APUNTACIONES EN TORNO A QUÉ ES LA DEMOCRACIA

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APUNTACIONES EN TORNO A QUÉ ES LA DEMOCRACIA
ANTONIO CASTRO VILLACAÑAS
Transcribo para mis lectores los apuntes que me acaba de mandar un viejo amigo. Ojalá merezcan algún reparo
optimista o pesimista, pero mucho me temo que todos los aceptemos como algo evidente e incorregible. Uno de los
máximos defectos de nuestra actual manera de convivir es la tácita y absoluta conformidad de cada ciudadano –cada
uno de nosotros–, a solas o en unión de otros, con todo lo que sucede a nuestro alrededor, salvo que ello afecte de
modo realmente intenso a nuestro bienestar particular...
Aquí está lo que dice mi viejo amigo:
La política española está en crisis porque el franquismo nunca ha podido ser sustituido por una auténtica democracia. Una nueva
oligarquía, esta vez integrada por partidos políticos y políticos profesionales, ha ocupado el lugar del viejo franquismo, lo que
significa, simplemente, que una oligocracia más inteligente y astuta, disfrazada con ropajes democráticos, ha sustituido a otra que
estaba agotada.
Gramsci decía que «la crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo, y en ese interregno
ocurren los más diversos fenómenos morbosos».
España está en crisis porque ocurre precisamente eso, que ha muerto el viejo franquismo sin que lo nuevo, la democracia, haya
podido nacer.
La democracia no ha podido nacer en España porque los que hicieron la Transición no eran auténticos demócratas. Cuando
Franco dijo que todo quedaba «atado y bien atado» tal vez se refiriera a que el franquismo había penetrado hasta la médula en la
sociedad española, incluso en el alma de la oposición política, la cual, cuando llegó la hora de construir la democracia, sólo pudo
parir una nueva oligocracia, la de los partidos políticos, sustituyendo así la cultura franquista de partido único por otro sistema de
varios partidos.
¿Era Suárez un demócrata? ¿Lo eran Fraga, Carrillo, Felipe González, Alfonso Guerra o los nacionalistas rencorosos y
agazapados en la Historia como Pujol, Arzallus o Garaicoechea?
Un análisis riguroso arroja la firme conclusión de que ninguno de ellos era demócrata, entre otras razones porque ninguno conocía
la democracia, ni había vivido en sus fuentes. Suárez procedía del franquismo, en cuya cultura se educó, pese a lo cual fue el más
parecido a un demócrata de todos aquellos dirigentes que hicieron la Transición. Carrillo era un totalitario empedernido que, como
buen marxista, odiaba la democracia, aunque sabía que tenía que convivir con ella para sobrevivir en Occidente, pero la asumió
siempre como un enemigo infiltrado, como un pernicioso quintacolumnista. Fraga era, de todos, el que más conocía lo que era la
democracia, pero sólo en el plano teórico, como profesor de derecho, porque su educación y su talante eran autoritarios. Felipe
González y Alfonso Guerra eran dos tipos hábiles que soñaban con sustituir el franquismo por un socialismo con patente europea,
pero desconocedores plenos de que la democracia era una cultura, de la importancia del ciudadano o del valor del debate y del
discernimiento. Además, eran marxistas y, en consecuencia, autoritarios y mesiánicos. De los nacionalistas poco hay que decir
porque el nacionalismo es incompatible con la democracia, ya que se basa en las diferencias, la reivindicación y el privilegio,
mientras que la democracia es una cultura para la igualdad, la convivencia y la paz.
De gente que no era demócrata no podía surgir la democracia. En consecuencia, construyeron un sistema en el que todo el poder
del franquismo, casi intacto, pasó a los partidos políticos, que irrumpieron en la sociedad y se apoderaron de todo, limitándose a
ocupar los espacios dejados vacíos por el anterior régimen. Ninguno de ellos sabía que el voto es menos importante que el
consenso y ni uno de ellos conocía aquello que dijo Víctor Hugo de que «nada tan estúpido como vencer; la verdadera gloria está
en convencer».
Nadie se ocupó de explicar que la democracia era una cultura; nadie sabía que una sociedad civil fuerte era vital para el sistema
de libertades; nadie formó a los ciudadanos en la convivencia; nadie se preocupó de establecer controles al poder político, sin los
cuales la democracia no existe, ni de garantizar la soberanía del ciudadano, ni la separación de los poderes legislativo, judicial y
ejecutivo. Ni siquiera nos dotamos de una ley electoral que garantizase el sagrado derecho ciudadano a elegir y controlar a sus
representantes. Con las listas cerradas y bloqueadas, los que realmente elegían eran los partidos, casi del mismo modo que
Franco nombraba a sus procuradores en Cortes.
Los Suárez, González, Fraga, Carrillo y compañía construyeron una oligocracia de partidos y, comportándose como oligarcas,
irrumpieron sin escrúpulos en la sociedad civil, en la cultura y en el Estado, ocupándolo todo ante la inocente bisoñez de una
ciudadanía que aplaudía estúpidamente entusiasmada ante lo que iba a ser su exilio de la política y su marginación absoluta del
poder.
Ahora, tres décadas después, el mundo se sorprende ante el vertiginoso y profundo envejecimiento sufrido por la llamada
«Democracia Española», sin advertir que la clave del problema es que esa «democracia» jamás ha existido porque, en realidad,
nunca llegó a nacer.
España necesita ya afrontar su democratización, cuando todavía es posible. Si nuestros políticos se empeñan, de manera
irresponsable, en prolongar la agonía de este sistema desprestigiado y degradado, cada día será más difícil democratizar el país,
entre otras razones porque los ciudadanos empiezan a desconfiar ya del liderazgo y también de un sistema que acogió con
entusiasmo hace un cuarto de siglo, pero que hoy aparece ante sus ojos como un confuso y feo nido de corrupción, de privilegios,
ineficiencias y abusos.
¿Qué os parece? ¿Tiene, o no tiene, razón mi viejo amigo? ¿En qué acierta? ¿Dónde está equivocado?
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