DESPIERTO AL ESCUCHAR Marina González Gayo Despierto al escuchar unas voces conversar cerca de mí. Al principio se oyen distorsionadas, pero a medida que me acomodo a los sonidos del exterior son más fuertes y claras. — ¡Doctora García! ¿Qué dicen los resultados de la prueba? — No tiene por qué preocuparse, señora López. Su hija está perfectamente. ¿Señora López? Ese es el apellido de mi madre. La voz, completamente desconocida, prosigue hablando: — Los análisis de sangre demostraban que su tensión era baja, por lo que los motivos de que se haya desmayado han sido la falta de azúcar, y posiblemente, la falta de sueño. Le recetaremos unas pastillas para controlar la tensión, y que seguramente la ayudarán a conciliar el sueño. Que las tome una vez al día, durante dos semanas, luego le disminuiremos la medicación. Ya pueden marcharse a casa cuando despierte. Oigo el sonido de una puerta cerrándose, y siento un peso aparecer en la superficie en la que me encuentro tumbada. Decido que es el momento de abrir los ojos, y dar a entender que estoy despierta. Me encuentro en una habitación totalmente desconocida, solamente iluminada por dos lámparas de noche. Miro a través de la ventana, y confirmo con la oscuridad de la calle que el día ha acabado hace unas horas. Mi reloj digital marca las 03:14 am. — Hola —digo en voz baja, para que mi madre, quién está sentada en la cama en la que me encuentro tendida, se percate de que ya he despertado. Gira su cabeza hasta que su mirada se cruza con mis ojos, luego sonríe y añade con alegría: — ¡Qué bien que hayas despertado, Nai! Levanta, la doctora ha dicho que podemos irnos a casa tranquilas. — ¿Qué ha pasado —la miro fijamente, interrogante, e intento recordar lo sucedido— ¿Dónde estamos? — Estamos en la consulta de la doctora García, el resto te lo explico en el coche — concluye mientras me ayuda a bajarme de la incómoda camilla. Me encuentro muy dolorida. Siento unos tambores retumbar en mi cabeza, y estoy cansada. Voy andando a paso lento, detrás de mi madre, mientras pasamos por recepción a recoger la receta que me han mandado. Llegamos al parking, y nos subimos en el coche. Una vez encendido el motor, mi madre empieza a hablar: — Tuviste una pelea a la salida del instituto, con Derek —Qué extraño. ¿El “angelito británico”? No haría daño ni a una mosca. Lo pienso, pero no lo digo— Bueno, en verdad no fue una pelea, tan solo te empujó con mala intención, a lo que tú respondiste aportándole una pequeña bofetada… Ah, y luego empezaste a decir que te dolía la cabeza y empezaste a llorar. Después te desmayaste. Llegó la enfermera e intentó… La interrumpe el sonido del derrape de un coche, y las dos giramos la cabeza hacia la carretera. Nos encontramos con un coche que avanza por la acera de en frente dando giros arriesgados, poniendo en peligro a los peatones que caminan por la calle. El coche se dirige rápidamente hacia nosotras. No nos da tiempo a reaccionar, y cuando soy consciente, ya se encuentran los airbags disparados. Pasan unos minutos que me resultan eternos, y el mío comienza a desinflarse. Miro hacia mi madre. El cristal de su ventana se encuentra roto, y hay un bulto en la puerta. Su cuerpo se encuentra sobre el volante, provocando un largo pitido. La aparto para que el claxon no siga sonando, y no puedo creer lo que veo. Su rostro está totalmente inexpresivo. Tiene los ojos medio abiertos, totalmente vacíos, y un hilo de sangre desciende de su nariz. Me quedo paralizada, sujetando el rostro de mi madre con mis manos. — ¿Mamá? —reacciono, y solo se me ocurre intentar que mi madre de señales de vida. Al no recibir respuesta grito más alto, en vano. Salgo del coche y exclamo, pidiendo auxilio. Me arrodillo en el suelo, y hundo el rostro en mis manos. Los ruidos del exterior —la gente que pasaba hablando, personas corriendo en busca de ayuda, el claxon de los coches, médicos saliendo del edificio que acabábamos de abandonar…— desaparecen, como si nada, y en mi cabeza se forma un molesto pitido que ocupa toda la atención de mis pensamientos. Abro los ojos y el ruido cesa. Miro a mi alrededor, me encuentro sentada de nuevo en el coche, el que se encuentra sin ningún daño. No entiendo nada. — Naiara —escuché a mi madre, quien sigue despierta—, ¿me estás escuchando? — Estoy cansada, perdona —me excuso, sin saber por qué—. ¿Qué decías? — Decía que tuviste una pelea a la salida del instituto, con Derek. Bueno en verdad no fue una pelea —«Está repitiendo nuestra conversación —digo en mi mente—. Qué extraño, es como si ya hubiese vivido esto»—, tan solo te empujó con mala intención… — ¿Qué pasó después de que me desmayase? —la interrumpo, mientras me fijo en la carretera por si se acerca un coche que pudiese peligrar nuestras vidas. — ¿Qué? No he llegado ahí todavía —su voz parece confusa. — Ya… Es que me estoy acordando de lo que sucedió —decido que es más creíble decir eso, a que había tenido un extraño “sueño” en el que sucedía lo mismo. — Ah, vale. Pues llegó la enfermera e intentó despertarte, pero no reaccionabas. Así que con ayuda de unos padres te montaron en un coche y te llevaron a urgencias. Me llamaron cuando habías despertado y te iban a hacer el análisis de sangre. Llegué aquí a las once de la noche —entonces me acuerdo de que mi madre estaba de viaje, habría tenido que coger un tren para venir— y la doctora me explicó que te habían dado unas pastillas para que te durmieses, porque tenías que descansar. Me quedo pensativa, pero no a causa de lo que me acaba de contar mi madre, si no porque el automóvil que había chocado con nosotras en mi sueño no aparecía. A parte de eso, otra duda ronda por mi cabeza. Si había tenido una bajada de tensión, ¿por qué he permanecido inconsciente tantas horas? — Mamá… ¿Puedes parar? —sigo insegura, por si el coche aparece— No me encuentro muy bien… Tengo ganas de vomitar —mentir es la única manera de justificarme. Aparca el coche en el primer sitio que había libre, sin rechistar. Abre la puerta y me siento con la cabeza hacia fuera, como si realmente estuviese mareada. Creo que me estoy volviendo loca. Entonces, oigo un derrape. Miro a través del para brisas y diviso un Toyota rojo haciendo giros muy bruscos. Se para exactamente donde en mi sueño había chocado con nosotras, solo que esta vez no parece haber ningún herido. Ya estamos subiendo las escaleras del portal, y mi madre habla con papá sobre lo que acababa de pasar. — Un yonqui que iba conduciendo… Ya ves, si no llega a ser porque estábamos aparcadas se nos echa encima. Hemos tenido suerte... Sí, ya lo sé, cogeré el tren mañana, hoy me quedo con Naiara. Vale, adiós… Yo estoy bastante callada. Solo pienso en qué ha sido ese extraño sueño. Todavía se me encoge el corazón cuando recuerdo el rostro de mi madre después del accidente. Es demasiado real para ser simplemente un sueño. Aunque, tal vez esté paranoiando. No debería preocuparme. Llegamos al primer piso y mamá abre la puerta de casa. Pasamos al interior. Siento que con mi mochila golpeo el florero que se encuentra en el mueble de la entrada. Cae estrepitosamente al suelo, convirtiéndose en mil pedazos. Cierro los ojos y encojo los hombros involuntariamente, a causa del molesto fragor. Trocitos de arcillas se esparcen por la tarima. El molesto y agudo sonido reaparece. Abro los ojos rápidamente, dispuesta a averiguar de dónde proviene, pero me encuentro otra vez en la puerta de casa, y el jarrón está en su sitio. — Venga, Nai —me apresura mi madre, mientras se adentraba en la cocina—. No te quedes ahí pasmada. Cierro la puerta detrás de mí. Me dirijo a mi cuarto, pero esta vez tengo cuidado de no golpear a nada con mi mochila. Esto es demasiado extraño. Parecen sueños… pero… ¿puedo dormirme, tener un sueño, y despertarme en segundos o minutos? Cuando se ha estrellado el coche con nosotras después y he despertado, ha pasado lo mismo que en mi sueño. ¿Tengo sueños en los que adivino que va a pasar? Se me ocurre demostrar mi teoría tirando un cojín al suelo. Agarro uno de los que se encontraban sobre mi cama, de color verde y azul a lunares. Lo tiro al suelo, pasan unos segundos y cierro los ojos. Cuento hasta diez en mi cabeza. Uno… dos… tres… Llego a diez y abro los ojos, pero el cojín sigue en el suelo, y yo en la misma posición. Me estoy desesperando. Realmente debo estar loca. Oigo un claxon proveniente del exterior. Se pasan todo el día pitando. Qué cansinos. Intento concentrarme en mis “adivinaciones”, pero el pitido no se me va de la cabeza. El pitido… ¡Qué estúpida soy! Lo había pasado por alto. Antes de despertarme, había cerrado los ojos y un molesto y agudo sonido aparecía en mi cabeza. Después, al abrirlos, desaparecía, y todo volvía a la normalidad. La primera vez me encontraba varios minutos antes del pitido, en cuánto la segunda, al abrir los ojos, solo eran unos segundos antes. ¡Puede tener algo qué ver la duración del pitido! La ocasión en la que teníamos el accidente automovilístico, el ruido era más largo pues, he tenido los ojos cerrados más tiempo. En cambio, cuando he tirado el jarrón he abierto los ojos casi al instante, por eso me encontraba segundos antes de lo ocurrido. Me agacho y recojo el cojín del suelo, para volver a tirarlo, está vez más lejos. Aprieto los párpados, pero no oigo nada, a parte de los ruidos del exterior. Frunzo el ceño y hago más fuerza, pero no pasa nada. Solo se me ocurre intentar recrear el ruido. Me imagino un sonido agudo, como un silbido, solo que más constante. Y poco a poco me imagino que suena más fuerte, hasta el punto en el que es molesto. Ya no distingo si estoy oyéndolo de verdad o es fruto de mi imaginación, así que abro los ojos. La almohada está sobre la cama, y yo enfrente de esta. Lo he conseguido, he retrocedido. Y entonces me doy cuenta. A lo mejor, no estoy viendo el futuro, si no, ¡viajando al pasado! Por esa razón los sucesos no parecen sueños ni visiones, si no hechos. ¡Y es que son hechos! Estoy emocionada. Quiero confirmar que soy capaz de retroceder en el tiempo, así que cierro los ojos y repito los pasos en mi mente. Cuando el ruido comienza, pienso en que voy a tener que acostumbrarme a él y debería verlo como un alegre silbido en vez de un molesto pitido. Esta vez dejo que, el desde ahora silbido, se alargue, y al abrir los ojos me encuentro con que estoy en la entrada de mi casa. Me parece tan divertido e interesante que no veo nada malo en volverlo a hacer. ¿Cuánto seré capaz de retroceder? ¿Podré regresar hasta días atrás? No tengo ninguna razón para no intentar viajar horas antes de este mismo momento. Cierro los ojos, ya voy cogiendo práctica y con desearlo y poner un poco de esfuerzo aparece en mi mente el silbido insoportable, que se encarga de mover todo a mi alrededor. Pasa alrededor de un minuto, pero para mí no es suficiente. Sigo esperando. El ruido se hace más intenso y suena como si rebotase por los rincones de mi mente; a su vez me van doliendo determinadas parte de la cabeza. Solo es cuestión de que me acostumbre. Siento que mis latidos van a un ritmo anormal, a causa del miedo y la preocupación. No puedo evitar pensar en que pueda pasar algo malo, pero quien no arriesga, no gana. ¿Cuál es el objetivo de rendirse? Entonces, no lo soporto más. El pitido —sin duda no puedo pensar que es un silbido— llega a un volumen extremo. No puedo reprimir el impulso de cubrirme las orejas con la palma de mis manos, y abrir los ojos, cuales cierro al instante. No estoy segura de lo que he visto. O mejor dicho, de lo que no he visto… Abro los ojos muy lentamente, me pesan los párpados. Los entrecierro para protegerme de la cegadora luz del lugar donde estoy. No veo nada, bueno, retóricamente. Me encuentro en un lugar totalmente blanco, sin ninguna forma, sin ningún objeto que quiebre esa igualdad. Ahora que lo pienso, podría ser yo ese objeto. ¿Estoy infringiendo algo importante? Lo dudo. No veo la importancia de… donde sea que esté. Me asusta la idea de desconocer mi localización. ¿Qué lugar es este? Me siento como si me hubiesen atrapado dentro de una caja, impotente. Puedo moverme a lo largo y ancho, pero mi cuerpo no responde a las órdenes de mi cerebro. “¡Corre! ¡Huye! ¡Escapa!” me grito a mi misma, pero soy incapaz de mover una sola parte de mí. De repente, soy consciente de que hay dos puertas en frente mía. ¿Cuánto tiempo llevan ahí? Por lo menos ahora no siento que soy la única forma que de alguna manera quiebra una siniestra tranquilidad. Me fijo más en las puertas. — ¿Qué hay detrás de esas puertas? —ni si quiera me doy cuenta de que lo estoy diciendo en alto, pero, ¿quién me va a oír? En ese preciso momento, las puertas se abren. Me quedo alucinada. El ambiente de mi alrededor torna en color gris, debido a la luz que desprenden las puertas. A través de la que está colocada a mi izquierda hay oscuridad. Un paisaje absolutamente frío y desolado, que deja entrar —o salir, no sabría deciros cual es el término correcto— una luz negra. A mi derecha la puerta deja ver una total claridad y serenidad blanca, que reluce y mezclaba sus claros reflejos con la oscura luz de la puerta contraria. Adentrarme en la entrada de la izquierda me aterra, me imagino un paisaje de tormentas, con monstruos aguardando en los lugares más oscuros para acecharme en cuanto pasase por su lado. En cambio, la opción que se abre a mi derecha me resulta tentadora. Al verla la asocio con las palabras “hogar” y “calidez”. Tengo la sensación de que adentrarme en ella me hará sentir segura. Pero, ¿por qué a la vez esa idea provoca una inquietud en mi interior? Tal vez sea una trampa. A lo mejor intentan tentarme para escoger la puerta derecha, pero en verdad es ahí donde se esconden mis pesadillas. A veces es muy difícil elegir… Pero, ¿quién ha dicho que tenga que elegir? Entonces pienso, ¿realmente quiero elegir la puerta correcta o salir de aquí? — ¡Quiero salir de aquí! —grito con todas mis fuerzas, para que Alguien o Algo se entere de que realmente quiero. Mi instinto dice “cierra los ojos”. Y así hago. Cierro los ojos, pero no aparece ningún pitido-silbido-sonido insoportable. Los abro de nuevo, picada por la curiosidad. Miro a mi alrededor. Estoy en mi cuarto, en mi cama. ¡En mi cama! Y son las 07:14 am. Los recuerdos del emocionante día son confusos. Las imágenes regresan a mi mente de manera borrosa, y los sonidos, ruidos y voces están distorsionados. Esta vez caigo en que, es demasiado poco real para no ser simplemente un sueño.