Historias desconocidas de Chile

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Felipe Portales
Historias
desconocidas de Chile
PORTALES, FELIPE
Historias desconocidas de Chile / Felipe Portales
Santiago de Chile: Catalonia, 2016
264 pp. 15 x 23 cm
ISBN 978-956-324-439-7
HISTORIA DE CHILE
CH 983
Diseño de portada: Mario Mora Sanhueza
Composición: Mario Mora Sanhueza
Edición de texto: Cristine Molina
Impresión: Salesianos Impresores S.A.
Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser
reproducida,
en todo o en parte, ni registrada o transmitida
por
sistema alguno de recuperación de información, en ninguna
forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico,
magnético,
electroóptico, por fotocopia o cualquier otro,
sin permiso previo, por escrito,
de la editorial.
Primera edición: julio 2016
ISBN 978-956-324-439-7
Registro de Propiedad Intelectual N° 266.578
© Felipe Portales, 2016
© Catalonia Ltda., 2016
Santa Isabel 1235, Providencia
Santiago de Chile
www.catalonia.cl - @catalonialibros
Índice
Prólogo11
El Mercurio provocó genocidio mapuche
13
La derecha ensalzó a Hitler y Mussolini
21
¿Por qué Bolivia quedó insatisfecha con el tratado de 1904?
29
El Ejército impuso la Constitución de 1925
37
La horrenda matanza de La Coruña
45
Graves incumplimientos de la Constitución de 1925
53
“Patriótica” quema de libros en 1920
61
Portales despreciaba la Constitución
69
El periodista mártir y el obispo asesino
77
El Congreso Termal bajo la dictadura de Ibáñez
85
1934: Centenares de detenidos-desaparecidos
93
Hegemonismo chileno en el Pacífico
101
La quema de la revista Topaze
109
La República Socialista, la Iglesia Católica y El Mercurio
117
La derecha elogió la masacre de Iquique
125
El autoritarismo del Partido Socialista
133
Siglo XIX: espantosa realidad social 141
La Falange Nacional contra la Falange Española
149
Matanza obrera en Punta Arenas
157
Corrupción total entre 1891 y 1925
165
Ultraderechista francés inspiró a Arturo Alessandri
173
Sanciones a académico por propuesta sobre Bolivia
181
Persecución a los mapuches entre 1881 y 1929
189
La masacre de Valparaíso
197
La derecha contra el sufragio universal
205
La ideologización del Ejército en el siglo XX213
Brutal golpiza policial a diputados en el Congreso
221
Alessandristas defendieron vejación del Congreso
229
Corrupta compra de aviones al nazismo
237
Balmaceda no fue derrocado por nacionalista
245
A la memoria de mis padres,
Carlos y Rebeca.
Prólogo
Este libro reúne un conjunto de elaboraciones extraídas del libro Los
mitos de la democracia chilena (tomos I y II) de Editorial Catalonia, la
gran mayoría de las cuales han sido ya publicadas por la revista Punto
Final, con la debida autorización de la primera. Agradezco a ambas
entidades, y especialmente a Arturo Infante y Manuel Cabieses, por
la difusión de estos trabajos que, espero, contribuyan a una mayor
toma de conciencia de nuestra identidad nacional.
Los temas seleccionados en este volumen apuntan precisamente al conocimiento de procesos y episodios de la más alta importancia, pero que han sido olvidados o minimizados en la historiografía tradicional. Por cierto que Chile no es el único país que sufre una
grave distorsión en el conocimiento de su propia historia. Las elites
que han concentrado el poder y la riqueza se han preocupado en todas partes de socializar a la generalidad del pueblo en concepciones
conformistas respecto de su historia y su identidad.
Sin embargo, es muy probable que en nuestra sociedad se configure un especial contraste entre la percepción y la realidad. De este
modo, la realidad profundamente autoritaria, clasista y racista que
constatamos cuando nos interiorizamos de nuestra historia entra en
fuerte contradicción con la percepción democrática e igualitaria que
tenemos de ella. Nos han educado en la creencia de que somos más
civilizados, libertarios y respetuosos del derecho que nuestros vecinos
(¿hermanos?) latinoamericanos. De hecho, siempre nos ha gustado
sentirnos mencionados como los ingleses de América Latina. Aunque generalmente desconocemos que alguna vez sí fuimos llamados
“la Prusia de Sudamérica”…
Estoy seguro de que a través de este libro el lector quedará con
una mejor comprensión, no solo de nuestro pasado, sino también de
nuestra identidad actual. La historia personal y social es lo que nos
11
constituye como personas y como pueblo. Y el mejor conocimiento
personal y colectivo es, a la vez, una condición ineludible para proyectar de manera sólida un perfeccionamiento futuro. Como dice el
Evangelio, la verdad nos hace libres…
12
El Mercurio provocó genocidio mapuche
Durante algunas décadas luego de la Independencia, el Estado chi-
leno desarrolló una política de búsqueda de integración paulatina y
pacífica de los mapuches a la sociedad nacional. Esto fue pensado
fundamentalmente a través de la creación de escuelas de misioneros,
las que fueron aceptadas de muy buen modo por aquellos, y del establecimiento de funcionarios de enlace entre las autoridades gubernamentales y las mapuches.
En congruencia con lo anterior, se desarrolló una visión muy
positiva de los mapuches por parte de los sectores ilustrados chilenos.
Así, tenemos expresiones como las de Vicente Pérez Rosales, que
en la década de 1850 apreciaba a los araucanos como “un pueblo de
agricultores que ha dejado atrás el pastoreo para vivir de un modo
estable en casas construidas de madera. Cultivan trigos, papas y maíz
y algunas plantas útiles a la economía doméstica; trabajan con mucha
destreza riendas y lazos, no rehúsan la instrucción, acogen con solicitud a los herreros y envían a sus hijos a las escuelas de los misioneros
[…]. En suma, son hombres laboriosos y tranquilos”1.
A su vez, José Victorino Lastarria señalaba en 1846 que el
carácter del araucano era el carácter del pueblo chileno, moldeado
también por la influencia española, y que en la Araucanía había varias
“reducciones de chilenos naturales, que sin mezclarse con la población española, mantenían como en depósito sagrado los recuerdos y
parte de las costumbres de sus antecesores”2. Ignacio Domeyko, luego de varios viajes a la Araucanía, definía el carácter de los “indios”
como “afable, honrado, susceptible de las más nobles virtudes, hospitalario, amigo de la quietud y del orden, amante de su patria y por
consiguiente de la independencia de sus hogares, circunspecto, serio,
1 Jorge Pinto, De la inclusión a la exclusión. La formación del Estado, la nación y el
pueblo mapuche, U. de Santiago, 2000, p. 64.
2 Ibíd., pp. 64-5.
13
enérgico: parece nacido para ser buen ciudadano”. Y su conclusión,
que fue trágicamente desoída una generación más tarde, era que “los
hombres de este temple no se convencen con las armas: con ellas solo
se exterminan o se envilecen. En ambos casos la reducción sería un
crimen cometido a costa de la más preciosa sangre chilena”3.
Incluso un enviado especial del Gobierno para evaluar las
políticas seguidas al respecto (“Visitador Judicial de la República”)
de la talla de Antonio Varas señalaba en su informe a la Cámara
de Diputados de 1849, respecto de los mapuches, que “someterlos
a una autoridad que siempre han mirado como extraña era despojarlos de la independencia que tanto estiman y excitarlos a mirar
como odioso el camino para atraerlos al bien”, y que “emplear la
violencia sería proponer una verdadera conquista, que despertará
la altivez guerrera del araucano, hará el triunfo difícil y provocará
una situación alarmante para las provincias del sur, mucho más de
lo que a primera vista podría imaginarse, sin considerar la carga de
injusticia que encerraba una decisión de ese tipo”, por lo que habría
“que desarrollar un régimen basado en lo que ya existe”4. Y al año
siguiente, en su mensaje anual al Congreso, el presidente Manuel
Bulnes concluía que los indios vivían ya bajo las leyes chilenas,
atraídos por medios pacíficos5.
¿Qué explica que poco tiempo después se cambiara esta política en 180 grados? Lo primero que hay que tener en cuenta es el
condicionante económico. Chile se convirtió a mediados del siglo
XIX en un gran exportador de trigo, aumentando de 100.000 quintales en 1850 a 600.000 como promedio en la década de los 60, y a
más de un millón en los 70. Esto mismo condujo a un gigantesco
aumento en el valor de la tierra. Así, en el valle del Maipo el precio
de la hectárea subió de 8 pesos en 1820 a 100 pesos en 1840, y a más
3 Domeyko, Araucanía y sus habitantes, Edit. Francisco de Aguirre, Santiago,
1977 (1° edición de 1845), p. 112.
4 Pinto, op. cit., p. 62.
5 Ver ibíd., p. 63.
14
de 300 en 18606. Lo anterior estimuló fuertemente la colonización
de Valdivia a Puerto Montt y, luego, que los sectores más ambiciosos
de la oligarquía codiciaran las grandes extensiones de tierras poseídas
por los mapuches.
También hubo factores políticos relevantes que condicionaron
un cambio de actitud. De partida, la división fáctica del país en dos,
provocada por el territorio virtualmente autónomo de la Araucanía.
Factor que explica también por qué la mayoría de los mapuches se
alinearon previsoramente con los españoles en la guerra de la Independencia: con los españoles, los mapuches disfrutaban de una autonomía consolidada y comprendían que para un inmenso imperio
como el español dicha autonomía no representaba ninguna amenaza
geopolítica. En cambio, con un Chile independiente, “partido” en
dos, todo se volvería incierto y peligroso…
Otros factores políticos, en mayor o menor medida relacionados con el anterior, fueron la conflictiva delimitación fronteriza
con Argentina (recordemos que la violenta sujeción de los mapuches
allende los Andes fue coetánea con la chilena, y que para ellos la
Cordillera no constituía un límite geopolítico); el alineamiento de
los mapuches con el bando “rebelde” en las guerras civiles de 1851
y 1859; y la proclamación del francés Orélie Antoine de Tounens
como “Rey de la Araucanía”, que pudo haber contado con cierto respaldo del Gobierno de Napoleón III7.
Pero todo lo anterior requería de un cambio de la mentalidad
benévola con los mapuches que la oligarquía chilena había tenido en
la primera mitad del siglo. Y en esto jugó un papel clave El Mercurio
de Valparaíso, que desarrolló una campaña de años de “satanización”
del pueblo mapuche con la finalidad de legitimar el genocidio. Así,
ya el 30 de enero de 1856 se planteaba en dicho diario que el Gobierno
debía constituirse en el verdadero poseedor de Arauco, “la parte más
6 Ver José Bengoa, Historia del pueblo mapuche. Siglos XIX y XX, Edic. Sur, 1985,
p. 156.
7 Ver, en este sentido, a Bengoa, p. 186-9; y a Abdón Cifuentes, Memorias,
Tomo I, Edit. Nascimento, 1936, pp. 104-5.
15
bella de nuestro territorio, habitada por hordas salvajes”8. El 5 de
julio de 1858 se señalaba que “no se trata solo de la adquisición de
algún retazo insignificante de terreno… se trata de formar de las dos
partes separadas de nuestra República un complejo ligado; se trata
de abrir un manantial inagotable de nuevos recursos en agricultura
y minería; nuevos caminos para el comercio en ríos navegables y de
pasos fácilmente accesibles sobre las cordilleras de los Andes […],
en fin, se trata del triunfo de la civilización sobre la barbarie, de la
humanidad sobre la bestialidad”9.
En 1859 la campaña de El Mercurio arreció. El 11 de mayo se
decía que los araucanos “no solo se oponen a la civilización, por la
fuerza de sus pasiones y costumbres materiales con que están brutalmente halagados, sino por sus ideas morales que tienen bastante
malicia y cavilosidad para discernir”10. El 24 de mayo se agregaba
que “el araucano de hoy es tan limitado, astuto, feroz y cobarde al
mismo tiempo, ingrato y vengativo, como su progenitor del tiempo
de [Alonso de] Ercilla; vive, come y bebe licor con exceso como antes; no han imitado ni inventado nada desde entonces, a excepción
de la asimilación del caballo, que singularmente ha favorecido y desarrollado sus costumbres salvajes”11; y que “todo lo ha gastado la
naturaleza en desarrollar su cuerpo, mientras que su inteligencia ha
quedado a la par de los animales de rapiña, cuyas cualidades posee en
alto grado, no habiendo tenido jamás una emoción moral”12.
Posteriormente, el 25 de junio de 1859 se afirmaba que “una
asociación de bárbaros, tan bárbaros como los pampas o los araucanos, no es más que una horda de fieras que es urgente encadenar o
destruir en el interés de la humanidad y en bien de la civilización”13;
y el 1 de noviembre de 1860 se decía que “ya es llegado el momento
8 Pinto, op. cit., p. 131.
9 Ídem.
10 Bengoa, op. cit., p. 178.
11 Ibíd., p. 178.
12 Pinto, op.cit., p. 132.
13 Ídem, p. 132.
16
de emprender seriamente la campaña contra esa raza soberbia y sanguinaria, cuya sola presencia en esas campañas es una amenaza palpitante, una angustia para las riquezas de las ricas provincias del sur”14.
Esta campaña liderada por El Mercurio tuvo como único antagonista —a nivel nacional— en 1859 a La Revista Católica, que en
uno de sus artículos (el 4 de junio de 1859) expresaba “que se pide
a nuestro Gobierno el EXTERMINIO [mayúscula en el original]
de los araucanos, sin más razón que la barbarie de sus habitantes
y la conveniencia de apoderarnos de su rico territorio, nuestro corazón latía indignado al presentarse a nuestra imaginación un lago
de sangre de los héroes araucanos, y que anhela revolcarse en ella
en nombre de la civilización, es un amargo sarcasmo en el siglo en
que vivimos, es un insulto a las glorias de Chile; es el paganismo
exhumado de su oscura tumba que levanta su voz fatídica negando
el derecho de respirar al pobre y desgraciado salvaje que no ha inclinado todavía su altiva cerviz para recibir el yugo de la civilización”.
Y añadía específicamente que “las ideas de El Mercurio solo pueden
hallar favorable acogida en almas ofuscadas por la codicia y que han
dado un triste adiós a los principios eternos de lo justo, de lo bueno,
de lo honesto; solo pueden refugiarse en los corazones fríos, sanguinarios, crueles, que palpitan de alegría cuando presencian las últimas
convulsiones de una víctima”15. Sin embargo, de acuerdo a Bengoa,
“fue ‘una voz que clama en el desierto’, ya que al parecer hubo cambio
de redactores y, a partir del año citado, nunca más se hizo mención a
la cuestión de la Araucanía”16.
En definitiva, el cambio de mentalidad se produjo en la década de 1860. En 1862 el ejército conquistó Angol; en 1866 el Congreso aprobó una ley que despojó de sus territorios a los mapuches,
los sacaba a remate público y les “otorgaba” a las familias mapuches
títulos de merced sobre posesiones por determinar; y en 1868 decre14 15 16 Ibíd., p. 122.
Ibíd., p. 140.
Bengoa, op.cit., p. 182.
17
tó otra ley que aprobó el presupuesto para llevar a cabo la ocupación
militar de toda la Araucanía. En el debate parlamentario la principal
voz de la gran mayoría fue la de Benjamín Vicuña Mackenna, quien
en 1864 pedía actuar contra los mapuches como se había procedido
en Rusia “en la reducción y civilización de las hordas que poblaban
su territorio”, y que en 1868, decía que el indio “no era sino un bruto
indomable, enemigo de la civilización, porque solo adora los vicios
en que vive sumergido, la ociosidad, la embriaguez, la mentira, la
traición y todo ese conjunto de abominaciones que constituyen la
vida salvaje”. Terminaba señalando que “el rostro aplastado, signo de
la barbarie y ferocidad del auca, denuncia la verdadera capacidad de
una raza que no forma parte del pueblo chileno”17.
La ley de 1868 que estipuló la ocupación militar de la Araucanía fue aprobada en la Cámara de Diputados por 48 votos a favor
y solo 3 en contra: José Victorino Lastarria, Manuel Antonio Matta y Pedro León Gallo. Lastarria, al fundamentar su voto, señaló,
respecto de la violenta resistencia de los mapuches: “[M]e atrevo a
decir a la Cámara que la culpa es nuestra, pues como consta de documentos públicos, se ha mandado tropas a perseguir a los indios, a
incendiarles sus casas, a robarles sus mujeres y niños […]. [S]i realmente lo que se quiere es traer esas tribus a la paz, nada más fácil:
no hay más que darles confianza de que no se quiere arrebatarles sus
propiedades”18. A su vez, Matta afirmó que lo que más lo alarmaba
era la negación de la justicia inherente a la ocupación de las tierras
indígenas, y que un plan de este tipo “no traerá otro resultado que
el exterminio o la fuga de los araucanos; porque persiguiéndolos por
todas partes no tendrán más que perecer víctimas de la superioridad
de nuestras armas y número. Entonces, los bárbaros no serán ellos,
seremos nosotros”19.
17 Pinto, op.cit., pp. 144-5.
18 Bengoa, op. cit., pp. 180-1.
19 Pinto, op. cit., p. 146.
18
La guerra de conquista fue feroz: “Se incendiaban las rucas,
se mataba y capturaba mujeres y niños, se arreaba con los animales
y se quemaban las sementeras. Estamos ante una de las páginas más
negras de la historia de Chile”20. Tanto, que hasta el principal diario capitalino editorializó el 25 de febrero de 1869: “El Ferrocarril,
abogando por lo que ha creído de justicia y por la conveniencia del
país, ha sido constante enemigo de la guerra que hoy se hace a los
salvajes; guerra de inhumanidad, guerra imprudente, guerra inmoral,
que no da gloria a nuestras armas, provecho al Estado, ni prestigio a
nuestro pabellón”21. Sin embargo, “El Mercurio –genio y figura hasta
la sepultura— condenaba los excesos, pero afirmaba la necesidad de
la operación que se estaba llevando a cabo”22.
En definitiva, como es sabido, triunfaron las posturas lideradas
por El Mercurio de Valparaíso, llegándose a una conquista total en
1881. Ella reportó, tanto por las víctimas directas como por las de
hambre y epidemias de cólera y viruela que diezmaron a la debilitada
población indígena, el exterminio de un 20% de los mapuches de la
Araucanía23; y, entre 1884 y 1929, el despojo efectivo de más del 90%
de sus tierras24.
Se cumplió así la trágica profecía de Domeyko: “Los hombres
de este temple no se convencen con las armas: con ellas solo se exterminan o envilecen. En ambos casos la reducción sería un crimen
cometido a costa de la más preciosa sangre chilena”.
20 Bengoa, op. cit., p. 205.
21 Ibíd., p. 223.
22 Ídem.
23 Ver Bengoa, op. cit., pp. 336-8.
24 Ver Bengoa, El Estado y los mapuches en el siglo XX, Edit. Planeta, 1999, p. 61.
19
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