El de los

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2D
EL NORTE
: Domingo 13 de Mayo del 2001
P E R FI L ES
H I S TO R I A S
Editora: Rosa Linda Gónzalez
Perdiendo el miedo a las alturas.
T
enía 7 años cuando su papá falleció. Era el noveno de 10 hermanos
y vendía periódicos para ayudar a
su familia. Flacucho y pequeño, no
faltaba algún grandulón que intentara quitarle sus ganancias o amedrentarlo a
golpes.
“Si papá viviera, ya verían”, repetía molesto de regreso a casa, un cuartucho en la colonia Santa Fe, por los rumbos bravos del Topo
Chico. Mientras caminaba, lo seguían los perros.
De alguna manera se sentía acompañado.
Esos animales estaban tan solos como él y le
prodigaban lealtad, algo que hasta entonces
no conocía en los humanos.
Si tenía les aventaba un mendrugo, si no,
con una palmadita en el lomo se conformaban. Así fue que lo empezaron a llamar Cesáreo, el de los perros.
Eran cachorros que igual iban o venían,
hasta que uno se quedó, “Ojitos”, un callejero
grandote y bizco.
La necesidad –por la que dejó la escuela en
cuarto año de primaria– obligaba al niño a
inventarse las más distintas formas de ganar
dinero. Todas las noches iba a los ríos Pesquería, San Martín o Agua Fría a cazar ranas, llevaba un candil de carburo y una cubeta y atrapaba hasta 70. Luego las vendía a los restaurantes en 50 centavos la pieza.
Había que despistar a “El Chino”, que se
apropiaba de la pesca de todos a puñetazos y
patadas. Cesáreo Montemayor Garza no fue
la excepción, nada más que “Ojitos” se le fue
encima y le mordió la pierna.
Para él fue como un click, la señal de que
en adelante, su perro sería la fuerza que le
faltaba. De hecho, ya nadie se atrevía a meterse con él, no fuera que su guardián la emprendiera a dentelladas.
“Ojitos” se hizo viejo y un mal día se le atravesó a un camión, de nada sirvió que Cesáreo
desde el carretón donde vendía tierra para las
macetas le gritara para salvarlo. Ya nada más
lo cargó y lo enterró en el cruce de Bernardo
Reyes y Pedro Lascuráin, en la colonia Niño
Artillero. Fue el primer perro por el que sufrió, de los muchos que vinieron después.
Qué tiempos tan lejanos. De acordarse, a
este hombre de 45 años, ojillos vivarachos y
bigote espeso, le entra la nostalgia.
La miseria de su infancia es también cosa
del ayer, lo único que le quedó de entonces fue
el coraje para anteponerse a la adversidad.
A una orden, ataca.
Persiguiendo el objetivo.
Padre e hijo premian a sus ‘‘alumnos‘‘.
Señor
Perros
El
Así recuerda a “Alexa”, una labradora que
trabaja para la PGR en Mexicali y que tiene el
primer lugar en rastreo de drogas; a “Lady”, que
tuvo un problema en las caderas y le pusieron
unas de plástico para no perderla por ser muy
eficiente en la detección de estupefacientes.
Hoy le han traído a “Piper”, que detecta
mariguana, cocaína, dólares y armas. Lo están reentrenando, el problema es que les quita las pistolas a los oficiales.
de los
A
Cuando niño, un perro callejero se convirtió
en su amigo y defensor; ahora, su relación
con los canes ha dado éxito y una vida mejor
a Cesáreo Montemayor Garza
P O R : MARÍA LUISA MEDELLÍN
F O T O S : MIGUEL ÁNGEL DURÁN
S
u hijo Cesáreo dice que su papá es muy
exigente, y desde que tenía 12 años lo
mandaba a limpiar las perreras, asear
y darle de comer a los perros que criaban para vender. A los 15, ya era entrenador.
“Yo me quejaba de que me pusiera a hacer la limpieza, él me decía que tenía que hacer más que los demás para saber mandar
después, era muy duro, pero se lo agradezco”.
Los amigos de su padre todavía no se explican cómo el andar siempre con perros le
haya dado una manera muy holgada de vivir.
Y ha creado escuela, –una decena de sus
alumnos se dedica al adiestramiento canino–,
que a diferencia de hace 26 años cuando él
se iniciaba, tiene mucho campo de acción.
Los perros de don Cesáreo no nada más están en las corporaciones nuevoleonesas, hay
algunos en Mexicali, Guadalajara, Sinaloa y
otros han cruzado la frontera del Río Bravo,
a precios que superan los 8 mil dólares.
De hecho, él ha tenido varias ofertas para
trabajar en los Estados Unidos, sólo que a su
esposa Leonor no le gusta ese país para vivir.
Es tan inquieto que actualmente está experimentando con su perra “Marsha”, en la
detección de cáncer, algo que en Estados Unidos ya ha iniciado.
“Sus células tienen un olor particular, y
los perros pueden ser de mucha ayuda para
detectarlo tempranamente, en eso estoy y espero tener resultados”.
A
quí, el viento fresco sopla con fuerza y
alborota su entrecano y escaso cabello.
En este paraje desértico de García, donde los ladridos interrumpen la calma, está desde hace 14 años su escuela de Adiestramiento Canino: unos amplios bodegones con techos
de lámina y paredes de block. Atrás, las perreras y a un costado la espaciosa área de pruebas, con túneles, rampas, escaleras, llantas
en hilera, pelotas y juguetes de hule.
En promedio tiene unos 50 canes que entrenar permanentemente: algunos son para
la protección y compañía de particulares, aunque su especialidad son los detectores de drogas, de explosivos, los de rescate y combate
para la PGR y los cuerpos policiacos municipales y estatales.
Incursionó en este campo profesionalmente hace 26 años cuando decidió ingresar a la
Policía Judicial del Estado, y de ahí lo mandaron a capacitarse en el extranjero para crear
aquí la primera unidad canina a nivel nacional.
Una labor que en esas fechas parecía inútil a muchos de sus compañeros, pero que ahora cobra importancia a juzgar por los oficiales que se encuentran aquí con sus perros.
E
l perro, para él es como su hermano mayor. Le dio ese lugar a falta de una figura fuerte a su lado.
“Me ha hecho sensible y he aprendido mucho de su lealtad, por eso lo quiero y lo respeto. Creo que por eso nos entendemos”, dice tras el quinto cigarrillo de la charla, y eso
a pesar de la bronquitis que tiene.
En dos años más se jubilará de la Policía
Ministerial y como siempre ha entrenado perros para otros, quiere tener los propios, jugar
con ellos y divertirse como cuando era niño.
No quiere dejar de ser Cesáreo, el de los
perros.
C
esáreo, bajito y corpulento, se acerca cariñoso a “Niky”, un pastor belga de Malinois que trabaja 12 horas diarias en
los retenes de la PGR; el oficial que lo tiene a
su cargo lo ha traído esta tarde.
Es un detector de drogas y dólares muy
efectivo. Ha descubierto, junto con otros perros, cargamentos de estupefacientes que venían en botellas de cerveza, en cal, miel de
colmena, tanques de tamarindo, de diesel, y
hasta en paletas de chocolate y globos. La idea
es ampliar su abanico olfativo a otras sustancias.
De hecho, su raza es una de las más apreciadas por su agilidad, aguante e inteligencia, y se le adiestra cuando tiene entre ocho
meses y 2 años, no más.
“Estos animales pueden detectar hasta 14
aromas, para eso los adiestramos en atrapar
un juguete, luego lo escondemos hasta que se
vuelven locos por encontrarlo. Después, se impregna una gasa con un seudoaroma de lo que
queremos que busque y la insertamos en el
juguete, así es como funciona”.
Los canes no saben que buscan droga, ni
mucho menos que sus habilidades natas son
un trabajo, ellos simplemente quieren jugar
y obedecer a su amo.
Dice Cesáreo que los seres humanos tenemos 5 centímetros de membrana mucosa y 10
millones de células olfatorias aproximadamente, mientras el perro tiene 160 centímetros de membrana mucosa y 937 mil células
olfatorias por centímetro cuadrado, lo que
equivale a 150 millones de células, 140 millones más que nosotros.
Cuando “Niky” termina sus pruebas, el oficial lo premia como debe ser, con un abrazo.
Ése es el secreto de la relación que Cesáreo ha mantenido con los perros: el afecto.
Ha dado tan buenos resultados, que en 26
años de entrenar miles de canes, sólo tiene
una mordida en el antebrazo; se la hizo un
la par del aprendizaje en adiestramiento de los canes, tanto en la Policía Ministerial, como jefe de seguridad de
Guillermo González Calderoni, de Jaime J.
Garza Salinas, y el Grupo Alfa, Cesáreo aprendió técnicas policiacas, investigación, combate de guerrillas, diseño de seguridad y detección y desactivación de bombas, certificado
por Estados Unidos.
Ahora es, además, gerente nacional de seguridad de un consorcio que asesora a 57 empresas.
“Yo no tuve escuela formal, pero tengo la
experiencia que me ha dado la vida. Ahora
llego a la casa y prendo la luz con un botón,
cuando en mi colonia tenía que llegar a lavar
la lámpara y echarle el gas para prenderla”.
Sus hijos Ana Lilia, María Elena y Cesáreo –estos dos últimos a cargo ya de la Escuela de Adiestramiento Canino– empezaron a
cosechar los frutos.
“Tengo seis nietos y 26 años de casado, y
en comparación con el grupo con el que crecí, la vida me ha dado mucho. Cuando voy al
barrio me dicen: ‘Diosito es muy benévolo contigo, mira, yo todavía estoy aquí’, pero les digo: sí, pero yo tuve que salir de aquí, arriesgar en algo en lo que nadie creía y echarle
para adelante”.
Cesáreo Montemayor Garza se entiende bien con los perros y les ha dedicado su vida.
doberman que, nervioso porque lo vacunaban,
reaccionó agresivo.
L
as órdenes en inglés van acompañadas
de señas, que son las que el animal percibe. De niño su primera orden efectiva fue “úchila”, y su primer trabajo serio en
el manejo canino, un escuadrón comandado
por niños para cazar comadrejas, conejos y
tlacuaches.
Ese feeling para los perros lo hizo criar algunos especialmente agresivos para que no
se acercaran a molestarlo.
Otros desempeñaban distintas suertes, como hacerse el muertito, sentarse, echarse y
quedarse quietos, ésos le dieron muchas veces de comer; al tendero le encantaba verlos
y a cambio le regalaba un refresco, un dulce,
o lo que se le antojara.
Sin embargo, “Chayito”, como le decían,
quería valerse por sí mismo, estaba harto de
ser débil.
A los 15 años entró al Ejército gracias a un
permiso especial y otra vez tuvo que enfrentar las burlas. El Sargento Mireles, de la primera compañía, se lo dijo sin miramientos.
“¿Por qué me mandan a mí la pura resaca?”.
Lastimado en su orgullo se inscribió en
atletismo, en tiro con arma larga, en box, y
en los tres destacó incluso a nivel nacional.
Antes de ser soldado pesaba 52 kilos, a los
tres años salió con 60. Era tan bueno con los
puños que sin pensarlo volvió a su colonia a
saldar cuentas con quienes alguna vez lo humillaron. Fue también en esa época cuando
se casó; él tenía 19 años, y Leonor Rodríguez,
su esposa, 16.
Sus suegros y vecinos de toda la vida les
desearon suerte. En realidad, no sabían qué
futuro podría esperar aquel muchacho que
andaba entre perros y mataba a hulerazos a
las palomas que se anidaban en su techo.
Por varios años, la situación fue deprimente. Vivían en Constituyentes del 57 y dormían en el piso a falta de muebles. Las ratas abundaban y, una noche, le mordieron
las manos y el cuello a Cesáreo, uno de sus
tres hijos.
El joven aún tiene las marcas, ésas que lo
hacen tocar piso cada vez que se siente superior por lo que ahora tiene o por lo que ha
aprendido de su padre en cuanto al adiestramiento canino, del que por cierto ha sido
campeón a nivel nacional.
Asombrosamente para muchos, la pericia
que don Cesáreo tenía desde niño con los perros, su mejor habilidad de vagabundo, es lo
que transformó radicalmente su vida.
E
l primer perro de Cesáreo en la Policía
fue “Barón”, un pastor alemán que lo
colmó de glorias. Una de las iniciales fue
la detección del sujeto que violó y dio muerte
a una joven en las afueras de la Ciudad.
Después de oler el cuerpo siguió el rastro
del aroma. A metros de ahí había una casucha. Del tendedero colgaban unos pantalones
ya lavados y el can ladró sin parar. El hombre salió del interior y finalmente confesó el
delito.
Cesáreo platica que cuando llegó a la escena del crimen sus colegas le decían: “No podemos solucionarlo nosotros y tú vienes con
un perro, no friegues, cab...”
Otro de sus consentidos fue “Breston”, que
lo acompañó a San Antonio y al que enseñó
a rastrear explosivos
“Él murió en el 94, de azúcar, era un excelente perro, identificaba pólvora negra,
blanca, TNT, dinamita, C4, mecha rápida, mecha lenta. Su nariz salvó a mucha gente de
morir por una explosión. Lo enterré aquí (en
los terrenos de la escuela)”.
Cesáreo se encariña mucho con los animales que entrena y su mirada se entristece
cuando los recuerda; sufre cuando debe separarse de ellos, aunque nunca les pierde la
pista.
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