquí llegué. Ya me salí hace rato. En la nueva novela que acabo de escribir ya la he
dejado. He reflexionado bastante sobre esto, sobre el hecho de que cuando uno escribe de su
ciudad las posibilidades de caer en un costumbrismo son muchas, pero merecía la pena mostrar
ese mundo que era mi mundo, mostrar cómo hablamos, buscar una relación más sensata con el
público natural de uno mismo, entablar una discusión en torno a la memoria de la ciudad.
Los narcotraficantes siguen existiendo, pero en este momento son más sutiles, menos
visibles, y no se están metiendo en política. El problema llegó cuando Escobar quiso
infiltrarse demasiado en la política, meter a los suyos en los puestos de mayor
responsabilidad. Ahí fue cuando se le puso coto. Pero antes… Muchas madres tenían
un amigo del pueblo, muy querido, que le regalaba cosas: neveras, televisores, viajes.
La gente convivía con el narcotráfico de una manera muy natural.
- Tu trayectoria comenzó con novelas de carácter más experimental: El último diario de Tony
Flowers, El álbum de Mónica Pont… Hay otros libros cercanos al género negro y varios
volúmenes de relatos… La variedad de tonos, de búsquedas, es una de tus características. ¿De
qué manera participa Después y antes de Dios de elementos de anteriores entregas?.
- Para mí la literatura,
aparte de muchas otras
cosas, es un juego y,
como cualquier niño, no
quiero jugar siempre a
lo mismo. El carácter
lúdico es muy importante,
pero, además, por
necesidades estéticas,
suelo variar de registro
con frecuencia. Después y
antes de Dios se sitúa en
ese interés por el
diálogo desde el punto
de vista formal, algo que
siempre he trabajado
mucho, y en un abordaje
que tiene que ver con la
influencia del cine y con la
conciencia de que el
lenguaje audiovisual ha
cambiado a los lectores.
Al principio, sí, mis
novelas eran más
experimentales, pero
puedo decir que he
perdido un poco el
deseo de asombrar al
lector con mis audacias.
Ahora me anima más el
placer de contar y también
la esperanza de
establecer un diálogo
entre los personajes y
quienes acuden a mis
libros.
Asegura Octavio Escobar
que le gusta leer en espacios ruidosos, en el metro, en cafeterías y locales concurridos, porque de esa
manera compensa el silencio, la soledad, que conlleva la escritura. Esta entrevista la realizamos en La
Central de Madrid en el último viaje que realizó a la ciudad para promocionar la novela ganadora del
Premio Barbastro. Todas las mesas estaban ocupadas y mientras hablábamos teníamos la sensación
de que alrededor todos escuchaban, pero no era así. Una mirada más atenta demostraba que esa
mañana había muchos lectores y lectoras, todos enfrascados en sus respectivos libros mientras
tomaban su café. El autor colombiano tenía entre las manos una obra del argentino César Aira,
Fragmento de un diario en los Alpes. “Acabo de descubrir a Aira y está siendo toda una sorpresa
para mí. En este libro las cosas son más importantes que los personajes en muchos momentos. Son
importantes por lo que representan. Vamos leyendo entre renglones, haciendo una lectura
profundamente personal en la que se nos lleva todo el tiempo a otros títulos de la literatura. Es un
diario muy original, fragmentario y divertido, la creación de alguien que se salta los cauces normales”,
comentaba. A partir de ahí comenzamos a hablar de otros libros, de otros autores de referencia.
- ¿Qué primeras lecturas recuerdas especialmente?
- Pues fundamentalmente libros de aventuras: Verne, Salgari, Stevenson. Fue lo primero que leí y ya
más pasionalmente, con un fervor impresionante, a Edgar Allan Poe , cuando tenía 13 o 14 años. A
partir de ahí recuerdo que fui un lector muy desordenado, que pasé por la fiebre de Herman Hesse;
que me interesaron mucho Chesterton y H. G. Wells y las novelas de misterio y suspense de W.
Somerset Maugham. Fue más adelante cuando llegué a autores esenciales como Borges, Cortázar,
Horacio Quiroga, Onetti, Cabrera Infante, Manuel Puig, Bryce Echenique, Vargas Llosa y, por
supuesto, García Márquez.
- ¿A quiénes de todos ellos sigues volviendo?
- Sigo volviendo a Cortázar porque tenía y tiene todavía una capacidad especial para sorprender
manejando lo absurdo y maravilloso de lo cotidiano. Él me impulsó a escribir y lo sigue haciendo. Al
leerlo me surgen ideas. Es un autor que siempre trabajo con mis alumnos, en las clases de literatura,
en los talleres de escritura. Y también sigo volviendo a Onetti. Me gusta muchísimo su oscuridad, las
licencias que se toma al escribir, ese cierto desprecio que manifiesta en ocasiones hacia el
lector (“usted verá si lo entiende o no… ”)
- ¿Y con tu paisano García Márquez? ¿Qué relación has mantenido?
- Pues una relación tranquila. Lo leí como podía leer a cualquier clásico, a Thomas Mann, a Sartre,
a Hemingway… No fue un peso para mí en absoluto, sino todo lo contrario, un incentivo. Si él lo
había conseguido, otros también podríamos intentarlo.
Sigo volviendo a Cortázar porque tenía y tiene todavía una capacidad especial para
sorprender manejando lo absurdo y maravilloso de lo cotidiano. Él me impulsó a
escribir y lo sigue haciendo. Al leerlo me surgen ideas. Es un autor que siempre trabajo
con mis alumnos, en las clases de literatura, en los talleres de escritura. Y también sigo
volviendo a Onetti. Me gusta muchísimo su oscuridad.
- Pero durante mucho tiempo ha habido una especie de complejo en las letras colombianas, a
la hora de medirse con él…
- Puede ser. Pero ese complejo ya está totalmente superado. Tras su muerte en Colombia hubo
reacciones muy maduras hacia todas las facetas de su personalidad, de su escritura. No hubo
grandes exaltaciones ni a favor ni en contra y eso es muy sano.
- En tu narrativa hay influencias muy marcadas del género negro…
- Sí. Autores como Chandler, Hammett o Vázquez Montalbán, por citar a unos pocos, han sido muy
importantes para mí. Creo que el género policiaco es una buena matriz literaria para contar la
violencia más allá de la crónica y de la mera denuncia.
- ¿Sientes que formas parte de una generación, te sientes cercano a otros escritores
colombianos?
- Sí. Me siento cerca de Juan Diego Mejía, de Triunfo Arciniegas, Rigoberto Gil o Jorge Franco .
También debo citar a Tomás González, al poeta Antonio María Flores y a Juan Gabriel Vásquez,
algo más joven que los demás y el más conocido fuera de Colombia. A todos ellos me une una
relación muy profunda con la realidad colombiana que no se daba en narradores anteriores.
- ¿Libros transformadores?
- Pues aquí citaría dos: El gran Gatsby y El corazón de las tinieblas. Es curioso, porque Fitzgerald
era un lector de Conrad y utiliza el mismo recurso que éste, un narrador-testigo. El corazón… me
permitió ver que contar una aventura era también contar cómo cambian los seres humanos. Ese viaje
por el Congo que se narra es también un viaje hacia la interioridad, hacia los rincones oscuros
del ser humano. En cuanto a El gran Gatsby, me resulta muy atrayente el protagonista, un romántico
pese a las vilezas que comete, pese a su interés por la opulencia y por el dinero. Es un personaje que
me resulta muy cercano a tantos tipos que se enriquecieron con el narcotráfico, que empezaron a
comprar de todo con mal gusto. Y, pese a todo ello, la novela es muy elegante, retrata la dignidad
frente a todo eso. En ningún momento uno siente que está leyendo una historia sobre mafiosos.
Fitzgerald toma esos elementos y los convierte en algo totalmente distinto. La suya es una manera de
entender el mundo muy profunda.
- ¿Qué libro recomendarías para entender mejor el presente?
- Creo que vale la pena releer Cándido de Voltaire y volver a preguntarse si vivimos en el mejor de los
mundos posibles.
- ¿Manías, rituales a la hora de leer?
- Nada en especial, sólo que si después de cuatro o cinco páginas no me siento atrapado dejó el libro
y optó por otro, pero no me olvido de él. Casi siempre vuelvo. Considero que cada lectura requiere
de un estado de ánimo apropiado y que muchas veces un libro no nos gusta porque no es el
momento. Por ejemplo, sólo al décimo intento pude con El castillo de Kafka. Soy muy consciente
de que muchas veces el problema soy yo, no el libro. Somos muy variables, como el tiempo.
- ¿A una isla desierta qué libro te llevarías?
- Pues preferiría llevarme una resma de papel en blanco para escribir. Eso me mantendría entretenido
mucho tiempo.
Después y antes de Dios, novela ganadora del Premio Barbastro de Novela, ha sido publicada
por la editorial Pre-Textos.
Todas las fotografías han sido tomadas por Karina Beltrán © 2014
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