Asignatura de Religión, ¿sí o no? JUAN LUIS DE LEÓN AZCÁRATE/PROFESOR DE TEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE DEUSTO XX Imprimir Enviar La reciente equiparación por parte del Gobierno de la asignatura de Religión (propiamente, Área de la Religión y Moral Católica) con el resto de asignaturas ha levantado ampollas en la oposición llamada de izquierdas. El PSOE considera esta equiparación inconstitucional y la secretaria de Educación de este partido, Carmen Chacón, se pregunta «cómo se evalúa la fe». Izquierda Unida denuncia que esta equiparación obliga a los profesores a hacer una evaluación injusta sobre opciones confesionales, «en contra de la libertad religiosa y de los derechos en un Estado laico amparados por la Constitución». El editorial de El País (20-6-2003) considera que esta medida asesta «un duro golpe al carácter aconfesional del Estado español», a la vez que supone que el Gobierno de Aznar ha satisfecho «las pretensiones de una jerarquía católica que, en este terreno, siempre tuvo reminiscencias del franquismo». Por su parte, El Mundo, en su versión digital, hace la siguiente pregunta a sus lectores: «¿Está de acuerdo con que Religión se convierta en una asignatura más y puntúe para la Reválida?». El «no» se lleva, con diferencia, la mayoría de respuestas. Pero estas duras descalificaciones por parte del PSOE e IU mezclan dos temas totalmente distintos: por un lado, el estatus de la asignatura de Religión dentro del sistema educativo público español, y su engarce con la Constitución y los acuerdos del Concordato Iglesia-Estado de 1979; por otro, el contenido, valor y sentido de la asignatura de Religión (con otras palabras: ¿qué es exactamente la asignatura de Religión?). No me voy a centrar en el primer tema, dada su complejidad, pero dudo que la equiparación de la asignatura de Religión con las demás asignaturas pueda catalogarse de inconstitucional o de golpe al carácter aconfesional del Estado (lo sería si la asignatura se impusiera obligatoriamente a todos los alumnos de la enseñanza pública, lo que no es el caso). Me voy a centrar en el segundo tema, pues tengo la impresión de que hay un profundo desconocimiento por parte de la opinión pública y de determinados políticos sobre lo que es (y lo que no es) esta asignatura. Quien escribe estas líneas ha sido durante doce años profesor de Religión en distintos centros públicos de Vizcaya, lo que me da un cierto conocimiento de la asignatura, y no han pasado muchos años de aquello. Para que el lector se haga una idea del despiste monumental que hay al respecto, le contaré una pequeña anécdota. En una ocasión, en vísperas de las vacaciones de Navidad, el jefe de estudios de uno de los institutos donde yo impartía clases me llamó para pedirme que ¡montara un Belén a la entrada del instituto por aquello de lo entrañable de las fechas! Eso sí, dejándome muy claro que él no era.religioso ni creyente. Recordé esta anécdota cuando leí las citadas declaraciones de Carmen Chacón. El profesor de Religión, y esto debe quedar muy claro, ni monta belenes, ni imparte catequesis, ni evalúa la fe de nadie. La catequesis, o evangelización del que se inicia o profundiza en la fe cristiana, se imparte en las parroquias o en cualquier otro lugar o institución de la Iglesia, pero no en la asignatura de Religión. Ciertamente, tienen muchos puntos en común, habida cuenta que el profesor de Religión es (al menos nominalmente) una persona creyente y comprometida eclesialmente, y que los contenidos de la asignatura coinciden en muchos aspectos con los que bien se podrían dar en una catequesis. Pero no son lo mismo. El profesor de Religión es, además, un profesional de la enseñanza que cumple con los requisitos y titulaciones exigidos por la Conferencia Episcopal Española, equiparables a los que las distintas administraciones públicas exigen a los demás profesionales de la enseñanza. Por poner un ejemplo, y prescindiendo de los grados propiamente pedagógicos, un profesor de Religión en la ESO o en Bachillerato debe ser licenciado en Estudios Eclesiásticos (también llamado Bachiller en Teología; 5 años) o licenciado en una titulación civil (4 ó 5 años) con, además, una diplomatura en Ciencias Religiosas (3 años). Cualquiera que tenga acceso a los contenidos de estas dos titulaciones eclesiásticas, y más aún, a la manera en que se imparten, descubrirá el profundo respeto y el rigor intelectual (por no decir científico y epistemológico) con el que se tratan tanto los contenidos de otras religiones como los propios. El alumno de la asignatura de Religión no recibe catequesis, sino una formación crítica y rigurosa intelectualmente sobre los valores y fundamentos de la religión y moral católicas en un marco de absoluto respeto a la pluralidad y a los valores democráticos. Más aún, recibe una educación integral en valores (no exclusivos de la fe católica) que en muchas ocasiones no se pueden (o no se quieren) impartir en otras asignaturas, a pesar de que la transversalidad de la educación en valores era uno de los objetivos del vigente sistema educativo. Todo lo contrario al fanatismo y fundamentalismo religiosos. ¿Acaso alguien puede aducir que los alumnos de Religión son más fanáticos y menos respetuosos con los valores democráticos que los que cursan la alternativa? Por tanto, nunca se evalúa la fe del alumno, lo cual sería absurdo e inconstitucional, sino el conocimiento y asimilación alcanzados por el alumno de los contenidos y objetivos propios de la asignatura de Religión, de igual manera que se hace en la asignatura de Historia, de Matemáticas o en cualquier otra. Con otras palabras, un alumno ateo puede perfectamente sacar un sobresaliente en Religión, aunque seguramente no pueda recibir el sacramento de la Confirmación en una parroquia. Se podrá discutir si una asignatura de estas características debe incluirse o no en el sistema educativo español, pero ya que, guste o no, de hecho lo está, no tiene sentido marginarla y privarla de un estatus similar al que gozan las demás asignaturas. Se podrá discutir si el Gobierno central y las distintas administraciones autonómicas competentes tienen algo que decir o no sobre el contenido de la asignatura y el nombramiento del profesor de Religión, ya que son quienes le pagan, pero lo que no se puede permitir es que el debate adolezca de un profundo desconocimiento de lo que es la asignatura de Religión y que, todavía hoy en día, sigan esgrimiéndose argumentos más propios de un anticlericalismo decimonónico trasnochado que de un debate serio y riguroso sobre el hecho religioso. La verdadera educación integral debe tener en cuenta que los valores espirituales (no necesariamente vinculados a una religión determinada) forman parte esencial del desarrollo de la persona; valores que pueden ser transmitidos críticamente por la asignatura de Religión, junto con otras. Que nadie dude de que esta asignatura aporta profundos valores de solidaridad, justicia y libertad a sus alumnos, y que ayuda a un análisis más riguroso y comprensivo del hecho religioso, del cual el mundo actual está muy necesitado. La verdadera educación integral debe tener en cuenta que los valores espirituales forman parte esencial del desarrollo de la persona