nota0336 - Con

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La especulación presocrática (II)
Aspecto médico
George S. Brett
Vale aquí la advertencia que hemos hecho en la nota inicial de "La especulación presocrática I", el tinte
neopositivista del autor cuando habla acerca de la ciencia no nos ha quitado el interés por lo planteado por
él acerca de lo que llama la especulación presocrática y su lectura de la medicina hipocrática, y
especialmente en lo referente a la ciencia -hoy diríamos ciencias- como la presencia de distintos relatos en
juego. Dejamos de lado los procesos de validación de esos relatos para serlo ("científicos"). E incluso
agregamos que esos relatos a los cuales se pretende desdeñar (los mitos, falsas analogías, misticismo o
religiones) son parte fundante y fundamental del juego simbólico en lo humano [S.R.].
1. ALCMEON
El carácter científico de la obra cumplida por los pitagóricos parece haber dado frutos en otras direcciones
al difundir cierto espíritu de investigación exacta. El primer tratado sobre el organismo humano basado, en
cierto sentido, sobre un trabajo científico directo, es obra de Alcmeón de Crotona. Hasta dónde sus
teorías fueron conjeturas y groseros sus métodos, surgirá de la explicación de los mismos; pero también
resultará claro que él marca un progreso notable sobre todas las teorías anteriores en lo que a exactitud y
concentración se refiere. Alcmeón perteneció a la escuela de médicos establecida en Crotona. Como
médico, su atención se dirigió naturalmente y en primer lugar hacia los hechos fisiológicos y los hechos
biológicos; y con Alcmeón comienza la larga historia de la influencia que el estudio del organismo
humano ejerció sobre las teorías acerca del alma, algunas veces para bien, otras para mal. Era muy
difícil que en esa época un espíritu especulativo pudiera hallarse libre de una tendencia hacia las falsas
analogías. Las encontramos en forma muy clara y, en consecuencia, cabe adjudicar a Alcmeón un estudio
directo de las causas, quizás hasta llegar incluso al extremo de practicar disecciones. Sobre la base de
sus observaciones del organismo humano, formuló teorías sobre la estructura y funciones de los órganos
de los sentidos; en el caso del ojo, parece que su atención fue atraída primeramente por la presencia de
fuego y de agua en el mismo. El primero se descubre por medio de la sensación de luz, la llamada "luz
intraocular" que se obtiene al apretar el globo del ojo; la segunda se hace evidente a una inspección
ordinaria. No se pensó que esa luz intraocular fuera, en cierto sentido, un fenómeno subjetivo; se supuso
que resultaba de la acción del fuego encerrado en el ojo que está rodeado por envolturas diáfanas que
conservan juntos el fuego y el agua. A objeto de adjudicar una función a cada uno de esos elementos, la
visión se explica como un proceso combinado de reflexión y radiación; la reflexión da una imagen del
objeto en el elemento acuoso del ojo, mientras que la radiación es una actividad del fuego, que dirige un
rayo externo hacia la imagen. También hay un proceso doble en la audición: el aire en movimiento
transporta el sonido hacia el vacío contenido en el aire. Este vacío, que es en realidad una cámara llena de
aire, posibilita el pasaje de sonido, ya que sin él el aire y no el sonido sería transmitido al cerebro. Acerca
de los otros sentidos -olfato, gusto y tacto- Alcmeón nada dice que esté más allá de lo que la observación
ordinaria podría sugerir.
Interesa observar que explica el sueño como el resultado del retiro de la sangre hacia los vasos
sanguíneos mayores. Hasta aquí, nuestros resultados parecen ser puramente científicos, pero existe otra
faz de la obra de Alcmeón. La tendencia a seguir la analogía es obvia en muchos casos. Un ejemplo
interesante lo proporciona la afirmación de que los pichones, dentro del huevo, se alimentan de la parte
blanca y no de la amarilla. Tal afirmación la sostuvo contra el punto de vista común en la época, pero la
única razón alegada era la semejanza del blanco del huevo con la leche con que los mamíferos alimentan a
sus crías. Hay dudas respecto de la afirmación de Alcmeón de que el cerebro es el centro de la vida
consciente: ¿se basa en un conocimiento científico, o en deducciones que tienen su punto de partida en
nociones místicas? Por una parte, el cerebro es el centro para los sentidos, es el lugar de encuentro de las
vías de los sentidos; actúa de modo tal que hace que los movimientos de los órganos de los sentidos
entren en reposo. Alcmeón también distinguió entre pensamiento y sentido. Por otra parte, cuando nos
dice que el alma se mueve por sí misma y que a causa de eso es inmortal, que es divina en el sentido en
que el sol es divino, nos parecen estas afirmaciones residuos de un antiguo misticismo, agregados a los
resultados de la observación inductiva. Aquí, como en teorías posteriores, nos encontramos frente a un
dualismo de ciencia y fe que lleva a resultados independientes. Respecto de esos resultados no se
vislumbra todavía ninguna tentativa consciente de unificación.
2. HIPOCRATES
Hipócrates representa a la escuela de Cos, que en el siglo V a. C. era una rival floreciente de la escuela
de Cnidos. Parece que el genio de Hipócrates aseguró la victoria para Cos y la declinación consiguiente de
su rival. El conocimiento médico apenas habíase liberado de su esclavitud a la superstición heredada de la
época en que el sacerdote era también el hombre que ejercía la medicina y en que esa combinación
formaba la idea común de médico. El tratado Sobre la enfermedad sagrada es una animada discusión
de las relaciones entre la magia y la medicina; muestra una tenaz oposición a toda clase de causas
ocultas, y es una filípica contra cualquier método de tratar enfermedades que no sea científico. En varios
de sus tratados encontramos matices notablemente modernos, y el nombrado, en particular, es una crítica
que pudo haber sido escrita por un físico moderno para destruir una creencia en el toque real o en las
"posesiones" demoníacas. La falta de distinción entre religión y medicina condiciona el carácter general del
tratamiento médico primitivo. La "incubación" en los templos de Esculapio era una curación por la fe, con
tendencia científica. Pero hacia el fin del siglo quinto, esa fase del desarrollo había concluido. Las
tradiciones de Esculapio se mezclaron con los resultados de la especulación filosófica, y a ambas se
agregó el conocimiento práctico y los métodos del maestro de gimnasia, en aquellos días (no menos que
en la actualidad) importante autoridad para la realización perfecta del hombre vigoroso. Cuanto se hizo
antes de su época, está fuera de un cálculo ajustado, pero es suficiente recordar al lector las teorías
fisiológicas de Alcmeón, Filolao, Empédocles, Anaxímenes, Diógenes de Apolonia, Anaxágoras o Demócrito.
En Hipócrates encontramos una culminación, más bien que un comienzo; debemos considerar sus
tratados como un espejo de la época y valorizar sus contenidos como un reflejo de la especulación más
brillante de aquellos tiempos.
El tratado titulado Sobre el régimen es quizás el documento más característico de la colección. Contiene
la teoría que la medicina empírica estaba esperando: la práctica había revelado una relación entre el
alimento y la salud; era preciso entonces, investigar la razón de ello. Esto implicaba una doctrina
filosófica. Los sofistas habían destacado el dogma que establecía que la comprensión de la medicina
dependía de la comprensión del hombre. Esto significaba comenzar con una idea abstracta del hombre y
deducir de la naturaleza del hombre su correcto tratamiento. La medicina, así, sufría a causa de un
método defectuoso. En oposición con todo eso, Hipócrates afirma que el estudio del hombre debe ser
concreto. Otorga importancia al clima, las estaciones, la localidad, los vientos -de hecho, a todos los
elementos que constituyen el ambiente. Es la vida y no la cosa lo que debe estudiarse: no el hombre
como cantidad fija, sino el hombre como una sucesión de estados. Para tal punto de vista, el
hombre es lo que él respira; y la importancia de este punto de vista fué enorme. Platón captó
rápidamente su significado y elaboró sus principios al hacer de la educación una crianza del alma en
regiones salubres. Aristóteles emplea la idea continuamente. En resumen, se convirtió en la doctrina
aceptada. Su misma falta de originalidad hizo que su descubrimiento fuera más efectivo, ya que la gente
reconoció en ella lo que había pensado antes, aquello que todas las teorías del "aire" habían proclamado
en forma inarticulada.
Ese ensayo sobre la filosofía de la salud merece, al menos, un breve análisis para mostrar su alcance y
su carácter. Comienza con la declaración de que lo particular sólo se puede entender a través de lo
universal, la parte a través del todo. El problema de la dieta debe estar precedido, entonces, por una
disquisición sobre la naturaleza y la estructura del hombre. El cuerpo del hombre está compuesto por
ciertos elementos y el conocimiento de la buena y mala salud es sencillamente el conocimiento de la
relación entre tales elementos. Algunas veces predomina uno, algunas veces otro; la actividad y la
nutrición producen sus efectos al aumentar y disminuir el poder de cualquiera de los elementos. En este
análisis del problema parece claro que toda la ciencia de la salud se reduce a la cuestión de equilibrar con
propiedad la relación entre el alimento y el ejercicio.
Ésas son, en verdad, las causas que podernos controlar directamente. Pero hay también condiciones; en
realidad, cuando el médico hace sus prescripciones, toma en cuenta el cielo y la tierra, las estrellas, los
vientos, las estaciones y las localidades. Los casos extremos se reconocen fácilmente. La fatiga o el comer
excesivos producen síntomas que no resulta difícil comprender. La habilidad del médico consiste en el
descubrirniento de los cambios leves, porque éstos producen pequeños efectos inmediatos, pero que son
acumulativos. A objeto de explicar el sentido total de esas afirmaciones, el autor enuncia sus principios
básicos. La vida es un proceso continuo. Los organismos animales están compuestos de dos
principios, divergentes en su naturaleza, pero convergentes en sus funciones. Son el fuego, que
mueve, y el agua, que nutre. Uno lucha contra el otro, pero ninguno alcanza la victoria final:
cuando el fuego vence al agua, destruye su propia fuente de nutrición; cuando el agua vence al
fuego, pierde su posibilidad de movimiento. En otras palabras, la naturaleza exige un equilibrio
entre ambos extremos: el cuerpo no debe llegar a estar lleno de humores, ni debe secarse y
perder su jugo. El lenguaje es aquí pintoresco: a la manera de Heráclito, se nos dice que todas las
cosas cambian continuamente; la oposición de los principios se compara con la acción de dos hombres que
trabajan con una sierra: ambos deben trabajar, pero deben hacerlo en sentidos opuestos y con reacciones
iguales y opuestas. La ley de la distribución, con arreglo a la cual la substancia nutritiva se reparte por
todo el cuerpo, es llamada armonía. El elemento formativo es el fuego; a la acción del fuego se debe
todo el ordenamiento de las partes del organismo; el microcosmos es, así, una copia del
macrocosmos. La clase más pura de fuego es invisible e intangible: regula todas las cosas y es la fuente
de todas las actividades que se llaman vitales o intelectuales. Las actividades vitales pertenecen al alma.
Ésta es débil en la juventud y en la vejez, pues durante la primera el rápido crecimiento del cuerpo la
consume, y en el período de declinación se debilita; sólo en la edad media posee su plenitud. La
constitución física ideal se alcanza cuando se combinan las formas más puras (es decir, las más refinadas)
del agua y del fuego. Ésa es una condición intermedia que llena las condiciones de un equilibrio casi
estable. Si la constitución fisica se inclina hacia uno de los extremos, hacia el agua o hacia el fuego, la
menor adición derivada de circunstancias externas producirá la enfermedad. Cierto exceso en la
constitución original hace naturalmente que el individuo sea susceptible a aquellas condiciones externas
que acentúan sus tendencias. Por ejemplo, cuando el elemento acuoso es denso y el elemento ígneo es
tenue, la constitución es húmeda y fría; el invierno es naturalmente peligroso para ese tipo de
constitución. Variando las cantidades respectivas de agua y de fuego es factible obtener una fórmula para
cada constitución; y la finalidad del médico es neutralizar el exceso y restaurar la constitución
ideal o equilibrarla. El hombre tiene, según sus diferentes edades, constituciones diferentes, pues, la
infancia es una condición en la cual lo húmedo está en exceso; el fuego alcanza, gradualmente, y pierde
luego, también gradualmente, su supremacía. Los mismos principios explican los diferentes grados de
inteligencia, pero su consideración apenas merece un examen serio; el autor hallábase claramente
convencido de que la actividad mental dependía en forma directa de los estados físicos, pero el dogma de
que un cuerpo sano produce necesariamente un alma inteligente, no se sostiene con éxito. La tesis
contraria, que el desorden físico causa el desorden mental, se defiende con más facilidad. Resulta
asimismo interesante admitir que ciertas disposiciones, según se dice, dependen, no de la mezcla de
elementos, sino del estado de los poros (o senderos) a través de los cuales pasa el alma. Tales
disposiciones son la irascible, la ociosa, la astuta, la simple, la aviesa y la bondadosa. Parecería que hay
que considerar esas disposiciones como los caminos que toma la naturaleza interior para revelarse:
disposiciones dependientes, entonces, de los senderos de salida. La voz es también una actividad que se
dirige al exterior y su cualidad depende de la naturaleza de los canales. En ambos casos, la cualidad puede
transformarse mediante un tratamiento que cambie los estados físicos.
Tal es el esquema general del primer libro del ensayo sobre el régimen o modo de vivir. Cabe agregar
algunos puntos característicos de otros escritos. De los enunciados anteriores resulta claro que las
necesidades fundamentales de la vida son los espíritus y los humores. Si consideramos primero la
estructura física, encontramos que su base son los cuatro elementos: aire, fuego, agua, tierra. A
cada una de esas substancias corresponde una cualidad llamada seco, caliente, húmedo o frío; y también
en correspondencia con estas últimas, un humor, a saber, sangre (tibio), flema (frío), bilis amarilla
(seco), bilis negra (húmedo). La salud es definida como la mezcla correcta de los humores; la
enfermedad, en consecuencia, es una perturbación de sus relaciones, comúnmente manifestada
por un cambio de las proporciones. El cuerpo no sólo necesita mantener relaciones definidas entre sus
propios elementos, sino también estar en ciertas relaciones con el universo circundante. Su nutrición
depende de tres cosas: alimento, bebida y aire. Para el espíritu antiguo el "aire" parece haber sido un
término genérico aplicable a todas las causas de enfermedad que no fueran las provocadas por el alimento
o la bebida. El sistema vascular estaba dividido en venas y arterias, y la opinión más ampliamente
aceptada era que las arterias contenían aire y las venas sangre. Esa doctrina se modificó más tarde, y el
aire y la sangre se localizaron juntos en los mismos vasos. Para el que pensaba que el cuerpo estaba
totalmente irrigado por aire, para el que atribuía el origen del pulso al golpe del aire al encontrarse con la
sangre, para el que además sentía oscuramente que el hombre se halla en relación directa con el
universo entero por medio de la continuidad de este aire, la importancia de ese factor debió asumir
las mayores proporciones. El cerebro ocupa el lugar más importante del cuerpo. Del cerebro proceden
todas las venas del cuerpo, arraigan en él y crecen hacia abajo ramificándose por las diferentes partes del
cuerpo. Es en el cerebro donde está la sede de la inteligencia; y es hacia el cerebro donde conducen las
diferentes vías de los sentidos. Del cerebro obtienen los ojos el humor que alimenta las pupilas. Todas las
enfermedades comienzan en el cerebro porque de él fluyen los humores que se encuentran por todo el
cuerpo. La estrecha relación que se advierte en esos pasajes entre la fisiología y la psicología es
susceptible de producir una impresión falsa con respecto a la actitud del autor hacia el cerebro y sus
funciones. Si el cerebro recibe un golpe, puede resultar la pérdida del habla, de la vista o del oído;
heridas en el cerebro pueden causar parálisis y muerte. El cerebro es, así, la sede de la inteligencia, pero
sólo lo es porque está conformado para retener el aire; no es más que el medio por el cual el aire nos
comunica su naturaleza. Algunos han localizado la inteligencia en el diafragma, otros, en el corazón.
Ambas partes están equivocadas pues, aunque esos órganos responden rápidamente a los cambios, las
sensaciones que se sienten en ellos son meras acciones reflejas debidas a la contracción de los vasos que
contienen aire. Así, el corazón palpita con el miedo; existe en el cuerpo un sensación difusa producida por
la alegría o la aflicción excesivas, pero éstas son secundarias; los movimientos que de ese modo se
producen son "repercusiones" del movimiento encefálico original. El pensamiento sólo puede surgir en la
ausencia de conmoción; la locura tiene su origen en una condición húmeda del cerebro que causa su
movimiento continuo y produce la confusión de los sentidos. Aquí el autor trata del cerebro como si fuera
la causa de todos los fenómenos, normales o morbosos. Por su mediación pensamos y dejamos de pensar;
temores y sueños se deben a sus estados variables. Pero mientras que nosotros vemos con nuestros ojos y
oímos con nuestros oídos, es dudoso que Hipócrates dijera que pensamos con el cerebro. Los autores de
su escuela se inclinan a decir, por lo menos, que el cerebro piensa o que el aire piensa y comunica el
pensamiento al cerebro.
El tema de los sueños se trata en un corto ensayo que decepciona en su mayor parte. El autor piensa
claramente que algunos sueños pertenecen a una clase especial que sólo puede ser comprendida por
intérpretes que posean una ciencia propia. Señala que la plegaria es una cosa excelente, pero no suprime
la necesidad de ayudarse a sí mismo; y luego procede a enumerar tipos de sueños con sus antídotos
convenientes, cuando ellos indican condiciones morbosas. Durante el estado onírico, el alma actúa
libremente, las sensaciones ya no la molestan, porque el cuerpo duerme. En otras palabras, la vigilia es el
estado en el cual el alma es pasiva y los órganos sensoriales son preponderantemente activos; el estado
onírico, en cambio, es un estado de actividad porque el alma produce entonces impresiones, en lugar de
recibirlas. Subyacente a la parte descriptiva de este ensayo parecería vislumbrarse la idea de que el alma
descubre en el sueño lo que deja pasar inadvertido, en la vigilia, cosa que casi equivaldría a afirmar que
una conciencia latente sube a la superficie durante los sueños. El autor, naturalmente, no aclara mucho
esa noción y todo cuanto dice son frases de este tipo: "Cuando las estrellas parecen (en el sueño) vagar de
aquí para allá sin necesidad, el sueño indica una perturbación de alma debida a la aflicción". El antídoto es
volver la mente hacia temas triviales que provoquen risa. Una advertencia tal podría llegar a ser útil, pero
la afirmación de que "los objetos negros que se ven en un sueño anticipan peligro y enfermedad" prueba
que el autor no estaba siempre usualmente seguro de su tratamiento. En conjunto, el ensayo muestra un
uso muy desordenado de la analogía y un estudio nada exacto de las causas los sueños. Sirve, empero,
para mostrar que en ese período se distinguía con claridad entre ciertos sueños que se consideraban
signos sobrenaturales y otros que se vinculaban íntimamente con las condiciones corporales eran
susceptibles de emplearse como pronósticos de salud o enfermedad.
Texto extraído del libro "Historia de la Psicología" de George S. Brett, págs 28/33, editorial
Paidós, Buenos Aires, Argentina, 1963.
Selección y destacados: S.R.
Relacionar con: "La especulación presocrática" (I) Introducción, G.S.Brett
Con-versiones agosto 2004
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