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Steve Cushion*
Una sublevación de la clase obrera contra el Imperio Británico
(There is an English translation of this article after the Spanish version)
En la década del treinta del siglo XX, las colonias británicas del Caribe vivieron
una sucesión de huelgas y disturbios conocidas como "The Labour Rebellions" (Las
rebeliones laborales). Aunque muchos están de acuerdo en que la aparición del
movimiento sindical fue consecuencia directa de estos acontecimientos, la opinión del
mundo académico está dividida acerca de los beneficios reales que obtuvo la clase
obrera antillana. Por un lado, Arthur Lewis (Lewis, 1939: 52) y Robert Alexander
(Alexander, 2004: 254) escriben en términos elogiosos sobre el progreso que hicieron
los trabajadores. El primero habla hasta de "una revolución política". Por otro lado,
Cynthia Barrow-Giles (Barrow-Giles, 2002: 74) y Gordon Lewis (Lewis, 1968: 397)
adoptan una perspectiva diferente y ven una situación potencialmente revolucionaria
que se encauzó en los marcos institucionales, considerando que las conquistas sociales
moderadas no fueron más allá de un aplazamiento que mantuvo intacta la base
económica de la oligarquía. Una manera de sopesar los pro y los contra de estas
posiciones es evaluar hasta qué punto los trabajadores sacrificaron sus intereses
económicos por el beneficio propio de políticos burgueses.
A partir de algunos malestares de poca importancia en Honduras Británica, las
Bahamas, Trinidad, Jamaica y Guyana Británica en 1934, la ola de revueltas estalló
verdaderamente en 1935 con una huelga de azucareros en San Cristóbal. En el mismo
año tuvieron lugar huelgas y disturbios en San Vicente y Santa Lucía. Poco después, en
1937, hubo más brotes de violencia en Barbados y Trinidad; durante 1938 en Jamaica y
finalmente, en Guyana Británica en 1938 y en 1939 (Hart, 1993: 9-18). En todos los
casos se reitera el mismo patrón en el desarrollo de los acontecimientos: una huelga o
manifestación similar debía enfrentarse a toda la fuerza del estado colonial y, a menudo,
a la llegada de un barco de guerra de la armada británica. Dichos movimientos
contestatarios fueron reprimidos con violencia exagerada por la policía, el ejército y
matones pro-empresariales, llamados "voluntarios". Los trabajadores resistieron lo
mejor que pudieron pero tuvieron que enfrentarse a una represión masiva. Finalmente,
regresaron al trabajo con muy pocas mejoras materiales inmediatas. Entre 1934 y 1939,
las fuerzas del estado dieron muerte a 46 trabajadores, hirieron a otros 429 y
encarcelaron a otros miles más (Lewis, 1939: 18). Sin embargo, no hay indicios de una
coordinación regional detrás de estos acontecimientos, por consiguiente, tenemos que
buscar una explicación en las condiciones políticas y económicas.
Después de la abolición de la esclavitud, los hacendados, con sus aliados en el
gobierno colonial, se habían esforzado por mantener una economía de mano de obra
*
Steve Cushion, doctorante en el Caribbean Studies Centre de la London Metropolitan
University donde, antes de jubilarse, trabajaba en el departamento de Humanidades, Artes y
Lenguas como profesor de la lengua francesa, de la política francesa y de la historia de Europa.
Además, estuvo a cargo de un proyecto para crear software de enseñanza de idiomas asistida
por ordenador. Sirvió al comité ejecutivo de la NATFHE, sindicato nacional de los profesores
de la educación superior en el Reino Unido. Su tesis lleva por titulo: "La clase obrera y el
derrumbamiento de Batista: la relación entre la lucha de masas y la acción armada en Cuba,
1952-1959".
barata para maximizar sus beneficios basada en la exportación de azúcar (Hart, 1998:
45-49). La crisis económica que se inicia en 1929, asociada al crac de Wall Street,
provocó significativa pobreza y desempleo en todo el mundo capitalista. EEUU, Cuba
y Panamá repatriaron muchos trabajadores emigrantes lo cual afectó gravemente a las
Antillas británicas.
Al estallar las huelgas en 1938, el nivel de desempleo en Jamaica era del 36% y
el 75% de su mano de obra asalariada recibía menos de una libra esterlina por semana.
Los trabajadores no habían obtenido aumentos salariales durante siete años (Hart, 1988:
33&63), mientras las viviendas inadecuadas, la desnutrición y la insalubridad agravaban
el resentimiento que producían esas condiciones de trabajo. El nivel de pobreza y
hambre era tal que en 1937, los manifestantes en Barbados saqueaban campos de
patatas para sobrevivir. Asimismo, el sistema colonial no les daba ningún derecho de
compensación.
Aunque en Inglaterra los sindicatos eran legales desde 1871, en las Antillas
británicas las autoridades coloniales imponían restricciones rigurosas o incluso los
prohibían en algunas islas, a tiempo que la ley no permitía a los obreros formar piquetes
de huelga. Sin embargo, los trabajadores habían tratado de formar organizaciones
políticas y sindicales en las colonias más grandes como Guyana Británica y Trinidad
pero, dada la pobreza de los obreros y las condiciones políticas desfavorables, su
existencia era precaria. No obstante, incluso en las colonias donde había algún tipo de
organización obrera, las huelgas de los treinta parecieron espontáneas. En aquel
momento las organizaciones obreras que existían se comprometían a una política
reformista que aceptaba el status quo colonial y por lo tanto pudieron solamente seguir
el movimiento de masas más que encabezarlo. Dadas estas circunstancias, voceros
cultos de la clase media se pusieron a la cabeza del movimiento.
El hecho de que personas de origen burgués pudieran ejercer tal influencia
atestigua la naturaleza no democrática de las colonias del Caribe y la falta de estructuras
representativas válidas a través de las cuales los trabajadores pudieran expresarse u
obtener respuesta a sus reclamos. El sufragio restringido en todas las colonias
garantizaba la dominación interrumpida de la elite blanca con la ayuda de una capa leal
de gente de color, en su mayoría mulatos, proveniente de la pequeña burguesía. Las
autoridades habían hecho todo lo posible para evitar la creación de una clase media
autóctona mediante una política económica que favorecía el empresariado y que
limitaba la propiedad de tierras para la gente de color. Por consiguiente, había un
vínculo entre la clase económica y el color de piel que tuvo como resultado una mezcla
de Nacionalismo negro y conciencia de clase en el pensamiento político de los
trabajadores (Daniel, 1957: 163).
Las influencias socialistas eran una mezcolanza del marxismo con un
reformismo influenciado por el Partido Laborista británico. El aporte laborista buscaba
una reforma gradual dentro del marco del Imperio Británico y era hostil a cualquier
organización a nivel de las bases (Bolland, 2001: 360). Además, la federación sindical
británica, el Trade Union Congress (TUC), que estaba totalmente atemorizada por su
derrota en la huelga general de 1926, seguía la línea de esta política pro-imperialista:
sus intervenciones promovían el compromiso y la capitulación más que ofrecer ayuda
desde una perspectiva internacionalista. Esta tendencia se asociaba con el Capitán
Cipriani en Trinidad y Hubert Critchlow en Guyana Británica. Sin embargo, tales
dirigentes veteranos fueron incapaces de proveer el liderazgo necesario en el periodo de
conflicto laboral agudizado de la década del 30 y los acontecimientos se les adelantaron
(Lewis, 1968): 269).
El capitán Cipriani, oficial jubilado del Ejército británico, dirigía una
organización obrera en Trinidad y Tobago, que se llamaba originalmente Trinidad
Workingmen's Association (TWA), Asociación de los Obreros de Trinidad, pero más
tarde se cambió el nombre a Trinidad Labour Party (TLP), Partido del Trabajo de
Trinidad, predicando el socialismo reformista moderado del mismo tipo que el Partido
Trabajador británico. Cipriani venía de una familia terrateniente acomodada y, bajo su
liderazgo, el TWA/TLP daba su apoyo a miembros benevolentes de la clase alta que
pudieran iniciar reformas en nombre de los pobres. Deploraba la acción directa y, como
declara Rhoda Reddock:
"Las luchas durante los años de Cipriani, tuvieron lugar, no el la calle, sino en el
consejo legislativo." (Reddock, 1994: 124)
No obstante, a pesar de la actitud hostil de Cipriani hasta las huelgas de 1937 en
Trinidad, utilizando su posición de Alcalde de la ciudad de Puerto de España para poner
en práctica medidas represivas, su organización había creado un ambiente de discusión
política, único en las Antillas británicas, donde muchos líderes de las huelgas de 1937
habían tenido una experiencia organizativa valiosa.
El marxismo anglo-caribeño solamente tenía existencia organizativa en la isla de
Jamaica, donde un pequeño grupo de militantes en torno a Hugh Buchanan y Richard
Hart producía un periódico, Jamaica Labour Weekly. Sin embargo, no tuvieron mucha
influencia cuando estallaron los disturbios y se vieron marginados por políticos
burgueses como Alexander Bustamante (Hart, 1989: 18). Por otra parte, los marxistas
de Trinidad, George Padmore y CLR James, aunque hacían una contribución enorme al
desarrollo del marxismo a nivel internacional, ya no estaban en las Antillas. Sin
embargo, esto no significa que la influencia marxista no haya sido importante. El hecho
de que los marineros comunistas del barco estadounidense Veragua, en ese momento
atracado en el puerto de Kingston, se negaran a romper la huelga y hablaran en mítines
en apoyo de los obreros jamaicanos, destaca el papel de su sindicato, la National
Maritime Union (NMU) que mantenía un puente de solidaridad entre los EEUU y el
Caribe (Post, 1978: 357). Además, el Secretario local de la NMU en Nueva York fue un
comunista de origen jamaicano que utilizaba su posición para facilitar la distribución de
periódicos como The Negro Worker, que comunistas negros producían en Harlem bajo
la orientación de George Padmore (Stevens, 2006: XVII).
Los vínculos entre los estibadores radicales y los marineros en la región eran un canal
muy importante para difundir la información y el contacto con las ideas socialistas y
nacionalistas. Por último, otra influencia izquierdista se encuentra en el regreso de
muchos trabajadores emigrantes de los EEUU y de Cuba que habían tenido contacto con
los partidos comunistas de esos países (Witney, 2001: 75).
Un ejemplo de esta influencia internacional es Rupert Gittings, que regresó a Trinidad
de Francia después de haber sido deportado a causa de su participación en las
actividades del Partido Comunista durante la huelga general francesa de 1934.
(Reddock, 1994: 136).
No obstante, aunque el marxismo dio una mayor conciencia de la naturaleza de la
opresión y explotación que sufrían los trabajadores caribeños y contribuía a fomentar su
acción combativa, nunca creó una forma organizativa que pudiera hacer avanzar las
revueltas en una dirección socialista.
Al considerar influencias externas, debemos tener en cuenta al movimiento
obrero internacional. Las nefastas consecuencias de la crisis económica mundial para
los obreros de todas partes contribuyeron a que, a mediados de la propia década del 30,
una oleada de huelgas de brazos caídos y encierros de fábricas recorriese Francia y
EEUU. Arthur Lewis, poco después destacó en sus escritos que estos acontecimientos
suscitaron mucho interés en las Antillas (Lewis, 1939: 19). Cuba vio huelgas generales
en 1933 y 1935, la primera de las cuales derrocó la dictadura de Gerardo Machado
(Carr, 1996: 150) y Puerto Rico fue testigo de la mayor huelga azucarera de su historia
en 1934 (González, 1998: 13-14). En 1935, tres semanas después de la huelga de
azucareros en San Cristóbal, los azucareros de la isla francesa vecina de La Martinica
siguieron su ejemplo y, a partir de una marcha de hambre, ocuparon la capital colonial
Fort-de-France y ganaron todas sus reivindicaciones (Castañeda, 1998: 83-4). Los
obreros emigrantes de las colonias británicas participaron en todas estas acciones y
trajeron la experiencia y una mayor confianza a su regreso.
Si la políticas socialistas, comunistas y sindicalistas de otros lugares ejercieron
influencias indirectas, Marcus Garvey y su Asociación Universal para el Adelanto de la
Raza Negra* (UNIA por sus siglos ingleses) tuvieron una participación más directa
porque, como dice Nigel Bolland: "él se situaba en la encrucijada de dos solidaridades"
(Bolland, 2001: 169), de la clase y de la raza. Garvey había participado en la actividad
sindicalista en Jamaica en los principios del siglo XX antes de salir para los EEUU en
1916 y tuvo un breve interés por los sindicatos cuando regresó a la isla en 1929.
No obstante, él se interesó más por la "auto mejora" pequeño burguesa y, cuando
las rebeliones estallaron, el garveyismo estaba disminuyendo como fuerza organizativa
mientras que el mismo Garvey ya vivía en Londres, desde donde no pudo entender la
importancia de las huelgas, respondiendo a James y Padmore, durante un intercambio
acalorado en el Hyde Park, que los agitadores habían engañado a los huelguistas.
(Bolland, 2001: 170).
A pesar de todo esto, muchos de los dirigentes huelguistas eran garveyistas y no
debemos subestimar su papel cuando evaluamos su contribución a las rebeliones,
porque sus enseñanzas daban mucha confianza y amor propio a los obreros negros de
las colonias británicas (Martin, 1993: 365). Sin embargo, hay que reconocer que se valía
de su influencia para promover la concepción de un "capitalismo negro" y para
enfatizar la supremacía de la raza sobre la clase, lo que inhibió la formación de una
dirección obrera independiente de los sindicatos que surgieron de las luchas de los años
treinta. De ese modo, les allanó el camino a políticos negros pequeño burgueses para
asumir el control del movimiento obrero.
Sin embargo, en Trinidad, había la sola organización en las Antillas británicas
cuya política unificaba socialismo, nacionalismo, anti-racismo, feminismo y anticolonialismo, the Negro Welfare, Cultural and Social Association (NWCSA), la
Asociación Benefactora, Cultural y Social de los Negros. Después de separarse de
Cipriani en 1934, los futuros líderes de la NWCSA, Elma Francois and Jim Barrette,
participaron activamente en solidaridad con la huelga de azucareros de 1934 y con la
huelga en la refinería de petróleo Apex en 1935, así como con el movimiento de
solidaridad con el pueblo de Etiopía contra la invasión italiana. En 1934 Francois and
*
La Asociación Universal para el Adelanto de la Raza Negra tenía como objetivo: "unir
a toda la gente de origen africano del mundo en un sólo cuerpo para establecer un país y un
gobierno absolutamente propios" - Marcus Mosiah Garvey, Discurso dado en el "Liberty Hall"
en la Ciudad de Nueva York (25 de diciembre1922)
Barrette, junto con un emigrante que había regresado de Nueva York y había trabajado
con George Padmore en Harlem, fundaron the National Unemployed Movement
(NUM), Movimiento Nacional de los Desempleados, que organizó "hunger marches",
marchas de hambre, para protestar contra los altos niveles de desempleo en la isla. La
NWCSA era muy activa durante la agitación que precedió a la huelga de 1937, pero se
sorprendió tanto como todos los demás cuando estalló. Sin embargo, trabajó muy
activamente para extender la acción desde el yacimiento petrolífero, donde la huelga
empezó, hasta la capital y, como resultado de esto, fueron los más castigados por la
represión del régimen colonial (Reddock, 1998: 5-18).
En cada disturbio, las autoridades reaccionaron inmediatamente con la
utilización de violencia represiva. Como dice Glenn Richards acerca de San Cristóbal:
"La preservación de orden público no se distinguía de la disciplina de trabajo en
la legislación de trabajo existente. Las fuerzas armadas a disposición de la
administración de San Cristóbal, tanto local como imperial, se alistaron para
garantizar que los terratenientes mantuvieran su control sobre el trabajo... El
papel de la policía en San Cristóbal era, por lo tanto, esencialmente la
administración de relaciones industriales para el interés de las clases
empresarias"(Richards, 1993: 19)
Así, en esta colonia cuando unas huelgas pacíficas estallaron en enero 1935 y se
extendieron por "piqueteros volantes", la policía y los capataces dispararon
inmediatamente sobre la muchedumbre y rompieron la huelga con la fuerza armada.
De la misma manera, cuando un disturbio estalló en San Vicente más tarde en
ese año contra la intención de reducir los impuestos de importación sobre las
mercancías de lujo, y al mismo tiempo imponer una aumento sobre artículos de
consumo diario, la policía y "voluntarios", con refuerzos de la infantería de marina del
buque de guerra HMS Challenger, mataron de tiros a seis manifestantes e hirieron a
muchos más. Así, estas acciones establecieron una pauta que se repitió durante las
revueltas que siguieron en Jamaica, Barbados, Trinidad y la Guyana británica.
Antes de considerar la naturaleza del movimiento obrero que surgió de la
rebelión, primero sería útil ver los resultados inmediatos de las huelgas. En los casos de
San Cristóbal, San Vicente y Santa Lucía, una vez que restablecieron el orden, las
autoridades coloniales y los patronos se sintieron lo suficientemente seguros como para
rechazar todas las reivindicaciones de los obreros. Quizás debido a esas derrotas en
1935, el año 1936 fue, en general, un año tranquilo.
En Trinidad, tras el aplastamiento de las huelgas, las compañías petroleras aumentaron
el sueldo de sus empleados en 2 centavos por hora, además de mejorar algunos
incentivos y retirar el odiado "Libro Rojo", pasaporte laboral que las autoridades
coloniales obligaba a todos los obreros a llevar y que contenía detalles de su trabajo
anterior, facilitando de ese modo la operación de la lista negra (Craig, 1988: 20&32).
Estas reformas resultaron importantes para la industria petrolera de Trinidad, que
proveía al Imperio Británico de 62% de su petróleo. Las huelgas en el resto de las
colonias produjeron pocos beneficios concretos, pero la naturaleza acumulativa de las
luchas no pasó desapercibida en Londres. El gobierno imperial reaccionó de forma
tradicional y envió una comisión investigadora que produjo un ambiente de gran
expectativa. Dado el fracaso relativo de las huelgas desde el punto de vista económico,
la llegada de la comisión ayudó a dirigir el descontento en una dirección más
políticamente reformista aunque el malestar esporádico continuó.
A pesar del éxito de la represión del estado que puso fin a las huelgas, la
administración colonial se dio cuenta de la necesidad de reformas. Las conclusiones de
la comisión investigadora fueron tan escandalosas que el gobierno no publicó el informe
hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, temiendo que pudieran usarlo como
propaganda. Además de alguna legislación protectora de los obreros, la conclusión
principal de la comisión fue el reconocimiento de que la falta de una vía legítima para
expresar las quejas había exacerbado los disturbios. Por lo tanto, el gobierno decidió
despenalizar los sindicatos de manera que estuvieran bajo el control de dirigentes
"responsables". Las mujeres habían sido particularmente activas durante las huelgas,
pero la nueva dirección de la política colonial ponía énfasis en la familia patriarcal con
el hombre como único asalariado, reduciendo así el papel de las mujeres en los
sindicatos "responsables" (Reddock, 2005: 36).
Los sindicatos desempañan un doble papel en la sociedad capitalista y sirven
para defender los intereses de la clase obrera como contener los trabajadores dentro de
los confines que fija el sistema. Hay una contradicción evidente entre ambos roles. La
efectividad del rol defensivo depende de la política del liderazgo de la organización y de
la capacidad de los afiliados para ejercer un control democrático sobre ese liderazgo.
Las autoridades coloniales, con la ayuda de la Federación Sindical Británica (TUC),
manipularon la situación con habilidad. Promovieron divisiones y desacuerdos que se
basaron más en las personalidades que en la política y de ese modo pudieron reducir la
capacidad de los nuevos sindicatos de ganar mejoras verdaderas para la clase obrera
(Henry, 1972: 37-46).
Los nuevos dirigentes generalmente provenían de la clase media local y, a pesar
de que muchos de ellos eran evidentemente sinceros, tenían sus propios intereses
políticos dentro del sistema colonial. Así, los sindicatos se convirtieron en la base de los
partidos que dominarían la vida política antillana a partir de entonces, pero que eran
más nacionalistas que socialistas (Bakan, 1990: 5). Es significativo que en el único
lugar donde la política nacionalista se unió con la política socialista - el movimiento
independentista de Guyana Británica - el gobierno metropolitano, con la ayuda de los
EEUU que veía una amenaza a su hegemonía en el Caribe, explotó divisiones raciales
entro los afro-guyaneses y los de origen asiático para asegurarse una Guyana
independiente en manos anticomunistas.
Los dirigentes pequeño-burgueses de los nuevos sindicatos fomentaron el
colaboracionismo de clase, una posición política que proviene lógicamente del
nacionalismo negro de Garvey y del reformismo de la socialdemocracia británica. Esto
llevó a la clase obrera en las Antillas Británicas a sostener una visión capitalista de
independencia que relegaría a segundo plano las reivindicaciones obreras que habían
lanzado la ola de huelgas. Los movimientos independentistas que recorrieron el Imperio
Británico después de la Segunda Guerra Mundial tuvieron sus orígenes en las luchas
anteriores a la guerra en las colonias. Sus dirigentes pertenecían típicamente a secciones
de la clase media que se sentían frustrados por el atraso económico y social que la
situación colonial les imponía y que querían convertir a su patria en una nación
independiente para resolver estos problemas, lo que les creaba la necesidad de construir
una base de masas que pudiera luchar por la independencia (Harman, 1992: 12). Sin
embargo, a fin de mantener suficiente mano de obra para trabajar en las plantaciones
azucareras, el gobierno colonial había restringido la posibilidad de desarrollar un
campesinado u otras pequeñas empresas. Ello significaba que el movimiento
independentista debía tener su base en el proletariado a falta de otros estratos sociales
significativos.
Por ejemplo, Grantly Adams, el abogado defensor de un líder obrero local,
Clement Payne, cuya deportación provocó la revuelta de 1937 en Barbados, usó la
situación para convertirse en futuro primer ministro de su país después de la
independencia. Payne era un miembro activo de la NWCSA mientras vivía en Trinidad
y, cuando regresó a Barbados en marzo de 1937, empezó a organizar mítines públicos
junto con un grupo de socialistas y garveyistas. Cuando la policía lo arrestó y lo deportó
secretamente hasta Trinidad, estallaron disturbios y la policía disparó sobre la multitud.
Empezaron huelgas en el puerto, en la fundición y entre los trabajadores del transporte,
mientras los conductores de autobús difundieron las noticias hasta las regiones rurales
antes de declararse en huelga ellos mismos. La huelga fue aplastada de manera habitual
cuando la policía y los voluntarios mataron a 14 e hirieron a 47. Adams utilizó el juicio
y la siguiente comisión de investigación para establecerse como líder del movimiento
obrero y para dirigirlo hacia un camino moderado. El alto nivel de desempleo y el temor
de pedir un empleo asustaron a la mayoría de los trabajadores que no querían ponerse a
la cabeza durante tiempos normales y, así, profesionales autónomos, como abogados,
podían rellenar el hueco. Empezaron a dar voz a las masas y, entonces, consiguieron
tener el mando de los sindicatos, que utilizaron para mejorar sus perspectivas políticas.
Grantly Adams era un favorito de la Oficina Colonial Británica, que lo veía como un
"reformista fiable" quien colaboraría en su estrategia de eliminar independentistas
socialistas radicales como Payne, aunque, al mismo tiempo, promovería voceros
pequeño burgueses moderados que hablaban en nombre de los trabajadores ordinarios
pero disuadían cualquier actividad de los mismos (Bolland, 1995: 111-120).
Si bien Alexander Bustamante y Norman Manley en Jamaica, como sus
equivalentes en las islas más pequeñas, utilizaron los sindicatos de manera parecida, los
independentistas en Trinidad y Tobago procedieron con una táctica diferente. Ya hemos
visto que Trinidad tenía un mundo político más desarrollado, con un movimiento obrero
que se había escindido entre una ala reformista moderada dirigida por Cipriani y una ala
más radical y activista dirigida por la NWCSA. Otra complicación era la presencia del
British Empire Workers and Citizens' Home Rule Party (BEW&CHRP), el Partido de
los Trabajadores y Ciudadanos del Imperio Británico, dirigida por Uriah "Buzz" Butler
quien, aunque manifestaba lealtad completa al Imperio Británico, organizó acciones de
masa para promover sus reivindicaciones.
Dado este movimiento más organizado, el Gobernador Colonial persiguió un
enfoque más sutil, sobre dos flancos, durante los disturbios de 1935. Por un lado, arrestó
a los dirigentes obreros y, por otro, dio pequeños aumentos de sueldo y otras
concesiones de poca importancia a los trabajadores. Aunque esta táctica "más
humanitaria" dejó 14 muertos, 59 heridos y cientos de detenidos, fue demasiado blanda
en la opinión de los empresarios que presionaron con éxito al gobierno para destituir al
Gobernador y al Secretario Colonial (Singh, 1987: 67). La comisión investigadora
dirigida por John Forster se quejó de que "la patronal demuestra una indiferencia
sorprendente ante el bienestar de su mano de obra" y apoyó la formación de sindicatos.
La comisión, no obstante, reservó a las autoridades coloniales el poder de denegar
reconocimiento a dirigentes "inoportunos". Además, con un recordatorio espantoso del
armamento represivo que todavía el estado retenía, la comisión criticó a la policía
también porque había, una vez, vacilado en disparar sobre algunos manifestantes
(Bolland, 1995: 97).
La situación estaba evidentemente demasiado politizada en Trinidad para creer
que los nacionalistas moderados pudieran dominar la política de los sindicatos que se
constituyó rápidamente y, entonces, las autoridades buscaron la ayuda del TUC. La
Central Sindical británica rogó a los sindicatos que modelaran sobre las mismas líneas
constitucionales como sus homólogos británicos, que evitaran toda política, que se
limitaran a los asuntos relacionados con el lugar de trabajo y que se vieran como
mediadores entre el capital y el trabajo. Las becas se organizaron para que los sindicatos
pudieran estudiar en la Universidad de Oxford en Inglaterra, donde recibieron
formación en "responsabilidad", mientras que otros, como Butler y la NWCSA, que
rechazaron tales ofertas, fueron agobiados y encarcelados. La NCWSA, a pesar de su
nombre, era una organización internacionalista que actuó en solidaridad con la
República española y contra la invasión japonesa de China. Además, intentaron
organizar la población india en su propia isla. Sin embargo, la organización declinó
durante la Secunda Guerra Mundial cuando, con la muerte de Elma Francois, perdió a
su organizadora más influyente, al mismo tiempo que su política de oponerse a la
participación colonial en lo que consideraba como una "guerra entre los blancos" no fue
popular. Así, cuando empezó la agitación a favor de la independencia en la Trinidad de
posguerra, su líder, Eric Williams, que no tenía sus orígenes en los sindicatos, eran aún
menos restringido por vínculos orgánicos con las clases populares (Bolland, 1995: 1025).
Los trabajadores, por su lado, habían visto que el régimen colonial británico
solamente introduciría reformas pequeñas a paso de tortuga y, a última hora, después de
una acción militante (Lewis, 1968: 108). También, les ofendía el doble estándar por el
cual las colonias blancas, como Australia y Canadá, se auto-gobernaban, en tanto que
estas colonias, con una mayoría negra, sufrían de un orden político represivo y no
democrático lo cual era sólo un ejemplo más del racismo sistemático que apuntalaba al
Imperio Británico. En estas circunstancias, la campaña de Marcus Garvey y del
movimiento comunista internacional a favor de Abisinia, que el resto de Europa había
abandonado a la ocupación de la Italia fascista, echaba leña al fuego. Así, la esperanza
de que un Imperio reformado diera derechos iguales y un estándar decente de vida debía
parecer un sueño imposible, lo cual hizo de los obreros aliados entusiastas de los
nacionalistas pequeño-burgueses. La repuesta de las autoridades a las rebeliones
laborales confirmó esta opinión.
Está claro que los sindicatos que se crearon como consecuencia de las rebeliones
laborales echaron los cimentos de la descolonización y la independencia. Lo que es más
discutible es en qué se basa esta independencia. A partir de entonces, el comportamiento
respetable de la mayoría de la dirección sindical muestra que las autoridades coloniales
tuvieron éxito en incorporarles al sistema, retribuyéndoles con cargos en los gobiernos
coloniales antes de la independencia, además de la inclusión en las listas de títulos
honoríficos otorgados por el monarca (Daniel, 1957: 170). En la mayoría de las
naciones independientes de habla inglesa del Caribe, estos mismos dirigentes sindicales
constituyeron los primeros gobiernos pero, dado que la estructura económica no había
cambiado para nada, éstos gobernaron a beneficio de los intereses empresariales que
previamente habían dominado la economía colonial. No es de extrañar que los
miembros comunes de sus sindicatos no se encontraran en una posición económica
mucho mejor que en los tiempos coloniales. En consecuencia, suena falsa la predicción
de Arthur Lewis en 1939 que: "Hará de las Antillas del futuro un país donde la gente
común lleve una vida culta en libertad y prosperidad" (Lewis, 1939: 53).
A working class uprising against the British Empire
In the 1930s, the British colonies in the Caribbean witnessed a series of strikes and riots that
came to be known as the "Labour Rebellions". While agreed that the emergence of an organised labour
movement was a direct result of these rebellions, scholarly opinion is divided upon the real benefits
achieved by the West Indian working class. Arthur Lewis1 and Robert Alexander2 write in glowing terms
of the advances made by the workers, going so far as to speak of a "political revolution". Cynthia BarrowGiles3 and Gordon Lewis4, on the other hand, take a much more cynical view, seeing the outcome as the
channelling of a potential revolutionary situation into institutional frameworks and seeing the modest
social gains as mere appeasement that left the economic base of the oligarchy intact. One way to judge the
relative merits of these positions is to assess the extent to which working class economic concerns may
have been sacrificed to the self-interest of middle class nationalist politicians.
Starting from relatively minor labour unrest in 1934 in British Honduras, the Bahamas, Trinidad,
Jamaica and British Guiana, the wave of disturbances erupted in earnest in 1935 with a sugar workers
strike in St Kitts, followed by strikes and riots on St Vincent and St Lucia. There were further serious
outbreaks of violence in Barbados and Trinidad in 1937, Jamaica in 1938 and British Guiana in 1938 and
again in 19395. The pattern of events was similar throughout. A strike or other demonstration would be
met with the full force of the colonial state, often with the arrival of a Royal Navy warship. Faced with a
violent overreaction by the police, the military and pro-business "volunteers", the workers resisted as best
they could but, faced with overwhelming repressive force, they eventually returned to work with little or
no immediate material gains. Between 1934 and 1939, the forces of the state killed 46 workers, wounded
429 others and imprisoned thousands more6. There is no evidence of co-ordinated region-wide
organisation behind these events, so we must therefore look to political and economic conditions for an
explanation.
Since emancipation, the planters, with their allies in the colonial government, had done their best
to maintain a cheap labour economy in order to maximise their profits in an export oriented agricultural
economy based mainly on sugar7. The Wall Street Crash of 1929, which signalled the start of an
economic downturn that produced poverty and unemployment throughout the capitalist world, hit the
British West Indies particularly hard as emigrant labourers were repatriated from the United States, Cuba
and mainland Latin America where they had previously been working. Unemployment stood at 36% in
Jamaica and 75% of that island's workforce earned less than £1 per week while at the outbreak of the
strikes in 1938 there had been no wage increase for 7 years8. The level of poverty and hunger is well
illustrated by the fact that rioters in Barbados in 1937 looted potato fields. The sense of grievance
produced by such employment practices was compounded by the bad housing, malnutrition and appalling
sanitation that these workers had to endure in their communities. They had little or no means of seeking
redress.
While trade unions had been legal in Britain since 1871, in the British West Indies they were
either still either illegal or subject to severe legislative inconveniences. Even where it was legal to form
associations, the law neither allowed picketing nor provided protection for trade union funds from
liability. Nevertheless there had been attempts to create working class political and trade union
organisations in the larger colonies most notably in British Guiana and Trinidad but, faced with the
poverty of the workers and the adverse political environment, their existence was precarious at best. It
should be noted that, even in those colonies where some form of working class organisation already
existed, the strikes of the 1930s appeared spontaneous in nature and such pre-existing organisations could
only follow rather than lead the mass movement. In these circumstances, educated middle class
spokesmen such as Alexander Bustamante were propelled to the head of the movement.
1
2
3
4
5
6
7
8
Lewis A (1939) Labour in the West Indies p.52.
Alexander (2004) History of Organized Labor in the English-speaking West Indies, p.254.
Barrow-Giles (2002) Introduction to Caribbean Politics p.74.
Lewis G (1968) Growth of the Modern West Indies p.397.
Hart (1993) Labour Rebellions in the 1930s pp.9-18.
Lewis A (1939) Labour in the West Indies p.18.
Hart (1998) From Occupation to Independence pp.45-49.
Hart (1988) Origin and Development of the Working Class in the English-speaking Caribbean pp.33&63.
The fact that maverick middle class individuals could exercise such influence is testimony to the
undemocratic political structure of the Caribbean colonies and the lack of meaningful representative
structures through which workers could express themselves and seek redress for their grievances. There
was a restricted franchise in all the colonies which ensured the continued domination of a white elite
aided by a few trusted people of colour drawn from the small, mainly mixed-race, middle class. The
authorities had done their utmost to avoid the development of such a middle class by economic policies
that favoured big business and by the restriction of land ownership for black people. This produced a link
between economic class and skin colour that led to a mingling of black nationalism and class
consciousness in working class political thought9.
The socialist influences in the British West Indies were a contradictory amalgam of Marxism
and British Social Democratic reformism strongly influenced by the Fabians. The Fabian input stressed
responsibility, sought gradual reform within the context of the British Empire and was hostile to grass
roots organisation and militancy10. The British TUC, thoroughly cowed by their defeat in the 1926
general strike, acted in line with this pro-imperialist policy and their intervention promoted compromise
and capitulation rather than offering help from an internationalist perspective. This tendency can be
identified with Captain Cipriani in Trinidad and Hubert Critchlow in British Guiana. In the period leading
up to the Labour Rebellions, despite having worked hard in difficult circumstances to fight the abuses of
colonialism, such older leaders proved incapable of providing the necessary leadership in times of
heightened class conflict and were overtaken by events11.
Captain Cipriani was leader of a workers' organisation in Trinidad and Tobago, originally called
the Trinidad Workingmen's Association (TWA) but later renamed the Trinidad Labour Party (TLP), that
preached a socialism of the British Labour Party variety. Cipriani himself was from a well-to-do planting
family and directed the TWA/TLP into supporting benevolent members of the upper classes who might
institute reforms on behalf of the poor and discouraged the self-activity of the workers themselves.
Cipriani himslef deplored direct action and, as Rhoda Reddock states:
"The TWA struggles during the Cipriani years were fought not in the street, but in the legislative
council." 12
Nevertheless, despite Cipriani's hostile attitude to the 1937 strikes in Trinidad and his use of his position
as Mayor of Port of Spain to implement repressive measures, the organisation had provided an arena in
which political discussion could take place and in which many of the leaders of the 1937 strikes gained
valuable organisational experience.
Caribbean Marxism only had any real organisational existence in Jamaica where a small group
of activists around Hugh Buchanan and Richard Hart produced the Jamaica Labour Weekly but they
found themselves effectively sidelined by Alexander Bustamante when the Jamaican disturbances
erupted13 .While the Trinidadian Marxists, George Padmore and CLR James, made enormous
contributions to Marxism at an international level, they were no longer in the West Indies when the
troubles broke out and their influence in the events was marginal. This does not mean, however, that
Marxist influence was not important. The role of Communist-led seamen on the United States ship
Veragua, then docked in Kingston harbour, who refused to scab on the strike and spoke at public
meetings in support of the Jamaican workers, highlights the role of the National Maritime Union in
maintaining a bridge of solidarity between the USA and the Caribbean14. The Secretary of the New York
local of the NMU was a Jamaican Communist who used his position to facilitate the distribution of
Communist papers such as The Negro Worker, which was produced by black Communists in Harlem
under the guidance of George Padmore15. The links between radical dockworkers and seamen throughout
the region played a vital role both in spreading information and providing international contact with
socialist and nationalist ideas. Finally, an additional left-wing influence can be found in the return of
9
Daniel (1957) Labor and Nationalism in the British Caribbean p.163.
Bolland (2001) Politics of Labour in the British Caribbean p.360.
11
Lewis G (1968) Growth of the Modern West Indies p.269.
12
Reddock (1994) Women, Labour and Politics p124
13
Hart (1989) Rise and Organize p.18.
14
Post (1978) Arise Ye Starvelings p.357.
15
Stevens (2006) Bolshevik Current in the Black Caribbean Sea p. xvii
10
many emigrants from the USA and Cuba where they had been in contact with the substantial Communist
Parties of these countries16. An example of such international influence is Ruper Gittings who returned to
Trinidad having been deported from France for his involvement with the communist party's activities in
the 1934 French general strike17. However, while Marxism had an effect in raising the level of awareness
of the nature of the oppression and exploitation suffered by West Indian workers as well as giving
encouragement to militant action, it did not gain an organisational foothold that could have advanced the
direction of the revolt along specifically socialist lines.
When considering outside influences, the situation in the rest of the world needs to be
considered. The Great Depression had a devastating effect on workers everywhere, but by the midthirties, confidence was returning and wave of factory occupations and strikes swept through France and
the United States, producing real social and economic gains. Arthur Lewis, writing shortly afterwards,
notes that these events were followed with the greatest interest in the West Indies18. Cuba saw General
Strikes in 1933 and 1935, the first of these successfully bringing down the Machado dictatorship19, while
Puerto Rico experienced the biggest sugar workers strike in its history in 193420. In 1935, three weeks
after the events on St Kitts, the sugar workers on the French Island of Martinique followed their example
and, starting with a hunger march, occupied Fort-de-France and won all their demands21. Emigrant
workers from the British colonies were involved in all these actions and brought the experience and
increased confidence back home.
If socialist politics and working class action elsewhere were indirect influences, Marcus Garvey
had a more direct involvement, for as Nigel Bolland says: "he stood at the crossroads of two
solidarities"22, those of race and class. Garvey had been involved in trade union activity in Jamaica in the
early years of the 20th Century before leaving for the USA and he took a brief interest in trade unions
upon his return to the island in the early 1930s. However he was more interested in petty bourgeois selfimprovement and, by the time of the Labour Rebellions, Garveyism was in organisational decline while
Garvey himself was living in London and totally failed to grasp the significance of the events, replying to
James and Padmore during a heated exchange in Hyde Park that the strikers were mislead by agitators23.
Nevertheless, many of the strike leaders were Garveyites and the importance of Garvey in giving
confidence and self-respect to black workers cannot be underestimated when assessing his contribution to
the Rebellions24. However it should be recognised that, by placing his considerable influence behind the
concept of "black capitalism" and by stressing the predominance of race over class, he inhibited the
formation of an independent working class leadership in the trade unions that emerged from the struggles
of the late 1930s. He thereby eased the path for middle class black politicians to assume control of the
emerging labour movement.
There was one organisation, the Negro Welfare, Cultural and Social Association (NWCSA) of
Trinidad that brought together the ideas of socialism, feminism nationalism, anti-racism and anticolonialism. Having split with Cipriani in 1934, the future leaders of the NWCSA, Elma Francois and Jim
Barrette were active in solidarity with the sugar workers strike of 1934 and the 1935 Apex oil workers
strike as well as initiating the movement of solidarity with Ethiopia against Italian invasion. In 1934
Francois and Barrette, along with a returned emigrant from New York, Jim Headly, who had worked with
George Padmore in Harlem, founded the National Unemployed Movement (NUM) which organised
"hunger marches" to protest about the high levels of unemployment on the island. The NWCSA was
extremely active in the agitation leading up to the 1937 strike, but were taken by surprise by its outbreak.
However, they were very active in spreading the action from the oilfield to the capital and, as a result,
bore the brunt of the repression meted out by the colonial regime25.
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
Witney (2001) State and Revolution in Cuba p.75
Reddock (1994) Women, Labour and Politics p136
Lewis A (1939) Labour in the West Indies p.19
Carr (1996) Mill Occupations and Soviets p.150
González-Cruz (1998) U.S. Invasion of Puerto Rico pp.13-14.
Casteñeda-Fuertes (1998) Introducción al estudio del movimiento obrero caribeño pp.83-4.
Bolland (2001) Politics of Labour in the British Caribbean p.169.
Bolland (2001) Politics of Labour in the British Caribbean p.170.
Martin (1993) Marcus Garvey p.365.
Reddock (1998) Elma Francois pp.5-18
In every case, the immediate reaction of the authorities was the use of repressive violence. Glenn
Richards says:
Existing labour legislation made the preservation of public order indistinguishable from labour
discipline. The armed forces at the disposal of the St Kitts administration, both local and
imperial found themselves enlisted in the task of guaranteeing the planters' controlover labour...
Policing in St Kitts, therefore became essentially the management of industrial relations in the
interests of the employing classes"26
Thus in St Kitts, when peaceful strikes broke out in January 1935 and were spread by flying pickets, the
police and employers immediately opened fire on the crowds and broke the strike by armed force.
Similarly, when a riot broke out in St Vincent later that year against the intention to reduce import duty
on luxury goods while imposing an increase on items of everyday consumption, police and volunteers,
reinforced with marines from HMS Challenger, shot dead six protesters and wounded many more. These
actions set the scene for the remaining revolts in Jamaica, Barbados, Trinidad and British Guyana where
the repression using police, army, volunteers and Royal Navy warships was repeated in what had now
become an established pattern.
Before examining the nature of the labour movement that emerged from the strikes, it is first
useful to look at the immediate outcomes of the strikes. In the cases of St Kitts, St Vincent and St Lucia,
once order had been restored, management felt confident enough to reject all the workers demands.
Perhaps it was because of these defeats in 1935 that 1936 was a generally quiet year. In Trinidad, despite
succeeding in breaking the strikes, management nevertheless increased the oil workers wage by 2 cents
per hour, improved some fringe benefits and withdrew the hated "Red Book" labour passport27. This was
probably due to the importance of the Trinidadian oil industry, which provided 62% of the Empire's oil.
The strikes in the other colonies also produced few tangible benefits but the cumulative nature of the
actions did not go unnoticed in London and the Imperial government reacted in its traditional way by
sending a commission of enquiry. Great hopes were placed in this and, combined with the comparative
failure of the strikes in economic terms, the arrival of the commission helped direct discontent in a more
political direction even though sporadic labour unrest continued.
Despite the success of state repression in ending the strikes, the colonial administration had
realised that reform was necessary. So scandalous were the findings of the Moyne Commission that they
were not published until after the Second World War, as it was feared that they could have been used as
propaganda by the Nazis. In addition to some protective labour legislation, the main outcome of the
commission was the recognition that the disturbances had been exacerbated by the lack of legitimate
channels to express grievances. The government therefore set about legalising trade unions in such a way
that they would fall under the control of "responsible" leaders. Women had been particularly active in the
strikes but the new direction of colonial policy also emphasised the family with a male breadwinner,
thereby reducing the role of women in the "responsible" trade unions28
Trade unions fulfil a dual role in capitalist society and serve as both a defensive organisation of
the working class and as an instrument to contain workers within confines set by the system. There is an
obvious contradiction between these two roles and the extent to which the defensive role can be effective
depends both upon the organisation's leadership and on whether the membership can exert democratic
control over that leadership. The colonial authorities, aided by advisers from the British TUC, skilfully
managed the situation by promoting splits and divisions, more often based on personality than politics,
thereby restricting the ability of the new unions to gain real advances for the working class29. The new
leadership often came from the local middle class and, despite many being obviously sincere, they had
their own political interests, shaped by the colonial system, which caused them to divert workers'
demands for equality into nationalist demands for independence. The trade unions therefore became the
base for the permanent political parties that dominated West Indian political life thereafter, but typically
these were nationalist rather than socialist parties30. It is significant that where nationalist and socialist
26
27
28
29
30
Richards (1993) Order and Disorder in Colonial St Kitts p19
Craig (1988) Smiles and Blood pp.20&32.
Reddock (2005) Women Workers' Struggles in the British Colonial Caribbean p.36.
Henry (1972) Labour Relations and Industrial Conflict in Commonwealth Caribbean Countries pp.37-46
Bakan (1990) Ideology and Class Conflict in Jamaica p.5.
politics united in the independence movement in British Guiana, the metropolitan government, using the
tried and tested policy of divide and rule, did all in its power to prevent such an outcome and made sure
that they left the newly independent Guyana in "responsible" hands.
The middle class leadership of the new unions encouraged a blurring of class lines, a political
position that logically flows from both Garvey's black nationalism and British reformist Social
Democracy. This led the working class in the British West Indies into support for a capitalist vision of
independence that gave second place to the class based demands that had been the spark for the strike
wave. The independence movements that swept the British Empire after the Second World War had their
origins in pre-war struggles in the colonies. Their leaders were typically sections of the middle class,
frustrated by the economic and social backwardness that the status of a colony imposed upon them and
who sought to resolve these problems by turning their homeland into a nation like any other. In order to
achieve this they need a mass base that could fight for independence31.
Grantly Adams, the lawyer who defended local workers' leader, Clement Payne, whose
deportation sparked the 1937 revolt gives us a practical example of this process as he managed to use the
situation to become the future leader of an independent Barbados. Clement Payne had been active in the
NWCSA while he lived in Trinidad and, when he returned to Barbados in March of that year, he began
organising public meetings with a group of socialists and garveyites. When he was arrested and secretly
deported back to Trinidad, rioting broke out and the police fired on the crowd. Strikes started on the
docks, in the foundry and among transport workers, with bus drivers spreading the news to rural areas
before walking out themselves. The strike was crushed in the now standard fashion as police and
volunteers killed 14 and wounded 47. Adams used the trials and the following commission of enquiry to
establish himself as leader of the emerging labour movement and to direct it onto a moderate path. The
high level of unemployment and the fear of losing a job made individual workers frightened to take the
lead in times of peace, thereby leaving the field open to self-employed professionals, such as lawyers,
who started giving voice to the masses and then leading the new unions in such a manner as to advance
their own political careers. Grantly Adams was a favourite of the Colonial Office who saw him as a
"reliable reformer" who would collaborate with their double edged strategy of removing radical socialist
nationalists like Payne while encouraging moderate middle-class spokesmen who argued on behalf of the
ordinary workers but discouraged any self-activity32.
Alexander Bustamante and Norman Manley in Jamaica along with their equivalents in the
smaller islands worked in a similar manner through the trade unions, the only colony that pursued a
different course was Trinidad and Tobago. We have already seen that Trinidad had a more developed
political scene with a pre-existing workers movement split between a reformist wing led by Cipriani and a
revolutionary wing led by the NWCSA. The situation was further complicated by the presence of the
British Empire Workers and Citizens' Home Rule Party (BEW&CHRP) led by Uriah "Buzz" Butler who,
while professing absolute loyalty to the British Empire organised mass action in support of its demands.
Faced with more organised opposition, the Governor pursued a two-pronged approach to the disturbances
in 1935, arresting workers leaders and while giving small wage increases and other minor concessions to
the workers. Even though this "more humane" approach left 14 dead, 59 wounded and hundreds under
arrest, it was still too soft for the employers who lobbied for and obtained the removal of both the
Governor and the Colonial Secretary33. The commission of enquiry led by John Forster, while
complaining that "management display a surprising indifference to the welfare of their labour", supported
the development of trade unions but reserved the right to refuse recognition to unsatisfactory leaders. In a
chilling reminder of the continuing repressive armoury the state retained, the commission criticised the
police for hesitating to fire on demonstrators34. The situation was clearly too politicised to trust moderate
middle-class nationalists to dominate the politics in the trade unions which quickly formed and so the
help of the TUC was sought, who urged the new Trinidadian trade unions to model themselves on "sound
constitutional" British lines, to avoid all politics and to confine themselves to work-related matters and to
see themselves as mediators between capital and labour. Scholarships were organised to enable trade
unionists to study at Oxford University where they received training in "responsability" while those, such
31
Harman (1992) Return of the National Question p.12.
Bolland (1995) On The March, pp.111-120
33
Singh (1987) The June 1937 Disturbances in Trinidad p.67
34
Bolland (1995) On the March p.97
32
as the Butler or the NWCSA who refused this carrot were harrassed and imprisoned. The NCWSA,
despite its name, was an internationalist organisation, having been active in solidarity with the Spanish
Republic and against the Japanese invasion of China, and tried to organise amongst the East Indian
population of Trinidad. However, the colonial policy of divide and rule successfully managed to deny
them access to this important part of the population and they went into decline during the Second World
War when they lost their most popular organiser with the death of Elma Francois and their policy of
opposition to colonial participation in what they saw as a "white man's war" proved to be unpopular.
Thus, when agitation started for independence in post-War Trinidad, it defied the pattern whereby the
new leaders came from the trade unions and the field was left to moderate middle-class nationalists
around Eric Williams who were even less encumbered by organic links to the lower classes.35
The class structure of the British West Indies, distorted by the determination of the ruling elite
and the colonial government to restrict the possibilities for the development of peasant farming and other
small enterprise, meant that the main mass base for the independence movement was the proletariat. The
workers, for their part, had seen that the British colonial regime would only introduce tiny reforms at a
snail's pace and then only at the last minute because of militant action36. They were also affronted by the
Imperial double standard whereby white colonies such as Australia and Canada were granted selfgoverning Dominion status, while colonies with a black majority suffered from an undemocratic and
repressive political order that was just another example of the systematic racism that underpinned the
British Empire. In these circumstances, Marcus Garvey's campaign to highlight the plight of Abyssinia,
abandoned to the occupation of Fascist Italy by the rest of Europe, only added fuel to the flames. Thus,
hope for a reformed Empire that would give equal rights and a decent standard of living must have
seemed an impossible dream and made the workers willing allies of the middle class nationalists. The
authorities' response to the Labour Rebellions only confirmed this impression.
It is clearly true that the Labour Rebellions laid the foundations for decolonisation and
independence in most of the British West Indies, what is more open to question is the basis of that
independence. The fact that the colonial authorities had succeeded in safely incorporating most of the
trade union leadership is evidenced by their increasingly respectable behaviour which was rewarded by
posts in pre-independence governments and by appearances in the honours lists37. In most of the
independent nations of the Caribbean, these trade union leaders went on to be the new political rulers but,
given the fact that the economic structure of the ex-colonies remained unchanged, they ruled on behalf of
the same business interests that had previously dominated the colonial economy. It is not surprising
therefore that the ordinary members of their trade unions found themselves economically little better off
than they were in colonial times, giving a hollow ring to Arthur Lewis's confident prediction in 1939 that
"It will make of the West Indies of the future a country where the common man may lead a cultured life
in freedom and prosperity"38.
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