En la carta, fechada en 22 de febrero de 1954, el que fuera ministro

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En la carta, fechada en 22 de febrero de 1954, el que fuera ministro de la
Gobernación desde el 3 de Septiembre de 1942 a 25 de febrero de 1957, el palmero
Blas Pérez González, comunica al gobernador civil de la provincia de Santa Cruz de
Tenerife la necesidad de limitar y controlar la celebración de los bailes y el uso de
máscaras.
Aprovechando la celebración de las fiestas del carnaval en las Islas,
damos a conocer un interesante intercambio de misivas entre el ministro de la
Gobernación y el gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife relativa a la
prohibición de estas celebraciones. Los documentos que ahora analizamos
pertenecen al fondo del Gobierno Civil.
En la carta, fechada en 22 de febrero de 1954, el que fuera ministro de
la Gobernación desde el 3 de Septiembre de 1942 a 25 de febrero de 1957, el
palmero Blas Pérez González, comunica al gobernador civil de la provincia de
Santa Cruz de Tenerife la necesidad de limitar y controlar la celebración de los
bailes y el uso de máscaras. Destaca en esta parte la prohibición expresa de las
fiestas del carnaval por parte del Gobierno y, con ella, la advertencia de que
Tenerife no debía ser una excepción a la ley, lo cual hace entrever, pese a las
prohibiciones, que seguían celebrándose o, cuanto menos, estaban en el
ambiente y no habían sido olvidadas. Prueba de ello es la advertencia
siguiente: “Han llegado aquí noticias de que en esa provincia se disponen a
celebrar las fiestas.”
Igualmente, merece ser señalada la referencia realizada al carnaval de
Las Palmas de Gran Canaria, lo cual evidencia que estas celebraciones también
se venían realizando en aquella isla, pese a las prohibiciones.
La contestación del 5 de Marzo del gobernador civil en ese momento,
Carlos Arias Navarro —futuro Director General de Seguridad, alcalde de Madrid,
ministro de la Gobernación, y después Presidente del Gobierno— merece
también algún comentario. En esta respuesta el gobernador confirma la
ejecución de la orden, pese a que “en los primeros momentos se produjeron
algunos intentos de infringir la prohibición del Gobierno que, por fortuna, fueron
sofocados discreta y eficazmente y permitieron mantener con todo rigor la
prohibición ordenada.” Tal “discreción y eficacia” quedaron en el recuerdo pero
la represión y contundencia de la acción policial fue tan activa que los
carnavales de entonces poco tuvieron que ver con los vividos en años
anteriores (y posteriores), donde predominó la “vista gorda”.
El impreso anexo que acompaña esta respuesta, un panfleto a modo de
esquela sobre el carnaval que, como dice el gobernador, “se ha repartido
profusamente por toda la capital...”, merece un comentario aparte.
El anónimo autor del escrito se lamenta de la prohibición efectiva del
carnaval, de ahí la esquela de su muerte, nombrando al Domingo de Piñata y el
Miércoles de Ceniza como familiares directos, días “fuertes” o tradicionales del
período festivo. Del mismo modo, nombra a una serie de “allegados”,
sociedades que desde principios y mediados de los cuarenta comenzaban a
organizar bailes de disfraces en sus sedes, siguiendo el ejemplo dejado por los
estudiantes que realizaban sus bailes de licenciatura en el Teatro Leal de La
Laguna, donde el disfraz era obligatorio. Bailes que serían denominados “de
interior”, realizados por las familias selectas de la sociedad santacrucera, para
diferenciarlos de los llevados a cabo en la calle, que eran menos elegantes
pero más bulliciosos y propiamente carnavaleros, que las autoridades trataban
de controlar y reprimir.
Destaca también en la “esquela” la referencia al Frontón de Tenerife,
cuyas canchas sirvieron con frecuencia de comisarías improvisadas para
carnavaleros y, en el mismo sentido, el nombre de “María la Chivata” que,
como destaca Arias Navarro en el segundo documento, era el nombre dado al
coche celular de policía, símbolo de la persecución.
Como queda claro desde el principio del análisis, las prohibiciones y
limitaciones de las fiestas de carnaval no eran una novedad en las Islas. Desde
el siglo XVII en adelante los intentos por controlar y limitar estas fiestas
“licenciosas” y de “dudosa moralidad” fueron una constante.
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