«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá

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«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá
sobre vosotros, y seréis mis testigos»
(Hechos. 1, 8)

Ambientación:
o Se prepara el lugar – templo o salón – representando una pequeña “Tierra
Santa”, donde los jóvenes, vayan pasando de un momento a otro de la vida
de Jesús en relación con el Espíritu Santo, hasta culminar en el Cenáculo
como lugar de la Eucaristía.
o Físicamente esto significa armar dentro del lugar de encuentro unas tres
“carpas”, y en cada uno de ellas crear el ambiente de los lugares. Los
jóvenes se reunirían por grupo dentro – o frente - de estas “casas-escuela”
para irse preparando a la recepción del Espíritu Santo. Todo culminaría en el
Presbiterio – que también tendríamos que arreglarlo como “carpa” – donde
reviviríamos el Cenáculo, como lugar de la Eucaristía.

Metodología:
o Cada etapa de la vigilia será un momento de “Lectio Divina” en torno al
tema de cada “lugar Bíblico”
o La línea temática sigue el mensaje del Papa Benedicto XVI para la JMJ
2008.
Primer Momento:
“En la escuela del Jordán.”.
Meditamos sobre el Sacramento del Bautismo.
Los Evangelios nos relatan el bautismo de Jesús en el
Jordán. Fue un bautismo diverso del que… (nosotros
hemos recibido), pero tiene una profunda relación con
él. En el fondo, todo el misterio de Cristo en el mundo
se puede resumir con esta palabra: "bautismo", que en
griego significa "inmersión". El Hijo de Dios, que desde
la eternidad comparte con el Padre y con el Espíritu
Santo la plenitud de la vida, se "sumergió" en nuestra
realidad de pecadores para hacernos participar en su
misma vida: se encarnó, nació como nosotros, creció
como nosotros y, al llegar a la edad adulta, manifestó su misión iniciándola precisamente
con el "bautismo de conversión", que recibió de Juan el Bautista. Su primer acto público,
fue bajar al Jordán, entre los pecadores penitentes, para recibir aquel bautismo.
I.- Ambientación del lugar:
Como ya lo señalamos, en la presentación general, el lugar estará ambientado como si fuera
una “carpa-escuela” donde los elementos externos no ayudarán a entrar en lo que se quiere
meditar, entre otros elementos que pueden ser significativos se pueden usar:

En el centro la Pila Bautismal.

Fotos de bautismos que se hayan realizado en la parroquia.

La representación de río, que nos lleve al dialogo de Jesús con Juan Bautista, para
recordar que la “escena” transcurre en el Jordán.

Un dibujo ( o alegoría) que represente el pasaje bíblico que se meditará.

Botellas con Agua que se bendecirá en la Celebración Final en el “Cenáculo”
II.- Lectio:
** En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (+)
Comencemos invocando la presencia del Espíritu Santo:
Ven Espíritu santo
Llena nuestros corazones de tus siete dones
Haznos dóciles a tu Palabra
Para que así podamos encaminar nuestros pasos
Por el único camino de salvación
Cristo Jesús, nuestro Señor.
Amén.
I.- Lectura del Texto:
Mateo 3, 11-17.
Juan Bautista les dijo: “Yo os bautizo en agua para
conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más
fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El
os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene
el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el
granero, pero la paja la quemará con fuego que no se
apaga. »
Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán
donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: « Soy
yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? » Jesús le respondió: « Déjame
ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia. » Entonces le dejó. Bautizado
Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que
bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Este
es mi Hijo amado, en quien me complazco. »
 ¿Qué dice el texto?
o Leer y releer atentamente, hasta que se haya entendido bien todo su
contenido
2. Meditación del texto:
 ¿Qué me dice el texto?
o Empieza a ver mi realidad, a partir de la
Palabra de Dios, que me impulsa a
caminar en sintonía con la voluntad de
Dios.
3.- Oración:
 ¿Qué me hace decir el texto?
o Es el momento de dejar aparte nuestro
modo de pensar y permitir a nuestro
corazón hablar con Dios
4. Contemplación:
 ¿A qué me compromete el texto?
o Es el momento en el cual nosotros
sencillamente reposamos en la Palabra de
Dios y escuchamos, en lo más profundo de
nuestro ser, la voz de Dios que habla dentro
de nosotros y que me invita a tomar un
compromiso
** En el silencio de nuestro corazón tomamos ese compromiso, lo escribimos en nuestra
lengua de fuego, y lo podemos compartir en la oración
** Terminemos ofreciendo toda nuestra vida al Señor con la oración del Padrenuestro.
** En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (+)
III.- Contenido Doctrinal:
¿Por qué el Padre quiso eso? ¿Por qué mandó a su Hijo unigénito al mundo como Cordero
para que tomara sobre sí el pecado del mundo? (cf. Jn 1, 29). El evangelista narra que,
cuando Jesús salió del agua, se posó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma,
mientras la voz del Padre desde el cielo lo proclamaba "Hijo predilecto" (Mt 3, 17). Por
tanto, desde aquel momento Jesús fue revelado como aquel que venía para bautizar a la
humanidad en el Espíritu Santo: venía a traer a los hombres la vida en abundancia (cf. Jn
10, 10), la vida eterna, que resucita al ser humano y lo sana en su totalidad, cuerpo y
espíritu, restituyéndolo al proyecto originario para el cual fue creado.
El fin de la existencia de Cristo fue precisamente dar a la humanidad la vida de Dios, su
Espíritu de amor, para que todo hombre pueda acudir a este manantial inagotable de
salvación. Por eso san Pablo escribe a los Romanos que hemos sido bautizados en la muerte
de Cristo para tener su misma vida de resucitado (cf. Rm 6, 3-4). (Benedicto XVI. Homilía
en la Fiesta del Bautismo del Señor. Domingo 13 de enero de 2008)
(…)
Acabamos de escuchar el relato del evangelista san Lucas, que presenta a Jesús mezclado
con la gente mientras se dirige a san Juan Bautista para ser bautizado.
Después, el evangelista nos dice que sobre el Señor en oración se abrió el cielo. Jesús entra
en contacto con su Padre y el cielo se abre sobre él. En este momento podemos pensar que
(…) el cielo se abre sobre nosotros en el sacramento. Cuanto más vivimos en contacto con
Jesús en la realidad de nuestro bautismo, tanto más el cielo se abre sobre nosotros.
Y del cielo —como dice el evangelio— aquel día salió una voz que dijo a Jesús; "Tú eres
mi hijo predilecto" (Lc 3, 22). En el bautismo, el Padre celestial repite también estas
palabras refiriéndose a cada uno de (nosotros). Dice: "Tú eres mi hijo". En el bautismo
somos adoptados e incorporados a la familia de Dios, en la comunión con la santísima
Trinidad, en la comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Precisamente
por esto el bautismo se debe administrar en el nombre de la santísima Trinidad. Estas
palabras no son sólo una fórmula; son una realidad. Marcan el momento en que (los) niños
renacen como hijos de Dios. De hijos de padres humanos, se convierten también en hijos de
Dios en el Hijo del Dios vivo.
Pero ahora debemos meditar en unas palabras (…), en las que san Pablo nos dice:“ él nos
salvó "según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del
Espíritu Santo" (Tt 3, 5). Un baño de regeneración. El bautismo no es sólo una palabra; no
es sólo algo espiritual; implica también la materia. Toda la realidad de la tierra queda
involucrada. El bautismo no atañe sólo al alma. La espiritualidad del hombre afecta al
hombre en su totalidad, cuerpo y alma. La acción de Dios en Jesucristo es una acción de
eficacia universal. Cristo asume la carne y esto continúa en los sacramentos, en los que la
materia es asumida y entra a formar parte de la acción divina.
Ahora podemos preguntarnos por qué precisamente el agua es el signo de esta totalidad.
El agua es fuente de fecundidad. Sin agua no hay vida. Y así, en todas las grandes
religiones, el agua se ve como el símbolo de la maternidad, de la fecundidad. Para los
Padres de la Iglesia el agua se convierte en el símbolo del seno materno de la Iglesia.
En un escritor eclesiástico de los siglos II y III, Tertuliano, se encuentran estas
sorprendentes palabras: "Cristo nunca está sin agua". Con estas palabras Tertuliano
quería decir que Cristo nunca está sin la Iglesia. En el bautismo somos adoptados por el
Padre celestial, pero en esta familia que él constituye hay también una madre, la madre
Iglesia. El hombre no puede tener a Dios como Padre, decían ya los antiguos escritores
cristianos, si no tiene también a la Iglesia como madre. Así de nuevo vemos cómo el
cristianismo no es sólo una realidad espiritual, individual, una simple decisión subjetiva que
yo tomo, sino que es algo real, algo concreto; podríamos decir, algo también material.
La familia de Dios se construye en la realidad concreta de la Iglesia. La adopción como
hijos de Dios, del Dios trinitario, es a la vez incorporación a la familia de la Iglesia,
inserción como hermanos y hermanas en la gran familia de los cristianos. Y sólo podemos
decir "Padre nuestro", dirigiéndonos a nuestro Padre celestial, si en cuanto hijos de Dios
nos insertamos como hermanos y hermanas en la realidad de la Iglesia. Esta oración supone
siempre el "nosotros" de la familia de Dios.
Pero ahora debemos volver al evangelio, donde Juan Bautista dice:"Yo os bautizo con
agua, pero viene el que puede más que yo (...). Él os bautizará con Espíritu Santo y
fuego" (Lc 3, 16). Hemos visto el agua; pero ahora surge la pregunta: ¿en qué consiste el
fuego al que alude san Juan Bautista? Para ver esta realidad del fuego, presente en el
bautismo juntamente con el agua, debemos observar que el bautismo de Juan era un gesto
humano, un acto de penitencia; era el esfuerzo humano por dirigirse a Dios para pedirle el
perdón de los pecados y la posibilidad de comenzar una nueva vida. Era sólo un deseo
humano, un ir hacia Dios con las propias fuerzas.
Ahora bien, esto no basta. La distancia sería demasiado grande. En Jesucristo vemos que
Dios viene a nuestro encuentro. En el bautismo cristiano, instituido por Cristo, no actuamos
sólo nosotros con el deseo de ser lavados, con la oración para obtener el perdón. En el
bautismo actúa Dios mismo, actúa Jesús mediante el Espíritu Santo. En el bautismo
cristiano está presente el fuego del Espíritu Santo. Dios actúa, no sólo nosotros. Dios está
presente hoy aquí.(…) (Benedicto XVI. Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor 7 de
enero de 2007)
Segundo Momento:
“En la escuela de Samaria.”.
Meditamos sobre el Sacramento de la
Confirmación.
Un primer testimonio de este sacramento aparece en
los Hechos de los Apóstoles, que nos narran cómo
el diácono Felipe (persona diversa de Felipe, el
Apóstol), uno de los siete hombres «llenos de
Espíritu y de Sabiduría» ordenados por los
Apóstoles, había bajado a una ciudad de Samaria
para predicar la buena nueva. «La gente escuchaba
con atención y con un mismo espíritu lo que decía
Felipe, porque le oían y veían las señales que
realizaba... Cuando creyeron a Felipe que anunciaba
la buena nueva del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, empezaron a bautizarse
hombres y mujeres
I.- Ambientación del lugar:
Como ya lo señalamos, en la presentación general, el lugar estará ambientado como si fuera
una “carpa-escuela” donde los elementos externos no ayudarán a entrar en lo que se quiere
meditar, entre otros elementos que pueden ser significativos se pueden usar:

En el centro el Cirio Pascual.

Fotos de confirmaciones que se hayan realizado en la parroquia.

La representación de un pozo, que nos lleve al dialogo de Jesús con la mujer
Samaritana, para recordar que la “escena” transcurre en Samaria.

Un dibujo ( o alegoría) que represente el pasaje bíblico que se meditará.

Velas que encenderemos para hacer la renovación de las promesas bautismales
cuando vayamos a la celebración final en el “Cenáculo”
II.- Lectio:
** En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (+)
Comencemos invocando la presencia del Espíritu Santo:
Ven Espíritu santo
Llena nuestros corazones de tus siete dones
Haznos dóciles a tu Palabra
Para que así podamos encaminar nuestros pasos
Por el único camino de salvación
Cristo Jesús, nuestro Señor.
Amén.
I.- Lectura del Texto:
Hechos 8, 14-17.
“Al enterarse los apóstoles que estaban en
Jerusalén de que Samaria había aceptado la
Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.
Estos bajaron y oraron por ellos para que
recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no
había descendido sobre ninguno de ellos;
únicamente habían sido bautizados en el
nombre del Señor Jesús. Entonces les
imponían las manos y recibían el Espíritu
Santo”
 ¿Qué dice el texto?
o Leer y releer atentamente, hasta que se haya entendido bien todo su
contenido
2. Meditación del texto:
 ¿Qué me dice el texto?
o Empieza a ver mi realidad, a partir de la
Palabra de Dios, que me impulsa a
caminar en sintonía con la voluntad de
Dios.
3.- Oración:
 ¿Qué me hace decir el texto?
o Es el momento de dejar aparte nuestro
modo de pensar y permitir a nuestro
corazón hablar con Dios
4. Contemplación:
 ¿A qué me compromete el texto?
o Es el momento en el cual nosotros
sencillamente reposamos en la Palabra de
Dios y escuchamos, en lo más profundo de
nuestro ser, la voz de Dios que habla dentro
de nosotros y que me invita a tomar un
compromiso
** En el silencio de nuestro corazón tomamos ese compromiso, lo escribimos en nuestra
lengua de fuego, y lo podemos compartir en la oración
** Terminemos ofreciendo toda nuestra vida al Señor con la oración del Padrenuestro.
** En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (+)
III.- Contenido Doctrinal:
El episodio que hemos meditado en la “Lectio” nos muestra la relación que existía, desde
los primeros tiempos de la Iglesia, entre el bautismo y una «imposición de manos», nuevo
acto sacramental para obtener y conferir el don del Espíritu Santo. Este rito es considerado
como un complemento del bautismo. Le conceden tanta importancia que envían
expresamente a Pedro y a Juan desde Jerusalén a Samaría con esa finalidad.
El papel que desempeñaron los dos Apóstoles en el don del Espíritu Santo es el origen del
papel atribuido al obispo en el rito latino de la Iglesia. El rito, que consiste en la imposición
de las manos, ha sido practicado por la Iglesia desde el siglo segundo, como lo atestigua la
Tradición apostólica de Hipólito Romano (alrededor del año 200), el cual habla de un
doble rito: la unción hecha por el presbítero antes del bautismo y, luego, la imposición de la
mano a los bautizados, hecha por un obispo, que derrama sobre su cabeza el santo crisma.
Así se manifiesta la distinción entre la unción bautismal y la unción propia de la
confirmación.
El efecto esencial del sacramento de la confirmación es el perfeccionamiento del don del
Espíritu Santo recibido en el bautismo, que hace a quien lo recibe capaz de dar
testimonio de Cristo con la palabra y con la vida.
El bautismo realiza la purificación, la liberación del pecado, y confiere una vida nueva. La
confirmación pone el acento en el aspecto positivo de la santificación y en la fuerza que da
el Espíritu Santo al cristiano con vistas a una vida auténticamente cristiana y a un
testimonio eficaz.
Como en el bautismo, también en el sacramento de la confirmación se imprime en el alma
un carácter especial. Es un perfeccionamiento de la consagración bautismal, conferida por
medio de dos gestos rituales, la imposición de las manos y la unción.
También la capacidad de ejercitar el culto, ya recibida en el bautismo, es corroborada con la
confirmación. El sacerdocio universal queda más arraigado en la persona, y se hace más
eficaz en su ejercicio. La función específica del carácter de la confirmación consiste en
llevar a actos de testimonio y de acción cristiana, que ya San Pedro indicaba como
derivaciones del sacerdocio universal (cf. 1 P 2, 11 ss.). Santo Tomás de Aquino precisa
que quien ha recibido la confirmación da testimonio del nombre de Cristo, realiza las
acciones propias del buen cristiano para la defensa y propagación de la fe, en virtud de la
«especial potestad» del carácter (cf. Summa Theologiae, III, q. 72, a. 5, in c. y ad 1), por el
hecho de que queda investido de una función y de un mandato peculiar. Es una
«participación del sacerdocio de Cristo en los fieles, llamados al culto divino, que en el
cristianismo es una derivación del sacerdocio de Cristo» (cf. Summa Theologiae, III, q. 63,
a. 3). También el dar testimonio público de Cristo entra en el ámbito del sacerdocio
universal de los fieles que están llamados a darlo «quasi ex officio» (cf. Summa Theologiae,
III, q. 72, a. 5, ad 2).
La gracia conferida por el sacramento de la confirmación es más específicamente un don
de fortaleza. Dice el Concilio que los bautizados, con la confirmación «se enriquecen con
una fuerza especial del Espíritu Santo» (Lumen gentium, 11). Este don responde a la
necesidad de una energía superior para afrontar el «combate espiritual» de la fe y de la
caridad (cf. Summa Theologiae, III, q. 72, a. 5), para resistir a las tentaciones y para dar
testimonio de la palabra y de la vida cristiana en el mundo, con valentía, fervor y
perseverancia. En el sacramento, el Espíritu Santo confiere esta energía.
Jesús había aludido al peligro de sentir vergüenza de profesor la fe: «Quien se avergüence
de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su
gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles» (Lc 9, 26; cf. Mc 8, 38).
Avergonzarse de Cristo se manifiesta a menudo en diversas formas de «respeto humano»
que llevan a ocultar la propia fe y a buscar compromisos, inadmisibles para quien quiere ser
de verdad su discípulo. ¡Cuántos hombres, incluso entre los cristianos, hoy recurren a
compromisos!
Con el sacramento de la confirmación el Espíritu Santo infunde en el hombre el valor
necesario para profesar la fe en Cristo. Profesar esta fe significa, según el texto conciliar
que tomamos como punto de partida «difundirla y defenderla por la palabra juntamente con
las obras», como testigos coherentes y fieles.
Desde la edad media, la teología, desarrollada en un contexto de esfuerzo generoso por
librar el «combate espiritual» por la causa de Cristo, no vaciló en subrayar la fuerza que
confiere la confirmación a los cristianos llamados a «militar al servicio de Dios». Y, a pesar
de ello, descubrió también en este sacramento el valor oblativo y consagratorio que
encierra, en virtud de la «plenitud de la gracia» de Cristo (cf. Summa Theologiae, III, q. 72,
a. 1, ad 4). Santo Tomás explicaba la distinción y sucesión de la confirmación con
respecto al bautismo de la siguiente manera: «El sacramento de la confirmación es como
el coronamiento del bautismo: en el sentido que, si en el bautismo ―según san Pablo― el
cristiano es formado como un edificio espiritual (cf. 1 Co 3, 9) y queda escrito como una
carta espiritual (cf. 2 Co 3, 2-3), en el sacramento de la confirmación este edificio espiritual
es consagrado para convertirse en templo del Espíritu Santo, y esta carta queda sellada con
el sello de la cruz» (Summa Theologiae, III, q. 72, a. 11).
(Juan Pablo II. Audiencia General. Miércoles 1 de abril de 1992, La confirmación, en
la Iglesia, comunidad sacerdotal y sacramental. La negrita y subrayado es nuestro)
Tercer Momento:
“En la escuela de María.”
¡Pentecostés!
Meditamos sobre el Sacramento de la Eucaristía y
Pentecostés.
“Quisiera añadir aquí una palabra sobre la Eucaristía. Para
crecer en la vida cristiana es necesario alimentarse del
Cuerpo y de la Sangre de Cristo. En efecto, hemos sido
bautizados y confirmados con vistas a la Eucaristía. Como
«fuente y culmen» de la vida eclesial, la Eucaristía es un
«Pentecostés perpetuo», porque cada vez que celebramos la
Santa Misa recibimos el Espíritu Santo que nos une más
profundamente a Cristo y nos transforma en Él. Queridos
jóvenes, si participáis frecuentemente en la Celebración
eucarística, si consagráis un poco de vuestro tiempo a la
adoración del Santísimo Sacramento, a la Fuente del amor,
que es la Eucaristía, os llegará esa gozosa determinación de
dedicar la vida a seguir las pautas del Evangelio. Al mismo
tiempo, experimentaréis que donde no llegan nuestras fuerzas, el Espíritu Santo nos
transforma, nos colma de su fuerza y nos hace testigos plenos del ardor misionero de Cristo
resucitado” (Mensaje del Papa Benedicto XVI a los jóvenes del mundo con ocasión de
la XXIII Jornada Mundial de la Juventud 2008.)
I.- Ambientación del lugar:
Como ya lo señalamos, en la presentación general, el lugar estará ambientado como si fuera
una “carpa-escuela” donde los elementos externos no ayudarán a entrar en lo que se quiere
meditar, entre otros elementos que pueden ser significativos se pueden usar:

Todo se realiza en torno al Altar y teniendo también en el centro la imagen de la
Santísima Virgen María

Fotos de la comunidad parroquial celebrando la Eucaristía.

Llamas de fuego que representen los dones del E. Santo una para poner sobre cada
una de las columnas que representarán a los Apóstoles.

La Custodia para que el momento final de oración se haga en torno a la adoración
del Santísimo Sacramento.
II.- Lectio:
** En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (+)
Comencemos invocando la presencia del Espíritu Santo:
Ven Espíritu santo
Llena nuestros corazones de tus siete dones
Haznos dóciles a tu Palabra
Para que así podamos encaminar nuestros pasos
Por el único camino de salvación
Cristo Jesús, nuestro Señor.
Amén.
I.- Lectura del Texto:
Hechos 1, 12-14 y 2, 1-4
“Entonces
se volvieron a Jerusalén desde el monte
llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el
espacio de un camino sabático. 13 Y cuando llegaron
subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro,
Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé
y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas
de Santiago. 14 Todos ellos perseveraban en la
oración, con un mismo espíritu en compañía de
algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de
sus hermanos”
“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente
vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa
en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se
repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos, quedaron todos llenos del Espíritu Santo
y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”
 ¿Qué dice el texto?
o Leer y releer atentamente, hasta que se haya entendido bien todo su
contenido
2. Meditación del texto:
 ¿Qué me dice el texto?
o Empieza a ver mi realidad, a partir de la
Palabra de Dios, que me impulsa a
caminar en sintonía con la voluntad de
Dios.
3.- Oración:
 ¿Qué me hace decir el texto?
o Es el momento de dejar aparte nuestro
modo de pensar y permitir a nuestro
corazón hablar con Dios
4. Contemplación:
 ¿A qué me compromete el texto?
o Es el momento en el cual nosotros
sencillamente reposamos en la Palabra de
Dios y escuchamos, en lo más profundo de
nuestro ser, la voz de Dios que habla dentro
de nosotros y que me invita a tomar un
compromiso
** En el silencio de nuestro corazón tomamos ese compromiso, lo escribimos en nuestra
lengua de fuego, y lo podemos compartir en la oración
** Terminemos ofreciendo toda nuestra vida al Señor con la oración del Padrenuestro.
** En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (+)
III.- Contenido Doctrinal:
Jesús, antes de su muerte en la cruz, anuncia varias veces a sus discípulos la venida del
Espíritu Santo, el «Consolador», cuya misión será la de dar testimonio de Él y asistir a los
creyentes, enseñándoles y guiándoles hasta la Verdad completa (cf. Jn 14, 16-17.25-26; 15,
26; 16, 13).
Pentecostés, punto de partida de la misión de la Iglesia
La tarde del día de su resurrección, Jesús, apareciéndose a los discípulos, «sopló sobre ellos
y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20, 22). El Espíritu Santo se posó sobre los
Apóstoles con mayor fuerza aún el día de Pentecostés: «De repente un ruido del cielo –se
lee en los Hechos de los Apóstoles -, como el de un viento recio, resonó en toda la casa
donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían,
posándose encima de cada uno» (2, 2-3).
El Espíritu Santo renovó interiormente a los Apóstoles, revistiéndolos de una fuerza que los
hizo audaces para anunciar sin miedo: «¡Cristo ha muerto y ha resucitado!». Libres de
todo temor comenzaron a hablar con franqueza (cf. Hch 2, 29; 4, 13; 4, 29.31). De
pescadores atemorizados se convirtieron en heraldos valientes del Evangelio. Tampoco sus
enemigos lograron entender cómo hombres «sin instrucción ni cultura» (cf. Hch 4, 13)
fueran capaces de demostrar tanto valor y de soportar las contrariedades, los sufrimientos y
las persecuciones con alegría. Nada podía detenerlos. A los que intentaban reducirlos al
silencio respondían: «Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído»
(Hch 4, 20). Así nació la Iglesia, que desde el día de Pentecostés no ha dejado de extender
la Buena Noticia «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8).
El Espíritu Santo, alma de la Iglesia y principio de comunión
Pero para comprender la misión de la Iglesia hemos de regresar al Cenáculo donde los
discípulos permanecían juntos (cf. Lc 24, 49), rezando con María, la «Madre», a la espera
del Espíritu prometido. Toda comunidad cristiana tiene que inspirarse constantemente en
este icono de la Iglesia naciente.
Los sacramentos de la Confirmación y de la Eucaristía
Pero –diréis– ¿Cómo podemos dejarnos renovar por el Espíritu Santo y crecer en nuestra
vida espiritual? La respuesta ya la sabéis: se puede mediante los Sacramentos, porque la fe
nace y se robustece en nosotros gracias a los Sacramentos, sobre todo los de la iniciación
cristiana: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, que son complementarios e
inseparables (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1285). Esta verdad sobre los tres
Sacramentos que están al inicio de nuestro ser cristianos se encuentra quizás desatendida en
la vida de fe de no pocos cristianos, para los que estos son gestos del pasado, pero sin
repercusión real en la actualidad, como raíces sin savia vital. Resulta que, una vez recibida
la Confirmación, muchos jóvenes se alejan de la vida de fe. Y también hay jóvenes que ni
siquiera reciben este sacramento. Sin embargo, con los sacramentos del Bautismo, de la
Confirmación y después, de modo constante, de la Eucaristía, es como el Espíritu Santo nos
hace hijos del Padre, hermanos de Jesús, miembros de su Iglesia, capaces de un verdadero
testimonio del Evangelio, beneficiarios de la alegría de la fe.
La Confirmación nos da una fuerza especial para testimoniar y glorificar a Dios con toda
nuestra vida (cf. Rm 12, 1); nos hace íntimamente conscientes de nuestra pertenencia a la
Iglesia, «Cuerpo de Cristo», del cual todos somos miembros vivos, solidarios los unos con
los otros (cf. 1 Co 12, 12-25). Todo bautizado, dejándose guiar por el Espíritu, puede dar su
propia aportación a la edificación de la Iglesia gracias a los carismas que Él nos da, porque
«en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común» (1 Co 12, 7). Y cuando el
Espíritu actúa produce en el alma sus frutos que son «amor, alegría, paz, paciencia,
benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22). A cuantos,
jóvenes como vosotros, no han recibido la Confirmación, les invito cordialmente a
prepararse a recibir este sacramento, pidiendo la ayuda de sus sacerdotes. Es una especial
ocasión de gracia que el Señor os ofrece: ¡no la dejéis escapar!
La necesidad y la urgencia de la misión
Muchos jóvenes miran su vida con aprensión y se plantean tantos interrogantes sobre su
futuro. Ellos se preguntan preocupados: ¿Cómo insertarse en un mundo marcado por
numerosas y graves injusticias y sufrimientos? ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y la
violencia que a veces parecen prevalecer? ¿Cómo dar sentido pleno a la vida? ¿Cómo
contribuir para que los frutos del Espíritu que hemos recordado precedentemente, «amor,
alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí» (n.
6), inunden este mundo herido y frágil, el mundo de los jóvenes sobre todo? ¿En qué
condiciones el Espíritu vivificante de la primera creación, y sobre todo de la segunda
creación o redención, puede convertirse en el alma nueva de la humanidad? No olvidemos
que cuanto más grande es el don de Dios –y el del Espíritu de Jesús es el máximo– tanto
más lo es la necesidad del mundo de recibirlo y, en consecuencia, más grande y apasionante
es la misión de la Iglesia de dar un testimonio creíble de él. Y vosotros, jóvenes, con la
Jornada Mundial de la Juventud, dais en cierto modo testimonio de querer participar en
dicha misión. A este propósito, queridos amigos, me apremia recordaros aquí algunas
verdades cruciales sobre las cuales meditar. Una vez más os repito que sólo Cristo puede
colmar las aspiraciones más íntimas del corazón del hombre; sólo Él es capaz de humanizar
la humanidad y conducirla a su «divinización». Con la fuerza de su Espíritu, Él infunde en
nosotros la caridad divina, que nos hace capaces de amar al prójimo y prontos para a
ponernos a su servicio. El Espíritu Santo ilumina, revelando a Cristo crucificado y
resucitado, y nos indica el camino para asemejarnos más a Él, para ser precisamente
«expresión e instrumento del amor que de Él emana» (Enc. Deus caritas est, 33). Y quien
se deja guiar por el Espíritu comprende que ponerse al servicio del Evangelio no es una
opción facultativa, porque advierte la urgencia de transmitir a los demás esta Buena
Noticia. Sin embargo, es necesario recordarlo una vez más, sólo podemos ser testigos de
Cristo si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, que es «el agente principal de la
evangelización» (cf. Evangelii nuntiandi, 75) y «el protagonista de la misión» (cf.
Redemptoris missio, 21). Queridos jóvenes, como han reiterado tantas veces mis venerados
Predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, anunciar el Evangelio y testimoniar la fe es hoy más
necesario que nunca (cf. Redemptoris missio, 1). Alguno puede pensar que presentar el
tesoro precioso de la fe a las personas que no la comparten significa ser intolerantes con
ellos, pero no es así, porque proponer a Cristo no significa imponerlo (cf. Evangelii
nuntiandi, 80). Además, doce Apóstoles, hace ya dos mil años, han dado la vida para que
Cristo fuese conocido y amado. Desde entonces, el Evangelio sigue difundiéndose a través
de los tiempos gracias a hombres y mujeres animados por el mismo fervor misionero. Por
lo tanto, también hoy se necesitan discípulos de Cristo que no escatimen tiempo ni energía
para servir al Evangelio. Se necesitan jóvenes que dejen arder dentro de sí el amor de Dios
y respondan generosamente a su llamamiento apremiante, como lo han hecho tantos
jóvenes beatos y santos del pasado y también de tiempos cercanos al nuestro. En particular,
os aseguro que el Espíritu de Jesús os invita hoy a vosotros, jóvenes, a ser portadores de la
buena noticia de Jesús a vuestros coetáneos. La indudable dificultad de los adultos de tratar
de manera comprensible y convincente con el ámbito juvenil puede ser un signo con el cual
el Espíritu quiere impulsaros a vosotros, jóvenes, a que os hagáis cargo de ello. Vosotros
conocéis el idealismo, el lenguaje y también las heridas, las expectativas y, al mismo
tiempo, el deseo de bienestar de vuestros coetáneos. Tenéis ante vosotros el vasto mundo de
los afectos, del trabajo, de la formación, de la expectativa, del sufrimiento juvenil... Que
cada uno de vosotros tenga la valentía de prometer al Espíritu Santo llevar a un joven a
Jesucristo, como mejor lo considere, sabiendo «dar razón de vuestra esperanza, pero con
mansedumbre » (cf. 1 P 3, 15).
Pero para lograr este objetivo, queridos amigos, sed santos, sed misioneros, porque nunca
se puede separar la santidad de la misión (cf. Redemptoris missio, 90). Non tengáis miedo
de convertiros en santos misioneros como San Francisco Javier, que recorrió el Extremo
Oriente anunciando la Buena Noticia hasta el límite de sus fuerzas, o como Santa Teresa
del Niño Jesús, que fue misionera aún sin haber dejado el Carmelo: tanto el uno como la
otra son «Patronos de las Misiones». Estad listos a poner en juego vuestra vida para
iluminar el mundo con la verdad de Cristo; para responder con amor al odio y al desprecio
de la vida; para proclamar la esperanza de Cristo resucitado en cada rincón de la tierra.
(Benedicto XVI. En Lorenzago, 20 de julio de 2007)
Cuarto Momento:
Celebración
¡Invocar un “Nuevo Pentecostés” sobre el mundo!
Querido Jóvenes, que nos hemos reunido en esta
tarde para implorar un nuevo Pentecostés para el
mundo, los invitamos con las mismas palabras del
Papa Benedicto “a dedicar tiempo a la oración y a
vuestra formación espiritual, para que podáis
renovar las promesas de vuestro Bautismo y de
vuestra Confirmación. Juntos invocaremos al
Espíritu Santo, pidiendo con confianza a Dios el
don de un nuevo Pentecostés para la Iglesia y
para la humanidad del tercer milenio.
María, unida en oración a los Apóstoles en el Cenáculo, os acompañe y obtenga para
todos los jóvenes cristianos una nueva efusión del Espíritu Santo que inflame los
corazones. Recordad: ¡la Iglesia confía en vosotros! Nosotros, los Pastores, en particular,
oramos para que améis y hagáis amar siempre más a Jesús y lo sigáis fielmente”
I.- Ambientación del lugar:

Se pone sobre el Altar la Custodia para el momento final de oración, en torno a la
custodia se ponen 12 velas.

Todo se realiza en torno al Altar y teniendo también en el centro la imagen de la
Santísima Virgen María

A los pies del Altar se ponen las botellas que han recibido en le “primer momento”
y que llevaran a su casas.
II.- Adoración al Santísimo Sacramento:
1. MOTIVACIÓN INICIAL:
Aquí nos hemos reunidos, como Iglesia Joven, para implorar un nuevo Pentecostés
para nuestras vida y el mundo.
Queremos, como recién escuchábamos que nos pedía el Papa, Consagrar “un poco
de vuestro tiempo a la adoración del Santísimo Sacramento, a la Fuente del amor,
que es la Eucaristía”
Lo hacemos al concluir nuestra vigilia, lo hacemos en el “Cenáculo”. Aquí Jesús
celebró la última cena, aquí se reunió la Iglesia Orante para implorar y recibir el
Espíritu Santo, y cada domingo cuando nosotros nos reunimos para celebrar la
Eucaristía vivenciamos el Pentecostés perpetuo de la Iglesia.
Los Invito a que este momento lo hagamos en un ambiente de profunda oración
donde iremos meditando parte del mensaje del Papa Benedicto XVI para el
próximo encuentro mundial de la juventud.
2. CANTO: Para exponer al SANTÍSIMO cantamos un canto Eucarístico.
 Adoremos Reverentes…
 Milagro de Amor…
3. MOTIVACION: (De fondo música suave…)
Guía 1:
Queridos jóvenes, el Espíritu del Señor se acuerda siempre de cada uno de
nosotros y quiere, en particular mediante nosotros, jóvenes, suscitar en el mundo
el viento y el fuego de un nuevo Pentecostés.
(Silencio).
Guía 2:
“El Espíritu Santo es el don más alto de Dios al hombre, el testimonio supremo por
tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa concretamente como «sí a
la vida» que Dios quiere para cada una de sus criaturas.”(Silencio).
Guía 1:
“Este «sí a la vida» tiene su forma plena en Jesús de Nazaret y en su victoria
sobre el mal mediante la redención. A este respecto, nunca olvidemos que el
Evangelio de Jesús, precisamente en virtud del Espíritu, no se reduce a una mera
constatación, sino que quiere ser «Buena Noticia para los pobres, libertad para los
oprimidos, vista para los ciegos...». Es lo que se manifestó con vigor el día de
Pentecostés, convirtiéndose en gracia y en tarea de la Iglesia para con el mundo,
su misión prioritaria”
Guía 2:
“La fecundidad apostólica y misionera no es el resultado principalmente de
programas y métodos pastorales sabiamente elaborados y «eficientes», sino el
fruto de la oración comunitaria incesante”
Guía 1:
“La eficacia de la misión presupone, además, que las comunidades estén unidas,
que tengan «un solo corazón y una sola alma», y que estén dispuestas a dar
testimonio del amor y la alegría que el Espíritu Santo infunde en los corazones de
los creyentes”.
Canto: Milagro de Amor…
III.- Renovación del las Promesas Bautismales. (dentro de la Adoración)
Guía 1:
Hermanos: Por el misterio pascual hemos sido sepultados con Cristo en el
bautismo, para que vivamos una vida nueva. Por tanto, terminado este santo tiempo
Pascual, renovemos las promesas del santo bautismo, con las que en otro tiempo
renunciamos a Satanás y a sus obras y prometimos servir fielmente a Dios en la
Santa Iglesia Católica.
Les invito a que encendamos muestras velas.
Guía 2:
Así pues, ¿renuncian a Satanás, esto es: al pecado, como negación de Dios; al mal,
como signo del pecado en el mundo; al error, como ofuscación de la verdad; a la
violencia, como contraria a la caridad; al egoísmo, como falta de testimonio en el
amor?
Todos contestan: Si, renuncio
Guía 1:
¿Renuncian a las obras del demonio que son: la envidia y el odio; la pereza e
indiferencia; la cobardía y los complejos; la tristeza y desconfianza; la injusticia y
los favoritismos; el materialismo y la sensualidad, la falta de fe, de esperanza y de
caridad?
Todos contestan: Si, renuncio
Guía 2:
¿Renuncian a todas sus seducciones, como pueden ser: el creerse los mejores; el
verse como superiores; el estar muy seguros de ustedes mismos; el creer que ya
están convertidos del todo; el quedarse en las cosas, medios, instituciones,
métodos, reglamentos, y no ir a Dios?
Todos contestan: Si, renuncio
Guía 1:
Ahora les invitamos a renovar nuestra fe
¿Creen en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra?
Todos contestan: Si, creo
Guía 2:
¿Creen en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de Santa María
Virgen, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la
derecha del Padre?
Todos contestan: Si, creo
Guía 1:
¿Creen en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, en la comunión de los
santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de la carne y en la vida
eterna?
Todos contestan: Si, creo
Guía 2:
Que Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos regeneró por
el agua y el Espíritu Santo y que nos concedió la remisión de los pecados, nos
guarde en su gracia, en el mismo Jesucristo nuestro Señor, para la vida eterna.
IV Reserva del Santísmo, Bendición final y saludo de la Paz
Guía 1:
Queridos hermanos los invito a que en este ambiente de oración que estamos viviendo
acompañemos con nuestro canto, mientras el ministro reserva el Santísimo
sacramento.
Canto:
Guía 2:
Ahora vamos a pedir juntos la bendición del Señor.
Y abriendo nuestras botellitas con Agua bendita, vamos a decir, mientras todos
hacemos la señal de la Cruz: Que el Señor nos bendiga, en el nombre del Padre del
Hijo, y del Espíritu Santo
Guía 1:
Nos despedimos con el Saludo de la Paz.
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