“Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica” Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica Francisco Santos Calderón Vicepresidente de la República Carlos Franco Director del Programa Presidencial de Derechos Humanos y DIH Vicepresidencia de la República Tomás Concha Sánz Coordinador Área de Políticas Programa Presidencial de Derechos Humanos y DIH Vicepresidencia de la República Anne-Sylvie Linder Coordinadora del Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y DIH Éric Lair Investigador principal Anne-Sylvie Linder Viviana Bolívar Bautista Coordinación editorial Observatorio de Derechos Humanos y DIH Fotografías de carátula y páginas interiores, cortesía Oficina de Prensa Oficina del Alto Comisionado para la Paz, Presidencia de la República Diseño, impresión y acabados Impresol Ediciones Ltda. www.impresolediciones.com Tel. 250 82 44 ISBN: 978-958-9438-16-9 Impreso en Bogotá, Colombia Enero de 2009 Distribución gratuita está permitida la reproducción total o parcial del texto, citando la fuente. www.derechoshumanos.gov.co/observatorio/ [email protected] Calle 7 No.6-54 Teléfono: (1) 334 5077 - Fax (1) 565 9797 Contenido Introducción 1 La difícil caracterización de los movimientos de autodefensa A. B. C. 2 BC- 15 Reflexión itinerante sobre la noción de autodefensas 16 La gestación de los grupos de autodefensa en Colombia 26 La expansión de las organizaciones de autodefensa en Colombia 30 El caleidoscopio de la democracia, la seguridad y la paz A- 7 39 Los desafíos de la democracia en tiempos de negociaciones de paz 39 Las dimensiones de la “seguridad democrática” 47 Las secuencias de los diálogos de paz en Colombia 51 Contenido 3 El desarme, la desmovilización y la reinserción (DD&R): entre complementariedad y desencuentros 59 A- Consideraciones generales sobre los procesos de DD&R 60 B – Los riesgos de los procesos de DD&R sobre la seguridad 63 CD- Institucionalización y reglamentación de las actividades de DD&R en Colombia 69 Nuevas manifestaciones de violencia 79 Conclusión 85 Introducción Pese a distintas iniciativas que han facilitado el retorno a la vida civil de combatientes al margen de la ley, no se ha encontrado en Colombia una solución política integral a la confrontación armada, como sucedió en países del África subsahariana y Centroamérica, al salir del antagonismo “este-oeste”1. Por el contrario, las dinámicas de la misma se han propagado a una escala sin precedentes, con implicaciones internacionales, durante la mayor parte de las tres últimas décadas2. Se recordará que, en los años 1960, cuando se constituyeron los primeros frentes de la insurgencia, comúnmente denominados “guerrillas”, las hostilidades se concentraban en zonas rurales poco desarrolladas. Las guerrillas conocieron entonces divergencias internas sobre los modelos de lucha a adoptar, en resonancia con otras protestas y rebeliones armadas en América Latina3. Aislados, los guerrilleros sufrieron varias derrotas militares, lo cual conllevó a pensar que no estaban en condiciones para amenazar la institucionalidad del país. Ahora bien, a finales de los años 1970, la configuración y el “horizonte de expectativas”4 de la insurgencia empezaron a transformarse. Las guerrillas 1 La firma de la paz no significa siempre el cese de la violencia. El período post-acuerdos puede ser propicio a la conformación o la recomposición de bandas armadas como se demostrará en la investigación. Para una introducción al tema, ver por ejemplo Paul Richards (editor), No peace, no war: an anthropology of contemporary armed conflicts, Athens (Ohio), Oxford University Press, 2005. Para América Latina, ver Dennis Rodgers, “Slum wars of the 21st Century: the new geography of conflict in Central America”, Crisis States Programme Working Papers, n°10, London School of Economics, febrero de 2007. 2 Sobre las evoluciones de la confrontación, ver Camilo Echandía Castilla, Dos décadas de escalamiento del conflicto armado en Colombia, 1986-2006, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2006 y los informes periódicos realizados por el equipo de investigación del Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de la Vicepresidencia de la República. Documentos disponibles en: www.derechoshumanos.gov.co. 3 Ver el trabajo clásico de Timothy P. Wickham-Crowley, Guerrillas and revolution in Latin America: a comparative study of insurgents and regimes since 1956, Princeton, Princeton University Press, 1992. 4 Noción desarrollada por Reinhart Koselleck, Futuro pasado: para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Editorial Paidós, 1993. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica instituidas en aquel período entraron en competencia con los grupos creados anteriormente, que alcanzaron a reestructurarse5, mientras la bonanza marimbera y el comienzo del narcotráfico ofrecían nuevas posibilidades de financiación. Las facciones más antiguas renunciaron a algunos preceptos, manteniéndose dentro de una línea de izquierda armada, por imprecisa que pueda ser la expresión6. Según los casos, se afianzaron o ratificaron estrategias ofensivas con ideales como la toma del poder, la movilización popular y el anhelo de reformas7. A lo largo de los años 1980 y 1990, se afirmaron intereses y preocupaciones más contingentes. Es así como los insurgentes se desplegaron de manera discontinua sobre el territorio nacional y áreas fronterizas, con el propósito de incrementar sus capacidades de maniobra y desestabilización. Los cabecillas de la guerrilla procuraron también fortalecer la disciplina y la cohesión ante los riesgos de una fragmentación de las columnas8. Sobre todo, la búsqueda de apoyos y recursos económicos se convirtió en un imperativo en la perspectiva de una lucha armada prolongada. 5 Sólo se hace referencia a los tres principales grupos creados en los años 1960 - el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el Ejército Popular de Liberación (EPL) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), los cuales fueron posteriormente desafiados por el Movimiento 19 de Abril (M.19), entre otros. 6 Además de presentar diferencias de una guerrilla a otra, convendría preguntarse en qué medida las dimensiones ideológicas siguen permeando lo cotidiano de las facciones después de décadas de confrontación. 7 Para mayores desarrollos, ver Eduardo Pizarro Leongómez, Insurgencia sin revolución: la guerrilla colombiana en una perspectiva comparada, Bogotá, Tercer Mundo Editores/IEPRI, 1996. 8 Daniel Pécaut, “Las Farc: fuentes de su longevidad y de la conservación de su cohesión”, Análisis Político, No.68, mayo-agosto de 2008, pp. 22 a 50, proporciona elementos que explican la unidad de la guerrilla más poderosa - las Farc - aunque varios de sus frentes han sido recientemente diezmados por las operaciones de las Fuerzas Armadas, generando problemas de abastecimiento, comunicación e insubordinación, junto con fenómenos de deserción. 8 Por consiguiente, se asistió a una sucesión de cambios en el panorama de la violencia. Se recrudecieron, en especial, las fricciones entre la insurgencia y las tropas regulares, que fueron objeto de contundentes ataques y perdieron credibilidad ante la opinión en la segunda mitad de los años 19909. No obstante, las guerrillas no lograron conformar un bloque homogéneo y superar las rivalidades que se acompañaron, incluso, de enfrentamientos. Adicionalmente, no se construyeron discursos e imaginarios susceptibles de provocar un levantamiento masivo y la influencia ejercida en los municipios tampoco fue capitalizada en términos de legitimidad política. De tal manera que la insurgencia se encerró de facto en una situación de “no revolución”10, propicia a múltiples exacciones (asesinatos, secuestros y hurtos, entre otros), las cuales hacen difícil interpretar la violencia en una sola trama socio-histórica11. Hasta principios de los años 2000, la sociedad se deslizó con matices regionales hacia un clima de inseguridad y terror, que 9 Sobre el papel de las Fuerzas Armadas en el país, ver Francisco Leal Buitrago, La seguridad nacional a la deriva: del Frente Nacional a la posguerra fría, Bogotá, Alfaomega-Universidad de los Andes-FLACSO, 2002. 10 Si bien es cierto que la literatura ha hecho hincapié en los proyectos de las guerrillas, pocos analistas han reflexionado con detenimiento sobre las causas de la “no revolución” en el país. Entre otros elementos, sería interesante tener en consideración la intensificación de las violencias contra los civiles, quienes se han distanciado de los alzados en armas; la falta de carisma, y a veces el mutismo, de los jefes de las facciones que no han conseguido avivar o recuperar el descontento de la sociedad; el desfase entre los planes de los insurgentes y las aspiraciones de la población; la acumulación de recursos que ha tenido un efecto de evicción sobre las dimensiones políticas de la contienda; y las debilidades militares de los frentes, que durante años, dieron la impresión de tener la capacidad para sostener una confrontación directa con el Estado y pasar a una ofensiva general con una voluntad de toma del poder. Para una aproximación al tema, ver Eduardo Pizarro Leongómez, Insurgencia sin revolución: la guerrilla colombiana en una perspectiva comparada, op. cit. 11 Para una visión amplia de los estudios sobre la violencia, ver Gonzalo Sánchez & Ricardo Peñaranda (compiladores), Pasado y presente de la violencia en Colombia, Bogotá, La Carreta Editores, 2007. 9 fomentó el surgimiento de movimientos de “autodefensa” hoy catalogados como “paramilitares”. Asimismo, éstos impusieron lógicas de control de tipo “amigo-enemigo” a la población que se volvió paulatinamente blanco de los actores armados. Aunque se evidenciaron vínculos esporádicos con miembros del Estado, las autodefensas no deben ser simplemente vistas como agentes supeditados a los imperativos de la lucha contrainsurgente. El conjunto de los servicios del Estado, que constituye un aparato de una gran disparidad12, tampoco ha sido implicado en una estrategia de apoyo sistemático a los grupos de autodefensa. En efecto, las alianzas, que se pactaron a menudo en secreto, dieron lugar a resistencias, discrepancias y rupturas. Sobre todo, las autodefensas experimentaron una expansión que, si bien en cierta medida pudo ser tolerada o instrumentalizada, se tornó desafiante para las autoridades en la década de 1990. Además de oponerse a la insurgencia, las organizaciones al margen de la ley siguieron trayectorias fluctuantes, beneficiándose de diversas fuentes de ingreso y respaldo. Es así como se apropiaron de bienes y negocios de diferente naturaleza e intervinieron en la regulación de los asuntos públicos y privados en numerosas localidades. En estas circunstancias, resultó sorprendente la decisión, concertada por los diferentes grupos de autodefensa, de entablar conversaciones de paz. Los diálogos llevados a cabo a raíz de la elección de Álvaro Uribe Vélez a la Presidencia de la República en 12 Joel S. Migdal, State in society. Studying how states and societies transform and constitute one another, Cambridge, Cambridge University Press, 2001, recuerda que es una ilusión pensar que los Estados son entes homogéneos. 200213 e impulsada por el Gobierno, conllevaron oficialmente a la desarticulación de la casi totalidad de los movimientos - a saber 31.671 alzados en armas - entre los años 2003 y 200614. La conclusión de las discusiones de paz y el inicio consecutivo de los programas de desarme, desmovilización y reinserción (DD&R) han marcado indudablemente un punto de inflexión en el desarrollo de la confrontación armada. Sin embargo, se registran todavía combates entre las fuerzas del Estado y los reductos de guerrilla más radicales y partidarios de la vía armada15. Paralelamente, algunos integrantes de las autodefensas han contribuido a una violencia post-acuerdos, con la formación de algunas “bandas emergentes”, cuyas actividades colindan con el narcotráfico y la delincuencia común. En el plano político, se han agudizado los debates sobre los alcances de las negociaciones, en un momento en que algunos congresistas y gobernadores, están siendo investigados por haber tenido presuntamente nexos con los movimientos de autodefensa16. Además, los observadores han especulado sobre las razones que favorecieron los diálogos con las autodefensas, en contraste con la intensificación de las operaciones militares dirigidas contra la insurgencia, como 13 El candidato Álvaro Uribe fue elegido por sufragio universal directo en 2002 para cuatro años. Mediante una reforma de la Constitución de 1991, declarada exequible por la Corte Constitucional, el presidente se postuló a un segundo mandato consecutivo en los comicios organizados en mayo del año 2006, saliendo en la primera vuelta con 62,2% de la votación (con un nivel de participación electoral estimado en 45,34%). 14 No se incluyen aquí las cifras relativas a las desmovilizaciones individuales entre las autodefensas: unos 15.000 combatientes y auxiliares, según los datos comunicados por el Estado. 15 Según testimonios concordantes, la cúpula de la organización habría ordenado la muerte de los guerrilleros desmovilizados por traición a la causa revolucionaria, mientras que el gobierno nacional los considera como “desertores”. 16 Sobre este polémico tema, ver la investigación publicada por la Corporación Nuevo Arco Iris, Parapolítica: La ruta de la expansión paramilitar y de los acuerdos políticos, Bogotá, Corporación Nuevo Arco Iris, 2008. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica consecuencia de la política de seguridad impulsada por la administración de Álvaro Uribe Vélez. Más específicamente, las garantías materiales y penales otorgadas a los miembros de las autodefensas, al amparo de la ley de “Justicia y Paz”, han despertado una serie de críticas e interrogantes. En un sentido similar, el desmantelamiento y la reincorporación de éstos han sido motivo de preocupación, puesto que una proporción significativa de sus integrantes (alrededor de 5.000)17 han retomado - o quizás nunca hayan abandonado - las armas. La coyuntura ha sido también la oportunidad de una reflexión acerca de los temas sensibles de la memoria y la reconciliación, al abrirse espacios de interlocución con las víctimas de la contienda18, que han carecido históricamente de visibilidad. En muchas oportunidades, la paz ha servido de armazón teórico o telón de fondo a las discusiones. Ahora bien, parece apresurado pretender que Colombia está ineluctablemente encaminada hacia un escenario postbélico. Los avances realizados para hallar una salida negociada a la lucha armada no pueden ocultar los factores de inestabilidad e incertidumbre, ocasionados por la persistencia de núcleos de guerrilla y las mutaciones de algunos grupos de autodefensa en “bandas emergentes”. Se mencionará igualmente que los lazos de solidaridad y los fundamentos de la comunidad nacional, tradicionalmente descritos como precarios19, quedan fragilizados por las manifestaciones pasadas y actuales de la confrontación. 17 Según la Alta Consejería para la Reintegración. Se habla exactamente de una cifra de 4.731. Ver El Tiempo, 13 de febrero de 2007. 18 Gonzalo Sánchez, “Tiempos de memoria, tiempos de verdad”, Análisis Político, No.68, mayo-agosto de 2008, pp. 03 a 21. 19 Ver los planteamientos del historiador David Bushnell, Colombia: una nación a pesar de sí misma, Bogotá, Editorial Planeta, 1996. 10 En efecto, los mecanismos de participación y protección de los ciudadanos, así como las libertades básicas, han sido vulnerados con frecuencia. La inseguridad y el terror han instaurado un clima de desconfianza y ley del silencio que prevalecen a veces años después de los acontecimientos violentos. Consecuentemente, se han generado traumas y peticiones entre la población, que comienzan apenas a ser escuchados y atendidos más allá del ámbito privado. Por lo anterior, el proyecto de DD&R adelantado con las autodefensas constituyen un inmenso desafío, no sólo para el Estado, sino también para amplios sectores de la sociedad, los cuáles han sido afectados por la violencia con una intensidad variable, conservando siempre medios y márgenes de acción para desenvolverse en el entorno. De hecho, Colombia no es equiparable a una extensa “zona gris”20, es decir un vacío de poder institucional donde predominarían las organizaciones criminales. El país tampoco ha cedido a la tentación de las dictaduras que fueron recurrentes en el siglo XX en América Latina, a excepción de la presidencia del General Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), quien gobernó en la época de “la Violencia”21 con el consentimiento de una fracción importante de las élites civiles. Lejos de ser inerte o cerrada, la arena política se ha renovado dentro de una línea pluralista desde los años 1980 y la promulgación de la Constitución de 1991. Esta tendencia ha tenido como corolario una erosión del bipartidismo tradicional entre conservadores y liberales22. De allí se desprenden 20 Sobre los usos de la noción según el sentido mencionado, ver Pierre Pascallon (editor), Les zones grises dans le monde d’aujourd'hui: le non-droit gangrène-til la planète?, París, L’Harmattan, 2006. 21 Más adelante en el texto, el lector encontrará elementos de bibliografía sobre esta tumultuosa época. 22 Para un balance histórico de los partidos políticos en Colombia desde los años 1950, ver Francisco Gutiérrez Sanín, ¿Lo que el viento se llevó? Los partidos y la democracia en Colombia, 1958-2002, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2007. 11 las interpretaciones discordantes sobre el régimen que ha sido analizado como una democracia “restringida”23 y/o “asediada”24, por ejemplo. En el marco socio-económico, la modernización de Colombia ha progresado a grandes pasos, no sin retrocesos y tensiones, apartándose de la imagen de un país preindustrial, arraigado en cuestiones agrarias25. Así, los fenómenos de urbanización han conducido a un reordenamiento del mundo rural. La liberalización abrupta de los mercados ha agravado las desigualdades y los sentimientos de frustración, a medida que se han modificado los hábitos de consumo. De otro lado, la apertura internacional ha coincidido con el crecimiento de comercios ilícitos que han estimulado la circulación de dinero y las interacciones entre protagonistas heterogéneos. Estos parámetros son imprescindibles para comprender las dimensiones de la contienda armada26 y, en particular, las etapas de gestación y consolidación de las autodefensas, que fueron debilitadas por divisiones crónicas antes de desmembrarse. A continuación, el análisis se centrará exclusivamente en la fase de dislocación de las organizaciones de autodefensa, que siguió los acuerdos suscritos con el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, para proponer una evaluación provisional de los 23 Pedro Medellín Torres (compilador), La Reforma del Estado en América Latina, Bogotá, Fescol, 1989. 24 Eduardo Pizarro Leongómez, Una democracia asediada: balance y perspectivas del conflicto armado en Colombia, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2004. 25 Tesis defendida por Alvin Toffler, “Colombia está en el pasado”, Semana, 25 de enero, 1999. En complemento, se puede consultar Alvin & Heidi Toffler, Las guerras del futuro: la supervivencia en el alba del siglo XXI, Barcelona, Plaza y Janes Editores, 1994. 26 En el caso de Centroamérica, Gilles Bataillon, Genèse des guerres internes en Amérique Centrale, 19601983, París, Les Belles Lettres, 2003, pp. 143 a 156, demuestra que la violencia se desarrolló también en un ambiente de modernización. mecanismos colectivos de DD&R27 entre los años 2003 y 2007. La intención aquí no es hacer un balance detallado de los procesos de DD&R, aprehendidos en todas sus dimensiones culturales, socio-económicas y psicológicas, sino identificar unos factores de riesgo para la estabilidad del país en los post-acuerdos en relación con la seguridad y la paz, que han sido dos de las principales prioridades de la Presidencia actual. Se privilegiará un enfoque comparativo con América Central, cuya historia reciente ha sido marcada por los sobresaltos de la guerra, y una subsiguiente búsqueda de la paz, en Guatemala, El Salvador y Nicaragua. En los tres países mencionados, se manifestaron distintos movimientos armados, bien sean legales o extra-oficiales, en respuesta al crecimiento de las guerrillas entre las décadas de 1960 y 1990. Aunque la naturaleza de estas facciones fue disímil y varios de sus miembros no fueron incluidos en los procesos de negociación que se presentaron en estos países, los escenarios centroamericanos son la oportunidad de aprehender las iniciativas de paz con las autodefensas en Colombia28 en una perspectiva hemisférica. En discrepancia con la situación colombiana, los conflictos en Centroamérica, que se vieron influenciados por el juego geopolítico “este-oeste”, fueron consecutivos o concomitantes a regímenes militares autoritarios, de tal manera que los acuerdos firmados entre los beligerantes se enmarcaron en una doble transición hacia la paz y la democracia, 27 Para un análisis de las desmovilizaciones individuales, ver Juan Carlos Garzón, Julián Arévalo & Paola González, “Desmovilizaciones individuales: las incertidumbres de la guerra y las limitaciones de la paz”, Coyuntura de Seguridad, Fundación Seguridad y Democracia, No. 9, abril-junio de 2005. 28 Ver el libro de Carlo Nasi, Cuando callan los fusiles. Impacto de la paz negociada en Colombia y Centroamérica, Bogotá, CESO-Universidad de los Andes, Grupo Editorial Norma, 2007. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica mediante una fuerte participación de la comunidad internacional. Estas transiciones en América Central se acompañaron también de ambiciosos proyectos de DD&R de las tropas regulares, de los guerrilleros y/o facciones anti-insurgentes calificadas como “Contra”, “escuadrones de la muerte” y “Patrullas de Autodefensa Civil” (Pac), entre otras apelaciones. Ante la complejidad de estas organizaciones armadas, se hace necesario partir de algunas consideraciones generales sobre la noción de autodefensas que será leída en interfaz con el paramilitarismo. En segunda instancia, se propondrá una reflexión acerca de la paz en un ambiente de democratización que presenta divergencias notorias entre Colombia y Centroamérica. Por último, la investigación versará sobre las experiencias de DD&R, inauguradas en los años 1990 en el istmo centroamericano, las cuales se han vuelto unas de las piedras angulares de la política de Álvaro Uribe Vélez. Desde un punto de vista metodológico, el estudio se inspirará de los aportes de la “historia cruzada”29, que tiene la ventaja de contemplar problemáticas transversales y aproximar contextos (sub-)nacionales a priori lejanos, sin necesariamente ahondar en comparaciones detalladas. 29 12 Metodología derivada de los estudios adelantados en diferentes disciplinas (historia, sociología, ciencia política, etc.) a partir de los años 1990. Michael Werner & Bénédicte Zimmermann (editores), De la comparaison à l’histoire croisée, París, Éditions du Seuil, 2004. El escalamiento de la lucha armada en Colombia, perceptible desde los años 1980, ha suscitado una creciente atención que se ha traducido en innumerables análisis, comentarios y discursos. La difícil caracterización de los movimientos de autodefensa 1 El escalamiento de la lucha armada en Colombia, perceptible desde los años 1980, ha suscitado una creciente atención que se ha traducido en innumerables análisis, comentarios y discursos. Sólo se subrayará que la situación de violencia ha dado pie a controversias para determinar si existe o no un conflicto, entendido como sinónimo de guerra30. De manera más puntual, se ha evocado, con cierta confusión, una “balcanización” y una “vietnamización” del país por la atomización de los enfrentamientos y el protagonismo de los Estados Unidos en los asuntos militares y la erradicación de los cultivos ilícitos. Por otra parte, el léxico asociado a los actores ilegales no ha dejado de diversificarse. Por ejemplo, la identidad de los jefes de las facciones ha sido constantemente velada o distorsionada por la adopción de alias y apodos31. También se ha acudido a expresiones como “señores de la guerra”32, ante todo para designar a los grupos de autodefensa33. 30 Ver los argumentos avanzados por José Obdulio Gaviria, Sofismas del terrorismo en Colombia, Bogotá, Editorial Planeta, 2005, y la posición de diferentes autores en el libro del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI), Nuestra guerra sin nombre. Transformaciones del conflicto en Colombia, Bogotá, IEPRI-Grupo Editorial Norma, 2006. 31 Orlando Villanueva Martínez, Guerrilleros y bandidos. Alias y apodos de la violencia en Colombia, Bogotá, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2007. 32 Roland Marchal, “Conclusion”, en Pierre Hassner & Roland Marchal (editores), Guerres et sociétés: État et violence après la guerre froide, París, Éditions Khartala, 2004, pp. 571 a 608 critica el uso reiterado de la expresión en los escenarios de violencia actuales. 33 Gustavo Duncan, en Los señores de la guerra. De paramilitares, mafiosos y autodefensas en Colombia, Bogotá, Editorial Planeta, 2006, propone un análisis interesante de los grupos armados enfrentados a las guerrillas en Colombia. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica A. Reflexión itinerante sobre la noción de autodefensas Esta inflación lingüística, y por ende semántica, ilustra tanto las posibilidades como las dificultades para aprehender a los movimientos de autodefensa, que tienden, por comodidad, a ser llamados “paramilitares” en lo cotidiano. paramilitar37 entre las dos guerras mundiales38 para referirse a los grupos armados que se diseminaron en Alemania, bajo diferentes denominaciones39, como auxiliares, sustitutos o adversarios de los contingentes armados del Estado. Aunque sean usuales, ambas palabras revelan ser polisémicas, más aún cuando se tienen en cuenta otras situaciones conflictivas, donde se enlazan en múltiples “juegos de lenguaje”34 con ocurrencias cercanas, como “milicias”, “brigadas”, “escuadrones”, “patrullas” y “rondas”. Las explicaciones sobre la eclosión del paramilitarismo suelen destacar la importancia del Tratado de Versalles (1919), que obligó a la joven República de Weimar a reducir drásticamente su aparato coercitivo, en tiempos de crisis política, socio-económica y moral, para intentar evitar el estallido de un conflicto en el futuro. La falta de definiciones consensuales y las imprecisiones del vocabulario no impiden caracterizar a las autodefensas y los paramilitares. No se trata aquí de hacer largos relatos, ni una taxonomía de las organizaciones con “tipos ideales”35. Por lo tanto, el estudio partirá de un caso paradigmático, la Alemania de las primeras décadas del siglo XX, para proponer una reflexión itinerante, y finalmente exploratoria, sobre las dos nociones que han sido empleadas, no siempre de manera concomitante en diferentes círculos (académicos, periodísticos e institucionales, entre otros) en América Latina36. Aparentemente, fueron periodistas británicos, quienes acuñaron el calificativo de 34 35 36 Para acoger la fórmula consagrada en los estudios sobre el lenguaje. Ludwig Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, México/Barcelona, Universidad Nacional Autónoma de México/Editorial Crítica, 1988 [trad.]. Sobre el concepto, ver la obra de Max Weber, Essais sur la théorie de la science, París, Presses Pocket, 1992, [trad.], pp. 172-173. No se hará referencia a las unidades legales (con rasgos de fuerzas militares y policías), consideradas como paramilitares, directamente integradas a las estructuras oficiales, como ocurre en algunos países fuera del sub-continente latinoamericano (Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, entre otros). 16 En este caso, muchas facciones paramilitares crecieron originalmente con la complicidad de los servicios estatales y adquirieron rasgos análogos a las fuerzas regulares en declive (armamento, disciplina y entrenamiento). Contaron igualmente con la llegada masiva de soldados desmovilizados40, que asumieron varias funciones ante los fenómenos de desorden e inseguridad41, tales como guardias civiles, comités de vigilancia y justicia42 y brazos armados de los partidos43. 37 Antes, los observadores hablaban en particular de organizaciones “casi-militares” o “proto-militares”. 38 Rod Paschall, “Paramilitary forces”, International Military and Defense Encyclopedia, Londres, Brassey’s Press, 1993, pp. 2104 a 2107. 39 Conviene anotar que la noción de autodefensas ha sido menos usual en la literatura sobre la época. 40 Richard Bessell, Germany after the first world war, Nueva York, Oxford University Press, 1993. 41 Estas funciones explican, en parte, por qué una pluralidad de palabras - milicias, guardias y brigadas, por ejemplo - pueden ser utilizadas como sinónimos de paramilitares. 42 Arthur D. Brenner, “Feme murder: Paramilitary ‘selfjustice’ in Weimar Germany”, en Bruce B. Campbell & Arthur D. Brenner (editores), Death squads in global perspective: murder with deniability, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2002, pp. 57 a 83. 43 Pamela E. Swett, Neighbors and enemies: the culture of radicalism in Berlin, 1929-1933, Cambridge, Cambridge University Press, 2004. 17 En ese entonces, no era extraño ver a los integrantes de los grupos exaltar sentimientos de patriotismo, honor y masculinidad, con una predilección por las acciones y las demostraciones de fuerza en las calles44 (desfiles, protestas y combates). No obstante, los paramilitares nunca se congregaron en un movimiento unitario como tampoco quedaron subordinados a las autoridades, que fueron rápidamente desbordadas por el activismo de estas organizaciones. En la década de 1920, las estructuras, el modus operandi y las reivindicaciones de los paramilitares se ramificaron. Es así como las agrupaciones participaron en una radicalización de la sociedad contra las minorías, en particular de confesión judía. Por otra parte, las mismas se opusieron cada vez más a las fuerzas comunistas y social-demócratas y atacaron al Estado para precipitar el derrumbe de la República de Weimar, acusada de ser un factor de decadencia de la nación, tras la humillación de la Primera Guerra Mundial. Sobresalieron al respecto las “Secciones de Asalto” (Sturmabteilung: SA), que tuvieron un papel preponderante en la caída del régimen (1933)45 y el fortalecimiento posterior del “Partido Nacional-Socialista de los Trabajadores Alemanes” (NSDAP), articulado alrededor de la personalidad de Adolfo Hitler. Una vez instalado en el poder y obsesionado por las amenazas que ponían en peligro los equilibrios precarios del país, Adolfo Hitler se empeñó en desmantelar o cooptar a las unidades heredadas de los años precedentes, sean o no clasificadas como paramilitares. Entre otras, las SA que habían sido decisivas en el advenimiento del nazismo, 44 45 Sobre la importancia de los paramilitares durante el período, ver James M. Diehl, Paramilitary politics in Weimar Germany, Bloomington & Londres, Indiana University Press, 1977. Sobre el desplome de la “República de Weimar” y sus consecuencias, ver Richard J. Evans, The coming of the third Reich, Nueva York, Penguin Books, 2004. fueron reemplazadas por nuevas formaciones (1934-1935). Durante el segundo conflicto mundial, diversas organizaciones prosperaron y acumularon prestigio dentro de la maquinaria burocrática del “Tercer Reich”, a la imagen de las “Brigadas de Protección” (Schutzstaffel: SS), con sus componentes armados (Waffen SS)46. Se estableció entonces un paramilitarismo de guerra, cómplice de una estrategia genocida, que entró en competencia con las prerrogativas del ejército alemán (Wehrmacht), al cumplir labores de propaganda e inteligencia, eliminación de focos de resistencia y control de poblaciones en los territorios ocupados47. La coyuntura alemana encontró eco en el resto de Europa, donde proliferaron las facciones de estilo paramilitar48, que se dieron a conocer bajo figuras metafóricas como las “camisas negras”49. Más allá de España e Italia, que han sido abundantemente documentadas50, la mayoría de éstas fueron involucradas en las convulsiones y los métodos 46 Jean-Luc Leleu, La Waffen-SS : soldats politiques en guerre, París, Perrin, 2007. 47 Las violencias cometidas por el conjunto de las estructuras militares del Reich fueron de una gran heterogeneidad. En el caso de Europa occidental, con una atención particular a Francia, ver Peter Davies, France and the second world war: resistance, occupation and liberation, Nueva York, Routledge, 2000, y para el frente oriental de la guerra en el continente, RolfDieter Müller & Gerd R. Ueberschar, Hitler's war in the East, 1941-1945: a critical assessment, Oxford/ Nueva York, Berghahn Books, 2008 and Geoffrey J. Geoffrey Megargee, War of annihilation: combat and genocide on the Eastern front, 1941, Boulder, Rowman & Littlefield Publishers, 2007. 48 Muchas de ellas aparecen descritas como milicias en los análisis. 49 Con variantes - como las camisas “azules”, “moradas” y “verdes” - según los países y las traducciones de un idioma a otro. 50 Ver por ejemplo José Luis Gómez Navarro, El régimen de Primo de Rivera, Madrid, Cátedra D. L, 1991; Edward Malefakis (editor), La guerra civil española, Madrid, Taurus, 2006, y Patricia Dogliani, L' Italia fascista, 1922-1940, Milano, Sansoni Editore, 1999. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica autoritarios que azotaron las democracias liberales en los años 1920 y 193051. Los grupos paramilitares y similares en esta época simbolizaron la expansión de diferentes tendencias - anti-comunistas, conservadoras, nacionalistas, xenófobas y (pro-) fascistas - en Austria, Eslovaquia y Francia52, entre otros, contribuyendo a una recomposición de la extrema derecha. Ahora, conviene señalar que la extrema derecha remite a un universo político pluridimensional y polémico53, sobre todo cuando se relaciona con el fascismo, que algunos académicos se rehúsan a definir dentro de la familia de las derechas54. Por otra parte, la extrema derecha no refleja plenamente la complejidad y las transformaciones del paramilitarismo55, aunque suele ser un elemento de identificación determinante, o una etiqueta cómoda, para el análisis. Efectivamente, la decisión de enlistarse en los movimientos armados no respondió siempre a aspiraciones predeterminadas y unívocas. Las motivaciones fueron 51 Marco Tarchi, “The role of fascist movements” en Dirk Berg-Schlosser & Jeremy Mitchell (editores), Authoritarianism and democracy in Europe, 191939: comparative analyses, Houndmill, PalgraveMacmillan, 2002, pp. 101 a 128. 52 La influencia del fascismo en Francia ha dado pie a controversias entre los académicos. Para una síntesis, ver Michel Dobry (editor), Le mythe de l’allergie française au fascisme, París, Albin Michel, 2003. 53 Cas Mudde, “The war of words: defining the extreme right party family”, Western European Politics, volumen 19, n°2, abril de 1996, pp. 225 a 248, ha evidenciado la existencia de más de diez corrientes perteneciendo a la extrema derecha en Europa. 54 Sobre el fascismo, y sus posibles articulaciones con la derecha y la extrema derecha, ver por ejemplo Robert Paxton, The anatomy of fascism, Nueva York, Alfred A. Knopf, 2004, y Marco Tarchi, Fascismo. Teorie, interpretazioni e modelli, Roma/Bari, Editori Laterza, 2003. 55 Los usos de la noción han sido más escasos para la época cuando se trata de los grupos de filiación distinta a la extrema derecha. Ver al respecto las milicias vinculadas con el “Partido Social-Demócrata” (Reichsbanner). Pamela E. Swett, Neighbors and enemies, op. cit. 18 influenciadas por sincretismos ideológicos y consideraciones prosaicas, como los lazos de amistad, el oportunismo y las presiones del entorno. América Latina no quedó aislada de los sucesos políticos en Europa, mientras se recrudecían los intercambios de toda índole entre las dos regiones. Por ejemplo, personajes emblemáticos del fascismo ejercieron una innegable atracción en el Cono Sur56, sin desconocer el impacto que pudieron tener en otros territorios como El Salvador, Guatemala y México57. No obstante, la penetración de las ideas europeas en Suramérica no estuvo exenta de contradicciones y resistencias. De hecho, las relaciones inter-continentales no fueron uniformes ni armónicas. Se crispaban crónicamente, en particular por la cuestión de la inmigración, que resultó ser a la vez un aporte multicultural y un punto de discordia, no sólo entre los países, sino también al interior de los mismos. En este contexto, antes de la primera guerra mundial, los inmigrantes en Argentina y Chile fueron el blanco de un nacionalismo excluyente, con una tonalidad racista y religiosa, a medida que el liberalismo sacudía la economía. En ambos casos, los años 1910 y 1920 vieron surgir “Ligas Cívicas” y “Ligas Patrióticas”, que se volvieron las vanguardias de la lucha contra las oleadas de extranjeros58, el comunismo y/o las clases obreras, que fueron acusados de alterar el orden establecido. Después de la crisis internacional de 1929, la polarización de la población se exacerbó durante una década 56 Eugenia Scarzanella (compiladora), Fascistas en América del Sur, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007. 57 Sobre este caso, ver Alicia Gojman de Backal, Camisas, escudos y desfiles militares. Los Dorados y el antisemitismo en México, 1934-1940, México D.F, Fondo de Cultura Económica, 2000. 58 Los ataques apuntaron prioritariamente a los trabajadores recién llegados, y en menor proporción a los propietarios y los comerciantes de largo arraigo en los dos países. 19 en que se fortalecieron las corrientes antisemitas y (pro-) fascistas59. fascismo y/o las franjas nacionalistas de la extrema derecha62. Junto con las ligas60, las formaciones paramilitares, que aparecieron bajo diversas apelaciones (brigadas, guardias y patrullas, entre otros), se encargaron de defender los barrios y las fábricas, suplir a las tropas regulares, hacer proselitismo y asegurar la perennidad de los partidos políticos. Las facciones se libraron constantemente a actos de teatralización de la violencia y marchas callejeras que recordaron las tácticas de las agrupaciones armadas en Europa. Posteriormente, la rivalidad “este-oeste” dejó una profunda huella, que no marcó una discontinuidad absoluta con el pasado, en el panorama de los paramilitares en Latinoamérica y la cuenca limítrofe del Caribe. El fascismo y el nacionalismo, que habían sido centrales en el ascenso de los movimientos armados en la primera mitad del siglo, fueron relegados a un segundo plano por la lucha contra la izquierda, entendida en una acepción amplia. Desde un punto de vista ideológico, si bien los paramilitares compartieron un fervor nacionalista, al igual que valores clericales y conservadores, no todos fueron fascistas. Entre los años 1950 y 1980, las dictaduras del hemisferio63 se convirtieron en el terreno predilecto - pero no exclusivo - de las campañas represivas llevadas a cabo contra los sectores de la población animados por ambiciones contestatarias y/o revolucionarias. En Chile, la sociedad fue más propensa a contener a los sectores más virulentos frente a la inestabilidad interna y los litigios persistentes con Perú y Bolivia (problemas de frontera, inmigración y comercio). Así, se instituyeron milicias paramilitarizadas, con el propósito de defender las libertades y el pluralismo democrático según un espíritu republicano61. En la década de 1930, las organizaciones se esforzaron por neutralizar la progresión del fascismo, los excesos nacionalistas y las veleidades de poder de los militares. En la Argentina de los años 1920 y 1930, la debilidad de los partidos moderados y el apoyo de las élites atemorizadas por la agitación social llevaron a que se observara una estrecha correlación entre el paramilitarismo, el 59 Sobre estas diferentes secuencias históricas, ver Sandra McGee Deutsch, Las derechas: la extrema derecha en la Argentina, el Brasil y Chile, 1890-1939, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes Editorial, 2005. 60 Algunas de ellas pueden ser parcial o totalmente consideradas como organizaciones militarizadas. 61 De allí las disputas entre varias formaciones paramilitares que no fueron necesariamente asociadas a la extrema derecha. Los regímenes se dotaron de dispositivos legales, gracias a reformas constitucionales y judiciales64 (Argentina, Brasil y Chile, entre otros), que abrieron el camino a prácticas coercitivas con privaciones de libertad. Las fuerzas castrenses fueron modernizadas y facultadas para infiltrar y administrar los espacios de vida. En complemento, las autoridades participaron directa o indirectamente en la creación de unidades paramilitares, 62 Para una discusión sobre las relaciones entre el fascismo y el nacionalismo en Argentina, ver Federico Finchelstein, Fascismo, liturgia e imaginario: el mito del general Uriburu y la Argentina nacionalista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 09 a 29. 63 Las dictaduras del sub-continente no constituyeron un bloque monolítico. Muchas fueron destituidas en la década de 1980, de manera no violenta, propiciando un proceso de transición hacia la democracia y un desmantelamiento de diversas estructuras militares y paramilitares. Ver los trabajos de Guillermo O’donnell, Philippe C. Schmitter & Laurence Whitehead (editores), Transitions from authoritarian rule: Latin America, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1986, y Juan J. Linz & Alfred Stepan, Problems of democratic transition and consolidation: Southern Europe, South America and post-communist Europe, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1996. 64 Para el Cono Sur, ver Anthony W. Pereira, Political (in)justice: authoritarianism and the rule of law in Brazil, Chile, and Argentina, Pittsburgh University of Pittsburgh Press, 2005. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica conocidas bajo distintos calificativos, que se singularizaron por innumerables violaciones a los derechos humanos: asesinatos, detenciones arbitrarias y desapariciones forzadas, entre las más importantes. Sin embargo, los paramilitares no mostraron una lealtad incondicional al Estado ni una coherencia ideológica firme, oscilando entre la derecha y la extrema derecha. Por ejemplo, bajo la presidencia de Anastasio Somoza Debayle (1967-1972 y 1974-1979) en Nicaragua, la “Guardia Nacional” - verdadero garante de la dictadura - expresó signos de inconformidad e inquietud frente a la propagación de unidades armadas extraoficiales y anti-izquierdistas65. A la inversa, en Haití, durante la era de François y JeanClaude Duvalier (1967-1971 y 1971-1986), el poder ejecutivo se rodeó de las tumultuosas bandas de “Voluntarios de la Seguridad Nacional” (conocidos en el lenguaje popular como “Tontons Macoutes”), presuntamente inspirados por las “camisas negras” de la Italia fascista, para prevenir un golpe de Estado de los opositores, apoyados por una fracción de los militares66. Independientemente de su heterogeneidad, los grupos paramilitares operaron a menudo en nombre de la “seguridad nacional” y del “mantenimiento del orden”. Se beneficiaron de alianzas de oportunidad y mecanismos de protección que diluyeron las responsabilidades entre múltiples comanditarios, intermediarios y ejecutantes, incluso a nivel internacional, como lo reveló la famosa “Operación Cóndor”, implicando a distintos países del hemisferio americano67. 65 Richard Millett, Guardians of the dynasty. A History of the U.S. created Guardia Nacional de Nicaragua and the Somoza family, Nueva York, Orbis Books, 1977. 66 Henry F. Carey, “Militarization without civil war: the security dilemma and regime consolidation in Haiti”, Civil Wars, volumen 7, n°4, invierno de 2005, pp. 330 a 356. 67 J. Patrice McSherry, “Operation condor: clandestine inter-American system”, Social Justice, volumen 26, n°4, invierno de 1999, pp. 144 a 173. 20 La impresión de clandestinidad fue patente en el caso de las cuadrillas móviles instituidas, en especial, para cometer crímenes (homicidios, secuestros y torturas), como “la Triple A” en Argentina68, “la Falange” en El Salvador y “Ojo por Ojo” en Guatemala, justificando la expresión de “escuadrones de la muerte”69. Se resaltará que la “Triple A” surgió en los meses precediendo la toma del poder por parte de la junta militar, es decir entre el final del mandato de Juan Domingo Perón (1973-1974)70 y el interludio presidencial de su esposa María Estela Martínez de Perón (1974-1976)71. La “Triple A” fue impulsada desde las altas esferas del Estado, antes de ser disuelta por los militares que quisieron deshacerse de un aliado versátil y desestabilizador. Según varias fuentes, la organización mantuvo vínculos con la extrema derecha y la urbe fascista en el exterior, en especial en Italia. Se dedicó fundamentalmente a reprimir a las agrupaciones armadas de izquierda, las protestas sociales y las 68 La “Alianza Anticomunista Argentina” (“Triple A”) fue uno de los “escuadrones de la muerte” más activos en América Latina. Al igual que otras organizaciones paramilitares, pudo contar con el apoyo de las fuerzas militares que adoptaron en particular, una vez en el poder, el modelo de guerra contra-insurgente desarrollado por Francia en los países en vía de descolonización. Marie-Monique Robin, Escuadrones de la muerte. La escuela francesa, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2005. 69 Para una visión comparativa, más allá de América Latina, ver Bruce B. Campbell & Arthur D. Brenner (editores), Death squads in global perspective. op. cit., y Jeffrey A. Sluka (editor), Death squad: the anthropology of state terror, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1999. 70 Figura emblemática de la vida política argentina en el siglo XX, Juan Domingo Perón asumió tres mandatos, no consecutivos, antes de fallecer en julio de 1974. Para un análisis de su itinerario y legado político, ver Robert D. Crassweller, Perón and the enigmas of Argentina, Nueva York, W. W. Norton & Company, 1996, y James W. McGuire, Peronism without Perón: unions, parties and democracy in Argentina, Stanford, Stanford University Press, 1997. 71 Fue depuesta en marzo de 1976 por un golpe militar que dio origen al “Proceso de Reorganización Nacional”. En 2007, la ex-presidenta en exilio fue llamada a juicio y objeto de una solicitud de extradición enviada a las autoridades de España, por participación en crímenes perpetrados por las fuerzas regulares y los paramilitares. 21 reivindicaciones sindicales. También sirvió para arreglar cuentas entre las corrientes rivales dentro de la mayor fuerza política del país, el peronismo. En una perspectiva latinoamericana, los paramilitares actuaron en repertorios ambivalentes entre lo público y lo privado. Desde luego, éstos no tuvieron globalmente la audiencia de las facciones análogas del período de los dos conflictos mundiales en Europa y Suramérica, pero no quedaron confinados a un papel marginal. En lo cotidiano, suscitaron inextricables sentimientos de simpatía, (in)seguridad y/o temor entre las poblaciones72. Ahora bien, desde los años setenta, pero con más nitidez en los ochenta y noventa del siglo pasado, emergieron fuera del Cono Sur diferentes movimientos armados, en respuesta a la delincuencia, las guerrillas y sus simpatizantes, lo que explica las similitudes y confusiones posibles entre autodefensas y paramilitares. En este sentido, estos movimientos no corresponden nítidamente a la visión clásica del paramilitarismo heredada de la primera mitad del siglo XX en Europa. Tampoco pueden ser asimilados a los “escuadrones de la muerte” instrumentalizados en tiempos de dictadura en América Latina. En efecto, la mayoría de éstos desarrolló un ethos rural, con fuertes características comunitarias, globalmente poco permeables a las ideas de extrema derecha y ajenos a la dicotomía entre la izquierda y la derecha. Se definieron o fueron presentados como “comités”, “rondas” o “patrullas” con bases territorializadas y funciones a priori no expansivas. Sobre todo, el armamento y el adiestramiento militar fueron a menudo deficientes, alejándose de la imagen de micro-ejércitos disciplinados y preparados para sostener largos combates. 72 Mediante actos de propaganda, amenazas e intimidaciones y prácticas de teatralización de la violencia. Conviene recordar que la noción de autodefensas constituye una categoría de análisis maleable y difícil de rastrear. Si bien los primeros empleos del término se remontan al siglo XVIII en distintos idiomas, este último se ha vuelto particularmente usual, y objeto de diversas conceptualizaciones, en los contextos de violencia interna, después de la Segunda Guerra Mundial en África, Asia y Latinoamérica73. Pese a ciertas similitudes entre las dos palabras, los significados otorgados a las autodefensas y los paramilitares distan en el lenguaje común y la literatura académica74. Así, las autodefensas no suelen ser tan aferradas a las ideologías de extrema derecha y la lucha contra la izquierda, a excepción de América Latina, donde el término hace parte del léxico (repertorio semántico) de los grupos contrainsurgentes. En segundo lugar, los miembros de las autodefensas se reclutan por lo general entre un amplio sector de la población, a menudo sin mayores criterios de selección ni contactos con las tropas regulares. Adicionalmente, tienden a tener sólidos rasgos comunitarios (juntas de vecinos, organizaciones étnicas y redes con lazos de solidaridad religiosa, por ejemplo), con un radio de acción local o regional, asumiendo tareas de vigilancia y protección de aldeas y sitios de alto valor económico y/o simbólico75. Para tratar de acercarse más a la diversidad de las autodefensas en América Latina, se hará alusión a dos escenarios conflictivos 73 Stathis N. Kalyvas, The logic of violence in civil war, Cambridge, Cambridge University Press, 2006. 74 Ambos términos pueden ser usados como sinónimos junto con la idea de milicias. Ver Laurent Gayer & Christophe Jaffrelot (editores), Milices armées d’Asie du sud, París, Les Presses de SciencesPo, 2008. 75 La noción de autodefensas se confunde frecuentemente con el “vigilantismo”. Para América Latina, ver Martha K. Huggins (editora), Vigilantism and the state in modern Latin America: essays on extra-legal violence, Nueva York, Praeger Publishers, 1991, y para otras regiones, ver David Pratten & Atryee Sen (editores), Global vigilants, Nueva York, Columbia University Press, 2007. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica que finalizaron en los años 199076: Guatemala, durante la transición entre las dictaduras militares y la democracia, cuando culminó la oposición contra las guerrillas; y Perú, donde el Estado se enfrentó a una poderosa insurgencia, que basculó en una lógica ofensiva en los años de liberalización económica y democratización política del país. En Guatemala, los disturbios sociales y los avances de la insurgencia en los años 1970 y 1980 conllevaron a los militares a aplicar técnicas de contra-insurgencia que retomaron doctrinas y modelos foráneos (Indochina, Argelia y Vietnam con el dispositivo de las “aldeas estratégicas”). En varios departamentos, se conformaron “Patrullas de Autodefensa Civiles” (Pac) que consiguieron aislar a la población de las guerrillas77, entre las cuales se encontraban las “Fuerzas Armadas Rebeldes” (Far), la “Organización del Pueblo en Armas” (Orpa) y el “Ejército Guerrillero de los Pobres” (EGP)78. A pesar de su influencia en el desarrollo de la contienda armada e impacto sobre el tejido social de los pueblos indígenas, las Pac no han sido consideradas como agrupaciones paramilitares en el lenguaje cotidiano en Guatemala, ni entre los académicos79, en desfase con la imagen que se pueda tener desde el exterior. Los patrulleros fueron principalmente campesinos indígenas, mal equipados e instruidos 76 En la segunda parte del documento, se analizarán los alcances de los acuerdos de paz en Centroamérica. La situación peruana, que se mencionará a continuación, fue distinta en el sentido en que la confrontación no se concluyó por la vía negociada, sino a raíz de la derrota político-militar de las guerrillas. 77 Sobre las dimensiones del conflicto, se puede consultar el informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, Guatemala: memoria del silencio, Ciudad de Guatemala, CEH, 1999. 78 Yvon Lebot, La guerra en tierras mayas: comunidad, violencia y modernidad en Guatemala (1970-1992), México D.F, Fondo de Cultura Económica, 1997. 79 Entrevista personal a Simone Remijnse, en agosto de 2007, autora de Memories of violence: civil patrols and the legacy of conflict in Joyabaj, Guatemala, West Lafayette, Purdue University Press, 2003. 22 en tácticas de lucha irregular, quienes se involucraron, o fueron obligados a enlistarse, en columnas de contra-guerrilla a lo largo de la década de 1980 y, en menores proporciones, en los años 1990, cuando avanzaban las negociaciones de paz. Muchos integraron las filas de las Pac en 1982 como resultado de la política contrainsurgente del Ejército, que contemplaba el control o la eliminación de la población indígena80, acusada de apoyar a las guerrillas, provocando importantes flujos de desplazados. El objetivo consistió igualmente en enfrentar entre sí a los miembros de las comunidades para contrarrestar el apoyo social a los alzados en armas. En 1983, el general Efraín Ríos Montt, quien había encabezado un golpe de Estado en 1982, decidió legalizar a las Pac, en complemento de la estrategia de militarización de las áreas rurales del centro-norte del territorio. En el tiempo más álgido de la confrontación armada, los efectivos de las Pac alcanzaron un millón de personas, según algunas estimaciones, antes de ser renombradas “Comités Voluntarios de Defensa Civil” (CVDC) y desmovilizadas por el gobierno nacional en 1995, para intentar evitar los motivos de tensiones y la reactivación del conflicto en la fase terminal de las discusiones de paz con las guerrillas. La proximidad con las fuerzas castrenses no significó necesariamente que las Pac tuvieran estructuras, valores e intereses en común con la institución militar. Tampoco se parecieron a las formaciones móviles, denominadas “escuadrones de la muerte” (unidades mixtas de militares, mercenarios y sicarios), como el grupo “Ojo por Ojo”, vinculadas con corrientes de extrema derecha, 80 Algunos estudiosos han hablado al respecto de genocidio. Victoria Sanford, Violencia y genocidio en Guatemala, Ciudad de Guatemala, F&G EditoresEditora Cultural de Guatemala, 2003. 23 que encarnaron por excelencia la figura del paramilitarismo en el país. A partir de la experiencia en Guatemala, que se concluyó con el cierre de acuerdos de paz en 1996, las autoridades civiles y militares en Perú81 multiplicaron las iniciativas destinadas a derrotar a las dos grandes guerrillas que se crearon en los años 1970 y 1980, a saber “Sendero Luminoso” (SL)82 y el “Movimiento Revolucionario Túpac Amaru” (Mrta). Entre las medidas adoptadas, las tropas regulares decidieron concentrar a las poblaciones rurales en zonas específicas para aislar a la insurgencia. En los territorios centrales y sureños del país, se constituyeron “Comités de Defensa Civil” (CDC), que recibieron un material bélico precario y una formación militar somera, aunque revelaron ser decisivas para contener la progresión de los insurgentes en los años 1980. La promoción de los CDC se hizo en un mundo indígena disperso y estratificado. Sin embargo, se crearon sinergias entre las aldeas de campesinos, siguiendo el camino de las “Rondas” y los “Montoneros”, los cuáles fueron fundados años atrás en el norte de Perú, sin la cooperación del Estado, en respuesta a la inseguridad desatada por bandas de delincuentes y facciones políticas locales (abigeato, extorsiones y homicidios). Las estructuras campesinas del norte - es decir, las rondas que sirvieron de antecedentes históricos y dieron su nombre a otras organizaciones en el país83 - se unieron a la 81 82 83 Para un balance del conflicto armado, ver Steve J. Stern (editor), Shining and other paths: war and society in Peru, 1980-1995, Durham & Londres Duke University Press, 2005. La guerra se agudizó en la época, aunque el militantismo de algunas facciones se haya hecho evidente en el transcurso de los años 1970. Carlos Iván Degregori, Ayacucho 1969-1979: el surgimiento de Sendero Luminoso, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1990. Incluyendo a los Cdc, lo cual ha sido un elemento de complejidad adicional para el análisis. lucha contra la guerrilla, no sin sentimientos de animosidad y sospecha hacia las fuerzas estatales, culpadas de brutalidades contra las comunidades y/o ser crónicamente ausentes de los municipios. En numerosas provincias rurales, los campesinos en armas no se limitaron a tareas de vigilancia y represión, sino que emprendieron operaciones ofensivas de búsqueda y persecución de los guerrilleros. También fueron los voceros de las peticiones del mundo rural ante el Estado y resolvieron litigios personales y regularon la economía en las localidades, convirtiéndose en movimientos populares con dimensiones políticas y sociales84. So pretexto de haber contribuido a la derrota de las guerrillas a comienzos de los años 1990, las agrupaciones campesinas, muchas de las cuáles fueron legalizadas bajo la etiqueta de “Comités de Autodefensa”85, no pueden ser descritas como unidades paramilitarizadas por sus deficiencias en materia de armamento y formación militar, como tampoco pueden ser consideradas como facciones violentas de filiación de extrema derecha. Las mentalidades y las motivaciones de los integrantes, en un entorno hostil donde la neutralidad era difícil de mantener, mezclaron elementos pragmáticos ante la violencia cometida por la guerrilla (como la supervivencia física, la protección de bienes y los ciclos de venganza) con creencias procedentes de la cosmología indígena86. 84 Orin Starn, Nightwatch: the politics of protest in the Andes, Durham/Londres, Duke University Press, 1999. 85 Varias de ellas no alcanzaron o se rehusaron a ser reconocidas por el Estado que pretendió recuperarlas, asociándolas al éxito de la lucha campesina contra las guerrillas, con el propósito de dar más resonancia a la política contra-insurgente. 86 Carlos Iván Degregori, José Coronel, Ponciano del Pino & Orin Starn, Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso, Lima, Instituto de Estudios Peruanos/Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, 1996. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica Por consiguiente, resulta poco acertado, desde un punto de vista heurístico, hablar de formaciones paramilitares en referencia a las rondas campesinas y las formaciones armadas similares, al igual que en el caso de las Pac guatemaltecas en la misma época. No obstante lo anterior, varios movimientos de autodefensa fueron puntualmente integrados a los operativos de las tropas oficiales, que procuraron ejercer un control sobre estos actores considerados como auxiliares. De allí, la tentación de catalogarlos como organizaciones pro-estatales y confundirlos con agrupaciones paramilitares87, esencialmente conformadas por (ex)agentes de las fuerzas armadas, miembros de los servicios de inteligencia y células políticas, entre las cuales figura por ejemplo el “Comando Rodrigo Franco” en Perú, que se singularizó por sus ataques a personalidades y defensores de las corrientes de izquierda88. Para concluir este breve recorrido de las autodefensas y los paramilitares en América Latina, se añadirá que las décadas de 1970 y 1980 fueron tiempos de convulsiones en Nicaragua. En 1979, la toma del poder por el “Frente Sandinista de Liberación Nacional” (FSLN) ocasionó la creación de un movimiento contrarrevolucionario - comúnmente conocido como “la Contra”89 - que cambió de denominación - “Resistencia Nacional” (RN)a la hora de negociar la paz después de una década de lucha bélica. La resistencia, que se estableció contra el sandinismo, acogió a una multitud de grupos armados anti-gubernamentales que presentaban una fisonomía híbrida entre las facciones paramilitares y los grupos de autodefensa comunitarios en otros países latinoamericanos, oscureciendo las categorías de análisis. 87 88 Es así como en los primeros meses de los años 1980, la oposición armada fue embrionaria y descoordinada. Recayó, ante todo, en las unidades de la difunta “Guardia Nacional” de la dictadura de la familia Somoza90 y sectores del campesinado del norte del país fronterizo con Honduras (“Milicias Populares de Liberación Anti-Somozistas” - Milpas)91, donde las autoridades se aliaron a los antisandinistas durante la guerra. Se anotará que los soldados de la antigua “Guardia Nacional” constituyeron, stricto sensu, unidades paramilitares (por sus orígenes, adiestramiento y disciplina) en guerra contra el Estado cooptado por el FSLN, a veces con un modus operandi cercano a los “escuadrones de la muerte”, lo que infirma la tesis comúnmente aceptada, si se tiene en cuenta la situación de otros países fuera del hemisferio latinoamericano (Costa de Marfil, India, Sierra Leona, entre otros), que hace de los paramilitares unos auxiliares incondicionales de las fuerzas estatales92. Los reductos de la “Guardia Nacional” formaron el núcleo de las “Fuerzas Democráticas Nicaragüenses” (FDN) que se beneficiaron de una internacionalización de la guerra. Recibieron asesoría militar, armamento y financiación por parte de una coalición de actores heterogéneos (Estados, mercenarios y empresarios, entre otros)93, liderados por los Estados Unidos, que se involucraron, a partir de los años 1940, en una cruzada anti-comunista en el istmo centroamericano. 90 Ver el relato periodístico de Timothy C. Brown, The real contra war: highlander peasant resistance in Nicaragua, Norman, University of Oklahoma Press, 2001. 91 Lynn Horton, Peasants in arms: war and peace in the mountains of Nicaragua, 1979-1994, Athens (Ohio), Ohio University Press, 1999. 92 Para otros ejemplos, ver Andrew Scobell & Brad Hammitt, “Goons, gunmen and gendarmerie: toward a reconceptualization of paramilitary formations”, Journal of Political and Military Sociology, volumen 26, n°2, invierno de 1998, pp. 213 a 227. 93 Ariel Armony, Argentina, The United States and the anti-communist crusade in Central America, 19771984, Athens (Ohio), Ohio University Press, 1997. En su mayoría, tuvieron una existencia efímera. Ver el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, Tomo III, Lima, 2003. Disponible en: www.cverdad.org.pe. 89 24 Nombre a veces ortografiado en plural. 25 Las FDN, cuyos efectivos fueron estimados a 20.000 combatientes, intentaron lograr una simbiosis entre los representantes de la extrema derecha, los decepcionados de la causa revolucionaria sandinista y los campesinos reacios a la colectivización de las tierras. Dentro de este proceso, gran parte del campesinado del norte del país, que había tomado las armas al estilo de autodefensas como consecuencia de las incursiones y las exacciones sandinistas, fue sometido a una paramilitarización con un adoctrinamiento político por parte de la “Guardia Nacional” y militares extranjeros (argentinos, estadounidenses y guatemaltecos, principalmente) desde varias retaguardias establecidas en Honduras. Paralelamente, en el transcurso de la década de 1980, se consolidaron frentes de resistencia en el sur de Nicaragua (“Alianza Revolucionaria Democrática” - ARD) y hacia la costa noreste (“Miskitu Sumu Rama” - Misurata), donde indígenas del área se organizaron en autodefensas parcialmente paramilitarizadas para proteger sus tierras y costumbres, tratando de no dejarse absorber por los intereses de las potencias extranjeras y los demás grupos implicados en la confrontación contra el FSLN. En el país vecino - El Salvador - que conoció concomitantemente una guerra interna, con ramificaciones internacionales94, la población fue involucrada en una malla de alianzas con representantes del Estado en la lucha contra las diferentes vertientes de la guerrilla del “Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional” (FMLN), que dejó las armas a principios de la década de 1990 a raíz del desarrollo de diálogos de paz. Entre otros aspectos, se formó en 1961 la “Organización Democrática Nacionalista” (Orden), que movilizó política y militarmente a sectores del campesinado y asalariados agrícolas, antes de ser disuelta y reemplazada por la “Agencia Nacional de Seguridad de El Salvador” (Ansesal), a finales de los años 1970, cuando se inició la intensificación de la contienda armada. Mediante esta estructura estatal especializada en materia de inteligencia, una parte de la población rural fue controlada y organizada en patrullas móviles, mal armadas e instruidas en las técnicas de guerra irregular, con el apoyo de los terratenientes. Adicionalmente, se instituyeron unidades mixtas conformadas por militares y civiles. Éstas fueron más acordes a la imagen de organizaciones paramilitares flexibles (llamadas “escuadrones de la muerte” en el presente caso), destinadas a eliminar a los simpatizantes y las bases sociales de la guerrilla95, que actuaron a menudo en la sombra del Estado y quedaron excluidas de los acuerdos de paz celebrados posteriormente. En definitiva, las nociones de autodefensas y paramilitares resultan ser polisémicas y “nómadas”, por no decir porosas. Las aproximaciones del lenguaje tienden a confundirlas en algunas circunstancias, como si fuesen simples sinónimos, aunque existen divergencias sustanciales entre los “escuadrones de la muerte” adscritos a la extrema derecha y los grupos de autodefensa en medio rural, por ejemplo. Para sintetizar, se pueden destacar varias ideas útiles para la reflexión en una perspectiva latinoamericana. Se dice de grupos armados que son paramilitares cuando reúnen las siguientes características: estrategia estatal contrainsurgente que contempla la intervención de fuerzas extraoficiales; armamento, formación militar y cohesión similares a las tropas regulares; principios ideológicos de extrema derecha y/o una 95 94 Sobre el tema ver, por ejemplo, Elisabeth Jean Wood, Insurgent collective action and civil war in El Salvador, Cambridge, Cambridge University Press, 2003. Cynthia J. Arnson, “Window on the past: a declassified history of death squads in El Salvador”, en Bruce B. Campbell & Arthur D. Brenner (editores), Death squads in global perspective: murder with deniability, pp. 85 a 124. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica voluntad de lucha contra las corrientes de izquierda, asumiendo un comportamiento ofensivo. Por otro lado, los paramilitares pueden cumplir funciones defensivas, imitando las prácticas usuales de las organizaciones de autodefensa. A la inversa, las autodefensas, que suelen tener fundamentos comunitarios y territoriales, pueden entrar en dinámicas más ambiciosas y ser paramilitarizadas por el Estado, provocando un desvanecimiento de la frontera entre lo defensivo y lo ofensivo. Por lo tanto, se observa que son múltiples las posibilidades de evoluciones de las estructuras armadas y, finalmente, los vaivenes entre las dos categorías analíticas. Esta inestabilidad es a la vez el fruto de las interacciones entre los diferentes actores armados, el desarrollo de la confrontación armada (poder armado adquirido dentro de la confrontación) y el producto de factores coyunturales externos (influencia o intervención de actores internacionales, por ejemplo). B. La gestación de los grupos de autodefensa en Colombia El estudio procura ahora versar más específicamente sobre el análisis de los grupos de autodefensa contrainsurgentes en Colombia. Diferentes parámetros explican el relativo déficit de investigaciones sobre el tema. Se citarán, sin ser exhaustivos, la indolencia de la sociedad que, durante años, subestimó el crecimiento de estas facciones armadas; el acceso restringido a las zonas de enfrentamientos; la naturaleza oculta de estas estructuras armadas; y la ramificación de sus lógicas de acción. En discrepancia con una idea común97, “la Violencia” no surgió exclusivamente a raíz del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 en Bogotá98. La muerte del jefe liberal, candidato a la Presidencia de la República, sirvió de detonante a la exacerbación de los enfrentamientos perceptibles en los meses anteriores entre los miembros de los partidos conservador y liberal y conllevó a un levantamiento popular y brotes armados que no tuvieron equivalente en el país durante el siglo XX99. Aunque no se busca hacer una narración detallada de la confrontación, es interesante detenerse en sus condiciones iniciales, con una mención explícita a las guerrillas. Se recordará que no existe consenso sobre los orígenes de la contienda; sin embargo, un sinnúmero de analistas ven en la finalización de “la Violencia” (1946-1958)96 un preludio a la actividad insurgente. “La Violencia” se propagó con matices en diferentes ciudades y zonas rurales, perturbando el orden público, la configuración política y las relaciones sociales en el eje andino del país y las regiones contiguas, incluyendo municipios a lo largo de la frontera noreste con Venezuela. 96 Periodización aproximativa, que incluye los meses precediendo la muerte de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, que corresponden a la fase temprana de “la Violencia”. Por su parte, el año 1958 marcó la oficialización de un pacto entre las elites políticas liberales y conservadoras - el “Frente Nacional”. 26 97 Ver en este sentido el documento publicado por International Crisis Group, “La esquiva búsqueda de la paz en Colombia”, Informe sobre Latinoamérica, No. 1, 26 de marzo de 2002, p.3. 98 Sobre la muerte de Jorge Eliécer Gaitán restituida a la luz del contexto internacional, ver Gonzalo Sánchez (editor), Grandes potencias, El 9 de abril y la violencia, Bogotá, Editorial Planeta, 2001. 99 A excepción de la “Guerra de los Mil Días” entre los años 1899 y 1902. 27 La participación de la población fue, en muchos casos, el resultado de la preeminencia de un bipartidismo, no monolítico, que agudizó las lógicas de tipo amigo-enemigo. A las motivaciones políticas, se agregaron consideraciones más difusas y prosaicas: la contienda fue el escenario de represalias, prácticas de depredación, pillajes y al mismo tiempo la expresión de diversas formas de bandolerismo100. Por otro lado, los vacíos de autoridad y la inseguridad provocaron sentimientos de impunidad y necesidades de protección que permiten comprender el uso masivo de las armas101. Conviene precisar que las disputas agravaron la descomposición de la comunidad nacional, sin generar un colapso del Estado102 o una situación caótica en la totalidad del territorio103; tampoco se produjo una revolución que es un tema frecuentemente debatido y/o glorificado en diferentes países de América Latina desde la época104. 100 Ver Gonzalo Sánchez & Donny Meertens, Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de la Violencia en Colombia, Bogotá, El Ancora Editores, 1983, quienes parten de una lectura crítica de los postulados clásicos de Eric Hobsbawm sobre el tema. En un artículo posterior, Claudia Steiner, “Un bandolero para el recuerdo: Efraín González también conocido como el siete colores”, Antípoda, No. 2, enero-junio de 2006, pp. 230 a 253, propone una interpretación renovada del bandolerismo de los años 1950 y 1960 en Colombia con reflexiones sugestivas sobre la confrontación de hoy. 101 Son escasos los trabajos que dan una visión sintética de las dinámicas y las motivaciones de la confrontación. Para un balance historiográfico, ver Gonzalo Sánchez & Meter Bakewell, “La Violencia en Colombia: new research, new questions”, The Hispanic American Historical Review, vol. 65, No. 4, noviembre de 1985, pp. 789 a 807, e Ingrid Johanna Bolívar Ramírez, Violencia política y formación del Estado: ensayo historiográfico sobre la dinámica regional de la Violencia de los cincuenta en Colombia, Bogotá, CINEP-CESOUNIANDES, 2003. 102 Paul Oquist, Violencia, Conflicto y Política en Colombia, Bogotá, Instituto de Estudios ColombianosBiblioteca Banco Popular, 1978, enuncia la tesis de un “derrumbe parcial del Estado”, p. 184. 103 Daniel Pécaut, Orden y violencia: evolución socio-política de Colombia entre 1930-1954, Bogotá, CERECSiglo XXI, 1987, identifica numerosas interferencias entre el orden y desorden que caracterizaron la época. 104 Ver por ejemplo Merilee Serrill Grindle & Pilar Domingo (editores), Proclaiming revolution: Bolivia in comparative perspective, Harvard University Press, 2003. En efecto, la maquinaria bipartidista y las redes clientelistas no se desmantelaron. Por el contrario, las élites supieron acomodarse a las circunstancias y regenerarse. Fueron incluso decisivas en el cese de las hostilidades y en las décadas posteriores para impedir el estallido de un conflicto de semejante magnitud. El declive de las violencias fue palpable en la segunda mitad de los años 1950, que coincidieron con tres tendencias: el retiro del poder del General Rojas Pinilla, quien gestó un golpe de Estado en 1953 con la aceptación de una fracción de la clase política; la instalación de un gobierno provisional bajo la supervisión de una junta militar; y los acercamientos entre los directorios de los partidos conservador y liberal. En 1957 y 1958, los representantes de los partidos trabajaron en la elaboración de un pacto singular, que ratificó la voluntad de alejar del poder a las Fuerzas Militares. El mismo selló también un deseo de reconciliación y coexistencia pacífica; concretamente, se aprobó la institución del “Frente Nacional” (FN), que preveía una alternancia entre los dos partidos en la presidencia con la celebración de elecciones y una repartición equilibrada de los cargos políticos. A la inestabilidad de “la Violencia” sucedió un régimen “consociacional”105 de transacciones y acuerdos mutuos, que tuvo una duración legal de dieciséis años (19581974), con ramificaciones directas hasta el año 1986106. Se procuró cerrar así un episodio de enfrentamientos que dejaron numerosas secuelas y víctimas (alrededor de 200.000 muertos) y no tuvieron ningún equivalente en el resto de América Latina en ese entonces. 105 Jonathan Hartlyn, La política del régimen de coalición: la experiencia del Frente Nacional en Colombia, Bogotá, Ediciones Uniandes-Tercer Mundo Editores, 1993. 106 Daniel Pécaut, Guerra contra la sociedad, Bogotá, Editorial Planeta, 2001, pp. 28-29. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica Si bien es cierto que el FN logró evitar una reactivación de la contienda entre los conservadores y los liberales y la instauración de una dictadura militar, éste ha tenido hasta la actualidad repercusiones ambivalentes sobre el país. En este sentido, el FN materializó el anhelo de olvidar eventos violentos, eludir responsabilidades y fue acompañado de amnistías para deshacerse de “un pasado que no pasa”107. Desde entonces, “la Violencia” no ha dado lugar a una política oficial de la memoria y los círculos de poder han preferido no cuestionar ni avivar una historia convulsionada. En estas condiciones, los traumas y las peticiones de la población han tenido dificultades para exteriorizarse y encontrar interlocutores (memoria inhibida). Adicionalmente, el FN fragmentó a los dos partidos tradicionales, cuyos representantes compitieron internamente por los puestos políticos. Para concluir, el mismo ha sido interpretado como un mecanismo de precariedad y deslegitimación del Estado y de la democracia en los años 1960 y 1970, cuando emergieron varios grupos armados. Efectivamente, después de “la Violencia”, aparecieron efímeras bandas armadas, a menudo conectadas con el bandolerismo y/o cuadrillas bipartidistas. Sobre todo, se conformaron tres guerrillas - el “Ejército de Liberación Nacional” (ELN), el “Ejército Popular de Liberación” (EPL) y las “Fuerzas Armadas Revolucionarios de Colombia” (Farc) - que se transformaron en los años subsiguientes en los principales protagonistas de la actual confrontación armada. El ELN nació en 1962, adoptando el modelo político-militar del “foco”, heredado de la revolución cubana. Las primeras columnas del EPL se manifestaron entre 1964 y 1965, siguiendo una línea maoísta, mientras que 107 Para retomar la expresión de Éric Conan & Henry Rousso, Vichy, un passé qui ne passe pas, París, Gallimard, 1994. 28 las Farc y elementos del ELN actuaron, en un principio, en concordancia con el Partido Comunista Colombiano (PCC). La creación de las Farc en 1964 se inscribió en la continuidad de las autodefensas campesinas liberales que proliferaron durante “la Violencia” para responder a las exacciones de los conservadores. Se crearon enclaves que fueron proclamados “repúblicas independientes”108 en un momento caracterizado a la vez por la exclusión socio-política y un optimismo en el porvenir de la lucha armada contra el régimen establecido. La orientación revolucionaria de las Farc era, en la época, menos contundente en relación con el EPL y el ELN. En sus aspiraciones, las Farc apuntaban a la reforma del sistema político y la redistribución de la tierra. En los hechos, los combatientes se dedicaron prioritariamente a controlar y asentar a las poblaciones flotantes en algunas zonas de colonización (“colonización armada”). Excluyendo la dimensión ideológica, los tres movimientos insurgentes se singularizaron por tímidas conexiones internacionales en la década de 1970 y quedaron replegados en áreas rurales periféricas en una sociedad cada vez más urbanizada. Paralelamente, se mostraron débiles para lanzar ofensivas y responder a los ataques puntuales de las fuerzas oficiales109. La vulnerabilidad de las facciones y la falta de adhesión del campesinado obligaron a los cabecillas a contemplar un cambio de estrategias, en emulación con una nueva organización armada, el “Movimiento 19 de Abril” (M.19), fundada en 1974110. 108 José Jairo González Arias, Espacios de exclusión: el estigma de las repúblicas independientes, 1955-1965, Bogotá, Cinep, 1992. 109 Las Farc y el ELN fueron en particular golpeados en 1967 y 1973. 110 Sobre la historia del M.19, “guerrilla” colombiana que privilegió las acciones en las áreas urbanas, ver Darío Villamizar, Aquel 19 será, Bogotá, Editorial Planeta, 1995. 29 Desde un punto de vista institucional, el activismo de los guerrilleros se insertó en un contexto de disolución progresiva del Frente Nacional, en contraste con la hipótesis según la cual las insurgencias tienden a manifestarse bajo los regímenes cerrados y autoritarios111. Por supuesto, la naturaleza excluyente del sistema bipartidista, culpado de ser un simulacro de democracia, incitó protestas de distinta índole (campesinas, estudiantiles y sindicales, entre otras), en respuesta a las cuales fueron decretadas medidas de excepción por el presidente Julio César Turbay Ayala (1978-1982), que dieron pie a violaciones a los derechos y a las libertades fundamentales, estimulando la radicalización de las guerrillas. Sin embargo, en esos años, Colombia no se hundió en un ambiente de violencia generalizada, como tampoco ofreció el panorama de los países donde predominaba la intervención de los militares en los asuntos internos. Mientras tanto, los frentes de guerrilla empezaron a consolidarse, no sólo en medio de una represión mal coordinada entre el poder ejecutivo y las fuerzas castrenses, sino también durante las discusiones de paz que marcaron el mandato del presidente Belisario Betancur Cuartas (1982-1986). En 1982 y 1983, las Farc y el ELN avalaron estrategias que han tenido profundas consecuencias sobre la fisonomía de lucha armada. En este sentido, se decidió dispersar los combatientes y diversificar las fuentes de financiación (tráfico de droga, explotación de minas de oro, extorsiones, entre otros aspectos). Del mismo modo, se planeó un escalamiento de los ataques contra el Estado y una politización de la población en la perspectiva de una toma del poder. En 111 Gilles Bataillon, Genèse des guerres internes en Amérique centrale, 1960-1983, op. cit. Para mayores desarrollos sobre las teorías de la acción colectiva violenta, ver Jeff Goodwin, No other way out. States and revolutionary movements, 1945-1991, Cambridge, Cambridge University Press, 2001, pp. 3-64. resumen, como nunca antes, la insurgencia supo aprovechar las oportunidades de acción y movilizar recursos según una matriz que pretendía ser revolucionaria. La postura de las guerrillas y el auge consecutivo de las estructuras armadas, hoy catalogadas como autodefensas o paramilitares, han densificado el horizonte de la contienda. Innumerables estudios han subrayado que las autodefensas son ilustrativas de las alianzas, vigentes desde hace varias décadas, entre el Estado, las élites y distintos grupos armados extra-oficiales. Lo anterior explica las correspondencias establecidas con las “contrachusmas” y los “pájaros” 112, por ejemplo113, es decir las cuadrillas afiliadas a los conservadores, que fueron temidas en “la Violencia” por actuar con brutalidad y rapidez. Sin ahondar en estos debates, se puede afirmar que las bandas y los micro-ejércitos privados, asociados principalmente a los terratenientes, ganaderos y esmeralderos en los años 1970, encarnaron figuras intermedias entre “la Violencia” y la contienda armada de finales de siglo, es decir entre lo que definimos con anterioridad como autodefensas y paramilitares. Por otro lado, a principios de la década siguiente, se adoptó una legislación que sentó las bases para el reclutamiento de civiles, con el propósito de brindar apoyo a las fuerzas regulares en la lucha contrainsurgente en 112 Se ha evocado, en un juego de lenguaje peyorativo, una improbable similitud entre los “pájaros” y los así llamados “paracos”. 113 Ver las reflexiones de Claudia Steiner, “Un bandolero para el recuerdo: Efraín González también conocido como el siete colores”, art, cit., Marco Palacios, Entre la legitimidad y la violencia: Colombia 1875-1994, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1995, p. 226 y Mary Roldán, Blood and fire: la Violencia in Antioquia, Colombia, 1946-1953, Duke University Press, 2002, pp. 345-366. En una tonalidad menos histórica, ver Guido Piccoli, El sistema del pájaro: Colombia, laboratorio de barbarie, Bogotá, Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos, 2005. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica nombre de la seguridad nacional, al amparo de algunas disposiciones de la Ley 48 de 1968, que fueron abrogadas en 1989, con el objetivo de impedir una “paramilitarización”, entendida en un sentido operativo estricto, de la población civil. De hecho, el enlistamiento de los civiles en las filas de los grupos enfrentados a las guerrillas fue, entre los años 1980 y 1990, más esporádico que en las experiencias comunitarias en Guatemala y el Perú. Además, las organizaciones no se insertaron en un contexto de rivalidad “este-oeste” favorable a las intervenciones de potencias extranjeras, pese a múltiples contactos y redes de financiamiento fuera de Colombia. Tampoco fueron supeditadas al Estado incapaz de ejercer un control estricto sobre un desarrollo que se tornó rápidamente tentacular. C. La expansión de las organizaciones de autodefensa en Colombia Teniendo en cuenta su heterogeneidad, sería erróneo analizar a las organizaciones anti-guerrilleras en Colombia como si fuesen una simple réplica de los movimientos que lucharon contra las tendencias izquierdistas en Argentina, Perú y Centroamérica114. En el presente caso, los movimientos opuestos a la insurgencia se han propagado, desde hace aproximadamente treinta años, en una sociedad en vía de modernización que ha experimentado mutaciones políticas, socio-económicas y culturales a una escala sin precedentes. Paralelamente, estos grupos han crecido al ritmo de una política de seguridad nacional errática115 contra el “enemigo comunista”, en sinergia con traficantes de droga y mediante el respaldo oculto de miembros del Estado y amplios sectores de la población civil. La estructuración y el despliegue de estas estructuras fueron perceptibles en 1981-1982 con la formación de destacamentos armados flexibles, autodenominados “Muerte a Secuestradores” (Mas), a raíz del cautiverio de un familiar de influyentes narcotraficantes del Cartel de Medellín, los hermanos Ochoa Vásquez116, a manos del M.19. En el transcurso de los años 1980, el Mas adelantó acciones violentas en localidades de Antioquia, Boyacá, Cundinamarca y la zona inter-regional del Magdalena Medio. Las violencias perpetradas se extendieron, más allá de los círculos de la guerrilla, lo que hizo decir cínicamente que la organización había convertido en “muerte a todos”: autoridades oficiales; sindicalistas; simpatizantes de la izquierda; defensores de derechos humanos; y sobre todo miembros de la Unión Patriótica (UP), órgano político impulsado por el PCC y las Farc, que fue el blanco de una campaña de asesinatos sistemáticos117. El Mas, cuyas acciones fueron comparadas con los “escuadrones de la muerte” en el Cono Sur de América Latina, como la “Triple A”, se infiltró en la sociedad en una atmósfera de desconfianza y delaciones y contó con 114 Para una visión sinóptica de los paramilitares en la región, ver Armony Ariel, Argentina, The United States and anti-communist crusade in Central America, op. cit. 116 Rafael Pardo, La historia de las guerras, Bogotá, Ediciones B Colombia, 2004, p. 611. 115 Tesis central del libro de Francisco Leal Buitrago, La seguridad nacional a la deriva: del Frente Nacional a la posguerra fría, op. cit. 117 Tema de la investigación de Steven Dudley, Armas y urnas. Historia de un genocidio político, Bogotá, Editorial Planeta, 2008. 30 31 la colaboración de algunos miembros de destacamentos militares, como la Brigada XIV con jurisdicción en el Magdalena Medio (Puerto Berrío), región que resultó ser en ese entonces uno de los epicentros de la confrontación armada. Sin embargo, otras organizaciones proliferaron, con una fuerte territorialización, a la sombra de los panfletos y las actuaciones del Mas. La trayectoria de los grupos de Ramón Isaza Arango, un campesino del sureste de Antioquia118, es interesante al respecto. Creados al final de la década de 1970, en respuesta a las amenazas ejercidas por las Farc contra las actividades agrícolas y ganaderas, las cuadrillas de Ramón Isaza involucraron a distintos miembros de su familia. Desde un punto de vista espacial, crecieron principalmente en un triángulo conformado por el noreste de Caldas, el noroeste de Cundinamarca y el sureste de Antioquia. Junto con terratenientes de diferentes áreas del Magdalena Medio, quienes se aliaron en la época, las mismas pasaron a una lógica ofensiva en los años 1980 y 1990, incluso contra la población civil acusada de cooperar con la guerrilla. También fueron objeto de un proceso de paramilitarización (armamento, disciplina, técnicas de combate, entre otros), a veces con el respaldo de la Fuerza Pública. Los alzados en armas al mando de Ramón Isaza tuvieron protagonismo en el área central del río Magdalena y entraron en interacción con elementos del Ejército, bandas sicariales de tamaño variable y los núcleos anti-guerrillas de Fidel, Carlos y José Vicente Castaño Gil, oriundos del mismo departamento, quienes encabezaron luego la confrontación en el noroeste del país. Simultáneamente, Ramón Isaza hizo presencia en las fértiles tierras de Puerto Triunfo (sureste antioqueño), donde confluyeron los hombres armados de notorios traficantes de droga, como Pablo Escobar Gaviria, desatando una pugna por el poder local119. El ascenso de Ramón Isaza se enlazó en los años 1980 con la historia personal de José Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el “Mexicano”, quien participó en la aparición del Mas y diseminó sus fuerzas en la zona120. Todos los grupos fueron creciendo según una triple lógica de seguridad - vigilancia, protección y (contra-) ofensiva - la cuál contribuyó a disipar la noción de autodefensas, que no tuvo globalmente los rasgos comunitarios ni la longevidad de los modelos prevaleciendo en América Latina durante el período. Exuberante y animado por ambiciones inter-regionales, el “Mexicano” pasó en pocos años de una racionalidad defensiva, ligada a la explotación de minas de esmeraldas, a proyectos de conquista territorial, sinónimos de poder político y económico. Inicialmente, las bandas del “Mexicano” se expandieron de Cundinamarca y Boyacá hacia municipios de los Llanos orientales con la complicidad, o la rivalidad según las circunstancias, de las tropas regulares, los esmeralderos y los narcotraficantes121. En la segunda mitad de los años 1980, éstas se desplazaron en dirección del Magdalena Medio, siguiendo un eje conformado por La Dorada (Caldas) y Puerto Triunfo (Antioquia), donde se encontraban los grupos de Ramón Isaza y las redes del Cartel de Medellín, al igual que focos de resistencia creados por 119 “La estela roja de Ramón Isaza”, Revista Semana, No. 1304, 28 de abril de 2007. Edición electrónica sin numeración: www.semana.com. 120 “Balas, droga y miedo”, Revista Semana, n°1240, 02 de mayo de 2006. Edición electrónica sin numeración: www.semana.com. 118 Analistas presentan a Ramón Isaza, de una edad cercana a los setenta años, como el jefe anti-insurgente más antiguo en actividad. 121 Juan Carlos Garzón, “La complejidad paramilitar: una aproximación estratégica” en Alfredo Rangel (editor), El poder paramilitar, Bogotá, Editorial Planeta, 2005, pp. 47 a 135. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica los terratenientes y los ganaderos ante los atropellos de las guerrillas. De hecho, las agrupaciones de terratenientes y ganaderos empezaron a hacerse más vivaces en Puerto Berrío (Antioquia) y Puerto Boyacá (Boyacá), es decir más hacia el norte de Puerto Triunfo. Desde 1982, los mismos no habían sido inactivos frente a los avances de las guerrillas, pero la contención de la insurgencia se recrudeció en la época. Así, trastocando el espíritu de la Ley 48, que permitía a los ciudadanos organizarse para defender sus bienes en cola­boración con las Fuerzas Armadas, había sido fundada la Asociación Campesina de Ganaderos y Agricultores del Magdalena Medio (Acdegam). A la postre, el caso de la Acdegam revela cómo muchos grupos anti-insurgentes pudieron transitar de dinámicas defensivas a un paramilitarismo ofensivo sub- o interregional. La asociación dio un salto numérico y cualitativo en la lucha contra las guerrillas, al beneficiarse de la ayuda de organizaciones adiestradas al manejo de las armas, como las cuadrillas de Ramón Isaza. Entre los años 1987 y 1989, contó con la asesoría de mercenarios, como el ex-oficial israelí Yair Klein122. También sacó partida de la connivencia con algunas unidades militares radicadas en el área del Magdalena Medio (Puerto Boyacá) para atacar a las guerrillas que fueron derrotadas en repetidas ocasiones. La Acdegam alcanzó a consolidarse en una coyuntura marcada por varios factores: una progresión territorial, disímil según los frentes, de la insurgencia, cuyos efectivos sumaban 8.000 en 1990 solamente para las Farc; una agudización de la violencia y la inseguridad en distintos departamentos; los diálogos de paz, cíclicos a lo largo de las décadas de 1980 y 1990, que causaron un 122 Jairo Tarazona, El profeta de la muerte, Bogotá, Editorial Planeta, 2008. 32 doble temor, a saber la intromisión de las guerrillas en la arena política y una redistribución de las tierras123; y una incesante pugna por el control del comercio de droga. A finales de la década de 1980, se observó en el país una militarización acelerada de las organizaciones anti-subversivas, que buscaron reproducir el modelo anti-insurgente de Puerto Boyacá124. Desde un punto de vista geopolítico, la lucha contra los guerrilleros se expandió hacia territorios de Córdoba, Urabá, Sucre, el Bajo Cauca antioqueño, el Meta y el noreste limítrofe con Venezuela, entre otros. Las modalidades de la contienda armada evolucionaron en forma sustancial mediante un incremento de los combates y una sucesión de masacres, con una instrumentalización del terror125, destinadas a aislar y debilitar a los insurgentes. En el umbral de los años 1990, Colombia descubrió la magnitud de la cooperación entre algunos militares y una serie de organizaciones anti-insurgentes aún mal identificados. En alusión a la experiencia de Puerto Boyacá, y por comodidad, la mayoría de éstos fueron designados por el conjunto de la sociedad bajo la etiqueta de paramilitares126, reemplazando calificativos como escuadrones de la muerte y grupos de justicia privada. En el cruce de los mandatos de Virgilio Barco Vargas (1986-1990) y César Trujillo Gaviria (1990-1994), Colombia vivió acontecimientos 123 Tesis acuñada por Mauricio Romero, Paramilitares y autodefensas, 1982-2003, Bogotá, IEPRI-Editorial Planeta, 2003. 124 Carlos Medina Gallego, Autodefensas, paramilitares y narcotráfico en Colombia: origen, desarrollo y consolidación. El caso de Puerto Boyacá, Bogotá, Editorial Documentos Periodísticos, 1990. 125 Éric Lair, “Reflexiones acerca del terror en los escenarios de guerra interna”, Revista de Estudios Sociales, no.15, junio de 2003, pp. 88 a 108. 126 La palabra fue acogida, por mimetismo, de otras situaciones de violencia. En la época, los medios de comunicación hicieron una referencia explícita a grupos los paramilitares en Argentina y Nicaragua. 33 que modificaron la configuración de la contienda. En un plano político, el país dio un paso hacia el anclaje de un Estado Social de Derecho, la garantía de las libertades y el pluralismo, con una erosión relativa del bipartidismo, tras la adopción de una nueva Constitución en 1991. La promulgación de la Carta Magna fue concomitante a la culminación de años de acercamientos con la guerrilla. Diferentes movimientos, entre los cuáles se distinguieron frentes del EPL y el M.19, entregaron las armas en un proceso de paz, que no significó el fin de las hostilidades127. Para intentar limitar las alianzas entre los miembros del Estado y los grupos antiinsurgentes, el presidente Virgilio Barco Vargas hizo aprobar resoluciones que sancionaban la entrega de armamento y el entrenamiento militar de civiles. Adicionalmente, la “guerra integral”, decretada por el gobierno de César Gaviria Trujillo contra las mafias y los insurgentes que no se habían desmovilizado, concurrió con una oleada de violencia en el país. De manera puntual, el asalto a Casa Verde (Meta), sede del Secretariado de las Farc, se tradujo no sólo en una derrota táctica sino estratégica a corto plazo para las autoridades. En efecto, los frentes de la guerrilla se descentralizaron en los meses posteriores con veleidades de represalias que fueron efectivas entre los años 1995 y 1998 con una sucesión de asaltos contra el Estado y las poblaciones. Estos hechos son importantes a la hora de entender la propagación de la lucha armada y la consolidación consecutiva de las organizaciones anti-insurgentes en un contexto de apertura de la democracia “asediada”128 por la violencia. En cuanto a la correlación de fuerzas, después de la confrontación en el Magdalena Medio, los anti-insurgentes se esparcieron en las regiones, incluso en dirección de las ciudades, ocupando los vacíos dejados por las guerrillas desmovilizadas. Asimismo, el número de combatientes estimados aumentó en más de 12.000 a principios de los años 2000, o sea se triplicaron sus integrantes en menos de diez años. La ayuda recíproca entre los bloques enfrentados con las guerrillas les permitió invadir y ocupar territorios dominados por el ELN y las Farc, que alcanzaron alrededor de 17.000 integrantes en el año 2000, y/o perturbar la movilidad de la insurgencia. Sobresalieron en ese entonces las “Autodefensas del Magdalena Medio”, con figuras como Ramón Isaza, al igual que las “Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá” (Accu), al mando de la familia Castaño Gil. El auge de las Accu entre los años 19921997129 tuvo como trasfondo una expansión y atomización de la lucha anti-insurgente extra-oficial en el país. Es así como se manifestaron divisiones, no sólo entre las facciones, sino también con poderosas mafias de la droga. Basta recordar los episodios de la contienda que enfrentó a Pablo Escobar, dado de baja en 1993130, con Ramón Isaza y los hermanos Castaño, promotores de la banda de los “Perseguidos Por Pablo Escobar” (Pepes). Igualmente, se recordará que el “Mexicano” terminó enemistándose con los esmeralderos, los narcotraficantes y los guerrilleros, antes de ser dado de baja por las fuerzas estatales en 1989. 127 Ver la segunda y tercera partes del documento. 129 Las AUC se instituyeron oficialmente en 1994, aunque muchos de sus integrantes fueron activos en los años anteriores. 128 Eduardo Pizarro Leongómez, Una democracia asediada, op. cit. 130 Sobre la historia de Pablo Escobar, ver Alonso Salazar, La parábola de Pablo, Editorial Planeta, 2001. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica Frente al riesgo de una disgregación de las autodefensas cada vez más ofensivas en sus objetivos, Carlos Castaño asumió el liderazgo de las Accu, tras la muerte de su hermano Fidel. Planificó la creación de las “Autodefensas Unidas de Colombia” (AUC) en 1997, a las cuáles se articularon la mayoría de las organizaciones. Las AUC ilustraron la voluntad de forjar un proyecto federativo y una identidad, bajo los auspicios de las Accu, alrededor de un discurso maniqueísta contra la guerrilla y principios elementales como el orden y la defensa de la patria. En su proceso de asentamiento, estas estructuras se beneficiaron del desmembramiento de los dos grandes carteles de la época, subsiguiente a la entrega o la muerte de jefes emblemáticos como Pablo Escobar, para controlar los circuitos de producción y comercialización de la droga131, uno de los componentes más rentables de la economía de la violencia. En complemento, la expansión de las AUC encontraron elementos favorables en la crisis de las instituciones, desacreditadas bajo el mandato de Ernesto Samper Pizano (1994-1998), como consecuencia de dos tendencias: la imputación al entonces presidente de recibir dineros del narcotráfico132 para financiar su campaña electoral; y la recrudescencia de los ataques de las Farc que colocaron a las tropas regulares en una posición de inferioridad133. A su vez, las AUC no se conformaron con contener y responder a la guerrilla, sino que acentuaron los esfuerzos para anticipar 131 Juan Carlos Garzón, “La complejidad paramilitar: una aproximación estratégica”, op. cit., pp. 64-65. y disuadir las acciones de los insurgentes y regular numerosos municipios - en Cundinamarca, el sur de Bolívar, Urabá, Córdoba, los Llanos orientales, el Eje cafetero y la costa Pacífica -, antes de experimentar una crisis de crecimiento y entrar en negociaciones con la administración de Álvaro Uribe Vélez. La incursión de las organizaciones armadas en las localidades se sustentó, con divergencias según las zonas, en masacres134, homicidios individuales y prácticas de desaparición forzada. Las facciones no actuaron siempre en ausencia del Estado, que ha tenido tradicionalmente una soberanía “porosa” sobre el territorio nacional, sino más bien en espacios intersticiales entre los funcionarios, la clase política, los caciques locales y el campesinado. De esta forma, durante años, se instituyeron un “clientelismo” y “proselitismo” en tiempos de confrontación, donde las fronteras entre la oferta y demanda de seguridad y protección no fueron necesariamente claras. Las lealtades se dieron por simpatía, conformismo, oportunismo, miedo y/u obligación en muchos casos. Para concluir, se resaltará que, por útil que sea, la noción de paramilitares presenta inconvenientes a la luz del contexto colombiano, en la medida en que no reflejan plenamente la disparidad de las agrupaciones que se pretende identificar, puesto que las estructuras anti-insurgentes han sido hasta la actualidad permeadas y promovidas por narcotraficantes, esmeralderos y bandas criminales de diferente índole135. Por otro 132 Sobre la problemática y las dimensiones políticas del tráfico de droga, ver Juan Gabriel Tokatlian, Globalización, narcotráfico y violencia. Siete ensayos sobre Colombia, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2000. 134 Con una intensidad particular en los territorios en disputa en Urabá (noreste del país). Tema del estudio de Andrés Fernando Suárez, Identidades políticas y exterminio recíproco. Masacres y guerra en Urabá, 1991-2001, Bogotá, La Carreta Editores E.U-IEPRI, 2007. 133 Camilo Echandía Castilla, Dos décadas de escalamiento del conflicto armado en Colombia, 19862006, op. cit. 135 Human Rights Watch, The ties that bind: Colombia and military-paramilitary links, Nueva York, Human Rights Watch, 2000. 34 35 lado, la aceptación masiva del término ha relegado a un segundo plano la idea de autodefensas que ha perdido algo de su valor nominal y heurístico, a excepción de las esferas oficiales136. Recurrir a la noción de paramilitares lleva a pensar que los grupos armados fueron homogéneos y, en gran medida, el producto de una subordinación a las fuerzas del Estado en las décadas de 1980 y 1990. Ahora bien, la mayoría de ellos emergieron con un alto grado de independencia y en circunstancias diferentes según las zonas. Además, los contactos con los representantes del orden no fueron sistemáticos ni exentos de tensiones y rupturas. Sobre todo, su modus operandi obedeció a múltiples experiencias e intereses, que fueron constitutivos de lo que se podría llamar una “milicianización” parcial de la sociedad. En efecto, más allá de vínculos con las tropas regulares, las autodefensas establecieron lazos con diversos estratos de la sociedad. Sin los apoyos conseguidos entre la población mediante el uso de la coerción y el terror, y a veces a partir de la formación de una base social más o menos estable, éstas no habrían podido experimentar un crecimiento tan sustancial. Los grupos ilegales actuaron a la imagen de milicias armadas no estatales, desafiando las autoridades centrales y lograron provocar o acentuar 136 Aquí, se privilegiará el término para retomar la nomenclatura oficial, precisando que no es tampoco el más apropiado desde un punto de vista científico. tendencias propicias a la fragmentación y/o la recomposición de los espacios de vida. Entre otros aspectos, las autodefensas crearon lógicas binarias de tipo “amigo-enemigo” e instauraron comunidades de seguridad en las localidades donde alcanzaron a arraigarse. Como mediadores violentos, resolvieron litigios inter-personales y contribuyeron a una concentración de las parcelas en el ámbito rural, en detrimento del pluralismo en el acceso y la tenencia de la tierra. También se involucraron en la administración de los municipios. Paralelamente, se tejieron relaciones puntuales con miembros de la clase política, que apenas se están revelando hoy, aunque no pueden ser considerados como los brazos armados incondicionales de los partidos. Es decir que estas estructuras se abrieron caminos en los asuntos públicos en un panorama institucional caracterizado por difíciles esfuerzos de democratización. Sin embargo, también se podría decir que las autodefensas en Colombia se fueron paramilitarizando entre los años 1970 y 2000, principalmente por dos factores estructurales, el primero una presencia incipiente del Estado en la mayoría del territorio nacional y el segundo la pérdida del monopolio de las armas por parte del Estado, que se tradujo en su incapacidad durante estos años para brindar seguridad a los ciudadanos. Contrariamente a muchas expectativas, los movimientos de autodefensa en Colombia negociaron las condiciones de un retorno a la vía no armada entre los años 2003 y 2006, después de una rápida fase de expansión, sin haber sido derrotados militarmente. 2 El caleidoscopio de la democracia, la seguridad y la paz Contrariamente a muchas expectativas, los movimientos de autodefensa en Colombia negociaron las condiciones de un retorno a la vía no armada entre los años 2003 y 2006, después de una rápida fase de expansión, sin haber sido derrotados militarmente. Las discusiones llevadas a cabo con las autodefensas invitan a reflexionar sobre el significado de la paz en relación con la seguridad democrática que ha sido un principio director de la gestión del Presidente Álvaro Uribe Vélez. En términos generales, los analistas han prestado una creciente atención no sólo a la seguridad, sino también a las cuestiones de paz en un ambiente de democratización, bien sea en África, América Latina, Asia o Europa Central y Oriental. A- Los desafíos de la democracia en tiempos de negociaciones de paz En efecto, al finalizar el antagonismo “este-oeste”, los gobiernos y los grupos al margen de la ley suscribieron acuerdos de paz en distintos países, encaminados hacia la democracia (Centroamérica, Mozambique, Camboya, entre otros). Las características y los ritmos de la democracia han sido disímiles según las regiones. A partir de los años 1980, América Latina fue pionera en la ola de democratización, que marcó la evolución de diversas zonas en el mundo137. En 137 Samuel Huntington, La tercera ola. La democratización a finales del siglo XX, Barcelona, Ediciones Paidós, 2007 y Renske Doorenspleet, Democratic transitions, 1989–2001: exploring the structural sources, Boulder/Londres, Lynne Rienner Publishers, 2004. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica esa época de optimismo sobre el futuro del sistema internacional, se habló de un triunfo del liberalismo político y económico, que anunciaba el presunto “fin de la historia”138. En la mayor parte del subcontinente latinoamericano, si se hace caso omiso de Colombia por ejemplo139, los regímenes no democráticos140 empezaron a disolverse, después de décadas de represión. En América Central, a diferencia del Cono Sur latinoamericano y Perú, la marcha hacia la democracia se entrelazó con negociaciones de paz, haciendo compleja la interpretación de ambos procesos. Desde entonces, la democratización, y en sustancia la democracia, han dado lugar a debates apasionados y apreciaciones de índole prescriptiva, que señalan cómo deberían comportarse los sistemas políticos, siguiendo los modelos predominantes en Europa y Norteamérica. Aunque la democracia se ha vuelto un tema ineludible, queda difícil de discernir y evaluar consensualmente141. Una definición minimalista o “procedimental” de 138 Aquí, la expresión es sinónimo de rumbo (sentido) de la historia. Ver al respecto la tesis de Francis Fukuyama, The end of history and the last man, Nueva York, Harper Perennial Publishers, 1993, quien acierta que la humanidad se dirige irremediablemente hacia la democracia liberal. Para una lectura crítica, ver Susan Marks, “The end of history: reflections on some international legal theses”, European Journal of International Law, volumen 8, n°3, 1997, pp. 449 a 477. 139 A continuación, el documento se dedicará a la situación colombiana en los últimos años. 140 Sobre los regímenes no democráticos que no son homogéneos, ver Paul Brooker, Non-democratic regimes: theory, government and politics, Nueva York, Saint Martin’s Press, 2000. 141 Entre los trabajos más destacados acerca de la democracia, se pueden consultar: Juan J. Linz, La quiebra de las democracias, Madrid, Alianza Editorial, 1987; Larry Diamond, Juan J. Linz & Seymour Martín (editores), Democracy in developping countries: Latin America, Boulder/Londres, Lynne Rienner Publishers, 1995; Guillermo O’Donnell, Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización, Buenos Aires, Ediciones Paidós, 1997; y Robert Dahl, On democracy, Nueva Haven, Yale University, 1999. 40 la misma142 supone el reconocimiento de partidos políticos según una línea pluralista, la celebración de elecciones igualitarias, imparciales y no coercitivas, al igual que principios de sufragio “inclusivo” (idealmente de tipo universal). La literatura subraya que la perennidad de las democracias modernas pasa por un fuerte grado de institucionalización, más allá de las dimensiones electorales - es decir, disposiciones legales, estructuras y prácticas (“cultura política”143), que permitan fomentar espacios de mediación y representación, entre otros elementos. Por ende, el ejercicio democrático induce una voluntad de coexistencia y una densa trama de decisiones, derechos y obligaciones vinculantes entre los ciudadanos y el Estado144. En los hechos, los esfuerzos consentidos a favor de la democracia no han sido homogéneos ni irreversibles. Los obstáculos a las libertades de asociación, expresión e información se han acumulado. Adicionalmente, la violencia no ha desaparecido del paisaje político y social en numerosas regiones. En efecto, las autocracias más antiguas del mundo han sobrevivido a distintas crisis y presiones, mostrando tímidos signos de apertura política (Corea del Norte, Myanmar y monarquías del Golfo árabe, por ejemplo). Por otro lado, la funcionalidad de los 142 Se habla también de una visión “procesalista” de la democracia cuando los análisis se centran principalmente en los comicios. Philippe C. Schmitter & Terry Lynn Karl, “What democracy is… and is not”, Journal of Democracy, volumen 2, n°3, verano de 1991, pp. 75 a 88 y David Collier & Steven Levitsky, “Democracy with adjectives: conceptual innovation in comparative research”, World Politics, volumen 49, n°3, abril de 1997, pp. 430 a 451. 143 Entre los primeros trabajos teóricos y empíricos sobre la “cultura política”, ver Gabriel Almond & Sydney Verba, The civic culture: political attitudes and democracy in five nations, Princeton, Princeton University Press, 1963. 144 Guillermo O’Donnell, Disonancias. Críticas democráticas a la democracia, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007, pp. 19 a 83. 41 Estados en vía de democratización ha sido incompletas en varios aspectos: despliegue territorial desigual de las fuerzas regulares; escasez e ineficiencia de las instituciones; carencias de la infraestructura y los servicios públicos, entre otros. Igualmente, la falta de medios de acción y la connivencia del poder central con las élites locales reacias a la implantación de la democracia explican la formación o la subsistencia de enclaves autoritarios subnacionales145, que se singularizan por altos niveles de opresión, privación y fraude electoral (Argentina, México y Nigeria, entre otros). Sobre este punto, es interesante observar que el tránsito hacia la democracia ha propiciado formas de autoritarismo en el proceso electoral. En este sentido, las garantías de libertad y equidad suelen ser precarias, transformando la votación en un instrumento de dominio y legitimación para una fracción de la clase política y/o los militares determinados a conservar o conseguir el poder. A veces, este fenómeno ha tomado tantas proporciones que el acto de votar se ha asemejado a un disfraz de la democracia (“democracia iliberal”)146; lo que se ha denominado también “autoritarismo electoral”147. Hasta la actualidad, la democratización en América Latina ha sido aleatoria e inacabada, a pesar de las expectativas consecutivas a la caída de las dictaduras. Algunas naciones del hemisferio no han podido superar, con criterios y resultados equivalentes, la etapa de “transición democrática” para entrar en la categoría de los regímenes 145 Edward L. Gibson, “Autoritarismo subnacional: estrategias territoriales de control político en regímenes democráticos”, Desafíos, n°14, primer semestre de 2006, pp. 204 a 237. 146 Fareed Zakaria, The future of freedom. Iliberal democracy at home and abroad, W.W. Norton & Company, Nueva York- Londres, 2003. 147 Tema novedoso abordado por Andreas Schedler (editor), Electoral authoritarianism: the dynamics of unfree competition, Boulder/Londres, Lynne Rienner Publishers, 2006. “consolidados”148, de tal manera que se han esbozado escenarios ambiguos entre la democracia (“semi-democracia”)149 y el autoritarismo (“semi-autoritarismo”)150. También se anotará que el panorama latinoamericano requiere ser analizado con ciertas especificidades, por ser sociedades afectadas por duraderas manifestaciones de violencia e inseguridad. Una mirada internacional enseña que los pasos hacia la democracia conocen irregularidades e incertidumbres a corto plazo en los contextos post-conflicto. La organización de elecciones no es un índice suficiente para evaluar los progresos de la democratización151. Por el contrario, una contienda electoral poco preparada y lejana de las exigencias mencionadas anteriormente (enfoque minimalista de la democracia), es susceptible de provocar tensiones y enfrentamientos152. Sobre todo, durante una doble transición hacia la democracia y la paz, están presentes factores de inestabilidad que no se exteriorizan con semejante acuidad en otras circunstancias. Así, el poder civil se ve asignado el reto de contener las intervenciones de las fuerzas militares en los asuntos domésticos. Paralelamente, los planes de desarme, desmovilización y 148 Sobre las transiciones y las consolidaciones democráticas, ver Cecilia Lesgart, Usos de la transición a la democracia. Ensayo, ciencia y política en la década del 80, Santa Fe, Homo Sapiens Ediciones, 2003, precisando que no es siempre fácil distinguir las dos nociones. 149 Peter Smith, Democracy in Latin America: political change in comparative perspective, Oxford, Oxford University Press, 2005. 150 Marina Ottaway, Democracy challenged: the rise of semi-authoritarianism, Washington D.C, Carnegie Endowment for International Peace, 2003. 151 Sobre las elecciones en tiempos de post-conflicto, ver Krishna Kumar (editor), Postconflict elections. Democratization and international assistance, Boulder/Londres, Lynne Rienner Publishers, 1998. 152 Ronald Paris, At war’s end: building peace after civil conflict, Cambridge, Cambridge University Press, 2004. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica reinserción de los combatientes (DD&R) son imprescindibles para tratar de impedir la reanudación de la confrontación y/o el surgimiento de nuevos fenómenos armados. En complemento, el reordenamiento político y jurídico, así como la reactivación económica revelan ser fundamentales en la perspectiva de una reconstrucción viable. Por último, la asistencia a las poblaciones vulneradas por los hechos violentos pone a prueba las capacidades del Estado para responder a una multitud de peticiones que influyen sobre las posibilidades de reconciliación nacional153. En El Salvador, Guatemala y Nicaragua, donde el protagonismo de los grupos contrainsurgentes fue significativo entre las décadas de 1960 y 1990, la transición hacia la democracia encontró una resonancia en las discusiones de paz, y vice versa. Es importante precisar que, a excepción del interludio democrático en Guatemala en los años 1940 y 1950, que terminó con el golpe de Estado de 1954, apoyado por los servicios de inteligencia estadounidenses154, las tres sociedades vivieron esencialmente bajo el autoritarismo en el transcurso de la rivalidad “este-oeste”. Por la longevidad de los regímenes autoritarios y la magnitud de los conflictos, las fuerzas militares tuvieron un papel central en las esferas políticas en Centroamérica, 153 Sobre éstos puntos, ver Cynthia Arnson (editora), Comparative peace processes in Latin America, Washington D.C/Stanford, Woodrow Wilson Center Press-Stanford University Press, 1999. 154 Época que se denomina a veces “el tiempo de la libertad”, Cindy Forster, The time of freedom: campesino workers in Guatemala’s october revolution, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 2001. Sobre la intervención de los Estados Unidos que participaron en 1954 en el derrocamiento del gobierno democrático del presidente Jacobo Árbenz Guzmán, acusado de ser pro-comunista, ver Stephen Schlesinger, Bitter fruit: the story of the American coup in Guatemala, Cambridge, Harvard University Press - David Rockefeller Center for Latin American Studies, 2005. 42 incluso cuando éstas no asumieron funciones presidenciales - a partir de 1979 en Nicaragua, 1982 para El Salvador y 1986 en Guatemala -, lo cuál fue una preocupación planteada en las negociaciones de paz y los inicios de la fase democrática en los años 1990. La democratización tuvo antecedentes en la década de 1980 en un período de recrudecimiento de la lucha armada. Bajo la presión de los Estados Unidos, los regímenes militares en El Salvador y Guatemala convocaron, respectivamente en 1982 y 1984, asambleas constituyentes encargadas de modificar las leyes y los hábitos electorales para recomponer las bases del sistema político, según una lógica más representativa. El gobierno sandinista en Nicaragua, hostil a los intereses estadounidenses, hizo también de las elecciones un mecanismo de propaganda y legitimación. Sin embargo, en cada país, las elecciones se tornaron “demostrativas”155, sin pluralismo democrático (“democracia iliberal”). En estas condiciones, la guerra constituyó uno de los frenos a la democracia liberal. De allí, el anhelo de atar la democratización a la resolución de los conflictos156. En este sentido, se fundó en 1983 el “Grupo de Contadora”, integrado por México, Panamá, Venezuela y Colombia, que tuvo el mérito de abogar por la paz, mientras el antagonismo “este-oeste” congelaba los intentos de acercamiento. Si bien no se consiguió proponer una fórmula aceptable para las partes involucradas en los conflictos, se sentaron los fundamentos para la adopción de una estrategia ambiciosa en los años siguientes en un clima de apaciguamiento entre las grandes potencias. 155 Edward S. Harman & Frank Brodhead (editores), Demonstration elections: U.S-staged elections in the Dominican Republic, Vietnam and El Salvador, Boston, South End Press, 1984. 156 Olivier Dabène, “Invention et rémanence d’une crise: leçons d’Amérique Centrale”, Revue Française de Science Politique, volumen 42, n°4, agosto de 1992, pp. 555 a 581. 43 En sustituto a los esfuerzos emprendidos por el “Grupo de Contadora”, el “Acuerdo de Paz de Esquipulas”157, concertado en 1987 por Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, dio un marco que impulsó la democratización en el istmo158, sin abandonar la búsqueda de una salida negociada a las guerras, pese a innumerables dificultades. Efectivamente, tras la apertura de los diálogos en 1984, la paz estuvo en un impasse en El Salvador hasta finales de la década. En ese entonces, la guerrilla del “Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional” (FMLN) demandaba una participación en el poder y la instalación de un gobierno provisional pluralista. Por su parte, tanto las instancias civiles oficiales como los militares pedían que los insurgentes depusieran las armas, acataran el ordenamiento jurídico vigente y se incorporaran al proceso democrático. Ante los bloqueos de las negociaciones, los guerrilleros lanzaron en 1989 una ofensiva militar que acarreó una contra-ofensiva estatal. Los combates, que no vieron la derrota de ninguno de los bandos, demostraron la urgencia de hallar una solución no violenta a la confrontación159. 157 El acuerdo fue complementado por una segunda declaración el mismo año y un plan emitido por la administración del presidente Ronald Reagan. Adicionalmente, se recordará que el presidente de Costa Rica, Óscar Arias Sánchez, recibió el “Premio Nobel de la Paz” en 1987 por su labor de conciliación en la zona. Johanna Oliver, “The Esquipulas process: a Central American paradigm for resolving regional conflict”, Ethnic Studies Report, volumen 17, n°2, julio de 1999, pp. 150 a 179. 158 También se procuró fomentar la reconciliación y la estabilidad, según los términos de dicho acuerdo. 159 A semejanza de Guatemala, se ha evocado la existencia de un empate militar, contribuyendo a la conclusión de los acuerdos de paz. No hay claridad entre los especialistas sobre las circunstancias en las qué un conflicto puede ser considerado como “maduro” para una resolución negociada (noción de “madurez para la paz”), ver I. William Zartman, “Ripeness: the hurting stalemate and beyond” en Paul C. Stern & Daniel Druckman (editores), International conflict resolution after the cold war, Washington D.C, National Academy Press, 2000, pp. 225 a 250 y Stephen J. Stedman, Donald Rothchild & Elizabeth M. Cousens, Ending civil wars. The implementation of peace agreements, Boulder/Londres, Lynne Rienner Publishers, 2002. Gracias a la mediación de países extranjeros y la Organización de la Naciones Unidas (Onu), las iniciativas de paz se aceleraron con un trasfondo de democratización. La reunión de Ginebra en abril de 1990 sirvió de base para “la Agenda General y el Calendario del Proceso Completo de Negociación” suscrito posteriormente en Caracas. Entre las cuestiones más sensibles, fueron abordados la re-estructuración de las fuerzas armadas; el respeto a los derechos humanos; las reformas constitucionales, electorales y judiciales; los problemas socio-económicos; y el monitoreo de la etapa post-conflicto bajo los auspicios de la Onu. Después de una serie de interrupciones, se lograron compromisos sobre la mayoría de estos puntos, en especial en el “Acuerdo de San José sobre Derechos Humanos”, que estipuló adicionalmente el despliegue de una misión verificadora de la Onu (“Misión de Observadores de las Naciones Unidas en El Salvador”), efectiva entre 1991 y 1995, es decir antes del fin de las hostilidades, que sobrepasó las operaciones tradicionales de mantenimiento de paz de la entidad160. En diciembre de 1991, el “Acta de Nueva York” permitió concluir un cese al fuego definitivo, que fue seguido de un segundo encuentro en la ciudad para convenir en particular la reducción de las fuerzas castrenses y las modalidades de la reincorporación de los integrantes del FMLN. Los acuerdos culminaron en enero de 1992 en México (Chapultepec). Se planearon la depuración de las estructuras militares y el acantonamiento del FMLN en campos de desarme y desmovilización, bajo la inspección de la Onu, los cuáles fueron el preludio a una transformación de la guerrilla en partido político. 160 Johanna Oliver (et. al.), Después de Esquipulas: apuntes sobre los procesos nacionales de paz, San José de Costa Rica, Fundación Arias para la Paz y el Progreso Humano, 2000, p. 72. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica En Nicaragua, el arranque de las negociaciones fue más tardío que en la situación salvadoreña, en especial por la fuerte intromisión de los actores externos en el conflicto (principalmente Argentina, Estados Unidos y Honduras para el bloque occidental). No obstante, la conducción de las mismas se reveló ágil con alcances tangibles en pocos meses161. En 1988, la interlocución todavía incipiente entre el poder sandinista y los movimientos de oposición desembocó en un cese al fuego parcial sometido a verificación por la Organización de los Estados Americanos (OEA). En consonancia, los presidentes centroamericanos, inquietos frente a la propagación de la violencia armada, hicieron un llamado al régimen para facilitar la celebración de elecciones libres y, por lo tanto, obrar por la estabilidad de la región. La solicitud fue aprobada y reforzada por la política estadounidense, que se flexibilizó en la medida en que la amenaza comunista se disipaba. El jefe de Estado nicaragüense admitió la idea de elecciones para obtener el desmembramiento de los grupos armados en su contra y renunció al sostenimiento de las actividades de guerra por parte de Honduras y los Estados Unidos. A mediados del año 1989, con la asesoría y el control de la OEA y la Onu (“Grupo de Observadores de las Naciones Unidas en Centroamérica”), se decidieron el desmantelamiento y el agrupamiento en Nicaragua de los alzados en armas perteneciendo a la “Contra” - muchos de los cuáles permanecían en el sur de Honduras. La Onu puso de pie equipos móviles, y no estáticos como era la costumbre para otras fuerzas de interposición en el mundo, con el propósito principal de vigilar la zona norte 161 Para un balance de las negociaciones de paz en los dos países, ver Jack Child, The Central American peace process, 1983-1991, Boulder/Londres, Lynne Rienner Publishers, 1992. 44 y fronteriza con Honduras. Paralelamente, los países involucrados en la confrontación se comprometieron a suspender la ayuda a los movimientos ilegales y no utilizar territorios foráneos para orquestar operaciones militares dentro de Nicaragua. En cambio, el gobierno sandinista dejó que se organizaran elecciones (para la presidencia, el parlamento y las municipalidades), bajo el patrocinio de la Onu (“Misión de Observación de las Naciones Unidas para la Verificación de las Elecciones en Nicaragua”), de las cuales salió vencido por las urnas, propiciando el tránsito a la democracia. Para concluir, en Guatemala162, a raíz de la declaración de “Esquipulas”, delegados del Gobierno y portavoces de la guerrilla, confederada en la “Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca” (URNG), se encontraron en octubre de 1987 en Madrid. Estos contactos exploratorios fueron frustrados por el rechazo expresado por la guerrilla de entregar las armas para no aparecer debilitada ante las tropas regulares que hicieron de la problemática una clave para cualquier negociación de paz. Sin embargo, distintos sucesos y medidas permitieron superar las resistencias. En primera instancia, la “Comisión Nacional de Reconciliación” (CNR) instituida en septiembre de 1987, de conformidad con las recomendaciones del “Acuerdo de Esquipulas”, contó con un mandato para desarrollar un “diálogo nacional”, que inicialmente excluyó a los guerrilleros acusados de intransigencia por los círculos oficiales. Consecutivamente al retiro relativo de los militares de la vida política y en un ambiente internacional de distensión de las relaciones diplomáticas “este-oeste”, la CNR, en representación del Gobierno, discutió con la URNG en Oslo en marzo de 1990. Se concluyeron acuerdos que designaron a 162 Sobre el proceso de paz en el país, se remite a Susanne Jonas, Of centaurs and doves: Guatemala’s peace process, Westview Press, 2000. 45 la Onu como garante de las conversaciones de paz. También se extendieron las consultas a los sectores de la sociedad civil, que tuvieron la oportunidad de interactuar con la insurgencia mediante la aprobación y el control de las autoridades. A principios de 1991, se instauró la “Comisión de Paz del Gobierno de Guatemala” (Copaz) que tomó la resolución de negociar directamente con la guerrilla. Desde ese momento, se debatieron con detenimiento las causas del conflicto, por contraste con las experiencias salvadoreña y nicaragüense. Igualmente, se evocaron las condiciones de un cese al fuego firme, los derechos humanos y los proyectos de DD&R de los combatientes. El conjunto de estos puntos fueron insertados en el temario del “Acuerdo de Procedimiento para la Búsqueda de la Paz por Medios Políticos” en abril de 1991, que precedió el “Acuerdo de Querétaro”, conocido por haber definido un marco para la democracia. Las perspectivas de paz y democratización se oscurecieron coyunturalmente en 1993, cuando el país fue sacudido por una inestabilidad político-institucional163. Una vez solucionada la crisis por la vía constitucional, se reanudaron los diálogos en enero de 1994, con un mayor mandato de la Onu, un papel renovado para la sociedad civil y la conformación de un “Grupo de Países Amigos”, que constaba de los Estados Unidos, México, Colombia, Venezuela, España y Noruega. Ulteriormente, se alcanzaron acuerdos sobre espinosas cuestiones, como los derechos 163 Como consecuencia del autogolpe del presidente Jorge Serrano Elías, que recordó el antecedente de Alberto Fujimori en el Perú en los meses anteriores. Las medidas autoritarias decretadas contemplaban la disolución de la rama legislativa y la Corte Suprema de Justicia, entre otras instancias. Por falta de respaldo de las fuerzas militares, el mandatario estuvo en la obligación de abandonar la magistratura suprema y exiliarse del país. humanos, el reasentamiento de las poblaciones desarraigadas por la confrontación y la defensa de los derechos e identidad de los pueblos indígenas. Se estableció una “Comisión para el Esclarecimiento Histórico” (CEH)164, que desempeñó una tarea de reconstrucción del pasado, planteando cuestiones de memoria, verdad y justicia165, antes de llegar a un acuerdo final entre los beligerantes en diciembre de 1996. En los tres países centroamericanos, sobresalió la internacionalización de los conflictos y de las iniciativas de paz. La agenda de las negociaciones resultó amplia por las conexiones con la democratización que no fue únicamente concebida, en las intenciones, según un enfoque “procedimental”. Más de una década después de haber concluido los acuerdos de paz, los expertos se interrogan todavía sobre las orientaciones de la democracia en Centroamérica166. La transición en El Salvador suele ser considerada como moderadamente exitosa, aunque limitaciones en torno a la eficiencia de las instituciones han arrojado dudas acerca de la solidez del proceso167. Sin embargo, éste ha permitido excluir a los militares de la política, que han sido colocados bajo directivas de mando civil y se 164 Ver el informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, Guatemala: memoria del silencio, Guatemala Ciudad, CEH, 1999. 165 Para una reflexión acerca de Guatemala, ver Victoria Sanford, Buried secrets: truth and human rights in Guatemala, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2004. Sobre el papel de las comisiones de la verdad, ver Priscilla B. Hayner, Unspeakable truths: facing the challenges of truth commissions, Nueva York, Routledge, 2002 y Greg Grandin, Truth commissions: state, terror and memory, Durham, Duke University Press, 2007, quien es el autor de varios trabajos sobre América Latina y Guatemala en particular. 166 Para una aproximación en términos políticos e institucionales con un paralelo con Colombia, ver Carlo Nasi, Cuando callan los fusiles. Impacto de la paz negociada en Colombia y Centroamérica, op. cit. 167 Charles T. Call, “War transition and the new civilian security in Latin America”, Comparative Politics, volumen 35, n°1, 2002, pp. 01 a 20. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica han implementado reglas y disposiciones, con la ambición de celebrar elecciones cada vez más justas y competitivas, favoreciendo la reconversión de la antigua guerrilla en partido político legal168, que ha ganado diversos escrutinios en los recientes comicios legislativos y municipales. Por otro lado, el Estado no ha tenido la voluntad ni la capacidad para determinar y juzgar las responsabilidades de los acontecimientos ocurridos en la época de la confrontación y lidiar con los problemas crónicos de segregación y racismo en una sociedad eminentemente indígena172. En Nicaragua, la escena política se ha bipolarizado entre las tendencias liberales y sandinistas169, sin subestimar la participación de facciones de menor audiencia. Se ha logrado desarticular el aparato de seguridad del Estado, en desmedro de la atención prestada a los grupos al margen de la ley. Al salir de la guerra, no se reincorporaron satisfactoriamente a la vida civil los ex-combatientes que, en algunas ocasiones, retomaron las armas en las grandes ciudades y los departamentos agrícolas del norte del país para conformar bandas criminales170, a veces en colusión con pandillas operacionales desde hace varios años171. Por lo tanto, pese a la frecuencia de las elecciones, que no ha sido interrumpida desde la década de 1980173, los analistas se rehúsan a hablar de democracia liberal con un anclaje del pluralismo político. De allí, la idea polémica de regímenes mixtos o “híbridos”, que comparten rasgos autoritarios y democráticos174, o el concepto más neutro de “democracia electoral”175. Dentro de este panorama, el caso menos promisorio ha sido Guatemala, donde la izquierda se ha quedado marginada del panorama político, mientras la influencia de los militares en los asuntos públicos no ha sido plenamente erradicada. Ahora bien, es indispensable profundizar la reflexión acerca de la democracia, considerando el tema de la seguridad, para poner en una perspectiva teórica la política del presidente Álvaro Uribe Vélez hacia los grupos armados ilegales y, en especial, las discusiones de paz adelantadas con los movimientos de autodefensa. 172 Marta Elena Casaús Arzú, Guatemala: linaje y racismo, Guatemala Ciudad, F&G Editores, 2007. 168 Joaquín Villalobos, “Ni vainqueurs ni vaincus : la paix au Salvador”, Critique Internationale, n°5, otoño de 1999, pp. 139 a 153. 169 Con una figura preeminente, Daniel Ortega, quien fue elegido presidente en 2007 para un mandato de cinco años. 170 Gilles Bataillon, “Contras et recontras nicaraguayens (1982-1993): réflexions sur l’action armée et la constitution d’acteurs politico-militaires”, Cultures & Conflits, n°12, invierno de 1993-1995, pp. 63 a 103. 171 En la actualidad, El Salvador y Guatemala conocen también problemas sociales asociados al desarrollo de los programas de DD&R, como se analizará en la tercera parte del documento. 46 173 Los países del área han apelado a los oficios de organismos multilaterales para enmarcar los procesos electorales. Además de la Onu, la OEA ha tenido un rol central en la celebración de los comicios: municipales y legislativos de 1997 y presidenciales de 2004 en El Salvador; parlamentarios y presidenciales de 2003 en Guatemala; y presidenciales de 1996 y 2001 y regionales de 1998 y 2002 en Nicaragua. 174 Terry Lynn Karl, “The hybrid regimes of Central America”, The Journal of Democracy, volumen 6, n°3, julio de 1995, pp. 72 a 86. 175 Larry Diamond, “Thinking about hybrid regimes”, The Journal of Democracy, volumen 13, n°2, abril de 2002, pp. 21 a 35, estima que los países centroamericanos pueden ser calificados como “democracias electorales” y no “regímenes híbridos”. 47 B- Las dimensiones de la “seguridad democrática” A raíz de la finalización de la rivalidad “este-oeste”, se percibió una atmósfera de optimismo entre los académicos, las clases políticas y los miembros de diversos organismos, los cuáles pronosticaron un declive de las confrontaciones bélicas y un “nuevo orden internacional”176, sustentado en la democracia liberal. Empero, las esperanzas de ver emerger prontamente un mundo menos bélico se desvanecieron ante las vicisitudes de algunos diálogos de paz como los que tuvieron lugar en Colombia, Sri Lanka y Sudán, entre otros, el fracaso de diferentes intervenciones humanitarias y militares de las Naciones Unidas (Somalia, antigua Yugoslavia y Rwanda) y el surgimiento de nuevas contiendas armadas (Liberia, Argelia, Sierra Leona, entre otros). Los cambios y las incertidumbres inherentes al contexto internacional han tenido profundas consecuencias sobre la seguridad hasta el presente. Si bien es cierto que América Latina había perdido relevancia estratégica en la política exterior de los Estados Unidos después de la Guerra Fría177, la posición de Colombia ha sido re-evaluada, por la prioridad conferida a la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, a raíz de los ataques del 11 de septiembre de 2001178. Adicionalmente, la pacificación de los conflictos en Centroamérica179 no ha conllevado a la eliminación de todas las tensiones y las fuentes potenciales de violencia colectiva. Por el contrario, la criminalidad y la delincuencia urbana, así como la proliferación de armas, se han vuelto unas de las grandes amenazas en el subcontinente latinoamericano180. Tan es así que los Estados han ido fortaleciendo los mecanismos de resolución no violenta de los conflictos, sin perder de vista el imperativo de la seguridad, tanto dentro de sus fronteras como en el ámbito exterior. En este marco, la seguridad ha suscitado un sinnúmero de definiciones, discursos y representaciones. Para simplificar los debates acerca de la noción, pueden ubicarse tres escuelas de pensamiento en teoría de las relaciones internacionales. La más clásica - el “realismo” político - postula que los Estados181 están en la obligación 178 La mediatización de la situación de violencia en Colombia se ha cristalizado en temas como los desplazamientos forzados, los secuestros y las sevicias corporales cuyas víctimas son, ante todo, las poblaciones civiles. 176 Tendencia perceptible durante la operación militar de la coalición contra el régimen de Saddam Hussein en Irak (1990-1991). Autores anunciaron inclusive una desaparición de los conflictos armados “mayores”, es decir entre las naciones más potentes. Michael Mandelbaum, “Is major war obsolete”?, Survival, volumen 40, n°4, invierno de 1998-1999, pp. 20 a 38. 177 Russell Crandall, The United States and Latin America after the cold war, Cambridge, Cambridge University Press, 2008, examina las relaciones inter-americanas desde el final de la “guerra fría” a la luz de los procesos de democratización, la liberalización de las economías y la seguridad con énfasis en la lucha contra la criminalidad y las drogas. 179 Carlo Nasi, Cuando callan los fusiles. Impacto de la paz negociada en Colombia y Centroamérica, op. cit., hace un balance de las negociaciones paz en Centroamérica y Colombia, principalmente para el caso de las guerrillas. 180 Klaus Bodemer (editor) El nuevo escenario de (in) seguridad en América Latina: ¿amenaza para la democracia?, Caracas, Recal-IIK-Flacso-Chile-Nueva Sociedad, 2003 181 Según los axiomas de esta escuela, que demuestra cierto pesimismo ontológico, los Estados son egoístas, desconfiados y agresivos por esencia, lo cual permite entender las turbulencias del sistema internacional. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica permanente de armarse y defenderse para sobrevivir a la “anarquía”, donde predominan las guerras, en particular bilaterales o internacionales, por la ausencia de un ente capaz de regular el entorno182. La segunda, asociada a una visión liberal e interdependentista del mundo, identifica amenazas que no son necesariamente estatales ni militares. Aboga por la cooperación, los intercambios y la búsqueda de soluciones no coercitivas a los conflictos183. Por último, se mencionarán los enfoques “constructivistas”184, que refutan el postulado de una supremacía de los Estados en un mundo irremediablemente proclive al desorden. Al igual que muchos tópicos, la seguridad aparece como el producto de cálculos, percepciones e interacciones entre una pluralidad de agentes - es decir, una construcción social en un momento específico. De los preceptos liberales e interdependentistas, se deriva la importancia dedicada a la “seguridad humana”185 desde los años 1990186. Maleable e imprecisa según sus detractores, ésta hace hincapié en una serie de factores susceptibles de comprometer 182 Hans Morgenthau, Política entre las naciones. La lucha por el poder y la paz, Buenos Aires, G.E.L, 1986; Kenneth Waltz, Teoría de la política internacional, Buenos Aires, G.E.L, 1988; George Kennan, American diplomacy, 1900-1950, Chicago, University of Chicago Press, 1951. Dentro de esta visión, existen corrientes reformistas que matizan la importancia de los Estados con sus dimensiones militares en el sistema internacional. Por ejemplo, Barry Buzan, Ole Waever & Jaap de Wilde (editores), Security: a new framework for analysis, Boulder/Londres, Lynne Rienner Publishers, 1998, consideran los factores de violencia e inestabilidad sub-estatales, como las organizaciones armadas y las redes criminales. 183 Robert O. Keohane & Joseph S. Nye, Power and interdependence, Boston, Little Brown, 1977. 184 Para una aproximación al tema, ver Alexander Wendt, “Anarchy is what states make of it: the social construction of power politics”, International Organization, volumen 46, nº2, primavera de 1992, pp. 391 a 425. 185 Jean-François Rioux (editor), La sécurité humaine : une nouvelle conception des relations internationales, París, L’Harmattan, 2001. 186 Las tres grandes escuelas anotadas anteriormente han dado lugar a otras conceptualizaciones, como la “seguridad ciudadana” y la “seguridad hemisférica”. 48 la integridad de los individuos y las comunidades. Entre otros aspectos, se destacan las exacciones armadas, la reincorporación a la vida civil de combatientes, los flujos de poblaciones, las fluctuaciones económicas con un deterioro de los niveles de pobreza y las catástrofes naturales. Además, la (re)conceptualización de la seguridad ha encontrado un terreno fructífero en la ola de democratización de las décadas de 1980 y 1990, bien sea en Centroamérica u otros sub-continentes. Poco a poco, se ha forjado la noción de “seguridad democrática”187, que abarca elementos de la seguridad humana y pretende conciliar los intereses primordiales del Estado (razón de Estado) con los criterios y las exigencias de una democracia moderna. Pese a una creencia común, la noción no es una creación sui generis del actual Gobierno en Colombia y no está dirigida exclusivamente contra las organizaciones armadas ilegales. Tiene un trasfondo teórico y una historia reciente en el hemisferio latinoamericano, que se nutre de una concepción renovada y extendida de la seguridad fuera de las esferas militares. En este sentido, la seguridad democrática ha sustituido a la doctrina de “seguridad nacional”, aferrada a un enfoque tradicional de las relaciones internacionales, que fue el paradigma privilegiado durante la confrontación global contra el comunismo188, en detrimento de las libertades, los derechos y finalmente la ciudadanía. 187 Para una presentación teórica e histórica de la seguridad democrática en Colombia, ver Federmán Antonio Rodríguez Morales & Rubén Sánchez David, Seguridad, democracia y seguridad democrática, Bogotá, Editorial Universidad del Rosario, 2007. 188 Esta doctrina fue implementada tanto entre los Estados-nación como en los asuntos internos de los mismos con diferencias de un escenario a otro. En Colombia, el concepto fue aplicado de manera irregular, sin mayor planificación más allá del corto plazo. Francisco Leal Buitrago, La seguridad nacional a la deriva, op. cit. 49 A comienzos de la década de 1990, la seguridad democrática empezó a ser formalizada en los círculos institucionales en América Latina. Así, el “Tratado Marco de Seguridad Democrática de Centroamérica” esbozó en 1995 las bases de un enfoque alternativo a la seguridad nacional, con el propósito de contribuir a la paz y la estabilidad, luego de los conflictos que habían sacudido a la región. Los firmantes del tratado convinieron preservar o promover varios puntos, con un aliento democrático, entre los cuales se puede citar los derechos y las libertades fundamentales; la eficiencia y la transparencia burocrática de los Estados; la subordinación del poder militar a los civiles; la protección de las personas y los bienes; el bienestar de las poblaciones; la lucha contra la criminalidad y la violencia y los mecanismos de arreglo y prevención de los conflictos inter-estatales. Ahora bien, desde la época, el objetivo de la seguridad democrática estipulado en los términos del tratado se ha desdibujado en la práctica, por las inconsistencias de la integración regional, la persistencia de los fenómenos armados y las dificultades para deshacerse del legado de la doctrina de seguridad nacional189. En Colombia, uno de los retos para la administración de Álvaro Uribe Vélez ha consistido precisamente en no encerrar la seguridad democrática en una línea militarista. En este sentido, el Gobierno ha buscado también informar constantemente a la opinión sobre las metas y los alcances de la misma. El Presidente ha enfatizado en que la seguridad democrática no reproduce los esquemas represivos típicos del antagonismo “este-oeste” en América Latina190. La estrategia planteada ha buscado un equilibrio entre el desmantelamiento de las estructuras armadas ilegales (por la fuerza o la negociación), el establecimiento de un Estado de Derecho y el respeto a los derechos humanos en una sociedad cada vez más cohesionada191, corroborando el eslogan presidencial “mano firme, corazón grande”192. Según un documento emitido por la Presidencia de la República y el Ministerio de Defensa, “la seguridad no se entiende en primera instancia como la seguridad del Estado, ni tampoco como la seguridad del ciudadano sin el concurso del Estado, sino como la protección del ciudadano y de la democracia por parte del Estado, con la cooperación solidaria y el compromiso de toda la sociedad. La Seguridad Democrática se funda así en tres pilares: la protección de los derechos de todos los ciudadanos […], […] la protección de los valores, la pluralidad y las instituciones democráticas […] y […] la solidaridad y la cooperación de toda la ciudadanía en defensa de los valores y mecanismos democráticos”193. La propuesta de Seguridad Democrática del presidente Álvaro Uribe Vélez se inspira en los llamados “Talleres del Milenio”, que fueron auspiciados por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), con la inclusión de amplias franjas de la sociedad colombiana, los cuáles culminaron 190 Álvaro Uribe Vélez, “Carta del Presidente de la República de Colombia”, en Presidencia de la República - Ministerio de Defensa Nacional Política de defensa y seguridad democrática, Bogotá, Presidencia de la RepúblicaMinisterio de Defensa Nacional, 2003, pp. 05 a 07. 191 Álvaro Uribe Vélez “Política de Defensa y Seguridad Democrática”, Carta del Presidente de la República, Álvaro Uribe, 2003. 189 Francine Jácome, “La seguridad democrática en el marco del proceso de integración”, en Klaus Bodemer & Francisco Rojas Aravena (editores), La seguridad en las Américas, Madrid, Iberoamericana-Vervuert, 2005, p. 112. 192 Fue el leitmotiv de la primera campaña presidencial de Álvaro Uribe. 193 Presidencia de la República - Ministerio de Defensa Nacional, Política de defensa y seguridad democrática, op, cit. p. 13. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica a la postre con la a d o p c i ó n del Plan N a c i o n a l de Desarrollo 2002-2006 t i t u l a d o Hacia un Estado Comunitario194. Los talleres fueron espacios de debate, donde se avaló una concepción amplia de la seguridad, entendida como un bien público, y no únicamente una prerrogativa del Estado, con la ambición de generar participación ciudadana, bienestar y paz en el país. En otras palabras, la Seguridad Democrática implementada desde 2002 induce una capacidad de regulación por parte de las esferas dirigentes sobre la población. Igualmente, presupone una implicación activa de ésta en la (re)composición del tejido político, jurídico y social. Además de la reforma del aparato judicial, la profesionalización de las fuerzas armadas y los incentivos para propiciar un acercamiento entre los ciudadanos y las instituciones del Estado, la Seguridad Democrática ha conllevado a medidas que tienen hoy efectos tangibles sobre la fisonomía de la confrontación armada, matizando la tesis de un empate militar entre los grupos armados ilegales y la Fuerza Pública195. Sin desconocer los avances de la seguridad en materia no militar, se resaltará que los contingentes del Estado han retomado, como nunca antes, la iniciativa frente a las guerrillas y los movimientos de autodefensa, mediante un incremento del pie de fuerza, un despliegue territorial sin precedentes y una mayor operatividad en combate. Entre los años 2002 y 2003, se decretaron “Zonas de Rehabilitación y Consolidación” (ZRC), al amparo del estado de conmoción 194 Presidencia de la República - Departamento Nacional de Planeación, Hacia un Estado comunitario, Bogotá, Departamento Nacional de Planeación, 2002. 195 Alfredo Rangel Suárez, Colombia: guerra en el fin de siglo, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1998. 50 interior196, para afianzar la gobernabilidad democrática en varios municipios de los departamentos de Arauca, Bolívar y Sucre, que sufren todavía problemas de alteración del orden público. Adicionalmente, la Fuerza Pública ha emprendido ataques de gran envergadura en distintas regiones del eje andino, para hacer retroceder o eliminar la presión ejercida por los actores armados; se ha recuperado también el control de carreteras y cabeceras municipales. Ante todo, a principios de 2004, se dio inicio al “Plan Patriota” hacia el sureste del territorio nacional (Caquetá, Meta y Guaviare), donde las Farc han tenido una presencia histórica. El objetivo ha sido debilitar la cadena de mando, la retaguardia y las finanzas de la guerrilla, que se beneficia de fuentes de financiación con los cultivos ilícitos en el área197. La conjunción de estos factores explican el repliegue de la insurgencia, que se puede interpretar de dos maneras: una ilustración del debilitamiento de las facciones guerrilleras que estarían al borde de una implosión sin precedentes con la captura, la deserción o la muerte de varios de sus cuadros y dirigentes históricos o una estrategia programada por los guerrilleros para no desgastarse en largos combates 196 Es importante subrayar que las ZRC tuvieron una vigencia limitada en el tiempo. En efecto, la Constitución de 1991 limita las facultades del poder ejecutivo en la adopción de disposiciones que restringen las libertades y derechos fundamentales de los ciudadanos. Se quiere evitar así la instauración de períodos similares a los “estados de excepción” que marcaron la vida política del país en un pasado reciente (medidas asociadas a la doctrina de seguridad nacional). En el presente caso, un fallo de la Corte Constitucional declaró inexequible la prórroga del estado de conmoción interior, que finalizó en abril de 2003. 197 Para un panorama de la lucha armada contra la guerrilla bajo la administración de Álvaro Uribe, ver Camilo Echandía Castilla & Eduardo Bechara Gómez, “Conducta de la guerrilla durante el gobierno Uribe Vélez: de las lógicas de control territorial a las lógicas de control estratégico”, Análisis Político, no. 57, mayo-agosto de 2006, pp. 31 a 54. 51 y economizar fuerzas, esperando una inflexión en las operaciones de las tropas regulares. En las dos hipótesis, que no son incompatibles si se tiene en cuenta la heterogeneidad de los frentes, que no disponen de los mismos recursos y márgenes de acción, los insurgentes guardan un potencial de desestabilización para llevar a cabo ataques contra las poblaciones y actos de terrorismo, con el propósito de romper la cohesión de la sociedad y los lazos entre las autoridades y los civiles198. El uso de la violencia por parte de la guerrilla, acorralada en una postura defensiva, es a menudo leído como el signo de la predominancia de una línea militarista encerrada en un imaginario bélico, cuya finalidad sería la toma del poder por las armas. También es factible pensar que la violencia pueda ser capitalizada para tratar de abrir un camino hacia la negociación, que ha sido uno de los pilares de la política de Seguridad Democrática del gobierno de Álvaro Uribe. De hecho, la insurgencia se ha definido, de distintas formas, con respecto al tema de las conversaciones de paz que han marcado la evolución de la confrontación desde hace más de veinticinco años. De otro lado, la presidencia actual ha creado un entorno propicio al abandono de la vía armada, que ha sido aprovechado por los movimientos de autodefensa, sin que se haya descartado la posibilidad de dialogar y firmar un acuerdo de paz con las guerrillas. C- Las secuencias de los diálogos de paz en Colombia A semejanza de los países de Centroamérica, que fueron afectados por confrontaciones armadas, Colombia ha conocido hasta hoy procesos de paz en un ambiente de democratización, con una reconversión, no uniforme, de las guerrillas en partidos políticos legales199. No obstante, el escenario colombiano presenta particularidades que merecen ser subrayadas. En efecto, el país no ha pasado de una situación autoritaria, con una preeminencia de las fuerzas militares, a una democracia liberal. Se podría afirmar al respecto 198 Sobre los efectos ambivalentes del terror instrumentalizado, ver Éric Lair, “Reflexiones acerca del terror en los escenarios de guerra interna”, art. cit. 199 David Garibay, “De la lutte armée à la lutte électorale : itinéraires divergents d’une trajectoire insolite. Une comparaison à partir des cas centraméricains et Colombien”, Revue Internationale de Politique Comparée, volumen 12, n°3, 2005, pp. 283 a 297 y Carlo Nasi, Cuando callan los fusiles. Impacto de la paz negociada en Colombia y Centroamérica, op. cit. que se ha transitado de un pacto entre las élites - régimen “consociacional”200 - en la época del “Frente Nacional” (1958-1974) a una democratización con una importante tradición electoral y rasgos de pluralismo, la cual ha tenido como consecuencia la erosión del bipartidismo entre los conservadores y los liberales desde los años 1980. En complemento, el impacto electoral de los insurgentes desmovilizados ha sido mínimo en comparación con Centroamérica; es decir que las sinergias entre la democratización y el regreso a la vida civil de los grupos al margen de la ley no han sido tan pronunciadas. Sobre todo, las conversaciones de paz han tenido modalidades y resultados diferenciados y parciales en Colombia. Ni las guerrillas 200 Jonathan Hartlyn, La política del régimen de coalición: la experiencia del Frente Nacional en Colombia, op. cit. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica más poderosas militarmente ni las fuerzas del Estado han participado en procesos de desarme, desmovilización y reinserción (DD&R) similares a los que se presentaron en el istmo centroamericano. Concretamente, las primeras iniciativas de paz formales se desarrollaron en un momento de recrudecimiento de la contienda armada, no sólo en Colombia201 sino también en América Central, donde florecieron las organizaciones opuestas a las corrientes de izquierda. La propuesta del entonces presidente Belisario Betancur Cuartas (1982-1986) contrastó con la política represiva de la administración de Julio Turbay Ayala, que había generado una crisis de derechos humanos y legitimidad del Gobierno en un contexto de déficit democrático. En la época, se instituyó una “Comisión de Paz” con un “diálogo nacional” - parecido a las discusiones en Guatemala varios años después, pero sin los medios para esclarecer y juzgar los acontecimientos violentos en un espíritu de reconciliación - sobre diversas problemáticas políticas y socioeconómicas, más allá de la cuestión de la violencia -. Paralelamente, se instituyó el “Plan Nacional de Rehabilitación” (PNR) en los departamentos menos integrados desde el punto de vista social y económico, como una estrategia de lucha contra la pobreza y la violencia. Sin embargo, los anhelos de paz fueron rápidamente obstaculizados por la falta de respaldo de los círculos políticos y económicos, no preparados para negociar en tiempos de lucha armada y atemorizados ante la expansión de la insurgencia. 201 Para una síntesis de las negociaciones de paz, ver Jesús Antonio Bejarano, Una agenda para la paz. Aproximaciones desde la teoría de la resolución de conflictos, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1995 y los artículos compilados en el número temático de la revista L’Ordinaire Latinoaméricain, n°179, eneromarzo de 2000. 52 Además, la tregua acordada con el Movimiento 19 de abril (M.19), las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y el Ejército Popular de Liberación (EPL) sirvió de instrumento a la guerrilla para consolidarse y adelantar ofensivas202, como lo demostró el asalto contra el Palacio de Justicia en Bogotá en noviembre de 1985. El presidente Virgilio Barco Vargas (19861990) heredó de una coyuntura compleja marcada por el fin de la tregua, la expansión de los frentes guerrilleros y la diseminación progresiva de movimientos armados contrainsurgentes, mal identificados, relacionados con el narcotráfico. Desde un punto de vista orgánico, Virgilio Barco centralizó los esfuerzos en la “Consejería para la Reconciliación, la Normalización y la Rehabilitación” (CRNR) para intentar evitar las inconsistencias en la puesta en práctica de la política de paz. Se profundizaron los programas de resolución de los conflictos sociales y políticos, además de la atención dedicada a la confrontación armada, en especial con el PNR. En términos políticos, el alto mandatario apuntó a una transformación y apertura del sistema democrático, con la convocación de una Asamblea para reformar la Constitución. En 1988, se formuló una “Iniciativa para la Paz” que tendió puentes de negociación con algunas facciones de la insurgencia extenuadas por la confrontación y deseosas de planear un retorno a la vida no armada. Retomando la labor de su predecesor, el presidente César Trujillo Gaviria (1990-1994) adoptó una “estrategia integral contra la violencia” que pretendía lidiar simultáneamente con la insurgencia, las redes mafiosas y los grupos de autodefensa. Fue durante el cuatrienio de César Gaviria que el país empezó a tomar el pulso de la lucha 202 El Ejército de Liberación Nacional (ELN) no fue partícipe de los diálogos. Ver Carlos Medina Gallego, El ELN: una historia contada a dos voces, Quito Editores, Bogotá 1996. 53 contra la insurgencia, con la proliferación de estructuras de autodefensa. Paralelamente, el Gobierno persiguió los acercamientos con las guerrillas, los cuáles fueron aprehendidos como el pendiente de las reformas políticas, mediante la adopción de una Constitución pluralista en 1991. En estas circunstancias, varias guerrillas, entre las cuáles el M.19203 y el EPL204, decidieron abandonar las armas, tras haber firmado un cese al fuego y una serie de protocolos que les permitieron acogerse a planes de DD&R, sin incurrir en sanciones penales. Pese a la desmovilización de aproximadamente 4.500 combatientes entre 1990 y 1994, el país no conoció la paz social, porque las Farc y el ELN, al igual que los grupos de autodefensa, perpetuaron las lógicas de la confrontación. En estos aspectos, radica una diferencia fundamental con las naciones centroamericanas, que entraron en una fase post-bélica. A lo largo de la segunda mitad de los años 1990, que correspondieron al mandato de Ernesto Samper Pizano (1994-1998), se observó incluso un escalamiento de los enfrentamientos y de las exacciones contra la población civil. Además de la crisis político-institucional, sinónimo de parálisis del poder ejecutivo, desatada por la imputación al presidente Ernesto Samper de recibir dineros del narcotráfico durante su campaña electoral205, las violencias post-acuerdos ensombrecieron las posibilidades de paz a corto plazo. Así, las acciones de las Farc llevadas a cabo entre 1995 y 1998, perpetradas con una gran concentración de combatientes contra la Fuerza Pública, fueron el producto de estrategias de demostración de fuerza y presión, que tuvieron implicaciones para la presidencia de Andrés Pastrana Arango (1998-2002). Elegido sobre una propuesta de negociaciones de paz con la guerrilla, entabladas antes de su investidura, el alto mandatario concedió la desmilitarización de una zona de unos 42.000 km2 en el centroeste de Colombia (“zona de distensión”) para conducir discusiones con las Farc sin un cese de hostilidades previo. Las vicisitudes del proceso206, que fracasó a comienzos del año 2002, fueron la oportunidad para los guerrilleros de hacer valer, con intransigencia y dogmatismo, un poder adquirido a lo largo de cuatro décadas en la confrontación armada. Al mismo tiempo, se confirmó el desfase entre las capacidades bélicas de los frentes que irradiaban una impresión de cohesión interna y la escasa propensión a producir discursos susceptibles de movilizar a la población. La interrupción definitiva del proceso de paz con las Farc en 2002, en un ambiente de denuncias y enfrentamientos, provocó desilusiones entre la población sobre la eventualidad de una próxima resolución de la confrontación armada. A los pocos meses, el electorado optó por nombrar en la magistratura suprema al candidato Álvaro Uribe Vélez, quien simbolizaba la autoridad frente a los actores al margen de la ley. 204 María Victoria Uribe, Ni canto de gloria ni canto fúnebre. El regreso del EPL a la vida civil, Bogotá, CINEP, 1994. Por otra parte, los movimientos de autodefensa - bien sean las AUC o las demás facciones - denotaron una evidente desarticulación, a finales de los años 1990. Se expandieron a expensas del impasse de las conversaciones con la guerrilla, en un contexto de rivalidades y tensiones, que 205 Sobre las implicaciones hemisféricas de la crisis, ver Bruce Michael Bagley, “Narcotráfico, violencia política y política exterior de Estados Unidos hacia Colombia en los noventa”, Revista Colombia Internacional, n°4950, mayo-diciembre de 2000, pp. 05 a 38. 206 Daniel Pécaut, “Colombie: une paix insaisissable”, Problèmes d’Amérique Latine, n°34, julio-diciembre de 1999, pp. 05 a 31. 203 Darío Villamizar Herrera, Aquel 19 será: una historia del M. 19, de sus hombres y de sus gestas. Un relato entre la guerra, la negociación y la paz, Bogotá, Editorial Planeta, 1995. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica hizo de las AUC una agrupación con bases y lazos “primarios”207, a menudo artificiales, entre sus miembros. En estas condiciones, no debe sorprender la conformación en la época de una nueva estructura, el bloque Central Bolívar (BCB), por desacuerdo con las AUC208. Tampoco es de extrañar los combates inter-facciones que se presentaron en Medellín (bloque Cacique Nutibara y bloque Metro), por ejemplo, o aún la renuncia parcial de Carlos Castaño a la dirigencia de las AUC en julio de 2002, antes de ser asesinado en abril de 2004 por sus compañeros de armas, en circunstancias todavía no esclarecidas209. Dicho de manera sintética, el desarrollo de las autodefensas experimentó, en los albores de los años 2000, una crisis de crecimiento, con efectos de dislocación, sin haber sufrido una derrota militar de envergadura frente a la guerrilla o al Estado. Varios parámetros, no exclusivos, dan cuenta del fenómeno: la concentración de poder y el proyecto unificador de Carlos Castaño; la rivalidad personal entre los jefes armados; las divergencias sobre los planes de lucha contra la insurgencia; los vínculos fluctuantes con las fuerzas del Estado; la coexistencia en territorios exiguos o cercanos; los ciclos de venganza, en los cuáles el honor y los mecanismos de “compensación” desempeñan un papel fundamental; la intensificación no siempre consensual de los ataques contra las poblaciones; y la cuestión del control del tráfico de droga en sus diferentes fases. 207 Noción, retomada de la psicología de los grupos, desarrollada entre otros por Omer Bartov, L’armée d’Hitler. La Wehrmacht, les nazis et la guerre, París, Éditions Hachette, 1999. Es así como las discusiones de paz con los grupos de autodefensa se abrieron a finales del año 2002, en un momento en que diversas facciones de las AUC declararon un cese al fuego unilateral. La administración de Álvaro Uribe instauró una comisión exploratoria encargada de emitir recomendaciones para facilitar y formalizar los acercamientos. Entre los temas abordados, figuraban el respeto del cese de hostilidades, el fin de los secuestros, la lucha contra los tráficos ilícitos, la preparación de una mesa de negociación y la concentración de los combatientes en áreas delimitadas. Esta fase exploratoria precedió la ronda de discusiones inauguradas oficialmente en julio de 2003 en Santa Fe de Ralito, en el departamento de Córdoba210, zona bajo influencia de las autodefensas. Los diálogos se fundamentaron en la Ley 782 de diciembre de 2002, que no hace del reconocimiento político un requisito para dialogar con actores armados ilegales y otorgarles, bajo ciertas condiciones, beneficios económicos y jurídicos. Los acuerdos suscritos en 2003 preveían, entre otros aspectos, el desarme y la desmovilización gradual de la totalidad de los combatientes en sitios de acantonamiento. El proceso pasó por etapas críticas hasta mediados del año 2005. Los enfrentamientos con la guerrilla, las arremetidas contra la población, las divisiones entre las autodefensas, incluidas o no en la negociación, al igual que las incertidumbres sobre el estatuto jurídico de los antiguos combatientes y el tema de la extradición hacia Estados Unidos por narcotráfico amenazaron el avance de las concertaciones. El Gobierno dio entonces un nuevo aliento a las conversaciones, al acelerar la desvinculación de las estructuras armadas. En mayo 208 Juan Carlos Garzón, “La complejidad paramilitar: una aproximación estratégica”, op. cit., pp. 86-87. 209 Las versiones sobre la muerte de Carlos Castaño han sido contradictorias. La tesis más plausible es que su hermano Vicente haya ordenado el homicidio. 54 210 International Crisis Group, “Desmovilizar a los paramilitares en Colombia: ¿una meta viable?”, Informe sobre América Latina No. 8, 5 de agosto de 2004, p. 2. 55 de 2004, los mandos de las AUC y del BCB aceptaron el principio de una zona de ubicación (ZDU) en Tierralta, Córdoba. Se suspendieron por algunos meses las órdenes de captura contra los dirigentes de las autodefensas, en conformidad con las disposiciones de la Ley 782. La instauración de dicha zona permitió materializar los acuerdos de Santa Fe de Ralito II, que abandonó en particular el ideal de un desmantelamiento completo para fijar una meta de 8.750 desmovilizados al terminar el año 2005, sin haber planeado un cronograma preciso211. En los hechos, el desarme y la desmovilización colectiva212 de las facciones se iniciaron, al margen de los diálogos en Córdoba, con el desmonte del bloque Cacique Nutibara (BCN) en las afueras de Medellín, Antioquia, en noviembre de 2003 y la repentina entrega de armas por parte de unos 850 combatientes213. La gestión de la desmovilización del BCN sirvió de antecedente a una serie de desmovilizaciones (ante todo de las AUC) entre 2003 y 2006, centralizadas y supervisadas en varias regiones del país por la Oficina del Alto Comisionado para la Paz en concertación con entidades estatales, sectores de la sociedad civil y la Organización de los Estados Americanos (OEA). Según los reportes oficiales, las negociaciones habrían conducido a la desmovilización colectiva de 31.671 alzados en armas hasta el año 2006214 - cifra que superó las aspiraciones consignadas en el texto firmado en Santa Fe de Ralito II. Como sustrato legal del proceso, el Gobierno propuso la Ley 975 de junio 2005, llamada de “Justicia y Paz”, que ha suscitado polémicas, incluso antes de ser aprobada, y que fue declarada exequible por la Corte Constitucional en mayo de 2006. Entre las denuncias215, los expertos han señalado que el texto se ha convertido en un instrumento jurídico de reducción de penas (alternatividad penal), destinado a facilitar la reinserción de los ex-combatientes, en caso de confesión o comprobación de delitos graves o lesa humanidad. De no ser así, los desmovilizados tienen la posibilidad de acceder a las disposiciones de la Ley 782 de 2002, que los analistas asimilan a un dispositivo generoso de reincorporación. Sin embargo, las máximas figuras de los grupos armados ilegales, la mayoría de las cuáles están hoy recluidas en cárceles de Estados Unidos por narcotráfico, hubieran debido aportar sus testimonios y reconocer en teoría delitos y crímenes para acatar la ley y ser sometidos a sanciones inferiores a lo que podrían esperar con una jurisdicción fuera de una negociación de paz. No obstante, hasta el momento, la falta de claridad sobre el estatus jurídico aplicable a los jefes de las autodefensas es característica de las zonas borrosas inherentes a un proceso masivo de DD&R de combatientes, como lo demuestran otras experiencias internacionales en la materia. 211 Ibid. pp.2-3. 212 No se incluyen aquí los procesos individuales, que responden a dinámicas y procedimientos distintos. 213 Sobre la influencia y desmovilización del bloque Cacique Nutibara en el área de Medellín, ver Mauricio Romero, “La desmovilización de los paramilitares y autodefensas: riesgosa, controvertida y necesaria”, Documento de trabajo del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, 2005 (Mimeo), pp. 8-10. 214 Alto Comisionado para La Paz. www.altocomisionadoparalapaz.gov.co [consulta: marzo de 2007]. Se registraron posteriormente otras dejaciones de armas. 215 En la tercera parte del presente texto, se hará referencia más en detalle a la ley. Para un análisis de la misma en relación con los delicados temas de la verdad, la justicia y la reparación, ver Rodrigo Uprimny (editor), ¿Justicia transicional sin transición? Verdad, justicia y reparación para Colombia, Bogotá, Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad, 2006. Pocas confrontaciones internas han finalizado con la derrota militar y/o la rendición incondicional de uno o varios de los bandos armados; de allí la importancia de entablar negociaciones de paz, como lo enseñan los casos de Centroamérica y Colombia, las cuáles suelen ser tortuosas, incluso cuando los actores armados no disponen de grandes recursos y capacidades de desestabilización. 3 El desarme, la desmovilización y la reinserción (DD&R): entre complementariedad y desencuentros Pocas confrontaciones internas han finalizado con la derrota militar y/o la rendición incondicional de uno o varios de los bandos armados; de allí la importancia de entablar negociaciones de paz, como lo enseñan los casos de Centroamérica y Colombia, las cuáles suelen ser tortuosas, incluso cuando los actores armados no disponen de grandes recursos y capacidades de desestabilización. Para leer con más discernimiento los alcances de las conversaciones de paz con los grupos de autodefensa en Colombia, es necesario detenerse en los procesos de desarme, desmovilización y reinserción (DD&R)216. Experiencias internacionales (Centroamérica, antigua Yugoslavia y Sierra Leona, entre otros países) recuerdan que éstos no resultan fáciles de disociar, puesto que no se inscriben en un continuum rígido. A diferencia de lo que presupone el acrónimo DD&R217, el desarme no constituye siempre el primer paso de los programas. La desmovilización puede antecederlo, ser concomitante o no producirse - y recíprocamente. De otro lado, imprevistos y desajustes pueden surgir entre las dos etapas y la fase de reinserción218. 216 A veces, los analistas privilegian la noción de reintegración, que comprende mecanismos de reinserción, como se verá más adelante. 217 Para una introducción al tema, ver Béatrice Pouligny, “Les anciens combattants d’aujourd’hui: désarmement, démobilisation et réinsertion/The politics and anti-politics of contemporary: disarmament, demobilization and reintegration programs”, Documento del Centro de Estudios e Investigaciones Internacionales (CERI), septiembre de 2004. Texto en versión bilingue disponible en: www.ceri-sciencespo.com. 218 Reto Rufer, “Disarmament, demobilisation and reintegration (DDR): conceptual approaches, specific settings, practical experiences”, Working Paper, Geneva Centre for the Democratic Control of Armed Forces, 2005. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica A- Consideraciones generales sobre los procesos de DD&R A raíz del papel renovado de la Organización de las Naciones Unidas (Onu) en el sistema internacional, las operaciones de DD&R empezaron a recrudecerse219. Así, entre 1992 y 2005, se identificaron 34 procesos de DD&R en más de 30 países220, con una alta concentración de las actividades en el África sub-sahariana, además de los casos centroamericanos, a los cuáles se hará referencia a continuación. Desde ese entonces, la mayoría de los procesos de DD&R ha acompañado la firma de acuerdos políticos, sin ser obligatoriamente constitutivos de éstos, y han sido concluidos bajo los auspicios de los Estados, mediante la participación notoria de organismos multilaterales y sectores de la sociedad civil221, con el propósito de construir las bases de una paz duradera222. En algunas situaciones, como Somalia, la exYugoslavia y Haití, que no corresponden en este aspecto a América Central y Colombia, se han llevado a cabo misiones coercitivas para tratar de restaurar el monopolio legítimo de la fuerza y las condiciones de una seguridad mínima223. 219 Sobre las intervenciones de las Naciones Unidas después de la rivalidad “este-oeste”, ver Mats Berdal & Spyros Economides (editores), United Nations interventionism 1991-2004, Cambridge, Cambridge University Press, 2007. 220 Lena Sundh & Jens Samuelsson Schjørlien (editores), Stockholm initiative on disarmament demobilisation and reintegration - Final report, Skövde, Rolf Tryckeri AB, 2006, p. 9. Pese a la importancia del tema, los expertos no han logrado establecer con unanimidad criterios para delimitar y conducir los mecanismos de DD&R224. Además, su valoración no suele ser neutra, sino el fruto de las percepciones, intereses y expectativas de los observadores, de los antiguos combatientes y de los agentes de cooperación internacional225. Ahora bien, en una visión sociológica, los proyectos de DD&R226 marcan el tránsito individual o colectivo de los combatientes hacia la vía no violenta, que debe representar una alternativa atractiva y viable (los denominados “dividendos de la paz”: reducciones de penas o amnistías, beneficios económicos, inclusión en la vida política, entre otros)227. Por otro lado, los proyectos pueden ser analizados en el marco de políticas públicas, es decir como un paquete de medidas adoptadas por los Estados en simbiosis con actores (inter)nacionales de distinta índole (servicios del Estado, organizaciones no gubernamentales e instancias inter-gubernamentales, entre otros). 224 Béatrice Pouligny, “Les anciens combattants d’aujourd’hui: désarmement, démobilisation et réinsertion/The politics and anti-politics of contemporary: disarmament, demobilization and reintegration programs”, op. cit. p. 34. 225 Macartan Humphreys & Jeremy M. Weinstein, “Disentangling the determinants of successful disarmament, demobilization and reintegration”, op. cit., pp. 3 y 4. 221 Ibid. pp. 16 a 19. 222 Para mayores desarrollos, ver Michael W. Doyle & Nicholas Sambanis, Making war and building peace: United Nations peace operations, Princeton, Princeton University Press, 2006. 223 Macartan Humphreys & Jeremy M. Weinstein, “Disentangling the determinants of successful disarmament, demobilization and reintegration”, Documento de Trabajo, Stanford University - Freeman Spogli Institute for International Studies - Center for Global Development, septiembre de 2005, p. 1. 60 226 Para un enfoque teórico sobre los procesos de DD&R, ver Mats Berdal, “Disarmament and demobilization after civil wars: arms, soldiers and termination of conflict”, Adelphi Papers, No. 303, 1996. 227 Alpaslan Özerdem, “Disarmament, demobilization and reintegration of former combatants in Afghanistan: lessons learned from a cross-cultural perspective”, Third World Quarterly, volumen 23, n°5, octubre de 2002, pp. 961 a 975. 61 Como punto de referencia, el análisis puede partir de las definiciones de las Naciones Unidas en materia de DD&R, las cuáles han sido frecuentemente citadas y comentadas en la literatura sobre la búsqueda de la paz228. Según la Onu, el desarme consiste en recoger las armas tanto pequeñas como pesadas dentro de una zona de conflicto. Generalmente, el desarme físico ocurre en áreas de asamblea fijadas en el curso de las negociaciones de paz, señalando un lugar para reunir a los combatientes en escenarios similares a los campamentos, donde las armas serán confiscadas, almacenadas en un sitio seguro y posteriormente destruidas. En consonancia con lo anterior, la desmovilización contempla el desmantelamiento formal de las estructuras armadas. Idealmente, la desvinculación de los combatientes debe desarrollarse en un lapso de tiempo relativamente reducido. Durante esta fase, se organiza el regreso de los actores de la confrontación a sus hogares o a sitios de salud y capacitación con vista a la reinserción. La reinserción suele articularse en dos etapas: la primera se refiere al período breve consecutivo a la llegada de los antiguos combatientes a sus lugares de residencia originales o a nuevas comunidades de recepción; la segunda, que es más dilatada en el tiempo, pretende asegurar el desarme permanente y una paz sostenible, gracias a la implementación de costosos planes de reintegración, en los cuáles los desmovilizados reciben ayudas de diferente naturaleza. punto de vista técnico, el desarme remite a las decisiones que tratan de centralizar, registrar y almacenar el material bélico y logístico para su eventual destrucción229. El mismo supone la existencia de una abundante información - recolectada a partir de investigaciones, declaraciones de los grupos antagónicos y testimonios de la población - sobre las armas en circulación y/o depositadas en una zona determinada. Cuando los actores en disputa no han sido derrotados militarmente, los gestores de paz multiplican los incentivos para agilizar el desarme de manera voluntaria. Éstos tienen a menudo efectos ambiguos, como se ha evidenciado en países africanos (Somalia, Mozambique y Liberia, entre otros), donde los combatientes han recibido una compensación financiera por la entrega de las armas, sin que haya certeza sobre la eficiencia del procedimiento y una disminución ostensible de los niveles de violencia (devolución de armas deterioradas, rearme paralelo y/u ocultación de material bélico)230. El desarme puede también abarcar programas de desactivación de las minas antipersonal que han sido utilizadas en un número significativo de conflictos internos, a la vez contra las fuerzas adversas y los civiles231, violando unos de los principios cardinales 229 Tobias Pietz, “Gaps and trends in disarmament, demobilization, and reintegration programs of the United Nations”, en Peter Hazdra (editor), Small arms - Big Problem. A Global threat to peace, security and development, Viena, Schriftenreihe der Landesverteidigungsakademie, 2007, p. 56. Siguiendo esta clasificación, las experiencias internacionales demuestran que, desde un 230 Jeffrey Isima, “Cash payments in disarmament, demobilization and reintegration programmes in Africa”, Journal Of Security Sector Management, volumen 3, nº2, septiembre de 2004. Artículo sin paginar disponible en: www.ssronline.org. 228 Ver el documento del ex-Secretario General Kofi Annan, Report of the Secretary-General on the Role of the United Nations Peacekeeping in disarmament, demobilisation and reintegration, Nueva York, United Nations, 2002. 231 La dispersión de las minas, en particular de tipo “anti-personal”, responde a diferentes objetivos en tiempos de confrontación. Por ejemplo, contribuye a restringir el acceso a los cultivos ilícitos y los recursos naturales que son centrales en la economía local de la violencia. Adicionalmente, favorece la protección de corredores de comunicación y la preservación de áreas de refugio y/o abastecimiento. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica del Derecho Internacional Humanitario232, al igual que varias disposiciones recientes del Derecho Internacional Público233. En muchos casos, la desmovilización incluye proyectos de desarme, provocando cierta confusión entre las dos nociones y se fundamenta en procedimientos susceptibles de desmantelar a las estructuras armadas. Los agudos problemas de desconfianza e inseguridad conllevan, en muchas ocasiones, a privilegiar un desmonte simultáneo o, por defecto, poco disperso en el tiempo. Las facciones pueden ser acantonadas en sitios separados, con el propósito de evitar las alianzas y/o los ciclos de venganza entre los antiguos enemigos234. En esencia, la desmovilización pretende romper con las lógicas bélicas e instituir las condiciones de un regreso a la vida civil. 232 Comité Internacional de la Cruz Roja, Protocolos Adicionales a los Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949, Ginebra, CICR, 1977, pp. 37 y 38. De esencia consuetudinaria, el artículo 51 del Protocolo I de 1977 estipula que los actores armados deben operar una distinción entre los combatientes y los civiles, absteniéndose de atentar indiscriminadamente contra éstos. 233 La problemática de las minas antipersonal descansa también en el derecho de los tratados aplicable a los Estados partes. Durante años, prevaleció el Tratado de las Naciones Unidas de 1980 sobre Ciertas Armas Convencionales que, en el Protocolo II, menciona las restricciones y las prohibiciones relativas al empleo de las minas. Por sus deficiencias, el Protocolo sirvió de antecedente a otras negociaciones celebradas en la ciudad de Ottawa. Ambiciosa, la Convención de Ottawa de 1997 plantea la perspectiva de una prohibición total en materia de producción, almacenamiento, compra, transferencia y utilización de las minas, así como su destrucción. En Colombia, la ley 454 de enero de 2000 avaló la Convención que entró en vigencia en marzo de 2001. De acuerdo con sus términos, el Estado debe cumplir con los requisitos y los planes de erradicación de las minas dentro de su jurisdicción, cuyos plazos difieren según las circunstancias. Ver Daniel O’Donnell, Inés Margarita Uprimny & Alejandro Valencia Villa (compiladores), Compilación de instrumentos internacionales. Derecho internacional de los derechos humanos, derecho internacional humanitario y derecho penal internacional, Bogotá, Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos - Defensoría del Pueblo de la República de Colombia, 2001, pp. 454 a 466. 234 Tobias Pietz, “Gaps and trends in disarmament, demobilization, and reintegration programs of the United Nations”, op. cit. p. 56. 62 Precisamente, la reinserción está destinada a facilitar el regreso a la vida no armada de los combatientes. Es interesante anotar que la palabra aparece, con matices semánticos, como sinónimo, complemento o sustituto de reintegración, reincorporación y/o reconversión235. Los especialistas ven, en particular, en la reinserción236 un puente hacia la reintegración237, que ha sido objeto de un sinnúmero de conceptualizaciones en los últimos años238. En distintos países, los grupos violentos rechazan la idea de reinserción, que tiende a estigmatizarlos como si fuesen simples marginados de la sociedad, aunque muchos mantuvieron contactos con sus familiares y las poblaciones locales durante la contienda armada. Una vez más, una mirada internacional revela que la reinserción requiere un balance previo del perfil de los beneficiarios (origen socio-económico, formación escolar y aspiraciones laborales) de los beneficiarios para formular y poner en práctica programas apropiados que constan de ayudas pecuniarias, profesionales y psico-médicas, entre otras dimensiones. Además, la reinserción le exige al conjunto de la sociedad una gran capacidad para acoger a los autores de la violencia como ciudadanos con derechos y obligaciones.En este sentido, ésta contempla a menudo proyectos de reconstrucción del tejido social, así como modificaciones del estatuto jurídico y 235 Ver João Gomes Porto, Chris Alden & Imogen Parsons, From soldiers to citizens. Demilitarization of conflict and society, Aldershot/Burlington, Ashgate Publishing, 2007. 236 Aquí, el término será entendido en un sentido amplio, incluyendo las nociones anteriores. 237 Leontine Specker, “Reintegration phase of DDR processes”, Documento de Trabajo, Netherlands Institute for International Relations ‘Clingendael’, Conflict Research Unit, enero de 2008, p. 3. 238 La reintegración se relaciona con el desarrollo socioeconómico de los países, cuyos efectos se miden a mediano y largo plazo. Ver por ejemplo Nicole Ball & Luc Van der Goor, “Disarmament, demobilization and reintegration: mapping issues, dilemmas and guiding principles”, Documento de Trabajo, Netherlands Institute for International Relations ‘Clingendael’, Conflict Research Unit, agosto de 2006, p.3 63 posibilidades de reconversión de los actores armados en partidos políticos legales, gracias a consultas entre las principales facciones políticas y el poder central y la adopción de reformas constitucionales (Etiopía-Eritrea, Mozambique y Nicaragua, por ejemplo)239. Por las transformaciones “societales” y las necesidades de financiación que exige la reinserción, los Estados apelan tradicionalmente a la experticia y los servicios de organismos multilaterales, entre las cuáles figuran la Unión Europea (UE), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM)240. Ante todo, a partir de América Central que ratorio en materia de 1990, los miembros las operaciones en sirvieron de laboDD&R en los años de la comunidad internacional han acudido cada vez más al sistema de las Naciones Unidas, mientras se han ido redefiniendo las funciones de las operaciones de mantenimiento de la paz241, con la participación de entidades como la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Programa Mundial de Alimentos (PAM) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). La implicación de las Naciones Unidas en los procesos de DD&R ha fluctuado de acuerdo con el grado de institucionalidad, la estabilidad y las facultades del país receptor para administrar los programas. Por ejemplo, la falta de capacitación y de personal, al igual que la lentitud burocrática y el desvío de fondos han obstruido constantemente sus acciones242. B – Los riesgos de los procesos de DD&R sobre la seguridad Volviendo a la situación centroamericana, en El Salvador, a petición de la Onu, las partes en conflicto aceptaron la propuesta de instaurar una “Comisión de la Verdad” en abril de 1991, para esclarecer los hechos violentos, tomando el año 1980 como punto de partida. Desde entonces, se han desatado críticas para subrayar el carácter cerrado, casi discrecional, de la comisión que fue impulsada por agentes externos con una escasa inclusión de la sociedad civil, a diferencia 239 Krishna Kumar (editor), Postconflict elections. Democratization and international assistance, op. cit. 240 Desde los años 1980, la institución ha adquirido relevancia como fuente de financiación en los procesos de DD&R en el África de los grandes lagos, Asia del sur, la ex-Yugoslavia, entre otros. Ver “Multi-Country Demobilisation and Reintergation Program” (Mdrp): www.mdrp.org. de lo ocurrido en Guatemala algunos años más tarde243. También, se creó una “Comisión Ad Hoc”, encargada de investigar específicamente los crímenes imputables a la jerarquía militar. El informe recomendó la revocación de oficiales, la cual se volvió poco a poco efectiva bajo la presión internacional. 241 Sobre la redefinición del mantenimiento de la paz que interfiere hoy con operaciones de reconstrucción de las sociedades, ver Ho-Won Jeong (editor), Approaches to peacebuilding, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2002 y Lise Morjé Howard, UN peacekeeping in civil wars, Cambridge, Cambridge University Press, 2007. 242 Habría también que tener en cuenta los problemas inherentes a la Organización. Ibid. 243 Thomas Buergenthal, “The United Nations Truth Commission for El Salvador”, Vanderbilt Journal of Transnational Law, volumen 27, n°3, octubre de 1994, pp. 497 a 544. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica En un clima de discrepancias y sospechas, el poder político salvadoreño promulgó una controvertida “Ley de Reconciliación Nacional” en enero de 1992 que abrió el camino a una amnistía para la mayoría de los protagonistas de la contienda244. Estas medidas contribuyeron a promover la transición hacia la democracia y la paz, a la cual se agregó una difícil reforma de la justicia245 (“justicia transicional”246), y acompañaron los proyectos de DD&R. Los acuerdos de paz sellados en enero de 1992 conllevaron a un “Plan de Reconstrucción Nacional” con la desmovilización de alrededor de 10.000 integrantes de la guerrilla en el transcurso del año. Al mismo tiempo, fueron disueltas unidades de las fuerzas regulares (la Policía y la Guardia Nacional fueron las más concernidas) para un total de más de 30.000 efectivos247. La ambición fue luchar contra la privatización de la violencia y, por otro lado, desmilitarizar la seguridad pública e inculcar a la policía un espíritu democrático. Mediante la labor de supervisión de las Naciones Unidas y el control de los funcionaros estatales y los representantes de la sociedad civil, tanto las tropas oficiales como los guerrilleros fueron reunidos por separado en zonas de acantonamiento a lo 244 Sobre las limitaciones y el control constitucional de la ley, ver Margarita S. Studemeister (editora), “El Salvador: implementation of the peace accords”, Peaceworks, nº38, enero de 2001. 245 Margaret Popkin, Peace without justice: obstacles to building the rule of law in El Salvador, University Park, Pennsylvania State University Press, 2000. 246 La cual permite a priori sobrepasar una situación de autoritarismo y/o violencia, donde prevalecieron las violaciones a los Derechos Humanos con importantes disfunciones y deficiencias en la administración de la justicia. Sobre esta discutida noción, ver Jon Elster, Closing the books: transitional justice in historical perspective, Cambridge, Cambridge University Press, 2004. 247 Edward J. Laurance & William H. Godnick, “Weapons collection in Central America: El Salvador and Guatemala”, Documento de Trabajo, Program on Security and Development (Sand), enero de 2000, pp. 5 y 6. Disponible en la página electrónica: sand.miis.edu. 64 largo del territorio para que hicieran entrega de sus armas y se desmovilizaran. Entre las limitaciones del proceso de DD&R, se destacará que las formaciones paramilitares, que actuaron con cierta opacidad al estilo de los escuadrones de la muerte durante la confrontación, no fueron partícipes de las negociaciones. Sin ser totalmente desmembrados en los años 1990, éstas ejercieron una amenaza contra la seguridad de los ex-combatientes y sus familiares. En los meses ulteriores al cierre de las iniciativas de paz, se registraron amenazas y exacciones contra las víctimas deseosas de aclarar el pasado y hacer prevalecer la justicia248.También se encontraron armas. Adicionalmente, los artefactos decomisados no fueron sometidos a una destrucción sistemática, alimentando la tesis de su posible reutilización en contextos de violencia más difusos. En efecto, después de los acuerdos de paz y hasta la actualidad, el país ha sido azotado por agudas manifestaciones de criminalidad (homicidios, asaltos, robos, entre otros) originados por pandillas, como las “maras”249, que han tenido un profundo impacto sobre la percepción de inseguridad. El fenómeno de las maras, que no se limita a El Salvador, se ha convertido en un problema de seguridad colectiva en un escenario de post-conflicto. Así, se calcula que el número total de mareros en el triángulo norte de Centroamérica, es decir entre El Salvador, Honduras y Guatemala, 248 Ibid. 249 El diminutivo “maras” hace alusión a las hormigas marabuntas que se caracterizan por eliminar con ferocidad lo que encuentran para sobrevivir y adecuar su hábitat. Sobre la naturaleza y las conexiones regionales de estas bandas armadas, ver José Manuel Valenzuela Arce, Alfredo Nateras Domínguez & Rossana Reguillo Cruz (coordinadores), Las maras. Identidades juveniles al límite, México D.F, Universidad Autónoma Metropolitana - El Colegio de la Frontera Norte - Casa Juan Pablos, 2007. 65 podría superar 60.000 integrantes250. En lo cotidiano, estas bandas urbanas se han dedicado a imponer, por medio de la violencia, un control socio-espacial en los barrios y administrar negocios y tráficos, bien sean legales o ilícitos. Sería erróneo afirmar que las pandillas (aproximadamente 10.000 integrantes) se han constituido únicamente por la falta de perspectivas de reinserción de los ex-combatientes, puesto que sus estructuras criminales, como la famosa “Mara Salvatrucha” (MS) con ramificaciones en distintos países (Estados Unidos, México y Guatemala, además de El Salvador), existían durante los últimos años de la guerra. Ahora, es innegable que el período postacuerdos de paz ha favorecido el retorno, frecuentemente por motivos de deportación, de centenares de jóvenes salvadoreños que habían migrado a los Estados Unidos, principalmente en la década de 1980. Muchos de ellos se han incorporado a las filas de las maras, reproduciendo y adaptando patrones culturales de los gangs norteamericanos. También han entrado en contacto con múltiples pandillas, a veces conformadas por desmovilizados, las cuales tienen un carácter eminentemente socio-económico251. La degradación del orden público se ve reflejada, por ejemplo, en los homicidios que fueron, pocos meses después de los acuerdos, entre las más altas del mundo con una cifra aproximada superior a 145 por 100.000 habitantes entre 1994 y 1996, 250 Para una evaluación de todos los pandilleros operando en Centroamérica, ver las cifras del informe Estudios y evaluación sobre las pandillas y/o maras en la región centroamericana, OIPC, INTERPOL, Oficina Subregional de San Salvador para América Central, junio de 2005: http://www.cicad.oas.org/ Crimen_Organizado/ESP/Reuniones/Tapachula2005/ Presentaciones. Habría que contabilizar también a las pandillas en México - unos 5.000 miembros para las solas maras. 251 Dennis Rodgers, “Slum wars of the 21st Century: the new geography of conflict in Central America”, op. cit. mientras que el promedio fue de 60 por 100.000 personas en los años 1980, que correspondieron al período de intensificación de la confrontación armada252. Por extensión, voces se han elevado en El Salvador para denunciar las dificultades de los desmovilizados para encontrar oportunidades de trabajo en un contexto de desigualdades económicas perjudiciales a los proyectos de reinserción253. En Guatemala, los procesos de DD&R fueron enmarcados en los acuerdos de paz (doce puntos), que culminaron en diciembre de 1996, los cuáles procuraron establecer las bases de un nuevo andamiaje socio-político en un ambiente de democratización, además de la planificación de reformas económicas. Aunque éstos han tenido el mérito de esbozar un pacto para el futuro del país, sus alcances han sido parciales y deficientes, según diversos expertos254. Así, los programas de redistribución de las tierras se han estancado255 y el “Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas” ha sufrido enormes rezagos256. 252 Ver José Miguel Cruz (coordinador), “La violencia en El Salvador en los años noventa. Magnitud, costos y factores posibilitadores”, Documento de Trabajo R-338, Red de Centro de Investigaciones, Instituto Universitario de Opinión Pública, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, octubre de 1998, pp. 5 y 11, quien retoma fuentes de información legales. 253 Kevin Murray, et. al., Rescuing reconstruction: the debate on post-war economic recovery in El Salvador, Cambridge, Hemisphere Initiative, 1994. 254 Para un balance, ver Rachel Sieder (editora), Guatemala after the peace accords, Londres, University of London/Institute of Latin American Studies, 1999, y Luis Pásara, “The Guatemalan peace process: the accords and their accomplishments”, Kroc Institute Occasional Paper, nº21, diciembre de 2001. 255 Sobre la problemática del reparto de la tierra, ver Guillermo Paz Cárcamo, Guatemala: reforma agraria, Guatemala Ciudad, Flacso, 1997, y Gustavo Palma Murga, Arturo Taracena Arriola & José Aylwin Oyarzun, Procesos agrarios desde el siglo XVI a los acuerdos de paz, Guatemala Ciudad, Flacso-MinuguaContierra, 2002. 256 Carlos Mendoza, Guatemala, “Más allá de los acuerdos de paz. La democracia en un país multicultural”, Working Paper Series, n°250, Latin American Program, Woodrow Wilson International Center for Scholars, 2001. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica Por otra parte, el resarcimiento a las víctimas de la represión ha sido lento, por no decir incipiente, en la mayoría de los casos. Los defensores de derechos humanos y organizaciones sociales han sido atropellados por las acciones de las fuerzas regulares, cuyas atribuciones hoy sobrepasan las prerrogativas que fueron delimitadas en la época de los acuerdos257. En su conjunto, los acuerdos estipulaban las condiciones de DD&R para tres grandes categorías de actores armados: las guerrillas, las fuerzas estatales y las “Patrullas de Autodefensa Civil” (Pac), entre las cuáles varias columnas habían sido desmembradas antes de la finalización de dichos acuerdos. Entre otros aspectos, se establecía que las guerrillas debían ser desarmadas y desmovilizadas antes de cumplirse los sesenta días de la firma del pacto final de la paz. Asimismo, el ejército tuvo que ser reducido en un 33% en 1997 para llegar a tener el tamaño adecuado para intervenir en una sociedad más democrática y garantizar la integridad y la soberanía del país, causando una crisis de identidad de la institución. En relación con las Pac, los términos de los acuerdos eran evasivos. Se preveía que los patrulleros, que no habían abandonado las armas, tenían treinta días para desmovilizarse. En teoría, fue prohibida la reanudación de los vínculos con los contingentes del Estado. La documentación relativa a los mecanismos de DD&R demuestran que la disolución de las Pac fue una decisión apresurada y llevada a cabo con celeridad como decisión propia antes del cierre de las negociaciones. Una vez éstas concluidas, los 90.000 patrulleros258, a priori desactivados, quedaron excluidos de los beneficios de la paz. De tal manera que, a principios de los años 2000, los mismos empezaron a reivindicar compensaciones por los esfuerzos consentidos en tiempos de conflicto. Tuvieron entonces el respaldo de algunos sectores de la sociedad civil, en especial en municipios del centro-norte del país, donde la violencia había sido aguda259, aunque se enfrentaron a innumerables críticas y resistencias. Las patrullas, todavía activas como redes de poder local, son un foco de conflictividad latente. Sus integrantes pretenden hoy brindar seguridad a las aldeas y adjudicarse prerrogativas en el ámbito de la justicia comunitaria en un país donde los linchamientos no son escasos en las áreas rurales. En estas circunstancias, no es de extrañar que lazos con las unidades castrenses se mantengan aún. Además, en algunas localidades, se ha comprobado que miembros de la delincuencia común han ingresado a estas organizaciones260. Frente al Estado que tarda en reconocerles un papel en el conflicto, a través de un paquete de indemnizaciones, las ex-Pac han formulado diversas protestas. Dentro de sus repertorios de acción, figuran solicitudes escritas dirigidas a las autoridades, citas y audiencias públicas, ocupaciones y destrucciones de instalaciones oficiales, manifestaciones callejeras, bloqueos de carreteras y retenciones de personas, entre otros aspectos. Por consiguiente, los distintos gobiernos y la clase política han sido solicitados, sobre todo en los comicios electorales de 2003, 258 Para retomar las estimaciones de varias fuentes de información. 257 Para un panorama del papel de las fuerzas militares en el país a lo largo del siglo XX, ver Jennifer G. Schirmer, The Guatemalan military project: a violence called democracy, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1998. 66 259 Ricardo Sáenz de Tejada, ¿Víctimas o vencedores? Una aproximación al movimiento de los ex - Pac, Guatemala Ciudad, FLACSO, 1994, pp. 73 a 77. 260 David Keen, “Demobilizing Guatemala”, Working Paper, nº37, Series 1, Crisis States Research Centre, London School of Economics, noviembre de 2003. 67 para dialogar y hacer efectivas las promesas evocadas a lo largo y después de las conversaciones de paz de la década de 1990261. En un entorno marcado por las tensiones, tanto la población como los empleados de las organizaciones no gubernamentales y las entidades estatales, como la Procuraduría de los Derechos Humanos, han sido los blancos de campañas de intimidaciones y amenazas adelantadas por las antiguas Pac. Claramente, los patrulleros representan un movimiento que sintetiza la compleja naturaleza de víctima y verdugo de la lucha armada, cuya permanencia tiene una capacidad de desestabilización en Guatemala. Sus peticiones y hechos violentos han tenido eco en la criminalidad que ha azotado a la sociedad tras la firma de los acuerdos de paz262. Al igual que El Salvador, la sociedad guatemalteca ha sido crecientemente sometida a la violencia de las pandillas urbanas (alrededor de 14.000 integrantes) como las maras, en especial las de la “Salvatrucha”263. Teniendo en cuenta este contexto, de acuerdo con las cifras oficiales, entre los años 2000 y 2006, se contabilizaron alrededor de 23.000 muertes violentas con una tasa de 45 homicidios por 100.000 habitantes. En la mayoría de los casos, fueron el resultado de las pugnas y los ajustes de cuentas entre agentes del crimen organizado y las pandillas juveniles, corroborando la idea de una proliferación de estructuras armadas articuladas entre lo local y lo internacional264. Para concluir, en Nicaragua, sin desconocer la importancia de las fuerzas estatales, los procesos de DD&R de la “Contra” o la “Resistencia Nacional” (RN), han tenido numerosas consecuencias sobre la seguridad de los municipios rurales del centro y norte del país265. Los llamados “polos de desarrollo”, previamente localizados por el gobierno nacional en concertación con los combatientes en zonas de una extensión de 8.000 km2 (situados, en su mayoría, en la parte central del país), se concibieron como una solución a las demandas de tierras, trabajo y reasentamiento, indispensables para una reinserción viable. Según los acuerdos, los polos debían contar con las siguientes características básicas: servicios de agua potable; luz eléctrica; infraestructura vial; escuelas; áreas de vivienda para los pobladores; y parcelas de propiedad privada destinadas a los cultivos y a la ganadería de subsistencia. A partir de la década de 1990, 22.000 desmovilizados anti-sandinistas con 58.000 familiares se concentraron en las zonas adecuadas, bajo la supervisión de representantes de la sociedad civil, delegados del Estado y actores internacionales como la Onu y la OEA, lo cual sobrepasó las expectativas de los gestores de paz. En 1990, fruto de las deficiencias de atención y las dificultades de los antiguos alzados en armas para aclimatarse a una vida no violenta, 200 ex-Contras atacaron y tomaron posesión de un poblado norteño del territorio, dando paso a la creación de lo que se ha denominado la “Recontra” y una oleada de violencias post-acuerdos266. 261 Ibid. 262 Programa de Seguridad Ciudadana y Prevención de la Violencia del PNUD Guatemala, Informe estadístico de la violencia en Guatemala, Guatemala Ciudad, 2007. 263 Manolo Vela, Alexander Sequén-Mónchez & Hugo Antonio Solares, El lado oscuro de la eterna primavera: violencia, criminalidad y delincuencia de la postguerra, Guatemala Ciudad, FLACSO, 2001. 265 Elvira Cuadra Lira, “Bandas rurales en Nicaragua: ¿colombianización o pacificación inconclusa?”, Ponencia presentada en el Segundo Congreso de Investigadores, Universidad Centroamericana (UCA), Managua, octubre de 2000. 264 Mauricio Rubio, De la pandilla a la mara. Pobreza, educación y violencia juvenil, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2007. 266 Gilles Bataillon, “Contras et recontras nicaraguayens (1982-1993): réflexions sur l’action armée et la constitution d’acteurs politico-militaires”, art. cit. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica A mediados de 1991, las protestas y las acciones armadas se sucedieron. Los cuadros intermedios de los ex-anti-sandinistas se juntaron a los combatientes de rango contra el poder central para exigir más garantías de protección y reinserción. Así, se conformaron el “Frente Democrático de Salvación Nacional” (FDSN) y el “Frente Norte 3-80” (FN3-80) que evolucionaron hacia la criminalidad con confusas reivindicaciones políticas y sociales267. El protagonismo de los antiguos miembros de la “Contra”, a los cuáles se asociaron bandas de delincuentes, estimuló la recomposición de algunos de sus enemigos en grupos de “Recompas” como el “Movimiento de Autodefensa Nacional (MADN)”, el “Frente Obrero y Campesino” (Froc) y el “Frente Unido Andrés Castro” (Fuac). Se estima que el conjunto de los alzados en armas pudo ser de 15.000, tras los acuerdos de paz, excluyendo a las pandillas en los centros urbanos. A lo largo de los años 1990, se multiplicaron los enfrentamientos inter-faccionales y las prácticas de depredación contra la población, que llevaron a una militarización de varias localidades antes de que el Estado logrará, con el respaldo de organismos como la OEA, hacer aceptar nuevos procesos de DD&R en 1997. Paralelamente, muchos jóvenes que habían sido partícipes del conflicto armado (no únicamente los anti-sandinistas) no regresaron a sus estructuras armadas originales. Pasaron más bien a las pandillas urbanas (entre 4.500 y 5.000 integrantes) y a las redes de traficantes ilegales que afectan al país en la actualidad, aunque en menor proporción que en El Salvador y Guatemala. Entre las motivaciones citadas, los recién reclutados, que no persiguen grandes ideologías, suelen destacarse no sólo por la avidez de dinero, sino también por su pretensión de re-evaluar su estatus social (prestigio), particularmente elevado en los años previos, puesto que fueron combatientes que defendían la soberanía nacional (fuerzas sandinistas) o “luchadores por la libertad” (“Contra”). También han buscado re-establecer lazos de camaradería y solidaridad que habían sido vivaces en tiempos de conflicto269. Las interacciones entre las bandas armadas han suscitado comentarios, a veces sensacionalistas, acerca de la violencia post-conflicto en los tres países mencionados. Se ha evocado, por ejemplo, una “colombianización” de Nicaragua270, sin considerar los esfuerzos consentidos a favor de la paz desde los años 1980 en Colombia, como si el istmo centroamericano conociese los mismos problemas de narcotráfico y violencia. De manera paradójica, elementos de la “Recontra” y los “Recompas” se unieron puntualmente para expresar demandas y tener visibilidad en la escena pública, en particular en las principales ciudades alejadas de las preocupaciones del mundo rural, constituyendo efímeras agrupaciones designadas “Revueltos”268. 269 Dennis Rodgers, “We live in a state of siege: violence, crime and gangs in post-conflict urban Nicaragua”, Destin Working Paper, Development Studies Institute, London School of Economics, nº36, 2002. 267 Ibid. 268 Ibid. 68 270 Elvira Cuadra Lira, “Bandas rurales en Nicaragua: ¿colombianización o pacificación inconclusa?”, op. cit. 69 C- Institucionalización y reglamentación de las actividades de DD&R en Colombia De hecho, ni la violencia ni los procesos de DD&R en Colombia han sido plenamente concordantes con otras experiencias internacionales. Las diferentes negociaciones de paz no se han llevado a cabo tras la derrota militar de uno o varios de los grupos al margen de la ley y han sido consustanciales al desarrollo de la confrontación armada hasta la fecha. Las negociaciones no han sido acompañadas de un cese al fuego duradero respetado por el conjunto de los grupos violentos y el entorno tampoco se ha caracterizado por una transición de un régimen autoritario hacia la democracia, como ocurrió en otros contextos. De otro lado, aunque la implementación de la Política de Seguridad Democrática ha tenido incidencias sobre la fisonomía de la violencia y el cotidiano de la población271, no se ha asistido a profundas transformaciones de la sociedad en el área de la justicia ni en el ámbito económico, como sucedió en América Central. En Colombia, las discusiones de paz con los grupos de autodefensa se realizaron en medio de la lucha armada con efectos tangibles hasta la actualidad. Es importante recordar que la política de DD&R de la administración de Álvaro Uribe Vélez no se inscribe en un vacío histórico e institucional, sino en la prolongación - con fluctuaciones y novedades - de las presidencias anteriores. A excepción de las desmovilizaciones, cobijadas por amnistías e indultos, al finalizar la 271 Ver Impacto de la Política de Seguridad Democrática sobre la confrontación armada, el narcotráfico y los derechos humanos, Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH, Vicepresidencia de la República, agosto de 2008. Violencia de los años 1940 y 1950272, no fue hasta la adopción de la Constitución en 1991 que Colombia conoció notorios procesos en la materia, sin menospreciar los esfuerzos y los logros de la década de 1980273. En efecto, la Ley 35 de 1985274 permitió prever amnistías para los crímenes políticos y conexos, en un contexto en el cual el presidente Belisario Betancur Cuartas, auspiciador del “Plan Nacional de Rehabilitación” (PNR), se empeñó en facilitar la reincorporación de los insurgentes, a través de la educación, el acceso al micro-crédito y la adjudicación de parcelas de tierra. Los modelos de DD&R de las décadas de 1980 y 1990, es decir los que antecedieron las discusiones con las organizaciones de autodefensa, constituyeron instrumentos útiles para abrir un camino hacia la paz. A medida que han avanzado las discusiones con las organizaciones ilegales, se han ido ampliando las infraestructuras destinadas a atender a los desmovilizados. Del mismo modo, desde hace más de 20 años, se han ido redefiniendo las atribuciones entre las entidades estatales, que han aprendido a gestionar los desafíos de la paz, poco a poco centralizados por la rama ejecutiva 272 Ver los ensayos reunidos en Medófilo Medina & Efraín Sánchez (editores), Tiempos de paz. Acuerdos en Colombia, 1902-1994, Bogotá, Alcaldía Mayor de Bogotá-Instituto Distrital de Cultura y Turismo, 2003. 273 Se evidenciaron desmovilizaciones, ante todo individuales y dispersas, entre los años 1970 y 1980. Ahora bien, el presidente Belisario Betancur consiguió la aprobación de la ley 35 de amnistía a los rebeldes, mientras se desarrollaban los diálogos de paz con las principales guerrillas. Los acercamientos con la insurgencia conllevaron a la dejación de las armas de unos 700 combatientes, entre los cuales muchos nunca se desmovilizaron por el recrudecimiento de las hostilidades y la falta de oportunidades de reinserción profesional. 274 Ley 35 de 1982 publicada en el Diario Oficial nº36.133 bis del 20 de noviembre de 1982. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica (servicios y dependencias de la Presidencia de la República). Entre otros aspectos, se creó en 1990 el Consejo Nacional de Normalización275 (CNN), vinculado al Departamento Administrativo de la Presidencia de la República (Dapr), para coordinar y asegurar el seguimiento de las etapas de DD&R. En las localidades, el CNN se materializo a través de los Consejos Regionales de Normalización que sirvieron, a su vez, de elementos de coordinación para poner en práctica la política de reinserción en los departamentos del país276. Adicionalmente, se abrió un “Fondo Nacional para la Paz”, cuyo objeto fue fomentar la inversión social y económica en las zonas en disputa, donde la presencia de los insurgentes era significativa. Después de su reconversión legal en fuerzas políticas o actores sociales, los guerrilleros fueron asociados a los Consejos Municipales de Rehabilitación, que contribuyeron a diversos micro-planes de reinserción en los municipios. En 1991, se estableció la “Oficina Nacional de Reinserción” en el marco del PNR277, que fue trasladada a la Dirección del Programa Presidencial para la Reinserción (DPPR), por motivos de eficiencia y las rivalidades interadministrativas, antes de ser nuevamente integrada al PNR, suscitando cierta confusión y discontinuidad en la elaboración, permanencia y calidad de los proyectos. Además, se conformó el Comité de Consulta y Concertación, integrado por un delegado de la Oficina Nacional para la Reinserción y un representante de cada uno de los grupos 275 Ver el decreto 314 de 1990 publicado en el Diario Oficial nº39.169 del 01 de febrero de 1990. 276 Gabriel P. Turriago Piñeros & José María M. Bustamante Mora, Estudio de los procesos de reinserción en Colombia, 1991-1998, Bogotá, AlfaomegaIdeas para la Paz, 2003. 277 Con el Decreto 2884 de 1991 publicado en el Diario Oficial nº40.245 del 26 de diciembre de 1991. 70 guerrilleros que dejaron las armas: el M-19, el EPL, el PRT, el Movimiento Quintín Lame y la CRS, organismo en el cual todas las decisiones eran tomadas de manera concertada. El Comité asumió la mayoría de las competencias del CNN y tuvo representación a nivel departamental. Por otra parte, tras innumerables vicisitudes, las funciones del PNR se trasladaron posteriormente a la Secretaría Especial para la Reinserción, adscrita a la Red de Solidaridad Social (RSS)278. Desde un punto de vista orgánico, aparece retrospectivamente que, entre las décadas de 1980 y 1990, muchas instancias de reinserción no lograron sobrevivir a la extensión de los períodos presidenciales. Ante la diversidad de las formas institucionales, la improvisación, los errores de previsión y la pérdida de aprendizaje fueron recurrentes. Así, en un hecho todavía mal conocido por la opinión pública, se produjo la desmovilización unilateral de alrededor de 200 miembros de los grupos de autodefensa, procedentes esencialmente del Magdalena Medio, sin que el gobierno de César Gaviria Trujillo les propusiera una interlocución directa y un reconocimiento oficial, aunque los alzados en armas se hubiesen entregado ante un delegado de la Consejería Presidencial para la Defensa y la Seguridad Nacional279. Ahora, cabe precisar que, en la época, las guerrillas eran las principales receptoras de los programas colectivos de DD&R. Uno de los objetivos de la desmovilización radicó, por parte del Gobierno nacional, en el anhelo de desarmar y desarticular a las estructuras violentas para que pudieran pasar, no sin resistencias y atropellos, de la clandestinidad a la arena política. En esencia, 278 Para un a presentación de la entidad que fue creada por ley en 1997, ver la página institucional: www.redsocial.org. 279 Entre los escasos análisis sobre este episodio, ver Corporación Observatorio para la Paz, Las Verdaderas Intenciones de los Paramilitares, Intermedio Editores, Bogotá, 2002. 71 la idea fue generar las condiciones para su incorporación a un proceso democrático280. Sobresalieron, en este sentido, los diálogos de paz con el Movimiento 19 de Abril (M.19), cuyo campamento en Santa Domingo, corregimiento de Tacueyo, municipio de Toribio, en el departamento de Cauca, sirvió de sitio para adelantar reuniones políticas y propiciar espacios previos a la desarticulación de unos 900 combatientes, que avalada en 1989 por una votación dentro de la organización armada281. En el marco del impulso a la desmovilización de los grupos guerrilleros que el Gobierno propició en esos años, se concretó la Ley 77 de 1989282, que facultó al poder ejecutivo para conceder indultos por delitos políticos. Además, se expidió un decreto en 1990283, con el propósito de regular la ley anterior y conferir un sustento legal a las negociaciones284. Pese a problemas derivados del estatuto jurídico de algunos guerrilleros, los acuerdos de paz y los ciclos de desarme y desmovilización se dieron en forma escalonada en 1991, con el respaldo del CNN, para un total de casi 2.500 desarmados que se añadieron a los frentes del M.19. De manera simbólica, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) arrojó las armas al mar Caribe, el Ejército 280 Gabriel P. Turriago Piñeros & José María M. Bustamante Mora, Estudio de los procesos de reinserción en Colombia, 1991-1998, op. cit. pp. 10 y 11. 281 Darío Villamizar, Aquel 19 será: una historia del M. 19, de sus hombres y de sus gestas. Un relato entre la guerra, la negociación y la paz, op. cit. 282 Ley 77 de 1989 publicada en el Diario Oficial nº39.152 del 22 de enero de 1990. Fue precedida por la ley 49 de 1985 publicada en el Diario Oficial nº37.000 del 05 de junio de 1985. 283 Decreto 206 de 1990 publicado en el Diario Oficial nº39.152 del 22 de enero de 1990. 284 Gabriel P. Turriago Piñeros & José María M. Bustamante Mora, Estudio de los procesos de reinserción en Colombia, 1991-1998, op. cit. p. 18. Popular de Liberación (EPL) hizo dejación de sus artefactos a la los delegados de la Constituyente285 y el Movimiento Armado Quintín Lame (MAQL) procedió a lo mismo ante las comunidades indígenas que afirmaba representar286. Por otra parte, algunos integrantes de estructuras más atomizadas, como la Corriente de Renovación Socialista (CRS), procedieron también a la dejación de sus armas. A semejanza del M.19, tres agrupaciones tuvieron la oportunidad de contribuir a los debates sobre la Constituyente y la reconfiguración del escenario político del país en vía de liberalización. En efecto, diversas facciones - pertenecientes al M.19, EPL y PRT, junto con otras corrientes de izquierda - se unieron para crear la Alianza Democrática M.19 (AD-M.19). Simultáneamente, el MAQL favoreció la creación de la Alianza Social Indígena (ASI)287. No obstante, la reconversión de las guerrillas en fuerzas políticas debe ser matizada por su capacidad para captar al electorado, teniendo en cuenta la efectividad del pluralismo en la sociedad, que ha sido tradicionalmente dominada por el bipartidismo, hoy en retroceso, entre las élites conservadoras y liberales288. 285 Álvaro Villarraga & Nelson Plazas, Para reconstruir los sueños: una historia del EPL, Fondo Editorial para la Paz-Fundación Cultura Democrática, 1994 y Maria Victoria Uribe, Ni canto de gloria ni canto fúnebre. El regreso del EPL a la vida civil, op. cit. 286 Ver los artículos compilados en León Valencia, et. al., El regreso de los rebeldes. De la furia de las armas a los pactos, la critica y la esperanza, Bogotá, Fundación Nuevo Arco Iris, 2005. 287 Ricardo Peñaranda, “De rebeldes a ciudadanos: el caso del Movimiento Armado Quintín Lame” en Ricardo Peñaranda & Javier Guerrero (compiladores), De las armas a la política, Bogotá, Tercer Mundo Editores-IEPRI, 1999, pp. 75 a 131. 288 Francisco Gutiérrez Sanín, ¿Lo que el viento se llevó? Los partidos y la democracia en Colombia, 19582002, op. cit. Para los resultados electorales del M. 19 y el contexto político de la Constituyente, ver Rafael Pardo Rueda, De primera mano: Colombia 1986- 1994, entre conflictos y esperanzas, Bogotá, Editorial CEREC, 1996. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica La situación colombiana contrasta al respecto con Centroamérica en el período post-conflicto, donde la democratización ha sido más atada a la búsqueda de la paz con una mayor implicación y representación de las difuntas fuerzas guerrilleras en la vida pública legal289. La adopción de la Carta Magna en 1991, que fue estrechamente relacionada con las negociaciones de paz, recibió críticas por no haber considerado la posibilidad de someter a las fuerzas del Estado a reestructuraciones y sanciones penales por crímenes contra los civiles, en discrepancia con lo que ocurrió - aunque de manera modesta en El Salvador en la misma época, por ejemplo. También se elevaron voces discordantes para comentar la posibilidad de hacer aplicar amnistías e indultos290 para las personas acusadas de infracciones al Derecho Internacional Humanitario y crímenes contra la humanidad291. Además, la desmovilización y la transformación de las guerrillas en partidos políticos fueron, en las intenciones, privilegiadas en desmedro de la reinserción. El Estado y la sociedad se mostraron tímidos a la hora de generar alternativas socio-económicas para los desmovilizados (debilidad de los planes de acompañamiento en materia de educación, formación inadecuada con el perfil de los beneficiarios, falta de garantías para los préstamos bancarios, entre otros), lo cual cuestionó la sostenibilidad de los procesos a mediano y largo plazo292. 289 Tema abordado por Carlo Nasi, Cuando callan los fusiles. Impacto de la paz negociada en Colombia y Centroamérica, op. cit. 290 Aplicables a los casos individuales según el artículo 201 de la misma. 291 Estas restricciones han tenido profundas consecuencias sobre la legislación que cobija hoy los procesos de DD&R, como se verá a continuación. 292 Para más detalles, ver Carlos Franco, “Apuntes a la reinserción económica” en De las armas a la democracia. Evaluación de los programas de reinserción de los desmovilizados desde la administración Betancur hasta el presente. Perspectivas del actual proceso de paz, República de Colombia, Ministerio del Interior-Instituto Luis Carlos Galán para el Desarrollo de la Democracia, Bogotá, 2002. 72 Para superar estas deficiencias, a semejanza de lo que se ha evidenciado en los períodos post-acuerdos de paz a nivel internacional, se formaron entonces asambleas y comités de desmovilizados. Éstos trataron de actuar de concierto con organizaciones no gubernamentales de larga trayectoria en el ámbito social para favorecer la captación de recursos y la defensa de los intereses de los antiguos combatientes. Si bien se entablaron negociaciones de paz, a instancias de la Constituyente, con las “Fuerzas Armadas Revolucionaras de Colombia” (Farc) y el “Ejército de Liberación Nacional” (ELN), no se alcanzó un acuerdo de paz con las dos organizaciones insurgentes más poderosas militarmente. Por el contrario, las hostilidades se intensificaron en el transcurso de los años 1990293, como consecuencia de tres principales factores: la intransigencia manifestada, durante las negociaciones, por los guerrilleros animados por ambiciones de poder, impregnados por un imaginario de lucha armada y decididos a preservar los recursos acumulados en los municipios del país; la declaratoria de “guerra integral” declarada por el gobierno contra los grupos armados ilegales, incluyendo a los carteles de la droga de la época; y las operaciones militares conducidas contra el Secretariado de las Farc. Para no interrumpir las lógicas de paz, el Congreso de la República consagró instrumentos para la convivencia y la eficiencia de la justicia. Se codificaron, en especial, las causas de extinción de la acción penal y la pena en caso de delitos políticos y conexos, con beneficios jurídicos para los desmovilizados, por medio de la Ley 104 de 1993294. 293 Camilo Echandía Castilla, Dos décadas de escalamiento del conflicto armado en Colombia, 1986-2006, op. cit. 294 Ley 104 de 1993 publicada en el Diario Oficial n°41.158 del 30 de diciembre de 1993. 73 Por otra parte, en virtud del Decreto 1385 de 1994295, se incorporó un mecanismo legal para estimular permanentemente la deserción de las filas de las autodefensas y las guerrillas y posibilitar el otorgamiento de indultos individuales, así como el disfrute de los beneficios materiales contemplados en los proyectos de reinserción. A raíz de la expedición del decreto, se formalizó la red del Comité Operativo para la Dejación de las Armas (Coda), que surgió, luego de las desmovilizaciones colectivas de la mayoría de las guerrillas mencionadas. Originalmente, el Coda otorgaba beneficios a la solicitud expresa de los desmovilizados, después de una investigación, según criterios apreciados con base en las entrevistas296, sin responder estricta y sistemáticamente a las directivas del poder ejecutivo. El Coda sufrió lentitudes burocráticas y problemas de coordinación con distintos entidades del Estado, como las fiscalías regionales y el Ministerio de Defensa Nacional. Las unidades del Coda se regían por pautas y procedimientos, cuya interpretación dependía excesivamente de los funcionarios, de tal forma que los procedimientos no eran uniformes e igualitarios para los desmovilizados que competían en la consecución de beneficios, propiciando falsas declaraciones. En este contexto, y pese a limitaciones institucionales, unos 2.000 miembros de las guerrillas (esencialmente las Farc y el ELN) se acogieron a programas individuales de DD&R de retorno a la vida no armada entre los años 1994 y 2002297. 295 Decreto 1385 de 1994 publicado en el Diario Oficial n°41.420 del 05 de julio de 1994. 296 Ver los artículos I y V del decreto 1385. 297 En lo que atañe a las desmovilizaciones individuales, ver Juan Carlos Garzón, Julián Arévalo & Paola González, “Desmovilizaciones individuales: las incertidumbres de la guerra y las limitaciones de la paz”, op. cit. Adicionalmente, el presidente César Gaviria Trujillo firmó en 1994 un Acuerdo para la Convivencia con tres milicias en Medellín (aproximadamente 800 milicianos)298, que regulaban principalmente barrios periféricos del norte de la ciudad en competencia o cooperación, según las circunstancias, con diversos grupos guerrilleros299. De acuerdo con los textos suscritos, las autoridades se comprometieron a fortalecer la inversión social en las llamadas “comunas” y propiciar la democracia participativa desde “abajo”. Se pretendió así recuperar la presencia del Estado en barrios afectados por la violencia y la exclusión con medidas como el ofrecimiento de servicios en materia de educación, justicia y salud. Por su cuenta, los milicianos desmovilizados formaron una cooperativa de vigilancia que fue concebida para seguir brindando seguridad en los barrios dentro de la legalidad, aunque los esfuerzos desplegados fueron obstaculizados por los abusos cometidos contra los civiles y los asesinatos entre las bandas armadas rivales300. En 1998, bajo el mandato de Ernesto Samper Pizano, se selló un acuerdo adicional con milicianos en Medellín y sus alrededores. La experiencia constituyó también un escenario de convivencia urbana con un alto grado de inmersión social y política para las comunidades, mediante espacios de interlocución 298 Siempre mediante el decreto 1385 de 1994. 299 Entre ellas, las Milicias Populares de Medellín (MPM), la Corriente de la Renovación Socialista (CRS), disidencia del ELN y una disidencia del EPL, a saber el frente Francisco Garnica Narváez Gabriel P. Turriago Piñeros & José María M. Bustamante Mora, Estudio de los procesos de reinserción en Colombia, 1991-1998, op. cit., p. 25. 300 Sobre la situación de violencia y las iniciativas de paz en Medellín, ver Ramiro Ceballos, “Violencia reciente en Medellín: una aproximación a los actores” en Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines, volumen 29, nº3, 2000, pp. 381 a 401 y el relato histórico de Gilberto Medina Franco, Una historia de las milicias de Medellín, Medellín, Instituto Popular de Capacitación, 2006. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica entre las víctimas y los autores de la violencia, y reuniones con las autoridades para redefinir las bases de la seguridad colectiva y micro-proyectos de reinserción laboral301. En otras palabras, los procesos de desarme y desmovilización de las milicias urbanas fueron el producto de discusiones de paz con un carácter eminentemente local, las cuáles revelaron las divisiones y una correlación de fuerzas desfavorable para los grupos ilegales que tomaron la iniciativa de renunciar, a veces temporalmente, al uso de las armas. Globalmente, los combatientes desmovilizados individualmente (guerrilleros, milicianos y miembros de las autodefensas) han encontrado hasta hoy dificultades para reinsertarse, teniendo en cuenta el déficit de estructuras de atención más allá del corto y mediano plazo y la falta de oportunidades profesionales en una sociedad que muestra cierta desconfianza, por no decir repudio, hacia los antiguos alzados en armas302. En términos normativos, la Ley 241 de 1995303 reflejó la voluntad de hallar una salida no violenta a la contienda armada después de la Constitución de 1991. Gracias a esta norma, el Congreso prorrogó y modificó, con disposiciones complementarias, la Ley 104 de 1993. Se abrió entonces la posibilidad de otorgar beneficios jurídicos a los grupos de autodefensa, previo abandono voluntario de las estructuras ilegales y la presentación de sus miembros ante las autoridades competentes. En consonancia, la Ley 418 de 1997304 le confirió al poder ejecutivo unas facultades fundamentales para negociar: si este último lo estimaba conveniente, podía conceder un estatus político a los grupos armados, sin impedir las discusiones y los procesos de DD&R en caso de no aceptar este reconocimiento (recordando que, en el espíritu de la época, esta disposición fue ante todo destinada a los grupos guerrilleros y las milicias urbanas)305. Desde entonces, la ley ha permitido efectivamente los indultos para ciertas categorías de delitos perpetrados por los combatientes, que se acogieran colectivamente a diálogos de paz, tratando de respetar y preservar los derechos de las víctimas de la violencia. Igualmente, el Decreto 2546 de 1999306 instituyó la Dirección General para la Reinserción en el Ministerio del Interior, con el propósito de coordinar la acción del Estado para la reinserción de las desmovilizaciones individuales y tratar de eliminar las carencias y inconsistencias relativas al funcionamiento de las instancias del Coda. Posteriormente, los procesos de DD&R experimentaron un impulso con la Ley 782 de 2002307, de una vigencia de 4 años desde el momento de su promulgación, que retomó disposiciones de la Ley 418 de 1997, prorrogada y modificada por la Ley 548 de 1999. Adicionalmente, se promulgó el Decreto 128 de 2003308, que procuró regla- 304 Ley 418 de 1997 publicada en el Diario Oficial Nº 43.201 del 26 de diciembre de 1997. 301 Discusiones que se concretaron en julio de 1998, gracias a la creación de comisiones ad hoc, con el Movimiento Independiente Revolucionario-Comandos Armados (Mir-Coar). 302 Para una valoración sociológica y psicológica de las desmovilizaciones, realizada a partir de entrevistas a ex-combatientes de las guerrillas y los grupos de autodefensa, ver José Armando Cárdenas Sarrias, Los parias de la guerra. Análisis del proceso de desmovilización individual, Bogotá, Ediciones Aurora, 2005. 303 Ley 241 de 1995 publicada en el Diario Oficial Nº 42.719 del 14 de febrero de 1996. 74 305 Se recordará que los acercamientos de paz con las milicias urbanas en 1998 fueron conducidas al amparo de la misma ley. 306 Decreto 2546 de 1999 publicado en el Diario Oficial Nº 43.828 del 23 de diciembre de 1999. 307 Ley 782 de 2002 publicada en el Diario Oficial No. 45.043 del 23 de diciembre de 2002. Estipula que la desaparición, el desplazamiento forzado, el genocidio y la tortura quedan excluidos para la aplicación de medidas de indulto y/o amnistía. 308 Decreto 128 de 2003 publicado en el Diario Oficial No. 45.073 del 24 de enero de 2003. 75 mentar la Ley 782 y, por ende, la legislación anterior contemplada en ésta. Conviene subrayar que la Ley 782 de 2002 no hizo del reconocimiento político de los actores ilegales un requisito para iniciar discusiones de paz, lo cual permitió progresar notoriamente hacia la celebración de un acuerdo con los grupos de autodefensa. Por su parte, el Decreto 128 de 2003 enumera los beneficios relativos a los mecanismos de DD&R; también atribuye las competencias que, en conformidad con la legislación en el país y la Constitución, tienen algunas instancias estatales como el Ministerio de Defensa Nacional o el Ministerio del Interior, la Fiscalía General de la Nación y el Departamento Administrativo de Seguridad (Das). De conformidad con el artículo 21 del decreto, los beneficios socio-económicos sólo podrán adjudicarse por una sola vez a cada individuo y están condicionados al cumplimiento de los requisitos y las obligaciones que el mismo decreto y las autoridades determinen. En sustancia, el Decreto 128 de 2003 reglamenta tanto las desmovilizaciones individuales como colectivas, mediante la firma de arreglos de paz, pese a una nueva normatividad al respecto contenida en la Ley 975 de 2005, como se mencionará más adelante. Dicho decreto modificó el Decreto 1385 de 1994 que hacía del Coda el órgano central en la gestión de las desmovilizaciones individuales. En los hechos, el regreso a la vida civil consta hoy de pasos sucesivos que se pueden resumir en dos fases. En primera instancia, el Programa de Atención Humanitaria al Desmovilizado (PAHD), a cargo del Ministerio de Defensa Nacional, comienza con la presentación de la persona ante las autoridades y finaliza cuando el Coda decide, en principio después de una verificación, si la persona es idónea para acceder al Programa. Durante esta etapa, los desmovilizados reciben atención médica, al igual que alojamiento, alimentación y transporte, mientras tanto, se espera que las autoridades judiciales hagan las indagaciones necesarias para estatuar sobre la situación jurídica del desmovilizado y conocer los cargos penales en su contra. En segundo lugar, el “Programa de Reincorporación a la Vida Civil de las Personas Alzadas en Armas”, colocado bajo la supervisón del Ministerio del Interior y de Justicia, se inicia cuando la persona haya recibido la certificación del Coda. El programa tiene una duración aproximada de 2 años, con la ambición de promover la reinserción con énfasis en la educación y la obtención de un empleo. Como medida de acompañamiento, se expidió el Decreto 200 en 2003309 que definió, bajo la tutela del Ministerio del Interior y de Justicia, las prerrogativas del “Programa para la Reincorporación a la Vida Civil”, en materia de reinserción, sin que éste sea habilitado para interferir en los asuntos referentes a los acuerdos de paz. Se anotará, en forma más puntual, que se ha ido prestando una atención creciente al reclutamiento de los menores de edad en los grupos armados ilegales, el cual responde a complejas motivaciones y/o prácticas forzosas que hacen de esta categoría de la población no sólo víctimas sino protagonistas activos de los grupos al margen de la ley 310. De allí se vislumbra la importancia del Decreto 128 de 2003 que responsabiliza al 309 Decreto 200 en 2003 publicado en el Diario Oficial No. 45.086 del 03 de febrero de 2003. 310 Las cifras sobre el número de niños y adolescentes en las filas de los grupos ilegales varían considerablemente de una estimación a otra y son, por ende, poco confiables. Se ha evocado, por ejemplo, un total superior a 11.000 vinculados. Para una reflexión más allá del caso colombiano, ver P. W Singer, Children at war, Berkeley, University of California Press, 2006 y Michael Wessells, Child soldiers: from violence to protection, Cambridge, Harvard University Press, 2007. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) para acoger y prestar una serie de cuidados y servicios (ayuda psicológica, asistencia terapéutica, formación educativa, entre otros) a los niños y los jóvenes desvinculados de las organizaciones armadas, partiendo de experiencias preliminares realizadas en particular en los departamentos de César, Boyacá y Santander entre 1997 y 1999. Asimismo, el decreto nombra al Ministerio del Interior y de Justicia como agente de verificación de los beneficios otorgados y al Ministerio de Defensa Nacional como fuente de apoyo adicional, mediante el PAHD. Es decir que en el cruce de las legislaturas de Andrés Pastrana Arango y Álvaro Uribe Vélez, se institucionalizaron y reglamentaron aún más las actividades de DD&R en el país. Precisamente, tras el fracaso de las discusiones de paz entre la administración de Andrés Pastrana Arango y las Farc, se celebraron rondas de negociaciones con la mayoría de los grupos de autodefensa. A raíz de la posesión de Álvaro Uribe Vélez, se ha acentuado la demarcación entre los procesos voluntarios colectivos e individuales de abandono de las armas. Por lo tanto, se han diseñado un armazón jurídico y mecanismos diferenciados que corresponden a las dimensiones no coercitivas de la Política de Seguridad Democrática adoptada por el poder ejecutivo. Sin entrar en detalle, en agosto de 2004, el Decreto 2767311 fue aprobado para reglamentar la Ley 418 de 1997 y derogar artículos del Decreto 128 de 2003, consolidando los mecanismos de DD&R individuales. Como fruto de la política de DD&R del gobierno de Álvaro Uribe Vélez, se estima que alrededor de 7.000 combatientes se desvincularon individualmente de las 311 Decreto 2767 de 2004 publicado en el Diario Oficial n°45.657 del 31 de agosto de 2004. 76 agrupaciones armadas al margen de la ley (guerrillas y autodefensas) entre 2002 y 2004312. Para el año 2007, la cifra cumulada que no comprende los fenómenos colectivos, ascendería a más de 15.000 alzados en armas313. Volviendo al tema de los procesos colectivos de DD&R, se señalará que los acercamientos con las autodefensas se materializaron oficialmente con el Acuerdo de Santa Fe de Ralito en diciembre de 2003314, el cual fue seguido de un segundo encuentro en mayo de 2004315. El acuerdo fue decisivo para pactar, entre otras cosas, el cese de hostilidades, que no fue plenamente cumplido en los primeros meses de los diálogos, el fin de las actividades asociadas al narcotráfico y el desmonte de las estructuras armadas con plazo máximo al 31 de diciembre de 2005, lo cual conllevó a la desarticulación de la casi totalidad de los movimientos de autodefensa - a saber 31.671 alzados en armas - entre los años 2003 y 2006, según las cifras oficiales. A lo largo de las conversaciones de paz, sobresalió la ausencia de compromiso activo de la comunidad internacional, y en particular de la Onu, en comparación con los escenarios centroamericanos. Empero, se inauguró la Misión de Apoyo al Proceso de Paz de la Organización de Estados Americanos (Mapp-OEA) para verificar, con el respaldo de entidades como la Defensoría del Pueblo, la evolución del proceso en cuanto a las actividades de desarme y desmovilización de 312 Según el Programa de Atención Humanitario al Desmovilizado, PAHD, del Ministerio de Defensa. 313 Ibid. 314 Para una descripción de los acuerdos, ver Mauricio Romero, “The demobilization of paramilitaries and self-defences: risky, controversial and necessary”, Ponencia, abril de 2005, Uppsala University. 315 Ver el documento de Internacional Crisis Group, “Desmovilizar a los paramilitares en Colombia: ¿una meta viable?”, Informe sobre América Latina, No. 8, agosto de 2004. 77 los combatientes que se dieron en zonas de ubicación temporales316. Al principio, los diálogos se desarrollaron bajo la Ley 782 de 2002, aunque los grupos no tuvieran ningún estatus político, como lo acordaba la misma. La ley amparó con beneficios jurídicos y económicos a los desmovilizados, sin que se exigiera necesariamente la conclusión de una negociación o un arreglo de paz. Sin embargo, quedaron excluidos de los beneficios quienes habían sido condenados por infracciones y crímenes, en conformidad con la Constitución Política, los tratados internacionales ratificados por Colombia y la Ley 782 adoptada en continuidad a la Ley 418 de 1997. Así, representantes de la cúpula de las autodefensas, llamados a indagatoria por múltiples crímenes y/o extradición por tráfico de droga, no reunieron los requisitos para ser acreedores de beneficios jurídicos. Por consiguiente, ante el riesgo de un impasse en las discusiones de paz que sufrieron varios retrocesos e incertidumbres, la administración de Álvaro Uribe Vélez tomó la resolución de hallar una solución alternativa, que se formalizó en la discutida Ley 975 de 2005317, comúnmente denominada Ley de Justicia y Paz, que entró en vigor el 22 de julio de 2005, tras el examen de constitucionalidad, la aprobación del Congreso y la subsiguiente sanción presidencial. En este sentido, uno de los retos del Gobierno ha sido lograr un equilibrio tenue entre la voluntad de llevar a cabo un proceso de DD&R con las autodefensas y los imperativos de la justicia, sin caer en la impunidad y la tentación del olvido, en una sociedad adolorida por décadas de violaciones a los derechos humanos y al Derecho Internacional Humanitario, aclarando que muchos crímenes no se podrán castigar ni perdonar, como lo han subrayado analistas de otros escenarios de violencia318. Ahora bien, la Ley 975 no se restringe a los autores de la violencia armada y hace referencia a la condición de las víctimas319, siguiendo de manera modesta una tendencia internacional en la cuál la justicia penal, que ha evolucionado de una visión estrictamente punitiva hacia la reparación320 y elementos restaurativos321, ha fomentado espacios de interlocución entre las víctimas y los victimarios para una reconstrucción del tejido social. En diciembre de 2005, se adoptó el Decreto 4760322, mediante el cuál se regulan algunos puntos de la ley concernientes a los plazos disponibles para investigar a quienes busquen acceder a sus beneficios. Así, los desmovilizados involucrados en crímenes perpetrados durante la contienda deben responder a una serie de requisitos323, cuya verificación incumbe a las autoridades judiciales en colaboración con otros organismos del Estado. 318 Alusión al título del libro de Antoine Garapon, Des crimes qu’on ne peut ni punir ni pardonner. Pour une justice internationale, París, Odile Jacob, 2002, quien retoma algunos planteamientos de Hannah Arendt sobre el juicio, la memoria y el perdón en una perspectiva de reconciliación para demostrar que es imposible juzgar a la totalidad de los autores de la violencia (falta de evidencias, aparato judicial deficiente, ausencia de voluntad política, etc.). 319 Ver capítulo IX. 320 Jon Miller & Rahul Kumar (editores), Reparations: interdisciplinary inquiries, Oxford, Oxford University Press, 2007. 316 Para mayores detalles sobre los procesos en distintas regiones, ver los informes especiales publicados por la Fundación Seguridad & Democracia: www.seguridadydemocracia.org. 317 Ley 975 de 2005 publicada en el Diario Oficial n°45.980 del 25 de julio de 2005. 321 Ferry Johnstone, Restorative justice: ideas, practices, debates, Cullompton, Willan Publishing, 2001. 322 Decreto 4760 de 2005 publicado en Diario Oficial n° 46.137 del 20 de diciembre de 2005. 323 Artículos X y XI de la Ley 975. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica Sin embargo, organizaciones de protección de la ciudadanía y defensa de los derechos humanos presentaron una serie de demandas de inconstitucionalidad de la Ley 975324 ante la Corte Constitucional que se pronunció el 18 de mayo de 2006325, antes de hacer pública su decisión el 13 de julio de 2006. legalidad, sin mención alguna a sus rasgos políticos. Tiene como objeto contribuir a “[…] los procesos de paz y la reincorporación individual o colectiva a la vida civil […]”328. El texto formula sentencias y penas, con un régimen de castigos alternativos para numerosos crímenes329. Si bien declaró el texto constitucional, la instancia se mostró preocupada por asegurar más la protección y la reparación de las víctimas de la confrontación armada. La sentencia clarificó la obligación de imponer en forma efectiva las penas reducidas de prisión e introdujo restricciones como la pérdida de beneficios en caso de que los desmovilizados buscaran acogerse a la Ley 975, ocultando información a las autoridades judiciales. También hizo hincapié en el deber de no repetición, para que los antiguos alzados en armas pudieran gozar del marco jurídico previsto por la misma. En respuesta a las observaciones y reservas emitidas por la Corte, el Gobierno expidió los Decretos 2898326 y 3391327 que enmarcan la Ley 975. Para simplificar, la Ley 975 establece la alternatividad penal como un beneficio consistente en la suspensión de la ejecución de una pena determinada y su transformación en una sentencia de pena alternativa, cuya duración oscila entre 5 y 8 años, que se concede mediante la contribución del beneficiario a la paz, a la justicia, la verdad y la reparación a las víctimas. El beneficio de la pena alternativa depende directamente del cumplimiento de ciertos requisitos de elegibilidad establecidos en la ley, que la desmovilización haya sido colectiva o individual. La Ley 782 de 2002 y los esfuerzos normativos sobre la alternatividad penal que permitieron la adopción de la Ley 975, completada ulteriormente por la expedición de decretos, ofrecen un marco jurídico primordial para entender el estatus de los antiguos combatientes y la futura administración de justicia en sinergia con la fase de reinserción. Per se, la Ley 975 es aplicable a los grupos de autodefensa y de guerrilla clasificados como organizaciones al margen de la 324 Entre otras, la “Comisión Colombiana de Juristas”, la “Asociación de Afrocolombianos Desplazados” y la “Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento”. Asimismo, el texto establece un régimen penal especial, con el fin de procesar a los desmovilizados que quieran acogerse a la ley, cuyos nombres consten en un listado que el Gobierno tiene que comunicar a la Fiscalía General de la Nación. Las personas deseosas de acudir a la ley están en la obligación de rendir una versión libre ante un fiscal delegado asignado para el proceso de desmovilización, el cuál se encarga de realizar las actividades de investigación necesarias para poder formular las imputaciones que correspondan. Con base en esta normatividad, los procesos de DD&R de los grupos de autodefensa se han caracterizado por una alta complejidad institucional. Las diferentes fases han sido atendidas por varias entidades, entre las cuales figuran la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, el Ministerio de Defensa a través del PAHD, el Ministerio del Interior y de Justicia 325 Sentencia C- 370 de 2006. 326 Decreto 2898 publicado en el Diario Oficial No.46.375 del 29 de agosto de 2006. 327 Decreto 3391 publicado en el Diario Oficial No.46.406 del 29 de septiembre de 2006. 78 328 Ver artículo 1 del Capítulo I. 329 Ver artículo 29 del Capítulo V. 79 y la Alta Consejería para la Reintegración Social y Económica de Personas y Grupos Alzados en Armas (ACR). Adicionalmente, los proyectos de DD&R han experimentado cambios, sobre todo en la fase de reinserción. La primera institución estatal responsable fue el Ministerio del Interior y de Justicia, a través del “Programa de Reinserción a la Vida Civil” (PRVC). El PRVC otorgaba un proyecto productivo equivalente a 8 millones de pesos a los desmovilizados individuales y proyectos productivos asociativos a los desmovilizados colectivos. Ante los problemas de centralización de los datos y los recursos, en septiembre de 2006 se creó la ACR, que ha asumido desde entonces la política estatal dirigida a la reintegración social y económica de los antiguos alzados en armas, incluyendo a los guerrilleros desmovilizados individualmente. Esta entidad concede beneficios sociales y económicos a los desmovilizados, entre los cuales el acceso al sistema de educación y salud, un apoyo psicosocial y una ayuda humanitaria de un valor de 358.000 pesos, que obligaba a los ex-combatientes a reportarse mensualmente en puntos de registro. Además, la ACR ha estimulado la reintegración en un sentido individual y activo con un importante compromiso por parte de los beneficiarios, que no son vistos como reinsertados o reincorporados, sino participantes. Así mismo, la ayuda humanitaria ha sido reemplazada por un paquete de apoyo económico a favor de la reintegración, donde intervienen psicólogos, educadores y formadores en áreas profesionales específicas para tratar de responder a las expectativas y las necesidades de los desmovilizados. Mediante el modelo implementado por la ACR, se han lanzado igualmente iniciativas para propiciar los negocios, con créditos financieros, que procuran dar un giro hacia la autonomía económica de los ex-combatientes y evitar que se instalen ciclos de dependencia frente a las ayudas proporcionadas por el Estado. D-Nuevas manifestaciones de violencia Los esfuerzos de las autoridades a favor de los procesos de DD&R se han realizado en los últimos años en un ambiente de violencia difusa, en el cuál han surgido diversas estructuras armadas. En la actualidad, el protagonismo de estos grupos, todavía mal identificados, es susceptible de amenazar y opacar algunos avances de la Política de Seguridad Democrática330. En efecto, desde el año 2005, es decir una vez concluidos el desarme y la desmovilización de la mayoría de los movimientos de 330 Impacto de la Política de Seguridad Democrática sobre la confrontación armada, el narcotráfico y los derechos humanos, Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH, Vicepresidencia de la República, agosto de 2008, op. cit. autodefensa, tanto la sociedad civil como los organismos internacionales y las entidades estatales han advertido la existencia y la actividad de nuevas bandas armadas en distintas regiones del país331. Ante la diseminación del fenómeno, el Gobierno nacional ha señalado que en caso de confirmarse que algunos integrantes de estas bandas son antiguos miembros de 331 Ver por ejemplo, los documentos de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, Disidentes, rearmados y emergentes: ¿bandas criminales o tercera generación paramilitar?, Bogotá, CNRR, mayo de 2007, y la Fundación Seguridad & Democracia, El rearme paramilitar, Bogotá, Fundación Seguridad & Democracia, junio de 2007, al igual que los informes trimestrales del Secretario General al Consejo Permanente sobre la Misión de Apoyo al Proceso de Paz-Oea en Colombia: www.mapp-oea.org. Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica las autodefensas, éstos quedarán por fuera de los beneficios de la Ley 975 de 2005. Además, se han instituido unidades especiales por parte de la Fuerza Pública, con la misión neutralizar o eliminar a estas estructuras violentas. En su modus operandi, las nuevas agrupaciones armadas se dedican, entre otros factores, a supervisar las diferentes etapas de los ciclos de cultivo, producción y comercialización de drogas ilícitas; cometer asesinatos y prácticas de extorsión; y hacer presencia en corredores de movilidad o áreas de retaguardia, cuando no se trata del dominio más estable sobre corregimientos, veredas y municipios. Las bandas, que han sido calificadas de emergentes en los círculos académicos, periodísticos y oficiales, responden a múltiples apelaciones que dan indicios del grado de fragmentación, sin unidad de mando, de las mismas. Por ejemplo, se han a dado a conocer Las “Águilas Negras”, “los Machos”, “los Rastrojos” y la “Organización Nueva Generación” (ONG)332. En total, se estima que delinquen en la actualidad más de 30 grupos con sus respectivas denominaciones en 200 municipios333, sin que se registre siempre una territorialización consolidada. La eclosión de focos de violencia e inestabilidad, que recuerda la proliferación de grupos ilegales en Centroamérica en los post-acuerdos de paz, plantea una serie de cuestiones y temas de debate. Uno de los interrogantes consiste en saber cuál es la composición de las estructuras armadas para tratar de determinar en qué medida son una réplica o la prolongación de las exautodefensas desmovilizadas. No se pretende aquí dar una respuesta categórica a la pregunta anterior, puesto que la información disponible en relación con las organizaciones emergentes resulta parcial, confusa y contradictoria en muchos casos y la cercanía temporal del fenómeno dificulta su comprensión. Ahora bien, se resaltarán varios hechos y fenómenos que son útiles para comprender los probables orígenes de las bandas, evaluadas a por lo menos 5.000 efectivos334, que se han ido conformando y desarticulando, tras el cierre de las negociaciones entre la administración de Álvaro Uribe Vélez y los movimientos de autodefensa. Así, según los casos, algunos integrantes de las autodefensas no se acogieron a la propuesta de paz, desistieron en la fase final de las discusiones o parecen haber retomado las armas por razones que son por el momento difíciles de esclarecer, más allá de las motivaciones financieras. Se citará al respecto la situación de disidentes del bloque Elmer Cárdenas, quienes se han encerrado, desde la primera mitad de los años 2000, en una doble lógica de lucha anti-insurgente y racionalidad económica con las ganancias procedentes del narcotráfico, desplazándose a orillas del río Atrato entre el sur del Chocó hacia el noreste de Urabá y el Nudo de Paramillo335. También se puede hacer alusión al bloque Cacique Pipintá, prácticamente desmantelado, cuyos antiguos miembros se dedican hoy al sicariato en Caldas, los reductos de las Autodefensas Campesinas del Casanare (ACC), quienes han sido fuertemente golpeados por la acción de la Fuerza Pública en los Llanos Orientales, por ser reacias a 332 Para una evaluación de estas estructuras armadas, ver el informe Dinámicas de las bandas asociadas al narcotráfico después de la desmovilización de las autodefensas, Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, Bogotá (por publicarse). 334 Estimaciones formuladas a partir de los datos contenidos en los documentos y los informes mencionados en el pie de página no. 329. 333 Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, Disidentes, rearmados y emergentes: ¿bandas criminales o tercera generación paramilitar?, op. cit., p. 37. 335 Fundación Seguridad & Democracia, Los grupos armados emergentes en Colombia, Bogotá, mayo de 2008, p. 2. 80 81 las negociaciones y cometer exacciones y algunos elementos del bloque Centauros – frentes Héroes del Llano y Guaviare - que han participado en la creación del Ejército Revolucionario Popular Antiterrorista Colombiano (Erpac) que hace presencia en la actualidad en los departamentos de Guaviare, Meta y Vichada336. Dentro de este contexto, se subrayará que destacadas figuras de las autodefensas se han empeñado en recomponer o conformar estructuras armadas, a menudo con la ayuda de delincuentes y/o prófugos de otros movimientos desmovilizados. Esta categoría corresponde a lo que algunos analistas llaman estructuras “remanentes”337, puesto que están en capacidad para rearmarse y/o fomentar la creación de redes de violencia, como lo revela la influencia de la poderosa cúpula del extinto BCB sobre las “Águilas Negras” que actúan en Antioquia, Magdalena, Norte de Santander, Caquetá, La Guajira, César y en la zona del sur de Bolívar. Las autodefensas rearmadas, principalmente por motivos económicos y prestigio personal338, o para las cuáles no hay ningún rastreo establecido desde 2005-2006 - a saber entre 4.000 y 5.000 hombres y mujeres según los datos comunicados por la Alta Consejería para la Reintegración339 - ponen claramente en tela de juicio la viabilidad y la legitimidad de los procesos de DD&R. También ha profundizado la circularidad y retroalimentación entre la delincuencia, la criminalidad asociada al narcotráfico y la confrontación contra la insurgencia. Por último, han surgido bandas que no hacían parte de las estructuras de autodefensa y que se han aprovechado de los vacíos dejados no sólo por los desmovilizados sino por algunas estructuras de las guerrillas que han sido desmanteladas o desarmadas por la vía de la desmovilización individual. Muchas de estas bandas delinquen hoy en las periferias de los centros urbanos y las regiones de alto potencial lucrativo en términos de narcotráfico; de allí las alianzas de oportunidad o los enfrentamientos con las organizaciones que han retomado las armas. Teniendo en cuenta el carácter inestable y la complejidad de los grupos clasificados bajo la etiqueta de bandas emergentes, y sobre todo el déficit de estudios sociológicos sobre la composición de los grupos alzados en armas, es difícil afirmar que éstos representen una nueva “generación”340 de autodefensas. Ahora bien, representan una innegable fuente de inseguridad para el país que si bien ha visto decrecer los índices relativos a la confrontación armada y la violencia, y progresado consecuentemente en dirección de la paz y la consolidación de la democracia, bien podría encontrarse ad portas de una nueva espiral de violencia, más atomizada que en épo cas pasadas. 336 Dinámicas de las bandas asociadas al narcotráfico después de la desmovilización de las autodefensas, op. cit. 337 Fundación Seguridad & Democracia, El rearme paramilitar, op. cit., p. 16. 338 Al igual que en Centroamérica, los combatientes valoran el hecho de pertenecer a una agrupación armada y conseguir poder y reconocimiento mediante el uso de la violencia. 339 Se habla exactamente de una cifra de 4.731. Ver El Tiempo, 13 de febrero de 2007. 340 Aunque pueda ser localmente el caso para algunas organizaciones armadas. Para resumir, los procesos de DD&R de las autodefensas en Colombia han marcado un innegable punto de inflexión en la confrontación armada, después de dos décadas de escalonamiento. En sinergia con la implementación de la Política de Defensa y Seguridad Democrática, éstos han contribuido a una reducción significativa de las acciones armadas por parte de los grupos al margen de la ley y de la violencia en el país. Conclusión Para resumir, los procesos de DD&R de las autodefensas en Colombia han marcado un innegable punto de inflexión en la confrontación armada, después de dos décadas de escalonamiento. En sinergia con la implementación de la Política de Defensa y Seguridad Democrática, éstos han contribuido a una reducción significativa de las acciones armadas por parte de los grupos al margen de la ley y de la violencia en el país. Aunque sería precoz proponer un balance exhaustivo de los mecanismos de DD&R, se distinguen diversas tendencias en relación con la problemática de la seguridad que ha sido el principal hilo conductor del análisis. En primer lugar, en Colombia se observa una creciente institucionalización y reglamentación de los proyectos de DD&R, las cuáles han tenido a veces consecuencias ambivalentes, en particular una mejor eficiencia organizacional pero una rivalidad recrudecida en el manejo de las competencias y los prepuestos entre las entidades del Estado encargadas del tema. En segundo lugar, en el país sobresale la ausencia de internacionalización de los mismos proyectos, y en términos generales de la cuestión de la paz, por contraste con lo que se evidenció en Centroamérica, donde diversos países y organismos (inter)nacionales asumieron un papel de mediador, gestor y/o verificador de los acuerdos suscritos. La mayor participación de entidades extranjeras podría permitir, ante todo, los acercamientos entre el Estado y el conjunto de los alzados en armas en la perspectiva de una paz estable. Facilitaría también la obtención de fondos que son indispensables para el desarrollo de costosos procesos de reinserción de los antiguos combatientes, que no pueden ser asumidos exclusivamente por la sociedad colombiana. La inexistencia de un acuerdo de paz simultáneo con la totalidad de los grupos al margen de la ley, aunque no se haya cerrado la posibilidad de diálogos con las guerrillas, obstruye, por el momento, las posibilidades de pacificación y reconstrucción del tejido social. Por ende, quedan lejanas las posibilidades de una paz duradera y las oportunidades de perdón y reconciliación nacional después de décadas de violencia. En un sentido similar, se dificulta la labor Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica de justicia y reparación para las víctimas de los actores armados en un ambiente de violencias difusas. En efecto, al igual que en los países centroamericanos en el período post-conflicto, se evidencian en la actualidad fenómenos de retorno a la violencia por parte de algunos antiguos alzados en armas, de tal manera que se puede preguntar si Colombia no vive localmente experiencias de desmovilización sin desarme completo o situaciones de desmovilización aparente sin desarme efectivo. Estos fenómenos cuestionan la política de reinserción de los ex–combatientes, que se ven expuestos a múltiples amenazas, ciclos de venganza y sentimientos de sospecha o rechazo por parte de la sociedad civil, en un momento en que se elevan voces para denunciar la participación tímida de la comunidad internacional en los proyectos de regreso a la vía no armada. Indudablemente, la proliferación de nuevas formas de violencia en el período postacuerdo recuerda que la paz política firmada con una porción de los grupos al margen de la ley no significa sistemáticamente la paz social. Por el contrario, los acuerdos pueden dar pie a la aparición y/o el “reciclaje” de estructuras armadas ilegales más atomizadas y poco identificadas, con las cuáles resulta difícil de negociar. 86 De hecho, lejos de estar totalmente pacificado, y sin desconocer los aportes de la Política de Seguridad en la materia, el surgimiento y la recomposición de bandas armadas en los post-acuerdos de paz constituyen una fuente de inestabilidad y preocupación para la seguridad colectiva, como lo enseñan los escenarios post-conflicto en el istmo centroamericano, con el ejemplo de las bandas armadas, como las maras y las pandillas de delincuentes que actúan en municipios rurales. Hoy, Colombia corre el riesgo de una fragmentación de las lógicas de violencia, con una creciente urbanización de los homicidios entre agrupaciones armadas, con motivaciones articuladas a consideraciones económicas y el control socio-espacial de las localidades, sin presentar grandes ideologías, que pretenden ocupar los vacíos de poder dejados por los grupos de autodefensa y las guerrillas. En un futuro cercano, entre los escenarios posibles, no se puede descartar la conformación de estructuras armadas híbridas entre reductos de las autodefensas y las guerrillas, los miembros de la delincuencia común y las redes de criminalidad organizada, lo cuál representa un desafío no sólo para el Estado y la Fuerza Pública, sino también para la población civil que ha sido históricamente la más afectada y vulnerada por la violencia. “Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica” Se terminó de imprimir en enero de 2009 en los talleres de www.impresolediciones.com e-mail: [email protected] Bogotá - Colombia