Seminario Internacional MEMORIAS DIVERSAS/LUGARES COMUNES Diálogos y conflictos sobre los procesos de memoria Ceremonia de inauguración Estimados amigos: Vamos a dar inicio a dos jornadas de reflexión y de aprendizaje sobre un tema de considerable relevancia para el futuro de nuestra democracia como es el de la rememoración de los años de violencia y, principalmente, de la conmemoración de las víctimas que dicho periodo dejó. Para ese fin, tenemos la fortuna de contar con la participación de expertos de Argentina, Colombia y Chile, profesionales involucrados en la creación de sitios de memoria en sus respectivos países, quienes compartirán con nosotros sus experiencias. Deseo agradecer, desde ya, los aportes conceptuales que ellos nos brindarán, y también quisiera expresar nuestro reconocimiento al profesor Hors Hoheisel, de Alemania, quien nos acompañará en estos días cumpliendo diversas actividades, comenzando por la conferencia magistral que pronunciará para dar inicio a este seminario. Asimismo, es necesario resaltar que estas jornadas, que quieren ser de encuentro y diálogo, se beneficiarán de la participación de expertos peruanos, estudiosos de los procesos de conmemoración y también, de manera especialmente importante, de ciudadanos involucrados en la constitución de espacios dedicados al recuerdo en diversas partes de nuestro territorio. A todos ellos quiero extender también nuestro agradecimiento, pues sus puntos de vista y sus versiones sobre lo que es bregar por la memoria en el Perú de hoy enriquecerán sustancialmente estas jornadas. Al comenzar este encuentro, es importante reconocer que nuestra sociedad viene atravesando desde hace años una vigorosa experiencia en torno a la memoria. Cierto es que en los círculos oficiales y en los sectores privilegiados del país la consideración crítica y respetuosa del pasado se halla lejos de constituir una prioridad. En efecto, en los ámbitos institucionales, se manifiesta todavía una deplorable inercia, una actitud de apatía y desinterés al respecto; tales sectores se aferran a la muy discutible idea de que una experiencia de violencia y masivas violaciones de derechos humanos, una vez concluida, debe ser abandonada al olvido. En los casos menos graves, dicho desinterés por la memoria es resultado de una simple pobreza de la imaginación que impide 1 entender cómo ese pasado, mientras no sea enfrentado, seguirá actuando destructivamente sobre nuestras vidas individuales y colectivas. Resulta diferente en los peores casos, pues en ellos la hostilidad hacia el recuerdo y la opción por el olvido obedecen a un repertorio de intereses muy claros que se pueden resumir en sola idea: la búsqueda de impunidad. Sin embargo, a contracorriente de esas tendencias, en muy diversos lugares de nuestro país se ha gestado, como he dicho, un intenso proceso de rememoración. Colectividades de víctimas, vecinos de localidades golpeadas por la violencia, redes de organizaciones centradas en la defensa de los derechos humanos, autoridades locales preocupadas por la restauración moral de sus sociedades: son muchas y muy diversas las agrupaciones que a lo largo de la última década vienen reconstruyendo sus historias propias, rescatando los nombres de sus víctimas, instaurando fechas y rituales dedicados al cultivo del recuerdo y de la dignificación, consagrando espacios y monumentos a la memoria de quienes ya no están. Muchas de esas iniciativas se han gestado posteriormente y a la luz del trabajo realizado por la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Esta ha cumplido, entre varias, la función de ser impulsora de una tendencia hacia el recuerdo, y ha desarrollado esa tarea por medio de la reconstrucción de una amplia narrativa sobre los años de violencia. Tal restauración de la verdad histórica, así como la exposición de los crímenes cometidos y de la resistencia social a la violencia, han aportado una sólida legitimidad a los esfuerzos colectivos mencionados y, se podría decir, los han incorporado en un mismo movimiento social, el del examen crítico del pasado a partir de los principios y valores propios de la doctrina de los derechos humanos. De otro lado, se hace necesario precisar que si bien la Comisión de la Verdad ha tenido ese papel impulsor, en realidad la lucha por la memoria se remonta a fechas anteriores. Desde antes de que el conflicto armado concluyera y de que el reciente periodo autoritario se desvaneciera, existían ya en modestas localidades del país esfuerzos aislados por no dejar que la amnesia se apoderara de sus vidas y así se aboliera la existencia de las personas muertas y desaparecidas. Tales esfuerzos han sido muy valientes, pues se realizaban en una época y en determinados lugares donde la práctica de la rememoración podía acarrear represalias y perjuicios. Resulta necesario, pues, expresar un reconocimiento muy especial a esas poblaciones pioneras que de algún modo son las responsables de que hoy exista esta corriente de rememoración 2 nacional, cuyo último hito, por ahora, es la creación de una comisión de alto nivel para la constitución de un lugar oficial de memoria en la capital de la República. Podemos pues afirmar, que en el último año, y con la renuente aceptación por parte del gobierno del proyecto de creación de un espacio nacional consagrado al memoria el periodo de violencia, esta tendencia ha logrado un avance que es necesario valorar en su justa medida. Huelga decir que quisiéramos que la concreción de tal proyecto, confiado hoy a la comisión que ya he mencionado, y que es presidida por Fernando de Szyszlo, tenga la forma de una continuación y, por qué no, coronación de los numerosos esfuerzos ya realizados en todo el país por poblaciones victimizadas. Es decir, que se trate de una expresión del aprendizaje que nuestro Estado puede y debe hacer sobre la base de las lecciones que la sociedad civil le ofrece con su ejemplo y su iniciativa. La creación de tal sitio consagrado a la memoria no podría ser, por tanto, y estamos seguros de que no lo será, únicamente un ejercicio profesional de expertos realizado a puertas cerradas y a espaldas de la población concernida; por el contrario, es necesario que se convierta en la manifestación de un amplio diálogo social en el cual la sensibilidad de las poblaciones afectadas y sus diversas formas culturales de ejercer el recuerdo, sean acogidas y atendidas. Como seguramente lo vamos a oír en las intervenciones que se darán en este seminario, la memoria social es, inevitablemente, un espacio de diversidad, entre otras razones, porque el recuerdo está ligado al recinto de nuestra subjetividad y de nuestras creencias colectivas. Recordamos para recobrar el pasado, para dar sentido al presente y para proyectar el futuro: recordamos, en suma, para vivir. Y siendo la memoria un asunto vital, es lógico que ella cobre formas tan diversas como lo son nuestras existencias grupales y particulares. Por ello, la creación de un espacio nacional consagrado al recuerdo debe afrontar siempre el deber de acoger esas diferencias y, al mismo tiempo, insertarlas en un contexto significativo que sea convocante de todos, de manera que pueda llegar a constituirse en un espacio de encuentro. Dicho lo anterior, es necesario no obstante hacer una precisión. Decir que la memoria es diversa, y respetar esa diversidad, no significa en modo alguno abogar por el relativismo fácil y acomodaticio que quisieran imponer los actores armados que se involucraron en violaciones de derechos humanos y crímenes contra la humanidad. La diversidad de la que hablamos, y que esperamos sea reflejada, es válida y legítima sólo en tanto y cuanto se asiente sobre principios éticos elementales como son el respeto de la verdad y una perspectiva humanitaria. Nadie podría decir, por ejemplo en nombre de 3 la diversidad de la memoria, que los delitos que se cometieron en el Perú contra población inerme fueron únicamente excesos aislados o simples errores. La evidencia de que se dispone no avala en absoluto esa tesis y no sería aceptable que, en nombre de una errónea idea de reconciliación, se falsee la verdad histórica, pues ello sería una tergiversación de nuestro proyecto nacional orientado al recuerdo y, desde luego, un agravio adicional a las víctimas. Así pues, la práctica de la memoria no está llamada a constituirse en un campo de batallas sin cuartel, pues a la larga ella está abocada a gestar consensos y lugares de reencuentro; pero tampoco ha de cobrar la forma de un salón abierto a negociaciones y transacciones sin límite, pues todo consenso, para ser éticamente válido y socialmente constructivo, debe levantarse sobre los fundamentos de la veracidad. Al mismo tiempo, es relevante señalar que esa institucionalidad de la memoria que aspiramos a construir está orientada fundamentalmente a proveer instancias, ocasiones y lugares para la reflexión crítica sobre nuestro pasado. No se tratará, lo sabemos y esperamos, de construir un museo destinado a congratulaciones, orientado a rendir homenajes y brindar cuotas de reconocimiento a este o a aquel actor u organización, sino de presentar al país entero un retrato fiel de lo que fuimos y de lo que debemos dejar de ser; un espacio dedicado a difundir entre nosotros ese sentimiento de empatía y consideración por los excluidos, a contrarrestar esa grotesca insensibilidad que frecuentemente aqueja a nuestra vida política e institucional y que una y otra vez corta las alas de nuestra democracia. Confiamos, pues, en que el importante proyecto que hoy está avanzando y que ha de brindarnos el sitio de conmemoración que nuestra sociedad y que nuestras víctimas merecen, afirme, como hasta ahora, un apego sin concesiones a las verdades que conocemos sobre el conflicto y sea una clara muestra de respeto hacia una diversidad fundada en principios democráticos y humanitarios. Eso nos lo debe garantizar la calidad de los miembros que componen la comisión encargada, y también ha de hallarse asegurado por la muestra artística que está en la base y en el origen de este proyecto, que es, como sabemos, la exposición fotográfica Yuyanapaq, una exposición que preparada por la Comisión de la Verdad y Reconciliación y que refleja el espíritu de su del informe final. Para terminar quisiera resaltar una vez más que ese importantísimo proyecto no se desenvuelve de manera solitaria; él forma parte, desde el lado del Estado, de una familia amplia de iniciativas dedicadas desde hace años al necesario recuerdo, y podrá, 4 por lo tanto, beneficiarse y alimentarse de ese espíritu abriendo sus puertas y ventanas a un amplio diálogo social. En este seminario oiremos testimonios de algunas de esas experiencias, las que constituirán apenas una pequeña muestra de lo mucho que está ocurriendo en el país en este dominio. Recibiremos también comentarios de especialistas peruanos que nos permitirán acceder a los diversos ángulos que posee la práctica social del recuerdo. A ello se añadirán las experiencias de nuestros invitados extranjeros, de Argentina, Chile y Colombia, y las valiosas ideas que trae el profesor Hoheisel, permitiendo todo ello que esta reunión signifique una contribución importante a un diálogo que, estamos convencidos, es necesario y oportuno. Muchas gracias, Salomón Lerner Febres Presidente del IDEHPUCP L.26.10.2010 5