Hablar desde el centro

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HABLAR DESDE EL CENTRO
Teisho de Kiun An
En nuestro tiempo necesitamos con urgencia el descubrimiento de la profundidad si queremos
llegar a ser realmente personas. Es más importante eso que el hecho de hacer un montón de
cosas. A lo mejor hay que hacer incluso menos, pero dando más en el clavo. Y, sobre todo,
hacerlas desde el centro; eso es lo importante, ese es el fundamento de la paz y es lo que hace
que una persona sea una persona, y no un robot que funciona mediante consignas.
Un indicio de esa urgencia lo tenemos en el hecho de que mientras que hace cincuenta años
no era normal en absoluto hablar de lo espiritual en algunos ambientes, pues parecía un tema
propio solo de gente piadosa, ahora se habla incluso de inteligencia espiritual. Es una
inquietud que surge por todas partes. Y si las cosas empiezan a aparecer por muchos sitios
diferentes es por algo, aunque no quiera decir que todo lo que salga esté ya maduro desde el
primer momento. Pero no deja de ser un indicio, un indicio clarísimo. Ahora hay incluso un
partido que tiene un círculo de espiritualidad. ¡Eso era impensable hace solo veinte años!
Antes de que se hablara tan claramente de eso, todavía había que defenderlo. Recuerdo que,
hace unos cincuenta años, un profesor de la universidad neerlandesa de Nimega subrayó algo
que entonces no era frecuente escuchar: que la dimensión espiritual es una dimensión
inherente al ser humano. No es un añadido en la gente piadosa, sino que constituye, junto con
otras dimensiones, nuestra personalidad humana.
Así lo veía Karlfried Graf Dürckheim, un psicoterapeuta que había pasado varios años en
Japón. Escribió varios libros a partir de su contacto con el zen y con algunas artes zen en el
país del Sol Naciente. Mucha gente empezó a tener noticias, a través de él, del camino del
zen, que lleva a lo profundo. Él nunca dijo de sí mismo que fuera maestro zen, y de vez en
cuando invitaba a su centro de “Terapia iniciática” en La Selva Negra, en el suroeste de
Alemania, a algún maestro zen de Japón, entre ellos a Enomiya-Lassalle.
Dürckheim se había dado cuenta de que el hecho de que, por ejemplo, empezaran a aparecer
en los escaparates libros de temas misteriosos de todo tipo, más o menos valiosos, era una
señal clara. Decía que era la rebelión del alma, la rebelión de una dimensión constitutiva del
ser humano que ha estado reprimida, subdesarrollada y como enterrada bajo la losa de un
intelecto hegemónico según el cual la verdad es solo lo que que el entendimiento puede
demostrar y nada más que aquello de lo que la ciencia puede hablar. Todavía se sigue
diciendo lo mismo en algunos ambientes científicos y universitarios cuando son superficiales.
Los grandes científicos, que no solo van un poco más allá de lo que otros han descubierto sino
que intuyen nuevas dimensiones, sí saben, como Pascal, que lo más noble de la razón es
reconocer sus propios límites. Son sabios como los tres que descubrieron el átomo, el
neozelandés-inglés Ernest Rutherford, el danés Niels Bohr y el alemán Otto Hahn, que se
quedaron horrorizados cuando vieron lo que se intentaba hacer con su descubrimiento de tal
maravilla del universo.
En resumen, la dimensión de profundidad, lejos de ser un añadido, constituye una
dimensión inherente al ser humano. Dejamos de ser verdaderamente personas en la misma
medida en que la ignoramos, en que no vivimos desde ella; aunque somos personas en
potencia, no lo realizamos en la práctica. La persona que en algún momento cae
verdaderamente en la cuenta de esa realidad, una realidad que no se ve, que no se toca, que no
se entiende con el intelecto, hace un descubrimiento sumamente importante, pero todavía no
es una persona despierta. La persona despierta es aquella que tras haber caído en la cuenta de
ese no sé qué, como diría san Juan de la Cruz, es capaz de verlo en cualquier momento, en
cualquier situación, en cualquier cosa. Llegar a eso es mucho más difícil. Puede tratarse de un
papel sucio tirado por el suelo o de una flor. Ahí, de pronto, aparece ese no sé qué, “que se
alcanza por ventura”, como dice san Juan de la Cruz. Entonces, eso a lo que llamamos estera
no es meramente lo que puedo ver y palpar o lo que entiendo con mi cabeza, sino que ahí me
llega ese no sé qué, que “no cae en sentido”.
Alguna vez se ha considerado que eso era algo elitista. Pero ¡no! Es algo plenamente
humano; propio de un humano desarrollado, pero no en el sentido del desarrollo característico
del primer mundo pues, por ejemplo, muchas veces los indígenas lo viven de una manera
espontánea y son personas que están humanamente más desarrollados que muchas del primer
mundo que están, en este sentido, subdesarrolladas.
El zazen es realmente una maravilla. No es el único camino pero es un camino privilegiado
para darse cuenta de esa dimensión tan importante, tan básica, que también es casi siempre tan
difícil de ser percibida. Hakuin Zenji, maestro zen japonés a caballo entre el siglo XVII y
XVIII, dice en su Canto en alabanza del zazen: “No hay alabanza que agote los méritos del
zazen. Las paramitas [palabra que se suele traducir por ‘virtudes’], como por ejemplo dar
limosna, guardar los preceptos (…) y otras muchas obras buenas más, todo surge del zazen.”
En realidad no surge del zazen, sino que surge del centro del alma, del hondón del alma; pero
el zazen, bien practicado, es desde luego sin duda un camino que lleva.
Es decir, siempre que hago verdaderamente zazen; o sea, siempre que no esté sentado o
sentada pensando “a ver si respiro bien”, “a ver si tengo bien colocadas las manos”, “a ver si
hago bien eso o lo otro”, sino que realmente me he sentado. Al comenzar sí he procurado
ponerme derecho, pero luego no pienso en nada de todo esto; no controlo ni mi postura ni lo
que hago; simplemente estoy en silencio y me olvido de si lo hago así o asá, de que si tal o
que si cual, de si voy a ir o no voy a ir al dokusan. ¡Fuera todo eso! ¡Me olvido de mí! Porque
otra cosa es dejar de hacer zazen. Zazen es estar sentados en silencio, a solas en el misterio.
Unos lo harán siguiendo la respiración, otros estando con el koan MU; tranquilamente, sin
darle ningún ritmo especial, simplemente dejándose absorber por MU en el silencio; sin pensar
en cómo se hace. Si surgen dudas, se pueden comentar después en el dokusan que es, entre
otras cosas, para eso.
De una persona que viviera totalmente desde el centro o de una persona en la medida en que
vive desde el centro, se dice en Japón que tiene toku. En chino: TE. Es el TE del Tao Te King
(Sutra del Camino y de la Virtud). El toku japonés y el TE chino se escriben igual, pero se
pronuncian de diferente manera.
En el San’un zendo de Kamakura alguien intentó definir, hace unos veinticinco años, en qué
consiste TE, y no resultó nada fácil. (Este zendo fue fundado por Yamada Kôun Roshi; era un
zendo pequeño, como la mitad del de Zendo Betania en Brihuega, pero muy bien
aprovechado; y hecho en el jardín de su casa. Yamada Kôun Roshi era padre de familia,
incluso abuelo. San’un zendo quiere decir el ‘zendo de las tres nubes’: SAN significa ‘tres’ y
UN, ‘nube’.)
Estando en este zendo, durante un kenshukai (‘seminario de formación continuada’) alguien
preguntó: “¿Qué es toku, en realidad?” El hijo de Yamada Roshi intentó explicarlo, pero le
resultó imposible. De pronto alguien dijo: “Es lo que tiene el Padre Lassalle.” Y entonces ya
quedó claro. En él se percibía lo que las palabras no lograban explicar: una manera de vivir lo
esencial, sin adornos artificiales, de forma natural. Eso crea alrededor de la persona como un
aire primaveral que resulta beneficioso.
Si se busca toku en los diccionarios, pondrá generalmente: ‘virtud’; pero, claro, esto a
nosotros nos sugiere una cosa totalmente distinta, por lo menos mucho menos rica, aunque es
verdad que ese, en el fondo, no es tampoco el significado de la palabra ‘virtud’. Cuando se
mira cómo se escribe toku, se entiende lo que quiere decir realmente, y por qué la palabra
‘virtud’, tal y como la entendemos, se queda tan corta.
Es un ideograma cuyo prefijo significa: ‘andar’; que en este caso aludiría a: ‘andar por la
vida’. Le sigue una parte principal en la que arriba pone un diez que se escribe en forma de
cruz y que significa: ‘en todas las direcciones’, y en la parte de abajo pone SHIN, ‘corazón’, a
veces con una raya encima, ‘uno’. Entre medias hay un signo que significa ‘raro, extraño,
poco frecuente’. Es decir, que el ideograma, si se lee tal como está escrito, expresa: ‘Andar
por la vida manifestando el corazón uno en todas las direcciones; cosa muy rara.’
¡Verdaderamente es raro y poco frecuente darse cuenta de ello y hacer que lo uno tome
infinitas formas diversas! Y eso precisamente es lo que significa la palabra ‘virtud’ en su
sentido más verdadero: andar por la vida y manifestar en todo lo que se hace, se dice o se
piensa, ese no sé qué, eso uno, de infinitas formas diversas. Realmente raro y difícil de
actualizar. Para que eso se pueda ir dando, es necesario ir recogiéndose y abismándose una y
otra vez, tal como lo hacemos aquí, practicando zazen tal y como lo he explicado hace un
momento: no entreteniéndose en cómo lo hago, sino haciéndolo. Tranquila pero
decididamente; es decir, no yéndose por las ramas y enganchándose en cualquier cosa que
pase por la mente.
De esa manera va dándose progresivamente una transformación desde la “luz que nunca
falta en el alma”, en expresión de san Juan de la Cruz. Se van removiendo los impedimentos
que la tienen aprisionada, atrapada bajo el bloque, que es el mayor obstáculo, del pequeño yo.
Como dice de vez en cuando alguien: “¡Qué grande es mi pequeño yo! Me sale por todas
partes y cada vez me doy más cuenta.” A veces se llega a pensar incluso que se va a peor.
Pero lo que suele ocurrir realmente es que uno se da más cuenta que antes. Percibe que está
por todas partes, incluso en las cosas aparentemente buenas que se hacen, y que no hay que
dejar de hacer a pesar de todo.
El cristiano pide que el Espíritu Santo lave lo manchado, cure lo enfermo y riegue lo
secado; caliente lo enfriado, doble lo endurecido y guíe lo extraviado. Él es el verdadero
maestro. No hay ningún otro más que este; y los demás, se llamen maestros zen o padres, no
son nada más que ayudantes de ese único maestro, el maestro interior. Tanto la persona que
practica como la persona que acompaña están para acertar en seguir al maestro interior. Enô,
el Sexto Patriarca, lo llama el triple maestro interior.
Es bueno saber que hay maneras de actuar y de vivir que dificultan el irse acercando a la luz
y dejarse transformar. Eso es importante saberlo. No atañe solo a la forma de practicar y estar
en un sesshin, sino también a la manera cotidiana de vivir. Hay cosas que van en la dirección
contraria de lo que se está intentando hacer durante el zazen. Entonces, en lugar de remover
obstáculos, se van añadiendo más. En esa tradición se habla de las diez graves prohibiciones,
en el sentido de advertencias sobre los obstáculos. Es algo así como cuando se sube a una
montaña escarpada en compañía de un guía; de vez en cuando a lo mejor aparece un letrero
que indica: “Prohibido pasar por aquí”, pues hay ahí peligro de despeñarse. Es decir, no son
prohibiciones arbitrarias, sino que están puestas para proteger la vida. Y en el caso del zazen
para evitar que, en lugar de remover obstáculos y ser cada vez más una persona de verdad,
ocurra lo contrario y, mientras que en el zazen se hace todo lo posible para que desaparezcan
estorbos en el camino a ser persona, en la vida cotidiana se levanten. Sería como poner a
blanquear al sol un mantel y, a la vez, echar chocolate, lo que sería peor todavía, porque se
quedaría bien incrustado.
Una de las graves prohibiciones es la de no mentir. Es la cuarta del total de diez, siendo la
primera la de no matar. No mentir es una de las prohibiciones más graves y difíciles a la vez,
porque la lengua es dura de controlar, y lo que se dice una vez a la ligera se multiplica
rápidamente.
No mentir
MU
BO
no
olvidadizas
(del corazón)
GO
palabras,
hablar
Los ideogramas están expresando: ‘no palabras olvidadizas del corazón’. Es decir, no
hablar olvidándose del corazón, desconectándose del centro.
El kanji central lleva en la parte superior un signo, que es ‘olvidar’. Si debajo no pone
un “corazón”, como en este caso, sino un “ojo”, el ideograma indica ‘olvidar el ojo’, lo
que significa estar ciego. En el caso que nos ocupa, el kanji de la derecha significa:
‘hablar’ y junto con el anterior ‘olvidar el corazón, hablando’. Eso es mentir. A la
izquierda pone: ‘no’. Si leemos los tres kanji juntos pone: ‘no hablar olvidándose del
corazón o desconectándose del corazón’; en otras palabras: no mentir, aunque es de
nuevo una traducción muy pobre.
Pues mentir no es solo decir que lo blanco es negro. El “bla, bla, bla” también es una
mentira en ese sentido; como lo es hablar para quedar bien, para lucirse, etc. Es una
advertencia o prohibición muy grave. Y no le quita importancia el hecho de que se
ignore con mucha facilidad. Aparece en La Guía del Caminante1. Es como un faro que
te indica que “si vas por ahí hablando desconectado, te puedes estrellar con la roca que
está en la orilla del mar; o puedes dar con una isla, y chocar con ella”. “No te conviene
hablar desconectándote del corazón”; eso es lo que indica. Es importante durante el
zazen y en la vida cotidiana en general.
En la medida en que la persona habla realmente sin desconectarse del corazón, hace el bien;
eso no hace daño nunca; es siempre beneficioso aunque a veces pueda resultar duro. Por
ejemplo, una corrección de unos padres hacia su hijo o de un maestro hacia un alumno,
pueden ser difíciles de encajar en algún momento, pero no dañan, construyen, hacen bien,
benefician a los demás.
A la vez hay que decir que sería imposible hablar de ninguna manera, ni buena ni mala, si
nuestra naturaleza esencial no estuviera allí; porque, en ese caso, no existirían ni el hablar ni
ninguna otra cosa. Sin embargo, aunque la naturaleza esencial, la luz, está ahí, las palabras
que se han desconectado del centro son como la luz que penetra a través de una ventana sucia
deformándose. Si el cristal está lleno de telarañas, lo que se refleja en la pared son sombras
extrañas.
En uno de los muchos koan aparece un monje que le plantea a Jôshû: “Se dice que toda voz
es voz de Buda. ¿Os puedo llamar burro?” Es decir, toda voz, toda palabra, todo sonido, es
manifestación de la naturaleza esencial. En otras palabras: Si todo es manifestación de la
naturaleza esencial, ¿os puedo llamar burro? Entonces Jôshû le da con un palo, palo de
1
A. Schlüter, Guía del caminante. Zendo Betania. Brihuega 22011.
compasión. Hay palabras que salen del corazón directamente, sin que se distorsionen por el
camino, y otras no. El monje aún estaba verde y no sabía distinguir.
Un koan es siempre un lugar donde aparecen lo visible y lo invisible unidos; es la armonía
de lo visible con lo invisible. Este monje solo ha descubierto que todo es Eso, pero no se ha
dado cuenta todavía de que, a la vez, unas cosas están bien y otras están mal; unas son altas y
otras son bajas; unas son azules y otras son rojas. No ha llegado a ver las diferencias. Ha visto
solo que “todo es lo mismo” y entonces, efectivamente, llamarle “burro” a Jôshû es lo mismo
que agradecerle su enseñanza e inclinarse.
La cuarta advertencia o prohibición recomienda encarecidamente hablar desde el centro y
no desconectarse de él. Alguien me explicó hace poco algo de los gitanos que me impresionó
mucho. Cuando ellos cantan, distinguen si hay fundamento. Porque se puede cantar cualquier
superficialidad. Cuando el cante jondo sale del corazón, no hablan de cantar, sino de “decir
con fundamento”. Distinguen, viendo y oyendo, si alguien dice con fundamento.
Es frecuente oír el siguiente comentario excusador: “Bueno, pero lo que ha dicho esa
persona le ha salido de dentro”, cuando a lo mejor lo que había dicho era una barbaridad por
muy de “dentro” que le hubiera salido. Y todavía se añade: “Es sincero.” Habrá que ver cuáles
son esos “dentros”, pues los hay muy diferentes. Una manera de reflejar la conciencia
humana, en la tradición del zen, es representarla en forma de embudo sumergido en una
realidad sin límites, un mar de paz.
Ese embudo tiene
niveles, y en el superior están las seis conciencias;
o sea, la conciencia
óptica, acústica, del gusto, del tacto, del olor, y de
los conceptos, que
es el sexto sentido. Esa es la parte más superficial
de nuestra psique. Y
uno habla de “dentro” naturalmente cuando habla
desde aquí, porque
le sale de dentro. Puede que entonces, diga “tengo
frío” o “tengo
calor” o “tengo hambre”, con rabia, transmitiendo
sentimientos de
molestia. Ciertamente viene de dentro, y es sincero
en ese sentido, pero de una manera superficial.
El que tiene frío, mientras está centrado y arraigado en el mar infinito de paz percibe
lo que el maestro zen Tôsan le sugirió a un monje quejoso por el frío que pasaban en
invierno y el calor que pasaban en verano.
Un monje preguntó a Tôsan: “Cuando llegan el frío o el calor, ¿cómo los
podemos esquivar?” Tôsan dijo: “¿Por qué no vas a un lugar donde no hace ni
frío ni calor?” El monje dijo: “¿Qué lugar es ese donde no hace ni frío ni calor?”
Tôsan dijo: “Cuando hace frío, deja que te mate. Cuando hace calor, deja que te
abrase.” (Hekiganroku, 43)
El monje todavía hablaba del frío y del calor desde un “dentro” superficial y no había caído
en la cuenta de dónde le quería llevar Tôsan.
Otro nivel, el de la séptima conciencia, es el de la identidad individual, el del yo. Merced a
esta conciencia, un anciano, por ejemplo, puede decir ante una foto de su infancia: “Este soy
yo”. Ese es el nivel en el que las identidades chocan entre sí, creyéndose una más que otra;
dejándose una atraer, o queriendo apropiarse de otra; o agrediendo. Es el nivel en el que
surgen los tres elementos venenosos: odio, codicia y orgullo. La persona que habla con odio
habla desde “dentro”. Pero ¿¡desde qué “dentro”?! Hay quien dirá: “Es sincero.” Pero vivir de
ese tipo de sinceridades no lleva a ningún sitio. Será una sinceridad totalmente descentrada.
Otro “dentro” es, en la imagen, el de la punta del embudo. Es el nivel del subconsciente,
inconsciente o paraconsciente. De lo que sale de allí, al ser inconsciente, se es menos
responsable, pero no por eso es ya verdadero. Si una persona habla, por ejemplo, desde un
prejuicio contra los gitanos, será sincero porque dice lo que siente pero, si lo que siente es
malo, habrá que cuidarse de esa persona que dice lo que siente. Para que algo sea verdad y no
mentira, hay que llegar a darse cuenta de qué es lo que se siente, si se trata de rabia, por
ejemplo, y no actuar movido por ella. Si durante el zazen se siente rabia en algún momento,
hay que recogerse en medio de este sentimiento y abismarse hasta llegar a percibir, en medio
de ella, el ilimitado mar de paz y verdad. De esta manera se conecta con el corazón y se llega
a hablar y actuar desde él; se anda por la vida manifestando el corazón en todas las
direcciones.
Como indica el ideograma de toku, llegar a eso no es ni fácil ni frecuente. Se trata de
intentarlo sentándose y ejercitándose en la vida cotidiana conscientemente en hablar desde el
centro. Eso no atañe solo a lo que se dice sino también a cómo se dice. El tono hace la música.
En todo esto influyen los temperamentos. Hay personas tímidas que para hablar se tienen
que dar un empujón. No pueden dejarse llevar simplemente, porque entonces no dirían nunca
nada. Pero como sí que piensan algo y sí que sienten algo, se acaban convirtiendo en un
volcán que explota en el momento menos adecuado. En cambio hay personas extravertidas
que hablan por los codos, y que tienen que aprender a refrenarse un poco para que puedan
hablar también los demás. Luego hay personas que para hablar dan muchas vueltas, una tras
otra; esas tienen que aprender a ir al grano, que es lo que les resulta fácil a otras. Por ejemplo
al que fuera el general de los jesuitas, Pedro Arrupe. “Como buen vasco”, según dice Pedro
Miguel Lamet, era muy claro y muy directo. Estas personas tienen que aprender a ser también
amables, como Arrupe que era a la vez sumamente bondadoso.
Tampoco es hablar desde el centro chismorrear, difundir suposiciones, “es que yo ya sé por
qué”, “porque me ha parecido ver”. Eso no es hablar desde el centro. Ni lo es tampoco juzgar
antes de haber hecho un esfuerzo por enterarse bien de las cosas. ¡Cuántas mentiras en este
sentido! Hablar de lo que no se sabe, hablar sin haberse molestado en enterarse bien, es
también mentir. Tal como suena. Desde luego que a veces cuesta enterarse bien. Porque en
ocasiones existe un gran interés en la sociedad de que no se conozcan bien las situaciones.
Durante la dictadura había que enterarse por panfletos, ahora de algunas cosas por internet. El
caso es que esta es una cuestión muy importante.
Tanto el Bodhidharma, que es el puente entre India y China, como Dôgen, que es el puente
entre China y Japón, hablan de eso. El Bodhidharma dice: “No predicar ni una sola palabra,
eso es cumplir el precepto de no mentir.” Pero hay que entenderlo bien. Todos sabemos lo que
significa: “¡Palabras, palabras!” Pues nada de “palabras, palabras”, nada de palabras huecas,
superficiales, ilusorios o mentirosas. Por otra parte, hay palabras que son vehículo de lo más
profundo, por ejemplo, cuando se dice: “Esa palabra me ha llegado al corazón.” Esas son
palabras verdaderas, no palabrería.
Dôgen Zenji dice: “La Rueda del Dharma gira.” La Rueda del Dharma quiere decir, dicho
de una manera sencilla, la rueda de la verdad. La rueda de la verdad, de la realidad, gira. ¡Gira
por todas partes! Hace sol, brillan los tubos fluorescentes, hace calor aquí dentro, ahora no se
oye nada, ahora se oye una voz. ¡Gira constantemente!, ¡actúa por todas partes! “El cielo
proclama la gloria de Dios (…) El día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo
susurra; sin que hablen, sin que pronuncien a toda la tierra llega su pregón y hasta los límites
del orbe su lenguaje”, canta un salmista. ¡Gira, gira, gira! ¡Por todas partes! También al
barrer, cavar, sacar hierbas, cocinar, limpiar, etc., etc. “El universo entero –sigue diciendo–
está impregnado del néctar de la verdad.” A eso lleva la práctica del zazen, a enterarse de esa
realidad que está actuando constantemente. Suena en el ruido de un coche, en el canto de un
pájaro, en el ladrido de un perro; o, mejor dicho, es el ladrido de un perro, es el canto de un
pájaro, es el ruido de un coche.
Cada uno de los koan es un lugar donde se percibe aquello que no se puede percibir ni con
el entendimiento ni con ninguno de los sentidos, pero que actúa siempre a través de alguno de
ellos. Es lo que se oye, y lo que no se oye, en uno. Debe haber unos tres mil koan, recogidos
en diversas series y crónicas, aunque en la línea zen que arranca de Harada Daiun Roshi y que
seguimos aquí, nada más vemos seiscientos.
Al encontrarse el budismo con el cristianismo, se enriquecen mutuamente la palabra
profética de la tradición judeocristiana y la palabra de sabiduría de la tradición budista. En
realidad no hay profecía israelí ni sabiduría budista, sino que el budismo ha acentuado más la
sabiduría mientras que la tradición judeocristiana ha acentuado más la profecía. El profeta no
sabio puede caer en un hablar muy rudo e hiriente que destruye. A eso somos muy dados en
Occidente. El Padre Enomiya-Lassalle decía que “el zen es muy recomendable para templar la
vehemencia de los occidentales, opuesta al espíritu oriental. Es recomendable que haya más
paz y tranquilidad.”
Rita M. Gross, autora del excelente libro El budismo después del patriarcado, es judía de
origen y practica meditación budista tibetana. En dicho libro cuestiona el estatus de la mujer
en el budismo. Para ello analiza los conceptos clave de la cosmovisión budista desde un punto
de vista feminista, y termina proponiendo una reconstrucción feminista-andrógina del
budismo. A lo largo del libro ofrece un ejemplo claro y valiente de cómo suena una voz
profética de procedencia judeocristiana, modulada sabiamente por el budismo, para situarse
en la verdad, superando toda agresividad, en beneficio de todos, varones y mujeres.
Robert Aitken Roshi decía, comentando la prohibición de no mentir: “La verdad, expresada
con compasión, es el tesoro que aglutina la sangha.” Para hablar hace falta valor, y eso
significa que hace falta humildad porque, cuando se habla, uno se hace vulnerable. Al que no
dice nada, no le va a pasar nunca nada, pero al que habla, sí. Y hay muchas personas a las que
por hablar las han incluso matado. Por ejemplo, los jesuitas de El Salvador. Hace falta
humildad y valor para hablar, pero hay que haberse enterado primero muy bien de lo que se
va a hablar. Rita M. Gross ha estudiado muchos años para estar bien enterada, para saber decir
bien las cosas y no simplemente sacar fuera su malestar, su disgusto o su indignación.
Recuerdo cómo me latía en una ocasión el corazón en la garganta al ir a decir algo que iba
contracorriente, pero que, tras haberlo pensado bien, estaba convencida de que debía decir. El
resultado en este caso fue que se acercaron luego dos personas para agradecerme que lo
hubiera dicho, porque en el fondo ellas también lo veían así.
Muchas veces son precisamente esas cosas que cuesta tanto decir las que urgen ser dichas
tras haberlas pensado bien. A veces puede pasar que una persona, para vencer su miedo, lo
diga con rabia; eso hay que superarlo porque tiene además mucho menos efecto. Hay que
decirlo, pero hay que aprender a decirlo bien; y a veces eso es lo difícil. Incluso en la familia,
cuando los padres se enfadan con sus hijos, conviene que esperen a estar calmados para
hablar.
Al final de los sesshin y los zazenkai hay que estar atentos a lo que se habla en los coches.
Por otra parte, todo el mundo necesita un desaguadero, decía santa Teresa; o sea, que todo el
mundo necesita alguien con quien poder desahogarse y aliviar la tensión sin tener que
preocuparse de si lo dice bien o lo dice mal, pero tiene que ser con una persona sensata,
serena. Un grupo de amiguetes no es el lugar adecuado, no sirve; ni tampoco una persona que
te vaya a decir a todo que sí, sin más. Lo ideal sería una persona de total confianza, que te
comprenda, capaz de sentir contigo lo que estás sintiendo, pero que tenga a la vez la suficiente
serenidad como para no dejarse arrastrar por tus emociones. Todo el mundo necesita algo así;
pero el lugar no es el coche después de un sesshin, un zazenkai o una reunión del tipo que sea.
Ahí se dicen a veces muchas mentiras. Hay que aprender a dar ejemplo en una sociedad que
funciona mucho a base de hablar de lo que se sabe poco o nada.
“La verdad, expresada con compasión, es el tesoro que crea unidad en la diversidad.”
Sangha, en sentido absoluto, significa unidad en la diversidad. Ojalá la sangha de los
discípulos zen en torno a su maestro o maestra sea como un taller en el que se practica hablar
sin desconectarse del corazón, del centro.
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