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EL LlDERAZGO ESPIRITUAL EN LA ESCUELA
ACOMPAÑAR LA EXPERIENCIA DE FE DESDE LA PASTORAL ESCOLAR
Carmen Pellicer. Licenciada en Teología, profesora de religión.
Introducción: De lo espiritual en la escuela...
Se dice del líder que es aquella persona que, por sus características físicas, psicológicas e intelectuales, hace que las
personas trabajen en función del logro de los objetivos propuestos, que por sus cualidades es capaz de guiar y controlar a los
otros. Hoy día se habla muchísimo del liderazgo como una llave mágica capaz de transformar las organizaciones, aunque es
muy difícil determinar en qué consiste y cómo se genera ese fenómeno que solo se da en las relaciones humanas. El lenguaje
empresarial también ha contagiado el mundo de la educación. En el contexto de una escuela anclada en viejas fórmulas
organizativas, que respondían a una función social principalmente instructora, la necesidad de un cambio profundo es cada día
más urgente. Las sucesivas leyes de educación solo parecen barnizar de progresismo las mismas metodologías, una idéntica
y caduca concepción del conocimiento, la estructura jerárquica de la organización y transmisión del saber, y la añoranza de la
eficacia de los mecanismos de control y disciplina. Y todos los que nos dedicamos a esto de educar sabemos que el cambio
de la organización del sistema educativo pasa por el cambio en la mentalidad de los educadores, su preparación
intensa para responder con eficacia a los desafíos de ese cambio y la consolidación de equipos de trabajo y redes de
colaboración entre los agentes socializadores de los alumnos, quienes crecen en contextos culturales cada vez más
complejos y plurales. Para ello es insuficiente cualquier modelo que descanse en iniciativas aisladas o inconexas y que no
involucre a toda la comunidad educativa en un proyecto común. Por eso, en las teorías y estilos de Iiderazgo hemos
encontrado una fuente de inspiración, un filón de recursos y de iniciativas que se proponen para iniciar ese viaje hacia la utopía
deseada.
Se dice de lo espiritual en el ser humano que se refiere a lo más elevado de su personalidad, a ese lado que busca los
sentidos de las áreas más profundas de la existencia, de los misterios de la vida, de los significados de la verdad y de la
calidad de las relaciones humanas. En las sociedades europeas culturalmente cristianas, y de forma especialmente intensa en
la nuestra, la dimensión espiritual ha estado asociada históricamente a su concreción en una tradición religiosa determinada.
Cuando el consenso social sobre la presencia de lo religioso en la escuela comienza a resquebrajarse, a raíz de la misma
transformación de la sociedad y de la progresiva secularización, aparece la pregunta por aquello que trasciende lo religioso y
que es irrenunciable para cualquier persona, independientemente de su filiación religiosa, filosófica o ideológica.
Esta realidad se complica mucho más en la medida en que la escuela, y por supuesto también la misma escuela
católica, se va convirtiendo en una realidad poscristiana, multicultural, multirracial y cada vez más plurirreligiosa, en
la que lo espiritual significa cosas muy distintas, según los diferentes factores de diversidad que influyen en la génesis de las
identidades de los ciudadanos. Existen tantos subgrupos con una clara conciencia de ser «de los otros» que existe un riesgo
permanente de limitar el conocimiento mutuo a una banalización de la diversidad. Esto hace que el reto de encontrar lenguajes
comunes y puntos de encuentro sea el mismo reto que el de la posibilidad misma de convivir. Así, a nuestro juicio, la evolución
y progresiva intensificación en el anhelo por lo espiritual se ha visto urgida, no tanto por la observación de sus beneficios,
cuanto por la observación de los efectos de su carencia. Si admitimos la necesidad del desarrollo espiritual, implícitamente es
porque admitimos también la existencia de un «subdesarrollo de lo espiritual», de la posibilidad de una regresión de esas
mismas realidades que se fomentan.
El liderazgo espiritual, por lo tanto, conjuga ambas necesidades: un cambio profundo del modelo escolar que sea
compartido por todos y que a la vez no renuncie, pese a las dificultades, a la pretensión de desarrollar a nuestros alumnos
hasta que alcancen su plenitud.
En la escuela católica, esta tensión se conjuga con el enfriamiento religioso progresivo no solo de los alumnos y
sus familias, que tienen una escasa vinculación con la práctica religiosa, sino con el de los profesores que forman los
equipos docentes y que son responsables de encarnar los valores y principios de sus idearios en la práctica educativa
cotidiana.
Durante los últimos años hemos hablado de la escuela en pastoral como una forma de superar los modelos que
descansaban en «acciones pastorales», y que propone un enfoque nuevo de toda la escuela, su organización, objetivos,
currículo, valores propuestos, pastoral explícita..., que debe ser fiel toda ella a la misión evangelizadora que la Iglesia
le encomienda. Pero esta expresión muchas veces solo responde al deseo y a las iniciativas de las entidades titulares que no
acaban de concretarse en modelos de transformación Y de implicación que la hagan posible. Es cierto que nunca se había
dedicado tanto esfuerzo a la formación pastoral de los laicos. Sin embargo, las viejas formulas de formación y
funcionamiento y organización pastoral no son capaces de realizar ese cambio por sí mismas. Es necesario encontrar nuevos
modos, pero sobre todo una nueva pasión por el anuncio del evangelio, que nos ayude a reflexionar y se convierta en el
horizonte en el que convergen todas nuestras tareas.
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Siempre vuelvo a la maravillosa definición de Pablo VI, que creo que ilumina de manera especial el sentido de la misión de
cualquier educador cristiano, y por tanto la mía propia. El primer desafío para todo creyente es evangelizar, que para «la
Iglesia no se trata solamente de predicar el evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más
numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes,
los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que
están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación [...]. No de una manera decorativa, no como un barniz,
sino de una manera vital, en profundidad hasta sus mismas raíces». Necesitamos recuperar la urgencia de evangelizar que
llevó a los líderes carismáticos, fundadores y reformadores, a inventar en cada tiempo un estilo de educar que respondiera a
las necesidades de aquellos a quienes debían acompañar hasta el encuentro y la intimidad con Cristo.
El liderazgo que reclama la misión del creyente descansa en la capacidad de acompañar procesos de búsqueda
personales, desde el convencimiento de que solo la libertad es el espacio de salvación, y que además de mover hay que
conmover, además de liderar hay que acompañar, y que no evangelizamos para que se queden con nosotros, sino para que
emprendan sus propios caminos. En nuestras escuelas, la preocupación por lo espiritual, por la interioridad y la experiencia del
misterio, o la intensidad en el seguimiento y el testimonio, reflejan la profunda insatisfacción que produce una pastoral rutinaria,
conformista, moralizante, que se apoya en un cuerpo ideológico, fórmulas o rituales que son incapaces de anunciar la fuerza
salvadora del evangelio.
La tensión entre la pastoral de la pertenencia y la pastoral de la experiencia
Estoy convencida de que las crisis en la transmisión de la fe siempre se producen en los tiempos de aparente bonanza.
El liderazgo se crece en la dificultad, el seguimiento se hace exigente y se purifica en la adversidad. Confundir la
evangelización con una cierta «producción de católicos sociológicos», de práctica sacramental y moral pública aceptable, es
una tentación que ha producido en muchas ocasiones una transmisión del cristianismo sin una referencia clara a la experiencia
cristiana de Dios, que no ha podido resistir los cambios de la cultura. Nuestros ex alumnos nos abandonaron, desde hace ya
bastantes generaciones por separación amistosa, no por una ruptura traumática. No tienen tiempo, no lo ven imprescindible, ni
relevante, ni incompatible con una cierta práctica social de los ritos religiosos. No tienen problemas ni crisis de fe. Si no tienen
fe, ¿cómo van a entrar en crisis?. Ahora cuando empezamos a ser conscientes de la ruptura de los procesos tradicionales
de transmisión de la fe, problema que es, a mi juicio, el más serio que tiene en este momento la Iglesia.
La educación siempre se ha desenvuelto en un contexto de crisis. La transmisión de la cultura, los valores y las
cosmovisiones siempre suponen un esfuerzo de traducción a los lenguajes, las costumbres y las percepciones de las
generaciones que suben reclamando sus propios espacios de identidad. En ese proceso siempre se produce una tensión
entre la fidelidad y la creatividad, entre la repetición y el cambio, a la que llamamos crisis.
Sin embargo, creo que es cierto que en estos momentos han aparecido algunos fenómenos nuevos, que recogen
sociólogos y pastoralistas, que exigen algo más que un mero esfuerzo de traducción.
1. En primer lugar, se ha roto la coherencia interna de los modelos de vida y valores que eran propuestos por los
agentes clásicos de socialización en los procesos de crecimiento del niño: la familia, la escuela, el barrio y la
calle, la iglesia y ¡sin televisión!... proponían, más o menos de forma coherente, la misma visión del futuro, del
esfuerzo, del vivir, de la familia, del sexo, del trabajo y un largo etcétera de todos aquellos aspectos fundamentales para
la construcción del propio proyecto personal. Hace ya tiempo que la religión no era fundamental en ese proceso, pero
no molestaba, y su discurso era coincidente con lo que socialmente se consideraba «una persona de bien». Hoy esos
agentes han perdido su fuerza frente a otras influencias que se hacen más intensas a medida que van creciendo y,
sobre todo, incluso contradictorias entre sí.
2. En segundo lugar, esas nuevas fuentes de construcción de personalidad no son controladas por los adultos
responsables de la educación del niño, incluso cuando quieren implicarse en ella: la calle, la noche, los medios de
comunicación, Internet, la música..., presentan modelos, roles y valores contrarios a la concepción de la persona que
queremos transmitir. Su carácter anónimo y omnipresente hace muy difícil el seguimiento de los procesos de
interiorización de valores y principios que se dan en el núcleo más profundo de cada persona. Y en esos espacios lo
religioso, especialmente vinculado a las tradiciones e instituciones, se presenta como algo ridículo, irrelevante,
cómico, desfasado, perteneciente a otros tiempos. Hemos pasado del anticlericalismo beligerante a una indiferencia
pragmática que ha consolidado estereotipos y prejuicios gestados en el pasado. Sin embargo, la necesidad de sentido,
el hambre del espíritu siguen manifestándose en los mismos relatos de vacío, o en las propuestas de éxtasis efímeras
que traslucen sus experiencias.
3. Y, por último, podríamos decir que han cambiado los mismos movimientos vitales en el crecimiento personal. La
adolescencia y juventud siempre tuvo algo de rebeldía y enfrentamiento, de abandono y de pérdida, pero la vida adulta
comenzaba en los procesos de vuelta y de asunción de los modelos, los compromisos y las responsabilidades
socialmente definidas. Todos volvíamos al redil más pronto o más tarde, o éramos condenados a la marginalidad. Ahora
los procesos de vuelta se retrasan en el tiempo, en la edad, en los moldes establecidos.
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4. El paso a la vida adulta, desde la independencia y la autonomía de un proyecto propio, se retrasa y se hace cada vez
más difícil de definir. Pero, al menos, podemos decir que los retornos no son uniformes. En otras palabras, estas
generaciones no volverán, a menos que seamos capaces de generar espacios abiertos donde quepan muchas
opciones vitales. Nuestra pastoral se ha preocupado y ocupado mucho en definir cómo ser una buena oveja, y en qué
consiste nuestro seguro y confortable redil, que no sabemos muy bien por qué decidieron abandonar de una manera
más o menos definitiva. Nuestros discursos traslucen esa tentación de añoranza: Si las ovejas cambiaran, todo volvería
a ser como antes. El pastor no espera a las ovejas, sale a buscarlas. La evangelización pasa por salir a sus mundos,
negociar con lo válido de sus culturas y sus lenguajes, y asumir que puede que no respondan a los modos
preestablecidos que creíamos irrefutables.
El cambio de función de la pastoral escolar en la evangelización
En nuestras escuelas, el sentido colectivo de pertenencia mayoritaria a la Iglesia católica ha llevado a una pastoral
llamada «de cristiandad», centrada fundamentalmente en la sacramentalización y el perfeccionamiento doctrinal ante
una socialización religiosa que acontecía de forma casi automática, con el apoyo de los agentes de personalización que hemos
descrito anteriormente. Esta situación ha cambiado radicalmente. No se trata de descalificar los logros de esa «pastoral de
cristiandad». Muchos de nosotros debemos nuestra fe y nuestro descubrimiento de la experiencia comunitaria a nuestro paso
por las escuelas católicas. Se trata de ofrecer unas respuestas pastorales diferentes a circunstancias nuevas. Ya no podemos
hablar de una «sociedad cristiana». Tampoco de que las familias de nuestros alumnos sean «familias cristianas». La
necesidad de una nueva forma de evangelizar parte del reconocimiento de que nos encontramos en un momento
cultural diferente, con una visión distinta de la realidad, de las relaciones humanas, de los valores sociales y culturales, y de
la percepción de lo religioso y su presencia pública.
Entre los adultos, la pastoral de misión comienza con el primer anuncio de la fe que responda a las inquietudes
humanas de aquellos que escuchan, sin suponer que los rastros de una fe heredada en el pasado tienen la fuerza suficiente
para provocar la experiencia de encuentro con el Señor. Un planteamiento pastoral misionero en la escuela comienza no
por los alumnos, sino por los educadores que conviven en el centro y que son los primeros destinatarios de nuestra
inquietud. Porque solo ellos, en la intimidad de las aulas, son capaces de generar los encuentros personales donde se
despierta la pregunta, el deseo de la fe. La tentación del activismo, de llenar interminables cronogramas de actividades para
alumnos, no parece muy eficaz. La actitud de acogida de aquellos que no parecen especialmente implicados en los procesos
pastorales es fundamental, aunque a veces estén movidos por inquietudes o motivaciones que parecen lejanas a nuestra
tarea. No podemos hacerlo solos y no podemos prescindir de ellos. Nadie que esté en un aula puede hacer omisión de educar.
Y todo lo que hace colabora con o distorsiona la tarea común. Desde el diálogo personal, es importante establecer un proceso
de discernimiento y búsqueda del sentido de lo humano que prepare para el anuncio explícito del evangelio. Esto es lo que yo
entiendo por «pastoral del umbral». Todas las iniciativas de educación en valores, acción tutorial, trabajo sobre la
transversalidad o las metodologías que incorporan recursos creativos y motivadores son la puerta al anuncio explícito del
evangelio. Como tal, son más fácilmente asumibles por aquellos que también se hallan a la puerta de una experiencia
cristiana eclesial. Pero quedarían claramente insuficientes si no fuéramos capaces de dar el salto necesario a la propuesta de
la fe. Desde el respeto a la libertad personal en el diálogo, para el que no hay recetas, se deben proponer cauces posteriores
para conocer poco a poco la fe que queremos transmitir
En cuanto a los alumnos, el lugar tradicional de la escuela católica en la evangelización ha sido hasta ahora el
acompañamiento pastoral de aquellos que recibían la fe en el seno de las familias, en lo que hemos llamado el despertar
religioso, y cuya iniciación cristiana se completaba en las comunidades parroquiales. Todos recordamos la insistencia
eclesiástica para dejar de impartir las catequesis y celebrar los sacramentos dentro de las escuelas de religiosos y religiosas.
Su función primordial era encarnar el diálogo fe-cultura en el tiempo privilegiado de la transmisión del saber. Sin embargo,
ahora el despertar religioso apenas se da en la infancia en una minoría privilegiada de niños que crecen en ambientes
cristianos comprometidos. La gran mayoría sabemos que no tienen una experiencia primaria de oración, de sentido del
misterio y presencia de Dios en lo cotidiano, y de participación comunitaria. Y la vinculación parroquial todavía pervive
alrededor de la primera comunión, pero por razones más sociales que religiosas. La caída en la participación en el sacramento
de la confirmación, y la dificultad práctica en muchas parroquias para renovar los agentes de pastoral, ha hecho que muchas
diócesis se planteen la necesidad de repensar las posibilidades y el lugar que puede ocupar la escuela católica en la
evangelización.
La escuela se ha convertido en un verdadero territorio de frontera, en el que muchos de nuestros alumnos
vivirán su única oportunidad de establecer vínculos potentes, que permanezcan en su memoria, con una comunidad
eclesial. ¿Nos toca a la escuela, entonces, además de arreglar todos los problemas sociales, transmitir la fe? Pues sí, yo creo
que si queremos ser fieles a la naturaleza de nuestra misión, nos toca implicarnos a fondo en repartir el tesoro más preciado
para la vida que podemos regalar a aquellos que nos importan.
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El diálogo fe-cultura que estamos llamados a realizar en nuestras aulas, y que figura en nuestros idearios, pasa por facilitar el
anuncio y la maduración personal de la fe a los alumnos, a la vez que les ayudamos a construir el conocimiento de la
realidad de forma crítica y autónoma. En mis clases de religión con adolescentes, y también con jóvenes universitarios, he
tenido muchas veces la sensación de que, antes de poder estimular ese diálogo, tenía una inmensa tarea de desarmar la
relación entre una ideología religiosa, llena de prejuicios y creencias sin fundamento, con la ignorancia más absoluta de las
dinámicas internas de la cultura. El aprendizaje memorístico y repetitivo que tanto hemos fomentado en nuestras aulas no
propicia en absoluto la síntesis pretendida en la transmisión escolar de la cultura, los valores y las cosmovisiones. Tampoco
garantiza esa aparente ortodoxia que algunos añoran, sino más bien deja muy débiles a las conciencias, que en el futuro se
balancearán con el viento de cualquier doctrina más seductora, o simplemente se arrastrarán por los requisitos insaciables de
la inmediatez.
Considerando así que la colaboración a la transmisión de la fe es una prioridad fundamental de la pastoral en la escuela
católica, y en general de toda acción pastoral de un educador cristiano, su aportación específica descansa en explicitar a
través de la cultura que la fe es necesaria para la comprensión y la construcción del mundo. La escuela debe enseñar a vivir.
Y la escuela católica debe enseñar a vivir la vida evangélica. La síntesis entre fe y vida encarnada en la convivencia y
los lazos de la comunidad educativa hace creíble la misma existencia de Dios y se convierte así en testimonio poderoso
del evangelio.
El difícil equilibrio entre lo confesional y lo confesante
Actualmente, en las escuelas se conjugan distintas realidades y diferentes sensibilidades culturales, sociales y
religiosas: cultura tradicional, urbana, rural, audiovisual, tecnológica, informática, posmoderna, marginal, subcultura... La
diversificación de los contextos y condicionantes del crecimiento ha producido una importante diversidad que afecta no solo a
lo académico, sino también a nuestros planteamientos pastorales, y que exige una multiplicación de las mediaciones y una
gran variedad de ofertas diferenciales en nuestras acciones educativas y evangelizadoras. Es un reto el admitir que quizá
tenemos que romper con la idea de un único modelo de transmisión de la fe, un único plan de pastoral que descansa
en el esquema de los cursos y las edades, un molde uniforme al que queremos adaptarlos, y que nos impide aventuramos en
otras iniciativas más creativas que nos lleven a diversificar los itinerarios. Necesitamos una pastoral que se mueva en
parámetros mucho más flexibles y que ejerza una verdadera «atención a la diversidad», no solo en matemáticas o lengua, sino
en los estadios de desarrollo personal y de experiencia religiosa.
Sin embargo, arrastramos algunas dificultades en nuestra misma organización pastoral que exigen decisiones a veces
difíciles y arriesgadas. Rompemos los moldes de lo que siempre se ha hecho, sin un claro convencimiento de que caminamos
hacia un modelo más eficaz. El paso de una evangelización «confesional», se entiende aquella que descansa en hacer
cada vez mejor lo que siempre hemos hecho, rutinas consolidadas, garantía de seguridad, a una evangelización
«confesante», que se configura en cada nuevo areópago, en cada encuentro personal, en cada relación humana, en cada
acto educativo, sin recetas preestablecidas, debe superar algunos escollos:
- La creciente pérdida de credibilidad social de las instituciones eclesiales, y la crispación religiosa del discurso público
sobre lo religioso y lo educativo no solo dificultan nuestra relación con los alumnos, sino especialmente con nuestros
profesores, muchos de los cuales practican un disentimiento silencioso, una docilidad fácilmente asimilable a la
apatía; y por supuesto, con las familias, que raramente se implican en la pastoral escolar.
- Cuesta cada vez más garantizar los procesos globales y progresivos en los procesos de maduración de la fe.
Aunque existen en los papeles, es muy complicado establecer mecanismos de continuidad en el acompañamiento
personal.
- Se ha primado la pastoral de preadolescentes sobre la de niños, y la pastoral juvenil se ha convertido en pastoral de
adolescentes. La ESO absorbe la mayoría de nuestros desvelos y energías; justo en la edad donde los procesos de
ruptura son saludables, cargamos las tintas inútilmente en evitarlos.
- En los primeros años de escolarización «todo vale», porque todo aparentemente funciona. En los años más
importantes de crecimiento y de configuración de la imagen de Dios en la mente y la vida del niño, repetimos fórmulas
y descuidamos muchas veces la calidad pastoral de nuestras acciones. Sin embargo, la ruptura en la cadena de
transmisión debe enseñamos a sopesar el valor, la continuidad y los efectos de una pastoral de la infancia que
deberá convertirse en el cimiento de la experiencia de fe adulta. La formación religiosa y pastoral del profesorado
de infantil y primeros años de primaria es primordial.
- Confundimos la capacidad de crear ambientes agradables con la madurez evangelizadora. Ya hemos hablado de la
pastoral del umbral, o de la educación en valores. .. La necesaria renovación de lo humano que anuncia el evangelio,
el testimonio implícito que se dibuja a través del clima de la comunidad educativa y de nuestros esfuerzos por realizar
un estupendo trabajo profesional no agotan nuestra misión. Aunque más atractivos, sobre todo en la adolescencia,
exigen el anuncio explícito y la adhesión de corazón a Jesús. Hoy el salto de lo implícito a lo explícito, del umbral
a la mesa compartida, es otro de los desafíos mayores de la escuela católica.
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Seguimos reproduciendo los mismos modelos insistiendo en «perfeccionar» las mismas fórmulas. Decía Einstein
aquello de que «seguir haciendo una y otra vez lo mismo esperando obtener resultados distintos es cosa de locos», y
a veces nos pasa eso. Esto suele ponerse de manifiesto en la dimensión celebrativa, o en los planteamientos
pedagógicos de la clase de religión.
Apenas nos preocupa el papel de la familia en la pastoral, se queda en una preocupación de la infancia. Aunque es
creciente la preocupación por generar y consolidar los modelos de colaboración familia-escuela, el cuidado de la
dimensión religiosa queda muchas veces relegado... ¡Nos da miedo que no vengan si las escuelas de padres no solo
hablan de la anorexia o la educación sexual, sino del anuncio del evangelio en la familia!
Existe una falta de interrelación entre las diferentes iniciativas pastorales con niños, adolescentes y jóvenes, y de
estas con la comunidad adulta. La pastoral en la escuela, ya lo hemos dicho, es pastoral en transición.
Evangelizamos para que se vayan, y eso supone una especial responsabilidad para mostrarles aquellos lugares a
los que podrán ir, esto es, el rostro más amable de la Iglesia adulta, y las experiencias comunitarias donde puedan
ser acogidos. Muchas escuelas tienen grupos y movimientos de ex alumnos espléndidos, pero siempre están
reservados para una minoría. Abrirse a la parroquia y superar las dificultades de unas relaciones entre las escuelas y
las parroquias que no siempre son fáciles es una exigencia ineludible de fidelidad.
El liderazgo pastoral y el acompañamiento espiritual
El líder es aquel que abre caminos nuevos e inexplorados, superando los miedos y las inercias que atan y
esclavizan al pasado, y que, consciente de la tradición que custodia, no deja que esta le ancle en viejos lugares, sino que es
capaz de convertirla en sabiduría existencial que ilumina el presente y orienta hacia el futuro. Existen muchas
descripciones del liderazgo, pero a mí me gustaría resaltar algunas características que me parecen importantes para lo que
hemos llamado «el liderazgo espiritual» que se encarna en directores, en maestros, en miembros de las congregaciones
religiosas y entre los mismos alumnos:
- La visión a largo plazo, de futuro, de construcción de significados posibles es el motor del cambio. Necesitamos
narraciones de aquello en lo que queremos convertirnos, hacer el esfuerzo de describir horizontes de experiencias de
fe diferentes que podemos alcanzar. Es el relato intenso del paraíso prometido lo que acrecienta el ansia de
búsqueda y el deseo de configurar un futuro diferente.
- Asumir riesgos. Mirando a los grandes personajes que cambiaron la historia, uno se da cuenta de que fueron
muchas veces decisiones arriesgadas, situaciones difíciles las que les hicieron crecerse y asumir responsabilidades
colectivas. En pastoral esto exige la interiorización de criterios claros, que permitan romper con las recetas de siempre
para responder a los nuevos desafíos.
- Capacidad de convicción, de mover y conmover a las personas. El líder no es individualista, necesita de los otros,
de su colaboración y participación en el proyecto común, y lo sabe. Al final debe tratar de generar procesos en los que
se permita que todo el equipo participe del liderazgo como fuerza dinamizadora de toda la institución. Existe una
cierta dinámica de contagio en la fuerza interior que mueve a los líderes, que en pastoral remite a aquello que
repetimos tantas veces: la boca habla de lo que rebosa el corazón.
- La seguridad que transmiten, que estimula las relaciones de confianza. Es importante estimular los encuentros
personales, en los que compartamos discursos, metáforas, dificultades, pero también logros, experiencias y recuerdos
enriquecedores. No describimos el mundo que vemos, sino que la mayoría de las veces vemos la realidad tal como la
describimos. Construimos la realidad basándonos en nuestras propias experiencias, que son el cimiento de nuestras
certezas. El liderazgo pastoral descansa, por tanto, en la experiencia intensa de Dios de aquellos que somos
llamados a narrarle. La fe es también el relato de los creyentes.
- Generar cambios, definir rumbos. Necesitamos proyectar comunitariamente imágenes positivas del futuro para
poder unir nuestros esfuerzos en alcanzarlas. La acción sigue a la imaginación: aquello que anticipamos determina lo
que nos encontramos al final del camino. Y no solo aprendemos de nuestros triunfos, sino también de nuestros
fracasos. No tengáis miedo, es una llamada constante a ser creativos como forma de fidelidad. Y en la medida en que
los cambios se consolidan y permanecen, creamos una dinámica de esperanza que vertebra todas nuestras
iniciativas.
El liderazgo pastoral de la dirección titular
El equipo titular de una escuela católica es el motor pastoral de un centro. Por ello son y deben aprender a ser
verdaderos líderes espirituales. No ejercen una mera tarea de gestión, sino que su presencia tiene un carácter sacramental, de
signo permanente de la fe encarnada en un estilo de vida. Así, los equipos titulares tanto cuando coinciden, como cuando no,
con los equipos de dirección académica tienen la responsabilidad de liderar la evangelización para la que sus centros fueron
creados.
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Testigos privilegiados de esa síntesis entre la fe y la vida, la fe y la cultura. Los titulares explicitan una seria vida
intelectual que integra la reflexión y la vida, la lectura de los signos de los tiempos y la propia vida y proyecto personal
y comunitario como respuesta a esos mismos signos, de modo especial en el mundo de la cultura y del saber, en el
que se enmarca la escuela.
En medio de una situación de pluralismo escolar, el titular es garante de la identidad cristiana de la educación y de
la propuesta explícita del evangelio en el ámbito escolar, no solo a los alumnos, sino a toda la comunidad
educativa.
Los titulares son signo de la Iglesia universal. Esa responsabilidad de dirigir centros escolares se asume en nombre
de la Iglesia. Se ejerce dentro de ella, y no al margen. Desde la Iglesia tiene sentido todo lo que se hace. Su misión
tiene un carácter ministerial.
Conciencia de servicio. La titularidad no es solo una tarea administrativa, sino una verdadera función pastoral que
hace presente a Dios dentro de la comunidad educativa. Debe animar y acompañar no solo la gestión de los centros,
sino el crecimiento de la vida de la comunidad educativa. No está en el centro escolar porque sea «propietario» de un
edificio o una empresa, sino por vocación y fidelidad a la misión que ha recibido como don de servicio.
La vocación y seguimiento al carisma fundacional ha de combinarse con la capacidad y preparación para la
responsabilidad que se asume. La formación es una necesidad prioritaria de todos, pero en primer lugar de los
titulares, quienes deben ser competentes en la misión que desempeñan. Debe equilibrar las tres tareas: académicopedagógica, pastoral y directiva y de gestión. Los tres aspectos requieren no solo entusiasmo y dedicación, sino una
adecuada preparación de carácter permanente.
De la responsabilidad a la corresponsabilidad. Necesidad de compartir no solo las tareas, sino las funciones, no
solo los cargos, sino la misión. No solo por la carencia de vocaciones o de presencia de religiosos, sino desde la
comprensión de que la escuela es una forma de presencia de la comunidad cristiana al servicio de la evangelización.
Para esto la fidelidad implica la corresponsabilidad.
Desde esa corresponsabilidad en la misión, el titular debe buscar las formas de organización que expresen mejor la
identidad cristiana. La autoridad no está reñida con la participación, y es tarea suya descubrir lo que cada uno puede
aportar para el enriquecimiento de todos.
Muchas son las cosas urgentes que nos absorben durante la rutina diaria, a veces a un ritmo frenético, pero lo urgente
no puede robar todo el tiempo a lo importante. Hay que encontrar en la agenda tiempos para pensar y compartir. Creo que hoy
son prioridades para las titularidades de los centros responder a algunos retos de la vida escolar, en los que descansa la
verdadera calidad de la escuela católica:
1. La calidad humana de las relaciones que se establecen en la comunidad educativa.
2. El estilo de presencia evangelizadora y liderazgo de las personas que ejercen los cargos de responsabilidad.
3. La fidelidad al carisma y una actualización de los lenguajes que lo traduzcan a las nuevas necesidades y realidades de la
sociedad de hoy.
4. La concreción de los valores del evangelio y las prioridades del carisma propio en el proyecto educativo de centro, sus
fines y objetivos.
5. La formación permanente del profesorado en todos los aspectos, tanto pedagógicos como pastorales.
6. La identificación del equipo docente con el carisma y la identidad del centro.
7. El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento y maduración de los alumnos y también de los profesores.
8. La cohesión y competencia de los equipos directivos de los centros, capaces de liderar de forma eficaz los procesos
educativos.
9. La relación con las familias, las cuales ostentan el derecho a elegir un modelo educativo al que nuestras escuelas
responden. Esa elección compartida ha de plasmarse en objetivos comunes, colaboración mutua y procesos de
participación.
10. La inserción y relaciones del centro con su entorno, comunidad local y comunidad cristiana de referencia.
El liderazgo de los equipos directivos
El uso eficaz, justo y responsable del poder es imprescindible para poder llevar adelante la misión compartida. El poder
tiene mala fama en la Iglesia. Aunque es igual de goloso que en cualquier otro contexto, parece que uno tiene que disimular y
excusarse por ostentarlo. El poder lo otorga el puesto que uno ocupa, pero es la autoridad la que depende del
reconocimiento, la escucha de la sabiduría compartida. La conjunción de ambos en nuestros equipos directivos es la que
lidera procesos eficaces. El liderazgo, como una función que se debe compartir en las organizaciones, implica un verdadero
aprendizaje de roles y habilidades, y los lideres emergen y están preparados cuando las situaciones los hacen necesarios. Se
puede aprender a hacer las cosas de forma diferente. También se debe aprender a mandar.
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El equipo directivo es responsable de crear un ambiente que dé respuestas a las expectativas y finalidades de la
escuela. No se pueden olvidar las dificultades, y muchas veces la capacidad de decidir está limitada por circunstancias
externas, presiones administrativas, legales o precariedad económica. No se trata de hacer visionarios, que imaginen cómo
sería todo si desaparecieran los escollos, sino de ser facilitadores de los cambios posibles.
Para eso deben conocer en profundidad a las personas que trabajan con ellos. Es una tarea ineludible encontrar
tiempos para el diálogo, la conversación, las reuniones no solo burocráticas, sino aquellas que quieren recoger las mejores
prácticas, los momentos mágicos y las experiencias más valiosas, compartir ideas y buscar constantemente modos de apoyar
a los miembros del claustro para que se impliquen en sus responsabilidades y se sientan acompañados durante sus
procesos.
Hoy que tanto se habla de inteligencia emocional en el mundo de la empresa, se ha puesto de relieve la importancia
de las habilidades emocionales y de comunicación para un liderazgo eficaz de los grupos. Quizá aquí sería importante
resaltar que la capacidad para inspirar a los demás exige ser capaces de despertar todo el potencial creativo que existe en
las personas, cuidando el discernimiento de aquellos talentos únicos que cada uno posee. Recordemos que la misión no se
reparte, se comparte, y no se impone, se asume. Para ello los líderes necesitan descubrir los deseos, las expectativas,
aquello que apasiona a cada uno de los miembros de un equipo y que estos valoran y esperan de nosotros. Y convertir toda
esa información en cambios objetivables, en medidas concretas y proyectos realizables.
En muchas escuelas, los responsables de la pastoral son miembros de instituciones y congregaciones religiosas.
Poco a poco, los laicos se van implicando en profundidad en la innovación pastoral y asumen puestos de responsabilidad.
Todos ellos deben formar parte de los equipos directivos de los centros, pero no solo para preparar las oraciones, o cerrar los
calendarios de campañas y celebraciones, sino para participar en la selección de los criterios de organización y dirección, en la
toma de todas las decisiones que afectan a la vida escolar, tanto de recursos humanos, económicos, de gestión y
pedagógicas.
El liderazgo espiritual del maestro en el aula
Muchas de las cosas que hemos dicho son imprescindibles para liderar un aula. Creo que el espacio más importante
para la evangelización en la escuela es ese espacio intangible que se genera entre la mirada del alumno y la tuya cuando se
encuentran y nos sabemos encontrados. Esa es la verdadera posibilidad del cambio existencial que hace posible la educación.
Todos atesoramos, lo digo muchas veces, una gran colección de esos instantes mágicos, donde hemos tocado el corazón de
nuestros alumnos, incluso de los más trastos, y les hemos girado el rumbo vital. Eso es lo que mantiene nuestra vocación. No
hay poder más grande que el del maestro en el aula, desde la capacidad de desnudar las almas, de tocar y transformar las
conciencias, de nutrir la memoria de recuerdos profundos que iluminen el futuro. No hay responsabilidad más grande que la de
educar, ni más bella tampoco.
Pero los maestros también somos reticentes al cambio. La creencia de que los mecanismos de transmisión de los
saberes tradicionales son eficaces hoy solo puede garantizar la génesis de algún experto en la materia correspondiente. El
paso de una escuela instructora a una escuela educadora es más lento de lo que deseamos. La añoranza no solo es una
tentación pastoral, sino también pedagógica, y nos hemos llegado a instalar en los claustros en «una 'cultura de la queja' que
nos mantiene impotentes y amargados, sumidos en lo que los psicólogos sociales llaman la desesperanza aprendida, la
cual conduce al inmovilismo, a volver crónicos los problemas y a la 'muerte psicológica'» (Graciela Aldana de Carde).
Liderar un grupo humano, y con más razón de aquellos cuyo proceso de maduración todavía está gestándose, exige un
cambio de mentalidad, de apasionamiento y, consecuentemente, de preparación profesional. Nos resistimos a poner a prueba
las prácticas docentes arraigadas que se prueban ineficaces o, al menos, poco satisfactorias. Hay que subir el listón,
ciertamente, pero el nuestro, venciendo temores y resistencias. Muchas son las necesidades de innovación educativa que
tenemos en nuestros claustros. Todas colaboran en mayor o menor medida a acompañar a nuestros alumnos en el proceso
de hacerse personas, en el aprendizaje del estilo de vida que el evangelio propone. No podemos recorrerlas todas, pero me
gustaría escoger algunas que se refieren de forma especial a lo pastoral:
- Convertirse en referentes alternativos de sentido. Ante el debilitamiento de los modelos familiares y afectivos de
los niños, y ante el bombardeo de estilos y modelos de vida contradictorios, el maestro está llamado a convertirse en
un referente de sentido alternativo, que provoque una cierta insatisfacción en la experiencia de los alumnos y una
alternativa de significados a medida que van construyendo su propio proyecto de vida. Esto exige una apertura
especial, una cercanía humana honesta, capaz de comunicar la propia experiencia transformada en sabiduría
existencial.
- Tener la capacidad de forjar relaciones intensas. Siempre es un riesgo implicarse, porque creas expectativas y
lazos que traspasan los límites de un compromiso laboral. Pero no hay testimonio sin encuentro, ni encuentros sin
oportunidades para acoger y ser acogidos en el lugar en el que los otros están. Generar vínculos de pertenencia
permite prepararlos para la construcción de lazos con la comunidad, no solo social, sino también eclesial.
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Desarrollar la sensibilidad cultural. Necesitamos conocerlos, y conocerlos muy bien. Hoy la diversidad no se
manifiesta solo, como hemos dicho al principio, por la presencia de inmigrantes o miembros de otras religiones, sino
en la profunda distancia que sus referentes en la dotación de sentido y en la interiorización de valores tienen de los
nuestros. Hay que salir a buscarlos allá donde se encuentran, y eso exige aprender a ser sensibles a sus lenguajes y
descubrir los mensajes cifrados que emiten, y no solo en el móvil. Esta sensibilidad nos permite negociar con lo válido
de sus culturas, evitando demonizarlas, pero también sin renunciar a la integridad y validez de nuestro mensaje.
Aprender a ser tolerantes a la ambigüedad. Queremos seguridad, garantías de eficacia que se midan por
parámetros medibles, por categorías uniformes. La experiencia del evangelio fructifica en la comunión, que no en la
uniformidad. A veces una piensa que, más que síntesis fe-vida, lo que perseguimos es que adecuen sus vidas a unos
modelos socialmente adecuados, estereotipados, que les garantizarán no sé qué salvación, y de ahí el abuso de una
cierta pastoral moralizante. Sembramos para no recoger, pero sobre todo para no almacenar los frutos en graneros
cerrados. Los frutos no los poseemos, no son nuestros, y se repartirán en todos los ámbitos de la cultura, la historia,
la ética... y algunos, unos pocos, se compartirán en la mesa del Señor.
Adquirir conocimientos profundos sobre la propia fe. Hoy no sirven los cuentos, ni las explicaciones superficiales
que descansan en fórmulas aprendidas. Tampoco sirve ya el argumento de autoridad, del que tanto se abusó en la
transmisión de la fe. Los alumnos quieren saber..., sí, todavía quieren saber, pero desde el diálogo y la libertad de
apropiación del mensaje. Tenemos el deber de aprender a manifestarnos de forma inteligente e inteligible, para que
ellos puedan comprender y contrastar la profundidad del mensaje que nos convoca.
Vivir la tensión de la experiencia del misterio. La intensidad de la experiencia de lo espiritual se trasluce en las
acciones cotidianas..., colorea y determina la naturaleza de todo lo que hacemos. El líder espiritual comienza por
buscar momentos, espacios para cuidar el espíritu. Si lo que necesitamos en pastoral es intensificar las experiencias
de interiorización, de silencio, de contemplación, etc., los modelos de formación deben cambiar hacia modelos de
«iniciación». Y en la tensión de la experiencia del misterio, debemos aprender a provocar experiencias compartidas,
que no pretendidas, de oración.
Desarrollar un hondo sentido eclesial, que sepa vivir desde la libertad la propia fidelidad. Evidentemente, la
vocación evangelizadora no es exigible, ni medible con el barómetro de los planes de calidad. Esto nace de un
profundo compromiso eclesial y de una espiritualidad enraizada en la misión bautismal. Necesitamos no solo conocer,
sino también apreciar la Iglesia con la cual creemos. La fe es experiencia de donación y entrega, de comunión, que
supone asumir la diversidad eclesial como riqueza y no como amenaza... Acercarnos al rostro más amable de la
Iglesia, desde la cercanía a tantos testimonios radicales, con rostros y nombres concretos, en el mundo del dolor, la
marginación, la soledad, la distancia...
Conclusión: de héroes a líderes, de líderes a maestros, de maestros a discípulos, compañeros en el caminar
Los héroes de nuestras leyendas y tradiciones eran capaces de llevar a cabo hazañas prodigiosas y admirables, que
los alejaban de la gente corriente. Todavía quedan héroes, que en circunstancias extremas manifiestan conductas
encomiables y arriesgadas, idealizadas y envidiadas. Pero el héroe vive y actúa solo. ¡En algunas de las aulas por las que he
pasado no hubiera venido mal alguno! Muchos maestros lo son, pero trabajan aislados. Los héroes protagonizan clases
brillantes, relaciones afectivas momentáneamente intensas, salvan de situaciones a veces dramáticas, pero no cambian las
escuelas...
Los líderes de la historia, y por ende de las organizaciones, también están adornados de múltiples cualidades
humanas, pero se manifiestan siempre en relación con el grupo al que son capaces de motivar y transformar, construyendo un
proyecto común. Por eso del líder individualista se pasa a un modelo de liderazgo compartido. La expresión apoderamiento,
del inglés empowerment, que tan de moda se ha puesto, refleja esa necesidad de capacitar a todos los miembros del grupo
para ser protagonistas del cambio que se pretende. Hemos visto muchos de los rasgos que pueden sernos útiles para las
nuevas necesidades pastorales de las escuelas.
Los líderes son necesarios en los centros que quieren reflexionar sobre sí mismos y mejorar los ritmos de trabajo,
los impulsos, actividades, métodos docentes, intervención pedagógica, procesos, desarrollo profesional, y un largo etcétera de
urgencias, pero no cambian las vidas...
Los maestros son grandes. Eso quiere decir el término evangélico, rabbí, «el grande», pero no porque se
autoproclamen como tales, sino porque son reconocidos por aquellos que los escuchan y los siguen como depositarios de
una sabiduría distinta que los admira y cuestiona. «Solo soy un hombre corriente con habilidad inferior a la media. No soy
un visionario; pretendo ser un idealista práctico, y no reconozco ningún otro talento para explicar lo que he logrado. No tengo
duda de que cualquier hombre o mujer puede hacer lo mismo que yo he hecho, si tienen la misma paciencia y cultivan la
misma fe que yo he cultivado». Son las palabras de Mahatma, «el gran espíritu», Ghandi.
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María Magdalena exclama en el primer encuentro con el Resucitado, Rabbuni, «mi maestro». Es el final del itinerario
existencial, el estilo pastoral del único Maestro. Jesús come y bebe con los pecadores, acoge y es acogido por
ellos, muestra la proximidad y la ternura de Dios a los alejados, los que están «fuera», y, reconocido como profeta,
anuncia la salvación y cura gratuitamente a muchos, sin exigencias. Pero solo es reconocido como el Maestro por
los suyos. Solo la intimidad con Cristo permite fiarse de él. Eso es la fe. Ese es el tesoro que llevamos en cada
generación en vasijas de barro, y que estamos llamados a compartir a tiempo y destiempo, también en la
escuela.
Solo los maestros pueden enseñar a vivir...
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