íiabrían de ser los precursores del actual movimiento en pro del

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T O M O DEL C I N C U E N T E N A R I O . — ACTA
IX
íiabrían de ser los precursores del actual movimiento en pro del
amor a las montañas.
De aquel grupo de amigos sólo dos quedan : el eminente conquiliólogo y sabio médico D. Joaquín González Hidalgo, y el entomólogo ilustre, maestro de muchos de los que me escuchan y alma
•de la Sociedad durante buena parte de su existencia, Dr. D. Ignacio
Bolívar y Urrutia. Los que ya pasaron eran, además del dueño de
la casa, el célebre botánico Colmeiro; el antropólogo Dr. Velasco,
que legó a la Ciencia y a la nación el Museo de su nombre; el docto
naturalista y americanista incomparable Jiménez de la Espada; el
notabilísimo médico Martínez Molina; el zoólogo bondadoso y pulcro Martínez y Sáez; el entusiasta malacólogo Paz y Membiela; el
laborioso catedrático Pereda; el cultísimo y caballeroso geólogo
Solano y Eulate; el también geólogo y paleontólogo Vilanova, de
fama europea, y el P . Zapater, sacerdote de vasta cultura y de
profundos conocimientos en Historia Natural.
Ocurrióles un buen día—qué bueno hubo de ser para la Ciencia
patria—, ocurrióles, digo, a aquellos enamorados de la Naturaleza,
que en sus conversaciones, en sus colecciones, en sus excursiones
pudiera haber algo de interés más general, algo que mereciese ser
publicado, y empezaron a pensar en la fundación de una Revista
consagrada a las Ciencias naturales. A dar más fuerza a esta idea
vino el hecho de que Jiménez de la Espada, que había tomado parte
•en aquella larga y accidentada expedición que se conoce como «el
viaje al Pacífico», habiendo hecho en la América del Sur important e s estudios y descubrimientos, iba a verse obligado a publicarlos
en el extranjero por no existir en España un periódico profesional.
Convino, pues, aquel grupo de hombres de ciencia en publicar una
Revista consagrada exclusivamente a esta clase de estudios, empezando para ello por fundar una Sociedad, que acordaron llamar
Española de Historia Natural, y comprometiéndose a entregar cada
uno de ellos mil reales para sufragar los gastos de impresión del
primer volumen.
No fué necesario cumplir este compromiso. La idea de aquel
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