Acompañamiento Espiritual y Pastoral de las Vocaciones

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ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL Y PASTORAL DE LAS VOCACIONES
I
P. Mark Rotsaert, S.J.
1. Una curva. La curva de mi vida... Con sus altos y bajos, con sus cumbres y
sus abismos: momentos destacados de mi vida. Pero hay, quizás, algo más
importante que estos momentos fuertes, tanto positivos como negativos: el
hecho de que nunca me he quedado quieto, no me he detenido ni en las
profundidades, ni en la oscuridad, incluso cuando estos instantes han podido
durar mucho. Siempre cabe un nuevo punto de partida: el momento en que la
curva vuelve a subir. Es ésta una constatación posterior, aunque importante en
la vida del hombre. Son éstos momentos de transición; el paso del sufrimiento
a la curación, tránsito del sentimiento de estar perdido, pasmado, a la
experiencia de reencontrarse, paso de la muerte a la vida. Designamos estos
momentos de transición,-modestamente-, como experiencia de resurrección,
que siempre consisten en la experiencia de que es el Señor quien me resucita.
No soy yo quien ha tomado la iniciativa de salir de mis abismos de oscuridad
(profundidades). Incluso cuando un día me decidí a salir del túnel. Otro había
puesto en mí la fuerza necesaria. Llegar a ser consciente de estos momentos
de transición o de resurrección me ayudará a reconocerme en un relato
evangélico de curación, bien cuando el hijo pródigo es acogido por su padre,
bien en una narración de Cristo resucitado apareciéndose ( p.e. a los discípulos
de Emaús).
He aquí, en cierto modo, hacia donde quiere llegar el acompañamiento
espiritual: reconocer la presencia de Cristo resucitado en mi propia vida, en mi
historia, en el mundo que me rodea. El acompañamiento espiritual tiene, por
tanto, como objeto ayudar a uno/a a descubrir poco a poco esta realidad
crística en su propia vida, a comprender su propia historia como una historia de
salvación.
2. - Si tal es la finalidad del acompañamiento espiritual, resulta evidente que el
acompañamiento espiritual no es posible más que entre creyentes. El
acompañamiento espiritual sólo tiene sentido en la perspectiva de la fe.
Ciertamente, esta fe es una fe encarnada en tal hombre, en tal mujer, y
entonces todo el psiquismo del hombre entra en juego. Pero sin la fe, el
acompañamiento se reduciría a un mero acompañamiento psicológico ( lo cual
no está nada mal).
3. - Descubrir la presencia de Cristo resucitado en la propia vida es reconocer
que es Dios quien toma la iniciativa en mi vida. Es él quien me conduce, Él es
quien me hace vivir, Él quien me re-crea de nuevo cada día, como el primer
día. Es decir: que el verdadero director espiritual no es otro que Dios mismo. Él
es quien me guía por su Espíritu. El acompañante espiritual, en sentido
estricto, no conduce, no dirige. El acompañante espiritual ayuda a uno/a a
dejarse guiar por el Espíritu que les ha sido concedido.
4. - Antes de profundizar en algunos aspectos del acompañamiento espiritual,
me parece importante situar el acompañamiento espiritual dentro de un
conjunto más bien amplio de las diferentes maneras de acompañamiento.
Todo hombre se ve acompañado en su vida ( que es también una vida de fe)
desde múltiples caminos: los amigos -la comunidad humana en la que se vive
(familia, escuela, universidad, trabajo)- la comunidad eclesial con su tradición,
su liturgia etc.(grupos de oración y de compromiso social) - su estudio y sus
lecturas etc. El acompañamiento espiritual no es más que una de las formas de
acompañamiento en este conjunto, pero es también una forma muy específica.
Y la relación que se establece entre el que acompaña espiritualmente y el/la
que es acompañado/a es una relación muy característica, como nosotros
vamos a poder ver más adelante.
Si esto es verdad para todo acompañamiento espiritual, creo muy importante
tener en cuenta que actualmente, en Europa (hablo sobre todo partiendo de la
situación en el país flamenco, en Bélgica) los jóvenes encuentran cada vez
menos lugares de acompañamiento, tanto para su desarrollo humano como
para su vida de fe. El acompañamiento espiritual deberá tomar nota de ello,
rechazando totalmente ocupar el puesto de otros modos de acompañamiento,
procura no ser otra cosa que acompañamiento espiritual.
ACOMPAÑAR AL HOMBRE EN SU TOTALIDAD
1. El proceso de acompañamiento.
1.1 Punto de partida: la situación del joven en búsqueda
El joven que actualmente ansía profundizar en la fe se encuentra, con
bastante frecuencia, un tanto desamparado. No solamente conoce poco los
lugares donde se puede vivir la fe de una manera sencilla, sino que él mismo,
frecuentemente, no es en absoluto consciente de su falta de formación
religiosa. El contenido de su fe es excesivamente pobre y, rara vez, lo tiene
explicitado. Esta realidad es algo que no le preocupa en exceso. Por contra, el
aspecto vivido de su fe se experimenta como algo importante. Lo que le ayuda
a mantenerse en la fe es toda una serie de cosas referentes a los sentidos y a
los sentimientos (p.e. los cantos de Taizé -la melodía importa más que el textoy el juego luces-sombras de Taizé). Se puede decir, en general, que muchos
jóvenes conceden gran importancia al poder vivir su fe en grupo, en
comunidad. La falta de un grupo de referencia convierte en efímeros los
momentos de manifestación y expresión de su fe y de su compromiso que es,
en consecuencia, pasajero. Pero no nos engañemos con eso: un buen número
de estos elementos que acabo de citar, son elementos positivos y ciertamente
importantes. Deben ser integrados en un conjunto más amplio y enraizados en
el núcleo más profundo de cada persona
Porque también en cuanto a su desarrollo humano el joven de hoy vive en un
mundo roto. Las grandes ideologías han perdido su fuerza de atracción y no
existen normas morales reconocidas por todos. Cada uno se construye implícitamente- una ideología y una ética a su medida. Lo que importa es
aquello que me va bien, o cuando yo me siento bien en mi piel. Ser verdadero,
auténtico, es más importante que la verdad. Se vive todo intensamente a partir
de la experiencia personal. El bien común (la política/ polis; la república/res
publica) no es apenas tomada con interés. Sin embargo, el redescubrimiento
de la importancia de la naturaleza provoca nuevos tipos de compromiso. Todo
lo que se refiere a la religión es relegado al dominio de lo privado.
Incertidumbre y precariedad caracterizan esta época; todo compromiso
duradero se convierte en problemático. Hace treinta años, según los estudios
psicológicos, se llegaba a la mayoría de edad a los 21 años, y a esa edad se le
consideraba adulto. Actualmente se es mayor de edad a los 18 años, pero
solamente hacia los 30 años comienza en realidad la edad adulta. Este cuadro
respecto al mundo contemporáneo y a los jóvenes no pretende ser completo,
evidentemente. Nos sirve para centrar nuestra atención respecto a cuantos nos
solicitan un acompañamiento espiritual y a cuantos nos lo proponen.
Normalmente el proceso de acompañamiento comienza con una petición de
ayuda. La iniciativa se sitúa desde de aquél o aquella que busca un
acompañante. Pero con los jóvenes es necesario hacer una excepción. En
general, los jóvenes no saben que existe algo llamado acompañamiento
espiritual ni en qué consiste tal acompañamiento. Por esta razón creo que es
necesario presentar a los jóvenes que deseen avanzar en su camino de fe esta
forma de acompañamiento. A aquellos que se sienten interpelados por
Jesucristo y su Buena noticia (Evangelio) y que desean conocer mejor y por
más tiempo su fe y profundizar en ella, éstos son los jóvenes a quienes
nosotros debemos proponerles un acompañamiento espiritual. Este
acompañamiento deberá empezar en el lugar en el que el joven se encuentre,
en su forma de vida humana, en su vida de fe.
1.2. Poder expresarse, mostrarse como uno es
El acompañamiento debe tener cuidado de no querer poner remedio
inmediatamente a todas las lagunas que percibe en tal o cual joven, p. e. a
nivel doctrinal (contenido de la fe). El acompañante tiene que permanecer
sobrio y modesto en aquello que él aporta como complemento de información.
Lo más importante es que empiece por "escuchar". Hablar corresponde al
joven. Y este joven descubrirá que quien puede y debe hablar aquí es él. Y
sobre todo, tendrá la oportunidad de descubrir en el acompañante el ámbito
donde pueda abrirse, decir-se. El acompañante podrá en su caso sugerirle
palabras con las que expresarse, pero nunca reemplazar la experiencia
fundante de poder decir-se.
El acompañante prestará atención para que el joven no se limite a lo espiritual,
y llegado el caso, le invitará a contar antes su vida concreta: su trabajo o sus
estudios, sus relaciones humanas, sus sueños, sus dificultades. El joven
deberá aprender a descubrir, en aquello que vive, sus sentimientos profundos,
todo lo que le afecta. A continuación se esforzará por encontrar las palabras
que le ayuden a ponerle un nombre. Es un paso necesario para (llegar a
aceptar) la aceptación de los propios sentimientos. Y es precisamente a nivel
de sentimientos, a nivel de afectividad profunda en donde cada uno es único.
Pero será muy importante que el joven descubra que los sentimientos, no
tienen por sí solos valor moral. En general no se hacer problema alguno
cuando se siente simpatía por una persona, pero sí se culpabiliza cuando se
siente antipatía, envidia u odio hacia alguien. No hay buenos y malos
sentimientos. Hay sentimientos positivos o negativos, agradables o
desagradables... La moralidad entra en juego cuando yo me dejo condicionar
por estos sentimientos en mi actuación. Cuando yo me dejo dominar de tal
modo por un sentimiento de antipatía, por ejemplo, que planeo hacer el mal
contra aquel que me es antipático, entonces yo soy responsable de mis
pensamientos y de mis actos. Yo no soy responsable de un sentimiento de
simpatía o de antipatía. Los salmos pueden ayudar al joven a expresar en su
oración los sentimientos que lo embargan, ya sean estos positivos o negativos.
No es sorprendente que en este nivel profundo de los sentimientos el joven se
sienta inseguro; esto vale también para cualquier adulto. Hay, en toda vida,
cosas de las que no se habla fácilmente. Y puede existir cierto temor ante el
acompañante (¿qué va a pensar?), o un temor, frecuentemente inconsciente,
de enfrentarse consigo mismo, con su propia realidad. Por esta causa todo
debe hacerse en un clima de confianza y de fe, donde se aprende a abrirse en
la presencia de Dios, que es un Dios de ternura y bondad.
Si nada puede reemplazar esta experiencia de poder expresarse tal cual uno
es, el acompañante debe saber que aquello que atañe a lo más profundo de
una persona –sea joven o menos joven- es inefable, no puede ser expresado
en su totalidad. No porque no se quiera decir, sino porque toca al misterio
inalienable de cada uno. El joven que es acompañado debe encontrar el
espacio apropiado en su acompañante, en el que aquello que no se puede
decir, no deba ser dicho. Es en el respeto por este misterio de cada uno en el
que nace una comunión profunda entre el joven y aquel o aquella que le
acompaña.
1.3.
Tomar conciencia de su propio vivir
El joven que aprende a expresarse, aprende también a conocerse. A lo largo
del acompañamiento va creciendo la concientización de sí mismo. Será
necesario ayudar al joven a aceptar la confrontación con su propia realidad:
trabajo lento y difícil. Es necesario que tome conciencia tanto de sus propios
límites, de sus fallos, de sus pecados como de todo bien y cualidad que hay en
él y de la tarea del espíritu en él. Tomar conciencia de su propia realidad es un
paso necesario para llegar a aceptarse tal como es. Este proceso de
aceptación no podrá realizarse más que si el joven tiene el sentimiento de que
es aceptado tal cual es por su acompañante. También en el discernimiento de
una vocación esto me parece un punto capital: si un joven no llega a aceptar su
realidad, no se liberará jamás de sus conflictos con los otros, no importa que
sea la autoridad oficial o la comunidad de creyentes de la que él forma parte.
¿Cómo es posible tener una idea equilibrada y justa sobre los otros si se
rechaza la realidad de la propia vida?
La aceptación de la propia realidad abre el camino real de la libertad. Es
preciso que se acreciente en el joven la certeza lúcida de su propia realidad
para descubrir en ella lo que entorpece en él la libertad. Es aquí donde entra en
juego el discernimiento de espíritus. El discernimiento de espíritus, o sea, poder
distinguir lo que me hace progresar en el bien y cuales son las fuerzas que hay
en mí que me arrastran por los caminos del mal, distinguir en qué lugar – en mi
vida concreta- el Espíritu de Cristo me guía y en qué lugar yo soy manipulado
por el espíritu del mal. Es descubrir que el verdadero director espiritual es el
Espíritu Santo. Es descubrir la presencia del Resucitado en mi vida.
2. ACTITUDES DEL ACOMPAÑANTE
2.1. Escucha
Es lo primero que el acompañante tiene que hacer, escuchar al que o a la que
acompaña. Y, para poder escucharle adecuadamente, debe antes haber
aprendido a escuchar al mundo, a sí mismo y a Dios. El joven que se abre y se
pone en nuestras manos es alguien muy enraizado en nuestro mundo. ¿Cómo
podríamos comprender a este joven si no nos ponemos a la escucha del
mundo en el que él vive? Y, ¿cómo ayudar a un joven a aceptarse a sí mismo,
si no somos capaces de enfrentarnos y aceptar nuestra propia realidad? Y,
¿cómo ayudar a un joven a descubrir la presencia de Cristo en su vida, si no
vivimos nosotros mismos de esta presencia de Cristo?
2.2. Empatía
Significa meterse debajo de la piel del otro (ponerse en su lugar), tratar de
acercarse a lo que él siente, a aquello que vive intensamente. Con esta actitud
el acompañante tratar de sintonizar con quien se le pone delante como el otro,
único e irrepetible, o sea, el diferente de mí. Esta actitud está localizada en la
dimensión del carisma: no todo el mundo tiene las características propias del
que ha de ser acompañante espiritual.
2.3. Aceptación
Ya he hecho alusión a esta cualidad anteriormente. Aceptar al joven tal cual es,
sin prejuicios ni condiciones, es actitud básica y capital. El joven no será capaz
de aceptarse a sí mismo si no tiene la experiencia de ser aceptado
incondicionalmente por el acompañante. Esta actitud exige gran dosis de
libertad interior.
2.4. Libertad interior
Es de todo punto necesario ser interiormente libre para poder acoger y aceptar
al otro tal cual es. ¿Cómo se puede estar atento al otro al mismo tiempo que
estoy agobiado por mis cuitas y preocupaciones? Tendríamos aquí una manera
de escucha en la que yo, por supuesto sutilmente, impongo al otro mi propia
necesidad de amistad o de ser reafirmado... Sólo en la medida en la que yo me
sienta reconciliado conmigo mismo podré acoger en mi ámbito familiar interior
al otro. Y al mismo tiempo es necesario que yo me sienta tan libre frente a mi
propia experiencia, que no trate de hacer de ella la norma de mí ayudar al otro.
Es necesaria una buena dosis de libertad interior para ser capaz de aceptar un
sufrimiento que aparece en la vida de otro, sin querer minimizarlo. Es necesario
también ser libre interiormente para respetar la relación fundamental entre el
Creador y la creatura y no interferir constantemente.
2.5. Compasión
“Cum-pati”, padecer con: llevar al otro, sufrir con el otro. El fundamento de la
compasión es (la certeza vivida) el convencimiento de que todo hombre, mi
prójimo, es también igual a mí. Yo no soy diferente de los otros, soy hermano
de cada uno de los hombres, de toda persona humana. Hay una comunión
fundamental, La compasión me hace descubrir que la capacidad de amor que
yo descubro dentro del otro, existe también dentro de mí, y que el mal que yo
percibo en los otros, tiene igualmente sus raíces dentro de mí. Cuando yo vivo
esta comunión fundamental, quizás llegaré a ser capaz de ser signo de la
misericordia de Dios, un signo de perdón que Cristo nos ofrece.
2.6. Portador de palabras y de la Palabra
El acompañante no es solamente el que escucha, es también el portador de
palabras y de la Palabra. Si es cierto que es el joven mismo el que deberá
aprender a comprenderse, el acompañante no le dejará sin embargo a su aire
(que corra solo los riesgos). Durante todo el tiempo, el acompañante se
mostrará como un maestro en el arte del acompañamiento espiritual, si llega a
prescindir de lo que él –el acompañante, siente, vive e interpreta en este
proceso de concientización en el joven en cuestión. Con frecuencia el arte está
en esto: plantear la pregunta oportuna en el momento oportuno y con el matiz
que precisa.
Pertenece también al acompañante proponer la Palabra de la Escritura, a fin de
que ésta pueda desplegar su fuerza en el joven que busca. Esta palabra misma
es un desafío para aquel que la escucha. El acompañante no debe, pues,
ocupar el lugar de la Palabra. Su alegría consistirá en poder ser testigo de la
fuerza de la Palabra en el interior del joven.
Si el acompañante constata dentro del joven lagunas importantes en su visión
de la fe, cuidará que poco a poco se rellenen esas lagunas. En principio, yo
diría que no es el papel del acompañante espiritual el de ser también catequista
o teólogo. El acompañante debe remitir al joven a otros lugares en los que su fe
puede enriquecerse, lugares de encuentro y formación (allá donde existan...).
Una buena lectura puede suplir y ser uno de esos lugares de formación.
Aquello a lo que prestará especialmente atención el acompañante espiritual
será al modo como el joven integre poco a poco los elementos de la fe en la
vivencia de esa misma fe.
3. La relación acompañante-acompañado/a
Como decía hace poco, la relación entre acompañante y acompañado/a, es
una relación muy específica. Esta relación es del tipo de la Alianza bíblica, y al
mismo tiempo es del tipo de sacramento.
3.1. Alianza
La relación acompañante-acompañado es sobre todo del tipo de Alianza más
que del tipo contrato. Se habla de contrato cuando dos personas o dos partidos
se unen mutuamente, y donde cada uno tiene sus derechos y sus deberes,
Cuando una de las partes no respeta el contrato, el compromiso adquirido,
entonces el contrato se acaba. Totalmente otra es la alianza que Dios
establece con su Pueblo. Cuando el pueblo es infiel, Dios permanece fiel. Dios
no pone condiciones a su fidelidad.
Se da también otra diferencia entre el contrato y la Alianza. Un contrato tiene
siempre la estructura de "do ut des"; te doy algo a ti y tú me devuelves otra
cosa. Yo te doy mi competencia y tú me pagas. Prestación y contraprestación
(contrapartida). Uno de los grandes desafíos de una relación de alianza es,
precisamente, no esperar ninguna contrapartida por los servicios prestados. El
acompañante espiritual es el servidor que da la vida por los demás Eso es vivir
el Evangelio.
3.2. Sacramento
Entre el acompañante y el acompañado el verdadero trabajo que se realiza
en esta relación es el trabajo del Espíritu Santo. A través de la relación humana
se realiza la obra de Dios. Esto quiere decir que lo humano es sacramento de
lo divino.
He aquí por qué un acompañamiento espiritual no se puede medir por la
cantidad de encuentros ni por la cantidad de saber (ciencia) de
acompañamiento. Lo que importa es la calidad de la relación. Lo que realmente
cuenta no es lo que el acompañante sabe o dice, sino más bien lo que él es y
cómo es la calidad de su fe. Y esto es lo que da vida. Es la vida que el
acompañante lleva dentro de sí la que tiene fuerza liberadora, la que libera
cuanto de positivo hay en quien es acompañado/a. Si existe una verdadera
relación de confianza entre acompañante y acompañado, aquél podrá ser,
ciertamente, en los momentos difíciles como el sacramento del reencuentro con
el Dios de la misericordia.
II
EN EL CORAZÓN DEL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL ESTÁ LA
RELACIÓN CON DIOS.
1. La relación con Dios
Si el acompañamiento espiritual se refiere al hombre en su totalidad, el punto
de mira del acompañante espiritual es la relación Dios-hombre, Creadorcreatura. Es muy importante darse cuenta de que el acompañante no tiene
soluciones para mis problemas ni respuestas para todas mis preguntas. El
acompañamiento, sobre todo, supone una relación, no los problemas. Pero la
solución a mis problemas recibirá una nueva luz precisamente como resultado
positivo de esa relación.
1.1 Vivir esta relación.
El acompañamiento espiritual pretende ayudar al joven a crecer en la relación
con su Dios. Esta relación es buscada, cultivada incluso, no porque ella me
reportará algo o porque puede darme solución a mis problemas; esta relación
es buscada y deseada por sí misma, en razón del amor que Dios me ofrece. Se
trata, pues, de una relación de amor. El papel del acompañante no consiste en
tratar de comprender mejor esta relación, sino de vivirla mejor y dejarse
comprometer más y más. Si creo que Dios es realmente el fundamento de mi
vida, es evidente que en la medida en que esta relación se expanda, toda mis
vida se desarrollará. Cuanto más carne y hueso se haga esta relación con
Dios, tanto más marcará ella mi vida concreta. Ante una elección que me veo
obligado a realizar, como es la elección de vida, la cuestión fundamental no es:
¿"Qué debo yo elegir?" sino "¿Cómo influye en esta elección mi relación con
Dios?". A partir de que la experiencia de esta relación con Dios sea más o
menos intensa y viva podré hacer una buena elección. La relación
acompañante-acompañado, de la que estamos tratando, está por tanto en
función de esa relación primordial entre Dios y el hombre.
1.2. Purificar la imagen de Dios
En la esencia del acompañamiento espiritual no se trata de teorías acerca de
Dios o sobre la relación con Dios; de lo que se trata es de una experiencia de
Dios. Al principio esta experiencia puede ser todavía mínima en el joven que
acompañamos, pero gracias precisamente a la tarea de acompañamiento, ella
podrá desarrollarse. Normalmente será también necesario que se vaya
purificando la imagen que el joven tiene acerca de Dios. Pero no es tarea del
acompañante la de llevar a purificar la imagen del joven sobre Dios. Esta
purificación se irá haciendo, poco a poco, a lo largo del acompañamiento. Y,
como ya he sugerido anteriormente, lo que verdad importa aquí, es la imagen
que el acompañante lleva en sí mismo. Dos tipos de imagen -falsas- acerca de
Dios que se encuentran frecuentemente son: el "Dios-gendarme" y el "Diosespejo". (Cf. André Louf, La grâce peut davantage. L'accompagnement
spiritual, DDB. 1992.
El "Dios-gendarme" es una especie de proyección de nuestros miedos, dudas y
angustias. Es como la cristalización, frecuentemente inconsciente, de todos los
surcos que ha dejado marcados la experiencia de la autoridad en la vida de
cada uno. Es como una instancia interior que desempeña el papel de censor
(juez), tarea moralizadora (s’il en est) por pequeña que sea (donde las haya!).
Éste se encontrará sobre todo entre aquellos que persiguen un ideal de
perfección, que quieren hacerlo todo sin fallo alguno, que anhelan tenerlo todo
en orden, que tienen pavor a cometer un error. El gendarme interior logra que
cada fallo, cada debilidad nos culpabilice. Juega un papel depresivo. El
acompañante tiene que poner cuidado especial en no pasar a ocupar el lugar
del gendarme interior, que existe, quizás también en su propio inconsciente.
Tened presente todo cuanto os he dicho acerca de la libertad interior, necesaria
para poder ser un buen acompañante. ¿Qué deberá hacer el acompañante
cuando se encuentre con un joven motivado por una instancia interior de este
tipo? No hay soluciones hechas. Lo verdaderamente importante en estos casos
está en la calidad de la relación entre acompañante-acompañado. Si el
acompañante posee el arte de saber acompañar, también sabrá amar de modo
que gracias a ese amor que lleva dentro de sí, irá logrando poco a poco
neutralizar a este censor interior, o, al lo menos, reducir su poder. Porque
cuanto más tiempo mantenga su fuerza el censor interior, menos espacio
dejará para el trabajo en profundidad del Espíritu Santo, ese verdadero
"Maestro interior".
La imagen del "Dios-espejo" es la de un Dios a mi imagen y semejanza. Se
trata en este caso de una proyección de mis necesidades. El espejo refleja el
proyecto ideal que he hecho sobre mí mismo, de aceptar mi propia realidad.
Este espejo narcisista bloquea el camino hacia mis deseos profundos, lo cual
tarde o temprano se vengará. Será especialmente importante en este momento
que el acompañante desconfíe de todo aquello que le va contando el joven al
que acompaña: si le muestra el espejo que refleja su imagen ideal, o si se
confía de verdad. Si sólo le muestra el espejo, el acompañante deberá tener
cuidado de no seguirle el juego (con riesgo de reforzar más aún su imagen
ideal). El acompañante deberá esperar pacientemente y estar pendiente del
momento en que "Saulo caiga del caballo", momento en el que la imagen, un
tanto farisaica de sí mismo se rompa en mil pedazos. Porque es algo que tiene
que suceder un día u otro. Pero no es, precisamente, el acompañante quien
tiene que fijar la fecha, ni provocar el suceso. También, en estos casos, lo
importante es la calidad de la relación acompañante-acompañado, la calidad de
cuanto lleva en su interior el acompañante. De esta manera, en el momento en
que aparezca la crisis, -cuando el espejo al fin se haga añicos- la calidad de
presencia del acompañante podrá ayudar a cicatrizar la herida que se haya
producido. El acompañante podrá, entonces, ser como el sacramento del
reencuentro con la misericordia de Dios.
Estos dos casos que acabo de describir brevemente pueden parecerles, tanto
uno como otro, un poco abstractos... Sin embargo son casos frecuentes y que
no tienen nada de extraordinario. No es raro encontrar jóvenes en cuya
persona se descubra un censor interior bastante pronunciado, o que tienen una
imagen idealizada de sí mismos; el uno, incluso, puede reforzar el otro. Creo
que lo importante es, de cara al discernimiento de una vocación, estar muy
atentos a esta clase de fenómenos.
2. El lugar de la oración
Es imprescindible que el joven en búsqueda descubra que no puede dar un
paso ni hay otro medio para llegar a ser cristiano que no sea contando con
Cristo. En efecto, el fundamento del cristianismo no es una ideología ni una
moral, sino un encuentro con Cristo resucitado. Y un lugar privilegiado para que
se realice este encuentro es el Evangelio. San Juan nos dice, al fin de su
Evangelio, en el cap 20, que ha escrito su Evangelio con la finalidad de que
nosotros podamos encontrarnos con el Cristo viviente, creer en el y vivir de su
plenitud. Y para nosotros, cristianos, sólo podrá desarrollarse nuestra relación
con Dios a través de este encuentro con Cristo.
Es necesario, pues, enseñar al joven a rezar desde el Evangelio. El
acompañante tendrá que enseñarle a mirar detenidamente a Cristo en el
Evangelio. Mirarle y dejarse aprehender por él. Mirarle, contemplarle
largamente, hasta que él me transforme, hasta que experimente su mirada
posada sobre mí, hasta que él, me convierta hacia él. Siempre y continuamente
el acompañante debe propone al joven no que se preocupe en la oración por
sus propias inquietudes y problemas, sino que reoriente su mirada hacia Cristo.
Pues es a partir de un conocimiento interior de Cristo -y del camino por él
elegido- cómo el joven podrá descubrir su propia vocación.
Nos encontramos actualmente con que jóvenes de 20 a 25 años no han tenido
ninguna iniciación a la oración personal. Será preciso, entonces, seguir una
cierta pedagogía para ir introduciéndolos en la misma. Esta tarea sí pertenece
al trabajo del acompañante espiritual. Sin querer dar un curso acerca de la
oración, considero muy útil proponer algunas indicaciones breves para ayudar
a la práctica de la oración. Y más adelante él podrá avanzar progresivamente.
El ideal sería, no dar al joven más que aquello que es capaz de asimilar y de
llevar a la práctica, según la situación que viva, y dejarse guiar por la
experiencia del joven, para más tarde, hacerle progresar.
3. La nueva lectura (relectura)
3.1. Relectura de la oración
Nada se ha inventado aún que sea capaz de sustituir a la oración personal, la
mirada puesta sobre el Cristo en el Evangelio. Pero no es suficiente el
contemplar intensamente a Cristo, no es menos importante que el joven
aprenda igualmente a estar atento y sensible a cómo le afecta a él esta mirada
sobre Cristo, cómo le sacude y trabaja. ¿Qué es lo que pasa en mí cuando
miro y contemplo a Cristo?
El acompañante deberá estar atento para cuidar aquellos rasgos o detalles
que muestran por donde va la experiencia de oración del joven. La relectura de
la oración no es un conjunto de reflexiones a propósito de la plegaria, sino un
intento de comprender qué es lo que ha pasado en el mismo acontecimiento de
la oración. Es importante que me dé cuenta de qué he recibido y cómo lo he
recibido. Un primer conjunto de cuestiones para ayudar a hacer esta revisión se
refiere todo al "contenido" de la oración: ¿qué palabras del evangelio han
despertado especialmente mi atención? ¿Qué palabra, qué gestos, qué
símbolo? ¿Qué luces he recibido en torno al texto meditado? ¿qué aspecto de
mi vida se ha iluminado? Una segunda serie de planteamientos se refiere
primordialmente a "la calidad afectiva" de la oración: ¿qué gustos, qué deseos
han surgido en mí durante la oración? ¿Qué atractivos han brotado en mí a
propósito del texto meditado? ¿Qué sentimientos: paz, gozo, alegría, o temor,
resistencia, disgusto? Por último, hay una tercera serie de cuestiones que
conciernen a mi "comportamiento" en la oración: ¿he cumplido el tiempo
propuesto? El lugar elegido, ¿ me ha ayudado, lo mismo que la posición de mi
cuerpo? ¿Cómo he reaccionado ante las distracciones? La oración, ¿ha sido
fácil o difícil y por qué? Etc.
La revisión de la oración ayudará al joven a descubrir poco a poco su
verdadera personalidad espiritual; ella le ayudará a descubrir cómo Dios mora
en él durante la oración. Adentrarse en el trabajo de la revisión de la oración,
es entrar en una actitud de discernimiento. Y cuanto más consciente se vaya
haciendo de lo que le pasa en la oración, más fácilmente se logrará el impacto
en su vida de la oración de todos los días.
3.2. Relectura (revisión) del día
Si la relectura de la oración nos enseña a descubrir cómo Dios nos habita en la
oración, la relectura de la jornada nos enseñará a descubrir a Dios presente en
todos los actos de mi vida. Esta revisión es algo más que un simple ejercicio de
memoria, es una verdadera oración. Y como toda oración, la revisión es más
que nada un ejercicio de descentramiento de nosotros mismos; ya no soy mi
propio "centro", es Dios quien está en el centro de mi vida. Cuando Ignacio de
Loyola habla de esta revisión, insiste mucho sobre una actitud de
reconocimiento, de agradecimiento como puerta de entrada en esta oración.
Precisamente es esta actitud de reconocimiento la que me descentra de mí
mismo; yo no me he dado la vida, ni ayer ni hoy, yo la recibo cada día.
La cuestión más importante y que hay que situar en primer lugar es la
siguiente: Dios, ¿en qué lugar estabas tú presente a lo largo del día de hoy en
mi vida? ¿Dónde he visto en tal persona y en tal otra o en tal situación una
invitación de tu mano? La mirada se vuelve en primer término hacia Dios,
incluso si no he tenido la experiencia de su presencia. La relectura diaria puede
enseñarme lentamente a ver algo más de lo que percibo normalmente, a
prestar atención más allá de las apariencias. No se trata, ciertamente, de un
ejercicio fácil, que consistiría en acoplar la palabra Dios a no importa qué... Se
trata más bien de un ejercicio de oración que desea dar profundidad a mi
relación con Dios. Por eso me parece importante situar el planteamiento en la
segunda persona del singular: Dios, ¿dónde has estado presente hoy en mi
vida? Yo me dirijo a Dios, entro en relación directa con Él.
La segunda cuestión no tiene sentido más que cuando se ha realizado la
primera: ¿cómo he respondido yo a tu presencia, cómo he respondido a tu
invitación? Yo repaso mi jornada no como un experto contable -apuntando lo
que he hecho bien o lo que he hecho mal- sino como un amigo que habla con
su amigo.
Cuanto más consciente me haga yo de la presencia de Dios en mi vida, tanto
más me sentiré reconocido, tanto más pediré perdón por mis rechazos a entrar
en relación con él, lo mismo si se trata de mi oración como del servicio a los
demás. La relectura cotidiana me prepara a vivir el mañana de una manera
más consciente, más en unión con este "Dios, amigo de la vida".
La revisión de la oración y la del día son ejercicios de discernimiento. Me
ayudan a discernir la presencia de Dios, la presencia de Cristo resucitado en
nuestra vida.
4. El discernimiento de los espíritus
No puedo entrar con todo detalle en el arte del discernimiento de espíritus; me
detendré solamente sobre aquello que pueda servir de alguna utilidad a los
jóvenes que acompañamos. En sus Reglas para el discernimiento de los
movimientos interiores, Ignacio de Loyola nos dice que, para los principiantes
en la vida espiritual, es necesario poner más atención en las desolaciones que
en las consolaciones.
4.1 Sanar la desolación
Los jóvenes a los cuales nosotros nos dirigimos deben sentirse sobre todo
reforzados. Es necesario que ellos aprendan a descubrir qué es lo que les
entibia (desanima) y qué cosa amenaza con apagar la pequeña llama de una
vocación naciente. Al principio, dice Ignacio, el peligro no se sitúa
generalmente por el lado de la consolación. Al contrario, la consolación alegría, paz interior, agradecimiento, etc.- fortifica y permite avanzar por el
camino que se ha iniciado. Pero la desolación es más peligrosa en un primer
momento; es decir, todo aquello que deprime, que quita confianza, cada
desconcierto interior, cada duda, una resistencia interna, cualquier melancolía
etc.
El acompañante debe ayudar al joven a no dejarse apoderar por estos
sentimientos negativos. Estas son algunas reglas prácticas:
* Si un joven se encuentra en una situación de desolación (prolongada), lo
primero que hay que hacer es intentar ver -si es necesario con su
acompañante- dónde está la causa de esa desolación. Pues si la causa se
encuentra dentro del mismo joven, él mismo puede encontrar la solución. Por
ejemplo: había decidido algo acerca de su oración o de su compromiso social,
pero no logra poner en práctica su propósito. En este caso él puede hacer algo
al respecto. O resulta que está en desacuerdo con tal o cual persona; también
en esto la solución está en sus manos en gran parte. Pero, con bastante
frecuencia, la causa no se halla dentro de él. Entonces, ¿qué hacer? Que
intente vivir esta desolación como un test de generosidad: ¿Acaso sólo soy
generoso con Dios y con los demás cuando me colman de gracias? Perseverar
en el bien, en aquello que me había propuesto hacer -aun en tiempo de
desolación- es una experiencia que puede ampliar el horizonte de mi fe. El
acompañante intentará mostrarle, en la experiencia misma del joven, cómo una
desolación, bien vivida, puede llegar a ser purificadora. Pero es cierto que esto
no puede descubrirse hasta después de haber recibido el golpe.
* Es necesario advertir al joven en desolación que no debe tomar en ese
momento decisiones importantes, ni cambiar una decisión que él hubiera
tomado en tiempo de consolación. Que espere a que la desolación pase. Es
muy raro acertar con una buena decisión mientras se está en oscuridad y
desolación.
* Lo que se puede hacer es cambiar uno mismo. Es decir: cambiar algo en su
manera de vivir, en su estilo de vida, y hacerlo de tal manera que este cambio
camine en el sentido opuesto a aquél en el que lo ha colocado la desolación.
Por ejemplo; un joven comprueba que cada vez que entra en desolación, se
debilita en sí mismo y comienza a preocuparse. Cambiar él mismo en este caso
quiere decir dar pasos concretos hacia los demás, ya en la propia familia, en el
ambiente de trabajo o de los amigos, realizar pequeños servicios, por ejemplo.
Todo el arte consiste en encontrar pequeños pasos de los que soy capaz, en
esta desolación, pues por definición, en desolación, no soy capaz de dar el
paso importante. De todos modos, es necesario sanar la desolación de manera
activa.
* Además, el acompañante sabe por experiencia que en tiempos de desolación
somos más vulnerables y que toda clase de tentaciones pueden arrastrarnos
más fácilmente hacia su terreno. Por eso el acompañante estará
especialmente atento a que el joven se ejercite, en tiempos de consolación, en
las actitudes que le ayudaron en tiempos de desolación. Una primera actitud
que debe adoptar es la de una gran resistencia interior, es decir, no querer
satisfacer inmediatamente y siempre todos sus deseos. Otra actitud que debe
adquirir es la de la apertura, y especialmente hacia su acompañante. Ciertas
dificultades son más fáciles de sobrellevar cuando se puede hablar con alguien
en quien se tiene depositada toda la confianza. Finalmente, es preciso
ejercitarse en el conocimiento de sí mismo. Importante sobre todo conocer las
propias limitaciones, asumirlos y respetarlos. Es éste el único medio para ir,
poco a poco, cambiándolos.
4.2. Verdadera y falsa consolación
Cuando el joven ha aprendido a sanar de verdad la desolación, dará comienzo
una nueva etapa en la vida espiritual. Ahora se trata de discernir si una
consolación es verdadera o falsa. Se trata de un discernimiento más sutil que el
primero y que ayuda a reconocer la desolación y a sanarla perfectamente.
Como los jóvenes de los que venimos hablando, se encuentran al principio de
su vida espiritual, no me adentraré mucho en detalles acerca de este
discernimiento más sutil. De todas maneras, el acompañante espiritual tiene
que ser un hombre o una mujer experimentados también en este aspecto.
5. Criterios de discernimiento de una vocación
Quiero reunir un buen número de criterios en torno a tres aspectos diferentes:
madurez humana, experiencia cristiana e historia de la vocación.
Evidentemente, en la realidad viviente del candidato estos tres aspectos forman
un todo único. Como criterio general, yo preguntaría: la vocación o la solicitud
para poder entrar en un seminario o en un noviciado ¿se corresponde con el
fondo de mi naturaleza? Esta cuestión, ¿está integrada en mi historia personal?
Mi vida espiritual, ¿está arraigada en mi modo concreto de vivir?
5.1. Madurez humana
Como he comenzado mi exposición sobre el acompañamiento espiritual
diciendo que este acompañamiento concierne a la persona "toda entera", en su
globalidad, comienzo de la misma esta enumeración de criterios para el
discernimiento de una vocación en todo cuanto se refiere a la madurez
humana. Para cada aspecto haré subdivisiones, plantearé algunas cuestiones y
señalaré a la vez sus contraindicaciones. Estos criterios no son absolutos; uno
refuerza al otro, y sobre todo, se aplican a una situación que es la mi país.
.- Conocimiento de sí: ¿Cuáles son sus experiencias positivas y cuáles las
negativas? ¿De qué modo utiliza sus cualidades y cómo palía sus defectos?
¿Qué idea tiene de sí mismo? ¿Qué capacidad de relativizar tiene? ¿Hasta qué
punto es capaz de quererse a sí mismo? ¿Cómo supera sus dificultades y
desengaños? -Contra-indicaciones : posibilidad de una imagen demasiado
negativa de sí mismo, querer tener siempre la razón, desear mostrarse
demasiado original...
- Raciocinio y juicio: ¿Cuál es su salud mental? ¿Tiene un juicio equilibrado
sobre las personas y las situaciones? ¿Es abierto de espíritu o más bien
demasiado rígido? ¿Es prudente o taxativo en lo que dice? ¿Tiene capacidad
para vivir con sus puntos de vista controvertidos o poco populares? ¿Tiene
sensatez?.- Contra-indicaciones: personas de ideas fijas, ideólogo o profeta,
quien se cierra a toda idea nueva.
- Salud física y psíquica : ¿Cómo es su relación con su cuerpo, con su salud?
¿Tiene tendencia a la depresión? ¿Es capaz de vivir con sus necesidades no
satisfechas? ¿Se siente lleno de vida o ha tenido dificultades con su salud? .Contra-indicaciones : excesiva preocupación por su salud.
-Vida afectiva y de relación: ¿Qué clima vive en el hogar? ¿Qué relación tiene
con sus padres? ¿Cuál es su relación con la autoridad? ¿Tiene amigos/as?
¿Qué significan para él estas amistades y como influyen en su vida? ¿Ha
estado enamorado? ¿Ha tenido experiencias sexuales o eróticas y cómo habla
él de ellas? ¿Cómo controla sus sentimientos positivos y negativos? ¿Es capaz
de vivir cierta soledad? ¿Es capaz de trabajar en equipo? ¿Lo ha
experimentado ya? )Se siente aceptado en su ambiente de trabajo o de
estudio? .- Contra-indicaciones: alguien que no sepa manejar sus contactos y
encuentros, un solitario o un gran egocéntrico...
-Sociabilidad: ¿Cómo reacciona frente a la parcialidad de su propio ambiente?
¿Qué intereses políticos sustenta? ¿Tiene algún compromiso concreto hacia
los pobres, los marginados en nuestra sociedad? ¿Forma parte de alguna
asociación? Cuáles son los valores, las ideas que le motivan? .- Contraindicaciones: una huida del mundo, un reformador nato, alguien sin sentido
social
-Apertura intelectual y cultural: ¿Cuál es su actitud ante los estudios? ¿Cuál
fue la motivación en la elección de tales o cuales estudios? ¿Hacia dónde se
vuelven sus intereses culturales? ¿Posee bastante flexibilidad para dejarse
orientar? ¿Cuáles son sus hobbys?
5.2. Experiencia cristiana
- Espiritualidad: ¿Tiene una vida de oración, de qué clase? ¿Se deja ayudar
en la oración? ¿Cómo habla de su oración? Su religiosidad ¿es más bien un
vago sentimiento religioso? ¿Quién es Cristo para él? ¿Ha tenido ya una
experiencia de Dios? ¿Cuál es su imagen de Dios? ¿Cómo se manifiesta que
su fe está en estrecha relación con su vida concreta de todos los días? .Contra-indicaciones.: Esperar a entrar en el seminario o el noviciado para
trabajar su fe, pero también jugar ya a novicio o seminarista...
-Sentido de Iglesia: ¿Cuál es su actitud ante la Iglesia? ¿Cómo se sitúa él
mismo en la Iglesia? ¿Es capaz de vivir cierto pluralismo en la Iglesia? ¿Se
manifiesta activo a nivel parroquial o en los grupos de vida cristiana? ¿Qué
significan para él los sacramentos, y cuál es su práctica, sobre todo del
sacramento de la eucaristía y de la reconciliación? ¿Descubre en la Iglesia
algunas cosas que le entristecen? ¿Cómo vive esta realidad?
.-Contraindicaciones: la intransigencia.
5.3. Historia de la vocación
- ¿Cuál es la historia de su vocación? ¿Qué personas o comunidades han
jugado un papel importante? ¿Cuáles han sido sus motivaciones, tanto
primarias como secundarias? ¿Ha hecho una elección voluntaria y libre acerca
de la vida celibataria? ¿Cómo han reaccionado su familia y sus amigos?
.- Su vocación, ¿ es una vocación clara y definida para tal o cual Orden,
Congregación, monasterio o seminario? ¿Está convencido de que es el Señor
quien le llama? ¿Cuáles son los pasos que va a dar para llegar a un
discernimiento decisivo? ¿Desea ingresar para poder realizar sus proyectos o
está con deseos de ponerse al servicio de la diócesis, de la Orden, de la
Congregación o del monasterio? ¿Cómo va a reaccionar si no es aceptado?
Es evidente que las respuestas a todos estos interrogantes mostrarán lo que
hay de positivo y negativo. Nadie es perfecto. Pero en su conjunto, la balanza
deberá inclinarse del lado de lo positivo.
PLANTEAMIENTOS: EL ACOMPAÑADO
CONDICIONES DE ACOMPAÑAMIENTO
El acompañamiento vocacional, su naturaleza y fines que persigue, ha de ser
algo sistemático y, por tanto, bien estructurado. No para ahogar la creatividad,
sino para liberar energías y facilitar la consecución de los objetivos. Ello
requiere por parte del acompañado una serie de premisas que, al menos en
grado suficiente, posibiliten y garanticen el buen desarrollo del mismo.
Señalamos entre ellas algunas condiciones:
1. LIBERTAD: El candidato ha de entrar libremente al proceso y también
retirarse libremente cuando lo estime oportuno o entienda que ya ha
descubierto su camino. Esto no quita la propuesta de entrada, pero la
decisión será suya. Cuando ha expresado la inquietud vocacional, ha
sentido una llamada interior, la ha acogido y quiere que no se apague,
esto lo manifiesta verbal y vivencialmente. Es el momento de iniciar el
acompañamiento personal.
2. RESPONSABILIDAD: Será un acompañamiento serio. No se trata de un
juego, cada decisión se apoya en motivos válidos. Cada decisión es
conversada y comunicada con el acompañante.
3. SISTEMATICIDAD: Es necesario, seguir, en lo posible, un método y un
proceso concreto, sin quemar etapas, sin descuidos ni improvisaciones,
sin remiendos. Debe respetar en concreto los ritmos y los procesos
personales del candidato según sus posibilidades y las circunstancias
que se vayan dando. Pero el candidato debe aceptar el método y las
exigencias que se derivan de comenzar un proceso así.
4. EXIGENCIA. A quien comienza el proceso se le deben pedir algunos
compromisos iniciales, entre los que subrayamos los siguientes:
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Docilidad al Espíritu (para que sea Dios quien marque la
vocación)
Búsqueda seria y sincera la voluntad de Dios, que le
exigirá someterse a cierta disciplina y le llevará a compartir
periódicamente la vida en profundidad.
Fidelidad a las entrevistas. Debe manifestar preocupación.
Fidelidad a su proyecto de vida, que irá surgiendo de la
relación de acompañamiento.
Cuidar algunos detalles de estilo de vida: reducir el uso de
medios de comunicación y diversión; cierta austeridad de
vida, un horario regulado, una fidelidad a ciertos
compromisos (estudio, servicio...)
Dar muestras de crecimiento en su vida cristiana
Generosidad, disponibilidad y oración.
Sinceridad y apertura.
5. COMPROMISO RESPONSABLE. El acompañamiento requiere
momentos de encuentro donde, en un ambiente adecuado y con más
tiempo, se pueda profundizar en el discernimiento: convivencias,
ejercicios espirituales, retiros, desiertos, Pascuas. Y sobretodo a través
de la entrevista personal que es el mejor medio para el
acompañamiento.
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