Batalla naval de La Rochelle

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Batalla naval de La Rochelle
Introducción
Tuvo lugar el 22 de junio de 1372 y constituye una de las acciones bélicas de la Guerra
de los Cien Años entre una escuadra inglesa y otra castellana, que se saldó con una
aplastante victoria de la escuadra castellana.
Fue la primera acción naval durante el asedio a La Rochelle, que terminó el 23 de
agosto de 1372 con la toma de la ciudad, importante plaza de la Guyena (región del
suroeste de la Francia actual), hasta entonces en manos inglesas, por las fuerzas
terrestres y navales franco-españolas.
Fotografía de la entrada al puerto de La Rochelle en la actualidad
Antecedentes
Posiblemente el compromiso suscrito en Toledo por el entonces rey de Castilla Enrique
de Trastámara con Carlos V de Francia de prestarle apoyo, fue el motivo de que el rey
francés se animara a romper el Tratado de Brétigny (1360) y reanudar las hostilidades
de la Guerra de los Cien Años con Inglaterra para recuperar los territorios cedidos a sus
enemigos. Su decisión se basaba en que podía contar con la ayuda de la por entonces
poderosa armada castellana, lo cual daba a la nueva ofensiva muchas posibilidades de
éxito, al asegurarse el dominio del mar frente a la flota de Eduardo III de Inglaterra.
La alianza franco-castellana se remontaba a la Guerra Civil Castellana (1366–1369), en
la que Enrique de Trastámara, buscando contrarrestar los efectos de la coalición que con
Inglaterra había formado su oponente Pedro I, firmó con Carlos V de Francia un
acuerdo de cooperación militar.
Dentro de su estrategia de conquista de plazas fuertes inglesas, el rey francés pretendía
intensificar el cerco sobre La Rochelle, punto clave para el control del Ducado de
Guyena, en poder de Inglaterra. Pidió la colaboración naval castellana y Enrique II
envió una flota en apoyo de las fuerzas sitiadoras, al mando del almirante Ambrosio
Bocanegra, al que acompañaron en la empresa Cabeza de Vaca, Fernando de Peón y
Ruy Díaz de Rojas, Adelantado Mayor de Guipúzcoa y jefe de las naos.
Eduardo III de Inglaterra, consciente de la importancia de dicha plaza, se propuso
defenderla a toda costa y empleó para ello abundantes recursos en formar una armada,
confiando el mando de la expedición a su yerno Juan de Hastings, conde de Pembroke.
Además de los barcos de guerra, iban en ella naves de transporte con hombres, material
y dinero destinados a la guerra en la Guyena. El 20 de junio de 1372, la armada inglesa
acudió al puerto de La Rochelle, llegando a su destino el 22 y de inmediato entró en
combate con la escuadra de Bocanegra.
Composición de las armadas contendientes
Existen diferentes versiones acerca de la composición de las armadas contendientes.
Algunos escritores de la época reflejan que la armada de Castilla la componían 40 naos
y otros 13 buques; pero ninguno aclara la composición de la inglesa que, al decir de la
Crónica de D. Enrique se elevaba a 36 naos y 12 galeras. Los documentos de la Torre de
Londres no dicen sino que se hizo embargo general de embarcaciones en los puertos
para formar la escuadra del conde de Premboke, que salió de Southampton conduciendo
cuerpo de ejército, vituallas y tesoro suficiente para el pago de 3.000 soldados por un
año.
No es posible, por tanto, saber a qué atenerse. Jean Froissart, cronista caracterizado por
su anglofilia, menciona una superioridad numérica castellana. Sin embargo, el contraste
con otras fuentes indica que seguramente la situación era la contraria. Se estiman, como
datos más probables, 20 o 22 buques castellanos (fundamentalmente galeras y unas
pocas naos, principalmente con marinos vascos y cántabros) y 36 naos inglesas, más 14
embarcaciones de carga y transporte.
La batalla
Las fuentes históricas que aluden a este combate difieren en el relato de los
acontecimientos.
Según el cronista anglófilo Foissart, la armada castellana estaba al ancla en la rada en el
momento de llegar la inglesa, y vista la actitud ofensiva del conde de Premboke, dio la
vela maniobrando hábilmente para ganar barlovento. Una vez conseguido, arribó sobre
el enemigo con gritería y toque de trompetas, y como sus naos eran grandes y de borda
elevada, arrojaron piedras, plomadas y barras de hierro, provocando graves heridas a los
ingleses. Al anochecer cesó el combate, habiendo perdido los ingleses dos barcos, cuya
gente fue degollada por los españoles. Ambas escuadras fondearon, aprovechando
Pembroke la noche para estimular a la gente de la ciudad a acudir en su auxilio, sin
conseguir que lo hicieran más que algunos caballeros animosos que se agregaron en 4
barcas.
En la amanecida siguiente, la armada castellana volvió a dar la vela poniéndose en
orden de batalla a barlovento, como la víspera; cargó sobre la inglesa echando arpeos de
hierro a las naves para que no pudieran desasirse, y menudeaban los disparos de
proyectiles de modo que la admirable resistencia británica no pudo prolongarse más allá
de la hora tercia, muertos y heridos ya los más de los caballeros. El navío del conde de
Pembroke fue abordado por 4 españoles, de ellos los de los jefes Cabeza de Vaca y
Fernando de Peón; al de Othes de Grantson aferraron los de Bocanegra y Díaz de Rojas,
no cesando de matar gente hasta que los caballeros se rindieron.
Para el historiador francés De la Ronciere, Bocanegra aprovechó las mareas favorables
que dejaron varadas a las naos inglesas en la bajamar y al día siguiente, antes de que
flotaran por completo, utilizando la mayor ligereza de sus naves de poco calado, las
atacó después de lanzar sobre ellas artificios de fuego que, inmóviles como estaban, no
pudieron evitar. La mortandad fue muy grande y el triunfo castellano en toda regla.
Esta versión conforma con la de la Crónica belga, encumbrando el concepto del
almirante castellano en tan grandioso triunfo. Capitán que desoye lo mismo el reto
petulante de los contrarios que la murmuración de los propios; que examina a sangre
fría las fuerzas y las posiciones elegidas; que encuentra medio de destruir por completo
al enemigo con economía de su gente, merece en justicia puesto entre los nuestros del
arte de la guerra.
Otra hipótesis sostiene que los castellanos arrinconaron al enemigo contra la costa y allí
el reflujo de la marea contribuiría a consumar la catástrofe de la flota inglesa que quedó
completamente inmovilizada.
López de Ayala, cronista del rey Enrique, relata el enorme valor de los castellanos que
combatieron en manifiesta inferioridad numérica refiriéndose a que “… llegando el
dicho conde de Peñabroch (Pembroke) a la villa de La Rochela con las dichas naos, las
doce galeras de Castilla pelearon con él e a todos los caballeros e omes de armas que
con él venían, e tomaron los navíos e tesoros que traían…”
Pintura de la Batalla de La Rochelle
Resultados
La derrota anglosajona fue total. Todas sus naves fueron quemadas, hundidas o
apresadas por el enemigo, la expedición deshecha y perdida la esperanza de Inglaterra
del sometimiento de la comarca.
Los hombres que no murieron en combate, entre ellos el propio Pembroke, fueron
hechos prisioneros. Esto incluía a caballeros (entre 160 y 400) por cuyo rescate se
podían pedir elevadas sumas de dinero, y soldados del contingente enviado desde
Inglaterra. El número de estos últimos es incierto; Fernández Duro, basándose en la
Crónica Belga, lo estima en unos 8.000. Los castellanos también se hicieron con el
dinero (que el cronista Walsingham cifra en 20.000 marcos) que el rey de Inglaterra
había embarcado para pagar a las tropas combatientes en la zona. Como colofón,
durante el viaje de regreso, Bocanegra apresó, en torno a la latitud de Burdeos, otros
cuatro barcos ingleses y entró triunfalmente en Santander.
Por parte de la fuerza castellana no se perdió ningún buque y las pérdidas humanas
fueron muy escasas.
Esta victoria honró a Bocanegra, pues tuvo con los vencidos un gesto humanitario
inusual en aquellos tiempos, ya que suspendió la matanza de enemigos en cuanto sus
jefes se rindieron (era costumbre entonces degollar o arrojar al agua a todos los
adversarios, aunque se hubieran rendido). Pembroke y el resto de caballeros apresados
fueron enviados a Burgos a la presencia del rey Enrique, con la consabida y humillante
soga al cuello, pero al menos salvaron sus vidas y pudo ser negociado su rescate.
Consecuencias
El primer efecto de la derrota inglesa fue permitir la conquista de La Rochelle, lo que
consiguieron dos meses después fuerzas terrestres y marítimas franco-castellanas. Y este
hecho marcó el desarrollo de la Guerra de los Cien Años, pues como resultado de la
pérdida de esta estratégica plaza, Inglaterra tuvo más dificultades para defender sus
posesiones en la Guyena frente a la ofensiva francesa, que se endureció a partir de este
momento.
Desde el combate de La Rochela y gracias a la intervención de Castilla en el conflicto,
los acontecimientos experimentaron un giro decisivo. Se aceleró la recuperación
francesa de su territorio y se consagró el dominio naval de Castilla en el Atlántico. La
expansión marítima de Castilla fue ya un hecho desde ese momento y el Canal de la
Mancha se ofreció a los marinos vascos y cántabros como un camino abierto a sus
operaciones comerciales.
BIBLIOGRAFÍA:
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
Cesáreo Fernández Duro: La Marina de Castilla
José Cervera Pery: El poder naval en los reinos hispánicos
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