LA DERROTA DE FRANCIA El 10 de mayo de 1940 empezó la Wehrmacht su campaña del Oeste, en la que le bastaron 45 días para vencer a los ejércitos de Holanda, Bélgica y Francia. Y la cosa extraordinaria es que las fuerzas que se enfrentaron teóricamente poseían igual potencia: en mayo de 1940 Alemania tenía en el frente occidental un total de 134 divisiones, mientras Francia contaba con 94, Gran Bretaña 10, Bélgica 22, Holanda 8 y una de polacos, que sumaban 135; en cuanto a tanques, tanto los franceses como los alemanes sumaban 2 500. La superioridad de Alemania estaba en la aviación, pues la Luftwaffe contaba con 3 000 aparatos, que Goering empleó utilizando nuevas tácticas; el 13 de mayo. Rotterdam fue en parte destruido mediante un ataque al centro de la ciudad que provocó el terror en la población civil. Gamelin y los generales franceses estaban dominados por la doctrina defensiva que tenía su base en la Línea Maginot, una fortaleza formidable que cubría la frontera franco-alemana desde Bélgica hasta Suiza, y cuando las divisiones blindadas de la Wehrmacht irrumpieron en suelo francés por las Ardenas, el sector menos defendido por los franceses, estos no encontraron la fáctica adecuada para parar a los Panzer, que avanzaban apoyados por los Stukas, que arrojaban sus bombas entre el sonar de sus sirenas, factor de desmoralización de los combatientes aliados. El 20 de mayo los tanques de Guderian alcanzaron el Canal y las tropas aliadas que operaban en la zona de Bélgica quedaron aisladas del resto de las fuerzas armadas de Francia. Guderian pidió autorización para lanzar sus tanques a la destrucción del enemigo que formaba la bolsa de Dunkerque. No recibió la autorización pedida porque Hitler precisaba los tanques para su avance sobre París y, asimismo, porque Goering había asegurado que se bastaba con su Luftwaffe para aniquilar al enemigo. Churchill autorizó la evacuación de sus tropas y el resultado fue que el 2 de junio los británicos habían reembarcado su cuerpo expedicionario -224 000 hombres retornaron salvos a Inglaterra, pues solo murieron 2 000 que se ahogaron en las naves que se perdieron en la operación-; además unos 95 000 soldados aliados, especialmente franceses, fueron también evacuados de Dunkerque. Estas fuerzas salvadas del desastre de Francia, pudo utilizarlas Churchill en sus planes de defensa de Inglaterra, ante la perspectiva de que Hitler, una vez finalizada su campaña de Francia, se lanzaría a la invasión de Gran Bretaña. El 7 de junio Weygand, que había sustituido a Gamelin, aconsejó al gobierno Reynaud que solicitara sin demora un armisticio, pues la batalla del Somme estaba perdida. El 9, Reynaud y sus ministros abandonaron Paris para trasladarse a Burdeos, donde discutieron si proseguían la resistencia en suelo francés o continuaban la lucha desde el norte de África. El 14 entraron las tropas alemanas en Paris y el mariscal Pétain se hizo cargo de la jefatura del gobierno francés, ante la renuncia de Reynaud; el 16, por mediación de Madrid, Pétain solicitó el armisticio, y el 25, en el bosque de Compiègne y en el mismo vagón en que se firmó la derrota de Alemania en 1918, en presencia de Hitler signaban los delegados franceses el documento que establecía la derrota de su país. La victoria de Hitler sobre los franceses e ingleses se juzgó como el resultado de la Blitzkrieg, la técnica nueva de la guerra relámpago, que consistía en una ofensiva con tanques en la vanguardia que contaban con la directa colaboración de los Stukas, los aviones en picado que hacían las funciones de artillería que destruía los puntos fortificados que podían detener a los tanques. Los estrategas franceses e ingleses, a pesar de disponer de buenos expertos en la técnica de los vehículos blindados, no encontraron el sistema de parar la nueva arma, que hizo una fugaz aparición a finales de la primera guerra mundial y fue ensayada a fondo durante la guerra civil española, tanto en la defensa de Madrid, a fines de 1936, como en la ofensiva de Aragón de 1938. Sin embargo, como siempre que ha salido una nueva arma se ha encontrado el escudo preciso para resistirla -excepto con la aparición de la bomba atómica-, el apogeo de la Blitzkrieg, en manos de Hitler, que empezó realmente en mayo de 1940, con la campana de Francia, se prolongó hasta diciembre de 1941, cuando el general Invierno, ante Moscú, inutilizó los motores de los Panzer. Hasta entonces se había considerado a la Wehrmacht como una fuerza invencible, que debía figurar junto con los mejores ejércitos que han existido en el mundo desde Alejandro el Magno. El 27 de junio de 1940 las primeras tropas alemanas habían llegado a los Pirineos; todavía no se había aclarado si los franceses proseguirían la lucha en el norte de África y, por lo tanto, existía la posibilidad de que Berlín solicitara el libre paso de sus divisiones por la Península a fin de combatir a los franceses en África, si Weygand, como comandante general de las fuerzas que se encontraban en África, aceptaba los requerimientos de Churchill y proseguía la lucha al lado de los ingleses. Para España hubiera sido catastrófico su entrada en la guerra, pues como escribió Serrano Suñer en su libro Entre Hendaya y Gibraltar, la guerra europea llegó cuando más «podía perjudicarnos... pues limitaba las posibilidades de lograr concursos exteriores para nuestra restauración». Cuando el conde Ciano visitó España, en junio de 1939, tanto Franco como Serrano hicieron hincapié en que el país no podía comprometerse en una guerra hasta dentro, por lo menos, de cinco años. Pero, ante los formidables éxitos obtenidos por Hitler con su Blitzkrieg, fueron muchos los personajes que manifestaron un gran entusiasmo bélico; para ellos, haciéndose eco de la afirmación de Hitler de que «para un soldado alemán nada era imposible», parecía indudable que los ejércitos alemanes eran invencibles y que Hitler finalizaría la contienda con un triunfo militar absoluto. Así se vio al general Juan Vigón viajar apresuradamente al Cuartel General que estableció Hitler en Bélgica, días antes de la firma del armisticio con Francia, para estudiar las posibilidades que se le ofrecían a España para participar activamente en la guerra; sin embargo, no entraba en los planes de Hitler extender las actividades de la Wehrmacht por la península Ibérica y no prestó demasiada atención al enviado de Franco, que regresó a Madrid desilusionado. La falta de interés de Hitler por ampliar sus actividades bélicas se explica porque estaba convencido que la Gran Bretaña, después de la derrota de Francia, acabaría por llegar a un entendimiento con Berlín. El 19 de julio reunió Hitler el Reichstag para hacer un ofrecimiento público de paz con Inglaterra. No se conoció cuáles serían las cláusulas de este plan, pero se señaló que a cambio del reconocimiento por el Reich del Imperio británico, propondría quedarse para el Irak y Egipto, así como su intención del retorno del duque de Windsor al trono y la sustitución de Churchill por Hoare. No hubo respuesta oficial de Londres, pero unos días más tarde Churchill envió instrucciones generales sobre cuáles eran los objetivos ingleses: victoria total, que más tarde, cuando los Estados Unidos entraron en el conflicto, se convirtió en la rendición sin condiciones. La negativa rotunda de Churchill obligó a Hitler a organizar la invasión de la isla británica; es ahora un dato documentado que el Estado Mayor alemán no había trabajado aún en la preparación de planes para llevar la guerra a suelo británico cuando firmaron los franceses el armisticio en Compiègne, el 25 de junio de 1940. Hitler y Ribbentrop estaban convencidos de que los ingleses acabarían por ceder a unas limitadas exigencias alemanas para la liquidación de la guerra que declararon al Reich para cumplir el solemne compromiso contraído con Polonia; tanto Hitler como Ribbentrop se basaban, en formar su opinión, en la debilidad que las democracias, tanto de Paris como de Londres, dieron pruebas cuando se plantearon los casos de Austria, los Sudetes y Checoslovaquia. Franco, en este importante momento, actuó de acuerdo con los conocimientos militares que le proporcionaba su profesión. Todo oficial de Estado Mayor que recibe el encargo de preparar un plan estratégico, pregunta primeramente con qué medios se cuenta y el plazo que se fija para alcanzar el objetivo propuesto. De acuerdo con estos datos empieza el estudio del plan, en la confección del cual intervienen, naturalmente, factores positivos y negativos que se deberán tener en cuenta para el desarrollo de su estudio. El general Manstein, autor del plan de la campaña de Francia que siguió la Wehrmacht para alcanzar su victoria, detuvo su labor cuando llegó al punto en que se fijaba que se obtendría la derrota de Francia. En el caso de la invasión de Inglaterra, se partió de la afirmación de Goering de que con su Luftwaffe conseguiría el derrumbe moral de los ingleses, por lo cual sería fácil a la Marina y al Ejército del Reich pasar el canal de la Mancha y proceder a la conquista del territorio británico. Para Franco y Serrano la negativa de Churchill de negociar la paz con Hitler, se interpretó en el sentido de que era menester aplicar el clásico ver y esperar. El problema planteado era saber si después de la derrota de Francia y la negativa de paz por parte inglesa, la contienda se traduciría en una guerra larga o corta. Y mientras llegaba el momento de vislumbrar por donde irían los tiros, es decir los acontecimientos, Madrid no podía oponerse a Alemania, ya que difícilmente la neutralidad absoluta no habría salvado a España de la invasión de la Wehrmacht, con sus divisiones montando guardia en los Pirineos; no quedó otro camino que palabras y gestos de amistad para evitar la catástrofe. Aquí debe añadirse que en el despliegue de palabras y gestos probablemente se fue demasiado lejos, ya que la prensa y la radio estuvieron totalmente al servicio de la propaganda nazi, sin dejar que el bando contrario pudiera informar debidamente a la opinión española; para combatir la actividad de los hombres de Goebbels, Londres solo dispuso de la BBC, con lo que la radio demostró una vez más su eficacia propagandística. El control de la prensa y la radio dependía primero de los servicios de Prensa y Propaganda, que formaban parte del ministerio del Interior, cuyo titular era Serrano Suñer; pero este control lo perdió en mayo de 1941, cuando se produjo la crisis que llevó al coronel Galarza a la cartera del Interior, a Arrese a la Secretaria de FET y a Arias Salgado a la vicesecretaria de Educación Popular, con la misión de ejercer la censura sobre la prensa y la radio. Se debe puntualizar que, mientras ejerció Serrano el control sobre los periódicos y las emisoras, en los Pirineos montaban guardia las divisiones alemanas que prácticamente ejercían una presión notable a favor de la política de Berlín. Este peligro bélico disminuyó y casi desapareció cuando Hitler, en junio de 1941, invadió la Unión Soviética; medio año más tarde, en diciembre de 1941, los Estados Unidos entraron en la guerra al lado de los ingleses, pero la actitud germanófila de los medios españoles de difusión no modificó su comportamiento parcial a favor de los nazis. En junio de 1942, y en parte para satisfacer las quejas que formulaban los embajadores inglés y norteamericano contra la actitud de la prensa y propaganda dirigidas por Arias Salgado, Serrano Suñer como ministro de Asuntos Exteriores pidió a Franco que, para evitar esa conducta inconveniente de la prensa y la radio, pasara a su Ministerio el control de los temas internacionales, separándolos de la Vicesecretaria de Falange donde radicaban, pero desgraciadamente con la salida de Serrano del Gobierno continuó Arias Salgado con aquel control que ejercía sobre los medios de comunicación; y así resultó que los grandes éxitos de los aliados -desembarco en el norte de África y la invasión de Italia, sin olvidar la batalla de Stalingrado- no encontraron en las páginas españolas la información y los comentarios imparciales que imponía la practica de una rigurosa neutralidad. Estos aspectos de lo que fue la propaganda alemana en España durante el apogeo victorioso de Hitler y cuando dejaron de sonreírle los triunfos, se deben de tener en cuenta para entender uno de los resortes importantes que se emplean para apoyar o condenar una determinada política.