Iglesia y Holocausto

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RESPUESTA DEL COMITÉ JUDÍO INTERNACIONAL PARA
CONSULTACIONES INTERRELIGIOSAS AL DOCUMENTO VATICANO
"NOSOTROS RECORDAMOS: UNA REFLEXIÓN SOBRE LA SHOÁ"
(Traducción al español, elaborada por OJI, del estudio en inglés del IJCIC "Response to the
Vatican Document “We Remember: a Reflection on the Shoah»", distribuido por el Instituto del
Congreso Judío Mundial, con sede en Jerusalém).
El documento "Nosotros Recordamos: Una Reflexión Sobre la Shoá" ("We Remember:
A Reflection on the Shoah"), fue emitido en marzo de 1998 y debatido en una reunión
del Comité Internacional de Enlace (International Liaison Committee) ese mismo mes y
año. Provocó reacciones entre nuestras organizaciones miembros, y desearíamos
resumirlas y someterlas a su atención.
Nos agradaría, en primer lugar, expresar nuestro aprecio por la carta que el Papa Juan
Pablo II dirigió al cardenal Cassidy, en la que expresó su confianza en que todos los
hombres de buena fe trabajen juntos, a lo que nosotros adherimos sinceramente.
Estamos profundamente conscientes de las muchas iniciativas del Papa para mejorar las
relaciones católico-judías durante los veinte años de sus papado, y de su sensibilidad
personal por los horrores de la Shoá.
El documento y el antisemitismo
El tópico del documento, tal como fue concebido en 1987, fue La Shoá y el
Antisemitismo y hemos considerado a las secciones que advierten sobre los peligros del
antisemitismo, como un testimonio emocionante de la determinación de luchar contra
dicho mal en toda forma y en todo lugar. Tales peligros están señalados y descriptos con
fuerza y no dejan a los creyentes con duda alguna de que, según las palabras que ha
repetido el papa Juan Pablo II al respecto, el antisemitismo es un pecado. Esta clara
afirmación va mucho más allá de previos documentos del Vaticano sobre la materia, y
damos la bienvenida a su inequívoco llamado. También estamos perfectamente
conscientes de que este documento llegará a millones de personas en partes del mundo
que no han estado en contacto directo con los judíos y que, por ende, puede contribuir a
contrarrestar los tradicionales prejuicios que existen en ese respecto. Confiamos en que
se hará todo lo necesario para asegurar que el mensaje alcance rápidamente a las bases.
El historial
Nuestros problemas con el Documento se refieren a la presentación histórica y a la
interpretación. Sin embargo, permítasenos primero expresar que el sumario del curso
sobre la Shoá, calificada como "un relevante episodio de la historia del siglo" ("a major
fact of the history of the century"), tornaría imposible la obscenidad de la negación de la
Shoá por parte de los católicos, y lo consideramos uno de los principales aspectos
positivos del Documento.
Nuestra decepción con el enfoque histórico fue acentuada por la gran impresión que nos
ha causado la serie de declaraciones en torno a este tópico que han sido publicadas en
años recientes por conferencias episcopales nacionales, especialmente en los países que
fueron foco de la perpetración de la Shoá, muchas de ellas en ocasión del cincuentenario
de la liberación de los campos o de la finalización de la Segunda Guerra Mundial en
Europa.
Dichos documentos han estado caracterizados por su claridad, sinceridad y coraje, y
nosotros habíamos esperado que el Documento Vaticano fuera redactado con el mismo
ánimo categórico. En lo que atañe a aspectos del pasado histórico, vamos a citar
porciones de esos documentos como ejemplos de las conclusiones que esperábamos que
fuesen similarmente expresadas en el Documento Vaticano.
Cristianismo y antisemitismo histórico
Reacciones judías iniciales sobre la publicación del Documento, estuvieron hondamente
preocupadas por la incorporación de la cita del discurso pronunciada por el Papa el 31 de
octubre de 1997, en el cual él dijo: "En el mundo cristiano - no digo por parte de la
Iglesia como tal - interpretaciones injustas y erróneas del Nuevo Testamento respecto del
pueblo judío y su supuesta culpabilidad, han circulado desde hace demasiado tiempo".
Nadie puede poner en duda el sincero aborrecimiento del Papa hacia el antisemitismo,
pero esta aparente absolución de la Iglesia respecto de su responsabilidad histórica fue,
por lo menos, curiosa. Las reacciones judías recurrieron a enumerar, con gran detalle, los
hechos aciagos cometidos por la Iglesia histórica.
En la reunión del Comité Internacional de Enlace, el cardenal Cassidy explicó la
perspectiva que habían tenido los redactores del Documento. Tal como fue resumido en
el comunicado subsiguiente, él sostuvo que la expresión "la Iglesia" se refiere, para los
católicos, a la inefable desposada de Jesucristo, en tanto que el término "hijos e hijas de la
Iglesia" no excluye a ningún miembro de la Iglesia a todo nivel.
Nosotros consideramos que fue desafortunado que la distinción no fuese explícitamente
expuesta en el Documento, y además sentimos que no todos los creyentes católicos
conocen esta distinción; y percibimos que el Documento, tal como fue expedido, puede
(y efectivamente, así lo hizo) conducir a conclusiones diferentes de las que nos dicen
tuvo intención.
Incluso después de la explicación, encontramos confusas a muchas declaraciones
eclesiales, incluyendo las de las Conferencias Episcopales con sus frecuentes referencias a
las faltas de "la Iglesia". Señalamos al respecto la declaración que efectuaron los obispos
alemanes y austríacos en 1988, que dice que "la Iglesia que nosotros proclamamos santa y
a la cual honramos cual un misterio, es también una Iglesia pecadora y en necesidad de
conversión", lo cual parecería estar en conflicto con el concepto de infalibilidad de la
Iglesia mística.
Hemos notado con agrado que el padre Raniero Cantalamessa, en su sermón del Viernes
Santo que pronunció en nombre de la Casa Pontificia, citó la declaración del Papa del 31
de octubre pero omitió la frase que nosotros consideramos problemática. El
Documento por cierto que se formula algunas de las preguntas pertinentes que era
necesario que fueran preguntadas: "¿La persecución nazi contra los judíos fue facilitada
por los prejuicios antijudíos embebidos en algunas mentes y corazones cristianos?". "¿El
sentimiento antijudío entre los cristianos los hizo menos sensibles, o los tornó incluso en
indiferentes, a las persecuciones lanzadas contra los judíos por el nacional.socialismo
cuando éste llegó al poder?".
Se esperaba una clara respuesta a tales preguntas, que mostrase cómo la enseñanza del
menosprecio ha influido a la Cristiandad a través de los siglos, y cuán profundamente
afectó la misma a las reacciones cristianas ante la persecución nazi. Tal diafanidad sí
estaba claramente expresada en los documentos de los obispos.
Por ejemplo, en la declaración de los obispos holandeses expedida en 1995 se lee que
"una tradición de antijudaísmo teológico y eclesiástico contribuyó al clima en cuyo seno
la Shoá pudo tener lugar. Una pretendida «manifestación de vilipendio» enseñaba que los
judíos eran un pueblo rechazado después de la muerte de Cristo. Esta clase de tradiciones
provocaron que los católicos hayan aislado a los judíos, a los cuales, en algunos casos,
fueron indiferentes u hostiles. Nosotros rechazamos la tradición del antijudaísmo
eclesiástico y lamentamos su terrible resultado".
En 1997 la Declaración de los Obispos Franceses expresó el aspecto histórico con una
claridad especial: "Una tradición de antijudaísmo afectó a las doctrinas cristianas y sus
enseñanzas, teología y apologética, prédica y liturgia, en diversos grados y prevaleció
entre los cristianos a través de los siglos hasta el Vaticano II... Incluso hasta la enormidad
de que los sacerdotes y líderes de la Iglesia condonaron por largo tiempo que la
enseñanza del desprecio se desarrollara y fomentara en las comunidades cristianas una
cultura religiosa colectiva que permanentemente afectó y deformó las mentalidades. Ellos
cargan sobre sí una seria responsabilidad".
El parágrafo relevante del Documento Vaticano (página 8, parágrafo 1) se refiere por
cierto al contenido histórico, pero evita adoptar una posición clara sobre la relación entre
la enseñanza del desprecio y el clima político y cultural que hizo posible la Shoá. Frases
como "sentimientos de antijudaísmo en algunos sectores cristianos y la brecha que había
entre la Iglesia y el pueblo judío, llevaron a una discriminación generalizada..." o que los
judíos "eran considerados con cierta sospecha y desconfianza. En tiempos de crisis,
como ser de hambruna, guerra, pestilencia o tensiones sociales, la minoría judía fue a
veces tomada como una víctima propiciatoria y hecha objeto de violencia, saqueo,
incluso masacres", pasan por alto la persecución sistemática e incesante ejercida durante
dieciséis siglos por la Iglesia, sus líderes y teólogos, sacerdotes y laicos.
No se trató meramente de "una cierta sospecha y desconfianza", sino de una política
institucionalizada de humillación, discriminación y odio, diseminada en la legislación
canónica y el catecismo, desde púlpitos y escuelas, dirigida al propósito de reducir al judío
a una posición de total inferioridad en cada aspecto del pensamiento y la conducta. El
Documento apenas insinúa la realidad que es sucintamente presentada en algunas de las
declaraciones hechas por los obispos, (Nosotros le damos la bienvenida a la clarificación
que emitió el cardenal Cassidy en el Comité Internacional de Enlace y reiterada en una
entrevista que brindó a la agencia Reuters el 2 de abril, en la cual él señaló que no hubo
intención de excluir a papas, obispos o cualesquier funcionario eclesiástico de culpa
alguna, y estuvo de acuerdo en que el Documento bien pudo ser más claro en este
punto).
La Iglesia y la Shoá
Esto nos trae a la consideración del papel desempeñado por el antisemitismo histórico de
la Iglesia en el desemboque de la Shoá y la real conducta de los católicos durante aquellos
tiempos terribles. Primero de todo, el Documento ha trazado una distinción entre el
antisemitismo basado en teorías contrarias a la enseñanza constante de la Iglesia acerca
de la igualdad humana, y el antijudaísmo.
El régimen nacional socialista, se dice en el Documento, fue un sistema acabadamente
neopagano cuyo antisemitismo tuvo sus raíces fuera de la cristiandad. Pues entonces, se
plantea la pregunta adecuada: "¿La persecución de los nazis a los judíos, acaso no fue
facilitada por los prejuicios antijudíos enclavados en algunas mentes y corazones
cristianos?". La implicación de que cristianos han sido culpables de antijudaísmo pero
que el antisemitismo es contrario a la enseñanza de la Iglesia, es dudosa y resulta
desafortunado que se la haya hecho figurar mediante generalidades que bien pudieran
desorientar a muchos del objetivo para el cual se elaboró este Documento.
Por cierto que hubo un cambio en el principal énfasis del antisemitismo durante el tramo
final del siglo XIX, desde una base religiosa a un prejuicio más secular dotado de una
base seudo racial. Sin embargo, ¿acaso puede sostenerse que esta última especie no fue
influida por los largos siglos de condicionamiento eclesiástico? Los partidos antisemitas
que predicaban la nueva ideología desde finales del siglo XIX, frecuentemente resaltaron
sus afiliaciones cristianas. Por ejemplo, el partido de unos de los formuladores del
antisemitismo moderno en Alemania, Adolf Stoecker, fue el Partido Social Cristiano de
los Trabajadores; el partido del antisemita alcalde de Viena, Karl Lueger (quien ejerció
una gran influencia sobre Hitler) fue el de los Cristianos Unidos, mientras que ese país,
Austria, tenía el Club Social Cristiano y el Partido del Pueblo Católico. Francia tenía su
Club de los Obreros Católicos y el Movimiento Democrático Cristiano; y el significativo
papel desempeñado por la Iglesia en el ‘Affaire’ Dreyfus tiene que ser recordado.
Por esto, la afirmación de que hubo "un antijudaísmo que era esencialmente más
sociológico y político que religioso" desdice el hecho de que hay una línea ininterrumpida
de antijudaísmo-antisemitismo cristiano y el impacto que ejerció la misma a través de
Europa. Después de todo, el judío seguía siendo el deicida y los tradicionales estereotipos
antijudíos no fueron cambiados, ni se renunció a los mismos, sino que fueron absorbidos
en el antisemitismo de nuevo cuño.
La actitud católica hacia los judíos permaneció inmutable y su influencia no puede ser
excluida. Es por esto que la sugestión de que hubo una completa dicotomía entre el
"antijudaísmo" y el "antisemitismo" produce confusión. Cada uno de estos dos
conceptos se refleja en el otro. Fue el antijudaísmo cristiano el que creó la posibilidad del
moderno antisemitismo pagano al deslegitimar a los judíos y al judaísmo (A propósito, el
paganismo antiguo fue, con mucho, más tolerante para con los judíos y el judaísmo de lo
que ha sido la Iglesia Cristiana).
Cierto es que el régimen nacional socialista adoptó una ideología pagana que rechazó a la
Iglesia - lo que no quiere decir que todos los eclesiásticos y creyentes rechazaron al
nacional socialismo -. Cabría hacer notar que Hitler, Himmler y otros líderes nazis fueron
todos ellos cristianos bautizados que nunca fueron excomulgados. Lo mismo es cierto en
lo que atañe al vasto aparato de asesinos, producto de la Europa cristiana. La Iglesia no
está acusada de responsabilidad directa por la Shoá, pero sí de su legado de dieciséis
siglos de condicionamiento que generaron un medio ambiente en el cual la Shoá se hizo
posible y en cuyo seno muchos cristianos no sintieron escrúpulos de colaborar.
El Papa Juan Pablo II, en su discurso pronunciado el 31 de octubre (de 1998), señaló que
"interpretaciones erróneas e injustas del Nuevo Testamento respecto del pueblo judío y
su presunta culpa, circularon demasiado tiempo y contribuyeron al adormecimiento de
muchas conciencias". Aquí hubo una respuesta clara a la pregunta planteada en el
Documento: "¿El sentimiento antijudío entre los cristianos los tornó menos sensibles, e
incluso indiferentes, durante la Segunda Guerra Mundial, debe constituir un llamado a la
penitencia. Lamentamos profundamente los errores y omisiones de estos hijos e hijas de
la Iglesia".
Al mismo tiempo sentimos que algunos de los ejemplos de clérigos que resistieron a
Hitler, son desafortunados. El cardenal Bertram pudo haber condenado al nacional
socialismo en 1931, pero su historial a partir de esa fecha fue muy diferente. Se opuso a
toda protesta pública contra las deportaciones y masacres contra los judíos, protestas que
fueron sugeridas por algunos de sus colegas, y luego del suicidio de Hitler dirigió una
circular a los sacerdotes de su diócesis invitándoles a celebrar un solemne servicio de
réquiem en memoria del Führer.
Tal como lo expresaron los obispos alemanes en su declaración de 1995, "incluso los
pogromos de noviembre de 1938 no suscitaron protestas públicas y estructuradas". Esto
encaja precisamente en la categoría de respuestas que nosotros sentimos faltan en el texto
de la Declaración.
La cuestión del rol del Papa Pío XII es obviamente un asunto contencioso con enfoques
diferentes no solamente entre judíos y católicos, sino también entre los eruditos católicos
mismos. Hubiese sido preferible dejar este tema a los historiadores futuros. Pero una vez
abierto, se trata de una caja de Pandora.
La afirmación de que ese Papa fue responsable de haber salvado centenares de miles de
vidas judías, no ha sido sustanciada por los documentos publicados. Un juicio definitivo
sobre esto, sólo podrá efectuarse luego que sean abiertos los archivos. Se nos da una cita
generalizada de lo que dijo Pío XII, pero no hay referencia alguna a la acusación de su
"silencio", en la medida que nunca mencionó, ni una sola vez, explícitamente, a los
judíos en sus pronunciamientos públicos durante la Segunda Guerra Mundial -.
El tema del silencio, que no ha confrontado el Documento, ha sido encarado -al menos
en relación con la jerarquía francesa- en el documento de los obispos franceses, que
establece con franqueza que "la vasta mayoría de los funcionarios de la Iglesia no se
percataron de su considerable poder e influencia y dejaron campo abierto a la espiral de
muerte. Hoy en día confesamos que el silencio fue un error".
El Documento Vaticano bien pudo haberse expedido en contra del silencio de las
jerarquías. No es este el lugar en el cual la disputa sobre el papel del Papa Pío XII puede
ser resuelta, pero nosotros echamos de menos la falta de una simple afirmación de que la
Iglesia de este mundo, como un conjunto, se equivocó durante aquel período, y
consideramos esta negativa a asignarle culpa alguna en cuanto institución, como un paso
atrás de la posición previamente adoptada por los obispos alemanes y franceses.
Nos sentimos decepcionados por la introducción (al final de la página 12 del
Documento) de una lista de calamidades sufridas por otras naciones - y en particular "el
drama del Medio Oriente" -. Con nuestro propio y largo registro de sufrimientos,
podemos empatizar profundamente con las tragedias de otros pueblos. Pero nunca
vamos a olvidar el carácter singular de la Shoá, que es el punto que hubiéramos esperado
que resaltara el Documento.
No hay ningún otro caso de que un pueblo completo haya sido sentenciado a la máxima
humillación y luego a su exterminio de la faz de la tierra, llegando, incluso, a la extensión
de escudriñar en generaciones anteriores para identificar su "sangre".
Por otra parte, puesto que la creencia católica, tal cual ha sido expresada en documentos
recientes, claramente vincula la salvación de los cristianos con la redención del pueblo
judío, cuyo Pacto es irrevocable, por parte de Dios, los cristianos no pueden considerar a
la Shoá al mismo nivel como lo hacen con otros genocidios.
Le damos la bienvenida, no obstante, a la sugerencia hecha por el cardenal Cassidy,
registrada en el cierre de la reunión del Comité Internacional de Enlace, de que un equipo
conjunto de eruditos judíos y cristianos efectúe una revisión del material relevante
relacionado con la Iglesia Católica y la Shoá en los volúmenes que han sido compilados
por estudiosos católicos, y si todavía quedan cuestiones, habrá que procurar una
clarificación ulterior. Los archivos vaticanos son el único gran repositorio que sigue
estando serrado en lo que respecta al período de la Segunda Guerra Mundial. Cuando
sean abiertos, no cabe duda que surgirán descubrimientos tanto positivos como
negativos. Pero únicamente de esta manera el registro histórico será establecido en forma
terminante.
Nos agradaría concluir, tal como hemos iniciado estas líneas, con un tono positivo.
Apreciamos la declaración del Cardenal Cassidy de que los católicos tienen mucho que
aprender y que la comunidad judía necesita comprender mejor como la Iglesia Católica se
ve a sí misma. Nuestra crítica del Documento no debe ser considerada en modo alguno
como un intento negativo, sino indicador de las guías que, nosotros pensamos, deberían
ser adoptadas en una enseñanza católica de la Shoá. Esto condice con el espíritu del
comentario hecho por el Cardenal Cassidy, de que el Documento no es una conclusión
sino más bien un paso adelante para el futuro desarrollo. Y que, en las palabras de la carta
introductoria del Papa Juan Pablo II, nosotros deberíamos “trabajar juntos por un
mundo de respeto verdadero por la vida y dignidad de cada ser humano”. Por supuesto
que “Nosotros recordamos” no es solamente una denuncia del pasado sino, en su
condena del antisemitismo, una guía y un mojón para el futuro.
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