algunas cosas sucedidas antes del canto del

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ALGUNAS COSAS SUCEDIDAS ANTES DEL CANTO DEL GALLO Y EL LLANTO DE
PEDRO
Recorriendo mundos conocí a un pescador de Galilea -Galilea queda lejos de mi cas-, y
muchas cosas, desde que puse mi vista en él, me llamaron la atención. Se llamaba
Simón. Tenía un hermano, Andrés que era una bella persona. Poseía barcas y bien
tensadas redes.
Más de una vez
vi a los hermanos en la playa. Charlando
animadamente y arreglando aparejos y todo lo necesario para la pesca. Un día, sus
compañeros me dijeron que algo raro había pasado a Simón Un profeta, de Galilea, sin
profesión conocida, al parecer dedicado a pasear por las playas y las calles y a hablar
con la gente simple, se acercó Simón-Pedro y, a boca de jarro, le dijo: -¡Sígueme y te
haré pescador de hombres! Pero esto no sería nada. Lo más extraño es que el rudo y
curtido pescador, competente y experimentado en su oficio, dejó de inmediato barcas y
redes y siguió a quien al poco tiempo comenzaron a llamar ‘el Maestro’.
Pescador de hombres… ¡Qué extraña vocación!
¿Qué anzuelo y qué señuelos habría que usar para pescar el alma de un hombre, tan
resbaladiza y sospechosa de las ‘carnadas’ con que pretendieran atraparlo? No sé qué
habrá comprendido Simón, y por qué también Andrés, hombre tan sensato y realista
acompañó a su hermano y se unió ‘al Maestro’.
Los años pasaron y Simón, a quien ‘el Maestro’ comenzó a llamar ‘Pedro’, no dejó
totalmente las barcas, pero fue más el tiempo en que caminó, atravesando valles,
trepando cerros y bajando de ellos, buscando villorrios escondidos detrás de algún
montículo de Galilea o Judea.
Los años pasaron y Jerusalén lo encontró en su calles y plazas. Se metía en toda
discusión…, cuanto más encendida, mejor. Le gustaba polemizar, aunque algunos
afirman que -en el fondo- era tímido. Más de una vez deseó la paz, y se la devolvieron
con in grueso insulto arrojado a la cara. En ocasiones se supo oveja en medio de lobos y
aceptó esta vocación temeraria, si no hubiera estado respaldada por la voluntad del
Maestro.
Siempre resonó en su mente una frase: El discípulo no es mayor que el maestro. Ante
los miedos que a veces lo abrumaban, la memoria le gritaba: No teman a los que
pueden matar el cuerpo pero no pueden matar el alma.
Y así pasaban sus días, gustando cuán bueno y dulce era caminar con el Señor, gustar
de su compañía, escucharlo, dejarse penetrar por sus profundos ojos azules, como lo
era el Mediterráneo, dejarse tomar por sus manos, tan tiernas y, al mismo tiempo, tan
firmes.
Simón comió de los panes multiplicados por el Señor. Supo de sus milagros. Quiso
caminar sobre las aguas y lo logró por un trecho. Pero tuvo miedo y comenzó a
hundirse. Jesús lo reprendió por haber dudado y, al poco tiempo, la tempestad se calmó
en el mar, en los cielos y en el corazón de Pedro.
Simón, si bien era algo atropellado, no era un ‘metido’ aunque, de hecho, cuando Jesús
preguntaba algo al grupo, Simón se adelantaba con la respuesta. Era éste un
movimiento más fuerte que su voluntad. No quería avasallar a nadie, pero creía tener la
contestación exacta y sabía que interpretaba el sentir común del resto.
Pocas veces le discutían, Cuando en la región de Cesarea de Filipo el Señor quiso saber
de boca de los suyos quién era él, Simón, hijo de Juan, se adelantó, como movido por
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un resorte y gritó algo que parecía saber desde siempre: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo! Desde ese momento, Simón fue más feliz, porque su afirmación lo iba
preparando para confirmar en la fe a sus hermanos. Fueron palabras que vinieron de
lejos y de lo alto, para hacerse cercanas en nuestros corazones.
En otro momento, Jesús tuvo el mayor de los enojos con Simón que, por ser bueno, no
quería mal alguno para el Maestro. El Señor lo llamó ‘Satanás’, porque se opuso al plan
del Padre, plan que incluía su muerte en cruz.
¡Qué torrente incontenible de tristeza habrá pasado por la mente y por el corazón de
nuestro protagonista! ¡Cuánta oscuridad y confusión reinaría en suu interior! ¿Qué había
hecho de malo? ¿Qué cosas fuera de lugar pronunciaron sus labios para merecer tan
insultante reproche? ¿Era inconveniente desear que Jesús siguiera vivo, enseñando,
consolando, perdonando, curando enfermos, expulsando demonios, resucitando
muertos? ¿No había sido ésta su intención al anhelar que Dios no permitiera el suplicio
del Justo? ¿Por qué era tratado tan duramente por Jesús, a quien tanto amaba? Más
tarde entendería, ¡y cómo!, por qué…
Después de la respuesta de Cesarea de Filipo, Simón recibió la vocación de apacentar a
las ovejas y corderos del rebaño, recibiendo del Maestro el raro sobrenombre de ‘Pedro’.
Simón sería la piedra sobre la cual el Señor edificaría su Iglesia.
Muchas cosas más aprendió Pedro de Jesús-Maestro. Que tendría que perdonar ‘hasta
setenta veces siete’. Que tendría que sufrir golpes ‘en la otra mejilla’. Que la gloria que
había visto en el monte santo envolviendo al Maestro era una profecía de nuestra
transfiguración. Supo que tenía que dar a Dios lo que es de Dios, al César, lo que es del
César. Aprendió la extraña matemática de que los últimos serían los primeros. En una
mala noche sin pesca, confió, y porque confió, sus redes casi reventaron por la cantidad
de peces recogidos en ellas. Escuchó a Jesús decir que el Reino estaba destinado a
quienes se hicieran como niños, y que a é, que lo había dejado todo por seguir a Jesús,
le estaba destinada una gran recompensa, algo así como el ciento por uno… Entendió
que la autoridad consistía en servir, amando. Pero también llegó un momento en que
supo que ‘el día de la tribulación’ había llegado, y que si bien el Señor era roca firme
donde podría apoyarme, también sería piedra de tropiezo para muchos. Y también
aprendió, con el duro lenguaje de la sangre, que él, Simón, hombre libre y con
convicciones, sería llevado por otros a donde él no quería, y que todas sus afirmaciones
categóricas y sus buenos deseos caerían, uno a uno, como castillos de naipes, ante la
suerte deparada a su Señor.
Finalmente, ante la negación de Pedro, la mirada triste de Jesús derribó su orgullo y el
rudo pescador curtido por vientos y sal, lloró amargamente, como un niño, recordando
sus propias palabras: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.
El gallo cantó. Jesús lo miró. Pedro lloró…
Simón comenzó a caminar sin rumbo fijo. Quizás fue al huerto de los olivos,
Posiblemente, al Cenáculo… L que sí importa es que lloró. Segundos… Minutos… Horas…
No importa cuánto tiempo, sino que esas lágrimas lo lavaron, en un nuevo bautismo.
Lloró y aceptó ser llevado a donde jamás hubiera querido ir.
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