Texto - Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires

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V
PREMIOS
PREMIO JOSÉ INGENIEROS
DE LA ACADEMIA NACIONAL DE CIENCIAS
DE BUENOS AIRES
CORRESPONDIENTE AL AÑO 2008
Otorgado al Dr. Francisco Ignacio Castex
en el tema ‘‘El caso Karamazov y el parricidio del jurado’’
sintetizado en el acto de entrega de premio organizado
por el Centro Interdisciplinario de Investigaciones Forenses,
en la sesión pública del 11 de agosto de 2009
Discurso de apertura
por el Dr. Eduardo Aguirre Obarrio
-IEl tema de vuestro concurso es El parricidio y sus implicancias
legales en la literatura europea del siglo XIX. Un enfoque
interdisciplinario desde el derecho, la criminología y la psicología.
El trabajo presentado por el doctor Francisco Ignacio Castex se
titula ‘‘Defendiendo a Karamasov’’.
Para evitar numerosas aclaraciones, cuando me refiero a Los
hermanos Karamasov, de Fiodor Dostoievski, a veces digo sencillamente Karamasov, o la obra o la novela. Al considerar Defendiendo a Karamasov, de Francisco Castex, el trabajo.
- II Sobre la elección de una novela
Una vez que Castex eligió la novela de Dostoievski como tema
para su trabajo, es fácil decir que eligió el paradigma. Pero si preguntáramos a muchos penalistas qué gran literato del siglo XIX escribió
sobre Derecho Penal, alguno recordaría a Goethe, a Tolstoi o Anatole
France, pero tendría que fijarse en la fecha en que publicaron los libros para no confundirse. Quien fuera afecto a las letras rusas quizás nombrase a Dostoievski, pero creo que primero pensará en Crimen
y castigo, y recién después llegará a su mente Karamasov.
Mi generación se educó recibiendo el dato de que una de las más
notables novelas que se habían escrito en el mundo era Los hermanos Karamasov. Sin embargo conozco a demasiada gente que dejó de
leer el libro o desistió de entrada. Su tamaño impresiona, así como
la cantidad de personajes. Quien desiste, no lee el juicio, pues comienza después de unas seiscientas páginas.
685
Lo cierto es que quien ha leído (y recuerde bien) a Karamasov,
sabe que se investiga un caso en que se atribuye un parricidio, y sabe
que el autor es minucioso y muchas veces genial en sus descripciones
y apreciaciones psicológicas, sociológicas, jurídicas y lugareñas. Y si
el lector es un criminalista, sin duda notará que es enorme la cantidad de apreciaciones útiles acerca de lo que justamente seis años
después de escrita esa obra se empezó a difundir en el mundo como
Criminología. Influyó en eso más que nada la publicación y éxito de
la primera obra que empleó ese título, que fue de Rafael Garófalo (su
primera edición es de 1885; Karamasov empieza en 1879, por entregas, en un periódico. Se publica íntegramente un año después).
De entrada el trabajo de Castex nota que Enrico Ferri, en Los
delincuentes en el arte, por aquel entonces, trae de la mano a Crimen
y castigo. Pero yo recuerdo haber oído en clase hablar a Eusebio
Gómez y a Juan Silva Riestra precisamente sobre Karamasov. También me lo comentó Juan P. Ramos cuando, tras haber sido el director de la orquesta positivista en el país, la dejó. Es claro que, aunque
su cambio se debió a pensar que el crudo positivismo podía poner en
peligro la libertad, de todos modos, él seguía admirando los estudios
psicológicos y sociológicos, y en general los trabajos de criminología
que empezaron con los positivistas.
Sin embargo la elección de Karamasov no facilita nada, porque
una cosa es formular u obtener conclusiones interdisciplinarias acerca de una obra literaria cualquiera, y otra, comentar apreciaciones
interdisciplinarias que ya figuran en cantidad y expresamente en esa
obra.
Esta razón ha impuesto a Castex la necesidad de tener que extractar numerosos párrafos, lo que necesitó una gran tarea de selección.
- III El trabajo comienza con una introducción acerca de literatura y
derecho.
Por supuesto, a partir de la primera página se ve que Castex
pasó revista desde Homero a Borges, pasando también por la novela policial y la de ficción. Esto ya muestra una base cultural que,
naturalmente, ayuda en trabajos interdisciplinarios, como éste.
Lo que viene después podría dividirse en dos secciones. La primera, expone los datos necesarios para comprender el pensamiento
de la obra elegida. La segunda los analiza bajo el tamiz criminológico
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y el penal (comprendo en este término el derecho de fondo y el de
forma).
- IV Sobre Los hermanos Karamasov
a) La síntesis de la obra
Yo encuentro particularmente feliz y útil la síntesis de la obra
(una página) y las transcripciones, porque son necesarias a quien no
la leyó y le viene bien a quien la hubiera leído hace mucho, como es
mi caso.
b) Dichos del acusador, del defensor. El jurado
Luego hay tres secciones dedicadas a exponer el pensamiento del
fiscal, del defensor, y las réplicas de ambos (que en ese tiempo eran
comunes), más la decisión del jurado.
Las transcripciones son, necesariamente en este caso, muchas.
Ello es motivado por la riqueza del original como ejemplo de acusación y de defensa, para todo fiscal y abogado. Y tiene la particularidad de que los comentarios sobre esas piezas son, al principio, unos
pocos brochazos, y van aumentando a medida que el lector cuenta con
más datos sobre la obra. El incremento se advierte claramente a
partir de la página 31, parágrafo 6, hasta el final, página 76. Es la
parte en que directamente se ocupa de aspectos procesales y penales.
-VLas apreciaciones de Castex
En general, todas las consideraciones penales del autor son muy
correctas y acertadamente introducidas.
a) Las nociones de verdad y falsedad
En la página 31 comienza el análisis de un tema procesal, cual
es las nociones de verdad y falsedad. La síntesis de los cambios ope687
rados es muy breve, pero correcta, para llegar al tema típico de la
inquisición, cual es, según la doctrina mayoritaria, el descubrimiento
de la verdad ocurrida. Esto, en general, es aceptado por cualquiera,
pues parecería ridículo que en un proceso no se quisiera descubrir
qué pasó. Pero el problema es que, enseguida, nace el deseo de descubrir lo que pasó por cualquiera de los medios tan bien descriptos
por un par de libros de Alec Mellor. Uno de ellos versa sobre la tortura y presiones vecinas, y otro sobre manejos procesales a esos efectos.
Pienso, contra lo que es común creer, que la inquisición no buscó la verdad, sino buscó confirmar lo que el inquisidor quería encontrar. Por eso, creyendo que una serie de presiones como la tortura,
eran convenientes para producir el efecto, no vaciló en practicarlas.
Después de ese planteo, Castex cita una serie de argumentos
propios de la cultura actual de un buen penalista, interpretados muy
lúcidamente. No los repetiré aquí, porque eso está muy bien dicho.
b) el principio favor rei
En la página 40 comienza el análisis de otro tema procesal (y en
este país, constitucional, desde antes que se escribiera Karamasov).
Es el principio favor rei. Aquí el autor cita, como muchas otras veces,
Derecho y razón, de Luigi Ferrajoli, importantísima obra que muestra una cultura clásica de la doctrina penal comparable a la de
Carrara. También cita a Eberhard Schmidt, a quien critica eficazmente. En pie de igualdad con los doctores, Castex incluye al defensor de Karamasov.
c) Sistemas para valorar las pruebas
Desde la página 44 hasta la 56, Castex pasa a considerar los sistemas que se manejan para valorar las pruebas producidas. Su síntesis, en este punto, es excelente.
Además de las formas históricas que menciona y caracteriza,
culmina con las dos que compiten en la actualidad, la prueba regulada y la convicción libre, que quizás conduzcan ambas, aunque no
pareciera ser la idea de Castex, a muchas injusticias.
Es bastante evidente que en cuanto al sistema de la prueba demasiado regulada se han indicado muchos fallos que chocan fuertemente contra el sentido común. Pero con el llamado sistema de la
libre convicción se pueden apreciar notables casos en los que las hi688
pótesis y suposiciones de los jueces y fiscales, y probablemente también de las instituciones gubernamentales que pueden intervenir en
juicios penales, se expresan como convicción indiscutible. Quedan a
un lado muchas pruebas que pudieron haberse producido contra esa
‘‘convicción’’, y el sentido común. Y si los hechos se difunden mediante una opinión banal, peor.
Es claro que el juicio por jurados es de íntima convicción, ya que,
según el sistema norteamericano, el jurado es un representante del
pueblo, insertado en el sistema judicial.
Las cosas son un poco diferentes en el sistema llamado ahora
escabinado1, tribunal mixto, compuesto conjuntamente por jueces
legos y por letrados.
Estos tribunales mixtos fueron un invento hitleriano. Durante la
ocupación de Francia por Alemania en la guerra que empezó en 1939.
Muchos jurados absolvían a los indicados como autores de atentados
contra las fuerzas de ocupación, los puentes, ferrocarriles, etc. Como
esos resultados parecían provenir de algún voto no individualizable,
se inventó suprimir el jurado tradicional, reducirlo y hacer que trabajara junto a los jueces letrados. De modo tal que entonces podría
saberse quién votaba en contra y comunicarlo a la autoridad alemana. Con lo que se terminaba suprimiendo a toda opinión contraria.
De más está decir que el escabinado no es el juicio por jurados al cual
se refiere la Constitución nuestra.
De paso, sobre juicio por jurados existe el proyecto de la comisión
nombrada por Sarmiento en 1871, que formaron Victorino de la Plaza
y Florentino González2. En un año y medio estuvo listo el Proyecto,
publicado en 1873, que consta de 170 páginas de informe, un Proyecto de Ley que establece el juicio por jurados, de 47 artículos, y un
Proyecto de Código de Procedimiento Criminal. Ambos Proyectos se
1
La palabra proviene de los escabinos, que sabían más derecho que la mayoría de los jueces de la época, creados por Carlomagno. Éstos eran enviados para resolver un asunto importante y actuaban en lugar del juez lugareño. Es claro, el
sistema era bastante cuestionable, porque podían estar influidos por el deseo de complacer al emperador. Como se ve, estos escabinos no tenían nada que ver con el
escabinado.
2
Que era un notable jurista colombiano que pasó a Buenos Aires, donde publicó
muchas obras (una de ellas, El juicio por jurados, es citada por Castex) y en cuya
Universidad enseñó. En cuanto a Victorino de la Plaza, como abogado trabajó con
Vélez Sarsfield, ayudó en la redacción de varios códigos y leyes. Y después la historia lo presenta como una especie de mago de las finanzas, varias veces ministro,
vicepresidente de Sáenz Peña, que enfermó y murió, de manera que, como es sabido, llegó a ser presidente.
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complementan y no creo que después se haya escrito un código mejor. Pero el Congreso, que había dictado la ley para que se formara
una comisión, nunca lo consideró. Muchas de las razones para ello
fueron enunciadas por Manuel Obarrio, en 1882, explicando porqué
no se había considerado la posibilidad del juicio por jurados. Uno de
esos párrafos reproduce Castex, que compara la situación en Rusia
con la situación Argentina. En algún lugar de Rusia se mostraba
mucho interés por un juicio por jurados, y Castex cree que nuestro
pueblo no tenía menos valores que el ruso. Personalmente pienso que
los valores y cultura de ambos pueblos eran, no tanto en más y en
menos, sino muy distintos. Aquí, la política, había motivado y motivaba muchas muertes, tanto en la Capital como en la culta Córdoba
o en las aldeas.
Por supuesto, creo que todas las afirmaciones de Castex, se refieren al juicio por jurados propiamente dicho.
El Dr. Castex es partidario del juicio por jurados y confiere mucha importancia al juramento que se presta para el cargo. Atribuye
a tal juramento asegurar una libre convicción, no arbitraria. Admiro la confianza de Castex.
De todos modos, el juicio por jurados, en los Estados Unidos de
América, está perdiendo partidarios.
d) El parricidio
En la página 59 comienza el tratamiento del parricidio, con la
transcripción de interesantes párrafos del acusador y del defensor.
Sigue el comentario de Castex, que empieza por la síntesis de la evolución del instituto en Roma. Castex aprecia la extensión que va cobrando el parricidio, hasta el momento en que se equipara al padre
con el gobernante3.
Trae en cita a Vigilar y castigar, la conocida obra de Foucault.
Entre varias obras de la doctrina nacional que consultó destaco la
obra de López Bolado (Los homicidios calificados), que no es muy
citada, pese a ser una fuente importante.
Castex explica aquí los casos contemplados en el artículo 80,
inciso 1º del Código Penal, entre los que está el parricidio, ampliado
con el filicidio y toda la línea ascendente y descendente. El mismo
3
Algo de eso hay en el espíritu ruso de entonces, pues el zar, además de mando gubernamental y religioso, era como un padre, para muchos. No todos (v.g. el
héroe de la novela y su autor).
690
inciso incluye el conyugicidio. Pronto pasa al caso en que se infiltre
la emoción violenta, articulo 81, con homicidio agravado por el vínculo que el Código resuelve en su artículo 82. Es un lugar donde consagra una atrocidad jurídica y humana. Porque es evidente que si la
emoción es violenta y las circunstancias la hacen excusable, tal cuadro es mucho más excusable cuando se trata de personas muy ligadas entre sí, No creo que un hijo que ve maltratar a cada rato a su
madre, tenga más culpa que un tercero. Nótese que las atenuantes
y dirimentes comenzaron pensándose en el derecho penal para el
caso del marido engañado o el abuelo del hijo de la niña burlada, por
ejemplo.
e) La emoción violenta
En la página 67 comienza el estudio de la emoción violenta. Es
un asunto que ha complicado mucho a nuestros autores, a partir de
la sanción del Código de Moreno.
La verdad es que ese Código modificó radicalmente el enfoque al
que nuestros doctores estaban acostumbrados, que era el de algún
caso puntual, y la circunstancia atenuante del ‘‘impulso de ira y justo
dolor’’, como se decía.
Inicialmente se ocuparon del tema José Peco y Juan P. Ramos.
Este último tenía las actas de las discusiones de la Comisión de Expertos que había discutido unos años antes, en Suiza, el proyecto que
nuestros legisladores adoptaron entonces.
Es claro que los legisladores no tenían las actas suizas, sino el
texto resultante, de modo que las ideas de Thorman, Gautier y otros
que con rigor transcribe Ramos, no son fuente nuestra. Son, por cierto, útiles para saber cómo se llego al texto del artículo.
La tesis de Ramos fue en aquél momento considerar que los
motivos éticos (Thorman) eran los únicos que interesaban. Sin embargo, esa tesis había triunfado en Suiza en relación con otro párrafo
de su artículo 113, que se refiere al profundo desasosiego (désarroi),
no a la emoción violenta.
El hecho es que la discusión suiza y nuestro texto utilizan la terminología de la psicología de Ribot, que dominaba entonces.
En cuanto al derecho helvético, es indispensable recordar que el
artículo sobre emoción violenta (113) es casi igual al nuestro, pero en
suiza no existe ni parricidio ni ningún homicidio agravado por el
vínculo, de modo que, en nuestro caso, pasa a ser un dato importante.
691
En verdad, la doctrina nacional se fijó más en lo que se decía
desde Tucumán por Gerardo Peña Guzmán (19434) o por García
Zavalía (1946). El propio Ramos no tuvo el menor inconveniente en
reconocerle a Gerardo Peña que tenía razón y, según me dijo a mí, las
‘‘circunstancias’’ que debían considerarse eran el conjunto que cita
nuestro artículo 42, donde está, entre otras, ‘‘la calidad de los motivos’’. No es la única circunstancia, sino una de las posibles.
Extendí algo este comentario porque he conocido a todos los actores, conversé con ellos y pude leer las actas suizas, que Ramos tenía.
f) Tipo de pena conveniente
En la página 73, las consideraciones sobre el tipo de pena conveniente. No comentaré, pues me parece muy adecuado.
g) ¿Habría un recurso posible?
El trabajo termina refiriéndose a si, de ocurrir ahora un caso
similar, sería viable algún recurso. Castex trae a colación la convención americana de derechos humanos y señala el problema que existe
entre una segunda instancia y un juicio por jurados.
Como Dostoievski no vivió el tiempo suficiente para cumplir su
propósito prologal de escribir la segunda novela sobre la vida de
Karamasov trece años después, no sabemos si se las hubiera ingeniado para recurrir si fue indultado, se evadió o que pasó.
Como puede verse, el tema de vuestro concurso y el trabajo me
han parecido muy interesantes. En cuanto a este último, van dos
apostillas. La primera, que me gustó mucho. Es una apreciación subjetiva, pero fundada en el estilo, cultura general5, diversas apreciaciones importantes y claridad, muy apartada de jergas abogadiles. La
segunda, que las menciones criminológicas se asientan en criterios
clásicos y asimismo en los actuales. Y las procesales y penales, en una
selección de opiniones notables de antes y de las de moda.
4
Después rehizo el libro en 1969 (El delito de homicidio emocional, AbeledoPerrot) que es una muestra de sapiencia, modestia, claridad y sentido común. Al
final de las notas de la página 13 agradece el acuerdo de Ramos.
5
Es evidente la calidad y cantidad de notables autores que estuvieron presentes en su mente, aunque solo citase algunos de pasada.
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Conceptos del Académico Titular
Dr. Juan Humberto Tramezzani
He tenido el honor de presidir el jurado del ‘‘Premio José Ingenieros 2008’’ por excusación de su titular y el placer de participar de
una labor conjunta con los colegas académicos correspondientes
Dres. Alfredo Achával, Antonio H. Bruno y Víctor Poggi.
El jurado emitió un dictamen cuya Acta ilustra las tareas efectuadas que, ante el original e interdisciplinario enfoque del único
trabajo presentado, incluyó una consulta a dos señeras figuras del
derecho penal como los son los Dres. Eduardo Aguirre Obarrio y
Tristán García Torres. Sus opiniones han sido anexadas al Acta del
dictamen donde por unanimidad se decidió otorgar el premio al trabajo titulado: ‘‘Defendiendo a Karamanzo’’, donde se analizó el tema
‘‘El parricidio y sus implicancias jurídicas y médico legales en la literatura europea del siglo XIX. Un enfoque interdisciplinario desde
el Derecho, la Criminología y el Psicoanálisis’’.
El trabajo que hoy se premia ofrece como característica el apuntar al diálogo entre disciplinas y a una hermandad provechosa entre
ciencias y arte. Esto es esencial en nuestra Academia, que en el fondo
trata de instaurar aquel humanismo revividor que caracterizó al
Renacimiento. El trabajo que hoy se premia ofrece precisamente esto:
bucear en procura del derecho expresado en la creación literaria a
través de las páginas de una obra inmortal de Dostoievsky.
El autor, Dr. Francisco Ignacio Castex, es profesor adjunto de
Derecho Penal de la Universidad de Buenos Aires, docente con más
de una década de actividad en la especialidad, que recientemente ha
publicado una obra inspirada en los trabajos de Kafka que tituló
Contrabucéfalo y en la que incursiona en cuestiones de política criminal y derecho penal. Fue becario de esta Academia Nacional, investigando estos temas en relación con la Carta Magna, bajo la
dirección del académico profesor A. Rodríguez Galán.
Con estas palabras deseo expresar al Dr. Francisco Castex las
felicitaciones en nombre del Jurado por tan meritorio trabajo y seña693
lar que no en vano lleva el apellido de Mariano R. Castex quien en
este claustro disertara sobre ‘‘La sordera de Beethoven’’ y el del actual académico decano, padre del laureado Mariano N. Castex quien
oportunamente disertó sobre ‘‘La coerción del periodismo sobre los
tribunales’’, matizado con música de Rossini y cuadros de Dali. Genio y figura hasta la sepultura reza el refrán.
Dr. Francisco Ignacio Castex: congratulaciones.
694
EL CASO KARAMAZOV
Y EL PARRICIDIO DEL JURADO
Dr. FRANCISCO IGNACIO CASTEX
Es un honor recibir este premio otorgado por tan prestigioso
jurado integrado por académicos de distintas disciplinas. Gracias a
todos ellos por el tiempo que han dedicado a la lectura de mi investigación.
No deja de ser un enorme orgullo recibir un premio por parte de
la Academia Nacional de Ciencias, donde tanto mi abuelo como mi
padre han pasado horas, días y años (y el más joven continúa aún
hoy) dedicados a la investigación. Siempre esta presente en este investigador (de tercera generación) un valiosísimo trabajo del jurista
Ernesto Ure leído justamente al asumir como integrante de esta
Academia de Ciencias. Resaltaba el profesor Ure que esta Academia
Nacional de Ciencias ‘‘cumple cabalmente los propósitos que inspiraron su creación gracias a la constante preocupación e inteligente labor
de sus miembros, que han tenido a bien asociarse a la corporación’’1.
1. La relación entre derecho y literatura
A partir del análisis de una obra clásica de la literatura del siglo XIX como Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoievski2, se
disparan numerosas cuestiones jurídico penales.
En la premiada investigación nos propusimos, entonces, tratar
la interrelación que puede construirse entre literatura y derecho,
tanto penal como procesal penal, con especial enfoque en el parri1
Ernesto Ure, ‘‘El juez y la duda’’, en Revista de Derecho Penal y Criminología, 1969, nº 2, La Ley.
2
Se ha consultado la traducción de Omar Lobos, edición Colihue, Clásica,
Buenos Aires, 2006.
695
cidio y el juicio por jurados. Justamente esta obra generó las profundas inquietudes de Sigmund Freud sobre el parricidio y el psicoanálisis3.
De hecho la literatura se encuentra inundada de casos en que
cuestiones legales cobran cuerpo. Existen ciertamente en las obras
literarias múltiples y diversos temas relativos a la vida, la muerte,
el crimen, la religión, la guerra, la familia y otras.
Al que desee un testimonio más extendido de esta situación, le
bastará recorrer los textos de Homero, Esquilo, Eurípides, Sófocles,
Kleist, Dickens, Dostoievski, Twain, Kafka, Camus, Stevenson,
Borges, Melville, Zola, y también Goethe, Marlowe y Shakespeare.
Entre el derecho y la literatura, no menos que en el teatro, pues
muchas de sus obras han sido llevadas a la escena, se tejen líneas
elaboradas con hilo procedente de la otra bobina. En el cine y la televisión, a su turno, los juicios ante los Tribunales con jurados cuentan con especial inclinación del público, como lo explica Wilfrid R.
Prest en The Rise of the Barristers. A Social History of the English
Bar. ‘‘Los procesos legales, en efecto, tienen una dimensión escenográfica que justifica que escritores de ficción como Sybille Bedford,
Truman Capote, Rebecca West y Renata Adler, hayan dedicado sus
talentos a describir los tribunales reales’’4.
Muchos cuerpos de literatura se refieren a cuestiones de justicia,
de la pena en juicios criminales, y la corriente utilitarista liderada
por Jeremy Bentham considera que son razones de utilidad que la
convalidan, o sea, sus consecuencias valiosas para la prevención del
delito o la disuasión (deterrence) de futuras acciones dolosas o culposas. El retribucionismo, por su lado, estima que la única razón que
justifica la pena es la justicia lograda estricta y únicamente a través
de la retribución (Kant). El reproche del utilitarismo al retribucionismo consiste en que, detrás de su argumento de justicia, lo que fue
una simple cuestión de venganza5.
Entre los casos de venganza, existe uno, por demás paradigmático en La Ilíada. Agamenón había robado a Aquiles a su cautiva
3
Sigmund Freud, Dostoievski y el parricidio. Esta relación también fue tratada, aunque a partir de una obra de Shakespeare, entre nosotros por Enrique Kosicki,
Hamlet, el padre y la ley, Editorial Gorla.
4
Enrique Marí, La teoría de las ficciones, Eudeba, Buenos Aires, 2002, p. 217
y ss.
5
Francisco Castex, ‘‘El derecho a la venganza legal y sus límites’’, en El sistema penal en las sentencias recientes de la Corte Suprema, AA.VV., compilador Daniel Pastor, Ad-Hoc, 2007.
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Briseida y desea restaurar heridas, calmarlo e incorporarlo a la lucha contra los troyanos. Pero ningún ofrecimiento apacigua su ira. Ni
su devolución, ni la promesa de no haber subido nunca a su lecho, ni
los diez talentos de oro, ni las veinte calderas, ni los siete trípodes
aún no puestos al fuego, ni los doce corceles vencedores en los juegos,
ni las siete mujeres lesbianas primorosas en labores, no otras futuras como hacerlo su yerno, honrarlo igual que a Orestes, su hijo
menor, darle a elegir entre las tres hijas que habían quedado en el
palacio, llenar su nave hasta hartarse de riquezas si los dioses consentían destruir la hermosa ciudad de Príamo, darle siete populosas
ciudades, unas junto al mar, otras abundantes en viñas y las veinte
troyanas más hermosas, bastaron para calmar la cólera del hijo de
Peleo. Para Ayax rechazar semejante oferta es ‘‘puro espíritu de venganza’’ de un misógino y anacoreta, que Aquiles visualiza, por su
lado, como retribución, espíritu de justicia. ¿Cuál es el parámetro que
separa el espíritu de venganza de la compensación, como ingredientes de la retribución? He aquí un problema a caballo de la literatura y el derecho implantado en las causas judiciales desde la más
remota antigüedad.
Por otro lado, los jueces y los juristas ponen y deben depositar
profunda atención en la selección de las palabras en que se expresan
como en el uso de las metáforas y las similitudes que emplean en sus
prácticas, y nadie pone en duda que una profunda versación literaria aplicada a sus respectivas labores los alejará de su condición de
‘‘hombres del papel sellado’’, permitiéndoles tomar la delantera en un
momento en que la teoría de la argumentación y la retórica ocupan
un lugar significativo en la teoría y la crítica jurídicas.
Aunque frecuentemente en materia literaria la importancia del
derecho es empequeñecida, frente al amor, las situaciones de la vida,
el asesinato, la religión, la guerra, la familia, el ascenso o más bien
la escala social, el arte y la literatura misma, un sorprendente número de obras literarias se ocupan de procedimientos legales, donde
algún tribunal de cierto tipo promueve un clímax y ocupa un rol destacado.
La posibilidad misma de enseñar abogacía a partir de los grandes ejemplos literarios de elocuencia y persuasión, como las oraciones funerarias de Julio César, se han pasado por alto.
Lo mismo ha ocurrido con los avateres del tribunal de Dimitri
Karamazov. La actuación del abogado de Dimitri, Fetyukovitch, demuestra dos aspectos fundamentales de la práctica efectiva de un
tribunal: preparación meticulosa y una teoría del caso que el aboga697
do crea organizando, seleccionando y refundiendo los hechos en bruto, para hacer inteligible, coherente y atrayente la historia6.
La otra gran obra del autor, Crimen y castigo, ha recibido un
desafiante análisis por parte de la criminología positivista. Fue Ferri,
quien en Los delincuentes en el arte, sostuvo que ‘‘todas las líneas
principales de la psicología criminal que la ciencia va descubriendo
laboriosamente con ánimo de encontrar un preservación más eficaz
y humana de la enfermedad individual y social a la que llamamos
delito, Dostoiewski las observaba y describía artísticamente cincuenta
años antes’’7. Sobre estas y otras polémicas conclusiones de Ferri nos
referimos en Dostoiewski y la teoría de la pena.
Por otro lado, la fecha de la obra 1881 es interesante para comparar con la disputa positivista que comenzaba a verse en el derecho
penal y que tuvo una ferviente crítica de Manuel Obarrio8.
2. El caso Karamazov
Los hermanos Karamazov es una de las últimas y, según la opinión más generalizada, una de las mejores novelas de Feodor Dostoievski. Aunque aparecen en ella los característicos personajes
indecisos, fluctuantes y semi-locos de toda su producción, hay otros
sólidamente definidos y trazados, y que proceden con arreglo a una
psicología rectilínea, sin dejar por eso de ser de carne y hueso.
Teodoro Karamazov, el fundador de la interesante familia que
retrata Dostoievski, es un hombre de cincuenta y cinco años, gastado por los vicios, lujurioso, borracho, indiferente para los suyos, bufón grotesco y, por todos los conceptos, despreciable. De su primer
matrimonio con Adelaida Miusov tuvo un hijo, Dimitri (apodado
Mitia); y del segundo enlace con Sofía Ivanovna (‘‘la poseída’’), otros
dos hijos: Ivan y Alejo o Aloisha9. Los tres descendientes se criaron
y educaron sin intervención del padre, unas veces en poder del criado Gregori, y otras bajo la tutela de diferentes personas.
En la época a que se ciñe el relato, Dimitri, de veintinueve años,
ex oficial del ejército, Ivan, de veinticinco, estudiante, estudioso y
6
Sobre ello debe verse Cano Jaramillo, Oralidad, debate y argumentación,
Ibañez Grupo Editorial, Colombia, 2007.
7
Cita Enrico Ferri, Los delincuentes en el arte.
8
Manuel Obarrio, Curso de derecho penal.
9
De acuerdo a las traducciones los nombres pueden cambiar.
698
seudo-sabio, y Aloisha, de diecinueve, místico y novicio de un monasterio, se hallan reunidos en la ciudad en la que vive el padre, al que
los dos primeros desprecian y el último trata con la consideración que
le marcan sus creencias. Aloisha es el predilecto del curioso e interesante monje staret Zósimo, que, muy anciano, muere en el transcurso de la obra. Dos mujeres de extraordinario relieve –Catalina
Ivanovna, hija del que fue coronel de Dimitri, y Agrafena (Agripina)
Gruneshka, recogida y amante protegida por el viejo negociante
Cosme Sansonov– aparecen en el relato enamoradas ambas del impulsivo Dimitri, presentando tales amores todas las alternativas y
enigmas que suelen acumularse en las pasiones que se adueñan de
los personajes de Dostoievski. Otro tipo de gran importancia es el
epiléptico Pedro Smerdiakov –al que suelen llamar Karamazov–,
presunto hijo de Teodoro y de una pobre vagabunda idiota que murió al darle a luz, y criado de confianza a la par que cocinero del viejo Teodoro.
Dimitri, que ni trabaja en nada ni tiene un kopek, se apropia tres
mil rublos que un día le entrega Catalina para que los remita a Moscú, y habiéndose gastado parte de esa suma en una francachela con
Gruneshka (la cual, sin embargo, es honrada a su modo y no le otorga
favor alguno), empieza a sentir la obsesión de adquirir dinero para
devolvérselo a Catalina y confesarle su falta. El viejo Teodoro está
enamorado también de Gruneshka y le ha rogado insistentemente
que le haga una visita, teniendo dispuestos para ella en un sobre tres
mil rublos que está decidido a regalarle. En tales circunstancias,
Dimitri, que siente celos de su padre, que sabe que no puede obtener
de él cantidad alguna y que se siente estafado con motivo de la herencia materna, no se recata de expresar en público y en privado el
odio que le inspira su progenitor; y una noche, creyendo que Gruneshka ha ido al fin a ver a Teodoro, penetra en casa de éste saltando la cerca… y huye cuando se convence de que está en un error. Pero
al siguiente día aparece el padre muerto en su habitación, con señales de haber sido golpeado con un instrumento contundente, y se
descubre el robo del contenido del sobre que aquél destinaba a Gruneshka. Todas las circunstancias acusan a Dimitri, y es condenado
a veinte años de trabajos forzados siendo inocente, pues el verdadero asesino fue el criado Smerdiakov, que se ahorca sin declarar su
crimen más que a Iván Karamazov, al cual se lo revela momentos
antes de suicidarse y de la vista de la causa contra Dimitri. Pero
vayamos de a poco.
699
3. Los alegatos y el parricidio
La descripción que hace Dostoievski de los alegatos del Fiscal y
la defensa es fascinante. Enuncia en forma precisa como debe un
abogado abordar su exposición, no sólo construyendo el relato fáctico y jurídico sino además haciendo hincapié en la manera en que se
expone ese desarrollo.
La novela refleja un proceso claramente acusatorio y adversarial
donde incluso se le ha dado lugar a un análisis de las réplicas. Merece esta síntesis de la investigación detenerse al menos por un momento allí.
Como corresponde primero tuvo la palabra el Fiscal,
‘‘...Se me acusa de que en mi discurso hay mucho de novela; ¿pero
acaso no peca de lo mismo el informe del abogado defensor? Sólo le ha
faltado hablar en verso. Fiodor Pavlovitch, mientras espera a su amada, rasga el sobre y lo arroja al suelo. La defensa incluso cita las palabras que el viejo pronuncia en este momento. ¿No es esto un poema?
¿Qué prueba hay de que sacó el dinero? ¿Quién oyó lo que dijo? Y ese
imbécil de Smerdiakov convertido en una especie de héroe romántico
que odia a la sociedad por su condición de hijo ilegítimo, ¿no es un poema a lo Byron? El caso del hijo que entra en casa de su padre y lo mata
sin matarlo, no es ya una novela ni un poema, sino un enigma planteado por una esfinge, que tal vez ni ella misma puede resolver’’.
La elocuencia con que el Fiscal da vuelta el argumento de la
novela es realmente admirable y ello para ocuparse a renglón seguido
del parricidio
‘‘Si ha matado, ha matado. ¿Se puede admitir que no sea un criminal habiendo cometido un crimen? Después de haber dicho que nuestra
tribuna debe ser la escuela de la verdad y de las ideas sanas, la defensa afirma que sólo por prejuicio se puede calificar de parricidio el asesinato de un padre. Si el parricidio es un prejuicio, si cualquier hijo
puede preguntar a su padre por qué tiene el deber de quererlo, ¿qué será
de la familia y de las bases de la sociedad? El parricida es el ‘azufre’ de
los mercaderes moscovitas. La defensa ha desnaturalizado las más nobles tradiciones de la justicia rusa, únicamente para conseguir la absolución de algo que no se puede perdonar. El defensor nos pide que
colmemos de clemencia al criminal, pues esto es lo que necesita, y nos
asegura que pronto veríamos el buen resultado de este proceder. Sin
duda, ha sido muy modesto al contentarse con pedir la absolución del
acusado. Podía haber solicitado la creación de un fondo para inmortalizar las hazañas de los parricidas y presentarlas como ejemplo de la
700
juventud actual. El señor Fetiukovitch ha rectificado el Evangelio y la
religión. ‘¡Todo eso es misticismo! Sólo yo poseo la verdad del cristianismo, de acuerdo con el análisis, la razón y las ideas sanas’. Incluso nos
ha presentado una falsa imagen de Cristo. ‘Te medirán con la misma
medida que midas tú’. A esto le llama él proclamar la verdad. Ha leído el Evangelio el día antes de pronunciar su discurso, para exhibir una
interpretación original y brillante en el momento en que más efecto ha
podido producir. Sin embargo, Cristo nos prohíbe proceder de este modo
que induce a la maldad. Lo que nos ordena que hagamos es no devolver mal por mal, sino ofrecer la mejilla y perdonar a los que nos ofenden. Esto es lo que nos enseña Dios y no que sea un prejuicio prohibir
a los hijos que maten a sus padres. Guardémonos de corregir desde la
tribuna el Evangelio de Dios, al que el señor Fetiukovitch solo llama ‘el
Crucificado que ama a los hombres’, enfrentándose con toda la Rusia
ortodoxa que, cuando lo invoca, proclama: ‘¡Tú ere nuestro Dios!’ ’’.
En este punto el fiscal deja ver el disvalor más moral que jurídico que tiene la figura del parricidio, con sus consiguientes objeciones constitucionales.
Luego correspondió la replica de la defensa. Fetiukovitch no contestó, se limitó a llevarse las manos al corazón y a pronunciar en un
tono de hombre ofendido algunas palabras llenas de dignidad. De
nuevo aludió con ironía a la psicología y a la novela y halló la oportunidad de lanzar ‘‘Júpiter, te has equivocado, puesto que te enojas’’.
Ello hizo reír al público, ya que el Fiscal no tenía la menor semejanza con Júpiter. Como respuesta a la acusación de permitir el parricidio, manifestó dignamente que no quería responder. En este punto
es interesante como el defensor prefirió ridiculizar a su oponente en
lugar de repetir una defensa que ya estaba expuesta.
Para terminar, como corresponde a todo proceso penal (basado
en el derecho continental) se concedió la palabra al imputado que
levantó, pero apenas dijo nada.
‘‘¿Qué puedo decir, señores del jurado? Se me va a juzgar. Siento
sobre mí la mano de Dios. Ha terminado mi vida de desorden. Como si
me confesara ante Dios, os digo que no he vertido la sangre de mi padre.
No, no fui yo quien lo mató. Yo era un libertino, pero me atraía el bien.
Siempre deseé corregirme. He vivido como un animal salvaje. Doy las
gracias al señor fiscal. Ha dicho de mí cosas que yo ignoraba; pero se ha
equivocado al afirmar que he matado a mi padre. Doy las gracias también a mi defensor; su discurso me ha hecho llorar de emoción. Pero no
ha debido admitir, ni siquiera como suposición, que yo haya podido
matar a mi padre, porque esto es totalmente falso. No creáis a los médicos: conservo toda mi razón; mi único mal es que estoy agotado. Si me
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perdonáis, si me devolvéis la libertad, oraré por vosotros y seré un hombre mejor: os doy mi palabra, os lo juro ante Dios. Si me condenáis, yo
mismo romperé mi espada y besaré los pedazos. Pero perdonadme, no
me privéis de Dios, porque me conozco y sé que acabaré por rebelarme
contra mi destino... Estoy aniquilado, señores. ¡Perdónenme!’’.
Acto seguido, el tribunal redactó las preguntas para el jurado y
pidió las conclusiones a las dos partes. Momentos después, el jurado
se dispuso a retirarse para deliberar.
El presidente se limitó a decir ‘‘Sean imparciales, no se dejen influir por la elocuencia de la defensa; pero mediten bien su decisión;
no olviden la alta misión que se les ha confiado’’. En este punto se
advierte una contradicción del presidente, quien pide imparcialidad
sugiriendo parcialidad. Es decir, pidiendo que no sea tomada en
cuenta la elocuencia del defensor, que no es otra cosa que una herramienta más de persuasión. Una buena defensa hubiese objetada esa
afirmación recusando al presidente y pidiendo un nuevo jurado.
Después de las instrucciones, el Jurado se retiró. El jurado había estado deliberando una hora exactamente. El público volvió a
ocupar sus puestos y en la sala se hizo un silencio absoluto. La pregunta principal venía a ser: ¿ha matado el acusado para robar y ha
obrado con premeditación? A lo que el funcionario que era presidente
y el miembro más joven del jurado respondió con voz clara, en medio
de un silencio de muerte: ‘‘Sí’’. Y la misma respuesta se dio a todas
las preguntas, sin la menor atenuante.
4. La publicidad del debate y el juicio por jurados
Una consecuencia interesantísima de los hermanos Karamazov
es advertir como en 1881 se hacía un fuerte hincapié en la publicidad
del juicio y la necesaria intervención de los jurados.
Ello sobre todo teniendo en cuenta que en ese mismo año en la
Argentina se sancionaba un código que no aplicaba el juicio por jurados porque el pueblo todavía no estaba instruido y también se establecía un proceso netamente secreto.
Decía Obarrio10 que ‘‘la institución del jurado, para que pueda
llenar sus propósitos, supone no solo un alto grado de educación en
el pueblo, sino, sobre todo, hábitos formados en el ejercicio del gobierno propio y que hagan de cada ciudadano un elemento en que su es10
Ver exposición de motivos del Código de Procedimientos en materia penal.
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fera de acción contribuya al movimiento armónico y fecundo del mecanismo social. Es necesario para que la institución del jurado sea
fructífera, que los individuos se penetren de su misión social y que el
sentido del interés general predomine respecto de los pequeños intereses o afecciones que en muchos casos pueden hacer olvidar el cumplimiento del deber’’.
Curiosamente la obra, contemporánea con aquel comentario,
resalta lo importante de la participación ciudadana. Y no podrá decirse que el pueblo ruso estaba más instruido que nuestra civilización.
Relata Dostoievski:
‘‘Mucho tiempo antes de que se presentara el tribunal la sala estaba ya repleta. Nuestra sala del tribunal es la mejor de la ciudad, amplia, alta, con buena acústica. A la derecha de los miembros del tribunal,
ubicados en cierta elevación, había dispuesta una mesa y dos filas de
sillones para los jurados. A la izquierda estaba el sitio del acusado y su
defensor. En mitad de la sala, cerca de la ubicación del tribunal, había
una mesa con ‘las pruebas materiales’. Sobre ella estaba la ensangrentada bata de seda de Fiódor Pávlovich, la fatídica maza de cobre
con la que había sido cometido el presunto asesinato, la camisa de Mitia
con la manga manchada de sangre, su levita toda con manchas de sangre detrás, en el lugar del bolsillo en el que había metido en aquel momento su pañuelo todo empapado de sangre, el pañuelo mismo todo
encostrado de sangre, que ahora ya se había puesto completamente
amarillo, la pistola que Mitia había cargado en lo de Perjotin para su
suicidio y que Trifon Borísovich le sustrajera a escondidas a Mókroie,
el sobre con la inscripción en el que estaban preparados los tres mil para
Grúshenka y la cintita rosa finita con la que estaba envuelto, y muchos
otros objetos que no he de tomar en cuenta. De allí a cierta distancia,
hacia el fondo de la sala, comenzaban los sitios para el público, pero
aun antes de la balaustrada había algunos sillones para aquellos testigos que después de dar ya su declaración fueran dejados en la sala’’.
Es magnifico el modo en que el autor describe la necesaria publicidad de un juicio penal. No sólo la descripción de la sala de
audiencias con una disposición igualitaria entre defensor y acusador
sino y, lo que es más importante, la presencia material y pública de
las pruebas. Ello permite a todos, jurados y público, ver aquello en
lo que se funda la acusación. De esa manera se logra que aquella
máxima de nuestra Corte Suprema sobre el debido proceso se vea
cumplida. Es decir, acusación pública, sobre prueba visible, con posibilidad de contradicción y refutación por parte de la defensa, y siendo la sentencia una síntesis de esa disputa.
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También merece destacarse el modo en que se señala el procedimiento de selección del jurado y su presencia en el debate.
‘‘A las diez se presentó el tribunal, conformado por el presidente, un
miembro y un juez de paz honorario.(…) El presidente comenzó por preguntar al ujier si habían comparecido todos los jurados… Sé solamente que jurados una y otra parte, es decir el defensor y el fiscal, no habían
recusado muchos. El cuerpo de doce miembros sí lo retuve: cuatro funcionarios nuestros, dos comerciantes y seis campesinos y pequeños burgueses de nuestra ciudad. En nuestra sociedad, recuerdo, mucho tiempo
aún antes del juicio, preguntaban con cierto asombro, sobre todo las
damas: ‘¿Es posible que un asunto tan delicado, complicado y psicológico sea entregado a la fatal resolución de unos funcionarios y finalmente
de unos muyiks?, ¿y qué ha de comprender aquí un funcionario cualquiera, y mucho menos un muyik?’ ’’.
Aquí justamente es donde el autor se encarga de describir aquella crítica usual que se hace al Jurado y a su supuesta ignorancia o
falta de capacidad técnica.
‘‘En efecto, estos cuatro funcionarios que habían caído entre los jurados eran personas insignificantes, de bajo rango, de pelo cano –solamente uno de ellos era un tanto más joven–, poco conocidos en nuestra
sociedad, que vegetaban con un sueldo mezquino, que probablemente
tenían mujeres viejas, a las que no se podía mostrar en ninguna parte,
y un montón de hijos, quizá incluso descalzos; que como mucho entretenían su tiempo libre jugando a las cartas y que, se entiende, nunca
habían leído un solo libro. Los dos comerciantes, aunque tenían un aire
circunspecto, estaban en cierta forma extrañamente callados e inmóviles; uno de ellos se afeitaba la barba y estaba vestido a la alemana; el
otro, con una barbita canosa, tenía en el cuello una medalla atada con
una cinta roja. De los pequeños burgueses y de los campesinos no hay
nada que decir. Nuestros pequeños burgueses de Skotoprigónievsk son
casi como los mismos campesinos, incluso aran. Dos de ellos tenían también vestimenta alemana y por ello quizás parecían más sucios y más
chocantes que los cuatro restantes. De modo que podía venirle a uno el
pensamiento, como me vino por ejemplo a mí, ni bien los observé, de qué
podía entender gente así en este asunto… Ello no obstante, sus rostros
causaban cierta expresión extrañamente imponente y casi amenazadora, eran severos y ceñudos’’.
Sobre este punto se ha escrito mucho y también se ha debatido
en ámbitos académicos y hasta legislativos. Una síntesis de esas disputas fue reflejada en la Jornadas que organizó el Senado de la Nación en 2005, Juicio por Jurados, El protagonismo del pueblo en el
juzgamiento de los delitos.
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La supuesta idoneidad del pueblo para ser jurado no parece un
argumento viable para violar nuestra Constitución Nacional que
prevé esta institución desde 1853.
Es que el Jurado, como bien enseña Florentino González, ‘‘es el
medio de asegurar el imperio de la justicia, y rodear a los que la administran del respeto, veneración y amor del pueblo, que verá en ellos
a los guardianes de sus derechos, no a los enemigos de su vida, libertad y propiedad’’11.
El jurado ha sido una de las instituciones más combatidas. Por
unos, porque jamás han pensado la relación que tiene con el mecanismo gubernamental de la democracia representativa, del cual tiene que ser una de las ruedas esenciales. Y por otros, porque imbuidos
en las máximas de los políticos de la Europa continental, y dominados por la idea de que la Jurisprudencia Romana y Napoleónica es el
non plus ultra de la perfección, se han aferrado al procedimiento que
ella establece para los juicios, y para el nombramiento de los que han
de intervenir en ellos.
El Juicio por Jurados conlleva un doble derecho. Primero el del
ciudadano a ser juzgado por sus pares. Y en segundo término el de
éstos de tener la posibilidad de participar en la administración de justicia. Es decir, ser jurados.
Y sobre este punto aparecen fuera de lugar las supuestas argumentaciones de falta de idoneidad o capacidad técnica y hasta de
supuesta influencia sobre los jurados. Acaso, los jueces técnicos no
pueden también equivocarse o ser manipulados por la prensa. ¿Por
qué pensar que los jurados van a ser menos objetivos que los jueces
técnicos? Sería ingenuo afirmar que hoy un juez técnico no es influenciado por presiones políticas o mediáticas. Los jurados, a diferencia de los jueces técnicos, tienen la gran virtud de que sus cargos
sólo duran para el caso, con lo cual su independencia es mayor al no
tener que velar por su supervivencia en la función.
El juicio por jurados, si es propia e inteligentemente conducido,
divide el trabajo de la administración de justicia y permite a cada
parte hallar la verdad en la esfera que se le asigna. Permite al juez
colocarse como órgano independiente de la ley, no solamente sobre
las partes, hostilmente empeñadas una contra otra, sino también
sobre todo el caso práctico sometido a la decisión del tribunal. Habilita al sentido común, llano y práctico, para mezclarse con la discre11
p. 9.
Florentino González, El juicio por jurados, breve noticia, Buenos Aires, 1869,
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ción sagaz, profesional y científica en cada caso singular, y así preserva del efecto de esa disposición a sacrificar la realidad a la atenuada teoría a que cada individuo está sujeto en su propia profesión y
peculiar empeño – adorar los medios y olvidar el fin.
Hace posible la participación del pueblo en la administración de
justicia, sin el serio mal de cortes compuestas de multitudes, o la
confusión de las ramas de la administración de justicia de jueces del
hecho y del derecho.
Tiene la gran ventaja de un término medio en el modo de ver los
hechos, porque como dice Aristóteles, muchas personas son más justas que una, aunque cada una de las muchas lo sea menos que la una,
sin incurrir en las desventajas de vagas multitudes.
En muchos casos proporciona un grado de personal conocimiento
de las partes, y muchas veces de los testigos, para ayudar a la decisión. Da al pueblo oportunidades para evitar inadmisibles y coactivas
demandas del gobierno. Es necesario para completar el procedimiento acusatorio. Hace de la administración de justicia asunto del pueblo, y despierta la confianza. Liga al ciudadano con mayor espíritu al
gobierno de su comunidad, y le da una constante y renovada parte en
uno de los más altos negocios públicos, la aplicación de la ley abstracta a la realidad de la vida: la administración de la justicia.
Enseña la ley y la libertad, el orden y los derechos, la justicia y
el gobierno, y difunde este conocimiento por todo el país, es la mejor
escuela práctica de la ciudadanía libre. Carga sobre el pueblo una
gran parte de la responsabilidad, y así eleva al ciudadano, al mismo
tiempo que refuerza legítimamente el gobierno. No solo eleva al juez,
sino que lo hace un popular magistrado, a quien se mira con favor,
lo que no sucede en ninguna parte en el mismo grado, y sin embargo es de grande importancia, especialmente para la libertad.
Junto con el sistema representativo, es una de las más grandes
instituciones que desenvuelven el amor a la ley, y sin este amor no
hay soberanía de la ley en el verdadero sentido de la palabra.
Da al abogado la posición independiente y honrada que el procedimiento acusatorio y la libertad requieran, y es una escuela para esos
grandes abogados sin los cuales no existe una amplia libertad popular.
5. El derecho al recurso y el juicio por jurados
Como análisis final queda un tema estrictamente procesal. ¿Qué
recurso sería viable contra la sentencia que condenó a Karamazov?
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En este punto se abre una controversia actual de disputa en la
Argentina. Según la Convención Americana de Derechos Humanos
toda persona tiene derecho a un recurso amplio contra una sentencia condenatoria.
La jurisprudencia tanto nacional como extranjera ha interpretado que amplio significa sin restricción alguna y con la posibilidad de
discutir no sólo cuestiones de derecho sino también de hecho. Esta
doctrina se desprende del precedente Herrera Ulloa de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y del fallo Casal de la Corte Suprema de Justicia12.
El problema es que la decisión del Jurado se funda en las íntimas
convicciones de sus miembros sin que el imputado pueda conocer las
razones. Es decir, los Jurados no tienen, como vimos, obligación de
fundamentar su sentencia. Con lo cual el recurso no tiene materia
para cuestionar más allá de la decisión.
Esto abre dos interrogantes desde el punto de vista constitucional: ¿qué debemos privilegiar, el juicio por jurados o el deber de fundamentación de las sentencias? En el caso que el imputado haya
optado por un juicio por jurados, ¿implica ello una renuncia al derecho al recurso amplio?, ¿puede compatibilizarse el juicio por jurados
con el derecho a un recurso amplio?
Somos conscientes, de todas formas, que un importante sector
doctrinario ha criticado desde siempre el sistema de juicio por jurados. La crítica se dirige, como dijimos a lo largo del trabajo, principalmente, a la ausencia de reglas legales para valorar el material
probatorio y a la ausencia de motivación de la sentencia que en este
sistema emite un jurado popular. Sin embargo, esta ‘‘ausencia de
reglas’’ y de ‘‘motivación’’, es relativa. En otras palabras, creemos que
hasta un punto muy importante, los jurados están sujetos a reglas
legales, y además, emiten un fallo motivado.
Creemos que la principal regla a la que están sujetos los jurados,
es la de su juramento. Sabemos, que los jurados, antes de acometer
su tarea toman un juramento –de ahí su nombre– y creemos que ése
es el marco regulatorio que los obliga. Como veíamos, cuando los jurados juran decidir siguiendo la evidencia presentada, los cargos y la
defensa, de acuerdo a su íntima convicción, consciencia, e imparcia12
Un análisis de ellos puede consultarse en Daniel Pastor, Los alcances del
derecho del imputado a recurrir la sentencia.(…), en CDyJP, Casación nº 4, 2004, AdHoc, p. 257. También Alberto Bovino, El caso ‘‘Herrera Ulloa’’..., en CDyJP, Casación nº 5, 2005, Ad-Hoc, p .21. Y, por último, Federico Wagner, Tras los pasos del
derecho al recurso …. en CDyJP, Casación nº 5, 2005, Ad-Hoc, p. 55.
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lidad ¿no están sujetándose a reglas de valoración? Los estándares
vinculantes respecto de los jurados que acabamos de mencionar, son
muy similares a las disposiciones que obligan al juez técnico a decidir de acuerdo a su libre convicción, la única diferencia es que en un
caso las reglas se dirigen a un juez técnico, y en el otro, apuntan a un
tribunal popular. Esta diferencia de sujetos, no es ni puede ser una
diferencia en la esencia de la tarea emprendida.
Por otra parte, desechamos la otra crítica común dirigida a los
jurados y al sistema de íntima convicción, a saber: la falta de motivación de la sentencia del jurado. Dicha crítica es especialmente
importante ya que la motivación de los actos de gobierno es un requisito tipificante del régimen republicano de gobierno (art. 1 C.N.), y
mal podríamos intentar implantar un sistema de valoración que no
cumpliera con dicho requisito. A pesar de lo dicho, no creemos que
sea real la mencionada falta de motivación. Ello se debe, nuevamente, al juramento. Cuando el jurado se compromete a desempeñar su
tarea conforme las reglas que venimos de citar, se obliga a motivar
su fallo de acuerdo a dichas reglas. Dicho de otro modo, está motivando su fallo de antemano. No es, en la especie, la motivación clásica
del juez técnico que da razones y fundamentos de su decisión, es una
motivación sui generis, si se quiere, pero motivación al fin. Contra
esta decisión corresponderá el recurso de casación y en caso de detectarse una arbitrariedad manifiesta deberá ordenarse la realización
de un nuevo juicio por jurados.
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