El Misterio Pascual de Jesús Por Rebecca Piña Cammarota La Semana Santa es temporada oportuna de recordar la vida, la muerte y la resurrección salvífica de Jesús. Jesús nació y creció en Nazaret y se dedicó a la misma profesión de su padre, carpintero. No había demostrado nada sobrenatural hasta que fue bautizado a los 30 años de edad. Un día fue bautizado también Jesús entre el pueblo que venía a recibir el bautismo. Y mientras estaba en oración, se abrieron los cielos: el Espíritu Santo bajó sobre él y se manifestó en forma de paloma, y del cielo vino una voz; “Tú eres mi Hijo, hoy te he dado vida.” (Lucas 3, 21-22). Fue su bautismo marcó el inicio su ministerio. Después de los siguientes años de compartir sus enseñanzas, predicar el evangelio y sanar enfermedades y dolencias; fue acusado de blasfemia. Los sumos sacerdotes buscaron un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a la muerte. ¡Qué enorme la humillación que sufrió al ser acusado de un crimen que no había cometido! El sumo sacerdote le dijo: “¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantaron en tu contra?” Pero Jesús callaba y el sumo sacerdote ordenó su muerte. Poncio Pilato les dijo: “Tómenlo y júzguenlo según su ley.” Los judíos contestaron: “Nosotros no tenemos la facultad para aplicar la pena de muerte” (Juan 18:31) pues los romanos se habían reservado el derecho de vida o muerte. Aunque el gobernador Pilato reconoció en Jesús un hombre justo y buscaba la manera de dejarlo en libertad, los judíos gritaban: “Si lo dejas en libertad, no eres amigo de Cesar; el que se proclama rey se rebelaba contra el Cesar.” (Juan 19:12) Jesús fue clavado en la cruz; derramando su sangre por nosotros, pronunció sus últimas palabras. Jesús gritó muy fuerte: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” y dichas estas palabras expiró. (Lucas 23:46). Jesús siempre estaba dispuesto a la voluntad del Padre. Después de su muerte trágica, ocurrió algo que jamás había sucedido. Por el poder de Dios, Jesús resucitó a una vida gloriosa. Fue exaltado a la unión victoriosa con El Padre. Su muerte no fue el final de la vida, sino el comienzo de la vida eterna. La muerte de Cristo se trasformó en el cumplimiento de la fe; es nuestra salvación y esperanza. Es este Misterio de la Resurrección de Jesús que celebramos el Domingo de Pascua. Conmemorando que a partir de la muerte, Dios nos devolvió la vida. En este hecho sin precedentes se basa la confianza del pueblo creyente. Igual que Dios le preparó un “tercer día”, más allá del dolor y la muerte, a su Hijo Unigénito; de la misma manera para quien vaya conociendo a Dios, a través de Jesús, tendrá también su “tercer día”. ¡Felices Pascuas!