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Goteando, en las cimas quietas Deja su rastro y se adentra, Soñolienta y suave, En el valle colosal. Sobre la tumba el romero aflora, La lila se dobla sobre la ola. Abrazadas a la neblina Buscan reposo las ruinas. Igual que el Leteo, ¡mirad! El lago parece querer soñar Y no despertar jamás. ¡Allí, donde toda belleza duerme Junto a su sino yace Irene!. Esa ventana, oh dama luminosa Abierta a la noche, ¿no es peligrosa?. Desde las copas, la brisa ligera Las rejas de hierro, riendo, atraviesa; La brisa incorpórea, bruja hechicera, Por tus aposentos se pasea. Y tan temiblemente se empecina En mover el dosel de la cortina Sobre el orlado borde donde Tu alma adormecida descansa. Las sombras por el suelo y por los muros, Van y vienen cual lémures oscuros. Oh amada, ¿no existe miedo en ti? ¿En qué y por qué sueñas aquí? ¡Sin duda vienes de otros confines Para el asombro de estos jardines!. ¡Qué extraños son tus vestidos, el doblez De tu trenza larga, tu lividez Y, sobre todo, esa solemne placidez!. La dama duerme, ¡sea su letargo Tan profundo como largo!. ¡Que el cielo la acoja en su santuario!. Pues cambió su aposento por otro divino Y su lecho por otro más mortecino. ¡Ruego a Dios que vele por su alma -1- Edgar Allan Poe Para que pueda yacer en calma, Ajena al deambular de los fantasmas!. Mi amor duerme, ¡sea su letargo Tan profundo como largo, Y sea compasivo con ella el gusano!. En pleno bosque se levanta, adusto, Un gran panteón fosco y armado, Un panteón que antaño desplegaba Sus cancelas negras, córvidas alas, Dominando triunfal los palios crestados De los fastos fúnebres de sus antepasados. Un sepulcro solitario y silencioso A cuyo portal, en sus años de infancia, Ella arrojaba pedruscos ociosos; Una tumba a cuyo sonoro portal Ya ningún eco volverá a arrancar, Temblando al pensar, ¡oh pecadora mía! Que eran gemidos de difuntos lo que oía. La durmiente, versión II Era la medianoche, en junio, tibia, Yo estaba bajo un rayo de mística luna, Que de su blanco disco como un encantamiento Vertía sobre el valle un vapor soñoliento. Dormitaba en las tumbas el romero vaporoso, Y al lago se inclinaba el lirio agonizante, Y envueltas en la niebla en el ropaje acuoso, Las ruinas descansaban en sereno reposo. ¡Mirad! También el lago semejante al Leteo Dormita entre las sombras con lento cabeceo, Y del sopor consciente despertarse no quiere Al mundo que en torno lánguidamente muere. Duerme toda belleza y ved dónde reposa Irene, dulcemente, en calma deleitosa. Con la ventana abierta a los cielos serenos, De claros luminares y de misterios llenos. ¡Oh, mi gentil señora! ¿no te asalta el espanto? ¿Por qué está tu ventana así, en la noche, abierta? Los aires presurosos desde el bosque frondoso, Risueños y lascivos en tropel rumoroso Inundan tu aposento y agitan la cortina Del lecho en que tu hermosa cabeza se reclina, Sobre los bellos ojos de copiosas pestañas, Tras los que el alma duerme en regiones extrañas, -2- Edgar Allan Poe Como fantasmas tétricos, por el sueño y los muros Se deslizan las sombras de perfiles oscuros. ¡Oh, mi gentil señora! ¿no te asalta el espanto? ¿Cuál es, di, de tu ensueño el poderoso encanto? Debes de haber venido de los lejanos mares A este jardín hermoso de troncos seculares. Extraños son, mujer, tu palidez, tu traje, Y de tus largas trenzas el flotante homenaje, Pero aún es más extraño el silencio solemne En que envuelves tu sueño misterioso y perenne. La dama gentil duerme. ¡Que duerma para el mundo! Todo lo que es eterno tiene que ser profundo. El cielo la ha amparado bajo su dulce manto, Trocando este aposento por otro que es más santo, Y que es también más triste, el lecho en que reposa. Yo le ruego al Señor, que, con mano piadosa, La deje descansar con sueño no turbado, Mientras los difuntos desfilan por su lado. Ella duerme, amor mío. ¡Oh! mi alma le desea Que así como es eterno, profundo el sueño sea; Que los viles gusanos se arrastren suavemente En torno de sus manos y en torno de su frente; Que en la lejana selva, sombría y centenaria, Le alcen una alta tumba tranquila y solitaria, Donde floten al viento, altivos y triunfales, De su ilustre familia los paños funerales; Una lejana tumba, a cuya puerta fuerte Piedras tiró de niña, sin temor a la muerte, Y a cuyo duro bronce no arrancará más sones, Ni los fúnebres ecos de tan tristes mansiones. ¡Qué triste imaginarse, pobre hija del pecado, Que el sonido fatídico a la puerta arrancado, Y que quizá con gozo resonara en tu oído, De la muerte terrorífica era el triste gemido!. -3-