La historia como disciplina académica, frente a los problemas del

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La historia como disciplina académica, frente a los problemas del México de hoy
Clara Inés Ramírez González
IISUE-UNAM
¿Qué puede hacer la historia ante los grandes problemas del México de hoy?
La pregunta resulta abrumadora para una disciplina académica como la historia, pero es
fundamental para definir a la historia misma como quehacer profesional. Se trata, en
esencia, de la pregunta ¿para qué sirve la historia?, formulada por Marc Bloch en 1941, a
comienzos de la segunda guerra mundial. Tres años después, el historiador fue detenido
por los alemanes y asesinado, por ser judío y militante de la resistencia francesa.1 Muerto
a los 57 años, Bloch contaba con una producción académica que lo sigue acreditando
como uno de los historiadores más importantes del siglo XX.
Con la misma urgencia y compromiso debemos preguntarnos hoy para qué le sirve la
historia al México de hoy. No podemos, sin embargo, copiar las respuestas de Bloch,
porque el origen de nuestros problemas y la situación a la que nos enfrentamos es
distinta.
1. Mi primera impresión ante la pregunta de para qué le sirve la historia a México es la
sensación de que la disciplina histórica tiene tiempos muy lentos frente a la urgencia de
las respuestas que requiere el México de hoy. Es cierto que los problemas de la historia
surgen de las impresiones fuertes que recibimos los historiadores y que nuestra disciplina
es un diálogo constante con el presente; pero una vez surge la pregunta, y para que el
diálogo surta efecto, los historiadores debemos emprender un trabajo rutinario y
disciplinado. Pasamos días leyendo documentos lenta y meditadamente, debemos
conocer la bibliografía existente sobre el tema y escribir, sin prisas y reflexivamente, para
explicar a las lectoras y lectores interesados, el pasado que nos constituye como sociedad.
Mientras tanto, la realidad social tiene un tiempo vertiginoso que exige respuestas
prontas. ¿Cómo es posible pues mezclar los tiempos de la disciplina académica y los de la
Carole Fink, Marc Bloch. Una vida para la historia, Valencia, Universidad de
Valencia, 2004.
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acción política? Para tratar de responder a esta pregunta pienso en cómo lo han hecho los
grandes historiadores, a los que, después de siglos, aún seguimos leyendo y encontrando
sugerentes.
Antes de que la historia fuera una disciplina universitaria, algunos destacados
historiadores eran políticos o militares en desgracia que escribieron en el destierro, en
cautiverio o en el olvido de sus contemporáneos. Tucídides, por ejemplo, escribió La
guerra del Peloponeso en el destierro, después de sus fracasos político-militares y ante la
convicción de que se acercaba el fin del mejor momento de Grecia debido a las
decisiones equivocadas de sus contemporáneos. Tucídides es consciente de que no puede
parar el curso de la historia inmediata, pero escribe para el futuro. Piensa que su obra será
útil a “…cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado y de los
que en el futuro serán iguales o semejantes…” y considera que su “…obra ha sido
compuesta como una adquisición para siempre, más que [como] una pieza de discurso
para escuchar un momento”. 2 Siete siglos después seguimos leyendo La Historia de
Tucídides como un obra escrita para siempre… y podemos preguntarnos ¿habrá impedido
las guerras intestinas y logrado que los políticos se preocupen por la unidad de sus
pueblos? Sólo podemos decir que ha sido una de las lecturas obligadas de la historia
política. Frente al trabajo de Tucídides me pregunto, en cambio, cuánto durarán nuestras
obras, sometidas a la urgencia del momento y a las presiones de la vida académica.
Me parece entonces que el primer compromiso de la historia académica para con el
México de hoy es producir historias que duren para siempre. Investigaciones rigurosas,
que respondan a cuestiones fundamentales y que puedan ser verificadas por la comunidad
académica internacional. Obras sólidas que fortalezcan los referentes culturales de los
mexicanos y cimienten la conciencia de pertenecer a una sociedad forjada durante siglos
de tradición, que puede sobrevivir a la violencia y a la crisis.
Nuestro trabajo como historiadoras e historiadores debe surgir de las preguntas que el
México de hoy nos reclama, pero su respuesta no puede renunciar a la investigación
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Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, Madrid, Gredos, 1990, p. 164-166.
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pausada y al rigor académico, condiciones fundamentales de nuestra disciplina y garantes
de una obra honesta que contribuya a fortalecer esa parte de México que debe pervivir.
En México tenemos las condiciones para escribir buenas obras de historia. Por mi parte,
puedo decir que vivo una especie de exilio político interno que, sino grato, constituye una
condición ideal para escribir. Además, tengo una situación profesional mejor que la de
muchos historiadores del pasado. Pienso por ejemplo en Maquiavelo, quien escribió La
historia de Florencia en el exilio y necesitado de trabajo; debió aceptar el mecenazgo de
los Medici, familia a la que él consideraba nefasta para la historia de su ciudad; aún así,
fue honesto y se las arregló para no adular a su mecenas. En México, en cambio, los
historiadores profesionales de hoy no estamos sometidos a ningún mecenazgo
obligatorio. Contamos con instituciones sólidas que nos aseguran un lugar para
desarrollar nuestro trabajo profesional en libertad.
Considero que otro de los compromisos de los historiadores e historiadoras profesionales
de México es conservar, mejorar y ampliar las oportunidades que ofrecen las
instituciones culturales y educativas del país. Ellas son un legado que no podemos
desperdiciar y que hay que aprovechar al máximo.
La primera inquietud que me planteé queda resuelta con la certeza de que el trabajo lento
del historiador debe pensar en los tiempos largos de la historia. Retomar lo que recibimos
del pasado y mejorarlo para las siguientes generaciones, apostando por trabajos sólidos y
duraderos, en instituciones cada vez más útiles a la sociedad.
Tal vez alguien pueda objetar que no se puede ni se debe trabajar rigurosamente en medio
de la violencia que asola al país. Sin embargo, en medio de la guerra se han escrito
grandes obras de historia. Henri Pirenne escribió su Historia de Europa en prisión,
durante la primera guerra mundial, encarcelado por haberse opuesto a la invasión
alemana a su país, Bélgica.3 En el prólogo cuenta cómo estando en una cárcel común lo
aislaron por la inquietud que producían sus clases de historia a los prisioneros rusos;
Pirenne, Henri, Historia de Europa. Desde las invasiones al siglo XVI, México, Fondo
de Cultura Económica, 1981.
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entonces, en la soledad de su reclusión hizo de su profesión la rutina diaria que le
permitió sobrevivir al cautiverio y a las fatales noticias que recibía del exterior, como la
muerte de su hijo en el frente de guerra.
2. La segunda inquietud que saltó a mi mente ante la pregunta de para qué sirve la
historia ante los problemas del México de hoy tiene que ver con la violencia. ¿Qué puede
hacer mi profesión ante los muertos violentos de cada día? Podría parecer que ocuparse
de la violencia es pedirle mucho a la historia como disciplina académica, no sólo por sus
tiempos lentos, como decía antes, sino por el corto alcance de sus repercusiones sociales.
Pienso en los libros de 500 ejemplares que no se agotan en un país de más de cien
millones de personas que parecen ajenas a nuestros esfuerzos. Pero yo creo que la historia
como disciplina sí tiene algo que hacer frente a la violencia social.
Por mi propia historia siento que la violencia social me persigue. Nací en Medellín,
Colombia, en 1962, y emigré a México en 1981, hace 31 años. De alguna manera mi
historia personal ha sido combatir el miedo que acompaña a la violencia y que paraliza
las acciones. Ese miedo que crece como un murmullo hasta hacerse grito; de caso en
caso, de relato en relato.
De todos los estudios, artículos, programas, entrevistas y documentales que sobre la
violencia en Colombia y ahora en México he visto y leído, una frase se me ha quedado
grabada: “…estamos en manos de muchachos armados”. Aunque la frase fue dicha para
Colombia me parece importante repensarla para México. Tal vez también sean
muchachos armados los que están en las calles, aunque quienes los hayan puesto allí sean
señores mayores. Si estamos en manos de muchachos armados… esa puede ser, me
parece, la cuenta que nos está pasando el rezago educativo y la falta de oportunidades que
venimos acumulado en México. Perdimos la oportunidad de tener en las aulas
universitarias a miles de jóvenes que van armados por ahí, decidiendo futuros sin
conciencia clara de la diferencia entre la vida y la muerte.
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No debemos perder ni un estudiante más y debemos atraer a las escuelas a muchos más.
Pero sobre todo, es necesario abrir las oportunidades para los profesionales en México.
Para enfocar el problema desde el ámbito de la historia, que conozco mejor, puedo decir
que las posibilidades de desempeño profesional para los y las historiadores es más amplio
del que contemplan los perfiles de egreso de las licenciaturas en historia. Durante el
seminario de titulación que implementamos en las licenciaturas de historia de la UNAM
nos encontramos con pasantes en historia trabajando en campos no reportados hasta
entonces, como museos, instituciones culturales, proyectos artísticos, turismo y, sobre
todo, archivos públicos y privados. Por ejemplo, la ley de acceso a la información abrió
un campo de acción para los estudiantes de historia que las universidades no han podido
aprovechar a cabalidad. Es necesario profesionalizar a la sociedad mexicana. Un solo
dato bastaría para comprender la demanda de historiadores profesionales que puede tener
México. Si se amplia la cobertura educativa en la educación media superior, no
tendríamos historiadores suficientes para cubrir la demanda de maestros que ese esfuerzo
requeriría.
La educación es, pues, otro de los grandes retos de la historia como disciplina académica
ante los problemas del México de hoy.
3. Por último, y en relación con lo ya dicho, la historia como disciplina académica tiene
un compromiso con la difusión de la historia para un público amplio. Es cierto que las
obras de historia profesionales y rigurosas están destinadas a una comunidad académica
pequeña, que debe ser exigente y precisa. Por eso decía antes que el primer compromiso
de los historiadores profesionales con México es escribir obras de alta calidad académica.
Pero el trabajo de los historiadores no puede quedarse allí. A partir de esa pequeña
comunidad, la historia debe extenderse en círculos concéntricos hasta llegar a toda la
sociedad. Si las investigaciones académicas son pertinentes y honestas pueden hacerse
comprensibles para el público en general. Sin buenas obras académicas no habrá buenos
trabajos de difusión tampoco. Pero la difusión de la historia no es automática y deben
hacerla los mismos historiadores en un trabajo interdisciplinario con otros profesionales.
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Hay que trabajar en ella, procurarla, invertir tiempo y dinero institucional en los
proyectos de difusión de la historia. Junto con Armando Pavón y el grupo de
historiadores con quienes he trabajado hemos tenido buenas experiencias en este campo.
Convertimos nuestras investigaciones académicas sobre historia de las universidades en
exposiciones para un publico amplio, logrando audiencias de 20 mil y 40 mil visitantes,
lo que con un libro hubiera sido imposible. Tales fueron las experiencias con la
exposición Tan lejos tan cerca, a 450 años de la Real Universidad de México y Los otros
molinos del Quijote. He de reconocer, sin embrago, que el desgaste que hemos tenido en
este campo ha sido mayor que el que he experimentado en la investigación y en la
docencia. Es necesario trabajar con equipos interdisciplinares grandes y contar con el
respaldo certero de las autoridades institucionales, lo que no siempre es fácil. Estas
dificultades, todo hay que decirlo, nos han alejado últimamente de esta faceta de la
historia, sin la que, sin embargo, el trabajo profesional de un historiador o historiadora
nunca estará completo.
La historia como disciplina académica tiene, pues, mucho que hacer frente a los grandes
problemas del México de hoy. Ante todo, debe apostar por fortalecerse y consolidarse
como disciplina, logrando que sus productos puedan ser bien recibidos por la comunidad
internacional de historiadores. Además, debe formar profesionales capaces de
desempeñarse en las diversas ocupaciones relacionadas con la historia que necesitan
profesionalizarse y debe asumir el compromiso de la educación de los jóvenes de
México, para que puedan desempeñarse como ciudadanos completos. Asimismo, los
historiadores deben devolver a la sociedad que les ha permitido trabajar el producto de
sus investigaciones académicas, participando en proyectos de difusión que muestren a la
sociedad mexicana cómo es producto de una trama sólida de pequeños y múltiples hilos
que bien pueden resistir la violencia de hoy y crear mejores oportunidades para mañana.
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