La historia de la independencia de Irlanda es larga. Se

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Irlanda
Joaquim Coello Brufau
La historia de la independencia de Irlanda es larga. Se inicia de hecho con el hambre de 1846,
que se genera como consecuencia de la plaga de la patata, que causa un millón de muertes.
Los propietarios rurales, muchos de ellos protestantes -Irlanda es profundamente católica-, se
inhiben y el gobierno del Reino Unido ignora el problema. Esto hace germinar la revuelta en la
población, que siempre se había sentido parte del Imperio y que constata que éste lo olvida y
explota en periodos de dificultad. Esta circunstancia da fuerza al sentimiento nacional, que
crece progresivamente y acaba en una revolución armada que hace crisis en Dublín la Pascua
de 1916 y en una emigración forzada por la miseria y la dificultad, mayoritariamente a EEUU.
Hoy viven más irlandeses fuera de Irlanda que en la República. La Gran Guerra promueve la
búsqueda de los independentistas de ayuda militar en Alemania, en guerra con el Reino Unido,
a través de la colonia Irlandesa en EEUU y la embajada del Reich en Washington. Envían
armas desde Alemania para el cuerpo de voluntarios irlandeses que luchan por la
independencia. En abril de 1916 el vapor Aud, que transporta un cargamento importante, es
interceptado en la costa de Kerry y hundido por un crucero de la Royal Navy días antes de la
revuelta en Dublín en el que el IRB, Irish Revolutionary Brotherhood, captura una parte de la
ciudad y mantiene una lucha armada que provoca 450 muertos y 2.600 heridos. Los
revolucionarios son vencidos y juzgados por alta traición, 15 son condenados a muerte.
Terminada la gran guerra, en 1918 el gobierno británico intenta encontrar una solución al
conflicto, que ha generado actos de terrorismo y represión de los independentistas, pero que
ha dado a Irlanda un gobierno propio controlado por una amplia mayoría del partido
nacionalista Sinn Féin -"nosotros solos", en gaélico- y un nivel de autonomía amplio. Se trata
de encontrar un encaje de Irlanda dentro de la Commonwealth bajo un estatus de 'dominion'.
Se debería aceptar por parte de Irlanda la integración dentro de la corona y la cesión de la
soberanía militar y de política exterior, pero el acuerdo no es fácil, la lucha armada ha sido
sangrienta y unos no quieren ceder en lo que consideran que es una traición a sus muertos y a
los demás, en lo que es la innegociable pertenencia al Imperio.
Entre el 20 de julio y el 30 de Septiembre de 1921 se intercambian dieciocho cartas entre el
primer ministro del Reino Unido, David Lloyd George, y el jefe del gobierno irlandés, Eamon de
Valera, con el objetivo de fijar las precondiciones de una conferencia de la que salga el
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acuerdo. Se discute el estatus de las partes, si es o no una negociación entre iguales, y las
condiciones, consideradas por los británicos innegociables.
La primera carta de Lloyd George fija las condiciones de la pertenencia de Irlanda a la
Commonwealth: aceptación de la soberanía británica, bases en Irlanda para la Royal Navy y
Royal Air Force -no se hace referencia al ejército y la policía, que estarían bajo la autoridad del
gobierno y el Parlamento irlandés, el Dáil Éireann-; aceptación por parte de Irlanda de parte de
la deuda británico, cuyo volumen sería definido por arbitraje internacional. Aparte de estos
límites, "el pueblo irlandés tendrá absoluta autonomía en finanzas e impuestos, pero se
evitarán las guerras comerciales que tan negativas fueron para nuestras economías".
La respuesta de De Valera es igualmente clara: la autonomía bajo un estatus de 'dominion' del
que gozan Canadá, Australia o África del Sur no se deriva de tratados entre las partes o de
derechos mutua y públicamente reconocidos, sino de la inmensa distancia que los separan de
Londres. Irlanda requiere que la Commonwealth le reconozca el derecho a la secesión, que la
negociación sea entre iguales y que la organización política de Irlanda del Norte sea definida
por la voluntad mayoritaria del pueblo irlandés. Días después la respuesta británica es
contundente: Irlanda debe aceptar formar parte del imperio y ser súbdita del rey, el resto de
cuestiones se pueden discutir en el seno de la conferencia. "No podemos traicionar el mandato
de nuestro pueblo recibido a través del Dáil Éireann, que rechaza toda negociación que no
acepte, como punto de partida, la absoluta independencia de Irlanda", es la respuesta de
Eamon de Valera.
La carta del Primer Ministro días después cita el discurso del presidente Lincoln justo antes del
inicio de la guerra civil en EEUU "No podemos físicamente separarnos. No podemos eliminar
nuestros respectivos vínculos ni construir un muro entre nosotros [...]. Es, por tanto, imposible
hacer más provechosa y beneficiosa nuestra interrelación una vez separados que ahora que
estamos juntos [...]. Supongamos que vamos a la guerra, no podremos hacerla siempre y
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cuando, con grandes pérdidas por los dos lados, la guerra termine, la eterna cuestión volverá a
surgir entre nosotros: ¿cómo estamos mejor?"
Lo que parece una discusión insoluble se acaba cuando el primer ministro acepta que los
representantes de Irlanda negocien bajo el mandato y la autoridad que les otorga su pueblo.
Lloyd George y De Valera saben que hay que negociar y las conversaciones comienzan
formalmente en Londres días después. Cartas, publicadas hace unos años, son una muestra
difícil de igualar de elegancia, matices, inteligencia y dura dialéctica. Nunca ninguno de los
correspondientes afirma nada derivado directamente de la respuesta recibida de su oponente,
da siempre una réplica condicionada a la afirmación que cree entender, lo que permite matizar
lo que dice si su oponente afirma luego no haber dicho lo que el Otro había entendido. Las
afirmaciones más duras se hacen siempre basándose en el mandato recibido o la
representación que se ostenta, es decir, a la imposibilidad de ceder a causa de obligaciones
superiores.
Todo paralelismo de hechos es injusto porque no hay nunca circunstancias y condiciones de
contorno idénticas, pero es sorprendente que el mayor imperio de la época y un país pequeño
y empobrecido con un pasado inmediata de guerra pudieran discutir entre ellos y acordar en un
marco amplio y poco condicionado, y que noventa años después este diálogo se reproduzca en
circunstancias radicalmente diferentes cuando una parte afirma que nada se puede discutir
porque va contra la ley. Es porque esto es tan absurdo y tan contrario a los intereses de las
partes que el diálogo entre Catalunya y España debe mejorar, las bases actuales no tienen
lógica ni resultan convenientes para nadie, ni siquiera para el que practica la descalificación y
la amenaza.
http://www.elpuntavui.cat/
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