Diario Consumidores y Usuarios Nro 59 – 29.12.2015 El error en el nuevo Código Civil y Comercial Los optimismos artificiales y las regresiones concretas: los peligros de una pésima reforma Por Fernando Shino 1) Introducción. En nuevo código Civil y Comercial, en palabras de sus redactores más destacados, tiene como eje central la protección de los intereses de los individuos más vulnerables. Así, la Comisión Redactora explica en qué consiste lo que denominan, con un optimismo un poco desmesurado, el Códigode la igualdad.Los textos vigentes regulan los derechos de los ciudadanos sobre la base de una igualdad abstracta, asumiendo la neutralidad respecto de las asignaciones previas del mercado. El anteproyecto busca la igualdad real, y desarrolla una serie de normas orientadas a plasmar una verdadera ética de los vulnerables. Sin embargo, al tratar el error como vicio de la voluntadese énfasis decrece dramáticamente al punto que nos hace sostener que todo el tratamiento que se hace del errorva en contra de la protección del más vulnerable. 2) Los vicios de la voluntad en el Código Civil y Comercial. La voluntad de un sujeto puede ser afectada por distintas situaciones. Cuando ello ocurre, pierde su eficacia para constituir actos jurídicos. El Código Civil y Comercial sigue el mismo método de Vélez Sársfield en materia de vicios de la voluntad. Las situaciones que vician la voluntad del sujeto son el error, el dolo y la violencia. 3) El error. Para Roberto Brebbia, el error describe una confusión en la conciencia del sujeto que lo lleva a tomar decisiones incongruentes con su voluntad real: “En el lenguaje corriente, se entiende por error la opinión falsa que se tiene de una cosa y también, la equivocación material en que incurre el agente al declarar, que determina, en este último caso, la incongruencia del acto realizado con la voluntad interna.” 1 Conforme lo establece el actual art. 265 CCyC, 2 para que el error produzca esa incongruencia entre el resultado del acto y la voluntad interna del sujeto, debe ser esencial para quien declara, y reconocible para quien la recibe. En ese orden, Lorenzetti y María Isabel Benavente sostienen: “Para que el error cause la nulidad del acto debe tratarse de error esencial y ser el móvil determinante de la voluntad de quien ha errado. Cuando se trata de actos jurídicos bilaterales o unilaterales recepticios, para que el error cause la nulidad, debe ser conocible por el destinatario. Se protege, así, la buena fe y la seguridad en el tráfico, figuras compatibles con el deber de información que integra la estructura elemental del Derecho contemporáneo.” 3 La nulidad derivada de un error requiere que éste haya sido relevante para el agente que emite su voluntad, y ‘reconocible’ para quien la recibe. Pero, ¿qué significa ‘reconocible’? Los autores citados explican, o intentan explicar, este concepto: “Antes bien, para ser susceptible de nulidad, debe tratarse no sólo de error esencial sino que -además- la otra parte ha de tener la posibilidad de conocer -o reconocer- el error en que incurrió quien tuvo ese falso conocimiento de las cosas.” 4 Esta exigencia, desde luego, hace más difícil probar la existencia de un error; pues ya no será suficiente que el yerro sea determinante en la conciencia del sujeto, sino que también habrá que probar que el receptor pudo advertirlo. Y esto nos obliga a realizar más preguntas: ¿quién cargará con esas exigencias probatorias? ¿Cómo podrá probarse que un proveedor de bienes y servicios conocía el error determinantepara la compra de una planchita para el pelo? Desde luego, la prueba de que el errorfue reconocido por el destinatario correrá por cuenta de quien lo invoque (el consumidor). Será muy difícil para ellos anular el acto invocando un error. Y lo que es más grave, el mismo criterio se podrá oponer a la información debida por los proveedores quienes seguramente dirán que no advierten la desinformación que invocan los eventuales clientes. El mismo tratamiento que se le da al error, podrá aplicarse al deber de información; porque nadie puede ignorar que hay entre el error cometido por el usuario, y la información debida por los proveedores, una cercanía que los autores de la norma no consideraron apropiadamente. 1 BREBBIA, Roberto,“Hechos y actos jurídicos”, T° 1, Ed. Astrea, pág. 283. 2 “Artículo 265 CCyC. Error de hecho. El error de hecho esencial vicia la voluntad y causa la nulidad del acto. Si el acto es bilateral o unilateral recepticio, el error debe, además, ser reconocible por el destinatario para causar la nulidad”. 3 BENAVENTE, María I. en: LORENZETTI, Ricardo L. (Director),“Código Civil y Comercial de la Nación. Comentado.”T° II, Ed.Rubinzal- Culzoni, 2015, pg. 42. 4 BENAVENTE, María I. en: LORENZETTI, Ricardo L. (Director), “Código Civil y Comercial de la Nación. Comentado.”T° II, Ed. Rubinzal- Culzoni, 2015, pg. 44. Pese a lo dicho, Lorenzetti y Benavente avanzan con sus elogios a la norma: “De esta forma se desplaza la relevancia de la culpabilidad o inculpabilidad del error que recae sobre la parte que lo experimentó, hacia la otra.En ese nuevo esquema, el error se transforma en relevante cuando es reconocible para contraparte porque ésta pudo advertir que faltaba en la conciencia de ambas correspondencia en la declaración y, por tanto, no sólo está ausente el elemento subjetivo sino también el elemento objetivo del acto bilateral.” 5 Sinceramente, no logramos ver el desplazamiento sugerido en la cita; la norma solamente impone una duplicación de requisitos para alcanzar la nulidad del acto. El cambio en el régimen está determinado por la eliminación de la exigencia de inexcusabilidad prevista en el artículo 921 del Código anterior y por la inclusión del requisito de la conocibilidad previsto en el actual artículo 266 CCyC. El art. 266 CCyC 6 define al error reconocible; pero esa definición, además de imprecisa como pocas, es irrelevante para determinar quién debe probar y cómo debe probarse la nueva exigencia legal sobre la reconocibilidad del error. Pero una vez más Lorenzetti y Benavente defienden la norma, asignándole al nuevo sistema virtudes que nos cuestan apreciar. “Bajo este nuevo contexto, caracterizado por una nueva distribución de los riesgos declarativos en la fase de formación del consentimiento, caracterizado por la imposición de deberes de información...resultaba imprescindible mudar también, radicalmente, la perspectiva desde la cual corresponde apreciar la significación del error dentro de la teoría de los vicios de la voluntad. El Código, siguiendo una importante doctrina nacional, da curso a este cambio de perspectiva al trasladar el centro de gravedad de la teoría del error, de excusabilidad a la conocibilidad o reconocibilidad de éste con la finalidad de amparar al destinatario de la declaración errónea, acordando así seguridad al tráfico.” 7 La cita contiene los cambios fundamentales del nuevo sistema. En el régimen anterior,el error no podía invocarlo quien no podía excusarse del error invocado. Por ejemplo, en una relación de consumo si el usuario estaba correctamente informado acerca de cómo utilizar un producto, frente a un daño ocurrido por su mal uso no podía alegar el error. En ese caso, la relación causal no provenía de un error en la voluntad sino de un mal uso imputable al usuario. No hubo error, sino torpeza inexcusable, que debía ser soportada por el propio sujeto. Ese era el espíritu del viejo artículo 929 del CC que disponía: “El error de hecho no perjudica, cuando ha habido razón para errar, pero no podrá alegarse cuando la ignorancia del verdadero estado de las cosas proviene de una negligencia culpable.” El criterio, a nuestro modo de ver, era correcto, porque atendía a la relación causal del hecho. Con la actual redacción de los artículos, desafortunadamente, el error dejó de ser un asunto de la conciencia del sujeto para convertirse en un concepto compuesto por una combinación extraña, poco razonable y casi imposible de verificar, entre el yerro de un individuo y la aptitud -de otro- para conocerlo. Involucrar a un tercero en el estado de conciencia de una persona individuo es algo francamente inexplicable. Pero además de ser irremediablemente confusa, la reforma perjudica a los usuarios y consumidores que, como todos saben, son las personas más proclives a caer en errores que vician su discernimiento. Por culpa de estos cambios legislativos, para lograr la nulidad de un acto los usuarios deberán demostrar su error y, en simultáneo, que dicho error fue reconocible por el destinatario.La Comisión Redactora explica este desplazamiento que NO beneficia al que comete el error: “Se mantiene la necesidad de que el error sea esencial y se prescinde del requisito de la excusabilidad. Tratándose de actos bilaterales o unilaterales recepticios, el esquema de la excusabilidad se traslada -para tutela de la confianza -del que yerra hacia el destinatario de la declaración: se requiere, por ello, la reconocibilidad (art. 1428 Cód. Civil italiano).” 8 Esa fue la intención última de la norma: privilegiar la seguridad del negocio jurídico, haciendo que este criterio prevalezca sobre la voluntad real del sujeto que sufrió el error. Se decide mantener la vigencia del acto sin repararse que en todos los casos que puedan imaginarse se estará perjudicando a la persona más vulnerable del acto jurídico bilateral: el consumidor. 4) Conclusión. La reforma es, a nuestro juicio, lamentable. El tratamiento que los artículos 265 a 270 CCyC hacen del error es regresivo, y deja de lado una de las premisas centrales del Código Civil y Comercial: el predominio de la tutela del sujeto vulnerable sobre la seguridad del negocio jurídico. 5 BENAVENTE, María I. en: LORENZETTI, Ricardo L. (Director), “Código Civil y Comercial de la Nación. Comentado.”T° II, Ed. Rubinzal- Culzoni, 2015, pg. 45. 6 “Artículo 266 CCyC.Error reconocible. El error es reconocible cuando el destinatario de la declaración lo pudo conocer según la naturaleza del acto, las circunstancias de persona, tiempo y lugar.” 7 BENAVENTE, María I. en: LORENZETTI, Ricardo L. (Director), “Código Civil y Comercial de la Nación. Comentado.”T° II, Ed. Rubinzal- Culzoni, 2015, pg. 51. 8 “Código Civil y Comercial. Concordado”, Ed. Astrea. 2015, pág. 98.