Diario de un cazador

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Diario de un cazador
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Diario de un cazador
Roberto Urdaneta Gómez
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Diario de un cazador
A esos amigos cazadores –dijo– de buen corazón
y mala lengua, para quienes cazar en mano
continúo siendo un deporte (...),
porque la pieza, pese a todo,
aún sigue siendo para ellos
un trofeo y una suculenta merienda.
MIGUEL DELIBES
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Dedicado en especial a mi abuelo
José María Gómez Campuzano,
quien me enseñó a amar la caza
y me obsequió la escopeta.
R.U.G.
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Diario de un cazador
Septiembre 13 de 1970
La cacería no está buena por estos días y no madrugué.
Me fui sólo con Enrique –el hijo de doña Cristina, mi
empleada de la hacienda Malta–, mi gran recogedor, y
la ‘Negra’, una buena perra Labrador que me gané en
un torneo de skeet en Los Pinos Polo Club, pegado al
San Andrés Golf Club. Salimos a las 12 del día. Nos
dirigimos a un bonito potrero de la hacienda San José,
al otro lado del camino, que tenía cinco árboles que se
llamaban eucaliptos. Pero durante un par de horas tan
sólo maté una paloma.
Allí logré matar una que otra palomita de
‘fetecuazo’, y en vista de esto nos dirigimos al potrero
de las caicas en los humedales, al final de San José.
Íbamos alertas hasta cuando salió la primera. Alcé la
escopeta y disparé: quedó muerta. Después otra y otra
más... El resultado fueron cinco caicas, ayudado por la
Negra y Enrique.
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Ya por la tardecita, me fui al ‘quedadero’ de los
eucaliptos en el que había estado la semana pasada.
Pero no llegó ninguna. De modo que, con la llegada de
la noche, me regresé a casa.
Sábado 19
Ayer fui también de cacería, pero sin La Negra solo con
Enrique. Íbamos en el Nissan Patrol con César, el
chofer de mi abuelo. Nos fuimos a una hacienda
relativamente cerca de la nuestra. Cargué mi escopeta
Beretta –obsequiada por mi abuelo cuando cumplí
quince años– calibre 12. Había una hacienda contigua
La Merindad donde sembraban cebada. Pero aquel día
no llegaron las palomas. Cuando ya nos íbamos pasó
una palomita a la que alcancé a disparar. Enrique me la
trajo ya muerta. Cargué mi escopeta y continuamos
nuestro camino. En vista de que no salió nada nos
fuimos. Después me fui a ver a mi pequeño hato, las
vacas de cuyo producido saco el dinero para los
cartuchos –Almacén Militar–. Una de las vacas de las
mías se cayó en una chamba. Entre todos ayudamos y
logramos sacarla. ¿Cómo habría quedado si se me
hubiera ahogado mi vaca?
Después de toda esta travesía, arrancamos para
la Hacienda San José a ver si encontrábamos palomas.
Pero tampoco; mala época como para ir a disparar.
Continuamos un poco más, hacia los humedales de las
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