Una mirada - Consejería Presidencial para Los Derechos Humanos

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“Los procesos de
desarme, desmovilización y reinserción
de los grupos de autodefensa en Colombia:
Una mirada cruzada sobre Centroamérica”
Los procesos de
desarme, desmovilización y reinserción
de los grupos de autodefensa en Colombia:
Una mirada cruzada sobre Centroamérica
Francisco Santos Calderón
Vicepresidente de la República
Carlos Franco
Director del Programa Presidencial de
Derechos Humanos y DIH
Vicepresidencia de la República
Tomás Concha Sánz
Coordinador Área de Políticas
Programa Presidencial de
Derechos Humanos y DIH
Vicepresidencia de la República
Anne-Sylvie Linder
Coordinadora del Observatorio
del Programa Presidencial de Derechos Humanos y DIH
Éric Lair
Investigador principal
Anne-Sylvie Linder
Viviana Bolívar Bautista
Coordinación editorial
Observatorio de Derechos Humanos y DIH
Fotografías de carátula y páginas interiores, cortesía
Oficina de Prensa
Oficina del Alto Comisionado para la Paz,
Presidencia de la República
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Tel. 250 82 44
ISBN: 978-958-9438-16-9
Impreso en Bogotá, Colombia
Enero de 2009
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o parcial del texto, citando la fuente.
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Contenido
Introducción
1
La difícil caracterización de los
movimientos de autodefensa
A.
B.
C.
2
BC-
15
Reflexión itinerante sobre la noción
de autodefensas
16
La gestación de los grupos de autodefensa
en Colombia
26
La expansión de las organizaciones
de autodefensa en Colombia
30
El caleidoscopio de la democracia,
la seguridad y la paz
A-
7
39
Los desafíos de la democracia en tiempos
de negociaciones de paz
39
Las dimensiones de la “seguridad
democrática”
47
Las secuencias de los diálogos de
paz en Colombia
51
Contenido
3
El desarme, la desmovilización y la
reinserción (DD&R): entre complementariedad
y desencuentros
59
A- Consideraciones generales sobre los
procesos de DD&R
60
B – Los riesgos de los procesos de DD&R
sobre la seguridad
63
CD-
Institucionalización y reglamentación
de las actividades de DD&R en Colombia
69
Nuevas manifestaciones de violencia
79
Conclusión
85
Introducción
Pese a distintas iniciativas que han facilitado el retorno a la vida civil de combatientes al margen de la ley, no se ha encontrado en Colombia una solución
política integral a la confrontación armada, como sucedió en países del África
subsahariana y Centroamérica, al salir del antagonismo “este-oeste”1. Por el
contrario, las dinámicas de la misma se han propagado a una escala sin precedentes, con implicaciones internacionales, durante la mayor parte de las tres
últimas décadas2.
Se recordará que, en los años 1960, cuando se constituyeron los primeros frentes de la insurgencia, comúnmente denominados “guerrillas”, las hostilidades
se concentraban en zonas rurales poco desarrolladas. Las guerrillas conocieron
entonces divergencias internas sobre los modelos de lucha a adoptar, en resonancia con otras protestas y rebeliones armadas en América Latina3. Aislados,
los guerrilleros sufrieron varias derrotas militares, lo cual conllevó a pensar que
no estaban en condiciones para amenazar la institucionalidad del país.
Ahora bien, a finales de los años 1970, la configuración y el “horizonte de
expectativas”4 de la insurgencia empezaron a transformarse. Las guerrillas
1
La firma de la paz no significa siempre el cese de la violencia. El período post-acuerdos puede
ser propicio a la conformación o la recomposición de bandas armadas como se demostrará en la
investigación. Para una introducción al tema, ver por ejemplo Paul Richards (editor), No peace, no
war: an anthropology of contemporary armed conflicts, Athens (Ohio), Oxford University Press,
2005. Para América Latina, ver Dennis Rodgers, “Slum wars of the 21st Century: the new geography of conflict in Central America”, Crisis States Programme Working Papers, n°10, London
School of Economics, febrero de 2007.
2
Sobre las evoluciones de la confrontación, ver Camilo Echandía Castilla, Dos décadas de escalamiento del conflicto armado en Colombia, 1986-2006, Bogotá, Universidad Externado
de Colombia, 2006 y los informes periódicos realizados por el equipo de investigación del
Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional
Humanitario de la Vicepresidencia de la República. Documentos disponibles en: www.derechoshumanos.gov.co.
3
Ver el trabajo clásico de Timothy P. Wickham-Crowley, Guerrillas and revolution in Latin
America: a comparative study of insurgents and regimes since 1956, Princeton, Princeton
University Press, 1992.
4
Noción desarrollada por Reinhart Koselleck, Futuro pasado: para una semántica de los tiempos
históricos, Barcelona, Editorial Paidós, 1993.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
instituidas en aquel período entraron en
competencia con los grupos creados anteriormente, que alcanzaron a reestructurarse5, mientras la bonanza marimbera y el
comienzo del narcotráfico ofrecían nuevas
posibilidades de financiación. Las facciones más antiguas renunciaron a algunos
preceptos, manteniéndose dentro de una
línea de izquierda armada, por imprecisa
que pueda ser la expresión6. Según los casos, se afianzaron o ratificaron estrategias
ofensivas con ideales como la toma del poder, la movilización popular y el anhelo de
reformas7.
A lo largo de los años 1980 y 1990, se afirmaron intereses y preocupaciones más contingentes. Es así como los insurgentes se
desplegaron de manera discontinua sobre
el territorio nacional y áreas fronterizas,
con el propósito de incrementar sus capacidades de maniobra y desestabilización. Los
cabecillas de la guerrilla procuraron también fortalecer la disciplina y la cohesión
ante los riesgos de una fragmentación de
las columnas8. Sobre todo, la búsqueda de
apoyos y recursos económicos se convirtió
en un imperativo en la perspectiva de una
lucha armada prolongada.
5
Sólo se hace referencia a los tres principales grupos
creados en los años 1960 - el Ejército de Liberación
Nacional (ELN), el Ejército Popular de Liberación (EPL)
y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(Farc), los cuales fueron posteriormente desafiados
por el Movimiento 19 de Abril (M.19), entre otros.
6
Además de presentar diferencias de una guerrilla a otra, convendría preguntarse en qué medida
las dimensiones ideológicas siguen permeando lo
cotidiano de las facciones después de décadas de
confrontación.
7
Para mayores desarrollos, ver Eduardo Pizarro
Leongómez, Insurgencia sin revolución: la guerrilla
colombiana en una perspectiva comparada, Bogotá,
Tercer Mundo Editores/IEPRI, 1996.
8
Daniel Pécaut, “Las Farc: fuentes de su longevidad y
de la conservación de su cohesión”, Análisis Político,
No.68, mayo-agosto de 2008, pp. 22 a 50, proporciona elementos que explican la unidad de la guerrilla
más poderosa - las Farc - aunque varios de sus frentes
han sido recientemente diezmados por las operaciones de las Fuerzas Armadas, generando problemas
de abastecimiento, comunicación e insubordinación,
junto con fenómenos de deserción.
8
Por consiguiente, se asistió a una sucesión
de cambios en el panorama de la violencia.
Se recrudecieron, en especial, las fricciones
entre la insurgencia y las tropas regulares,
que fueron objeto de contundentes ataques
y perdieron credibilidad ante la opinión en
la segunda mitad de los años 19909.
No obstante, las guerrillas no lograron conformar un bloque homogéneo y superar las
rivalidades que se acompañaron, incluso,
de enfrentamientos. Adicionalmente, no se
construyeron discursos e imaginarios susceptibles de provocar un levantamiento masivo y la influencia ejercida en los municipios tampoco fue capitalizada en términos
de legitimidad política. De tal manera que
la insurgencia se encerró de facto en una situación de “no revolución”10, propicia a múltiples exacciones (asesinatos, secuestros y
hurtos, entre otros), las cuales hacen difícil
interpretar la violencia en una sola trama
socio-histórica11.
Hasta principios de los años 2000, la sociedad se deslizó con matices regionales
hacia un clima de inseguridad y terror, que
9
Sobre el papel de las Fuerzas Armadas en el país,
ver Francisco Leal Buitrago, La seguridad nacional
a la deriva: del Frente Nacional a la posguerra fría,
Bogotá, Alfaomega-Universidad de los Andes-FLACSO,
2002.
10
Si bien es cierto que la literatura ha hecho hincapié
en los proyectos de las guerrillas, pocos analistas han
reflexionado con detenimiento sobre las causas de
la “no revolución” en el país. Entre otros elementos,
sería interesante tener en consideración la intensificación de las violencias contra los civiles, quienes
se han distanciado de los alzados en armas; la falta
de carisma, y a veces el mutismo, de los jefes de las
facciones que no han conseguido avivar o recuperar
el descontento de la sociedad; el desfase entre los
planes de los insurgentes y las aspiraciones de la población; la acumulación de recursos que ha tenido un
efecto de evicción sobre las dimensiones políticas de
la contienda; y las debilidades militares de los frentes, que durante años, dieron la impresión de tener
la capacidad para sostener una confrontación directa
con el Estado y pasar a una ofensiva general con una
voluntad de toma del poder. Para una aproximación
al tema, ver Eduardo Pizarro Leongómez, Insurgencia
sin revolución: la guerrilla colombiana en una perspectiva comparada, op. cit.
11
Para una visión amplia de los estudios sobre la violencia, ver Gonzalo Sánchez & Ricardo Peñaranda
(compiladores), Pasado y presente de la violencia en
Colombia, Bogotá, La Carreta Editores, 2007.
9
fomentó el surgimiento de movimientos de
“autodefensa” hoy catalogados como “paramilitares”. Asimismo, éstos impusieron lógicas de control de tipo “amigo-enemigo” a
la población que se volvió paulatinamente
blanco de los actores armados.
Aunque se evidenciaron vínculos esporádicos con miembros del Estado, las autodefensas no deben ser simplemente vistas como
agentes supeditados a los imperativos de la
lucha contrainsurgente. El conjunto de los
servicios del Estado, que constituye un aparato de una gran disparidad12, tampoco ha
sido implicado en una estrategia de apoyo
sistemático a los grupos de autodefensa.
En efecto, las alianzas, que se pactaron a
menudo en secreto, dieron lugar a resistencias, discrepancias y rupturas. Sobre
todo, las autodefensas experimentaron
una expansión que, si bien en cierta medida pudo ser tolerada o instrumentalizada,
se tornó desafiante para las autoridades en
la década de 1990.
Además de oponerse a la insurgencia, las
organizaciones al margen de la ley siguieron trayectorias fluctuantes, beneficiándose
de diversas fuentes de ingreso y respaldo.
Es así como se apropiaron de bienes y negocios de diferente naturaleza e intervinieron
en la regulación de los asuntos públicos y
privados en numerosas localidades.
En estas circunstancias, resultó sorprendente la decisión, concertada por los diferentes
grupos de autodefensa, de entablar conversaciones de paz. Los diálogos llevados
a cabo a raíz de la elección de Álvaro Uribe
Vélez a la Presidencia de la República en
12
Joel S. Migdal, State in society. Studying how states
and societies transform and constitute one another,
Cambridge, Cambridge University Press, 2001, recuerda que es una ilusión pensar que los Estados son
entes homogéneos.
200213 e impulsada por el Gobierno, conllevaron oficialmente a la desarticulación de la
casi totalidad de los movimientos - a saber
31.671 alzados en armas - entre los años
2003 y 200614.
La conclusión de las discusiones de paz y el
inicio consecutivo de los programas de desarme, desmovilización y reinserción (DD&R)
han marcado indudablemente un punto de
inflexión en el desarrollo de la confrontación
armada. Sin embargo, se registran todavía
combates entre las fuerzas del Estado y los
reductos de guerrilla más radicales y partidarios de la vía armada15. Paralelamente, algunos integrantes de las autodefensas han
contribuido a una violencia post-acuerdos,
con la formación de algunas “bandas emergentes”, cuyas actividades colindan con el
narcotráfico y la delincuencia común.
En el plano político, se han agudizado los
debates sobre los alcances de las negociaciones, en un momento en que algunos congresistas y gobernadores, están siendo investigados por haber tenido presuntamente
nexos con los movimientos de autodefensa16. Además, los observadores han especulado sobre las razones que favorecieron los
diálogos con las autodefensas, en contraste
con la intensificación de las operaciones militares dirigidas contra la insurgencia, como
13
El candidato Álvaro Uribe fue elegido por sufragio
universal directo en 2002 para cuatro años. Mediante
una reforma de la Constitución de 1991, declarada
exequible por la Corte Constitucional, el presidente
se postuló a un segundo mandato consecutivo en
los comicios organizados en mayo del año 2006, saliendo en la primera vuelta con 62,2% de la votación
(con un nivel de participación electoral estimado en
45,34%).
14
No se incluyen aquí las cifras relativas a las desmovilizaciones individuales entre las autodefensas: unos
15.000 combatientes y auxiliares, según los datos
comunicados por el Estado.
15
Según testimonios concordantes, la cúpula de la
organización habría ordenado la muerte de los guerrilleros desmovilizados por traición a la causa revolucionaria, mientras que el gobierno nacional los
considera como “desertores”.
16
Sobre este polémico tema, ver la investigación publicada por la Corporación Nuevo Arco Iris, Parapolítica:
La ruta de la expansión paramilitar y de los acuerdos
políticos, Bogotá, Corporación Nuevo Arco Iris, 2008.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
consecuencia de la política de seguridad
impulsada por la administración de Álvaro
Uribe Vélez.
Más específicamente, las garantías materiales y penales otorgadas a los miembros
de las autodefensas, al amparo de la ley de
“Justicia y Paz”, han despertado una serie
de críticas e interrogantes. En un sentido
similar, el desmantelamiento y la reincorporación de éstos han sido motivo de preocupación, puesto que una proporción significativa de sus integrantes (alrededor de
5.000)17 han retomado - o quizás nunca hayan abandonado - las armas.
La coyuntura ha sido también la oportunidad de una reflexión acerca de los temas
sensibles de la memoria y la reconciliación,
al abrirse espacios de interlocución con las
víctimas de la contienda18, que han carecido
históricamente de visibilidad.
En muchas oportunidades, la paz ha servido
de armazón teórico o telón de fondo a las
discusiones. Ahora bien, parece apresurado
pretender que Colombia está ineluctablemente encaminada hacia un escenario postbélico. Los avances realizados para hallar
una salida negociada a la lucha armada no
pueden ocultar los factores de inestabilidad
e incertidumbre, ocasionados por la persistencia de núcleos de guerrilla y las mutaciones de algunos grupos de autodefensa en
“bandas emergentes”.
Se mencionará igualmente que los lazos de
solidaridad y los fundamentos de la comunidad nacional, tradicionalmente descritos
como precarios19, quedan fragilizados por
las manifestaciones pasadas y actuales de
la confrontación.
17
Según la Alta Consejería para la Reintegración. Se habla exactamente de una cifra de 4.731. Ver El Tiempo,
13 de febrero de 2007.
18
Gonzalo Sánchez, “Tiempos de memoria, tiempos
de verdad”, Análisis Político, No.68, mayo-agosto de
2008, pp. 03 a 21.
19
Ver los planteamientos del historiador David Bushnell,
Colombia: una nación a pesar de sí misma, Bogotá,
Editorial Planeta, 1996.
10
En efecto, los mecanismos de participación
y protección de los ciudadanos, así como
las libertades básicas, han sido vulnerados
con frecuencia. La inseguridad y el terror
han instaurado un clima de desconfianza y
ley del silencio que prevalecen a veces años
después de los acontecimientos violentos.
Consecuentemente, se han generado traumas y peticiones entre la población, que
comienzan apenas a ser escuchados y atendidos más allá del ámbito privado.
Por lo anterior, el proyecto de DD&R adelantado con las autodefensas constituyen
un inmenso desafío, no sólo para el Estado,
sino también para amplios sectores de la sociedad, los cuáles han sido afectados por la
violencia con una intensidad variable, conservando siempre medios y márgenes de
acción para desenvolverse en el entorno.
De hecho, Colombia no es equiparable a
una extensa “zona gris”20, es decir un vacío
de poder institucional donde predominarían las organizaciones criminales. El país
tampoco ha cedido a la tentación de las dictaduras que fueron recurrentes en el siglo
XX en América Latina, a excepción de la presidencia del General Gustavo Rojas Pinilla
(1953-1957), quien gobernó en la época de
“la Violencia”21 con el consentimiento de una
fracción importante de las élites civiles.
Lejos de ser inerte o cerrada, la arena política se ha renovado dentro de una línea pluralista desde los años 1980 y la promulgación
de la Constitución de 1991. Esta tendencia
ha tenido como corolario una erosión del
bipartidismo tradicional entre conservadores y liberales22. De allí se desprenden
20
Sobre los usos de la noción según el sentido mencionado, ver Pierre Pascallon (editor), Les zones grises
dans le monde d’aujourd'hui: le non-droit gangrène-til la planète?, París, L’Harmattan, 2006.
21
Más adelante en el texto, el lector encontrará elementos de bibliografía sobre esta tumultuosa época.
22
Para un balance histórico de los partidos políticos
en Colombia desde los años 1950, ver Francisco
Gutiérrez Sanín, ¿Lo que el viento se llevó? Los partidos y la democracia en Colombia, 1958-2002, Bogotá,
Grupo Editorial Norma, 2007.
11
las interpretaciones discordantes sobre el
régimen que ha sido analizado como una
democracia “restringida”23 y/o “asediada”24,
por ejemplo.
En el marco socio-económico, la modernización de Colombia ha progresado a grandes
pasos, no sin retrocesos y tensiones, apartándose de la imagen de un país preindustrial, arraigado en cuestiones agrarias25.
Así, los fenómenos de urbanización han
conducido a un reordenamiento del mundo
rural. La liberalización abrupta de los mercados ha agravado las desigualdades y los
sentimientos de frustración, a medida que
se han modificado los hábitos de consumo.
De otro lado, la apertura internacional ha
coincidido con el crecimiento de comercios
ilícitos que han estimulado la circulación de
dinero y las interacciones entre protagonistas heterogéneos.
Estos parámetros son imprescindibles para
comprender las dimensiones de la contienda armada26 y, en particular, las etapas de
gestación y consolidación de las autodefensas, que fueron debilitadas por divisiones
crónicas antes de desmembrarse.
A continuación, el análisis se centrará exclusivamente en la fase de dislocación de
las organizaciones de autodefensa, que
siguió los acuerdos suscritos con el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, para proponer una evaluación provisional de los
23
Pedro Medellín Torres (compilador), La Reforma del
Estado en América Latina, Bogotá, Fescol, 1989. 24
Eduardo Pizarro Leongómez, Una democracia asediada: balance y perspectivas del conflicto armado en
Colombia, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2004.
25
Tesis defendida por Alvin Toffler, “Colombia está en
el pasado”, Semana, 25 de enero, 1999. En complemento, se puede consultar Alvin & Heidi Toffler, Las
guerras del futuro: la supervivencia en el alba del siglo XXI, Barcelona, Plaza y Janes Editores, 1994.
26
En el caso de Centroamérica, Gilles Bataillon, Genèse
des guerres internes en Amérique Centrale, 19601983, París, Les Belles Lettres, 2003, pp. 143 a 156,
demuestra que la violencia se desarrolló también en
un ambiente de modernización.
mecanismos colectivos de DD&R27 entre
los años 2003 y 2007.
La intención aquí no es hacer un balance
detallado de los procesos de DD&R, aprehendidos en todas sus dimensiones culturales, socio-económicas y psicológicas, sino
identificar unos factores de riesgo para la
estabilidad del país en los post-acuerdos en
relación con la seguridad y la paz, que han
sido dos de las principales prioridades de la
Presidencia actual.
Se privilegiará un enfoque comparativo con
América Central, cuya historia reciente ha
sido marcada por los sobresaltos de la guerra, y una subsiguiente búsqueda de la paz,
en Guatemala, El Salvador y Nicaragua.
En los tres países mencionados, se manifestaron distintos movimientos armados, bien
sean legales o extra-oficiales, en respuesta
al crecimiento de las guerrillas entre las décadas de 1960 y 1990. Aunque la naturaleza de estas facciones fue disímil y varios
de sus miembros no fueron incluidos en los
procesos de negociación que se presentaron
en estos países, los escenarios centroamericanos son la oportunidad de aprehender las
iniciativas de paz con las autodefensas en
Colombia28 en una perspectiva hemisférica.
En discrepancia con la situación colombiana, los conflictos en Centroamérica, que se
vieron influenciados por el juego geopolítico
“este-oeste”, fueron consecutivos o concomitantes a regímenes militares autoritarios, de
tal manera que los acuerdos firmados entre
los beligerantes se enmarcaron en una doble transición hacia la paz y la democracia,
27
Para un análisis de las desmovilizaciones individuales, ver Juan Carlos Garzón, Julián Arévalo & Paola
González, “Desmovilizaciones individuales: las incertidumbres de la guerra y las limitaciones de la paz”,
Coyuntura de Seguridad, Fundación Seguridad y
Democracia, No. 9, abril-junio de 2005.
28
Ver el libro de Carlo Nasi, Cuando callan los fusiles. Impacto de la paz negociada en Colombia y
Centroamérica, Bogotá, CESO-Universidad de los
Andes, Grupo Editorial Norma, 2007.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
mediante una fuerte participación de la comunidad internacional.
Estas transiciones en América Central se
acompañaron también de ambiciosos proyectos de DD&R de las tropas regulares, de
los guerrilleros y/o facciones anti-insurgentes calificadas como “Contra”, “escuadrones
de la muerte” y “Patrullas de Autodefensa
Civil” (Pac), entre otras apelaciones.
Ante la complejidad de estas organizaciones armadas, se hace necesario partir de
algunas consideraciones generales sobre la
noción de autodefensas que será leída en
interfaz con el paramilitarismo. En segunda instancia, se propondrá una reflexión
acerca de la paz en un ambiente de democratización que presenta divergencias
notorias entre Colombia y Centroamérica.
Por último, la investigación versará sobre
las experiencias de DD&R, inauguradas en
los años 1990 en el istmo centroamericano, las cuales se han vuelto unas de las
piedras angulares de la política de Álvaro
Uribe Vélez.
Desde un punto de vista metodológico, el
estudio se inspirará de los aportes de la
“historia cruzada”29, que tiene la ventaja
de contemplar problemáticas transversales
y aproximar contextos (sub-)nacionales a
priori lejanos, sin necesariamente ahondar
en comparaciones detalladas.
29
12
Metodología derivada de los estudios adelantados en
diferentes disciplinas (historia, sociología, ciencia política, etc.) a partir de los años 1990. Michael Werner &
Bénédicte Zimmermann (editores), De la comparaison
à l’histoire croisée, París, Éditions du Seuil, 2004.
El escalamiento de la lucha armada en Colombia,
perceptible desde los años 1980, ha suscitado una
creciente atención que se ha traducido en innumerables
análisis, comentarios y discursos.
La difícil
caracterización de
los movimientos de
autodefensa
1
El escalamiento de la lucha armada en Colombia, perceptible desde los años
1980, ha suscitado una creciente atención que se ha traducido en innumerables
análisis, comentarios y discursos.
Sólo se subrayará que la situación de violencia ha dado pie a controversias para
determinar si existe o no un conflicto, entendido como sinónimo de guerra30. De
manera más puntual, se ha evocado, con cierta confusión, una “balcanización”
y una “vietnamización” del país por la atomización de los enfrentamientos y el
protagonismo de los Estados Unidos en los asuntos militares y la erradicación
de los cultivos ilícitos. Por otra parte, el léxico asociado a los actores ilegales no
ha dejado de diversificarse. Por ejemplo, la identidad de los jefes de las facciones ha sido constantemente velada o distorsionada por la adopción de alias y
apodos31. También se ha acudido a expresiones como “señores de la guerra”32,
ante todo para designar a los grupos de autodefensa33.
30
Ver los argumentos avanzados por José Obdulio Gaviria, Sofismas del terrorismo en
Colombia, Bogotá, Editorial Planeta, 2005, y la posición de diferentes autores en el libro del
Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI), Nuestra guerra sin nombre.
Transformaciones del conflicto en Colombia, Bogotá, IEPRI-Grupo Editorial Norma, 2006.
31
Orlando Villanueva Martínez, Guerrilleros y bandidos. Alias y apodos de la violencia en Colombia,
Bogotá, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2007.
32
Roland Marchal, “Conclusion”, en Pierre Hassner & Roland Marchal (editores), Guerres et sociétés: État et violence après la guerre froide, París, Éditions Khartala, 2004, pp. 571 a 608 critica
el uso reiterado de la expresión en los escenarios de violencia actuales.
33
Gustavo Duncan, en Los señores de la guerra. De paramilitares, mafiosos y autodefensas en
Colombia, Bogotá, Editorial Planeta, 2006, propone un análisis interesante de los grupos armados enfrentados a las guerrillas en Colombia.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
A. Reflexión itinerante sobre la noción de
autodefensas
Esta inflación lingüística, y por ende semántica, ilustra tanto las posibilidades como
las dificultades para aprehender a los movimientos de autodefensa, que tienden, por
comodidad, a ser llamados “paramilitares”
en lo cotidiano.
paramilitar37 entre las dos guerras mundiales38
para referirse a los grupos armados que se
diseminaron en Alemania, bajo diferentes
denominaciones39, como auxiliares, sustitutos o adversarios de los contingentes armados del Estado.
Aunque sean usuales, ambas palabras revelan ser polisémicas, más aún cuando se
tienen en cuenta otras situaciones conflictivas, donde se enlazan en múltiples “juegos
de lenguaje”34 con ocurrencias cercanas,
como “milicias”, “brigadas”, “escuadrones”,
“patrullas” y “rondas”.
Las explicaciones sobre la eclosión del paramilitarismo suelen destacar la importancia
del Tratado de Versalles (1919), que obligó a la joven República de Weimar a reducir drásticamente su aparato coercitivo, en
tiempos de crisis política, socio-económica
y moral, para intentar evitar el estallido de
un conflicto en el futuro.
La falta de definiciones consensuales y las
imprecisiones del vocabulario no impiden
caracterizar a las autodefensas y los paramilitares. No se trata aquí de hacer largos
relatos, ni una taxonomía de las organizaciones con “tipos ideales”35. Por lo tanto, el
estudio partirá de un caso paradigmático, la
Alemania de las primeras décadas del siglo
XX, para proponer una reflexión itinerante,
y finalmente exploratoria, sobre las dos nociones que han sido empleadas, no siempre
de manera concomitante en diferentes círculos (académicos, periodísticos e institucionales, entre otros) en América Latina36.
Aparentemente, fueron periodistas británicos, quienes acuñaron el calificativo de
34
35
36
Para acoger la fórmula consagrada en los estudios sobre el lenguaje. Ludwig Wittgenstein, Investigaciones
Filosóficas, México/Barcelona, Universidad Nacional
Autónoma de México/Editorial Crítica, 1988 [trad.].
Sobre el concepto, ver la obra de Max Weber, Essais
sur la théorie de la science, París, Presses Pocket,
1992, [trad.], pp. 172-173.
No se hará referencia a las unidades legales (con
rasgos de fuerzas militares y policías), consideradas
como paramilitares, directamente integradas a las
estructuras oficiales, como ocurre en algunos países
fuera del sub-continente latinoamericano (Canadá,
Estados Unidos, Gran Bretaña, entre otros).
16
En este caso, muchas facciones paramilitares crecieron originalmente con la complicidad de los servicios estatales y adquirieron
rasgos análogos a las fuerzas regulares en
declive (armamento, disciplina y entrenamiento). Contaron igualmente con la llegada masiva de soldados desmovilizados40,
que asumieron varias funciones ante los fenómenos de desorden e inseguridad41, tales
como guardias civiles, comités de vigilancia y
justicia42 y brazos armados de los partidos43.
37
Antes, los observadores hablaban en particular de
organizaciones “casi-militares” o “proto-militares”.
38
Rod Paschall, “Paramilitary forces”, International
Military and Defense Encyclopedia, Londres, Brassey’s
Press, 1993, pp. 2104 a 2107.
39
Conviene anotar que la noción de autodefensas ha
sido menos usual en la literatura sobre la época.
40
Richard Bessell, Germany after the first world war,
Nueva York, Oxford University Press, 1993.
41
Estas funciones explican, en parte, por qué una pluralidad de palabras - milicias, guardias y brigadas,
por ejemplo - pueden ser utilizadas como sinónimos
de paramilitares.
42
Arthur D. Brenner, “Feme murder: Paramilitary ‘selfjustice’ in Weimar Germany”, en Bruce B. Campbell
& Arthur D. Brenner (editores), Death squads in global perspective: murder with deniability, Nueva York,
Palgrave Macmillan, 2002, pp. 57 a 83.
43
Pamela E. Swett, Neighbors and enemies: the culture of radicalism in Berlin, 1929-1933, Cambridge,
Cambridge University Press, 2004.
17
En ese entonces, no era extraño ver a los integrantes de los grupos exaltar sentimientos de patriotismo, honor y masculinidad,
con una predilección por las acciones y las
demostraciones de fuerza en las calles44
(desfiles, protestas y combates).
No obstante, los paramilitares nunca se congregaron en un movimiento unitario como
tampoco quedaron subordinados a las autoridades, que fueron rápidamente desbordadas por el activismo de estas organizaciones. En la década de 1920, las estructuras, el modus operandi y las reivindicaciones de los paramilitares se ramificaron. Es
así como las agrupaciones participaron en
una radicalización de la sociedad contra las
minorías, en particular de confesión judía.
Por otra parte, las mismas se opusieron
cada vez más a las fuerzas comunistas y
social-demócratas y atacaron al Estado para
precipitar el derrumbe de la República de
Weimar, acusada de ser un factor de decadencia de la nación, tras la humillación de la
Primera Guerra Mundial.
Sobresalieron al respecto las “Secciones
de Asalto” (Sturmabteilung: SA), que tuvieron un papel preponderante en la caída
del régimen (1933)45 y el fortalecimiento
posterior del “Partido Nacional-Socialista
de los Trabajadores Alemanes” (NSDAP),
articulado alrededor de la personalidad de
Adolfo Hitler.
Una vez instalado en el poder y obsesionado por las amenazas que ponían en peligro
los equilibrios precarios del país, Adolfo
Hitler se empeñó en desmantelar o cooptar
a las unidades heredadas de los años precedentes, sean o no clasificadas como paramilitares. Entre otras, las SA que habían sido
decisivas en el advenimiento del nazismo,
44
45
Sobre la importancia de los paramilitares durante el
período, ver James M. Diehl, Paramilitary politics in
Weimar Germany, Bloomington & Londres, Indiana
University Press, 1977.
Sobre el desplome de la “República de Weimar” y sus
consecuencias, ver Richard J. Evans, The coming of
the third Reich, Nueva York, Penguin Books, 2004.
fueron reemplazadas por nuevas formaciones (1934-1935).
Durante el segundo conflicto mundial,
diversas organizaciones prosperaron y
acumularon prestigio dentro de la maquinaria burocrática del “Tercer Reich”, a
la imagen de las “Brigadas de Protección”
(Schutzstaffel: SS), con sus componentes
armados (Waffen SS)46.
Se estableció entonces un paramilitarismo
de guerra, cómplice de una estrategia genocida, que entró en competencia con las prerrogativas del ejército alemán (Wehrmacht),
al cumplir labores de propaganda e inteligencia, eliminación de focos de resistencia
y control de poblaciones en los territorios
ocupados47.
La coyuntura alemana encontró eco en el
resto de Europa, donde proliferaron las facciones de estilo paramilitar48, que se dieron
a conocer bajo figuras metafóricas como
las “camisas negras”49. Más allá de España e
Italia, que han sido abundantemente documentadas50, la mayoría de éstas fueron involucradas en las convulsiones y los métodos
46
Jean-Luc Leleu, La Waffen-SS : soldats politiques en
guerre, París, Perrin, 2007.
47
Las violencias cometidas por el conjunto de las estructuras militares del Reich fueron de una gran heterogeneidad. En el caso de Europa occidental, con una
atención particular a Francia, ver Peter Davies, France
and the second world war: resistance, occupation
and liberation, Nueva York, Routledge, 2000, y para
el frente oriental de la guerra en el continente, RolfDieter Müller & Gerd R. Ueberschar, Hitler's war in
the East, 1941-1945: a critical assessment, Oxford/
Nueva York, Berghahn Books, 2008 and Geoffrey J.
Geoffrey Megargee, War of annihilation: combat
and genocide on the Eastern front, 1941, Boulder,
Rowman & Littlefield Publishers, 2007.
48
Muchas de ellas aparecen descritas como milicias en
los análisis.
49
Con variantes - como las camisas “azules”, “moradas”
y “verdes” - según los países y las traducciones de un
idioma a otro.
50
Ver por ejemplo José Luis Gómez Navarro, El régimen de Primo de Rivera, Madrid, Cátedra D. L, 1991;
Edward Malefakis (editor), La guerra civil española,
Madrid, Taurus, 2006, y Patricia Dogliani, L' Italia fascista, 1922-1940, Milano, Sansoni Editore, 1999.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
autoritarios que azotaron las democracias
liberales en los años 1920 y 193051.
Los grupos paramilitares y similares en
esta época simbolizaron la expansión de
diferentes tendencias - anti-comunistas,
conservadoras, nacionalistas, xenófobas y
(pro-) fascistas - en Austria, Eslovaquia y
Francia52, entre otros, contribuyendo a una
recomposición de la extrema derecha.
Ahora, conviene señalar que la extrema derecha remite a un universo político pluridimensional y polémico53, sobre todo cuando
se relaciona con el fascismo, que algunos
académicos se rehúsan a definir dentro de
la familia de las derechas54.
Por otra parte, la extrema derecha no refleja plenamente la complejidad y las transformaciones del paramilitarismo55, aunque
suele ser un elemento de identificación determinante, o una etiqueta cómoda, para
el análisis.
Efectivamente, la decisión de enlistarse
en los movimientos armados no respondió siempre a aspiraciones predeterminadas y unívocas. Las motivaciones fueron
51
Marco Tarchi, “The role of fascist movements” en
Dirk Berg-Schlosser & Jeremy Mitchell (editores),
Authoritarianism and democracy in Europe, 191939: comparative analyses, Houndmill, PalgraveMacmillan, 2002, pp. 101 a 128.
52
La influencia del fascismo en Francia ha dado pie a
controversias entre los académicos. Para una síntesis,
ver Michel Dobry (editor), Le mythe de l’allergie française au fascisme, París, Albin Michel, 2003.
53
Cas Mudde, “The war of words: defining the extreme right party family”, Western European Politics,
volumen 19, n°2, abril de 1996, pp. 225 a 248, ha
evidenciado la existencia de más de diez corrientes
perteneciendo a la extrema derecha en Europa.
54
Sobre el fascismo, y sus posibles articulaciones con la
derecha y la extrema derecha, ver por ejemplo Robert
Paxton, The anatomy of fascism, Nueva York, Alfred
A. Knopf, 2004, y Marco Tarchi, Fascismo. Teorie, interpretazioni e modelli, Roma/Bari, Editori Laterza,
2003.
55
Los usos de la noción han sido más escasos para
la época cuando se trata de los grupos de filiación
distinta a la extrema derecha. Ver al respecto las milicias vinculadas con el “Partido Social-Demócrata”
(Reichsbanner). Pamela E. Swett, Neighbors and enemies, op. cit.
18
influenciadas por sincretismos ideológicos
y consideraciones prosaicas, como los lazos
de amistad, el oportunismo y las presiones
del entorno.
América Latina no quedó aislada de los
sucesos políticos en Europa, mientras se
recrudecían los intercambios de toda índole entre las dos regiones. Por ejemplo,
personajes emblemáticos del fascismo
ejercieron una innegable atracción en el
Cono Sur56, sin desconocer el impacto que
pudieron tener en otros territorios como
El Salvador, Guatemala y México57. No obstante, la penetración de las ideas europeas
en Suramérica no estuvo exenta de contradicciones y resistencias. De hecho, las
relaciones inter-continentales no fueron
uniformes ni armónicas. Se crispaban crónicamente, en particular por la cuestión de
la inmigración, que resultó ser a la vez un
aporte multicultural y un punto de discordia, no sólo entre los países, sino también
al interior de los mismos.
En este contexto, antes de la primera guerra mundial, los inmigrantes en Argentina y
Chile fueron el blanco de un nacionalismo
excluyente, con una tonalidad racista y religiosa, a medida que el liberalismo sacudía la economía. En ambos casos, los años
1910 y 1920 vieron surgir “Ligas Cívicas” y
“Ligas Patrióticas”, que se volvieron las vanguardias de la lucha contra las oleadas de
extranjeros58, el comunismo y/o las clases
obreras, que fueron acusados de alterar el
orden establecido. Después de la crisis internacional de 1929, la polarización de la
población se exacerbó durante una década
56
Eugenia Scarzanella (compiladora), Fascistas en
América del Sur, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2007.
57
Sobre este caso, ver Alicia Gojman de Backal,
Camisas, escudos y desfiles militares. Los Dorados y
el antisemitismo en México, 1934-1940, México D.F,
Fondo de Cultura Económica, 2000.
58
Los ataques apuntaron prioritariamente a los trabajadores recién llegados, y en menor proporción a los
propietarios y los comerciantes de largo arraigo en
los dos países.
19
en que se fortalecieron las corrientes antisemitas y (pro-) fascistas59.
fascismo y/o las franjas nacionalistas de la
extrema derecha62.
Junto con las ligas60, las formaciones paramilitares, que aparecieron bajo diversas
apelaciones (brigadas, guardias y patrullas,
entre otros), se encargaron de defender los
barrios y las fábricas, suplir a las tropas regulares, hacer proselitismo y asegurar la perennidad de los partidos políticos. Las facciones se libraron constantemente a actos
de teatralización de la violencia y marchas
callejeras que recordaron las tácticas de las
agrupaciones armadas en Europa.
Posteriormente, la rivalidad “este-oeste”
dejó una profunda huella, que no marcó
una discontinuidad absoluta con el pasado, en el panorama de los paramilitares
en Latinoamérica y la cuenca limítrofe del
Caribe. El fascismo y el nacionalismo, que
habían sido centrales en el ascenso de los
movimientos armados en la primera mitad
del siglo, fueron relegados a un segundo
plano por la lucha contra la izquierda, entendida en una acepción amplia.
Desde un punto de vista ideológico, si
bien los paramilitares compartieron un fervor nacionalista, al igual que valores clericales y conservadores, no todos fueron
fascistas.
Entre los años 1950 y 1980, las dictaduras
del hemisferio63 se convirtieron en el terreno
predilecto - pero no exclusivo - de las campañas represivas llevadas a cabo contra los
sectores de la población animados por ambiciones contestatarias y/o revolucionarias.
En Chile, la sociedad fue más propensa a
contener a los sectores más virulentos frente a la inestabilidad interna y los litigios
persistentes con Perú y Bolivia (problemas
de frontera, inmigración y comercio). Así,
se instituyeron milicias paramilitarizadas,
con el propósito de defender las libertades
y el pluralismo democrático según un espíritu republicano61. En la década de 1930, las
organizaciones se esforzaron por neutralizar la progresión del fascismo, los excesos
nacionalistas y las veleidades de poder de
los militares.
En la Argentina de los años 1920 y 1930, la
debilidad de los partidos moderados y el apoyo de las élites atemorizadas por la agitación
social llevaron a que se observara una estrecha correlación entre el paramilitarismo, el
59
Sobre estas diferentes secuencias históricas, ver
Sandra McGee Deutsch, Las derechas: la extrema derecha en la Argentina, el Brasil y Chile, 1890-1939,
Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes
Editorial, 2005.
60
Algunas de ellas pueden ser parcial o totalmente consideradas como organizaciones militarizadas.
61
De allí las disputas entre varias formaciones paramilitares que no fueron necesariamente asociadas a la
extrema derecha.
Los regímenes se dotaron de dispositivos
legales, gracias a reformas constitucionales
y judiciales64 (Argentina, Brasil y Chile, entre
otros), que abrieron el camino a prácticas
coercitivas con privaciones de libertad. Las
fuerzas castrenses fueron modernizadas y
facultadas para infiltrar y administrar los espacios de vida. En complemento, las autoridades participaron directa o indirectamente
en la creación de unidades paramilitares,
62
Para una discusión sobre las relaciones entre el fascismo y el nacionalismo en Argentina, ver Federico
Finchelstein, Fascismo, liturgia e imaginario: el mito
del general Uriburu y la Argentina nacionalista,
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp.
09 a 29.
63
Las dictaduras del sub-continente no constituyeron
un bloque monolítico. Muchas fueron destituidas en
la década de 1980, de manera no violenta, propiciando un proceso de transición hacia la democracia y un
desmantelamiento de diversas estructuras militares y
paramilitares. Ver los trabajos de Guillermo O’donnell,
Philippe C. Schmitter & Laurence Whitehead (editores),
Transitions from authoritarian rule: Latin America,
Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1986,
y Juan J. Linz & Alfred Stepan, Problems of democratic
transition and consolidation: Southern Europe, South
America and post-communist Europe, Baltimore, The
Johns Hopkins University Press, 1996.
64
Para el Cono Sur, ver Anthony W. Pereira, Political
(in)justice: authoritarianism and the rule of law in
Brazil, Chile, and Argentina, Pittsburgh University of
Pittsburgh Press, 2005.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
conocidas bajo distintos calificativos, que
se singularizaron por innumerables violaciones a los derechos humanos: asesinatos,
detenciones arbitrarias y desapariciones
forzadas, entre las más importantes.
Sin embargo, los paramilitares no mostraron una lealtad incondicional al Estado ni
una coherencia ideológica firme, oscilando
entre la derecha y la extrema derecha. Por
ejemplo, bajo la presidencia de Anastasio
Somoza Debayle (1967-1972 y 1974-1979)
en Nicaragua, la “Guardia Nacional” - verdadero garante de la dictadura - expresó signos de inconformidad e inquietud frente a
la propagación de unidades armadas extraoficiales y anti-izquierdistas65. A la inversa,
en Haití, durante la era de François y JeanClaude Duvalier (1967-1971 y 1971-1986),
el poder ejecutivo se rodeó de las tumultuosas bandas de “Voluntarios de la Seguridad
Nacional” (conocidos en el lenguaje popular
como “Tontons Macoutes”), presuntamente inspirados por las “camisas negras” de
la Italia fascista, para prevenir un golpe de
Estado de los opositores, apoyados por una
fracción de los militares66.
Independientemente de su heterogeneidad,
los grupos paramilitares operaron a menudo
en nombre de la “seguridad nacional” y del
“mantenimiento del orden”. Se beneficiaron
de alianzas de oportunidad y mecanismos
de protección que diluyeron las responsabilidades entre múltiples comanditarios,
intermediarios y ejecutantes, incluso a nivel internacional, como lo reveló la famosa
“Operación Cóndor”, implicando a distintos
países del hemisferio americano67.
65
Richard Millett, Guardians of the dynasty. A History
of the U.S. created Guardia Nacional de Nicaragua
and the Somoza family, Nueva York, Orbis Books,
1977.
66
Henry F. Carey, “Militarization without civil war: the
security dilemma and regime consolidation in Haiti”,
Civil Wars, volumen 7, n°4, invierno de 2005, pp. 330
a 356.
67
J. Patrice McSherry, “Operation condor: clandestine
inter-American system”, Social Justice, volumen 26,
n°4, invierno de 1999, pp. 144 a 173.
20
La impresión de clandestinidad fue patente
en el caso de las cuadrillas móviles instituidas, en especial, para cometer crímenes
(homicidios, secuestros y torturas), como
“la Triple A” en Argentina68, “la Falange” en
El Salvador y “Ojo por Ojo” en Guatemala,
justificando la expresión de “escuadrones
de la muerte”69.
Se resaltará que la “Triple A” surgió en los
meses precediendo la toma del poder por
parte de la junta militar, es decir entre el
final del mandato de Juan Domingo Perón
(1973-1974)70 y el interludio presidencial
de su esposa María Estela Martínez de Perón
(1974-1976)71. La “Triple A” fue impulsada
desde las altas esferas del Estado, antes de
ser disuelta por los militares que quisieron
deshacerse de un aliado versátil y desestabilizador. Según varias fuentes, la organización mantuvo vínculos con la extrema
derecha y la urbe fascista en el exterior, en
especial en Italia. Se dedicó fundamentalmente a reprimir a las agrupaciones armadas de izquierda, las protestas sociales y las
68
La “Alianza Anticomunista Argentina” (“Triple A”) fue
uno de los “escuadrones de la muerte” más activos en
América Latina. Al igual que otras organizaciones paramilitares, pudo contar con el apoyo de las fuerzas
militares que adoptaron en particular, una vez en el
poder, el modelo de guerra contra-insurgente desarrollado por Francia en los países en vía de descolonización. Marie-Monique Robin, Escuadrones de la
muerte. La escuela francesa, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 2005.
69
Para una visión comparativa, más allá de América
Latina, ver Bruce B. Campbell & Arthur D. Brenner
(editores), Death squads in global perspective. op.
cit., y Jeffrey A. Sluka (editor), Death squad: the anthropology of state terror, Philadelphia, University of
Pennsylvania Press, 1999.
70
Figura emblemática de la vida política argentina en
el siglo XX, Juan Domingo Perón asumió tres mandatos, no consecutivos, antes de fallecer en julio de
1974. Para un análisis de su itinerario y legado político, ver Robert D. Crassweller, Perón and the enigmas
of Argentina, Nueva York, W. W. Norton & Company,
1996, y James W. McGuire, Peronism without Perón:
unions, parties and democracy in Argentina, Stanford,
Stanford University Press, 1997.
71
Fue depuesta en marzo de 1976 por un golpe militar que dio origen al “Proceso de Reorganización
Nacional”. En 2007, la ex-presidenta en exilio fue llamada a juicio y objeto de una solicitud de extradición
enviada a las autoridades de España, por participación en crímenes perpetrados por las fuerzas regulares y los paramilitares.
21
reivindicaciones sindicales. También sirvió
para arreglar cuentas entre las corrientes rivales dentro de la mayor fuerza política del
país, el peronismo.
En una perspectiva latinoamericana, los
paramilitares actuaron en repertorios ambivalentes entre lo público y lo privado.
Desde luego, éstos no tuvieron globalmente la audiencia de las facciones análogas
del período de los dos conflictos mundiales
en Europa y Suramérica, pero no quedaron
confinados a un papel marginal. En lo cotidiano, suscitaron inextricables sentimientos
de simpatía, (in)seguridad y/o temor entre
las poblaciones72.
Ahora bien, desde los años setenta, pero
con más nitidez en los ochenta y noventa del siglo pasado, emergieron fuera del
Cono Sur diferentes movimientos armados,
en respuesta a la delincuencia, las guerrillas y sus simpatizantes, lo que explica las
similitudes y confusiones posibles entre autodefensas y paramilitares.
En este sentido, estos movimientos no corresponden nítidamente a la visión clásica
del paramilitarismo heredada de la primera
mitad del siglo XX en Europa. Tampoco pueden ser asimilados a los “escuadrones de la
muerte” instrumentalizados en tiempos de
dictadura en América Latina. En efecto, la
mayoría de éstos desarrolló un ethos rural,
con fuertes características comunitarias,
globalmente poco permeables a las ideas
de extrema derecha y ajenos a la dicotomía
entre la izquierda y la derecha. Se definieron o fueron presentados como “comités”,
“rondas” o “patrullas” con bases territorializadas y funciones a priori no expansivas.
Sobre todo, el armamento y el adiestramiento militar fueron a menudo deficientes,
alejándose de la imagen de micro-ejércitos
disciplinados y preparados para sostener
largos combates.
72
Mediante actos de propaganda, amenazas e intimidaciones y prácticas de teatralización de la violencia.
Conviene recordar que la noción de autodefensas constituye una categoría de análisis
maleable y difícil de rastrear. Si bien los primeros empleos del término se remontan al
siglo XVIII en distintos idiomas, este último
se ha vuelto particularmente usual, y objeto de diversas conceptualizaciones, en los
contextos de violencia interna, después de
la Segunda Guerra Mundial en África, Asia y
Latinoamérica73.
Pese a ciertas similitudes entre las dos palabras, los significados otorgados a las autodefensas y los paramilitares distan en el
lenguaje común y la literatura académica74.
Así, las autodefensas no suelen ser tan aferradas a las ideologías de extrema derecha
y la lucha contra la izquierda, a excepción
de América Latina, donde el término hace
parte del léxico (repertorio semántico) de
los grupos contrainsurgentes. En segundo
lugar, los miembros de las autodefensas se
reclutan por lo general entre un amplio sector de la población, a menudo sin mayores
criterios de selección ni contactos con las
tropas regulares. Adicionalmente, tienden a
tener sólidos rasgos comunitarios (juntas de
vecinos, organizaciones étnicas y redes con
lazos de solidaridad religiosa, por ejemplo),
con un radio de acción local o regional, asumiendo tareas de vigilancia y protección de
aldeas y sitios de alto valor económico y/o
simbólico75.
Para tratar de acercarse más a la diversidad
de las autodefensas en América Latina, se
hará alusión a dos escenarios conflictivos
73
Stathis N. Kalyvas, The logic of violence in civil war,
Cambridge, Cambridge University Press, 2006.
74
Ambos términos pueden ser usados como sinónimos
junto con la idea de milicias. Ver Laurent Gayer &
Christophe Jaffrelot (editores), Milices armées d’Asie
du sud, París, Les Presses de SciencesPo, 2008.
75
La noción de autodefensas se confunde frecuentemente con el “vigilantismo”. Para América Latina,
ver Martha K. Huggins (editora), Vigilantism and the
state in modern Latin America: essays on extra-legal
violence, Nueva York, Praeger Publishers, 1991, y
para otras regiones, ver David Pratten & Atryee Sen
(editores), Global vigilants, Nueva York, Columbia
University Press, 2007.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
que finalizaron en los años 199076: Guatemala,
durante la transición entre las dictaduras militares y la democracia, cuando culminó la
oposición contra las guerrillas; y Perú, donde el Estado se enfrentó a una poderosa insurgencia, que basculó en una lógica ofensiva en los años de liberalización económica
y democratización política del país.
En Guatemala, los disturbios sociales y
los avances de la insurgencia en los años
1970 y 1980 conllevaron a los militares a
aplicar técnicas de contra-insurgencia que
retomaron doctrinas y modelos foráneos
(Indochina, Argelia y Vietnam con el dispositivo de las “aldeas estratégicas”). En varios
departamentos, se conformaron “Patrullas
de Autodefensa Civiles” (Pac) que consiguieron aislar a la población de las guerrillas77,
entre las cuales se encontraban las “Fuerzas
Armadas Rebeldes” (Far), la “Organización
del Pueblo en Armas” (Orpa) y el “Ejército
Guerrillero de los Pobres” (EGP)78.
A pesar de su influencia en el desarrollo de
la contienda armada e impacto sobre el tejido social de los pueblos indígenas, las Pac
no han sido consideradas como agrupaciones paramilitares en el lenguaje cotidiano
en Guatemala, ni entre los académicos79, en
desfase con la imagen que se pueda tener
desde el exterior.
Los patrulleros fueron principalmente campesinos indígenas, mal equipados e instruidos
76
En la segunda parte del documento, se analizarán los
alcances de los acuerdos de paz en Centroamérica. La
situación peruana, que se mencionará a continuación,
fue distinta en el sentido en que la confrontación no
se concluyó por la vía negociada, sino a raíz de la
derrota político-militar de las guerrillas.
77
Sobre las dimensiones del conflicto, se puede consultar el informe de la Comisión para el Esclarecimiento
Histórico, Guatemala: memoria del silencio, Ciudad
de Guatemala, CEH, 1999.
78
Yvon Lebot, La guerra en tierras mayas: comunidad,
violencia y modernidad en Guatemala (1970-1992),
México D.F, Fondo de Cultura Económica, 1997.
79
Entrevista personal a Simone Remijnse, en agosto de
2007, autora de Memories of violence: civil patrols
and the legacy of conflict in Joyabaj, Guatemala, West
Lafayette, Purdue University Press, 2003.
22
en tácticas de lucha irregular, quienes se involucraron, o fueron obligados a enlistarse,
en columnas de contra-guerrilla a lo largo
de la década de 1980 y, en menores proporciones, en los años 1990, cuando avanzaban las negociaciones de paz.
Muchos integraron las filas de las Pac en
1982 como resultado de la política contrainsurgente del Ejército, que contemplaba
el control o la eliminación de la población
indígena80, acusada de apoyar a las guerrillas, provocando importantes flujos de desplazados. El objetivo consistió igualmente
en enfrentar entre sí a los miembros de las
comunidades para contrarrestar el apoyo
social a los alzados en armas.
En 1983, el general Efraín Ríos Montt, quien
había encabezado un golpe de Estado en
1982, decidió legalizar a las Pac, en complemento de la estrategia de militarización
de las áreas rurales del centro-norte del
territorio.
En el tiempo más álgido de la confrontación
armada, los efectivos de las Pac alcanzaron un millón de personas, según algunas
estimaciones, antes de ser renombradas
“Comités Voluntarios de Defensa Civil”
(CVDC) y desmovilizadas por el gobierno
nacional en 1995, para intentar evitar los
motivos de tensiones y la reactivación del
conflicto en la fase terminal de las discusiones de paz con las guerrillas.
La proximidad con las fuerzas castrenses
no significó necesariamente que las Pac tuvieran estructuras, valores e intereses en
común con la institución militar. Tampoco
se parecieron a las formaciones móviles,
denominadas “escuadrones de la muerte”
(unidades mixtas de militares, mercenarios
y sicarios), como el grupo “Ojo por Ojo”, vinculadas con corrientes de extrema derecha,
80
Algunos estudiosos han hablado al respecto de
genocidio. Victoria Sanford, Violencia y genocidio
en Guatemala, Ciudad de Guatemala, F&G EditoresEditora Cultural de Guatemala, 2003.
23
que encarnaron por excelencia la figura del
paramilitarismo en el país.
A partir de la experiencia en Guatemala, que
se concluyó con el cierre de acuerdos de paz
en 1996, las autoridades civiles y militares en
Perú81 multiplicaron las iniciativas destinadas
a derrotar a las dos grandes guerrillas que
se crearon en los años 1970 y 1980, a saber
“Sendero Luminoso” (SL)82 y el “Movimiento
Revolucionario Túpac Amaru” (Mrta).
Entre las medidas adoptadas, las tropas
regulares decidieron concentrar a las poblaciones rurales en zonas específicas para
aislar a la insurgencia. En los territorios
centrales y sureños del país, se constituyeron “Comités de Defensa Civil” (CDC), que
recibieron un material bélico precario y una
formación militar somera, aunque revelaron ser decisivas para contener la progresión de los insurgentes en los años 1980.
La promoción de los CDC se hizo en un
mundo indígena disperso y estratificado.
Sin embargo, se crearon sinergias entre
las aldeas de campesinos, siguiendo el camino de las “Rondas” y los “Montoneros”,
los cuáles fueron fundados años atrás en
el norte de Perú, sin la cooperación del
Estado, en respuesta a la inseguridad desatada por bandas de delincuentes y facciones políticas locales (abigeato, extorsiones
y homicidios).
Las estructuras campesinas del norte - es
decir, las rondas que sirvieron de antecedentes históricos y dieron su nombre a otras
organizaciones en el país83 - se unieron a la
81
82
83
Para un balance del conflicto armado, ver Steve J.
Stern (editor), Shining and other paths: war and society in Peru, 1980-1995, Durham & Londres Duke
University Press, 2005.
La guerra se agudizó en la época, aunque el militantismo de algunas facciones se haya hecho evidente en el transcurso de los años 1970. Carlos
Iván Degregori, Ayacucho 1969-1979: el surgimiento de Sendero Luminoso, Lima, Instituto de Estudios
Peruanos, 1990.
Incluyendo a los Cdc, lo cual ha sido un elemento de
complejidad adicional para el análisis.
lucha contra la guerrilla, no sin sentimientos
de animosidad y sospecha hacia las fuerzas
estatales, culpadas de brutalidades contra
las comunidades y/o ser crónicamente ausentes de los municipios.
En numerosas provincias rurales, los campesinos en armas no se limitaron a tareas
de vigilancia y represión, sino que emprendieron operaciones ofensivas de búsqueda
y persecución de los guerrilleros. También
fueron los voceros de las peticiones del
mundo rural ante el Estado y resolvieron litigios personales y regularon la economía
en las localidades, convirtiéndose en movimientos populares con dimensiones políticas y sociales84.
So pretexto de haber contribuido a la derrota de las guerrillas a comienzos de los años
1990, las agrupaciones campesinas, muchas de las cuáles fueron legalizadas bajo la
etiqueta de “Comités de Autodefensa”85, no
pueden ser descritas como unidades paramilitarizadas por sus deficiencias en materia de armamento y formación militar, como
tampoco pueden ser consideradas como
facciones violentas de filiación de extrema
derecha. Las mentalidades y las motivaciones de los integrantes, en un entorno hostil
donde la neutralidad era difícil de mantener, mezclaron elementos pragmáticos ante
la violencia cometida por la guerrilla (como
la supervivencia física, la protección de bienes y los ciclos de venganza) con creencias
procedentes de la cosmología indígena86.
84
Orin Starn, Nightwatch: the politics of protest in
the Andes, Durham/Londres, Duke University Press,
1999.
85
Varias de ellas no alcanzaron o se rehusaron a ser reconocidas por el Estado que pretendió recuperarlas,
asociándolas al éxito de la lucha campesina contra las
guerrillas, con el propósito de dar más resonancia a la
política contra-insurgente.
86
Carlos Iván Degregori, José Coronel, Ponciano del
Pino & Orin Starn, Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso, Lima, Instituto de Estudios
Peruanos/Universidad Nacional San Cristóbal de
Huamanga, 1996.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
Por consiguiente, resulta poco acertado,
desde un punto de vista heurístico, hablar
de formaciones paramilitares en referencia
a las rondas campesinas y las formaciones
armadas similares, al igual que en el caso de
las Pac guatemaltecas en la misma época.
No obstante lo anterior, varios movimientos
de autodefensa fueron puntualmente integrados a los operativos de las tropas oficiales, que procuraron ejercer un control sobre
estos actores considerados como auxiliares.
De allí, la tentación de catalogarlos como
organizaciones pro-estatales y confundirlos
con agrupaciones paramilitares87, esencialmente conformadas por (ex)agentes de las
fuerzas armadas, miembros de los servicios de inteligencia y células políticas, entre
las cuales figura por ejemplo el “Comando
Rodrigo Franco” en Perú, que se singularizó
por sus ataques a personalidades y defensores de las corrientes de izquierda88.
Para concluir este breve recorrido de las autodefensas y los paramilitares en América
Latina, se añadirá que las décadas de 1970
y 1980 fueron tiempos de convulsiones en
Nicaragua. En 1979, la toma del poder por
el “Frente Sandinista de Liberación Nacional”
(FSLN) ocasionó la creación de un movimiento contrarrevolucionario - comúnmente conocido como “la Contra”89 - que cambió de
denominación - “Resistencia Nacional” (RN)a la hora de negociar la paz después de una
década de lucha bélica.
La resistencia, que se estableció contra el
sandinismo, acogió a una multitud de grupos armados anti-gubernamentales que
presentaban una fisonomía híbrida entre
las facciones paramilitares y los grupos de
autodefensa comunitarios en otros países
latinoamericanos, oscureciendo las categorías de análisis.
87
88
Es así como en los primeros meses de los
años 1980, la oposición armada fue embrionaria y descoordinada. Recayó, ante todo, en
las unidades de la difunta “Guardia Nacional”
de la dictadura de la familia Somoza90 y sectores del campesinado del norte del país
fronterizo con Honduras (“Milicias Populares
de Liberación Anti-Somozistas” - Milpas)91,
donde las autoridades se aliaron a los antisandinistas durante la guerra.
Se anotará que los soldados de la antigua
“Guardia Nacional” constituyeron, stricto
sensu, unidades paramilitares (por sus orígenes, adiestramiento y disciplina) en guerra contra el Estado cooptado por el FSLN, a
veces con un modus operandi cercano a los
“escuadrones de la muerte”, lo que infirma
la tesis comúnmente aceptada, si se tiene
en cuenta la situación de otros países fuera del hemisferio latinoamericano (Costa de
Marfil, India, Sierra Leona, entre otros), que
hace de los paramilitares unos auxiliares incondicionales de las fuerzas estatales92.
Los reductos de la “Guardia Nacional” formaron el núcleo de las “Fuerzas Democráticas
Nicaragüenses” (FDN) que se beneficiaron
de una internacionalización de la guerra.
Recibieron asesoría militar, armamento y financiación por parte de una coalición de actores heterogéneos (Estados, mercenarios
y empresarios, entre otros)93, liderados por
los Estados Unidos, que se involucraron, a
partir de los años 1940, en una cruzada anti-comunista en el istmo centroamericano.
90
Ver el relato periodístico de Timothy C. Brown, The
real contra war: highlander peasant resistance in
Nicaragua, Norman, University of Oklahoma Press,
2001.
91
Lynn Horton, Peasants in arms: war and peace in the
mountains of Nicaragua, 1979-1994, Athens (Ohio),
Ohio University Press, 1999.
92
Para otros ejemplos, ver Andrew Scobell & Brad
Hammitt, “Goons, gunmen and gendarmerie: toward
a reconceptualization of paramilitary formations”,
Journal of Political and Military Sociology, volumen
26, n°2, invierno de 1998, pp. 213 a 227.
93
Ariel Armony, Argentina, The United States and the
anti-communist crusade in Central America, 19771984, Athens (Ohio), Ohio University Press, 1997.
En su mayoría, tuvieron una existencia efímera.
Ver el informe final de la Comisión de la Verdad y
Reconciliación, Tomo III, Lima, 2003. Disponible en:
www.cverdad.org.pe.
89
24
Nombre a veces ortografiado en plural.
25
Las FDN, cuyos efectivos fueron estimados
a 20.000 combatientes, intentaron lograr
una simbiosis entre los representantes de
la extrema derecha, los decepcionados de
la causa revolucionaria sandinista y los
campesinos reacios a la colectivización de
las tierras.
Dentro de este proceso, gran parte del
campesinado del norte del país, que había
tomado las armas al estilo de autodefensas
como consecuencia de las incursiones y las
exacciones sandinistas, fue sometido a una
paramilitarización con un adoctrinamiento
político por parte de la “Guardia Nacional”
y militares extranjeros (argentinos, estadounidenses y guatemaltecos, principalmente) desde varias retaguardias establecidas
en Honduras.
Paralelamente, en el transcurso de la década de 1980, se consolidaron frentes de
resistencia en el sur de Nicaragua (“Alianza
Revolucionaria Democrática” - ARD) y hacia la costa noreste (“Miskitu Sumu Rama”
- Misurata), donde indígenas del área se
organizaron en autodefensas parcialmente
paramilitarizadas para proteger sus tierras
y costumbres, tratando de no dejarse absorber por los intereses de las potencias
extranjeras y los demás grupos implicados
en la confrontación contra el FSLN.
En el país vecino - El Salvador - que conoció concomitantemente una guerra interna, con ramificaciones internacionales94, la
población fue involucrada en una malla de
alianzas con representantes del Estado en
la lucha contra las diferentes vertientes de
la guerrilla del “Frente Farabundo Martí de
Liberación Nacional” (FMLN), que dejó las
armas a principios de la década de 1990 a
raíz del desarrollo de diálogos de paz.
Entre otros aspectos, se formó en 1961 la
“Organización Democrática Nacionalista”
(Orden), que movilizó política y militarmente a sectores del campesinado y asalariados
agrícolas, antes de ser disuelta y reemplazada por la “Agencia Nacional de Seguridad
de El Salvador” (Ansesal), a finales de los
años 1970, cuando se inició la intensificación de la contienda armada. Mediante esta
estructura estatal especializada en materia
de inteligencia, una parte de la población
rural fue controlada y organizada en patrullas móviles, mal armadas e instruidas en
las técnicas de guerra irregular, con el apoyo de los terratenientes. Adicionalmente,
se instituyeron unidades mixtas conformadas por militares y civiles. Éstas fueron
más acordes a la imagen de organizaciones
paramilitares flexibles (llamadas “escuadrones de la muerte” en el presente caso),
destinadas a eliminar a los simpatizantes y
las bases sociales de la guerrilla95, que actuaron a menudo en la sombra del Estado y
quedaron excluidas de los acuerdos de paz
celebrados posteriormente.
En definitiva, las nociones de autodefensas y paramilitares resultan ser polisémicas y “nómadas”, por no decir porosas. Las
aproximaciones del lenguaje tienden a confundirlas en algunas circunstancias, como
si fuesen simples sinónimos, aunque existen divergencias sustanciales entre los “escuadrones de la muerte” adscritos a la extrema derecha y los grupos de autodefensa
en medio rural, por ejemplo.
Para sintetizar, se pueden destacar varias
ideas útiles para la reflexión en una perspectiva latinoamericana. Se dice de grupos
armados que son paramilitares cuando reúnen las siguientes características: estrategia estatal contrainsurgente que contempla
la intervención de fuerzas extraoficiales;
armamento, formación militar y cohesión
similares a las tropas regulares; principios
ideológicos de extrema derecha y/o una
95
94
Sobre el tema ver, por ejemplo, Elisabeth Jean Wood,
Insurgent collective action and civil war in El Salvador,
Cambridge, Cambridge University Press, 2003.
Cynthia J. Arnson, “Window on the past: a declassified history of death squads in El Salvador”, en Bruce
B. Campbell & Arthur D. Brenner (editores), Death
squads in global perspective: murder with deniability,
pp. 85 a 124.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
voluntad de lucha contra las corrientes de
izquierda, asumiendo un comportamiento
ofensivo.
Por otro lado, los paramilitares pueden
cumplir funciones defensivas, imitando las
prácticas usuales de las organizaciones de
autodefensa. A la inversa, las autodefensas,
que suelen tener fundamentos comunitarios y territoriales, pueden entrar en dinámicas más ambiciosas y ser paramilitarizadas por el Estado, provocando un desvanecimiento de la frontera entre lo defensivo y
lo ofensivo.
Por lo tanto, se observa que son múltiples
las posibilidades de evoluciones de las estructuras armadas y, finalmente, los vaivenes entre las dos categorías analíticas.
Esta inestabilidad es a la vez el fruto de las
interacciones entre los diferentes actores
armados, el desarrollo de la confrontación
armada (poder armado adquirido dentro
de la confrontación) y el producto de factores coyunturales externos (influencia o intervención de actores internacionales, por
ejemplo).
B. La gestación de los grupos de
autodefensa en Colombia
El estudio procura ahora versar más específicamente sobre el análisis de los grupos de autodefensa contrainsurgentes en
Colombia. Diferentes parámetros explican
el relativo déficit de investigaciones sobre
el tema. Se citarán, sin ser exhaustivos,
la indolencia de la sociedad que, durante
años, subestimó el crecimiento de estas
facciones armadas; el acceso restringido a
las zonas de enfrentamientos; la naturaleza oculta de estas estructuras armadas; y
la ramificación de sus lógicas de acción.
En discrepancia con una idea común97, “la
Violencia” no surgió exclusivamente a raíz
del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9
de abril de 1948 en Bogotá98. La muerte del
jefe liberal, candidato a la Presidencia de la
República, sirvió de detonante a la exacerbación de los enfrentamientos perceptibles
en los meses anteriores entre los miembros de los partidos conservador y liberal y
conllevó a un levantamiento popular y brotes armados que no tuvieron equivalente en
el país durante el siglo XX99.
Aunque no se busca hacer una narración
detallada de la confrontación, es interesante detenerse en sus condiciones iniciales,
con una mención explícita a las guerrillas.
Se recordará que no existe consenso sobre
los orígenes de la contienda; sin embargo,
un sinnúmero de analistas ven en la finalización de “la Violencia” (1946-1958)96 un
preludio a la actividad insurgente.
“La Violencia” se propagó con matices en
diferentes ciudades y zonas rurales, perturbando el orden público, la configuración
política y las relaciones sociales en el eje
andino del país y las regiones contiguas,
incluyendo municipios a lo largo de la frontera noreste con Venezuela.
96
Periodización aproximativa, que incluye los meses
precediendo la muerte de Jorge Eliécer Gaitán en
1948, que corresponden a la fase temprana de “la
Violencia”. Por su parte, el año 1958 marcó la oficialización de un pacto entre las elites políticas liberales
y conservadoras - el “Frente Nacional”.
26
97
Ver en este sentido el documento publicado por
International Crisis Group, “La esquiva búsqueda de
la paz en Colombia”, Informe sobre Latinoamérica,
No. 1, 26 de marzo de 2002, p.3.
98
Sobre la muerte de Jorge Eliécer Gaitán restituida a la
luz del contexto internacional, ver Gonzalo Sánchez
(editor), Grandes potencias, El 9 de abril y la violencia, Bogotá, Editorial Planeta, 2001.
99
A excepción de la “Guerra de los Mil Días” entre los
años 1899 y 1902.
27
La participación de la población fue, en muchos casos, el resultado de la preeminencia de
un bipartidismo, no monolítico, que agudizó
las lógicas de tipo amigo-enemigo. A las motivaciones políticas, se agregaron consideraciones más difusas y prosaicas: la contienda fue
el escenario de represalias, prácticas de depredación, pillajes y al mismo tiempo la expresión
de diversas formas de bandolerismo100. Por
otro lado, los vacíos de autoridad y la inseguridad provocaron sentimientos de impunidad y
necesidades de protección que permiten comprender el uso masivo de las armas101.
Conviene precisar que las disputas agravaron la descomposición de la comunidad nacional, sin generar un colapso del Estado102
o una situación caótica en la totalidad del
territorio103; tampoco se produjo una revolución que es un tema frecuentemente debatido y/o glorificado en diferentes países de
América Latina desde la época104.
100 Ver Gonzalo Sánchez & Donny Meertens, Bandoleros,
gamonales y campesinos. El caso de la Violencia en
Colombia, Bogotá, El Ancora Editores, 1983, quienes
parten de una lectura crítica de los postulados clásicos
de Eric Hobsbawm sobre el tema. En un artículo posterior, Claudia Steiner, “Un bandolero para el recuerdo: Efraín González también conocido como el siete
colores”, Antípoda, No. 2, enero-junio de 2006, pp.
230 a 253, propone una interpretación renovada del
bandolerismo de los años 1950 y 1960 en Colombia
con reflexiones sugestivas sobre la confrontación de
hoy.
101 Son escasos los trabajos que dan una visión sintética
de las dinámicas y las motivaciones de la confrontación. Para un balance historiográfico, ver Gonzalo
Sánchez & Meter Bakewell, “La Violencia en Colombia:
new research, new questions”, The Hispanic American
Historical Review, vol. 65, No. 4, noviembre de 1985,
pp. 789 a 807, e Ingrid Johanna Bolívar Ramírez,
Violencia política y formación del Estado: ensayo historiográfico sobre la dinámica regional de la Violencia
de los cincuenta en Colombia, Bogotá, CINEP-CESOUNIANDES, 2003.
102
Paul Oquist, Violencia, Conflicto y Política en
Colombia, Bogotá, Instituto de Estudios ColombianosBiblioteca Banco Popular, 1978, enuncia la tesis de un
“derrumbe parcial del Estado”, p. 184.
103 Daniel Pécaut, Orden y violencia: evolución socio-política de Colombia entre 1930-1954, Bogotá, CERECSiglo XXI, 1987, identifica numerosas interferencias
entre el orden y desorden que caracterizaron la
época.
104 Ver por ejemplo Merilee Serrill Grindle & Pilar
Domingo (editores), Proclaiming revolution: Bolivia
in comparative perspective, Harvard University Press,
2003.
En efecto, la maquinaria bipartidista y las
redes clientelistas no se desmantelaron. Por
el contrario, las élites supieron acomodarse
a las circunstancias y regenerarse. Fueron
incluso decisivas en el cese de las hostilidades y en las décadas posteriores para impedir el estallido de un conflicto de semejante
magnitud.
El declive de las violencias fue palpable en
la segunda mitad de los años 1950, que
coincidieron con tres tendencias: el retiro
del poder del General Rojas Pinilla, quien
gestó un golpe de Estado en 1953 con la
aceptación de una fracción de la clase política; la instalación de un gobierno provisional bajo la supervisión de una junta militar;
y los acercamientos entre los directorios de
los partidos conservador y liberal.
En 1957 y 1958, los representantes de los
partidos trabajaron en la elaboración de un
pacto singular, que ratificó la voluntad de
alejar del poder a las Fuerzas Militares. El
mismo selló también un deseo de reconciliación y coexistencia pacífica; concretamente, se aprobó la institución del “Frente
Nacional” (FN), que preveía una alternancia
entre los dos partidos en la presidencia con
la celebración de elecciones y una repartición equilibrada de los cargos políticos.
A la inestabilidad de “la Violencia” sucedió
un régimen “consociacional”105 de transacciones y acuerdos mutuos, que tuvo una
duración legal de dieciséis años (19581974), con ramificaciones directas hasta
el año 1986106. Se procuró cerrar así un
episodio de enfrentamientos que dejaron
numerosas secuelas y víctimas (alrededor
de 200.000 muertos) y no tuvieron ningún
equivalente en el resto de América Latina
en ese entonces.
105 Jonathan Hartlyn, La política del régimen de coalición: la experiencia del Frente Nacional en Colombia,
Bogotá, Ediciones Uniandes-Tercer Mundo Editores,
1993.
106 Daniel Pécaut, Guerra contra la sociedad, Bogotá,
Editorial Planeta, 2001, pp. 28-29.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
Si bien es cierto que el FN logró evitar
una reactivación de la contienda entre los
conservadores y los liberales y la instauración de una dictadura militar, éste ha tenido
hasta la actualidad repercusiones ambivalentes sobre el país.
En este sentido, el FN materializó el anhelo
de olvidar eventos violentos, eludir responsabilidades y fue acompañado de amnistías para deshacerse de “un pasado que
no pasa”107. Desde entonces, “la Violencia”
no ha dado lugar a una política oficial de la
memoria y los círculos de poder han preferido no cuestionar ni avivar una historia
convulsionada. En estas condiciones, los
traumas y las peticiones de la población
han tenido dificultades para exteriorizarse
y encontrar interlocutores (memoria inhibida). Adicionalmente, el FN fragmentó a
los dos partidos tradicionales, cuyos representantes compitieron internamente
por los puestos políticos. Para concluir,
el mismo ha sido interpretado como un
mecanismo de precariedad y deslegitimación del Estado y de la democracia en los
años 1960 y 1970, cuando emergieron varios grupos armados.
Efectivamente, después de “la Violencia”,
aparecieron efímeras bandas armadas, a
menudo conectadas con el bandolerismo
y/o cuadrillas bipartidistas. Sobre todo, se
conformaron tres guerrillas - el “Ejército
de Liberación Nacional” (ELN), el “Ejército
Popular de Liberación” (EPL) y las “Fuerzas
Armadas Revolucionarios de Colombia”
(Farc) - que se transformaron en los años
subsiguientes en los principales protagonistas de la actual confrontación armada.
El ELN nació en 1962, adoptando el modelo
político-militar del “foco”, heredado de la
revolución cubana. Las primeras columnas
del EPL se manifestaron entre 1964 y 1965,
siguiendo una línea maoísta, mientras que
107 Para retomar la expresión de Éric Conan & Henry
Rousso, Vichy, un passé qui ne passe pas, París,
Gallimard, 1994.
28
las Farc y elementos del ELN actuaron, en
un principio, en concordancia con el Partido
Comunista Colombiano (PCC).
La creación de las Farc en 1964 se inscribió
en la continuidad de las autodefensas campesinas liberales que proliferaron durante
“la Violencia” para responder a las exacciones de los conservadores. Se crearon enclaves que fueron proclamados “repúblicas
independientes”108 en un momento caracterizado a la vez por la exclusión socio-política y un optimismo en el porvenir de la lucha
armada contra el régimen establecido. La
orientación revolucionaria de las Farc era,
en la época, menos contundente en relación
con el EPL y el ELN. En sus aspiraciones, las
Farc apuntaban a la reforma del sistema
político y la redistribución de la tierra. En
los hechos, los combatientes se dedicaron
prioritariamente a controlar y asentar a las
poblaciones flotantes en algunas zonas de
colonización (“colonización armada”).
Excluyendo la dimensión ideológica, los
tres movimientos insurgentes se singularizaron por tímidas conexiones internacionales en la década de 1970 y quedaron
replegados en áreas rurales periféricas en
una sociedad cada vez más urbanizada.
Paralelamente, se mostraron débiles para
lanzar ofensivas y responder a los ataques
puntuales de las fuerzas oficiales109. La vulnerabilidad de las facciones y la falta de
adhesión del campesinado obligaron a los
cabecillas a contemplar un cambio de estrategias, en emulación con una nueva organización armada, el “Movimiento 19 de
Abril” (M.19), fundada en 1974110.
108 José Jairo González Arias, Espacios de exclusión: el
estigma de las repúblicas independientes, 1955-1965,
Bogotá, Cinep, 1992.
109 Las Farc y el ELN fueron en particular golpeados en
1967 y 1973.
110 Sobre la historia del M.19, “guerrilla” colombiana que
privilegió las acciones en las áreas urbanas, ver Darío
Villamizar, Aquel 19 será, Bogotá, Editorial Planeta,
1995.
29
Desde un punto de vista institucional, el
activismo de los guerrilleros se insertó en
un contexto de disolución progresiva del
Frente Nacional, en contraste con la hipótesis según la cual las insurgencias tienden a
manifestarse bajo los regímenes cerrados y
autoritarios111.
Por supuesto, la naturaleza excluyente del
sistema bipartidista, culpado de ser un simulacro de democracia, incitó protestas de
distinta índole (campesinas, estudiantiles y
sindicales, entre otras), en respuesta a las
cuales fueron decretadas medidas de excepción por el presidente Julio César Turbay
Ayala (1978-1982), que dieron pie a violaciones a los derechos y a las libertades fundamentales, estimulando la radicalización
de las guerrillas.
Sin embargo, en esos años, Colombia no se
hundió en un ambiente de violencia generalizada, como tampoco ofreció el panorama
de los países donde predominaba la intervención de los militares en los asuntos internos. Mientras tanto, los frentes de guerrilla
empezaron a consolidarse, no sólo en medio
de una represión mal coordinada entre el poder ejecutivo y las fuerzas castrenses, sino
también durante las discusiones de paz que
marcaron el mandato del presidente Belisario
Betancur Cuartas (1982-1986).
En 1982 y 1983, las Farc y el ELN avalaron estrategias que han tenido profundas
consecuencias sobre la fisonomía de lucha
armada. En este sentido, se decidió dispersar los combatientes y diversificar las fuentes de financiación (tráfico de droga, explotación de minas de oro, extorsiones, entre
otros aspectos). Del mismo modo, se planeó un escalamiento de los ataques contra
el Estado y una politización de la población
en la perspectiva de una toma del poder. En
111 Gilles Bataillon, Genèse des guerres internes en
Amérique centrale, 1960-1983, op. cit. Para mayores
desarrollos sobre las teorías de la acción colectiva violenta, ver Jeff Goodwin, No other way out. States and
revolutionary movements, 1945-1991, Cambridge,
Cambridge University Press, 2001, pp. 3-64.
resumen, como nunca antes, la insurgencia
supo aprovechar las oportunidades de acción y movilizar recursos según una matriz
que pretendía ser revolucionaria.
La postura de las guerrillas y el auge consecutivo de las estructuras armadas, hoy
catalogadas como autodefensas o paramilitares, han densificado el horizonte de la
contienda.
Innumerables estudios han subrayado que
las autodefensas son ilustrativas de las
alianzas, vigentes desde hace varias décadas, entre el Estado, las élites y distintos
grupos armados extra-oficiales. Lo anterior
explica las correspondencias establecidas
con las “contrachusmas” y los “pájaros” 112,
por ejemplo113, es decir las cuadrillas afiliadas a los conservadores, que fueron temidas en “la Violencia” por actuar con brutalidad y rapidez.
Sin ahondar en estos debates, se puede
afirmar que las bandas y los micro-ejércitos
privados, asociados principalmente a los
terratenientes, ganaderos y esmeralderos
en los años 1970, encarnaron figuras intermedias entre “la Violencia” y la contienda
armada de finales de siglo, es decir entre lo
que definimos con anterioridad como autodefensas y paramilitares.
Por otro lado, a principios de la década siguiente, se adoptó una legislación que sentó
las bases para el reclutamiento de civiles, con
el propósito de brindar apoyo a las fuerzas
regulares en la lucha contrainsurgente en
112 Se ha evocado, en un juego de lenguaje peyorativo,
una improbable similitud entre los “pájaros” y los así
llamados “paracos”.
113 Ver las reflexiones de Claudia Steiner, “Un bandolero
para el recuerdo: Efraín González también conocido
como el siete colores”, art, cit., Marco Palacios, Entre
la legitimidad y la violencia: Colombia 1875-1994,
Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1995, p. 226 y Mary
Roldán, Blood and fire: la Violencia in Antioquia,
Colombia, 1946-1953, Duke University Press, 2002,
pp. 345-366. En una tonalidad menos histórica, ver
Guido Piccoli, El sistema del pájaro: Colombia, laboratorio de barbarie, Bogotá, Instituto Latinoamericano
de Servicios Legales Alternativos, 2005.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
nombre de la seguridad nacional, al amparo
de algunas disposiciones de la Ley 48 de
1968, que fueron abrogadas en 1989, con
el objetivo de impedir una “paramilitarización”, entendida en un sentido operativo
estricto, de la población civil.
De hecho, el enlistamiento de los civiles
en las filas de los grupos enfrentados a las
guerrillas fue, entre los años 1980 y 1990,
más esporádico que en las experiencias
comunitarias en Guatemala y el Perú.
Además, las organizaciones no se insertaron en un contexto de rivalidad “este-oeste”
favorable a las intervenciones de potencias
extranjeras, pese a múltiples contactos y
redes de financiamiento fuera de Colombia.
Tampoco fueron supeditadas al Estado incapaz de ejercer un control estricto sobre
un desarrollo que se tornó rápidamente
tentacular.
C. La expansión de las organizaciones de
autodefensa en Colombia
Teniendo en cuenta su heterogeneidad, sería erróneo analizar a las organizaciones anti-guerrilleras en Colombia como si fuesen
una simple réplica de los movimientos que
lucharon contra las tendencias izquierdistas en Argentina, Perú y Centroamérica114.
En el presente caso, los movimientos opuestos a la insurgencia se han propagado, desde hace aproximadamente treinta años, en
una sociedad en vía de modernización que
ha experimentado mutaciones políticas,
socio-económicas y culturales a una escala sin precedentes. Paralelamente, estos
grupos han crecido al ritmo de una política
de seguridad nacional errática115 contra el
“enemigo comunista”, en sinergia con traficantes de droga y mediante el respaldo
oculto de miembros del Estado y amplios
sectores de la población civil.
La estructuración y el despliegue de estas estructuras fueron perceptibles en 1981-1982
con la formación de destacamentos armados flexibles, autodenominados “Muerte a
Secuestradores” (Mas), a raíz del cautiverio
de un familiar de influyentes narcotraficantes del Cartel de Medellín, los hermanos
Ochoa Vásquez116, a manos del M.19.
En el transcurso de los años 1980, el Mas
adelantó acciones violentas en localidades
de Antioquia, Boyacá, Cundinamarca y la
zona inter-regional del Magdalena Medio.
Las violencias perpetradas se extendieron,
más allá de los círculos de la guerrilla, lo
que hizo decir cínicamente que la organización había convertido en “muerte a todos”:
autoridades oficiales; sindicalistas; simpatizantes de la izquierda; defensores de derechos humanos; y sobre todo miembros
de la Unión Patriótica (UP), órgano político
impulsado por el PCC y las Farc, que fue
el blanco de una campaña de asesinatos
sistemáticos117.
El Mas, cuyas acciones fueron comparadas
con los “escuadrones de la muerte” en el
Cono Sur de América Latina, como la “Triple
A”, se infiltró en la sociedad en una atmósfera de desconfianza y delaciones y contó con
114 Para una visión sinóptica de los paramilitares en la región, ver Armony Ariel, Argentina, The United States
and anti-communist crusade in Central America, op.
cit.
116 Rafael Pardo, La historia de las guerras, Bogotá,
Ediciones B Colombia, 2004, p. 611.
115 Tesis central del libro de Francisco Leal Buitrago, La
seguridad nacional a la deriva: del Frente Nacional a
la posguerra fría, op. cit.
117 Tema de la investigación de Steven Dudley, Armas
y urnas. Historia de un genocidio político, Bogotá,
Editorial Planeta, 2008.
30
31
la colaboración de algunos miembros de
destacamentos militares, como la Brigada
XIV con jurisdicción en el Magdalena Medio
(Puerto Berrío), región que resultó ser en
ese entonces uno de los epicentros de la
confrontación armada.
Sin embargo, otras organizaciones proliferaron, con una fuerte territorialización, a
la sombra de los panfletos y las actuaciones del Mas. La trayectoria de los grupos
de Ramón Isaza Arango, un campesino del
sureste de Antioquia118, es interesante al
respecto. Creados al final de la década de
1970, en respuesta a las amenazas ejercidas por las Farc contra las actividades agrícolas y ganaderas, las cuadrillas de Ramón
Isaza involucraron a distintos miembros de
su familia. Desde un punto de vista espacial, crecieron principalmente en un triángulo conformado por el noreste de Caldas,
el noroeste de Cundinamarca y el sureste de
Antioquia. Junto con terratenientes de diferentes áreas del Magdalena Medio, quienes
se aliaron en la época, las mismas pasaron
a una lógica ofensiva en los años 1980 y
1990, incluso contra la población civil acusada de cooperar con la guerrilla. También
fueron objeto de un proceso de paramilitarización (armamento, disciplina, técnicas de
combate, entre otros), a veces con el respaldo de la Fuerza Pública.
Los alzados en armas al mando de Ramón
Isaza tuvieron protagonismo en el área
central del río Magdalena y entraron en
interacción con elementos del Ejército,
bandas sicariales de tamaño variable y los
núcleos anti-guerrillas de Fidel, Carlos y
José Vicente Castaño Gil, oriundos del mismo departamento, quienes encabezaron
luego la confrontación en el noroeste del
país. Simultáneamente, Ramón Isaza hizo
presencia en las fértiles tierras de Puerto
Triunfo (sureste antioqueño), donde confluyeron los hombres armados de notorios traficantes de droga, como Pablo Escobar Gaviria,
desatando una pugna por el poder local119.
El ascenso de Ramón Isaza se enlazó en
los años 1980 con la historia personal de
José Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el
“Mexicano”, quien participó en la aparición
del Mas y diseminó sus fuerzas en la zona120. Todos los grupos fueron creciendo
según una triple lógica de seguridad - vigilancia, protección y (contra-) ofensiva - la
cuál contribuyó a disipar la noción de autodefensas, que no tuvo globalmente los
rasgos comunitarios ni la longevidad de los
modelos prevaleciendo en América Latina
durante el período.
Exuberante y animado por ambiciones inter-regionales, el “Mexicano” pasó en pocos
años de una racionalidad defensiva, ligada
a la explotación de minas de esmeraldas,
a proyectos de conquista territorial, sinónimos de poder político y económico.
Inicialmente, las bandas del “Mexicano” se
expandieron de Cundinamarca y Boyacá
hacia municipios de los Llanos orientales
con la complicidad, o la rivalidad según las
circunstancias, de las tropas regulares, los
esmeralderos y los narcotraficantes121. En
la segunda mitad de los años 1980, éstas
se desplazaron en dirección del Magdalena
Medio, siguiendo un eje conformado por La
Dorada (Caldas) y Puerto Triunfo (Antioquia),
donde se encontraban los grupos de Ramón
Isaza y las redes del Cartel de Medellín, al
igual que focos de resistencia creados por
119 “La estela roja de Ramón Isaza”, Revista Semana, No.
1304, 28 de abril de 2007. Edición electrónica sin numeración: www.semana.com.
120 “Balas, droga y miedo”, Revista Semana, n°1240, 02
de mayo de 2006. Edición electrónica sin numeración:
www.semana.com.
118 Analistas presentan a Ramón Isaza, de una edad cercana a los setenta años, como el jefe anti-insurgente
más antiguo en actividad.
121 Juan Carlos Garzón, “La complejidad paramilitar: una
aproximación estratégica” en Alfredo Rangel (editor),
El poder paramilitar, Bogotá, Editorial Planeta, 2005,
pp. 47 a 135.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
los terratenientes y los ganaderos ante los
atropellos de las guerrillas. De hecho, las
agrupaciones de terratenientes y ganaderos empezaron a hacerse más vivaces en
Puerto Berrío (Antioquia) y Puerto Boyacá
(Boyacá), es decir más hacia el norte de
Puerto Triunfo.
Desde 1982, los mismos no habían sido
inactivos frente a los avances de las guerrillas, pero la contención de la insurgencia
se recrudeció en la época. Así, trastocando el espíritu de la Ley 48, que permitía a
los ciudadanos organizarse para defender
sus bienes en cola­boración con las Fuerzas
Armadas, había sido fundada la Asociación
Campesina de Ganaderos y Agricultores del
Magdalena Medio (Acdegam).
A la postre, el caso de la Acdegam revela
cómo muchos grupos anti-insurgentes pudieron transitar de dinámicas defensivas a
un paramilitarismo ofensivo sub- o interregional. La asociación dio un salto numérico y cualitativo en la lucha contra las
guerrillas, al beneficiarse de la ayuda de organizaciones adiestradas al manejo de las
armas, como las cuadrillas de Ramón Isaza.
Entre los años 1987 y 1989, contó con la
asesoría de mercenarios, como el ex-oficial
israelí Yair Klein122. También sacó partida
de la connivencia con algunas unidades militares radicadas en el área del Magdalena
Medio (Puerto Boyacá) para atacar a las guerrillas que fueron derrotadas en repetidas
ocasiones.
La Acdegam alcanzó a consolidarse en una
coyuntura marcada por varios factores: una
progresión territorial, disímil según los
frentes, de la insurgencia, cuyos efectivos
sumaban 8.000 en 1990 solamente para las
Farc; una agudización de la violencia y la inseguridad en distintos departamentos; los
diálogos de paz, cíclicos a lo largo de las
décadas de 1980 y 1990, que causaron un
122 Jairo Tarazona, El profeta de la muerte, Bogotá,
Editorial Planeta, 2008.
32
doble temor, a saber la intromisión de las
guerrillas en la arena política y una redistribución de las tierras123; y una incesante pugna por el control del comercio de droga.
A finales de la década de 1980, se observó
en el país una militarización acelerada de las
organizaciones anti-subversivas, que buscaron reproducir el modelo anti-insurgente de
Puerto Boyacá124. Desde un punto de vista
geopolítico, la lucha contra los guerrilleros
se expandió hacia territorios de Córdoba,
Urabá, Sucre, el Bajo Cauca antioqueño, el
Meta y el noreste limítrofe con Venezuela,
entre otros.
Las modalidades de la contienda armada
evolucionaron en forma sustancial mediante un incremento de los combates y una
sucesión de masacres, con una instrumentalización del terror125, destinadas a aislar y
debilitar a los insurgentes.
En el umbral de los años 1990, Colombia
descubrió la magnitud de la cooperación
entre algunos militares y una serie de organizaciones anti-insurgentes aún mal identificados. En alusión a la experiencia de
Puerto Boyacá, y por comodidad, la mayoría
de éstos fueron designados por el conjunto
de la sociedad bajo la etiqueta de paramilitares126, reemplazando calificativos como
escuadrones de la muerte y grupos de justicia privada.
En el cruce de los mandatos de Virgilio Barco
Vargas (1986-1990) y César Trujillo Gaviria
(1990-1994), Colombia vivió acontecimientos
123 Tesis acuñada por Mauricio Romero, Paramilitares
y autodefensas, 1982-2003, Bogotá, IEPRI-Editorial
Planeta, 2003.
124 Carlos Medina Gallego, Autodefensas, paramilitares
y narcotráfico en Colombia: origen, desarrollo y consolidación. El caso de Puerto Boyacá, Bogotá, Editorial
Documentos Periodísticos, 1990.
125 Éric Lair, “Reflexiones acerca del terror en los escenarios de guerra interna”, Revista de Estudios Sociales,
no.15, junio de 2003, pp. 88 a 108.
126 La palabra fue acogida, por mimetismo, de otras situaciones de violencia. En la época, los medios de comunicación hicieron una referencia explícita a grupos
los paramilitares en Argentina y Nicaragua.
33
que modificaron la configuración de la
contienda. En un plano político, el país dio
un paso hacia el anclaje de un Estado Social
de Derecho, la garantía de las libertades y
el pluralismo, con una erosión relativa del
bipartidismo, tras la adopción de una nueva Constitución en 1991. La promulgación
de la Carta Magna fue concomitante a la
culminación de años de acercamientos con
la guerrilla. Diferentes movimientos, entre
los cuáles se distinguieron frentes del EPL
y el M.19, entregaron las armas en un proceso de paz, que no significó el fin de las
hostilidades127.
Para intentar limitar las alianzas entre los
miembros del Estado y los grupos antiinsurgentes, el presidente Virgilio Barco
Vargas hizo aprobar resoluciones que sancionaban la entrega de armamento y el entrenamiento militar de civiles.
Adicionalmente, la “guerra integral”, decretada por el gobierno de César Gaviria Trujillo
contra las mafias y los insurgentes que no
se habían desmovilizado, concurrió con una
oleada de violencia en el país. De manera
puntual, el asalto a Casa Verde (Meta), sede
del Secretariado de las Farc, se tradujo no
sólo en una derrota táctica sino estratégica
a corto plazo para las autoridades.
En efecto, los frentes de la guerrilla se descentralizaron en los meses posteriores con
veleidades de represalias que fueron efectivas
entre los años 1995 y 1998 con una sucesión
de asaltos contra el Estado y las poblaciones.
Estos hechos son importantes a la hora de
entender la propagación de la lucha armada
y la consolidación consecutiva de las organizaciones anti-insurgentes en un contexto
de apertura de la democracia “asediada”128
por la violencia.
En cuanto a la correlación de fuerzas, después de la confrontación en el Magdalena
Medio, los anti-insurgentes se esparcieron
en las regiones, incluso en dirección de las
ciudades, ocupando los vacíos dejados por
las guerrillas desmovilizadas. Asimismo, el
número de combatientes estimados aumentó en más de 12.000 a principios de los años
2000, o sea se triplicaron sus integrantes
en menos de diez años.
La ayuda recíproca entre los bloques enfrentados con las guerrillas les permitió invadir y ocupar territorios dominados por el
ELN y las Farc, que alcanzaron alrededor de
17.000 integrantes en el año 2000, y/o perturbar la movilidad de la insurgencia.
Sobresalieron en ese entonces las “Autodefensas del Magdalena Medio”, con figuras como Ramón Isaza, al igual que las
“Autodefensas Campesinas de Córdoba y
Urabá” (Accu), al mando de la familia Castaño
Gil. El auge de las Accu entre los años 19921997129 tuvo como trasfondo una expansión
y atomización de la lucha anti-insurgente extra-oficial en el país.
Es así como se manifestaron divisiones,
no sólo entre las facciones, sino también
con poderosas mafias de la droga. Basta
recordar los episodios de la contienda que
enfrentó a Pablo Escobar, dado de baja en
1993130, con Ramón Isaza y los hermanos
Castaño, promotores de la banda de los
“Perseguidos Por Pablo Escobar” (Pepes).
Igualmente, se recordará que el “Mexicano”
terminó enemistándose con los esmeralderos, los narcotraficantes y los guerrilleros,
antes de ser dado de baja por las fuerzas
estatales en 1989.
127 Ver la segunda y tercera partes del documento.
129 Las AUC se instituyeron oficialmente en 1994, aunque muchos de sus integrantes fueron activos en los
años anteriores.
128 Eduardo Pizarro Leongómez, Una democracia asediada, op. cit.
130 Sobre la historia de Pablo Escobar, ver Alonso Salazar,
La parábola de Pablo, Editorial Planeta, 2001.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
Frente al riesgo de una disgregación de
las autodefensas cada vez más ofensivas
en sus objetivos, Carlos Castaño asumió
el liderazgo de las Accu, tras la muerte de
su hermano Fidel. Planificó la creación de
las “Autodefensas Unidas de Colombia”
(AUC) en 1997, a las cuáles se articularon
la mayoría de las organizaciones. Las AUC
ilustraron la voluntad de forjar un proyecto
federativo y una identidad, bajo los auspicios de las Accu, alrededor de un discurso
maniqueísta contra la guerrilla y principios
elementales como el orden y la defensa de
la patria.
En su proceso de asentamiento, estas estructuras se beneficiaron del desmembramiento de los dos grandes carteles de la
época, subsiguiente a la entrega o la muerte
de jefes emblemáticos como Pablo Escobar,
para controlar los circuitos de producción y
comercialización de la droga131, uno de los
componentes más rentables de la economía
de la violencia.
En complemento, la expansión de las AUC
encontraron elementos favorables en la
crisis de las instituciones, desacreditadas
bajo el mandato de Ernesto Samper Pizano
(1994-1998), como consecuencia de dos
tendencias: la imputación al entonces presidente de recibir dineros del narcotráfico132
para financiar su campaña electoral; y la
recrudescencia de los ataques de las Farc
que colocaron a las tropas regulares en una
posición de inferioridad133.
A su vez, las AUC no se conformaron con
contener y responder a la guerrilla, sino
que acentuaron los esfuerzos para anticipar
131 Juan Carlos Garzón, “La complejidad paramilitar: una
aproximación estratégica”, op. cit., pp. 64-65.
y disuadir las acciones de los insurgentes y regular numerosos municipios - en
Cundinamarca, el sur de Bolívar, Urabá,
Córdoba, los Llanos orientales, el Eje cafetero y la costa Pacífica -, antes de experimentar una crisis de crecimiento y entrar
en negociaciones con la administración de
Álvaro Uribe Vélez.
La incursión de las organizaciones armadas
en las localidades se sustentó, con divergencias según las zonas, en masacres134,
homicidios individuales y prácticas de desaparición forzada.
Las facciones no actuaron siempre en ausencia del Estado, que ha tenido tradicionalmente una soberanía “porosa” sobre el territorio
nacional, sino más bien en espacios intersticiales entre los funcionarios, la clase política,
los caciques locales y el campesinado.
De esta forma, durante años, se instituyeron un “clientelismo” y “proselitismo” en
tiempos de confrontación, donde las fronteras entre la oferta y demanda de seguridad y protección no fueron necesariamente
claras. Las lealtades se dieron por simpatía,
conformismo, oportunismo, miedo y/u obligación en muchos casos.
Para concluir, se resaltará que, por útil que
sea, la noción de paramilitares presenta inconvenientes a la luz del contexto colombiano, en la medida en que no reflejan plenamente la disparidad de las agrupaciones
que se pretende identificar, puesto que las
estructuras anti-insurgentes han sido hasta
la actualidad permeadas y promovidas por
narcotraficantes, esmeralderos y bandas
criminales de diferente índole135. Por otro
132 Sobre la problemática y las dimensiones políticas del tráfico de droga, ver Juan Gabriel Tokatlian,
Globalización, narcotráfico y violencia. Siete ensayos sobre Colombia, Bogotá, Grupo Editorial Norma,
2000.
134 Con una intensidad particular en los territorios en
disputa en Urabá (noreste del país). Tema del estudio
de Andrés Fernando Suárez, Identidades políticas y
exterminio recíproco. Masacres y guerra en Urabá,
1991-2001, Bogotá, La Carreta Editores E.U-IEPRI,
2007.
133 Camilo Echandía Castilla, Dos décadas de escalamiento del conflicto armado en Colombia, 19862006, op. cit.
135 Human Rights Watch, The ties that bind: Colombia
and military-paramilitary links, Nueva York, Human
Rights Watch, 2000.
34
35
lado, la aceptación masiva del término ha
relegado a un segundo plano la idea de
autodefensas que ha perdido algo de su valor nominal y heurístico, a excepción de las
esferas oficiales136.
Recurrir a la noción de paramilitares lleva a
pensar que los grupos armados fueron homogéneos y, en gran medida, el producto de
una subordinación a las fuerzas del Estado
en las décadas de 1980 y 1990. Ahora bien,
la mayoría de ellos emergieron con un alto
grado de independencia y en circunstancias
diferentes según las zonas. Además, los
contactos con los representantes del orden
no fueron sistemáticos ni exentos de tensiones y rupturas. Sobre todo, su modus
operandi obedeció a múltiples experiencias
e intereses, que fueron constitutivos de lo
que se podría llamar una “milicianización”
parcial de la sociedad.
En efecto, más allá de vínculos con las tropas regulares, las autodefensas establecieron lazos con diversos estratos de la sociedad. Sin los apoyos conseguidos entre la
población mediante el uso de la coerción y
el terror, y a veces a partir de la formación
de una base social más o menos estable, éstas no habrían podido experimentar un crecimiento tan sustancial. Los grupos ilegales
actuaron a la imagen de milicias armadas
no estatales, desafiando las autoridades
centrales y lograron provocar o acentuar
136 Aquí, se privilegiará el término para retomar la nomenclatura oficial, precisando que no es tampoco el
más apropiado desde un punto de vista científico.
tendencias propicias a la fragmentación y/o
la recomposición de los espacios de vida.
Entre otros aspectos, las autodefensas crearon lógicas binarias de tipo “amigo-enemigo”
e instauraron comunidades de seguridad en
las localidades donde alcanzaron a arraigarse. Como mediadores violentos, resolvieron
litigios inter-personales y contribuyeron a
una concentración de las parcelas en el ámbito rural, en detrimento del pluralismo en
el acceso y la tenencia de la tierra. También
se involucraron en la administración de los
municipios. Paralelamente, se tejieron relaciones puntuales con miembros de la clase
política, que apenas se están revelando hoy,
aunque no pueden ser considerados como
los brazos armados incondicionales de los
partidos. Es decir que estas estructuras se
abrieron caminos en los asuntos públicos
en un panorama institucional caracterizado
por difíciles esfuerzos de democratización.
Sin embargo, también se podría decir que
las autodefensas en Colombia se fueron paramilitarizando entre los años 1970 y 2000,
principalmente por dos factores estructurales, el primero una presencia incipiente del
Estado en la mayoría del territorio nacional
y el segundo la pérdida del monopolio de
las armas por parte del Estado, que se tradujo en su incapacidad durante estos años
para brindar seguridad a los ciudadanos.
Contrariamente a muchas expectativas, los movimientos
de autodefensa en Colombia negociaron las condiciones de
un retorno a la vía no armada entre los años 2003 y 2006,
después de una rápida fase de expansión, sin haber sido
derrotados militarmente.
2
El caleidoscopio de
la democracia, la
seguridad y la paz
Contrariamente a muchas expectativas, los movimientos de autodefensa en
Colombia negociaron las condiciones de un retorno a la vía no armada entre los
años 2003 y 2006, después de una rápida fase de expansión, sin haber sido
derrotados militarmente.
Las discusiones llevadas a cabo con las autodefensas invitan a reflexionar sobre
el significado de la paz en relación con la seguridad democrática que ha sido un
principio director de la gestión del Presidente Álvaro Uribe Vélez.
En términos generales, los analistas han prestado una creciente atención no sólo
a la seguridad, sino también a las cuestiones de paz en un ambiente de democratización, bien sea en África, América Latina, Asia o Europa Central y Oriental.
A- Los desafíos de la democracia en
tiempos de negociaciones de paz
En efecto, al finalizar el antagonismo “este-oeste”, los gobiernos y los grupos al
margen de la ley suscribieron acuerdos de paz en distintos países, encaminados
hacia la democracia (Centroamérica, Mozambique, Camboya, entre otros).
Las características y los ritmos de la democracia han sido disímiles según las
regiones. A partir de los años 1980, América Latina fue pionera en la ola de
democratización, que marcó la evolución de diversas zonas en el mundo137. En
137 Samuel Huntington, La tercera ola. La democratización a finales del siglo XX, Barcelona,
Ediciones Paidós, 2007 y Renske Doorenspleet, Democratic transitions, 1989–2001: exploring
the structural sources, Boulder/Londres, Lynne Rienner Publishers, 2004.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
esa época de optimismo sobre el futuro
del sistema internacional, se habló de un
triunfo del liberalismo político y económico, que anunciaba el presunto “fin de la
historia”138.
En la mayor parte del subcontinente latinoamericano, si se hace caso omiso de
Colombia por ejemplo139, los regímenes
no democráticos140 empezaron a disolverse, después de décadas de represión. En
América Central, a diferencia del Cono Sur
latinoamericano y Perú, la marcha hacia la
democracia se entrelazó con negociaciones
de paz, haciendo compleja la interpretación
de ambos procesos.
Desde entonces, la democratización, y en
sustancia la democracia, han dado lugar
a debates apasionados y apreciaciones de
índole prescriptiva, que señalan cómo deberían comportarse los sistemas políticos,
siguiendo los modelos predominantes en
Europa y Norteamérica.
Aunque la democracia se ha vuelto un
tema ineludible, queda difícil de discernir y evaluar consensualmente141. Una definición minimalista o “procedimental” de
138 Aquí, la expresión es sinónimo de rumbo (sentido) de la historia. Ver al respecto la tesis de Francis
Fukuyama, The end of history and the last man,
Nueva York, Harper Perennial Publishers, 1993, quien
acierta que la humanidad se dirige irremediablemente hacia la democracia liberal. Para una lectura crítica,
ver Susan Marks, “The end of history: reflections on
some international legal theses”, European Journal of
International Law, volumen 8, n°3, 1997, pp. 449 a
477.
139 A continuación, el documento se dedicará a la situación colombiana en los últimos años.
140 Sobre los regímenes no democráticos que no son
homogéneos, ver Paul Brooker, Non-democratic regimes: theory, government and politics, Nueva York,
Saint Martin’s Press, 2000.
141 Entre los trabajos más destacados acerca de la democracia, se pueden consultar: Juan J. Linz, La quiebra
de las democracias, Madrid, Alianza Editorial, 1987;
Larry Diamond, Juan J. Linz & Seymour Martín (editores), Democracy in developping countries: Latin
America, Boulder/Londres, Lynne Rienner Publishers,
1995; Guillermo O’Donnell, Contrapuntos. Ensayos
escogidos sobre autoritarismo y democratización,
Buenos Aires, Ediciones Paidós, 1997; y Robert Dahl,
On democracy, Nueva Haven, Yale University, 1999.
40
la misma142 supone el reconocimiento de
partidos políticos según una línea pluralista, la celebración de elecciones igualitarias, imparciales y no coercitivas, al igual
que principios de sufragio “inclusivo” (idealmente de tipo universal).
La literatura subraya que la perennidad de
las democracias modernas pasa por un fuerte grado de institucionalización, más allá de
las dimensiones electorales - es decir, disposiciones legales, estructuras y prácticas
(“cultura política”143), que permitan fomentar espacios de mediación y representación,
entre otros elementos.
Por ende, el ejercicio democrático induce
una voluntad de coexistencia y una densa
trama de decisiones, derechos y obligaciones vinculantes entre los ciudadanos y el
Estado144.
En los hechos, los esfuerzos consentidos a
favor de la democracia no han sido homogéneos ni irreversibles. Los obstáculos a las
libertades de asociación, expresión e información se han acumulado. Adicionalmente,
la violencia no ha desaparecido del paisaje
político y social en numerosas regiones.
En efecto, las autocracias más antiguas del
mundo han sobrevivido a distintas crisis
y presiones, mostrando tímidos signos de
apertura política (Corea del Norte, Myanmar
y monarquías del Golfo árabe, por ejemplo). Por otro lado, la funcionalidad de los
142 Se habla también de una visión “procesalista” de la
democracia cuando los análisis se centran principalmente en los comicios. Philippe C. Schmitter & Terry
Lynn Karl, “What democracy is… and is not”, Journal
of Democracy, volumen 2, n°3, verano de 1991, pp.
75 a 88 y David Collier & Steven Levitsky, “Democracy
with adjectives: conceptual innovation in comparative
research”, World Politics, volumen 49, n°3, abril de
1997, pp. 430 a 451.
143 Entre los primeros trabajos teóricos y empíricos sobre la “cultura política”, ver Gabriel Almond & Sydney
Verba, The civic culture: political attitudes and democracy in five nations, Princeton, Princeton University
Press, 1963.
144 Guillermo O’Donnell, Disonancias. Críticas democráticas a la democracia, Buenos Aires, Prometeo Libros,
2007, pp. 19 a 83.
41
Estados en vía de democratización ha sido
incompletas en varios aspectos: despliegue
territorial desigual de las fuerzas regulares;
escasez e ineficiencia de las instituciones;
carencias de la infraestructura y los servicios públicos, entre otros. Igualmente, la
falta de medios de acción y la connivencia
del poder central con las élites locales reacias a la implantación de la democracia explican la formación o la subsistencia de enclaves autoritarios subnacionales145, que se
singularizan por altos niveles de opresión,
privación y fraude electoral (Argentina,
México y Nigeria, entre otros).
Sobre este punto, es interesante observar que el tránsito hacia la democracia ha
propiciado formas de autoritarismo en
el proceso electoral. En este sentido, las
garantías de libertad y equidad suelen ser
precarias, transformando la votación en un
instrumento de dominio y legitimación para
una fracción de la clase política y/o los militares determinados a conservar o conseguir el poder. A veces, este fenómeno ha
tomado tantas proporciones que el acto de
votar se ha asemejado a un disfraz de la
democracia (“democracia iliberal”)146; lo que
se ha denominado también “autoritarismo
electoral”147.
Hasta la actualidad, la democratización en
América Latina ha sido aleatoria e inacabada, a pesar de las expectativas consecutivas a la caída de las dictaduras. Algunas
naciones del hemisferio no han podido
superar, con criterios y resultados equivalentes, la etapa de “transición democrática”
para entrar en la categoría de los regímenes
145 Edward L. Gibson, “Autoritarismo subnacional: estrategias territoriales de control político en regímenes
democráticos”, Desafíos, n°14, primer semestre de
2006, pp. 204 a 237.
146 Fareed Zakaria, The future of freedom. Iliberal democracy at home and abroad, W.W. Norton & Company,
Nueva York- Londres, 2003.
147 Tema novedoso abordado por Andreas Schedler
(editor), Electoral authoritarianism: the dynamics of
unfree competition, Boulder/Londres, Lynne Rienner
Publishers, 2006.
“consolidados”148, de tal manera que se han
esbozado escenarios ambiguos entre la democracia (“semi-democracia”)149 y el autoritarismo (“semi-autoritarismo”)150.
También se anotará que el panorama latinoamericano requiere ser analizado con
ciertas especificidades, por ser sociedades
afectadas por duraderas manifestaciones
de violencia e inseguridad.
Una mirada internacional enseña que los
pasos hacia la democracia conocen irregularidades e incertidumbres a corto plazo en los contextos post-conflicto. La organización de elecciones no es un índice
suficiente para evaluar los progresos de la
democratización151. Por el contrario, una
contienda electoral poco preparada y lejana
de las exigencias mencionadas anteriormente (enfoque minimalista de la democracia), es susceptible de provocar tensiones y
enfrentamientos152.
Sobre todo, durante una doble transición
hacia la democracia y la paz, están presentes factores de inestabilidad que no se exteriorizan con semejante acuidad en otras
circunstancias.
Así, el poder civil se ve asignado el reto de contener las intervenciones de las fuerzas militares en los asuntos domésticos. Paralelamente,
los planes de desarme, desmovilización y
148 Sobre las transiciones y las consolidaciones democráticas, ver Cecilia Lesgart, Usos de la transición a
la democracia. Ensayo, ciencia y política en la década del 80, Santa Fe, Homo Sapiens Ediciones, 2003,
precisando que no es siempre fácil distinguir las dos
nociones.
149 Peter Smith, Democracy in Latin America: political
change in comparative perspective, Oxford, Oxford
University Press, 2005.
150 Marina Ottaway, Democracy challenged: the rise of
semi-authoritarianism, Washington D.C, Carnegie
Endowment for International Peace, 2003.
151 Sobre las elecciones en tiempos de post-conflicto,
ver Krishna Kumar (editor), Postconflict elections.
Democratization and international assistance,
Boulder/Londres, Lynne Rienner Publishers, 1998.
152 Ronald Paris, At war’s end: building peace after civil conflict, Cambridge, Cambridge University Press,
2004.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
reinserción de los combatientes (DD&R) son
imprescindibles para tratar de impedir la
reanudación de la confrontación y/o el surgimiento de nuevos fenómenos armados.
En complemento, el reordenamiento político y jurídico, así como la reactivación
económica revelan ser fundamentales en la
perspectiva de una reconstrucción viable.
Por último, la asistencia a las poblaciones
vulneradas por los hechos violentos pone
a prueba las capacidades del Estado para
responder a una multitud de peticiones que
influyen sobre las posibilidades de reconciliación nacional153.
En El Salvador, Guatemala y Nicaragua, donde el protagonismo de los grupos contrainsurgentes fue significativo entre las décadas de 1960 y 1990, la transición hacia la
democracia encontró una resonancia en las
discusiones de paz, y vice versa.
Es importante precisar que, a excepción del
interludio democrático en Guatemala en los
años 1940 y 1950, que terminó con el golpe
de Estado de 1954, apoyado por los servicios de inteligencia estadounidenses154, las
tres sociedades vivieron esencialmente bajo
el autoritarismo en el transcurso de la rivalidad “este-oeste”.
Por la longevidad de los regímenes autoritarios y la magnitud de los conflictos, las
fuerzas militares tuvieron un papel central
en las esferas políticas en Centroamérica,
153 Sobre éstos puntos, ver Cynthia Arnson (editora), Comparative peace processes in Latin America,
Washington D.C/Stanford, Woodrow Wilson Center
Press-Stanford University Press, 1999.
154 Época que se denomina a veces “el tiempo de la
libertad”, Cindy Forster, The time of freedom: campesino workers in Guatemala’s october revolution,
Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 2001.
Sobre la intervención de los Estados Unidos que
participaron en 1954 en el derrocamiento del gobierno democrático del presidente Jacobo Árbenz
Guzmán, acusado de ser pro-comunista, ver Stephen
Schlesinger, Bitter fruit: the story of the American
coup in Guatemala, Cambridge, Harvard University
Press - David Rockefeller Center for Latin American
Studies, 2005.
42
incluso cuando éstas no asumieron funciones
presidenciales - a partir de 1979 en Nicaragua,
1982 para El Salvador y 1986 en Guatemala -,
lo cuál fue una preocupación planteada en las
negociaciones de paz y los inicios de la fase
democrática en los años 1990.
La democratización tuvo antecedentes en
la década de 1980 en un período de recrudecimiento de la lucha armada. Bajo la presión de los Estados Unidos, los regímenes
militares en El Salvador y Guatemala convocaron, respectivamente en 1982 y 1984,
asambleas constituyentes encargadas de
modificar las leyes y los hábitos electorales
para recomponer las bases del sistema político, según una lógica más representativa.
El gobierno sandinista en Nicaragua, hostil
a los intereses estadounidenses, hizo también de las elecciones un mecanismo de
propaganda y legitimación.
Sin embargo, en cada país, las elecciones
se tornaron “demostrativas”155, sin pluralismo democrático (“democracia iliberal”).
En estas condiciones, la guerra constituyó
uno de los frenos a la democracia liberal.
De allí, el anhelo de atar la democratización
a la resolución de los conflictos156.
En este sentido, se fundó en 1983 el “Grupo
de Contadora”, integrado por México,
Panamá, Venezuela y Colombia, que tuvo
el mérito de abogar por la paz, mientras el
antagonismo “este-oeste” congelaba los intentos de acercamiento. Si bien no se consiguió proponer una fórmula aceptable para
las partes involucradas en los conflictos, se
sentaron los fundamentos para la adopción
de una estrategia ambiciosa en los años
siguientes en un clima de apaciguamiento
entre las grandes potencias.
155 Edward S. Harman & Frank Brodhead (editores),
Demonstration elections: U.S-staged elections in the
Dominican Republic, Vietnam and El Salvador, Boston,
South End Press, 1984.
156 Olivier Dabène, “Invention et rémanence d’une crise: leçons d’Amérique Centrale”, Revue Française de
Science Politique, volumen 42, n°4, agosto de 1992,
pp. 555 a 581.
43
En sustituto a los esfuerzos emprendidos por
el “Grupo de Contadora”, el “Acuerdo de Paz
de Esquipulas”157, concertado en 1987 por
Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras
y Nicaragua, dio un marco que impulsó la democratización en el istmo158, sin abandonar
la búsqueda de una salida negociada a las
guerras, pese a innumerables dificultades.
Efectivamente, tras la apertura de los diálogos en 1984, la paz estuvo en un impasse en
El Salvador hasta finales de la década. En ese
entonces, la guerrilla del “Frente Farabundo
Martí para la Liberación Nacional” (FMLN)
demandaba una participación en el poder
y la instalación de un gobierno provisional
pluralista. Por su parte, tanto las instancias
civiles oficiales como los militares pedían
que los insurgentes depusieran las armas,
acataran el ordenamiento jurídico vigente y
se incorporaran al proceso democrático.
Ante los bloqueos de las negociaciones, los
guerrilleros lanzaron en 1989 una ofensiva
militar que acarreó una contra-ofensiva estatal. Los combates, que no vieron la derrota de ninguno de los bandos, demostraron
la urgencia de hallar una solución no violenta a la confrontación159.
157 El acuerdo fue complementado por una segunda declaración el mismo año y un plan emitido por
la administración del presidente Ronald Reagan.
Adicionalmente, se recordará que el presidente de
Costa Rica, Óscar Arias Sánchez, recibió el “Premio
Nobel de la Paz” en 1987 por su labor de conciliación
en la zona. Johanna Oliver, “The Esquipulas process:
a Central American paradigm for resolving regional
conflict”, Ethnic Studies Report, volumen 17, n°2, julio
de 1999, pp. 150 a 179.
158 También se procuró fomentar la reconciliación y la
estabilidad, según los términos de dicho acuerdo.
159 A semejanza de Guatemala, se ha evocado la existencia de un empate militar, contribuyendo a la conclusión de los acuerdos de paz. No hay claridad entre
los especialistas sobre las circunstancias en las qué un
conflicto puede ser considerado como “maduro” para
una resolución negociada (noción de “madurez para
la paz”), ver I. William Zartman, “Ripeness: the hurting stalemate and beyond” en Paul C. Stern & Daniel
Druckman (editores), International conflict resolution
after the cold war, Washington D.C, National Academy
Press, 2000, pp. 225 a 250 y Stephen J. Stedman,
Donald Rothchild & Elizabeth M. Cousens, Ending civil wars. The implementation of peace agreements,
Boulder/Londres, Lynne Rienner Publishers, 2002.
Gracias a la mediación de países extranjeros y la Organización de la Naciones Unidas
(Onu), las iniciativas de paz se aceleraron
con un trasfondo de democratización. La
reunión de Ginebra en abril de 1990 sirvió de
base para “la Agenda General y el Calendario
del Proceso Completo de Negociación” suscrito posteriormente en Caracas. Entre las
cuestiones más sensibles, fueron abordados la re-estructuración de las fuerzas armadas; el respeto a los derechos humanos;
las reformas constitucionales, electorales y
judiciales; los problemas socio-económicos;
y el monitoreo de la etapa post-conflicto
bajo los auspicios de la Onu.
Después de una serie de interrupciones, se
lograron compromisos sobre la mayoría de
estos puntos, en especial en el “Acuerdo de
San José sobre Derechos Humanos”, que estipuló adicionalmente el despliegue de una
misión verificadora de la Onu (“Misión de
Observadores de las Naciones Unidas en El
Salvador”), efectiva entre 1991 y 1995, es
decir antes del fin de las hostilidades, que
sobrepasó las operaciones tradicionales de
mantenimiento de paz de la entidad160.
En diciembre de 1991, el “Acta de Nueva
York” permitió concluir un cese al fuego definitivo, que fue seguido de un segundo encuentro en la ciudad para convenir en particular la reducción de las fuerzas castrenses
y las modalidades de la reincorporación de
los integrantes del FMLN.
Los acuerdos culminaron en enero de 1992
en México (Chapultepec). Se planearon la
depuración de las estructuras militares y el
acantonamiento del FMLN en campos de desarme y desmovilización, bajo la inspección
de la Onu, los cuáles fueron el preludio a
una transformación de la guerrilla en partido político.
160 Johanna Oliver (et. al.), Después de Esquipulas: apuntes sobre los procesos nacionales de paz, San José de
Costa Rica, Fundación Arias para la Paz y el Progreso
Humano, 2000, p. 72.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
En Nicaragua, el arranque de las negociaciones fue más tardío que en la situación
salvadoreña, en especial por la fuerte
intromisión de los actores externos en
el conflicto (principalmente Argentina,
Estados Unidos y Honduras para el bloque
occidental). No obstante, la conducción
de las mismas se reveló ágil con alcances
tangibles en pocos meses161.
En 1988, la interlocución todavía incipiente
entre el poder sandinista y los movimientos de oposición desembocó en un cese al
fuego parcial sometido a verificación por
la Organización de los Estados Americanos
(OEA). En consonancia, los presidentes centroamericanos, inquietos frente a la propagación de la violencia armada, hicieron un llamado al régimen para facilitar la celebración
de elecciones libres y, por lo tanto, obrar por
la estabilidad de la región. La solicitud fue
aprobada y reforzada por la política estadounidense, que se flexibilizó en la medida en
que la amenaza comunista se disipaba.
El jefe de Estado nicaragüense admitió la
idea de elecciones para obtener el desmembramiento de los grupos armados en su
contra y renunció al sostenimiento de las actividades de guerra por parte de Honduras y
los Estados Unidos.
A mediados del año 1989, con la asesoría
y el control de la OEA y la Onu (“Grupo de
Observadores de las Naciones Unidas en
Centroamérica”), se decidieron el desmantelamiento y el agrupamiento en Nicaragua
de los alzados en armas perteneciendo a
la “Contra” - muchos de los cuáles permanecían en el sur de Honduras.
La Onu puso de pie equipos móviles, y no
estáticos como era la costumbre para otras
fuerzas de interposición en el mundo, con el
propósito principal de vigilar la zona norte
161 Para un balance de las negociaciones de paz en los
dos países, ver Jack Child, The Central American
peace process, 1983-1991, Boulder/Londres, Lynne
Rienner Publishers, 1992.
44
y fronteriza con Honduras. Paralelamente,
los países involucrados en la confrontación
se comprometieron a suspender la ayuda a
los movimientos ilegales y no utilizar territorios foráneos para orquestar operaciones
militares dentro de Nicaragua.
En cambio, el gobierno sandinista dejó que
se organizaran elecciones (para la presidencia, el parlamento y las municipalidades),
bajo el patrocinio de la Onu (“Misión de
Observación de las Naciones Unidas para la
Verificación de las Elecciones en Nicaragua”),
de las cuales salió vencido por las urnas,
propiciando el tránsito a la democracia.
Para concluir, en Guatemala162, a raíz de
la declaración de “Esquipulas”, delegados
del Gobierno y portavoces de la guerrilla,
confederada en la “Unidad Revolucionaria
Nacional Guatemalteca” (URNG), se encontraron en octubre de 1987 en Madrid. Estos
contactos exploratorios fueron frustrados
por el rechazo expresado por la guerrilla de
entregar las armas para no aparecer debilitada ante las tropas regulares que hicieron
de la problemática una clave para cualquier
negociación de paz.
Sin embargo, distintos sucesos y medidas
permitieron superar las resistencias. En
primera instancia, la “Comisión Nacional de
Reconciliación” (CNR) instituida en septiembre de 1987, de conformidad con las recomendaciones del “Acuerdo de Esquipulas”,
contó con un mandato para desarrollar un
“diálogo nacional”, que inicialmente excluyó a los guerrilleros acusados de intransigencia por los círculos oficiales.
Consecutivamente al retiro relativo de los
militares de la vida política y en un ambiente internacional de distensión de las relaciones diplomáticas “este-oeste”, la CNR,
en representación del Gobierno, discutió
con la URNG en Oslo en marzo de 1990.
Se concluyeron acuerdos que designaron a
162 Sobre el proceso de paz en el país, se remite a
Susanne Jonas, Of centaurs and doves: Guatemala’s
peace process, Westview Press, 2000.
45
la Onu como garante de las conversaciones
de paz. También se extendieron las consultas a los sectores de la sociedad civil, que
tuvieron la oportunidad de interactuar con
la insurgencia mediante la aprobación y el
control de las autoridades.
A principios de 1991, se instauró la
“Comisión de Paz del Gobierno de
Guatemala” (Copaz) que tomó la resolución
de negociar directamente con la guerrilla.
Desde ese momento, se debatieron con
detenimiento las causas del conflicto, por
contraste con las experiencias salvadoreña
y nicaragüense. Igualmente, se evocaron las
condiciones de un cese al fuego firme, los
derechos humanos y los proyectos de DD&R
de los combatientes.
El conjunto de estos puntos fueron insertados en el temario del “Acuerdo de
Procedimiento para la Búsqueda de la Paz
por Medios Políticos” en abril de 1991, que
precedió el “Acuerdo de Querétaro”, conocido por haber definido un marco para la
democracia.
Las perspectivas de paz y democratización
se oscurecieron coyunturalmente en 1993,
cuando el país fue sacudido por una inestabilidad político-institucional163. Una vez
solucionada la crisis por la vía constitucional, se reanudaron los diálogos en enero de
1994, con un mayor mandato de la Onu,
un papel renovado para la sociedad civil
y la conformación de un “Grupo de Países
Amigos”, que constaba de los Estados
Unidos, México, Colombia, Venezuela,
España y Noruega.
Ulteriormente, se alcanzaron acuerdos sobre
espinosas cuestiones, como los derechos
163 Como consecuencia del autogolpe del presidente
Jorge Serrano Elías, que recordó el antecedente de
Alberto Fujimori en el Perú en los meses anteriores.
Las medidas autoritarias decretadas contemplaban la
disolución de la rama legislativa y la Corte Suprema
de Justicia, entre otras instancias. Por falta de respaldo de las fuerzas militares, el mandatario estuvo en
la obligación de abandonar la magistratura suprema
y exiliarse del país.
humanos, el reasentamiento de las poblaciones desarraigadas por la confrontación
y la defensa de los derechos e identidad de
los pueblos indígenas. Se estableció una
“Comisión para el Esclarecimiento Histórico”
(CEH)164, que desempeñó una tarea de reconstrucción del pasado, planteando cuestiones de memoria, verdad y justicia165, antes de llegar a un acuerdo final entre los
beligerantes en diciembre de 1996.
En los tres países centroamericanos, sobresalió la internacionalización de los conflictos y de las iniciativas de paz. La agenda
de las negociaciones resultó amplia por las
conexiones con la democratización que no
fue únicamente concebida, en las intenciones, según un enfoque “procedimental”.
Más de una década después de haber
concluido los acuerdos de paz, los expertos
se interrogan todavía sobre las orientaciones de la democracia en Centroamérica166.
La transición en El Salvador suele ser considerada como moderadamente exitosa, aunque limitaciones en torno a la eficiencia de
las instituciones han arrojado dudas acerca
de la solidez del proceso167.
Sin embargo, éste ha permitido excluir a los
militares de la política, que han sido colocados bajo directivas de mando civil y se
164 Ver el informe de la Comisión para el Esclarecimiento
Histórico, Guatemala: memoria del silencio, Guatemala
Ciudad, CEH, 1999.
165 Para una reflexión acerca de Guatemala, ver Victoria
Sanford, Buried secrets: truth and human rights in
Guatemala, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2004.
Sobre el papel de las comisiones de la verdad, ver
Priscilla B. Hayner, Unspeakable truths: facing
the challenges of truth commissions, Nueva York,
Routledge, 2002 y Greg Grandin, Truth commissions:
state, terror and memory, Durham, Duke University
Press, 2007, quien es el autor de varios trabajos sobre América Latina y Guatemala en particular.
166 Para una aproximación en términos políticos e institucionales con un paralelo con Colombia, ver Carlo
Nasi, Cuando callan los fusiles. Impacto de la paz negociada en Colombia y Centroamérica, op. cit.
167 Charles T. Call, “War transition and the new civilian
security in Latin America”, Comparative Politics, volumen 35, n°1, 2002, pp. 01 a 20.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
han implementado reglas y disposiciones,
con la ambición de celebrar elecciones cada
vez más justas y competitivas, favoreciendo
la reconversión de la antigua guerrilla en
partido político legal168, que ha ganado diversos escrutinios en los recientes comicios
legislativos y municipales.
Por otro lado, el Estado no ha tenido la voluntad ni la capacidad para determinar y
juzgar las responsabilidades de los acontecimientos ocurridos en la época de la
confrontación y lidiar con los problemas
crónicos de segregación y racismo en una
sociedad eminentemente indígena172.
En Nicaragua, la escena política se ha bipolarizado entre las tendencias liberales y sandinistas169, sin subestimar la participación de facciones de menor audiencia. Se ha logrado desarticular el aparato de seguridad del Estado,
en desmedro de la atención prestada a los grupos al margen de la ley. Al salir de la guerra,
no se reincorporaron satisfactoriamente a la
vida civil los ex-combatientes que, en algunas
ocasiones, retomaron las armas en las grandes ciudades y los departamentos agrícolas
del norte del país para conformar bandas criminales170, a veces en colusión con pandillas
operacionales desde hace varios años171.
Por lo tanto, pese a la frecuencia de las elecciones, que no ha sido interrumpida desde
la década de 1980173, los analistas se rehúsan a hablar de democracia liberal con un
anclaje del pluralismo político. De allí, la
idea polémica de regímenes mixtos o “híbridos”, que comparten rasgos autoritarios
y democráticos174, o el concepto más neutro
de “democracia electoral”175.
Dentro de este panorama, el caso menos
promisorio ha sido Guatemala, donde la izquierda se ha quedado marginada del panorama político, mientras la influencia de los
militares en los asuntos públicos no ha sido
plenamente erradicada.
Ahora bien, es indispensable profundizar
la reflexión acerca de la democracia, considerando el tema de la seguridad, para poner en una perspectiva teórica la política
del presidente Álvaro Uribe Vélez hacia los
grupos armados ilegales y, en especial, las
discusiones de paz adelantadas con los movimientos de autodefensa.
172 Marta Elena Casaús Arzú, Guatemala: linaje y racismo, Guatemala Ciudad, F&G Editores, 2007.
168 Joaquín Villalobos, “Ni vainqueurs ni vaincus : la paix
au Salvador”, Critique Internationale, n°5, otoño de
1999, pp. 139 a 153.
169 Con una figura preeminente, Daniel Ortega, quien
fue elegido presidente en 2007 para un mandato de
cinco años.
170 Gilles Bataillon, “Contras et recontras nicaraguayens
(1982-1993): réflexions sur l’action armée et la
constitution d’acteurs politico-militaires”, Cultures &
Conflits, n°12, invierno de 1993-1995, pp. 63 a 103.
171 En la actualidad, El Salvador y Guatemala conocen
también problemas sociales asociados al desarrollo
de los programas de DD&R, como se analizará en la
tercera parte del documento.
46
173 Los países del área han apelado a los oficios de organismos multilaterales para enmarcar los procesos
electorales. Además de la Onu, la OEA ha tenido un
rol central en la celebración de los comicios: municipales y legislativos de 1997 y presidenciales de 2004
en El Salvador; parlamentarios y presidenciales de
2003 en Guatemala; y presidenciales de 1996 y 2001
y regionales de 1998 y 2002 en Nicaragua.
174 Terry Lynn Karl, “The hybrid regimes of Central
America”, The Journal of Democracy, volumen 6, n°3,
julio de 1995, pp. 72 a 86.
175 Larry Diamond, “Thinking about hybrid regimes”,
The Journal of Democracy, volumen 13, n°2, abril de
2002, pp. 21 a 35, estima que los países centroamericanos pueden ser calificados como “democracias
electorales” y no “regímenes híbridos”.
47
B- Las dimensiones de la “seguridad
democrática”
A raíz de la finalización de la rivalidad “este-oeste”, se percibió una atmósfera de optimismo entre los académicos, las clases
políticas y los miembros de diversos organismos, los cuáles pronosticaron un declive
de las confrontaciones bélicas y un “nuevo
orden internacional”176, sustentado en la democracia liberal.
Empero, las esperanzas de ver emerger
prontamente un mundo menos bélico se
desvanecieron ante las vicisitudes de algunos diálogos de paz como los que tuvieron
lugar en Colombia, Sri Lanka y Sudán, entre
otros, el fracaso de diferentes intervenciones humanitarias y militares de las Naciones
Unidas (Somalia, antigua Yugoslavia y
Rwanda) y el surgimiento de nuevas contiendas armadas (Liberia, Argelia, Sierra Leona,
entre otros).
Los cambios y las incertidumbres inherentes
al contexto internacional han tenido profundas consecuencias sobre la seguridad hasta
el presente. Si bien es cierto que América
Latina había perdido relevancia estratégica en la política exterior de los Estados
Unidos después de la Guerra Fría177, la posición de Colombia ha sido re-evaluada, por
la prioridad conferida a la lucha contra el
narcotráfico y el terrorismo, a raíz de los
ataques del 11 de septiembre de 2001178.
Adicionalmente, la pacificación de los
conflictos en Centroamérica179 no ha conllevado a la eliminación de todas las tensiones y las fuentes potenciales de violencia
colectiva. Por el contrario, la criminalidad
y la delincuencia urbana, así como la proliferación de armas, se han vuelto unas de
las grandes amenazas en el subcontinente
latinoamericano180.
Tan es así que los Estados han ido fortaleciendo los mecanismos de resolución no
violenta de los conflictos, sin perder de
vista el imperativo de la seguridad, tanto
dentro de sus fronteras como en el ámbito
exterior.
En este marco, la seguridad ha suscitado un
sinnúmero de definiciones, discursos y representaciones. Para simplificar los debates
acerca de la noción, pueden ubicarse tres
escuelas de pensamiento en teoría de las
relaciones internacionales.
La más clásica - el “realismo” político - postula
que los Estados181 están en la obligación
178 La mediatización de la situación de violencia en
Colombia se ha cristalizado en temas como los desplazamientos forzados, los secuestros y las sevicias
corporales cuyas víctimas son, ante todo, las poblaciones civiles.
176 Tendencia perceptible durante la operación militar de
la coalición contra el régimen de Saddam Hussein en
Irak (1990-1991). Autores anunciaron inclusive una
desaparición de los conflictos armados “mayores”,
es decir entre las naciones más potentes. Michael
Mandelbaum, “Is major war obsolete”?, Survival, volumen 40, n°4, invierno de 1998-1999, pp. 20 a 38.
177 Russell Crandall, The United States and Latin America
after the cold war, Cambridge, Cambridge University
Press, 2008, examina las relaciones inter-americanas
desde el final de la “guerra fría” a la luz de los procesos de democratización, la liberalización de las economías y la seguridad con énfasis en la lucha contra
la criminalidad y las drogas.
179 Carlo Nasi, Cuando callan los fusiles. Impacto de la
paz negociada en Colombia y Centroamérica, op.
cit., hace un balance de las negociaciones paz en
Centroamérica y Colombia, principalmente para el
caso de las guerrillas.
180 Klaus Bodemer (editor) El nuevo escenario de (in)
seguridad en América Latina: ¿amenaza para la
democracia?, Caracas, Recal-IIK-Flacso-Chile-Nueva
Sociedad, 2003
181 Según los axiomas de esta escuela, que demuestra cierto pesimismo ontológico, los Estados son
egoístas, desconfiados y agresivos por esencia, lo
cual permite entender las turbulencias del sistema
internacional.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
permanente de armarse y defenderse para
sobrevivir a la “anarquía”, donde predominan las guerras, en particular bilaterales o
internacionales, por la ausencia de un ente
capaz de regular el entorno182. La segunda,
asociada a una visión liberal e interdependentista del mundo, identifica amenazas que
no son necesariamente estatales ni militares. Aboga por la cooperación, los intercambios y la búsqueda de soluciones no coercitivas a los conflictos183. Por último, se mencionarán los enfoques “constructivistas”184,
que refutan el postulado de una supremacía
de los Estados en un mundo irremediablemente proclive al desorden. Al igual que
muchos tópicos, la seguridad aparece como
el producto de cálculos, percepciones e interacciones entre una pluralidad de agentes - es decir, una construcción social en un
momento específico.
De los preceptos liberales e interdependentistas, se deriva la importancia dedicada a
la “seguridad humana”185 desde los años
1990186. Maleable e imprecisa según sus
detractores, ésta hace hincapié en una serie
de factores susceptibles de comprometer
182 Hans Morgenthau, Política entre las naciones. La
lucha por el poder y la paz, Buenos Aires, G.E.L,
1986; Kenneth Waltz, Teoría de la política internacional, Buenos Aires, G.E.L, 1988; George Kennan,
American diplomacy, 1900-1950, Chicago, University
of Chicago Press, 1951. Dentro de esta visión, existen corrientes reformistas que matizan la importancia
de los Estados con sus dimensiones militares en el
sistema internacional. Por ejemplo, Barry Buzan, Ole
Waever & Jaap de Wilde (editores), Security: a new framework for analysis, Boulder/Londres, Lynne Rienner
Publishers, 1998, consideran los factores de violencia
e inestabilidad sub-estatales, como las organizaciones armadas y las redes criminales.
183 Robert O. Keohane & Joseph S. Nye, Power and interdependence, Boston, Little Brown, 1977.
184 Para una aproximación al tema, ver Alexander Wendt,
“Anarchy is what states make of it: the social construction of power politics”, International Organization,
volumen 46, nº2, primavera de 1992, pp. 391 a 425.
185 Jean-François Rioux (editor), La sécurité humaine :
une nouvelle conception des relations internationales,
París, L’Harmattan, 2001.
186 Las tres grandes escuelas anotadas anteriormente
han dado lugar a otras conceptualizaciones, como la
“seguridad ciudadana” y la “seguridad hemisférica”.
48
la integridad de los individuos y las comunidades. Entre otros aspectos, se destacan
las exacciones armadas, la reincorporación
a la vida civil de combatientes, los flujos de
poblaciones, las fluctuaciones económicas
con un deterioro de los niveles de pobreza
y las catástrofes naturales.
Además, la (re)conceptualización de la seguridad ha encontrado un terreno fructífero
en la ola de democratización de las décadas
de 1980 y 1990, bien sea en Centroamérica
u otros sub-continentes. Poco a poco,
se ha forjado la noción de “seguridad
democrática”187, que abarca elementos de la
seguridad humana y pretende conciliar los
intereses primordiales del Estado (razón de
Estado) con los criterios y las exigencias de
una democracia moderna.
Pese a una creencia común, la noción no es
una creación sui generis del actual Gobierno
en Colombia y no está dirigida exclusivamente contra las organizaciones armadas
ilegales. Tiene un trasfondo teórico y una
historia reciente en el hemisferio latinoamericano, que se nutre de una concepción
renovada y extendida de la seguridad fuera
de las esferas militares.
En este sentido, la seguridad democrática
ha sustituido a la doctrina de “seguridad
nacional”, aferrada a un enfoque tradicional
de las relaciones internacionales, que fue el
paradigma privilegiado durante la confrontación global contra el comunismo188, en
detrimento de las libertades, los derechos y
finalmente la ciudadanía.
187 Para una presentación teórica e histórica de la seguridad democrática en Colombia, ver Federmán
Antonio Rodríguez Morales & Rubén Sánchez David,
Seguridad, democracia y seguridad democrática,
Bogotá, Editorial Universidad del Rosario, 2007.
188 Esta doctrina fue implementada tanto entre los
Estados-nación como en los asuntos internos de los
mismos con diferencias de un escenario a otro. En
Colombia, el concepto fue aplicado de manera irregular, sin mayor planificación más allá del corto plazo.
Francisco Leal Buitrago, La seguridad nacional a la
deriva, op. cit.
49
A comienzos de la década de 1990, la seguridad democrática empezó a ser formalizada en los círculos institucionales en
América Latina. Así, el “Tratado Marco de
Seguridad Democrática de Centroamérica”
esbozó en 1995 las bases de un enfoque
alternativo a la seguridad nacional, con el
propósito de contribuir a la paz y la estabilidad, luego de los conflictos que habían sacudido a la región. Los firmantes del tratado convinieron preservar o promover varios
puntos, con un aliento democrático, entre
los cuales se puede citar los derechos y las
libertades fundamentales; la eficiencia y la
transparencia burocrática de los Estados;
la subordinación del poder militar a los civiles; la protección de las personas y los
bienes; el bienestar de las poblaciones; la
lucha contra la criminalidad y la violencia y
los mecanismos de arreglo y prevención de
los conflictos inter-estatales.
Ahora bien, desde la época, el objetivo de
la seguridad democrática estipulado en los
términos del tratado se ha desdibujado en
la práctica, por las inconsistencias de la integración regional, la persistencia de los
fenómenos armados y las dificultades para
deshacerse del legado de la doctrina de seguridad nacional189.
En Colombia, uno de los retos para la administración de Álvaro Uribe Vélez ha consistido precisamente en no encerrar la seguridad
democrática en una línea militarista. En este
sentido, el Gobierno ha buscado también informar constantemente a la opinión sobre las
metas y los alcances de la misma.
El Presidente ha enfatizado en que la
seguridad democrática no reproduce los
esquemas represivos típicos del antagonismo
“este-oeste” en América Latina190. La estrategia planteada ha buscado un equilibrio entre
el desmantelamiento de las estructuras armadas ilegales (por la fuerza o la negociación),
el establecimiento de un Estado de Derecho
y el respeto a los derechos humanos en una
sociedad cada vez más cohesionada191, corroborando el eslogan presidencial “mano firme,
corazón grande”192.
Según un documento emitido por la
Presidencia de la República y el Ministerio
de Defensa, “la seguridad no se entiende
en primera instancia como la seguridad del
Estado, ni tampoco como la seguridad del
ciudadano sin el concurso del Estado, sino
como la protección del ciudadano y de la
democracia por parte del Estado, con la
cooperación solidaria y el compromiso de
toda la sociedad.
La Seguridad Democrática se funda así en
tres pilares: la protección de los derechos
de todos los ciudadanos […], […] la protección de los valores, la pluralidad y las instituciones democráticas […] y […] la solidaridad y la cooperación de toda la ciudadanía
en defensa de los valores y mecanismos
democráticos”193.
La propuesta de Seguridad Democrática
del presidente Álvaro Uribe Vélez se inspira
en los llamados “Talleres del Milenio”, que
fueron auspiciados por el Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD),
con la inclusión de amplias franjas de la
sociedad colombiana, los cuáles culminaron
190 Álvaro Uribe Vélez, “Carta del Presidente de la República
de Colombia”, en Presidencia de la República - Ministerio
de Defensa Nacional Política de defensa y seguridad
democrática, Bogotá, Presidencia de la RepúblicaMinisterio de Defensa Nacional, 2003, pp. 05 a 07.
191 Álvaro Uribe Vélez “Política de Defensa y Seguridad
Democrática”, Carta del Presidente de la República,
Álvaro Uribe, 2003.
189 Francine Jácome, “La seguridad democrática en el
marco del proceso de integración”, en Klaus Bodemer
& Francisco Rojas Aravena (editores), La seguridad
en las Américas, Madrid, Iberoamericana-Vervuert,
2005, p. 112.
192 Fue el leitmotiv de la primera campaña presidencial
de Álvaro Uribe.
193 Presidencia de la República - Ministerio de Defensa
Nacional, Política de defensa y seguridad democrática, op, cit. p. 13.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
a la postre con la a d o p c i ó n del Plan
N a c i o n a l de Desarrollo 2002-2006 t i t u l a d o Hacia un Estado Comunitario194.
Los talleres fueron espacios de debate,
donde se avaló una concepción amplia de la
seguridad, entendida como un bien público,
y no únicamente una prerrogativa del Estado,
con la ambición de generar participación
ciudadana, bienestar y paz en el país.
En otras palabras, la Seguridad Democrática
implementada desde 2002 induce una capacidad de regulación por parte de las esferas
dirigentes sobre la población. Igualmente,
presupone una implicación activa de ésta
en la (re)composición del tejido político,
jurídico y social.
Además de la reforma del aparato judicial,
la profesionalización de las fuerzas armadas y los incentivos para propiciar un acercamiento entre los ciudadanos y las instituciones del Estado, la Seguridad Democrática
ha conllevado a medidas que tienen hoy
efectos tangibles sobre la fisonomía de la
confrontación armada, matizando la tesis
de un empate militar entre los grupos armados ilegales y la Fuerza Pública195.
Sin desconocer los avances de la seguridad en materia no militar, se resaltará que
los contingentes del Estado han retomado,
como nunca antes, la iniciativa frente a las
guerrillas y los movimientos de autodefensa, mediante un incremento del pie de fuerza, un despliegue territorial sin precedentes y una mayor operatividad en combate.
Entre los años 2002 y 2003, se decretaron
“Zonas de Rehabilitación y Consolidación”
(ZRC), al amparo del estado de conmoción
194 Presidencia de la República - Departamento Nacional
de Planeación, Hacia un Estado comunitario, Bogotá,
Departamento Nacional de Planeación, 2002.
195 Alfredo Rangel Suárez, Colombia: guerra en el fin de
siglo, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1998.
50
interior196, para afianzar la gobernabilidad
democrática en varios municipios de los departamentos de Arauca, Bolívar y Sucre, que
sufren todavía problemas de alteración del
orden público.
Adicionalmente, la Fuerza Pública ha emprendido ataques de gran envergadura en
distintas regiones del eje andino, para hacer retroceder o eliminar la presión ejercida
por los actores armados; se ha recuperado
también el control de carreteras y cabeceras municipales.
Ante todo, a principios de 2004, se dio inicio al “Plan Patriota” hacia el sureste del territorio nacional (Caquetá, Meta y Guaviare),
donde las Farc han tenido una presencia
histórica. El objetivo ha sido debilitar la
cadena de mando, la retaguardia y las finanzas de la guerrilla, que se beneficia de
fuentes de financiación con los cultivos ilícitos en el área197.
La conjunción de estos factores explican el
repliegue de la insurgencia, que se puede
interpretar de dos maneras: una ilustración del debilitamiento de las facciones
guerrilleras que estarían al borde de una
implosión sin precedentes con la captura,
la deserción o la muerte de varios de sus
cuadros y dirigentes históricos o una
estrategia programada por los guerrilleros
para no desgastarse en largos combates
196 Es importante subrayar que las ZRC tuvieron una vigencia limitada en el tiempo. En efecto, la Constitución
de 1991 limita las facultades del poder ejecutivo en la
adopción de disposiciones que restringen las libertades y derechos fundamentales de los ciudadanos. Se
quiere evitar así la instauración de períodos similares
a los “estados de excepción” que marcaron la vida
política del país en un pasado reciente (medidas asociadas a la doctrina de seguridad nacional). En el presente caso, un fallo de la Corte Constitucional declaró
inexequible la prórroga del estado de conmoción interior, que finalizó en abril de 2003.
197 Para un panorama de la lucha armada contra la
guerrilla bajo la administración de Álvaro Uribe, ver
Camilo Echandía Castilla & Eduardo Bechara Gómez,
“Conducta de la guerrilla durante el gobierno Uribe
Vélez: de las lógicas de control territorial a las lógicas de control estratégico”, Análisis Político, no. 57,
mayo-agosto de 2006, pp. 31 a 54.
51
y economizar fuerzas, esperando una
inflexión en las operaciones de las tropas
regulares.
En las dos hipótesis, que no son incompatibles si se tiene en cuenta la heterogeneidad de los frentes, que no disponen de los
mismos recursos y márgenes de acción, los
insurgentes guardan un potencial de desestabilización para llevar a cabo ataques
contra las poblaciones y actos de terrorismo, con el propósito de romper la cohesión de la sociedad y los lazos entre las
autoridades y los civiles198.
El uso de la violencia por parte de la guerrilla, acorralada en una postura defensiva, es a menudo leído como el signo de
la predominancia de una línea militarista
encerrada en un imaginario bélico, cuya
finalidad sería la toma del poder por las
armas. También es factible pensar que la
violencia pueda ser capitalizada para tratar
de abrir un camino hacia la negociación,
que ha sido uno de los pilares de la política
de Seguridad Democrática del gobierno de
Álvaro Uribe.
De hecho, la insurgencia se ha definido, de
distintas formas, con respecto al tema de
las conversaciones de paz que han marcado la evolución de la confrontación desde
hace más de veinticinco años. De otro lado,
la presidencia actual ha creado un entorno
propicio al abandono de la vía armada, que
ha sido aprovechado por los movimientos
de autodefensa, sin que se haya descartado
la posibilidad de dialogar y firmar un acuerdo de paz con las guerrillas.
C- Las secuencias de los diálogos de
paz en Colombia
A semejanza de los países de Centroamérica,
que fueron afectados por confrontaciones
armadas, Colombia ha conocido hasta hoy
procesos de paz en un ambiente de democratización, con una reconversión, no uniforme, de las guerrillas en partidos políticos legales199.
No obstante, el escenario colombiano presenta particularidades que merecen ser subrayadas. En efecto, el país no ha pasado de
una situación autoritaria, con una preeminencia de las fuerzas militares, a una democracia liberal. Se podría afirmar al respecto
198 Sobre los efectos ambivalentes del terror instrumentalizado, ver Éric Lair, “Reflexiones acerca del terror
en los escenarios de guerra interna”, art. cit.
199 David Garibay, “De la lutte armée à la lutte électorale : itinéraires divergents d’une trajectoire insolite.
Une comparaison à partir des cas centraméricains
et Colombien”, Revue Internationale de Politique
Comparée, volumen 12, n°3, 2005, pp. 283 a 297 y
Carlo Nasi, Cuando callan los fusiles. Impacto de la
paz negociada en Colombia y Centroamérica, op. cit.
que se ha transitado de un pacto entre las
élites - régimen “consociacional”200 - en la
época del “Frente Nacional” (1958-1974) a
una democratización con una importante
tradición electoral y rasgos de pluralismo,
la cual ha tenido como consecuencia la erosión del bipartidismo entre los conservadores y los liberales desde los años 1980.
En complemento, el impacto electoral de
los insurgentes desmovilizados ha sido mínimo en comparación con Centroamérica;
es decir que las sinergias entre la democratización y el regreso a la vida civil de los
grupos al margen de la ley no han sido tan
pronunciadas.
Sobre todo, las conversaciones de paz han
tenido modalidades y resultados diferenciados y parciales en Colombia. Ni las guerrillas
200 Jonathan Hartlyn, La política del régimen de coalición: la experiencia del Frente Nacional en Colombia,
op. cit.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
más poderosas militarmente ni las fuerzas
del Estado han participado en procesos de
desarme, desmovilización y reinserción
(DD&R) similares a los que se presentaron
en el istmo centroamericano.
Concretamente, las primeras iniciativas de
paz formales se desarrollaron en un momento de recrudecimiento de la contienda
armada, no sólo en Colombia201 sino también en América Central, donde florecieron
las organizaciones opuestas a las corrientes
de izquierda.
La propuesta del entonces presidente
Belisario Betancur Cuartas (1982-1986)
contrastó con la política represiva de la
administración de Julio Turbay Ayala, que
había generado una crisis de derechos humanos y legitimidad del Gobierno en un
contexto de déficit democrático.
En la época, se instituyó una “Comisión de
Paz” con un “diálogo nacional” - parecido a
las discusiones en Guatemala varios años
después, pero sin los medios para esclarecer y juzgar los acontecimientos violentos en un espíritu de reconciliación - sobre
diversas problemáticas políticas y socioeconómicas, más allá de la cuestión de la
violencia -.
Paralelamente, se instituyó el “Plan Nacional
de Rehabilitación” (PNR) en los departamentos menos integrados desde el punto de vista social y económico, como una estrategia
de lucha contra la pobreza y la violencia. Sin
embargo, los anhelos de paz fueron rápidamente obstaculizados por la falta de respaldo de los círculos políticos y económicos,
no preparados para negociar en tiempos
de lucha armada y atemorizados ante la expansión de la insurgencia.
201 Para una síntesis de las negociaciones de paz, ver
Jesús Antonio Bejarano, Una agenda para la paz.
Aproximaciones desde la teoría de la resolución de
conflictos, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1995 y
los artículos compilados en el número temático de
la revista L’Ordinaire Latinoaméricain, n°179, eneromarzo de 2000.
52
Además, la tregua acordada con el Movimiento
19 de abril (M.19), las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (Farc) y el
Ejército Popular de Liberación (EPL) sirvió de
instrumento a la guerrilla para consolidarse y
adelantar ofensivas202, como lo demostró el
asalto contra el Palacio de Justicia en Bogotá
en noviembre de 1985.
El presidente Virgilio Barco Vargas (19861990) heredó de una coyuntura compleja
marcada por el fin de la tregua, la expansión de los frentes guerrilleros y la diseminación progresiva de movimientos armados
contrainsurgentes, mal identificados, relacionados con el narcotráfico.
Desde un punto de vista orgánico, Virgilio
Barco centralizó los esfuerzos en la “Consejería
para la Reconciliación, la Normalización y la
Rehabilitación” (CRNR) para intentar evitar las
inconsistencias en la puesta en práctica de la
política de paz. Se profundizaron los programas de resolución de los conflictos sociales
y políticos, además de la atención dedicada
a la confrontación armada, en especial con el
PNR. En términos políticos, el alto mandatario
apuntó a una transformación y apertura del
sistema democrático, con la convocación de
una Asamblea para reformar la Constitución.
En 1988, se formuló una “Iniciativa para la
Paz” que tendió puentes de negociación con
algunas facciones de la insurgencia extenuadas por la confrontación y deseosas de
planear un retorno a la vida no armada.
Retomando la labor de su predecesor, el presidente César Trujillo Gaviria (1990-1994)
adoptó una “estrategia integral contra la
violencia” que pretendía lidiar simultáneamente con la insurgencia, las redes mafiosas y los grupos de autodefensa. Fue durante el cuatrienio de César Gaviria que el
país empezó a tomar el pulso de la lucha
202 El Ejército de Liberación Nacional (ELN) no fue partícipe de los diálogos. Ver Carlos Medina Gallego, El
ELN: una historia contada a dos voces, Quito Editores,
Bogotá 1996.
53
contra la insurgencia, con la proliferación
de estructuras de autodefensa.
Paralelamente, el Gobierno persiguió los
acercamientos con las guerrillas, los cuáles
fueron aprehendidos como el pendiente de
las reformas políticas, mediante la adopción
de una Constitución pluralista en 1991. En
estas circunstancias, varias guerrillas, entre
las cuáles el M.19203 y el EPL204, decidieron
abandonar las armas, tras haber firmado un
cese al fuego y una serie de protocolos que
les permitieron acogerse a planes de DD&R,
sin incurrir en sanciones penales.
Pese a la desmovilización de aproximadamente 4.500 combatientes entre 1990 y
1994, el país no conoció la paz social, porque las Farc y el ELN, al igual que los grupos
de autodefensa, perpetuaron las lógicas de
la confrontación. En estos aspectos, radica
una diferencia fundamental con las naciones centroamericanas, que entraron en una
fase post-bélica.
A lo largo de la segunda mitad de los años
1990, que correspondieron al mandato de
Ernesto Samper Pizano (1994-1998), se
observó incluso un escalamiento de los enfrentamientos y de las exacciones contra la
población civil.
Además de la crisis político-institucional,
sinónimo de parálisis del poder ejecutivo,
desatada por la imputación al presidente
Ernesto Samper de recibir dineros del narcotráfico durante su campaña electoral205,
las violencias post-acuerdos ensombrecieron las posibilidades de paz a corto plazo.
Así, las acciones de las Farc llevadas a cabo
entre 1995 y 1998, perpetradas con una
gran concentración de combatientes contra
la Fuerza Pública, fueron el producto de
estrategias de demostración de fuerza y
presión, que tuvieron implicaciones para
la presidencia de Andrés Pastrana Arango
(1998-2002). Elegido sobre una propuesta
de negociaciones de paz con la guerrilla,
entabladas antes de su investidura, el alto
mandatario concedió la desmilitarización de
una zona de unos 42.000 km2 en el centroeste de Colombia (“zona de distensión”)
para conducir discusiones con las Farc sin
un cese de hostilidades previo.
Las vicisitudes del proceso206, que fracasó
a comienzos del año 2002, fueron la oportunidad para los guerrilleros de hacer valer,
con intransigencia y dogmatismo, un poder
adquirido a lo largo de cuatro décadas en la
confrontación armada. Al mismo tiempo, se
confirmó el desfase entre las capacidades
bélicas de los frentes que irradiaban una
impresión de cohesión interna y la escasa
propensión a producir discursos susceptibles de movilizar a la población.
La interrupción definitiva del proceso de
paz con las Farc en 2002, en un ambiente
de denuncias y enfrentamientos, provocó
desilusiones entre la población sobre la
eventualidad de una próxima resolución de
la confrontación armada. A los pocos meses, el electorado optó por nombrar en la
magistratura suprema al candidato Álvaro
Uribe Vélez, quien simbolizaba la autoridad
frente a los actores al margen de la ley.
204 María Victoria Uribe, Ni canto de gloria ni canto fúnebre. El regreso del EPL a la vida civil, Bogotá, CINEP,
1994.
Por otra parte, los movimientos de autodefensa - bien sean las AUC o las demás
facciones - denotaron una evidente desarticulación, a finales de los años 1990. Se
expandieron a expensas del impasse de
las conversaciones con la guerrilla, en un
contexto de rivalidades y tensiones, que
205 Sobre las implicaciones hemisféricas de la crisis, ver
Bruce Michael Bagley, “Narcotráfico, violencia política
y política exterior de Estados Unidos hacia Colombia
en los noventa”, Revista Colombia Internacional, n°4950, mayo-diciembre de 2000, pp. 05 a 38.
206 Daniel Pécaut, “Colombie: une paix insaisissable”,
Problèmes d’Amérique Latine, n°34, julio-diciembre
de 1999, pp. 05 a 31.
203 Darío Villamizar Herrera, Aquel 19 será: una historia
del M. 19, de sus hombres y de sus gestas. Un relato entre la guerra, la negociación y la paz, Bogotá,
Editorial Planeta, 1995.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
hizo de las AUC una agrupación con bases
y lazos “primarios”207, a menudo artificiales,
entre sus miembros.
En estas condiciones, no debe sorprender
la conformación en la época de una nueva
estructura, el bloque Central Bolívar (BCB),
por desacuerdo con las AUC208. Tampoco
es de extrañar los combates inter-facciones que se presentaron en Medellín (bloque Cacique Nutibara y bloque Metro),
por ejemplo, o aún la renuncia parcial de
Carlos Castaño a la dirigencia de las AUC
en julio de 2002, antes de ser asesinado
en abril de 2004 por sus compañeros
de armas, en circunstancias todavía no
esclarecidas209.
Dicho de manera sintética, el desarrollo de
las autodefensas experimentó, en los albores de los años 2000, una crisis de crecimiento, con efectos de dislocación, sin
haber sufrido una derrota militar de envergadura frente a la guerrilla o al Estado.
Varios parámetros, no exclusivos, dan
cuenta del fenómeno: la concentración de
poder y el proyecto unificador de Carlos
Castaño; la rivalidad personal entre los
jefes armados; las divergencias sobre los
planes de lucha contra la insurgencia; los
vínculos fluctuantes con las fuerzas del
Estado; la coexistencia en territorios exiguos o cercanos; los ciclos de venganza,
en los cuáles el honor y los mecanismos
de “compensación” desempeñan un papel
fundamental; la intensificación no siempre
consensual de los ataques contra las poblaciones; y la cuestión del control del tráfico de droga en sus diferentes fases.
207 Noción, retomada de la psicología de los grupos,
desarrollada entre otros por Omer Bartov, L’armée
d’Hitler. La Wehrmacht, les nazis et la guerre, París,
Éditions Hachette, 1999.
Es así como las discusiones de paz con los
grupos de autodefensa se abrieron a finales
del año 2002, en un momento en que diversas facciones de las AUC declararon un
cese al fuego unilateral. La administración
de Álvaro Uribe instauró una comisión exploratoria encargada de emitir recomendaciones para facilitar y formalizar los acercamientos. Entre los temas abordados, figuraban el respeto del cese de hostilidades,
el fin de los secuestros, la lucha contra los
tráficos ilícitos, la preparación de una mesa
de negociación y la concentración de los
combatientes en áreas delimitadas.
Esta fase exploratoria precedió la ronda de
discusiones inauguradas oficialmente en
julio de 2003 en Santa Fe de Ralito, en el
departamento de Córdoba210, zona bajo influencia de las autodefensas.
Los diálogos se fundamentaron en la Ley
782 de diciembre de 2002, que no hace del
reconocimiento político un requisito para
dialogar con actores armados ilegales y
otorgarles, bajo ciertas condiciones, beneficios económicos y jurídicos.
Los acuerdos suscritos en 2003 preveían,
entre otros aspectos, el desarme y la desmovilización gradual de la totalidad de los
combatientes en sitios de acantonamiento.
El proceso pasó por etapas críticas hasta
mediados del año 2005. Los enfrentamientos con la guerrilla, las arremetidas contra
la población, las divisiones entre las autodefensas, incluidas o no en la negociación,
al igual que las incertidumbres sobre el estatuto jurídico de los antiguos combatientes y el tema de la extradición hacia Estados
Unidos por narcotráfico amenazaron el
avance de las concertaciones.
El Gobierno dio entonces un nuevo aliento a
las conversaciones, al acelerar la desvinculación de las estructuras armadas. En mayo
208 Juan Carlos Garzón, “La complejidad paramilitar: una
aproximación estratégica”, op. cit., pp. 86-87.
209 Las versiones sobre la muerte de Carlos Castaño han
sido contradictorias. La tesis más plausible es que su
hermano Vicente haya ordenado el homicidio.
54
210 International Crisis Group, “Desmovilizar a los paramilitares en Colombia: ¿una meta viable?”, Informe sobre América Latina No. 8, 5 de agosto de 2004, p. 2.
55
de 2004, los mandos de las AUC y del BCB
aceptaron el principio de una zona de ubicación (ZDU) en Tierralta, Córdoba.
Se suspendieron por algunos meses las órdenes de captura contra los dirigentes de
las autodefensas, en conformidad con las
disposiciones de la Ley 782. La instauración de dicha zona permitió materializar los
acuerdos de Santa Fe de Ralito II, que abandonó en particular el ideal de un desmantelamiento completo para fijar una meta de
8.750 desmovilizados al terminar el año
2005, sin haber planeado un cronograma
preciso211.
En los hechos, el desarme y la desmovilización colectiva212 de las facciones se iniciaron, al margen de los diálogos en Córdoba,
con el desmonte del bloque Cacique
Nutibara (BCN) en las afueras de Medellín,
Antioquia, en noviembre de 2003 y la repentina entrega de armas por parte de unos
850 combatientes213.
La gestión de la desmovilización del BCN
sirvió de antecedente a una serie de desmovilizaciones (ante todo de las AUC) entre
2003 y 2006, centralizadas y supervisadas
en varias regiones del país por la Oficina del
Alto Comisionado para la Paz en concertación con entidades estatales, sectores de
la sociedad civil y la Organización de los
Estados Americanos (OEA). Según los reportes oficiales, las negociaciones habrían
conducido a la desmovilización colectiva
de 31.671 alzados en armas hasta el año
2006214 - cifra que superó las aspiraciones
consignadas en el texto firmado en Santa Fe
de Ralito II.
Como sustrato legal del proceso, el Gobierno
propuso la Ley 975 de junio 2005, llamada
de “Justicia y Paz”, que ha suscitado polémicas, incluso antes de ser aprobada, y
que fue declarada exequible por la Corte
Constitucional en mayo de 2006. Entre las
denuncias215, los expertos han señalado que
el texto se ha convertido en un instrumento
jurídico de reducción de penas (alternatividad penal), destinado a facilitar la reinserción de los ex-combatientes, en caso de confesión o comprobación de delitos graves o
lesa humanidad.
De no ser así, los desmovilizados tienen
la posibilidad de acceder a las disposiciones de la Ley 782 de 2002, que los analistas asimilan a un dispositivo generoso de
reincorporación.
Sin embargo, las máximas figuras de los
grupos armados ilegales, la mayoría de las
cuáles están hoy recluidas en cárceles de
Estados Unidos por narcotráfico, hubieran debido aportar sus testimonios y reconocer en
teoría delitos y crímenes para acatar la ley y
ser sometidos a sanciones inferiores a lo que
podrían esperar con una jurisdicción fuera de
una negociación de paz. No obstante, hasta
el momento, la falta de claridad sobre el estatus jurídico aplicable a los jefes de las autodefensas es característica de las zonas borrosas
inherentes a un proceso masivo de DD&R de
combatientes, como lo demuestran otras experiencias internacionales en la materia.
211 Ibid. pp.2-3.
212 No se incluyen aquí los procesos individuales, que
responden a dinámicas y procedimientos distintos.
213 Sobre la influencia y desmovilización del bloque
Cacique Nutibara en el área de Medellín, ver Mauricio
Romero, “La desmovilización de los paramilitares y
autodefensas: riesgosa, controvertida y necesaria”,
Documento de trabajo del Instituto de Estudios Políticos
y Relaciones Internacionales, 2005 (Mimeo), pp. 8-10.
214 Alto Comisionado para La Paz. www.altocomisionadoparalapaz.gov.co [consulta: marzo de 2007]. Se registraron posteriormente otras dejaciones de armas.
215 En la tercera parte del presente texto, se hará referencia más en detalle a la ley. Para un análisis de la
misma en relación con los delicados temas de la verdad, la justicia y la reparación, ver Rodrigo Uprimny
(editor), ¿Justicia transicional sin transición? Verdad,
justicia y reparación para Colombia, Bogotá, Centro
de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad, 2006.
Pocas confrontaciones internas han finalizado con la derrota
militar y/o la rendición incondicional de uno o varios de
los bandos armados; de allí la importancia de entablar
negociaciones de paz, como lo enseñan los casos de
Centroamérica y Colombia, las cuáles suelen ser tortuosas,
incluso cuando los actores armados no disponen de grandes
recursos y capacidades de desestabilización.
3
El desarme, la
desmovilización
y la reinserción
(DD&R): entre
complementariedad
y desencuentros
Pocas confrontaciones internas han finalizado con la derrota militar y/o la rendición incondicional de uno o varios de los bandos armados; de allí la importancia
de entablar negociaciones de paz, como lo enseñan los casos de Centroamérica y
Colombia, las cuáles suelen ser tortuosas, incluso cuando los actores armados no
disponen de grandes recursos y capacidades de desestabilización.
Para leer con más discernimiento los alcances de las conversaciones de paz con
los grupos de autodefensa en Colombia, es necesario detenerse en los procesos de desarme, desmovilización y reinserción (DD&R)216. Experiencias internacionales (Centroamérica, antigua Yugoslavia y Sierra Leona, entre otros países)
recuerdan que éstos no resultan fáciles de disociar, puesto que no se inscriben
en un continuum rígido.
A diferencia de lo que presupone el acrónimo DD&R217, el desarme no constituye
siempre el primer paso de los programas. La desmovilización puede antecederlo, ser concomitante o no producirse - y recíprocamente. De otro lado, imprevistos y desajustes pueden surgir entre las dos etapas y la fase de reinserción218.
216 A veces, los analistas privilegian la noción de reintegración, que comprende mecanismos de
reinserción, como se verá más adelante.
217 Para una introducción al tema, ver Béatrice Pouligny, “Les anciens combattants d’aujourd’hui:
désarmement, démobilisation et réinsertion/The politics and anti-politics of contemporary: disarmament, demobilization and reintegration programs”, Documento del Centro de Estudios e
Investigaciones Internacionales (CERI), septiembre de 2004. Texto en versión bilingue disponible
en: www.ceri-sciencespo.com.
218 Reto Rufer, “Disarmament, demobilisation and reintegration (DDR): conceptual approaches, specific settings, practical experiences”, Working Paper, Geneva Centre for the Democratic Control
of Armed Forces, 2005.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
A- Consideraciones generales sobre los
procesos de DD&R
A raíz del papel renovado de la Organización
de las Naciones Unidas (Onu) en el sistema
internacional, las operaciones de DD&R
empezaron a recrudecerse219. Así, entre
1992 y 2005, se identificaron 34 procesos
de DD&R en más de 30 países220, con una
alta concentración de las actividades en el
África sub-sahariana, además de los casos
centroamericanos, a los cuáles se hará referencia a continuación.
Desde ese entonces, la mayoría de los procesos de DD&R ha acompañado la firma de
acuerdos políticos, sin ser obligatoriamente
constitutivos de éstos, y han sido concluidos bajo los auspicios de los Estados, mediante la participación notoria de organismos multilaterales y sectores de la sociedad civil221, con el propósito de construir
las bases de una paz duradera222.
En algunas situaciones, como Somalia, la exYugoslavia y Haití, que no corresponden en
este aspecto a América Central y Colombia,
se han llevado a cabo misiones coercitivas
para tratar de restaurar el monopolio legítimo de la fuerza y las condiciones de una
seguridad mínima223.
219 Sobre las intervenciones de las Naciones Unidas
después de la rivalidad “este-oeste”, ver Mats Berdal
& Spyros Economides (editores), United Nations interventionism 1991-2004, Cambridge, Cambridge
University Press, 2007.
220 Lena Sundh & Jens Samuelsson Schjørlien (editores),
Stockholm initiative on disarmament demobilisation
and reintegration - Final report, Skövde, Rolf Tryckeri
AB, 2006, p. 9.
Pese a la importancia del tema, los expertos
no han logrado establecer con unanimidad
criterios para delimitar y conducir los mecanismos de DD&R224. Además, su valoración no suele ser neutra, sino el fruto de
las percepciones, intereses y expectativas
de los observadores, de los antiguos combatientes y de los agentes de cooperación
internacional225.
Ahora bien, en una visión sociológica, los
proyectos de DD&R226 marcan el tránsito individual o colectivo de los combatientes hacia la vía no violenta, que debe representar
una alternativa atractiva y viable (los denominados “dividendos de la paz”: reducciones de penas o amnistías, beneficios económicos, inclusión en la vida política, entre
otros)227.
Por otro lado, los proyectos pueden ser
analizados en el marco de políticas públicas, es decir como un paquete de medidas
adoptadas por los Estados en simbiosis con
actores (inter)nacionales de distinta índole
(servicios del Estado, organizaciones no gubernamentales e instancias inter-gubernamentales, entre otros).
224
Béatrice Pouligny, “Les anciens combattants
d’aujourd’hui: désarmement, démobilisation et réinsertion/The politics and anti-politics of contemporary: disarmament, demobilization and reintegration
programs”, op. cit. p. 34.
225
Macartan Humphreys & Jeremy M. Weinstein,
“Disentangling the determinants of successful disarmament, demobilization and reintegration”, op. cit.,
pp. 3 y 4.
221 Ibid. pp. 16 a 19.
222 Para mayores desarrollos, ver Michael W. Doyle &
Nicholas Sambanis, Making war and building peace:
United Nations peace operations, Princeton, Princeton
University Press, 2006.
223
Macartan Humphreys & Jeremy M. Weinstein,
“Disentangling the determinants of successful disarmament, demobilization and reintegration”,
Documento de Trabajo, Stanford University - Freeman
Spogli Institute for International Studies - Center for
Global Development, septiembre de 2005, p. 1.
60
226 Para un enfoque teórico sobre los procesos de DD&R,
ver Mats Berdal, “Disarmament and demobilization after civil wars: arms, soldiers and termination of conflict”, Adelphi Papers, No. 303, 1996.
227
Alpaslan Özerdem, “Disarmament, demobilization and reintegration of former combatants in
Afghanistan: lessons learned from a cross-cultural
perspective”, Third World Quarterly, volumen 23, n°5,
octubre de 2002, pp. 961 a 975.
61
Como punto de referencia, el análisis puede partir de las definiciones de las Naciones
Unidas en materia de DD&R, las cuáles han
sido frecuentemente citadas y comentadas en
la literatura sobre la búsqueda de la paz228.
Según la Onu, el desarme consiste en recoger las armas tanto pequeñas como
pesadas dentro de una zona de conflicto.
Generalmente, el desarme físico ocurre en
áreas de asamblea fijadas en el curso de
las negociaciones de paz, señalando un
lugar para reunir a los combatientes en
escenarios similares a los campamentos,
donde las armas serán confiscadas, almacenadas en un sitio seguro y posteriormente destruidas.
En consonancia con lo anterior, la desmovilización contempla el desmantelamiento formal de las estructuras armadas.
Idealmente, la desvinculación de los combatientes debe desarrollarse en un lapso
de tiempo relativamente reducido. Durante
esta fase, se organiza el regreso de los actores de la confrontación a sus hogares o
a sitios de salud y capacitación con vista a
la reinserción.
La reinserción suele articularse en dos etapas: la primera se refiere al período breve
consecutivo a la llegada de los antiguos
combatientes a sus lugares de residencia
originales o a nuevas comunidades de recepción; la segunda, que es más dilatada
en el tiempo, pretende asegurar el desarme permanente y una paz sostenible,
gracias a la implementación de costosos
planes de reintegración, en los cuáles los
desmovilizados reciben ayudas de diferente naturaleza.
punto de vista técnico, el desarme remite
a las decisiones que tratan de centralizar,
registrar y almacenar el material bélico y
logístico para su eventual destrucción229. El
mismo supone la existencia de una abundante información - recolectada a partir de
investigaciones, declaraciones de los grupos antagónicos y testimonios de la población - sobre las armas en circulación y/o
depositadas en una zona determinada.
Cuando los actores en disputa no han
sido derrotados militarmente, los gestores de paz multiplican los incentivos para
agilizar el desarme de manera voluntaria.
Éstos tienen a menudo efectos ambiguos,
como se ha evidenciado en países africanos (Somalia, Mozambique y Liberia, entre
otros), donde los combatientes han recibido una compensación financiera por la
entrega de las armas, sin que haya certeza sobre la eficiencia del procedimiento y
una disminución ostensible de los niveles
de violencia (devolución de armas deterioradas, rearme paralelo y/u ocultación de
material bélico)230.
El desarme puede también abarcar programas de desactivación de las minas antipersonal que han sido utilizadas en un número
significativo de conflictos internos, a la vez
contra las fuerzas adversas y los civiles231,
violando unos de los principios cardinales
229 Tobias Pietz, “Gaps and trends in disarmament,
demobilization, and reintegration programs of the
United Nations”, en Peter Hazdra (editor), Small
arms - Big Problem. A Global threat to peace, security and development, Viena, Schriftenreihe der
Landesverteidigungsakademie, 2007, p. 56.
Siguiendo esta clasificación, las experiencias
internacionales demuestran que, desde un
230 Jeffrey Isima, “Cash payments in disarmament, demobilization and reintegration programmes in Africa”,
Journal Of Security Sector Management, volumen 3,
nº2, septiembre de 2004. Artículo sin paginar disponible en: www.ssronline.org.
228 Ver el documento del ex-Secretario General Kofi
Annan, Report of the Secretary-General on the Role
of the United Nations Peacekeeping in disarmament,
demobilisation and reintegration, Nueva York, United
Nations, 2002.
231 La dispersión de las minas, en particular de tipo
“anti-personal”, responde a diferentes objetivos en
tiempos de confrontación. Por ejemplo, contribuye a
restringir el acceso a los cultivos ilícitos y los recursos
naturales que son centrales en la economía local de
la violencia. Adicionalmente, favorece la protección
de corredores de comunicación y la preservación de
áreas de refugio y/o abastecimiento.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
del Derecho Internacional Humanitario232,
al igual que varias disposiciones recientes
del Derecho Internacional Público233.
En muchos casos, la desmovilización incluye proyectos de desarme, provocando cierta
confusión entre las dos nociones y se fundamenta en procedimientos susceptibles
de desmantelar a las estructuras armadas.
Los agudos problemas de desconfianza e
inseguridad conllevan, en muchas ocasiones, a privilegiar un desmonte simultáneo
o, por defecto, poco disperso en el tiempo.
Las facciones pueden ser acantonadas en
sitios separados, con el propósito de evitar
las alianzas y/o los ciclos de venganza entre los antiguos enemigos234. En esencia, la
desmovilización pretende romper con las
lógicas bélicas e instituir las condiciones de
un regreso a la vida civil.
232 Comité Internacional de la Cruz Roja, Protocolos
Adicionales a los Convenios de Ginebra del 12 de
agosto de 1949, Ginebra, CICR, 1977, pp. 37 y 38. De
esencia consuetudinaria, el artículo 51 del Protocolo I
de 1977 estipula que los actores armados deben operar una distinción entre los combatientes y los civiles,
absteniéndose de atentar indiscriminadamente contra éstos.
233 La problemática de las minas antipersonal descansa
también en el derecho de los tratados aplicable a los
Estados partes. Durante años, prevaleció el Tratado
de las Naciones Unidas de 1980 sobre Ciertas Armas
Convencionales que, en el Protocolo II, menciona las
restricciones y las prohibiciones relativas al empleo
de las minas. Por sus deficiencias, el Protocolo sirvió
de antecedente a otras negociaciones celebradas en la
ciudad de Ottawa. Ambiciosa, la Convención de Ottawa
de 1997 plantea la perspectiva de una prohibición total
en materia de producción, almacenamiento, compra,
transferencia y utilización de las minas, así como su
destrucción. En Colombia, la ley 454 de enero de 2000
avaló la Convención que entró en vigencia en marzo
de 2001. De acuerdo con sus términos, el Estado debe
cumplir con los requisitos y los planes de erradicación
de las minas dentro de su jurisdicción, cuyos plazos
difieren según las circunstancias. Ver Daniel O’Donnell,
Inés Margarita Uprimny & Alejandro Valencia Villa (compiladores), Compilación de instrumentos internacionales. Derecho internacional de los derechos humanos,
derecho internacional humanitario y derecho penal
internacional, Bogotá, Oficina en Colombia del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos - Defensoría del Pueblo de la República de
Colombia, 2001, pp. 454 a 466.
234 Tobias Pietz, “Gaps and trends in disarmament,
demobilization, and reintegration programs of the
United Nations”, op. cit. p. 56.
62
Precisamente, la reinserción está destinada
a facilitar el regreso a la vida no armada de
los combatientes. Es interesante anotar que
la palabra aparece, con matices semánticos,
como sinónimo, complemento o sustituto
de reintegración, reincorporación y/o reconversión235. Los especialistas ven, en particular, en la reinserción236 un puente hacia
la reintegración237, que ha sido objeto de un
sinnúmero de conceptualizaciones en los
últimos años238. En distintos países, los grupos violentos rechazan la idea de reinserción, que tiende a estigmatizarlos como si
fuesen simples marginados de la sociedad,
aunque muchos mantuvieron contactos con
sus familiares y las poblaciones locales durante la contienda armada.
Una vez más, una mirada internacional revela que la reinserción requiere un balance
previo del perfil de los beneficiarios (origen
socio-económico, formación escolar y aspiraciones laborales) de los beneficiarios para
formular y poner en práctica programas
apropiados que constan de ayudas pecuniarias, profesionales y psico-médicas, entre
otras dimensiones.
Además, la reinserción le exige al conjunto
de la sociedad una gran capacidad para acoger a los autores de la violencia como ciudadanos con derechos y obligaciones.En este
sentido, ésta contempla a menudo proyectos de reconstrucción del tejido social, así
como modificaciones del estatuto jurídico y
235 Ver João Gomes Porto, Chris Alden & Imogen
Parsons, From soldiers to citizens. Demilitarization
of conflict and society, Aldershot/Burlington, Ashgate
Publishing, 2007.
236 Aquí, el término será entendido en un sentido amplio, incluyendo las nociones anteriores.
237 Leontine Specker, “Reintegration phase of DDR processes”, Documento de Trabajo, Netherlands Institute
for International Relations ‘Clingendael’, Conflict
Research Unit, enero de 2008, p. 3.
238 La reintegración se relaciona con el desarrollo socioeconómico de los países, cuyos efectos se miden a
mediano y largo plazo. Ver por ejemplo Nicole Ball &
Luc Van der Goor, “Disarmament, demobilization and
reintegration: mapping issues, dilemmas and guiding principles”, Documento de Trabajo, Netherlands
Institute for International Relations ‘Clingendael’,
Conflict Research Unit, agosto de 2006, p.3
63
posibilidades de reconversión de los actores
armados en partidos políticos legales, gracias a consultas entre las principales facciones políticas y el poder central y la adopción
de reformas constitucionales (Etiopía-Eritrea,
Mozambique y Nicaragua, por ejemplo)239.
Por las transformaciones “societales” y las
necesidades de financiación que exige la
reinserción, los Estados apelan tradicionalmente a la experticia y los servicios de
organismos multilaterales, entre las cuáles figuran la Unión Europea (UE), el Fondo
Monetario Internacional (FMI) y el Banco
Mundial (BM)240.
Ante todo, a partir de
América Central que
ratorio en materia de
1990, los miembros
las operaciones en
sirvieron de laboDD&R en los años
de la comunidad
internacional han acudido cada vez más al
sistema de las Naciones Unidas, mientras
se han ido redefiniendo las funciones de
las operaciones de mantenimiento de la
paz241, con la participación de entidades
como la Organización Mundial de la Salud
(OMS), el Programa Mundial de Alimentos
(PAM) y el Fondo de las Naciones Unidas
para la Infancia (Unicef).
La implicación de las Naciones Unidas en los
procesos de DD&R ha fluctuado de acuerdo
con el grado de institucionalidad, la estabilidad y las facultades del país receptor para
administrar los programas. Por ejemplo, la
falta de capacitación y de personal, al igual
que la lentitud burocrática y el desvío de
fondos han obstruido constantemente sus
acciones242.
B – Los riesgos de los procesos de DD&R
sobre la seguridad
Volviendo a la situación centroamericana, en
El Salvador, a petición de la Onu, las partes
en conflicto aceptaron la propuesta de instaurar una “Comisión de la Verdad” en abril
de 1991, para esclarecer los hechos violentos, tomando el año 1980 como punto de
partida. Desde entonces, se han desatado
críticas para subrayar el carácter cerrado,
casi discrecional, de la comisión que fue impulsada por agentes externos con una escasa inclusión de la sociedad civil, a diferencia
239
Krishna Kumar (editor), Postconflict elections.
Democratization and international assistance, op.
cit.
240 Desde los años 1980, la institución ha adquirido relevancia como fuente de financiación en los procesos
de DD&R en el África de los grandes lagos, Asia del
sur, la ex-Yugoslavia, entre otros. Ver “Multi-Country
Demobilisation and Reintergation Program” (Mdrp):
www.mdrp.org.
de lo ocurrido en Guatemala algunos años
más tarde243.
También, se creó una “Comisión Ad Hoc”,
encargada de investigar específicamente
los crímenes imputables a la jerarquía militar. El informe recomendó la revocación de
oficiales, la cual se volvió poco a poco efectiva bajo la presión internacional.
241 Sobre la redefinición del mantenimiento de la paz
que interfiere hoy con operaciones de reconstrucción de las sociedades, ver Ho-Won Jeong (editor),
Approaches to peacebuilding, Nueva York, Palgrave
Macmillan, 2002 y Lise Morjé Howard, UN peacekeeping in civil wars, Cambridge, Cambridge University
Press, 2007.
242 Habría también que tener en cuenta los problemas
inherentes a la Organización. Ibid.
243 Thomas Buergenthal, “The United Nations Truth
Commission for El Salvador”, Vanderbilt Journal
of Transnational Law, volumen 27, n°3, octubre de
1994, pp. 497 a 544.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
En un clima de discrepancias y sospechas,
el poder político salvadoreño promulgó
una controvertida “Ley de Reconciliación
Nacional” en enero de 1992 que abrió el camino a una amnistía para la mayoría de los
protagonistas de la contienda244.
Estas medidas contribuyeron a promover la
transición hacia la democracia y la paz, a
la cual se agregó una difícil reforma de la
justicia245 (“justicia transicional”246), y acompañaron los proyectos de DD&R.
Los acuerdos de paz sellados en enero de 1992 conllevaron a un “Plan de
Reconstrucción Nacional” con la desmovilización de alrededor de 10.000 integrantes
de la guerrilla en el transcurso del año. Al
mismo tiempo, fueron disueltas unidades de
las fuerzas regulares (la Policía y la Guardia
Nacional fueron las más concernidas) para
un total de más de 30.000 efectivos247. La
ambición fue luchar contra la privatización
de la violencia y, por otro lado, desmilitarizar la seguridad pública e inculcar a la policía un espíritu democrático.
Mediante la labor de supervisión de las
Naciones Unidas y el control de los funcionaros estatales y los representantes de
la sociedad civil, tanto las tropas oficiales
como los guerrilleros fueron reunidos por
separado en zonas de acantonamiento a lo
244 Sobre las limitaciones y el control constitucional
de la ley, ver Margarita S. Studemeister (editora),
“El Salvador: implementation of the peace accords”,
Peaceworks, nº38, enero de 2001.
245 Margaret Popkin, Peace without justice: obstacles to
building the rule of law in El Salvador, University Park,
Pennsylvania State University Press, 2000.
246 La cual permite a priori sobrepasar una situación de
autoritarismo y/o violencia, donde prevalecieron las
violaciones a los Derechos Humanos con importantes
disfunciones y deficiencias en la administración de la
justicia. Sobre esta discutida noción, ver Jon Elster,
Closing the books: transitional justice in historical
perspective, Cambridge, Cambridge University Press,
2004.
247 Edward J. Laurance & William H. Godnick, “Weapons collection in Central America: El Salvador and Guatemala”,
Documento de Trabajo, Program on Security and
Development (Sand), enero de 2000, pp. 5 y 6.
Disponible en la página electrónica: sand.miis.edu.
64
largo del territorio para que hicieran entrega de sus armas y se desmovilizaran.
Entre las limitaciones del proceso de DD&R,
se destacará que las formaciones paramilitares, que actuaron con cierta opacidad
al estilo de los escuadrones de la muerte
durante la confrontación, no fueron partícipes de las negociaciones. Sin ser totalmente desmembrados en los años 1990, éstas
ejercieron una amenaza contra la seguridad
de los ex-combatientes y sus familiares.
En los meses ulteriores al cierre de las iniciativas de paz, se registraron amenazas
y exacciones contra las víctimas deseosas
de aclarar el pasado y hacer prevalecer la
justicia248.También se encontraron armas.
Adicionalmente, los artefactos decomisados no fueron sometidos a una destrucción
sistemática, alimentando la tesis de su posible reutilización en contextos de violencia
más difusos.
En efecto, después de los acuerdos de paz y
hasta la actualidad, el país ha sido azotado
por agudas manifestaciones de criminalidad
(homicidios, asaltos, robos, entre otros) originados por pandillas, como las “maras”249,
que han tenido un profundo impacto sobre
la percepción de inseguridad.
El fenómeno de las maras, que no se limita a El Salvador, se ha convertido en un
problema de seguridad colectiva en un
escenario de post-conflicto. Así, se calcula que el número total de mareros en el
triángulo norte de Centroamérica, es decir
entre El Salvador, Honduras y Guatemala,
248 Ibid.
249 El diminutivo “maras” hace alusión a las hormigas
marabuntas que se caracterizan por eliminar con
ferocidad lo que encuentran para sobrevivir y adecuar su hábitat. Sobre la naturaleza y las conexiones regionales de estas bandas armadas, ver José
Manuel Valenzuela Arce, Alfredo Nateras Domínguez
& Rossana Reguillo Cruz (coordinadores), Las maras. Identidades juveniles al límite, México D.F,
Universidad Autónoma Metropolitana - El Colegio de
la Frontera Norte - Casa Juan Pablos, 2007.
65
podría superar 60.000 integrantes250. En lo
cotidiano, estas bandas urbanas se han dedicado a imponer, por medio de la violencia, un control socio-espacial en los barrios
y administrar negocios y tráficos, bien sean
legales o ilícitos.
Sería erróneo afirmar que las pandillas
(aproximadamente 10.000 integrantes) se
han constituido únicamente por la falta de
perspectivas de reinserción de los ex-combatientes, puesto que sus estructuras criminales, como la famosa “Mara Salvatrucha”
(MS) con ramificaciones en distintos países
(Estados Unidos, México y Guatemala, además de El Salvador), existían durante los últimos años de la guerra.
Ahora, es innegable que el período postacuerdos de paz ha favorecido el retorno,
frecuentemente por motivos de deportación,
de centenares de jóvenes salvadoreños que
habían migrado a los Estados Unidos, principalmente en la década de 1980. Muchos
de ellos se han incorporado a las filas de las
maras, reproduciendo y adaptando patrones culturales de los gangs norteamericanos. También han entrado en contacto con
múltiples pandillas, a veces conformadas
por desmovilizados, las cuales tienen un carácter eminentemente socio-económico251.
La degradación del orden público se ve
reflejada, por ejemplo, en los homicidios
que fueron, pocos meses después de los
acuerdos, entre las más altas del mundo
con una cifra aproximada superior a 145
por 100.000 habitantes entre 1994 y 1996,
250 Para una evaluación de todos los pandilleros operando en Centroamérica, ver las cifras del informe
Estudios y evaluación sobre las pandillas y/o maras en la región centroamericana, OIPC, INTERPOL,
Oficina Subregional de San Salvador para América
Central, junio de 2005: http://www.cicad.oas.org/
Crimen_Organizado/ESP/Reuniones/Tapachula2005/
Presentaciones. Habría que contabilizar también a las
pandillas en México - unos 5.000 miembros para las
solas maras.
251 Dennis Rodgers, “Slum wars of the 21st Century: the
new geography of conflict in Central America”, op. cit.
mientras que el promedio fue de 60 por
100.000 personas en los años 1980, que
correspondieron al período de intensificación de la confrontación armada252.
Por extensión, voces se han elevado en El
Salvador para denunciar las dificultades de
los desmovilizados para encontrar oportunidades de trabajo en un contexto de desigualdades económicas perjudiciales a los
proyectos de reinserción253.
En Guatemala, los procesos de DD&R fueron
enmarcados en los acuerdos de paz (doce
puntos), que culminaron en diciembre de
1996, los cuáles procuraron establecer las
bases de un nuevo andamiaje socio-político
en un ambiente de democratización, además de la planificación de reformas económicas. Aunque éstos han tenido el mérito
de esbozar un pacto para el futuro del país,
sus alcances han sido parciales y deficientes, según diversos expertos254.
Así, los programas de redistribución de las
tierras se han estancado255 y el “Acuerdo
sobre Identidad y Derechos de los Pueblos
Indígenas” ha sufrido enormes rezagos256.
252 Ver José Miguel Cruz (coordinador), “La violencia en
El Salvador en los años noventa. Magnitud, costos
y factores posibilitadores”, Documento de Trabajo
R-338, Red de Centro de Investigaciones, Instituto
Universitario de Opinión Pública, Universidad
Centroamericana José Simeón Cañas, octubre de
1998, pp. 5 y 11, quien retoma fuentes de información legales.
253 Kevin Murray, et. al., Rescuing reconstruction: the
debate on post-war economic recovery in El Salvador,
Cambridge, Hemisphere Initiative, 1994.
254 Para un balance, ver Rachel Sieder (editora), Guatemala
after the peace accords, Londres, University of
London/Institute of Latin American Studies, 1999,
y Luis Pásara, “The Guatemalan peace process: the
accords and their accomplishments”, Kroc Institute
Occasional Paper, nº21, diciembre de 2001.
255 Sobre la problemática del reparto de la tierra, ver
Guillermo Paz Cárcamo, Guatemala: reforma agraria, Guatemala Ciudad, Flacso, 1997, y Gustavo
Palma Murga, Arturo Taracena Arriola & José Aylwin
Oyarzun, Procesos agrarios desde el siglo XVI a los
acuerdos de paz, Guatemala Ciudad, Flacso-MinuguaContierra, 2002.
256 Carlos Mendoza, Guatemala, “Más allá de los acuerdos
de paz. La democracia en un país multicultural”, Working
Paper Series, n°250, Latin American Program, Woodrow
Wilson International Center for Scholars, 2001.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
Por otra parte, el resarcimiento a las víctimas de la represión ha sido lento, por no
decir incipiente, en la mayoría de los casos.
Los defensores de derechos humanos y organizaciones sociales han sido atropellados
por las acciones de las fuerzas regulares,
cuyas atribuciones hoy sobrepasan las prerrogativas que fueron delimitadas en la época de los acuerdos257.
En su conjunto, los acuerdos estipulaban
las condiciones de DD&R para tres grandes
categorías de actores armados: las guerrillas, las fuerzas estatales y las “Patrullas
de Autodefensa Civil” (Pac), entre las cuáles varias columnas habían sido desmembradas antes de la finalización de dichos
acuerdos.
Entre otros aspectos, se establecía que las
guerrillas debían ser desarmadas y desmovilizadas antes de cumplirse los sesenta
días de la firma del pacto final de la paz.
Asimismo, el ejército tuvo que ser reducido en un 33% en 1997 para llegar a tener
el tamaño adecuado para intervenir en una
sociedad más democrática y garantizar la
integridad y la soberanía del país, causando una crisis de identidad de la institución.
En relación con las Pac, los términos de los
acuerdos eran evasivos. Se preveía que los
patrulleros, que no habían abandonado las
armas, tenían treinta días para desmovilizarse. En teoría, fue prohibida la reanudación de los vínculos con los contingentes
del Estado.
La documentación relativa a los mecanismos de DD&R demuestran que la disolución
de las Pac fue una decisión apresurada y
llevada a cabo con celeridad como decisión
propia antes del cierre de las negociaciones. Una vez éstas concluidas, los 90.000
patrulleros258, a priori desactivados, quedaron excluidos de los beneficios de la paz.
De tal manera que, a principios de los años
2000, los mismos empezaron a reivindicar
compensaciones por los esfuerzos consentidos en tiempos de conflicto. Tuvieron entonces el respaldo de algunos sectores de
la sociedad civil, en especial en municipios
del centro-norte del país, donde la violencia
había sido aguda259, aunque se enfrentaron
a innumerables críticas y resistencias.
Las patrullas, todavía activas como redes
de poder local, son un foco de conflictividad latente. Sus integrantes pretenden hoy
brindar seguridad a las aldeas y adjudicarse
prerrogativas en el ámbito de la justicia comunitaria en un país donde los linchamientos no son escasos en las áreas rurales. En
estas circunstancias, no es de extrañar que
lazos con las unidades castrenses se mantengan aún. Además, en algunas localidades, se ha comprobado que miembros de la
delincuencia común han ingresado a estas
organizaciones260.
Frente al Estado que tarda en reconocerles
un papel en el conflicto, a través de un paquete de indemnizaciones, las ex-Pac han
formulado diversas protestas. Dentro de
sus repertorios de acción, figuran solicitudes escritas dirigidas a las autoridades,
citas y audiencias públicas, ocupaciones y
destrucciones de instalaciones oficiales,
manifestaciones callejeras, bloqueos de carreteras y retenciones de personas, entre
otros aspectos.
Por consiguiente, los distintos gobiernos y
la clase política han sido solicitados, sobre
todo en los comicios electorales de 2003,
258 Para retomar las estimaciones de varias fuentes de
información.
257 Para un panorama del papel de las fuerzas militares en el país a lo largo del siglo XX, ver Jennifer G.
Schirmer, The Guatemalan military project: a violence called democracy, Philadelphia, University of
Pennsylvania Press, 1998.
66
259 Ricardo Sáenz de Tejada, ¿Víctimas o vencedores?
Una aproximación al movimiento de los ex - Pac,
Guatemala Ciudad, FLACSO, 1994, pp. 73 a 77.
260 David Keen, “Demobilizing Guatemala”, Working
Paper, nº37, Series 1, Crisis States Research Centre,
London School of Economics, noviembre de 2003.
67
para dialogar y hacer efectivas las promesas
evocadas a lo largo y después de las conversaciones de paz de la década de 1990261.
En un entorno marcado por las tensiones,
tanto la población como los empleados
de las organizaciones no gubernamentales y las entidades estatales, como la
Procuraduría de los Derechos Humanos,
han sido los blancos de campañas de intimidaciones y amenazas adelantadas por las
antiguas Pac.
Claramente, los patrulleros representan un
movimiento que sintetiza la compleja naturaleza de víctima y verdugo de la lucha armada, cuya permanencia tiene una capacidad
de desestabilización en Guatemala. Sus peticiones y hechos violentos han tenido eco en
la criminalidad que ha azotado a la sociedad
tras la firma de los acuerdos de paz262.
Al igual que El Salvador, la sociedad guatemalteca ha sido crecientemente sometida a
la violencia de las pandillas urbanas (alrededor de 14.000 integrantes) como las maras,
en especial las de la “Salvatrucha”263.
Teniendo en cuenta este contexto, de acuerdo con las cifras oficiales, entre los años
2000 y 2006, se contabilizaron alrededor
de 23.000 muertes violentas con una tasa
de 45 homicidios por 100.000 habitantes.
En la mayoría de los casos, fueron el resultado de las pugnas y los ajustes de cuentas
entre agentes del crimen organizado y las
pandillas juveniles, corroborando la idea de
una proliferación de estructuras armadas articuladas entre lo local y lo internacional264.
Para concluir, en Nicaragua, sin desconocer la importancia de las fuerzas estatales,
los procesos de DD&R de la “Contra” o la
“Resistencia Nacional” (RN), han tenido numerosas consecuencias sobre la seguridad
de los municipios rurales del centro y norte
del país265.
Los llamados “polos de desarrollo”, previamente localizados por el gobierno nacional
en concertación con los combatientes en
zonas de una extensión de 8.000 km2 (situados, en su mayoría, en la parte central
del país), se concibieron como una solución
a las demandas de tierras, trabajo y reasentamiento, indispensables para una reinserción viable. Según los acuerdos, los polos
debían contar con las siguientes características básicas: servicios de agua potable;
luz eléctrica; infraestructura vial; escuelas;
áreas de vivienda para los pobladores; y parcelas de propiedad privada destinadas a los
cultivos y a la ganadería de subsistencia.
A partir de la década de 1990, 22.000 desmovilizados anti-sandinistas con 58.000
familiares se concentraron en las zonas
adecuadas, bajo la supervisión de representantes de la sociedad civil, delegados del
Estado y actores internacionales como la
Onu y la OEA, lo cual sobrepasó las expectativas de los gestores de paz.
En 1990, fruto de las deficiencias de atención y las dificultades de los antiguos alzados en armas para aclimatarse a una vida
no violenta, 200 ex-Contras atacaron y tomaron posesión de un poblado norteño del
territorio, dando paso a la creación de lo
que se ha denominado la “Recontra” y una
oleada de violencias post-acuerdos266.
261 Ibid.
262 Programa de Seguridad Ciudadana y Prevención de la
Violencia del PNUD Guatemala, Informe estadístico de
la violencia en Guatemala, Guatemala Ciudad, 2007.
263 Manolo Vela, Alexander Sequén-Mónchez & Hugo
Antonio Solares, El lado oscuro de la eterna primavera: violencia, criminalidad y delincuencia de la postguerra, Guatemala Ciudad, FLACSO, 2001.
265 Elvira Cuadra Lira, “Bandas rurales en Nicaragua: ¿colombianización o pacificación inconclusa?”, Ponencia
presentada en el Segundo Congreso de Investigadores,
Universidad Centroamericana (UCA), Managua, octubre de 2000.
264 Mauricio Rubio, De la pandilla a la mara. Pobreza,
educación y violencia juvenil, Bogotá, Universidad
Externado de Colombia, 2007.
266 Gilles Bataillon, “Contras et recontras nicaraguayens
(1982-1993): réflexions sur l’action armée et la
constitution d’acteurs politico-militaires”, art. cit.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
A mediados de 1991, las protestas y las acciones armadas se sucedieron. Los cuadros
intermedios de los ex-anti-sandinistas se
juntaron a los combatientes de rango contra el poder central para exigir más garantías de protección y reinserción.
Así, se conformaron el “Frente Democrático
de Salvación Nacional” (FDSN) y el “Frente
Norte 3-80” (FN3-80) que evolucionaron hacia la criminalidad con confusas reivindicaciones políticas y sociales267.
El protagonismo de los antiguos miembros de la “Contra”, a los cuáles se asociaron bandas de delincuentes, estimuló
la recomposición de algunos de sus enemigos en grupos de “Recompas” como
el “Movimiento de Autodefensa Nacional
(MADN)”, el “Frente Obrero y Campesino”
(Froc) y el “Frente Unido Andrés Castro”
(Fuac). Se estima que el conjunto de los alzados en armas pudo ser de 15.000, tras
los acuerdos de paz, excluyendo a las pandillas en los centros urbanos.
A lo largo de los años 1990, se multiplicaron los enfrentamientos inter-faccionales y
las prácticas de depredación contra la población, que llevaron a una militarización de
varias localidades antes de que el Estado logrará, con el respaldo de organismos como
la OEA, hacer aceptar nuevos procesos de
DD&R en 1997.
Paralelamente, muchos jóvenes que habían
sido partícipes del conflicto armado (no
únicamente los anti-sandinistas) no regresaron a sus estructuras armadas originales.
Pasaron más bien a las pandillas urbanas
(entre 4.500 y 5.000 integrantes) y a las
redes de traficantes ilegales que afectan al
país en la actualidad, aunque en menor proporción que en El Salvador y Guatemala.
Entre las motivaciones citadas, los recién
reclutados, que no persiguen grandes
ideologías, suelen destacarse no sólo por
la avidez de dinero, sino también por su
pretensión de re-evaluar su estatus social
(prestigio), particularmente elevado en los
años previos, puesto que fueron combatientes que defendían la soberanía nacional
(fuerzas sandinistas) o “luchadores por la
libertad” (“Contra”). También han buscado
re-establecer lazos de camaradería y solidaridad que habían sido vivaces en tiempos
de conflicto269.
Las interacciones entre las bandas armadas
han suscitado comentarios, a veces sensacionalistas, acerca de la violencia post-conflicto en los tres países mencionados. Se ha
evocado, por ejemplo, una “colombianización” de Nicaragua270, sin considerar los esfuerzos consentidos a favor de la paz desde
los años 1980 en Colombia, como si el istmo centroamericano conociese los mismos
problemas de narcotráfico y violencia.
De manera paradójica, elementos de la
“Recontra” y los “Recompas” se unieron puntualmente para expresar demandas y tener
visibilidad en la escena pública, en particular en las principales ciudades alejadas de
las preocupaciones del mundo rural, constituyendo efímeras agrupaciones designadas
“Revueltos”268.
269 Dennis Rodgers, “We live in a state of siege: violence,
crime and gangs in post-conflict urban Nicaragua”,
Destin Working Paper, Development Studies Institute,
London School of Economics, nº36, 2002.
267 Ibid.
268 Ibid.
68
270 Elvira Cuadra Lira, “Bandas rurales en Nicaragua: ¿colombianización o pacificación inconclusa?”, op. cit.
69
C- Institucionalización y reglamentación de
las actividades de DD&R en Colombia
De hecho, ni la violencia ni los procesos de
DD&R en Colombia han sido plenamente
concordantes con otras experiencias internacionales. Las diferentes negociaciones de
paz no se han llevado a cabo tras la derrota
militar de uno o varios de los grupos al margen de la ley y han sido consustanciales al
desarrollo de la confrontación armada hasta la fecha. Las negociaciones no han sido
acompañadas de un cese al fuego duradero respetado por el conjunto de los grupos
violentos y el entorno tampoco se ha caracterizado por una transición de un régimen
autoritario hacia la democracia, como ocurrió en otros contextos.
De otro lado, aunque la implementación
de la Política de Seguridad Democrática ha
tenido incidencias sobre la fisonomía de la
violencia y el cotidiano de la población271,
no se ha asistido a profundas transformaciones de la sociedad en el área de la justicia ni en el ámbito económico, como sucedió en América Central.
En Colombia, las discusiones de paz con los
grupos de autodefensa se realizaron en medio de la lucha armada con efectos tangibles
hasta la actualidad. Es importante recordar
que la política de DD&R de la administración de Álvaro Uribe Vélez no se inscribe en
un vacío histórico e institucional, sino en la
prolongación - con fluctuaciones y novedades - de las presidencias anteriores.
A excepción de las desmovilizaciones, cobijadas por amnistías e indultos, al finalizar la
271 Ver Impacto de la Política de Seguridad Democrática
sobre la confrontación armada, el narcotráfico y
los derechos humanos, Observatorio del Programa
Presidencial de DH y DIH, Vicepresidencia de la
República, agosto de 2008.
Violencia de los años 1940 y 1950272, no fue
hasta la adopción de la Constitución en 1991
que Colombia conoció notorios procesos en
la materia, sin menospreciar los esfuerzos y
los logros de la década de 1980273.
En efecto, la Ley 35 de 1985274 permitió prever amnistías para los crímenes políticos y
conexos, en un contexto en el cual el presidente Belisario Betancur Cuartas, auspiciador del “Plan Nacional de Rehabilitación”
(PNR), se empeñó en facilitar la reincorporación de los insurgentes, a través de la educación, el acceso al micro-crédito y la adjudicación de parcelas de tierra.
Los modelos de DD&R de las décadas de
1980 y 1990, es decir los que antecedieron
las discusiones con las organizaciones de
autodefensa, constituyeron instrumentos
útiles para abrir un camino hacia la paz.
A medida que han avanzado las discusiones
con las organizaciones ilegales, se han ido
ampliando las infraestructuras destinadas
a atender a los desmovilizados. Del mismo modo, desde hace más de 20 años, se
han ido redefiniendo las atribuciones entre
las entidades estatales, que han aprendido
a gestionar los desafíos de la paz, poco a
poco centralizados por la rama ejecutiva
272 Ver los ensayos reunidos en Medófilo Medina &
Efraín Sánchez (editores), Tiempos de paz. Acuerdos
en Colombia, 1902-1994, Bogotá, Alcaldía Mayor de
Bogotá-Instituto Distrital de Cultura y Turismo, 2003.
273 Se evidenciaron desmovilizaciones, ante todo individuales y dispersas, entre los años 1970 y 1980. Ahora
bien, el presidente Belisario Betancur consiguió la aprobación de la ley 35 de amnistía a los rebeldes, mientras
se desarrollaban los diálogos de paz con las principales
guerrillas. Los acercamientos con la insurgencia conllevaron a la dejación de las armas de unos 700 combatientes, entre los cuales muchos nunca se desmovilizaron por el recrudecimiento de las hostilidades y la falta
de oportunidades de reinserción profesional.
274 Ley 35 de 1982 publicada en el Diario Oficial
nº36.133 bis del 20 de noviembre de 1982.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
(servicios y dependencias de la Presidencia
de la República).
Entre otros aspectos, se creó en 1990 el
Consejo Nacional de Normalización275 (CNN),
vinculado al Departamento Administrativo
de la Presidencia de la República (Dapr),
para coordinar y asegurar el seguimiento de
las etapas de DD&R. En las localidades, el
CNN se materializo a través de los Consejos
Regionales de Normalización que sirvieron,
a su vez, de elementos de coordinación para
poner en práctica la política de reinserción
en los departamentos del país276.
Adicionalmente, se abrió un “Fondo Nacional
para la Paz”, cuyo objeto fue fomentar la inversión social y económica en las zonas en
disputa, donde la presencia de los insurgentes era significativa. Después de su reconversión legal en fuerzas políticas o actores
sociales, los guerrilleros fueron asociados a
los Consejos Municipales de Rehabilitación,
que contribuyeron a diversos micro-planes
de reinserción en los municipios.
En 1991, se estableció la “Oficina Nacional
de Reinserción” en el marco del PNR277, que
fue trasladada a la Dirección del Programa
Presidencial para la Reinserción (DPPR), por
motivos de eficiencia y las rivalidades interadministrativas, antes de ser nuevamente
integrada al PNR, suscitando cierta confusión y discontinuidad en la elaboración,
permanencia y calidad de los proyectos.
Además, se conformó el Comité de Consulta
y Concertación, integrado por un delegado
de la Oficina Nacional para la Reinserción y
un representante de cada uno de los grupos
275 Ver el decreto 314 de 1990 publicado en el Diario
Oficial nº39.169 del 01 de febrero de 1990.
276
Gabriel P. Turriago Piñeros & José María M.
Bustamante Mora, Estudio de los procesos de reinserción en Colombia, 1991-1998, Bogotá, AlfaomegaIdeas para la Paz, 2003.
277 Con el Decreto 2884 de 1991 publicado en el Diario
Oficial nº40.245 del 26 de diciembre de 1991.
70
guerrilleros que dejaron las armas: el M-19,
el EPL, el PRT, el Movimiento Quintín Lame
y la CRS, organismo en el cual todas las decisiones eran tomadas de manera concertada. El Comité asumió la mayoría de las
competencias del CNN y tuvo representación a nivel departamental. Por otra parte,
tras innumerables vicisitudes, las funciones
del PNR se trasladaron posteriormente a la
Secretaría Especial para la Reinserción, adscrita a la Red de Solidaridad Social (RSS)278.
Desde un punto de vista orgánico, aparece
retrospectivamente que, entre las décadas
de 1980 y 1990, muchas instancias de reinserción no lograron sobrevivir a la extensión de los períodos presidenciales. Ante la
diversidad de las formas institucionales, la
improvisación, los errores de previsión y la
pérdida de aprendizaje fueron recurrentes.
Así, en un hecho todavía mal conocido por
la opinión pública, se produjo la desmovilización unilateral de alrededor de 200 miembros de los grupos de autodefensa, procedentes esencialmente del Magdalena Medio,
sin que el gobierno de César Gaviria Trujillo
les propusiera una interlocución directa y
un reconocimiento oficial, aunque los alzados en armas se hubiesen entregado ante
un delegado de la Consejería Presidencial
para la Defensa y la Seguridad Nacional279.
Ahora, cabe precisar que, en la época, las
guerrillas eran las principales receptoras de
los programas colectivos de DD&R. Uno de
los objetivos de la desmovilización radicó,
por parte del Gobierno nacional, en el anhelo de desarmar y desarticular a las estructuras violentas para que pudieran pasar,
no sin resistencias y atropellos, de la clandestinidad a la arena política. En esencia,
278 Para un a presentación de la entidad que fue creada
por ley en 1997, ver la página institucional: www.redsocial.org.
279 Entre los escasos análisis sobre este episodio, ver
Corporación Observatorio para la Paz, Las Verdaderas
Intenciones de los Paramilitares, Intermedio Editores,
Bogotá, 2002.
71
la idea fue generar las condiciones para su
incorporación a un proceso democrático280.
Sobresalieron, en este sentido, los diálogos
de paz con el Movimiento 19 de Abril (M.19),
cuyo campamento en Santa Domingo, corregimiento de Tacueyo, municipio de Toribio,
en el departamento de Cauca, sirvió de sitio
para adelantar reuniones políticas y propiciar espacios previos a la desarticulación
de unos 900 combatientes, que avalada en
1989 por una votación dentro de la organización armada281.
En el marco del impulso a la desmovilización
de los grupos guerrilleros que el Gobierno
propició en esos años, se concretó la Ley
77 de 1989282, que facultó al poder ejecutivo para conceder indultos por delitos políticos. Además, se expidió un decreto en
1990283, con el propósito de regular la ley
anterior y conferir un sustento legal a las
negociaciones284.
Pese a problemas derivados del estatuto
jurídico de algunos guerrilleros, los acuerdos de paz y los ciclos de desarme y desmovilización se dieron en forma escalonada
en 1991, con el respaldo del CNN, para un
total de casi 2.500 desarmados que se añadieron a los frentes del M.19.
De manera simbólica, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) arrojó las armas al mar Caribe, el Ejército
280
Gabriel P. Turriago Piñeros & José María M.
Bustamante Mora, Estudio de los procesos de reinserción en Colombia, 1991-1998, op. cit. pp. 10 y 11.
281 Darío Villamizar, Aquel 19 será: una historia del M.
19, de sus hombres y de sus gestas. Un relato entre la
guerra, la negociación y la paz, op. cit.
282 Ley 77 de 1989 publicada en el Diario Oficial nº39.152
del 22 de enero de 1990. Fue precedida por la ley 49 de
1985 publicada en el Diario Oficial nº37.000 del 05 de
junio de 1985.
283 Decreto 206 de 1990 publicado en el Diario Oficial
nº39.152 del 22 de enero de 1990.
284
Gabriel P. Turriago Piñeros & José María M.
Bustamante Mora, Estudio de los procesos de reinserción en Colombia, 1991-1998, op. cit. p. 18.
Popular de Liberación (EPL) hizo dejación
de sus artefactos a la los delegados de la
Constituyente285 y el Movimiento Armado
Quintín Lame (MAQL) procedió a lo mismo
ante las comunidades indígenas que afirmaba representar286. Por otra parte, algunos integrantes de estructuras más atomizadas, como la Corriente de Renovación
Socialista (CRS), procedieron también a la
dejación de sus armas.
A semejanza del M.19, tres agrupaciones
tuvieron la oportunidad de contribuir a los
debates sobre la Constituyente y la reconfiguración del escenario político del país en
vía de liberalización. En efecto, diversas facciones - pertenecientes al M.19, EPL y PRT,
junto con otras corrientes de izquierda - se
unieron para crear la Alianza Democrática
M.19 (AD-M.19). Simultáneamente, el MAQL
favoreció la creación de la Alianza Social
Indígena (ASI)287.
No obstante, la reconversión de las guerrillas en fuerzas políticas debe ser matizada
por su capacidad para captar al electorado,
teniendo en cuenta la efectividad del pluralismo en la sociedad, que ha sido tradicionalmente dominada por el bipartidismo,
hoy en retroceso, entre las élites conservadoras y liberales288.
285 Álvaro Villarraga & Nelson Plazas, Para reconstruir
los sueños: una historia del EPL, Fondo Editorial para
la Paz-Fundación Cultura Democrática, 1994 y Maria
Victoria Uribe, Ni canto de gloria ni canto fúnebre. El
regreso del EPL a la vida civil, op. cit.
286 Ver los artículos compilados en León Valencia, et.
al., El regreso de los rebeldes. De la furia de las armas a los pactos, la critica y la esperanza, Bogotá,
Fundación Nuevo Arco Iris, 2005.
287 Ricardo Peñaranda, “De rebeldes a ciudadanos:
el caso del Movimiento Armado Quintín Lame” en
Ricardo Peñaranda & Javier Guerrero (compiladores),
De las armas a la política, Bogotá, Tercer Mundo
Editores-IEPRI, 1999, pp. 75 a 131.
288 Francisco Gutiérrez Sanín, ¿Lo que el viento se llevó? Los partidos y la democracia en Colombia, 19582002, op. cit. Para los resultados electorales del M.
19 y el contexto político de la Constituyente, ver
Rafael Pardo Rueda, De primera mano: Colombia
1986- 1994, entre conflictos y esperanzas, Bogotá,
Editorial CEREC, 1996.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
La situación colombiana contrasta al respecto con Centroamérica en el período
post-conflicto, donde la democratización ha
sido más atada a la búsqueda de la paz con
una mayor implicación y representación de
las difuntas fuerzas guerrilleras en la vida
pública legal289.
La adopción de la Carta Magna en 1991,
que fue estrechamente relacionada con las
negociaciones de paz, recibió críticas por
no haber considerado la posibilidad de someter a las fuerzas del Estado a reestructuraciones y sanciones penales por crímenes
contra los civiles, en discrepancia con lo
que ocurrió - aunque de manera modesta en El Salvador en la misma época, por ejemplo. También se elevaron voces discordantes para comentar la posibilidad de hacer
aplicar amnistías e indultos290 para las personas acusadas de infracciones al Derecho
Internacional Humanitario y crímenes contra la humanidad291.
Además, la desmovilización y la transformación de las guerrillas en partidos políticos
fueron, en las intenciones, privilegiadas en
desmedro de la reinserción. El Estado y la
sociedad se mostraron tímidos a la hora de
generar alternativas socio-económicas para
los desmovilizados (debilidad de los planes
de acompañamiento en materia de educación, formación inadecuada con el perfil de
los beneficiarios, falta de garantías para los
préstamos bancarios, entre otros), lo cual
cuestionó la sostenibilidad de los procesos
a mediano y largo plazo292.
289 Tema abordado por Carlo Nasi, Cuando callan los
fusiles. Impacto de la paz negociada en Colombia y
Centroamérica, op. cit.
290 Aplicables a los casos individuales según el artículo
201 de la misma.
291 Estas restricciones han tenido profundas consecuencias sobre la legislación que cobija hoy los procesos
de DD&R, como se verá a continuación.
292 Para más detalles, ver Carlos Franco, “Apuntes a la reinserción económica” en De las armas a la democracia.
Evaluación de los programas de reinserción de los desmovilizados desde la administración Betancur hasta el presente. Perspectivas del actual proceso de paz, República
de Colombia, Ministerio del Interior-Instituto Luis Carlos
Galán para el Desarrollo de la Democracia, Bogotá, 2002.
72
Para superar estas deficiencias, a semejanza de lo que se ha evidenciado en los períodos post-acuerdos de paz a nivel internacional, se formaron entonces asambleas
y comités de desmovilizados. Éstos trataron
de actuar de concierto con organizaciones
no gubernamentales de larga trayectoria en
el ámbito social para favorecer la captación
de recursos y la defensa de los intereses de
los antiguos combatientes.
Si bien se entablaron negociaciones de
paz, a instancias de la Constituyente, con
las “Fuerzas Armadas Revolucionaras de
Colombia” (Farc) y el “Ejército de Liberación
Nacional” (ELN), no se alcanzó un acuerdo
de paz con las dos organizaciones insurgentes más poderosas militarmente.
Por el contrario, las hostilidades se intensificaron en el transcurso de los años
1990293, como consecuencia de tres principales factores: la intransigencia manifestada, durante las negociaciones, por los
guerrilleros animados por ambiciones de
poder, impregnados por un imaginario de
lucha armada y decididos a preservar los
recursos acumulados en los municipios del
país; la declaratoria de “guerra integral” declarada por el gobierno contra los grupos
armados ilegales, incluyendo a los carteles
de la droga de la época; y las operaciones
militares conducidas contra el Secretariado
de las Farc.
Para no interrumpir las lógicas de paz, el
Congreso de la República consagró instrumentos para la convivencia y la eficiencia de
la justicia. Se codificaron, en especial, las
causas de extinción de la acción penal y la
pena en caso de delitos políticos y conexos,
con beneficios jurídicos para los desmovilizados, por medio de la Ley 104 de 1993294.
293 Camilo Echandía Castilla, Dos décadas de escalamiento del conflicto armado en Colombia, 1986-2006, op.
cit.
294 Ley 104 de 1993 publicada en el Diario Oficial
n°41.158 del 30 de diciembre de 1993.
73
Por otra parte, en virtud del Decreto 1385
de 1994295, se incorporó un mecanismo legal para estimular permanentemente la deserción de las filas de las autodefensas y las
guerrillas y posibilitar el otorgamiento de
indultos individuales, así como el disfrute
de los beneficios materiales contemplados
en los proyectos de reinserción. A raíz de la
expedición del decreto, se formalizó la red
del Comité Operativo para la Dejación de
las Armas (Coda), que surgió, luego de las
desmovilizaciones colectivas de la mayoría
de las guerrillas mencionadas.
Originalmente, el Coda otorgaba beneficios
a la solicitud expresa de los desmovilizados,
después de una investigación, según criterios apreciados con base en las entrevistas296, sin responder estricta y sistemáticamente a las directivas del poder ejecutivo.
El Coda sufrió lentitudes burocráticas y problemas de coordinación con distintos entidades del Estado, como las fiscalías regionales y el Ministerio de Defensa Nacional.
Las unidades del Coda se regían por pautas y procedimientos, cuya interpretación
dependía excesivamente de los funcionarios, de tal forma que los procedimientos
no eran uniformes e igualitarios para los
desmovilizados que competían en la consecución de beneficios, propiciando falsas
declaraciones.
En este contexto, y pese a limitaciones institucionales, unos 2.000 miembros de las
guerrillas (esencialmente las Farc y el ELN)
se acogieron a programas individuales de
DD&R de retorno a la vida no armada entre
los años 1994 y 2002297.
295 Decreto 1385 de 1994 publicado en el Diario Oficial
n°41.420 del 05 de julio de 1994.
296 Ver los artículos I y V del decreto 1385.
297 En lo que atañe a las desmovilizaciones individuales, ver Juan Carlos Garzón, Julián Arévalo & Paola
González, “Desmovilizaciones individuales: las incertidumbres de la guerra y las limitaciones de la paz”,
op. cit.
Adicionalmente, el presidente César Gaviria
Trujillo firmó en 1994 un Acuerdo para la
Convivencia con tres milicias en Medellín
(aproximadamente 800 milicianos)298, que
regulaban principalmente barrios periféricos del norte de la ciudad en competencia o
cooperación, según las circunstancias, con
diversos grupos guerrilleros299.
De acuerdo con los textos suscritos, las
autoridades se comprometieron a fortalecer
la inversión social en las llamadas “comunas” y propiciar la democracia participativa
desde “abajo”. Se pretendió así recuperar la
presencia del Estado en barrios afectados
por la violencia y la exclusión con medidas
como el ofrecimiento de servicios en materia de educación, justicia y salud.
Por su cuenta, los milicianos desmovilizados formaron una cooperativa de vigilancia
que fue concebida para seguir brindando
seguridad en los barrios dentro de la legalidad, aunque los esfuerzos desplegados fueron obstaculizados por los abusos cometidos contra los civiles y los asesinatos entre
las bandas armadas rivales300.
En 1998, bajo el mandato de Ernesto Samper
Pizano, se selló un acuerdo adicional con milicianos en Medellín y sus alrededores. La
experiencia constituyó también un escenario
de convivencia urbana con un alto grado de
inmersión social y política para las comunidades, mediante espacios de interlocución
298 Siempre mediante el decreto 1385 de 1994.
299 Entre ellas, las Milicias Populares de Medellín (MPM),
la Corriente de la Renovación Socialista (CRS), disidencia del ELN y una disidencia del EPL, a saber el
frente Francisco Garnica Narváez Gabriel P. Turriago
Piñeros & José María M. Bustamante Mora, Estudio de
los procesos de reinserción en Colombia, 1991-1998,
op. cit., p. 25.
300 Sobre la situación de violencia y las iniciativas de paz
en Medellín, ver Ramiro Ceballos, “Violencia reciente en Medellín: una aproximación a los actores” en
Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines, volumen 29, nº3, 2000, pp. 381 a 401 y el relato histórico de Gilberto Medina Franco, Una historia de las
milicias de Medellín, Medellín, Instituto Popular de
Capacitación, 2006.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
entre las víctimas y los autores de la violencia, y reuniones con las autoridades para
redefinir las bases de la seguridad colectiva
y micro-proyectos de reinserción laboral301.
En otras palabras, los procesos de desarme
y desmovilización de las milicias urbanas
fueron el producto de discusiones de paz
con un carácter eminentemente local, las
cuáles revelaron las divisiones y una correlación de fuerzas desfavorable para los
grupos ilegales que tomaron la iniciativa de
renunciar, a veces temporalmente, al uso
de las armas.
Globalmente, los combatientes desmovilizados individualmente (guerrilleros, milicianos y miembros de las autodefensas) han
encontrado hasta hoy dificultades para reinsertarse, teniendo en cuenta el déficit de estructuras de atención más allá del corto y
mediano plazo y la falta de oportunidades
profesionales en una sociedad que muestra
cierta desconfianza, por no decir repudio,
hacia los antiguos alzados en armas302.
En términos normativos, la Ley 241 de
1995303 reflejó la voluntad de hallar una salida no violenta a la contienda armada después de la Constitución de 1991. Gracias a
esta norma, el Congreso prorrogó y modificó, con disposiciones complementarias,
la Ley 104 de 1993. Se abrió entonces la
posibilidad de otorgar beneficios jurídicos
a los grupos de autodefensa, previo abandono voluntario de las estructuras ilegales
y la presentación de sus miembros ante las
autoridades competentes.
En consonancia, la Ley 418 de 1997304 le
confirió al poder ejecutivo unas facultades
fundamentales para negociar: si este último
lo estimaba conveniente, podía conceder un
estatus político a los grupos armados, sin
impedir las discusiones y los procesos de
DD&R en caso de no aceptar este reconocimiento (recordando que, en el espíritu de la
época, esta disposición fue ante todo destinada a los grupos guerrilleros y las milicias
urbanas)305.
Desde entonces, la ley ha permitido efectivamente los indultos para ciertas categorías
de delitos perpetrados por los combatientes,
que se acogieran colectivamente a diálogos
de paz, tratando de respetar y preservar los
derechos de las víctimas de la violencia.
Igualmente, el Decreto 2546 de 1999306
instituyó la Dirección General para la
Reinserción en el Ministerio del Interior,
con el propósito de coordinar la acción del
Estado para la reinserción de las desmovilizaciones individuales y tratar de eliminar
las carencias y inconsistencias relativas al
funcionamiento de las instancias del Coda.
Posteriormente, los procesos de DD&R experimentaron un impulso con la Ley 782 de
2002307, de una vigencia de 4 años desde
el momento de su promulgación, que retomó disposiciones de la Ley 418 de 1997,
prorrogada y modificada por la Ley 548
de 1999. Adicionalmente, se promulgó el
Decreto 128 de 2003308, que procuró regla-
304 Ley 418 de 1997 publicada en el Diario Oficial Nº
43.201 del 26 de diciembre de 1997.
301 Discusiones que se concretaron en julio de 1998,
gracias a la creación de comisiones ad hoc, con el
Movimiento Independiente Revolucionario-Comandos
Armados (Mir-Coar).
302 Para una valoración sociológica y psicológica de las
desmovilizaciones, realizada a partir de entrevistas
a ex-combatientes de las guerrillas y los grupos de
autodefensa, ver José Armando Cárdenas Sarrias, Los
parias de la guerra. Análisis del proceso de desmovilización individual, Bogotá, Ediciones Aurora, 2005.
303 Ley 241 de 1995 publicada en el Diario Oficial Nº
42.719 del 14 de febrero de 1996.
74
305 Se recordará que los acercamientos de paz con las
milicias urbanas en 1998 fueron conducidas al amparo de la misma ley.
306 Decreto 2546 de 1999 publicado en el Diario Oficial
Nº 43.828 del 23 de diciembre de 1999.
307 Ley 782 de 2002 publicada en el Diario Oficial No.
45.043 del 23 de diciembre de 2002. Estipula que la
desaparición, el desplazamiento forzado, el genocidio y la tortura quedan excluidos para la aplicación
de medidas de indulto y/o amnistía.
308 Decreto 128 de 2003 publicado en el Diario Oficial
No. 45.073 del 24 de enero de 2003.
75
mentar la Ley 782 y, por ende, la legislación
anterior contemplada en ésta.
Conviene subrayar que la Ley 782 de 2002
no hizo del reconocimiento político de los
actores ilegales un requisito para iniciar
discusiones de paz, lo cual permitió progresar notoriamente hacia la celebración de un
acuerdo con los grupos de autodefensa.
Por su parte, el Decreto 128 de 2003 enumera los beneficios relativos a los mecanismos de DD&R; también atribuye las
competencias que, en conformidad con
la legislación en el país y la Constitución,
tienen algunas instancias estatales como
el Ministerio de Defensa Nacional o el
Ministerio del Interior, la Fiscalía General de
la Nación y el Departamento Administrativo
de Seguridad (Das).
De conformidad con el artículo 21 del decreto, los beneficios socio-económicos sólo
podrán adjudicarse por una sola vez a cada
individuo y están condicionados al cumplimiento de los requisitos y las obligaciones
que el mismo decreto y las autoridades
determinen.
En sustancia, el Decreto 128 de 2003 reglamenta tanto las desmovilizaciones individuales como colectivas, mediante la firma de arreglos de paz, pese a una nueva
normatividad al respecto contenida en la
Ley 975 de 2005, como se mencionará más
adelante. Dicho decreto modificó el Decreto
1385 de 1994 que hacía del Coda el órgano
central en la gestión de las desmovilizaciones individuales.
En los hechos, el regreso a la vida civil consta hoy de pasos sucesivos que
se pueden resumir en dos fases. En primera instancia, el Programa de Atención
Humanitaria al Desmovilizado (PAHD), a
cargo del Ministerio de Defensa Nacional,
comienza con la presentación de la persona ante las autoridades y finaliza cuando el
Coda decide, en principio después de una
verificación, si la persona es idónea para
acceder al Programa. Durante esta etapa,
los desmovilizados reciben atención médica, al igual que alojamiento, alimentación y
transporte, mientras tanto, se espera que
las autoridades judiciales hagan las indagaciones necesarias para estatuar sobre la
situación jurídica del desmovilizado y conocer los cargos penales en su contra.
En segundo lugar, el “Programa de Reincorporación a la Vida Civil de las Personas
Alzadas en Armas”, colocado bajo la supervisón del Ministerio del Interior y de Justicia,
se inicia cuando la persona haya recibido la
certificación del Coda. El programa tiene una
duración aproximada de 2 años, con la ambición de promover la reinserción con énfasis
en la educación y la obtención de un empleo.
Como medida de acompañamiento, se expidió el Decreto 200 en 2003309 que definió,
bajo la tutela del Ministerio del Interior y
de Justicia, las prerrogativas del “Programa
para la Reincorporación a la Vida Civil”, en
materia de reinserción, sin que éste sea habilitado para interferir en los asuntos referentes a los acuerdos de paz.
Se anotará, en forma más puntual, que se
ha ido prestando una atención creciente al
reclutamiento de los menores de edad en los
grupos armados ilegales, el cual responde a
complejas motivaciones y/o prácticas forzosas que hacen de esta categoría de la población no sólo víctimas sino protagonistas activos de los grupos al margen de la ley 310.
De allí se vislumbra la importancia del
Decreto 128 de 2003 que responsabiliza al
309 Decreto 200 en 2003 publicado en el Diario Oficial
No. 45.086 del 03 de febrero de 2003.
310 Las cifras sobre el número de niños y adolescentes
en las filas de los grupos ilegales varían considerablemente de una estimación a otra y son, por ende,
poco confiables. Se ha evocado, por ejemplo, un total
superior a 11.000 vinculados. Para una reflexión más
allá del caso colombiano, ver P. W Singer, Children at
war, Berkeley, University of California Press, 2006 y
Michael Wessells, Child soldiers: from violence to protection, Cambridge, Harvard University Press, 2007.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
Instituto Colombiano de Bienestar Familiar
(ICBF) para acoger y prestar una serie de cuidados y servicios (ayuda psicológica, asistencia terapéutica, formación educativa, entre
otros) a los niños y los jóvenes desvinculados
de las organizaciones armadas, partiendo de
experiencias preliminares realizadas en particular en los departamentos de César, Boyacá
y Santander entre 1997 y 1999.
Asimismo, el decreto nombra al Ministerio
del Interior y de Justicia como agente de verificación de los beneficios otorgados y al
Ministerio de Defensa Nacional como fuente
de apoyo adicional, mediante el PAHD.
Es decir que en el cruce de las legislaturas
de Andrés Pastrana Arango y Álvaro Uribe
Vélez, se institucionalizaron y reglamentaron aún más las actividades de DD&R en el
país. Precisamente, tras el fracaso de las
discusiones de paz entre la administración
de Andrés Pastrana Arango y las Farc, se
celebraron rondas de negociaciones con la
mayoría de los grupos de autodefensa.
A raíz de la posesión de Álvaro Uribe Vélez,
se ha acentuado la demarcación entre los
procesos voluntarios colectivos e individuales de abandono de las armas. Por lo tanto,
se han diseñado un armazón jurídico y mecanismos diferenciados que corresponden a
las dimensiones no coercitivas de la Política
de Seguridad Democrática adoptada por el
poder ejecutivo.
Sin entrar en detalle, en agosto de 2004,
el Decreto 2767311 fue aprobado para reglamentar la Ley 418 de 1997 y derogar artículos del Decreto 128 de 2003, consolidando
los mecanismos de DD&R individuales.
Como fruto de la política de DD&R del
gobierno de Álvaro Uribe Vélez, se estima
que alrededor de 7.000 combatientes
se desvincularon individualmente de las
311 Decreto 2767 de 2004 publicado en el Diario Oficial
n°45.657 del 31 de agosto de 2004.
76
agrupaciones armadas al margen de la ley
(guerrillas y autodefensas) entre 2002 y
2004312. Para el año 2007, la cifra cumulada
que no comprende los fenómenos colectivos, ascendería a más de 15.000 alzados
en armas313.
Volviendo al tema de los procesos colectivos de DD&R, se señalará que los acercamientos con las autodefensas se materializaron oficialmente con el Acuerdo de
Santa Fe de Ralito en diciembre de 2003314,
el cual fue seguido de un segundo encuentro en mayo de 2004315.
El acuerdo fue decisivo para pactar, entre
otras cosas, el cese de hostilidades, que no
fue plenamente cumplido en los primeros
meses de los diálogos, el fin de las actividades asociadas al narcotráfico y el desmonte
de las estructuras armadas con plazo máximo al 31 de diciembre de 2005, lo cual conllevó a la desarticulación de la casi totalidad
de los movimientos de autodefensa - a saber
31.671 alzados en armas - entre los años
2003 y 2006, según las cifras oficiales.
A lo largo de las conversaciones de paz, sobresalió la ausencia de compromiso activo
de la comunidad internacional, y en particular de la Onu, en comparación con los escenarios centroamericanos. Empero, se inauguró la Misión de Apoyo al Proceso de Paz
de la Organización de Estados Americanos
(Mapp-OEA) para verificar, con el respaldo
de entidades como la Defensoría del Pueblo,
la evolución del proceso en cuanto a las actividades de desarme y desmovilización de
312 Según el Programa de Atención Humanitario al
Desmovilizado, PAHD, del Ministerio de Defensa.
313 Ibid.
314 Para una descripción de los acuerdos, ver Mauricio
Romero, “The demobilization of paramilitaries and
self-defences: risky, controversial and necessary”,
Ponencia, abril de 2005, Uppsala University.
315 Ver el documento de Internacional Crisis Group,
“Desmovilizar a los paramilitares en Colombia: ¿una
meta viable?”, Informe sobre América Latina, No. 8,
agosto de 2004.
77
los combatientes que se dieron en zonas de
ubicación temporales316.
Al principio, los diálogos se desarrollaron
bajo la Ley 782 de 2002, aunque los grupos
no tuvieran ningún estatus político, como
lo acordaba la misma. La ley amparó con
beneficios jurídicos y económicos a los desmovilizados, sin que se exigiera necesariamente la conclusión de una negociación o
un arreglo de paz.
Sin embargo, quedaron excluidos de los
beneficios quienes habían sido condenados
por infracciones y crímenes, en conformidad con la Constitución Política, los tratados
internacionales ratificados por Colombia
y la Ley 782 adoptada en continuidad a la
Ley 418 de 1997. Así, representantes de
la cúpula de las autodefensas, llamados a
indagatoria por múltiples crímenes y/o extradición por tráfico de droga, no reunieron
los requisitos para ser acreedores de beneficios jurídicos.
Por consiguiente, ante el riesgo de un impasse en las discusiones de paz que sufrieron varios retrocesos e incertidumbres, la
administración de Álvaro Uribe Vélez tomó
la resolución de hallar una solución alternativa, que se formalizó en la discutida Ley
975 de 2005317, comúnmente denominada
Ley de Justicia y Paz, que entró en vigor el
22 de julio de 2005, tras el examen de constitucionalidad, la aprobación del Congreso
y la subsiguiente sanción presidencial.
En este sentido, uno de los retos del
Gobierno ha sido lograr un equilibrio
tenue entre la voluntad de llevar a cabo un
proceso de DD&R con las autodefensas y
los imperativos de la justicia, sin caer en
la impunidad y la tentación del olvido, en
una sociedad adolorida por décadas de
violaciones a los derechos humanos y al
Derecho Internacional Humanitario, aclarando que muchos crímenes no se podrán
castigar ni perdonar, como lo han subrayado analistas de otros escenarios de
violencia318.
Ahora bien, la Ley 975 no se restringe a
los autores de la violencia armada y hace
referencia a la condición de las víctimas319,
siguiendo de manera modesta una tendencia internacional en la cuál la justicia penal,
que ha evolucionado de una visión estrictamente punitiva hacia la reparación320 y elementos restaurativos321, ha fomentado espacios de interlocución entre las víctimas y
los victimarios para una reconstrucción del
tejido social.
En diciembre de 2005, se adoptó el Decreto
4760322, mediante el cuál se regulan algunos puntos de la ley concernientes a los
plazos disponibles para investigar a quienes busquen acceder a sus beneficios. Así,
los desmovilizados involucrados en crímenes perpetrados durante la contienda deben responder a una serie de requisitos323,
cuya verificación incumbe a las autoridades
judiciales en colaboración con otros organismos del Estado.
318 Alusión al título del libro de Antoine Garapon, Des
crimes qu’on ne peut ni punir ni pardonner. Pour une
justice internationale, París, Odile Jacob, 2002, quien
retoma algunos planteamientos de Hannah Arendt
sobre el juicio, la memoria y el perdón en una perspectiva de reconciliación para demostrar que es imposible juzgar a la totalidad de los autores de la violencia (falta de evidencias, aparato judicial deficiente,
ausencia de voluntad política, etc.).
319 Ver capítulo IX.
320 Jon Miller & Rahul Kumar (editores), Reparations: interdisciplinary inquiries, Oxford, Oxford University
Press, 2007.
316 Para mayores detalles sobre los procesos en distintas
regiones, ver los informes especiales publicados por
la Fundación Seguridad & Democracia: www.seguridadydemocracia.org.
317 Ley 975 de 2005 publicada en el Diario Oficial
n°45.980 del 25 de julio de 2005.
321 Ferry Johnstone, Restorative justice: ideas, practices,
debates, Cullompton, Willan Publishing, 2001.
322 Decreto 4760 de 2005 publicado en Diario Oficial n°
46.137 del 20 de diciembre de 2005.
323 Artículos X y XI de la Ley 975.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
Sin embargo, organizaciones de protección
de la ciudadanía y defensa de los derechos
humanos presentaron una serie de demandas
de inconstitucionalidad de la Ley 975324 ante
la Corte Constitucional que se pronunció el
18 de mayo de 2006325, antes de hacer pública su decisión el 13 de julio de 2006.
legalidad, sin mención alguna a sus rasgos
políticos. Tiene como objeto contribuir a
“[…] los procesos de paz y la reincorporación individual o colectiva a la vida civil
[…]”328. El texto formula sentencias y penas,
con un régimen de castigos alternativos
para numerosos crímenes329.
Si bien declaró el texto constitucional, la instancia se mostró preocupada por asegurar
más la protección y la reparación de las víctimas de la confrontación armada. La sentencia clarificó la obligación de imponer en forma efectiva las penas reducidas de prisión e
introdujo restricciones como la pérdida de
beneficios en caso de que los desmovilizados buscaran acogerse a la Ley 975, ocultando información a las autoridades judiciales. También hizo hincapié en el deber de
no repetición, para que los antiguos alzados
en armas pudieran gozar del marco jurídico
previsto por la misma. En respuesta a las observaciones y reservas emitidas por la Corte,
el Gobierno expidió los Decretos 2898326 y
3391327 que enmarcan la Ley 975.
Para simplificar, la Ley 975 establece la alternatividad penal como un beneficio consistente en la suspensión de la ejecución de
una pena determinada y su transformación
en una sentencia de pena alternativa, cuya
duración oscila entre 5 y 8 años, que se
concede mediante la contribución del beneficiario a la paz, a la justicia, la verdad y la
reparación a las víctimas. El beneficio de la
pena alternativa depende directamente del
cumplimiento de ciertos requisitos de elegibilidad establecidos en la ley, que la desmovilización haya sido colectiva o individual.
La Ley 782 de 2002 y los esfuerzos normativos sobre la alternatividad penal que
permitieron la adopción de la Ley 975,
completada ulteriormente por la expedición de decretos, ofrecen un marco jurídico
primordial para entender el estatus de los
antiguos combatientes y la futura administración de justicia en sinergia con la fase de
reinserción.
Per se, la Ley 975 es aplicable a los grupos
de autodefensa y de guerrilla clasificados
como organizaciones al margen de la
324 Entre otras, la “Comisión Colombiana de Juristas”,
la “Asociación de Afrocolombianos Desplazados”
y la “Consultoría para los Derechos Humanos y el
Desplazamiento”.
Asimismo, el texto establece un régimen
penal especial, con el fin de procesar a los
desmovilizados que quieran acogerse a la
ley, cuyos nombres consten en un listado
que el Gobierno tiene que comunicar a la
Fiscalía General de la Nación. Las personas
deseosas de acudir a la ley están en la obligación de rendir una versión libre ante un
fiscal delegado asignado para el proceso
de desmovilización, el cuál se encarga de
realizar las actividades de investigación necesarias para poder formular las imputaciones que correspondan.
Con base en esta normatividad, los procesos
de DD&R de los grupos de autodefensa se han
caracterizado por una alta complejidad institucional. Las diferentes fases han sido atendidas por varias entidades, entre las cuales
figuran la Oficina del Alto Comisionado para
la Paz, el Ministerio de Defensa a través del
PAHD, el Ministerio del Interior y de Justicia
325 Sentencia C- 370 de 2006.
326 Decreto 2898 publicado en el Diario Oficial No.46.375
del 29 de agosto de 2006.
327 Decreto 3391 publicado en el Diario Oficial No.46.406
del 29 de septiembre de 2006.
78
328 Ver artículo 1 del Capítulo I.
329 Ver artículo 29 del Capítulo V.
79
y la Alta Consejería para la Reintegración
Social y Económica de Personas y Grupos
Alzados en Armas (ACR).
Adicionalmente, los proyectos de DD&R
han experimentado cambios, sobre todo
en la fase de reinserción. La primera institución estatal responsable fue el Ministerio
del Interior y de Justicia, a través del
“Programa de Reinserción a la Vida Civil”
(PRVC). El PRVC otorgaba un proyecto productivo equivalente a 8 millones de pesos
a los desmovilizados individuales y proyectos productivos asociativos a los desmovilizados colectivos.
Ante los problemas de centralización de
los datos y los recursos, en septiembre de
2006 se creó la ACR, que ha asumido desde entonces la política estatal dirigida a la
reintegración social y económica de los antiguos alzados en armas, incluyendo a los
guerrilleros desmovilizados individualmente. Esta entidad concede beneficios sociales
y económicos a los desmovilizados, entre
los cuales el acceso al sistema de educación y salud, un apoyo psicosocial y una
ayuda humanitaria de un valor de 358.000
pesos, que obligaba a los ex-combatientes
a reportarse mensualmente en puntos de
registro. Además, la ACR ha estimulado la
reintegración en un sentido individual y
activo con un importante compromiso por
parte de los beneficiarios, que no son vistos como reinsertados o reincorporados,
sino participantes.
Así mismo, la ayuda humanitaria ha sido
reemplazada por un paquete de apoyo económico a favor de la reintegración, donde
intervienen psicólogos, educadores y formadores en áreas profesionales específicas
para tratar de responder a las expectativas
y las necesidades de los desmovilizados.
Mediante el modelo implementado por la
ACR, se han lanzado igualmente iniciativas
para propiciar los negocios, con créditos
financieros, que procuran dar un giro hacia la autonomía económica de los ex-combatientes y evitar que se instalen ciclos de
dependencia frente a las ayudas proporcionadas por el Estado.
D-Nuevas manifestaciones de violencia
Los esfuerzos de las autoridades a favor de
los procesos de DD&R se han realizado en
los últimos años en un ambiente de violencia difusa, en el cuál han surgido diversas
estructuras armadas. En la actualidad, el
protagonismo de estos grupos, todavía mal
identificados, es susceptible de amenazar
y opacar algunos avances de la Política de
Seguridad Democrática330.
En efecto, desde el año 2005, es decir una
vez concluidos el desarme y la desmovilización de la mayoría de los movimientos de
330 Impacto de la Política de Seguridad Democrática sobre
la confrontación armada, el narcotráfico y los derechos
humanos, Observatorio del Programa Presidencial de
DH y DIH, Vicepresidencia de la República, agosto de
2008, op. cit.
autodefensa, tanto la sociedad civil como
los organismos internacionales y las entidades estatales han advertido la existencia
y la actividad de nuevas bandas armadas en
distintas regiones del país331.
Ante la diseminación del fenómeno, el
Gobierno nacional ha señalado que en caso
de confirmarse que algunos integrantes de
estas bandas son antiguos miembros de
331 Ver por ejemplo, los documentos de la Comisión
Nacional de Reparación y Reconciliación, Disidentes,
rearmados y emergentes: ¿bandas criminales o tercera generación paramilitar?, Bogotá, CNRR, mayo
de 2007, y la Fundación Seguridad & Democracia,
El rearme paramilitar, Bogotá, Fundación Seguridad
& Democracia, junio de 2007, al igual que los informes trimestrales del Secretario General al Consejo
Permanente sobre la Misión de Apoyo al Proceso de
Paz-Oea en Colombia: www.mapp-oea.org.
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
las autodefensas, éstos quedarán por fuera
de los beneficios de la Ley 975 de 2005.
Además, se han instituido unidades especiales por parte de la Fuerza Pública, con la
misión neutralizar o eliminar a estas estructuras violentas.
En su modus operandi, las nuevas agrupaciones armadas se dedican, entre otros factores,
a supervisar las diferentes etapas de los ciclos
de cultivo, producción y comercialización de
drogas ilícitas; cometer asesinatos y prácticas
de extorsión; y hacer presencia en corredores
de movilidad o áreas de retaguardia, cuando
no se trata del dominio más estable sobre corregimientos, veredas y municipios.
Las bandas, que han sido calificadas de
emergentes en los círculos académicos,
periodísticos y oficiales, responden a múltiples apelaciones que dan indicios del grado
de fragmentación, sin unidad de mando, de
las mismas. Por ejemplo, se han a dado a
conocer Las “Águilas Negras”, “los Machos”,
“los Rastrojos” y la “Organización Nueva
Generación” (ONG)332. En total, se estima
que delinquen en la actualidad más de 30
grupos con sus respectivas denominaciones
en 200 municipios333, sin que se registre
siempre una territorialización consolidada.
La eclosión de focos de violencia e inestabilidad, que recuerda la proliferación de
grupos ilegales en Centroamérica en los
post-acuerdos de paz, plantea una serie de
cuestiones y temas de debate. Uno de los
interrogantes consiste en saber cuál es la
composición de las estructuras armadas
para tratar de determinar en qué medida
son una réplica o la prolongación de las exautodefensas desmovilizadas.
No se pretende aquí dar una respuesta categórica a la pregunta anterior, puesto que
la información disponible en relación con
las organizaciones emergentes resulta parcial, confusa y contradictoria en muchos
casos y la cercanía temporal del fenómeno
dificulta su comprensión.
Ahora bien, se resaltarán varios hechos y
fenómenos que son útiles para comprender
los probables orígenes de las bandas, evaluadas a por lo menos 5.000 efectivos334,
que se han ido conformando y desarticulando, tras el cierre de las negociaciones entre
la administración de Álvaro Uribe Vélez y
los movimientos de autodefensa.
Así, según los casos, algunos integrantes
de las autodefensas no se acogieron a la
propuesta de paz, desistieron en la fase final de las discusiones o parecen haber retomado las armas por razones que son por
el momento difíciles de esclarecer, más allá
de las motivaciones financieras.
Se citará al respecto la situación de disidentes del bloque Elmer Cárdenas, quienes
se han encerrado, desde la primera mitad
de los años 2000, en una doble lógica de
lucha anti-insurgente y racionalidad económica con las ganancias procedentes del
narcotráfico, desplazándose a orillas del
río Atrato entre el sur del Chocó hacia el
noreste de Urabá y el Nudo de Paramillo335.
También se puede hacer alusión al bloque
Cacique Pipintá, prácticamente desmantelado, cuyos antiguos miembros se dedican
hoy al sicariato en Caldas, los reductos de
las Autodefensas Campesinas del Casanare
(ACC), quienes han sido fuertemente golpeados por la acción de la Fuerza Pública
en los Llanos Orientales, por ser reacias a
332 Para una evaluación de estas estructuras armadas,
ver el informe Dinámicas de las bandas asociadas al
narcotráfico después de la desmovilización de las autodefensas, Observatorio del Programa Presidencial
de Derechos Humanos y Derecho Internacional
Humanitario, Bogotá (por publicarse).
334 Estimaciones formuladas a partir de los datos contenidos en los documentos y los informes mencionados
en el pie de página no. 329.
333 Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación,
Disidentes, rearmados y emergentes: ¿bandas criminales o tercera generación paramilitar?, op. cit., p. 37.
335 Fundación Seguridad & Democracia, Los grupos armados emergentes en Colombia, Bogotá, mayo de
2008, p. 2.
80
81
las negociaciones y cometer exacciones y
algunos elementos del bloque Centauros –
frentes Héroes del Llano y Guaviare - que
han participado en la creación del Ejército
Revolucionario
Popular
Antiterrorista
Colombiano (Erpac) que hace presencia
en la actualidad en los departamentos de
Guaviare, Meta y Vichada336.
Dentro de este contexto, se subrayará que
destacadas figuras de las autodefensas se
han empeñado en recomponer o conformar
estructuras armadas, a menudo con la ayuda de delincuentes y/o prófugos de otros
movimientos desmovilizados. Esta categoría corresponde a lo que algunos analistas
llaman estructuras “remanentes”337, puesto que están en capacidad para rearmarse
y/o fomentar la creación de redes de violencia, como lo revela la influencia de la
poderosa cúpula del extinto BCB sobre las
“Águilas Negras” que actúan en Antioquia,
Magdalena, Norte de Santander, Caquetá,
La Guajira, César y en la zona del sur de
Bolívar.
Las autodefensas rearmadas, principalmente por motivos económicos y prestigio personal338, o para las cuáles no hay ningún
rastreo establecido desde 2005-2006 - a
saber entre 4.000 y 5.000 hombres y mujeres según los datos comunicados por la Alta
Consejería para la Reintegración339 - ponen
claramente en tela de juicio la viabilidad y
la legitimidad de los procesos de DD&R.
También ha profundizado la circularidad y
retroalimentación entre la delincuencia, la
criminalidad asociada al narcotráfico y la
confrontación contra la insurgencia.
Por último, han surgido bandas que no hacían parte de las estructuras de autodefensa y que se han aprovechado de los vacíos
dejados no sólo por los desmovilizados
sino por algunas estructuras de las guerrillas que han sido desmanteladas o desarmadas por la vía de la desmovilización individual. Muchas de estas bandas delinquen
hoy en las periferias de los centros urbanos
y las regiones de alto potencial lucrativo en
términos de narcotráfico; de allí las alianzas de oportunidad o los enfrentamientos
con las organizaciones que han retomado
las armas.
Teniendo en cuenta el carácter inestable y
la complejidad de los grupos clasificados
bajo la etiqueta de bandas emergentes, y
sobre todo el déficit de estudios sociológicos sobre la composición de los grupos
alzados en armas, es difícil afirmar que éstos representen una nueva “generación”340
de autodefensas.
Ahora bien, representan una innegable
fuente de inseguridad para el país que si
bien ha visto decrecer los índices relativos
a la confrontación armada y la violencia, y
progresado consecuentemente en dirección
de la paz y la consolidación de la democracia, bien podría encontrarse ad portas de
una nueva espiral de violencia, más atomizada que en épo cas pasadas.
336 Dinámicas de las bandas asociadas al narcotráfico
después de la desmovilización de las autodefensas,
op. cit.
337 Fundación Seguridad & Democracia, El rearme paramilitar, op. cit., p. 16.
338 Al igual que en Centroamérica, los combatientes valoran el hecho de pertenecer a una agrupación armada y conseguir poder y reconocimiento mediante el
uso de la violencia.
339 Se habla exactamente de una cifra de 4.731. Ver El
Tiempo, 13 de febrero de 2007.
340 Aunque pueda ser localmente el caso para algunas
organizaciones armadas.
Para resumir, los procesos de DD&R de las autodefensas
en Colombia han marcado un innegable punto de inflexión
en la confrontación armada, después de dos décadas de
escalonamiento. En sinergia con la implementación de la
Política de Defensa y Seguridad Democrática, éstos han
contribuido a una reducción significativa de las acciones
armadas por parte de los grupos al margen de la ley y de la
violencia en el país.
Conclusión
Para resumir, los procesos de DD&R de las autodefensas en Colombia han
marcado un innegable punto de inflexión en la confrontación armada, después
de dos décadas de escalonamiento. En sinergia con la implementación de la
Política de Defensa y Seguridad Democrática, éstos han contribuido a una reducción significativa de las acciones armadas por parte de los grupos al margen
de la ley y de la violencia en el país.
Aunque sería precoz proponer un balance exhaustivo de los mecanismos de
DD&R, se distinguen diversas tendencias en relación con la problemática de la
seguridad que ha sido el principal hilo conductor del análisis.
En primer lugar, en Colombia se observa una creciente institucionalización y
reglamentación de los proyectos de DD&R, las cuáles han tenido a veces consecuencias ambivalentes, en particular una mejor eficiencia organizacional pero
una rivalidad recrudecida en el manejo de las competencias y los prepuestos
entre las entidades del Estado encargadas del tema.
En segundo lugar, en el país sobresale la ausencia de internacionalización de
los mismos proyectos, y en términos generales de la cuestión de la paz, por
contraste con lo que se evidenció en Centroamérica, donde diversos países
y organismos (inter)nacionales asumieron un papel de mediador, gestor y/o
verificador de los acuerdos suscritos. La mayor participación de entidades extranjeras podría permitir, ante todo, los acercamientos entre el Estado y el conjunto de los alzados en armas en la perspectiva de una paz estable. Facilitaría
también la obtención de fondos que son indispensables para el desarrollo de
costosos procesos de reinserción de los antiguos combatientes, que no pueden
ser asumidos exclusivamente por la sociedad colombiana.
La inexistencia de un acuerdo de paz simultáneo con la totalidad de los grupos al margen de la ley, aunque no se haya cerrado la posibilidad de diálogos
con las guerrillas, obstruye, por el momento, las posibilidades de pacificación
y reconstrucción del tejido social. Por ende, quedan lejanas las posibilidades
de una paz duradera y las oportunidades de perdón y reconciliación nacional
después de décadas de violencia. En un sentido similar, se dificulta la labor
Los procesos de desarme, desmovilización y reinserción de los grupos de autodefensa en Colombia: Una mirada cruzada sobre Centroamérica
de justicia y reparación para las víctimas
de los actores armados en un ambiente de
violencias difusas.
En efecto, al igual que en los países centroamericanos en el período post-conflicto, se
evidencian en la actualidad fenómenos de
retorno a la violencia por parte de algunos
antiguos alzados en armas, de tal manera
que se puede preguntar si Colombia no
vive localmente experiencias de desmovilización sin desarme completo o situaciones
de desmovilización aparente sin desarme
efectivo.
Estos fenómenos cuestionan la política de
reinserción de los ex–combatientes, que se
ven expuestos a múltiples amenazas, ciclos
de venganza y sentimientos de sospecha o
rechazo por parte de la sociedad civil, en
un momento en que se elevan voces para
denunciar la participación tímida de la comunidad internacional en los proyectos de
regreso a la vía no armada.
Indudablemente, la proliferación de nuevas formas de violencia en el período postacuerdo recuerda que la paz política firmada con una porción de los grupos al margen de la ley no significa sistemáticamente
la paz social. Por el contrario, los acuerdos
pueden dar pie a la aparición y/o el “reciclaje” de estructuras armadas ilegales más
atomizadas y poco identificadas, con las
cuáles resulta difícil de negociar.
86
De hecho, lejos de estar totalmente pacificado, y sin desconocer los aportes de la
Política de Seguridad en la materia, el surgimiento y la recomposición de bandas armadas en los post-acuerdos de paz constituyen una fuente de inestabilidad y preocupación para la seguridad colectiva, como
lo enseñan los escenarios post-conflicto en
el istmo centroamericano, con el ejemplo
de las bandas armadas, como las maras y
las pandillas de delincuentes que actúan en
municipios rurales.
Hoy, Colombia corre el riesgo de una fragmentación de las lógicas de violencia, con
una creciente urbanización de los homicidios entre agrupaciones armadas, con motivaciones articuladas a consideraciones
económicas y el control socio-espacial de
las localidades, sin presentar grandes ideologías, que pretenden ocupar los vacíos de
poder dejados por los grupos de autodefensa y las guerrillas.
En un futuro cercano, entre los escenarios
posibles, no se puede descartar la conformación de estructuras armadas híbridas
entre reductos de las autodefensas y las
guerrillas, los miembros de la delincuencia común y las redes de criminalidad organizada, lo cuál representa un desafío no
sólo para el Estado y la Fuerza Pública, sino
también para la población civil que ha sido
históricamente la más afectada y vulnerada
por la violencia.
“Los procesos de
desarme, desmovilización y reinserción
de los grupos de autodefensa en Colombia:
Una mirada cruzada sobre Centroamérica”
Se terminó de imprimir en enero de 2009 en los talleres de
www.impresolediciones.com
e-mail: [email protected]
Bogotá - Colombia
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