Poesía EN LA POSADA DEL MUNDO FERNANDO HERRERA GÓMEZ © Fernando Herrera Gómez © Editorial Universidad de Antioquia, 1986 PARTE 1 ARIZONA En estas estériles llanuras donde antes el humo fue palabra entre los hombres ahora el asfalto el ruidoso desasosiego de las máquinas o la radio que repite descoloridas canciones de amor en la gasolinera desolada Nadie podrá usurpar jamás sin embargo su vasta morada a los reptiles en cuyo encendido ocaso crepitan milagrosamente los cactus y las zarzas RUSSIAN RIVER Sobre la verde lentitud del agua, Madurada por el drástico verano, Una hoja amarilla de sauce me revela Que ese sofocado paisaje Que huye y que se queda, es un río. También sé, por la trucha que salta A cazar un insecto, que el agua está viva Y que es misteriosa y clara, Y que lejos, muy lejos, Para que esto suceda, Se abrazan los astros. Desnudo, tendido sobre la arena, Humildemente, Como otro animal cualquiera También yo festejo el verano MI MADRE LLEGA A LA GARE DU NORD Vendidas las joyas el tren llega a las once y cuarenta En el agitado ambiente de la estación no es mi madre ni soy yo Tampoco existe la intrincada historia de su anhelado y postergado viaje a Europa Somos mi madre y yo una anciana y un muchacho que se abrazan en un muelle Ellos los soldados desde el tren Aplauden y ríen mientras mi madre y yo al borde del llanto nos abrazamos y reímos. EL ESPIRITU SILVESTRE No es de su dueño este jardín; ni de las manos que juiciosamente lo cultivan. Florecen aquí los anturios por sí solos, y las zarigüeyas, que trabajosamente recorren las ramas del Pisquín que se recorta en el poniente, devoran las frutas de los árboles sin consentimiento de nadie. Aquí los grillos y las cigarras crecen en los matorrales y alborotan a su antojo en el día y en la noche. Aquí los pájaros hacen sus caprichosos nidos en las altas copas de los gualandayes, e incuban en ellos sus preciosos huevos jaspeados, y trinan aún en la tarde somnolienta. Aquí las pardas hojas secas del yarumo caen perezosamente como torcazas muertas sobre la hierba, y las ardillas de pelaje encendido roen la corteza del fruto opaco del almendro y no hay quien pueda impedirlo. Sobre este jardín pasan haciendo sombra las nubes, y es inútil tratar de alejarlas. No es de su dueño este jardín Desde las ramas de los árboles, bajo la hierba, cabalgando en insectos y aves, Dioses traviesos y justos ríen de buena gana. EL MIEDO En cualquier lugar puede ocultarse el miedo. Buscas detrás de las cortinas, en el armario, entre las sábanas, buscas debajo de la cama a ese cruel rostro indescifrable que gime con el viento, que acecha en el casi imperceptible temblor de los cristales, que ríe entre los leños. Buscas, en vano buscas a ese ser despiadado que habita los álgidos nervios del agua, la oscuridad de la casa vacía, que habita la palabra que no se atreve a pronunciar tu garganta desde la noche más horrible de tu infancia. UNA TARDE EN MESITAS DEL COLEGIO Ha pasado el caluroso Domingo. En las ventas de comida de la plaza aún humean los calderos, y las venteras soñolientas y ociosas conversan reclinadas sobre las mesas solitarias. Unos asnos ennegrecidos, mansamente mastican los capachos de maíz que han quedado esparcidos por el suelo entre todas las sobras del mercado. Los hombres, con un descorazonado aire pendenciero, están ebrios en las cantinas, dados a la repetición de canciones que hablan de la vida con una pasmosa certeza, y las muchachas, con sus mejores vestidos, recorren por última vez el atrio y las terrazas. Ha pasado el caluroso Domingo sobre el pueblo. Bajo un apacible cielo azul aparecen las primeras luminosas estrellas, las últimas oscuras golondrinas. ULTIMA CARTA PARA MANUEL IGNACIO CASTILLO He sabido, bien sé que tristemente es cierto, que aquel buzón de Coral Gables en el sur de la Florida tiene otro nombre, porque esa ya no es tu casa. Que no tienen sentido las ambiciosas palabras que te escribo, porque tú ya no destapas botellas de cerveza en aquella alegre cantina cercana a las espesas aguas del Mar Muerto. Que no tienen destino posible mis cartas enviadas al Valle del Zamorano, allá en Honduras. He sabido, y bien sé que tristemente es cierto, que no debo contarte una vez más la endiablada fiesta de rock´n roll y lentes oscuros que nos sigue dejando, derrotada la tarde, en las pensativas orillas del Cauca. Que no debes saber que nuestras amigas siguen siendo hermosas, que se dieron en amor a otros que no fuimos nosotros, que no parecen ser felices tampoco ahora cuando los festivos Guayacanes conversan con el enero azul de este valle. He sabido, y bien sé que tristemente es cierto, que no recibiré más cartas tuyas y que ésta es la última carta que yo puedo escribirte, porque tu alma transida sacudió de su carne, harta del mundo, el yugo de las infaustas estrellas. Para Pepe Velásquez Para Beatriz Trujillo UNA TARDE EN EL PUERTO DE LA BUENA VENTURA El mar aquí es gris y espeso. Los montes que rodean la bahía son de un verde profundo. Algunos barcos madereros, pacientes como caballos atados a un palenque, cabecean en el muelle. Los montones rojizos de madera refulgen como una cosa viva bajo el zonzo mediodía. Hay un sordo silencio de moscas en enjambre sólo interrumpido por el lento bramido de los grandes barcos que cruzan sembrando de espumas el agua, después el silencio vuelve a los recelosos rostros del puerto. Una mujer negra pela grasientos chontaduros doblada sobre un recipiente de aluminio. El agua viene sin avisar. Llueve largamente. Bajo el cobertizo de zinc crepita la lluvia. Hay ventas de mercancías de contrabando dejadas por los barcos que atracan allí de paso por el mundo. La luz biliosa titila y los rayos retumban al desgajarse en las selvas lluviosas. Esperamos a que escampe. Nos sumamos a la larga paciencia del puerto. Van y vienen los barcos pero aquí nunca pasa nada. Aquí ancló la desesperanza. Para Rita y Carlos Arellano VUELO 279 Cuando de repente el avión agoniza en el aire, sabes cuán mezquina es tu vanidad en sus ansias de muerte. En medio del terror y de las risas que conjuran la tragedia, echado un rápido vistazo a la suma de tus días, sabes que no has sido del todo un hombre malo. Mientras dudan los motores, a tu lado, con lágrimas, se persignan las mujeres; tú también piensas en El. Ahora pesas el cruel ejercicio de la duda, que aún en la más oscura cercanía de la muerte no te otorga amparo alguno. Es imperfecto el Dios que te enseñaron, Sólo sabe ocuparse de aquellos que lo aman ciegamente. PARTE 2 EN EL BOSQUE, AL LADO DEL MAR Orinas una leve serpiente amarilla se escurre presurosa sacudiendo las secas hebras de pino MEDELLIN SEIS Y MEDIA DE LA TARDE Detrás de la montaña la tarde se consume en una carroza roja Al otro lado del valle no hay montañas Allí la noche ya es un muro negro PRIMAVERA Los nuevos verdes puñales de la hierba han herido la blanca panza de liebre del invierno Un sangriento rastro de amapolas florece aquí y allá por los extensos campos (…..) Las pestilentes calles de HonK Kong dejarán llegar a tu oído músicas de Oriente Estarás absurdamente lejos de mí pero sabrás que aquella música es el sonido de un rebaño de cencerros y entre el bullicio y los enloquecidos comercios acaso recordarás la tarde que pastoreabas conmigo por el campo (…..) No es libre el pájaro para el que están vedadas las jaulas (…..) Alguien Pulsa las cuerdas del tiple Lajas metálicas muy finas caen melodiosamente unas sobre otras para que Schubert sea escuchado en otra lengua (…..) Aún en la casa con el murmullo de los grifos averiados el agua sigue su curso eterno (…..) Ruge el tigre y lanza un zarpazo Que conmueve el arpa vacía del aire (Para William Ospina)