Todos los Santos, Solemnidad

Anuncio
Todos los Santos
Solemnidad
Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo
(Mt 5,1-12a)
ANTÍFONA DE ENTRADA
Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de todos los Santos. Los ángeles se
alegran de esta solemnidad y alaban al Hijo de Dios.
ORACIÓN COLECTA
Dios omnipotente y eterno, que donas a tu Iglesia la alegría de celebrar en una única fiesta los méritos y la
gloria de todos los Santos, concede a tu pueblo, por la común intercesión de tantos hermanos nuestros, la
abundancia de tu misericordia.
PRIMERA LECTURA (Ap 7, 2-4. 9-14)
Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda la nación, raza,
pueblo, y lengua
Lectura del Libro del Apocalipsis
Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los
cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: «No dañéis a la tierra ni al mar ni a los
árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios.» Oí también el número de los
marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel. Después de esto apareció en la visión
una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante
del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz
potente: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!» Y todos los ángeles
que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el
trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo: «Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de
gracias y el honor y el poder y la fuerza
son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén.» Y uno de los ancianos me dijo: –«Ésos que están
vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?» Yo le respondí: «Señor mío, tú lo
sabrás.» Él me respondió. «Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus
vestiduras en la sangre del Cordero.»
SALMO RESPONSORIAL (Sal 23, 1-2. 3-4ab. 5-6)
R/. Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R/.
SEGUNDA LECTURA (1 Jn 3, 1-3)
Veremos a Dios tal cual es.
Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Juan
Queridos hermanos: mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha
manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo
veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él se purifica a sí, mismo, como él es puro.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Mt 11,28)
R/. Aleluya, aleluya
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré – dice el Señor.
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Mt 5, 1-12a)
Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo
Lectura Del Santo Evangelio Según San Mateo
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se
puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán
consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os
insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque
vuestra recompensa será grande en el cielo.»
Se dice «Credo»
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Dígnate aceptar, Señor, las ofrendas que te presentamos en honor de todos los Santos, y haz que sintamos
interceder por nuestra salvación a todos aquellos que ya gozan de la gloria de la inmortalidad.
PREFACIO
La gloria de nuestra madre Jerusalén
En verdad es justo es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor Padre
santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque hoy nos concedes celebrar la gloria de tu ciudad santa, la Jerusalén celeste, que es nuestra
madre, donde eternamente te alaba la asamblea festiva de todos los Santos, nuestros hermanos.
Hacia ella, aunque peregrinos en país extraño, nos encaminamos alegres, guiados por la fe y
gozosos por la gloria de los mejores hijos de la Iglesia; en ellos encontramos ejemplo y ayuda para
nuestra debilidad.
Por eso, unidos a estos Santos y a los coros de los ángeles, te glorificamos y cantamos diciendo:
Santo, Santo, Santo...
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Mt 5, 8-10)
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz,
porque se llamarán los hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de
ellos es el reino de los cielos.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Señor, te proclamamos admirable y el solo Santo entre todos los Santos; por eso imploramos de tu
misericordia que, realizando nuestra santidad por la participación en la plenitud de tu amor,
pasemos de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del reino de los cielos. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
Se puede decir la bendición solemne de todos los Santos.
El Dios, gloria y felicidad de los santos, que os ha concedido celebrar hoy esta solemnidad, os
otorgue sus bendiciones eternas.
R/. Amén.
Que por la intercesión de los santos os veáis libres de todo mal, y, alentados por el ejemplo de su
vida, perseveréis constantes en el servicio de Dios y de los hermanos.
R/. Amén.
Y que Dios os conceda reuniros con los santos en la felicidad del reino, donde la Iglesia contempla
con gozo a sus hijos entre los moradores de la Jerusalén celeste.
R/. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
R/. Amén.
Lectio
La fiesta de Todos los Santos, el 1 de noviembre, se difundió en Europa en los siglos VIII-IX. En Roma se
empezó a celebrar en el siglo IX.
Una única fiesta para Todos los Santos, osea para la Iglesia gloriosa, íntimamente unida a la Iglesia
peregrina y sufriente. Hoy es una fiesta de esperanza: “La asamblea gozosa de nuestros hermanos”
representa la parte elegida y plenamenmte realizada del Pueblo de Dios. Es una fiesta que nos invita a
contemplar nuestra meta y nuestra verdadera vocación: la santidad, a la que todos somos llamados, siendo
fieles a la gracia del Bautismo.
La fiesta de Todos los Santos no es un sueño separado de la realidad de nuestra existencia sino, como
decíamos, la celebración gozosa de la realidad a la que todos estamos encaminados.
La de hoy es la fiesta del santo en potencia que cada uno lleva detro de sí. Generalmente pensamos en los
santos solamente en su condición final, en la gloria de su canonización. En realidad ellos están en medio de
nosotros, aunque “lo que seremos aún no nos ha sido revelado” (cf. Jn 3,2). Pertenecen en primer lugar a la
tierra, a ese pueblo en camino que viene de la gran tribulación y sube, como corteo ininterrumpido, hacia la
ciudad definitiva.
Muy a menudo corremos el riesgo de considerarlos super hombres, que se elevan por encima de los comunes
mortales con sus milagros y su excepcional fuerza de ánimo, pero si los miramos con mayor atención, nos
damos cuenta que ni los defectos de caracter han conseguido a veces superar; ellos también están sujetos a
las pasiones humanas, pero todo en su vida lo ponen al sevicio de la santidad y de la acción de la gracia.
El texto (Mt 5,1-12a)
El texto de Mateo, que la Iglesia nos ofrece en esta solemnidad para nuestra contemplación sintetiza el
anuncio evangélico de la santidad en las Bienaventuranzas, las aclamaciones con las que Jesús abre el
discurso del Monte.
El evangelista coloca esta palabra de Jesús, condensada en breves frases, dentro de un discurso de mayor
respiro (capitulos del 5 al 7). Sabemos que tal discurso es considerado como la Carta Magna que el Maestro
ha confiado a su comunidad como palabra normativa y vinculante para definirse cristiana.
Estas palabras del Sermón de la Montaña constituyen la puerta de ingreso del Reino de Dios. A través de esta
puerta, pasarán sólo los pobres, los pequeños, los humildes, los oprimidos; una multitud inmensa que nadie
podrá contar, de toda nación, tribú, pueblo y lengua (cf.Ap 7,9).
Las Bienaventuranzas reevocan directamente la situación angustiosa de los ebreos en Egipto, los cuales,
como narra el libro del Exodo, eran pobres, esclavos, perseguidos, hambrientos, oprimidos. Pero para estos
desventurados de ayer y de hoy ha llegado el libertador. Las Bienaventuranzas son como otra pascua,
anuncio de novedad de vida, de una esperanza realizada y de una liberación en acto.
Nuestra atención por exigencias litúrgicas se detiene en la primera parte del “discurso de la montaña”,
aquella precisamente que se abre, como decíamos, con la proclamación de las bienaventuranzas (Mt 5,1-12).
Algunos particulares:
Mateo prepara al lector a escuchar las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús con una rica concentración
de detalles particulares. Ante todo se indica el lugar en el cual Jesús pronuncia su discurso: “Jesús subió al
monte” (5,1). Por este motivo los exegetas lo definen como el “sermón del monte” a diferencia de Lucas que
lo inserta en el contexto de un lugar llano (Lc 6,20-26). La indicación geográfica “del monte” podría aludir
veladamente a un episodio del AT muy semejante al nuestro: es cuando Moisés promulga el decálogo sobre
el Monte Sinaí. No se excluye que Mateo intente presentar la figura de Jesús, nuevo Moisés, que promulga la
ley nueva.
Otro particular que nos llama la atención es la posición física con la que Jesús pronuncia sus palabras: “se
sentó”. Tal postura confiere a su persona una nota de autoridad en el momento de legislar. Lo rodean los
discípulos y las “muchedumbres”: este particular intenta demostrar que Jesús al pronunciar tales palabras se
ha dirigido a todos y que se deben considerar actuales para todo el que escucha. Hay que notar que el
discurso de Jesús no presenta detalles de formas de vida imposibles, o que están dirigidas a un grupo de
personas especiales o particulares, ni intenta fundar una ética exclusivamente para el interior. Las exigentes
propuestas de Jesús son concretas, comprometidas y decididamente radicales.
Alguien ha estigmatizado así el discurso de Jesús: “Para mí, el texto más importante de la historia humana.
Se dirige a todos, creyentes o no, y permanece después de veinte siglos, como la única luz que brilla todavía
en las tinieblas de la violencia, del miedo, de la soledad en la que ha sido arrojado el Occidente por su propio
orgullo y egoísmo” (Gilbert Cesbron).
El término “bienaventurados” (en griego makarioi) en nuestro contexto no expresa un leguaje “plano” sino
un verdadero y preciso grito de felicidad, difundidísimo en el mundo de la Biblia. En el AT, por ejemplo, se
definen personas “felices” a aquellos que viven las indicaciones de la Sabiduría (Sir 25,7-10). El orante de
los Salmos define “feliz” a quien teme, o más precisamente, a quien ama al Señor, expresándolo en la
observancia de las indicaciones contenidas en la Palabra de Dios (Sal 1,1; 128,1).
La originalidad de Mateo consiste en la unión de una frase secundaria que especifica cada bienaventuranza:
por ejemplo, la afirmación principal “bienaventurados los pobres de espíritu” se ilustra con una frase
añadida “porque de ellos es el reino de los cielos”. Otra diferencia respecto al AT: las de Jesús anuncian una
felicidad que salva en el presente y sin limitaciones. Además, para Jesús, todos pueden acceder a la felicidad,
a condición de que se esté unido a Él.
Nos detendremos particularmente en las tres primeras bienaventuranzas
1) El primer grito va dirigido a los pobres: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el
reino de los cielos”.
El lector queda desorientado: ¿cómo es posible que los pobres puedan ser felices? El pobre en la Biblia es
aquel que se vacía de si mismo y sobre todo renuncia a la presunción de construir su presente y futuro de
modo autónomo, para dejar, por el contrario, más espacio y atención al proyecto de Dios y a su Palabra. El
pobre, siempre en sentido bíblico, no es un hombre cerrado en sí mismo, miserable, sino que nutre una
apertura a Dios y a los demás. Dios representa toda su riqueza. Podríamos decir con Santa Teresa de Ávila:
felices son los que hacen la experiencia del “¡Sólo Dios basta!”, en el sentido de que son ricos de Dios. Un
gran autor espiritual de nuestro tiempo ha descrito así el sentido verdadero de la pobreza: “ Hasta que el
hombre no vacía su corazón, Dios no puede rellenarlo de sí. En cuanto y en la medida que de todo vacíe su
corazón, el Señor lo llena. La pobreza es el vacío, no sólo en lo referente al futuro, sino también en lo que se
refiere al pasado. Ningún lamento o recuerdo, ninguna ansia o deseo. Dios no está en el pasado. Dios no está
en el futuro. ¡Él es la presencia! Deja a Dios tu pasado, deja a Dios tu futuro. Tu pobreza es vivir en el acto
que vives, la presencia pura de Dios que es la Eternidad” (Divo Barsotti). Es la primera bienaventuranza, no
sólo porque da inicio a la serie, sino porque parece condensar las variedades específicas de las otras.
2) ”Bienaventurados los mansos porque poseerán la tierra”.
La segunda bienaventuranza se refiere a la mansedumbre. Una actitud, hoy, poco popular. Incluso para
muchos tiene una connotación negativa y se entiende como debilidad o por aquella imperturbabilidad de
quien sabe controlar por cálculo la propia emotividad. ¿Cuál es el significado de “mansos” en la Biblia? Los
mansos se perfilan como personas que gozan de una gran paz (Salmo 37,10), son considerados como felices,
benditos, amados por Dios. Y al mismo tiempo son contrapuestos a los malvados, impíos, a los pecadores.
De aquí que el AT presenta una riqueza de significados que no nos permiten una definición unívoca. En el
NT el primer texto que encontramos es Mt 11,29: “Aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón”. Un segundo texto está en Mt 21,5. Mateo cuando quiere narrar la entrada de Jesús en Jerusalén,
cita la profecía de Zacarías 9,9: “He aquí que tu siervo viene a ti manso” En verdad, el evangelio de Mateo
pudiera ser definido el evangelio de la mansedumbre.También Pablo recuerda la mansedumbre como una
actitud específica del ser cristiano. En 2 Corintios 10,1 exhorta a los creyentes “por la benignidad y
mansedumbre de Cristo”. En Gálatas 5,22 la mansedumbre es considerada un fruto del Espíritu Santo en el
corazón de los creyentes y consiste en ser mansos, moderados, lentos para herir, dulces, pacientes con los
demás. Y todavía en Efesios 4,32 y Colosenses 3,12 la mansedumbre es un comportamiento que deriva de
ser cristiano y es una señal que caracteriza al hombre nuevo de Cristo. Y finalmente, una indicación
elocuente nos viene de la 1 Pedro 3,3-4: “ Vuestro ornato no ha de ser el exterior, cabellos rizados, ataviados
con collares de oro o la compostura de los vestidos, tratad más bien de adornar el interior de vuestro corazón
con un espíritu incorruptible lleno de mansedumbre y de paz que es lo precioso delante de Dios”. En el
discurso de Jesús ¿qué significado tiene el término “mansos”? Verdaderamente iluminadora es la definición
del hombre manso que nos ofrece el Card. Carlo Maria Martín: “ El hombre manso según las
bienaventuranzas es aquel que, a pesar del ardor de sus sentimientos, permanece dúctil y libre, no posesivo,
internamente libre, siempre sumamente respetuoso del misterio de la libertad, imitador en esto de Dios, que
hace todo en el sumo respeto por el hombre, y mueve al hombre a la obediencia y al amor sin usar jamás la
violencia. La mansedumbre se opone así a toda forma de prepotencia material y moral, es la victoria de la
paz sobre la guerra, del diálogo sobre el atropello”. A esta sabia interpretación se añade la de otro ilustre
exegeta: “La mansedumbre de la que habla las bienaventuranzas no es otra cosa que aquel aspecto de
humildad que se manifiesta en la afabilidad puesta en acto en las relaciones con el prójimo. Tal
mansedumbre encuentra su ilustración y su perfecto modelo en la persona de Jesús, manso y humilde de
corazón. En el fondo nos aparece como una forma de caridad, paciente y delicadamente atenta para con los
demás” (Jacques Dupont).
3) “Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados”.
Se puede llorar por un gran dolor o sufrimiento. Tal estado de ánimo subraya que se trata de una situación
grave, aunque no se indiquen los motivos para identificar la causa. Queriendo identificar hoy la identidad de
estos “afligidos” se podría pensar en todos los cristianos que desean con vehemencia la llegada del Reino y
sufren por tantas cosas negativas en la Iglesia; al contrario de preocuparse de la santidad, la Iglesia presenta
divisiones y heridas. Pueden ser también aquellos que están afligidos por sus propios pecados e
inconsistencias y que, en algún modo, vuelven al camino de la conversión. A estas personas sólo Dios puede
llevarles la novedad de la “consolación”.
Las Bienaventuranzas, son “el lenguaje de la cruz” (1Cor 1,18) capaces de confundir la sabiduria humana
(cfr. 1Cor 1,19-25). ¿Cómo es posible proclamar bienaventurados a los que son pobres, que lloran, que son
perseguidos por causa de la justicia? Esta proclamación salió de la boca de Jesús en un contexto sociocultural similar al nuestro, en el que reinaba la ley del más fuerte, donde la violencia estaba al servicio del
poder y lo que realmente importaba era la riqueza y el dinero. En cada tiempo las bienaventuranzas son
escandalosas y dado que Jesús, el que las vivió plenamente, por la revelación de Dios fue crucificado, las
bienaventuranzas son el lenguaje de la cruz. Es necesario, sin embrago, mirar a la cruz a partir de Jesús, el
Cual ha llegado hasta aquí a causa de su amor vivido hasta el “cumplimiento” total (Gv 13,1), un amor capaz
de transformar un instrumento de condena a muerte en un trono de gloria y desde donde ha reinado glorioso.
A través de toda su vida, Jesús nos ha revelado, que las bienaventuranzas no vienen de condiciones externas
sino que nacen de algunos comportamientos que hay que asumir en el corazón y vivir realmente
encarnándolos día a día.
Quien se encuentra en las situaciones proclamadas por las bienaventuranzaas, quien lucha por asumir tales
actitudes, escuchando la palabra de Jesús, puede sentirse en comunión con El y así experimentar la
bienaventuranza y una profunda alegría, una alegría que se puede experiemtar incluso llorando, pero una
alegría que nadie nos podrá quitar (cfr. Gv 16,23). Entonces vemos que “no estamos sólos sino que nos
sentimos envueltos por una gran nube de testimonios”(cfr. Heb. 12,1) que nos han precedido, son los santos.
La comunión de los santos es experimentable, vivible, es de verdad una realidad capaz de dar sentido a
nuestras vidas, ya desde ahora y después para la vida eterna, cuando estaremos todos juntos con Cristo en el
Reino.
Oración final:
Señor Jesús, tú nos indicas la senda de las bienaventuranzas para llegar a aquella felicidad que es plenitud de
vida y de santidad. Todos estamos llamados a la santidad, pero el tesoro para los santos es sólo Dios. Tu
Palabra Señor, llama santos a todos aquellos que en el bautismo han sido escogidos por tu amor de Padre,
para ser conformes a Cristo. Haz, Señor, que por tu gracia sepamos realizar esta conformidad con Cristo
Jesús. Te damos gracias, Señor, por tus santos que has puesto en nuestro camino, manifestación de tu amor.
Te pedimos perdón porque hemos desfigurado en nosotros tu rostro y renegado nuestra llamada.
Apéndice
Homilía del Excmo. Mons. André Dupuy
Solemnidad de Todos Los Santos
(1º de Noviembre de 2005)
Cierta mañana de la Fiesta de Todos los Santos, una periodista llamó por teléfono a un cura de
parroquia. Quería solicitarle algunos datos, en previsión de una intervención que le tocaba hacer por
la radio, acerca del sentido de la fiesta que hoy celebramos, a la que ella llamaba, la Fiesta de los
Difuntos. Esta periodista quedó desconcertada cuando el cura le explicó que, para los cristianos, la
Fiesta de Todos los Santos no era la de los difuntos, sino la de los vivos para siempre.
La Fiesta de Todos los santos no es la fiesta de la tristeza, sino la de la dicha, de la vida; una de las
grandes festividades de la esperanza, junto con Navidad, Pascua y Pentecostés.
Esta mañana, al invitarles a celebrar la felicidad de los Santos, quisiera recordarles que ser santo es
ser dichoso. Esta es la santidad a la que Cristo nos llama, porque quiere que seamos felices y que lo
seamos eternamente. . Ahora bien: ¿cómo llegar a ser santo, cómo andar en busca de esta felicidad
en el mundo actual? ¿Cómo acoger a Dios en nuestras vidas, cuando, en nuestro alrededor, más y
más personas, amigos y allegados, viven como si Dios no existiera o, al menos, como si hubiese
perdido toda importancia?
Busquemos la respuesta en esta página de Evangelio que abre el sermón pronunciado por Jesús en
la montaña.
Las Bienaventuranzas son una especie de retrato del hombre feliz, del hombre colmado, del hombre
bendito. Por cierto, en primera instancia, este retrato no es el de Uds., ni el mío, ni siquiera el de
todos los santos que celebramos hoy. El retrato que Mateo nos dibuja aquí, es el retrato del Santo
por excelencia, del único verdaderamente santo, Jesucristo. En una de sus encíclicas, Juan Pablo II
decía que las Bienaventuranzas son como el “autorretrato de Cristo”.
El pobre por excelencia es Él. Él, a pesar de ser dueño del cielo y de la tierra, ha sido obediente
hasta la muerte, y la muerte en una cruz.
Él es el manso y humilde de corazón, el misericordioso, el de corazón puro, el pacífico, el que tiene
hambre y sed de justicia, el que padece persecución.
Podríamos decir que, contemplando a Jesús, no hay más que una bienaventuranza, en la que se
resumen todas las demás: ¡Dichosos los que los que aman, los que lo hacen verdaderamente, los que
aman hasta el final. Estos serán colmados de felicidad.
En su estela, hay todos aquellos bienaventurados, los santos grandes y pequeños, los conocidos y
los desconocidos, los reconocidos o ignorados, que pueblan nuestra historia. Los santos anónimos,
los que no están registrados y cuyo secreto amor sólo es conocido por Dios. Por ejemplo, acaso tal
abuelo o abuela que veló por nuestra infancia y que, más allá de la muerte, sigue cuidándonos.
Los santos no son ídolos, sino modelos; son hombres y mujeres que, de una u otra forma, supieron
encontrar el tiempo para contemplar a Aquél cuyo retrato resaltan las Bienaventuranzas: Jesucristo.
Ellos lo tomaron como modelo y se dejaron moldear por Él. De ahí que, a través de ellos, podamos
identificar la huella de la dicha divina, de ésa que Dios nos invita a compartir.
Claro está que esa dicha que Dios nos promete, requiere ciertas condiciones, especialmente una que,
desgraciadamente, hoy no está muy de moda: el amor al silencio. El silencio no es una consigna ni
una disciplina que uno se impone. El silencio es alguien a quien se mira, en quien se vive. Es
imposible descubrir la proximidad de Dios en nuestra vida, si no aceptamos el silencio. Uno queda
admirado, en los monasterios, por la densidad y calidad de ese silencio. ¡ Allí se tiene la impresión
de que el silencio está personificado, que es una vivencia y que la liturgia surge como el himno del
silencio!
Creo que si queremos preservar nuestro equilibrio, si queremos ser en el mundo fermento de una
paz cristiana, tenemos que aprender – o volver a aprender – a amar el silencio. Si queremos ser
felices, busquemos la felicidad junto a Aquél que es su fuente; hagamos tiempo para contemplar a
Cristo, largamente, pacientemente. Dicha contemplación sólo puede realizarse en el silencio, el cual
hace posible la oración.
¿Por qué la oración se nos ha hecho tan difícil? Porque vivimos asomados a un balcón, allí donde
nos llega todo el bullicio de la ciudad y del mundo, allí donde no establecemos sino relaciones
furtivas, de curiosidad.¡Cuántas veces no hemos estado tentados de decir: no sé rezar; ya no sé
rezar!
Al respecto, permítanme que les relate este viejísimo cuento judío de un anciano que rezaba
fervorosamente. El rabino, impresionado por la piedad del anciano, se le acerca, para tratar de
comprender el secreto de su piedad. Y, sorpresa, se da cuenta de que el anciano estaba recitando el
alfabeto. Entonces, con tono de reproche, le pregunta: “¿qué estás diciendo?”. A lo que el anciano
contestó: “ya ves, rabí, yo soy pobre, no tengo mucha instrucción y no quiero disgustar a mi
Creador. Por lo tanto, le ofrezco las letras del alfabeto, para que las use y él mismo componga la
oración que le gustaría oir”.
¡Qué asombrosa oración aquella! ¡Y qué afortunado regalo para los días de cansancio y para los
verdaderos momentos de abandono!
En esta Fiesta de Todos los Santos y en vísperas del Día de los Difuntos, mientras muchos de Uds.
irán al cementerio para depositar una flor ante una tumba y rezar por un difunto, recuerden que Dios
nos llama a la felicidad, a la auténtica felicidad. Recuerden que ésta nunca se nos da de inmediato;
se fracciona en una multitud de alegrías provisionales y parciales. Debemos aprender a vivir con
esas minúsculas alegrías.
Una de las claves de la felicidad consiste en hacer del tiempo un amigo. La paciencia, el arte de la
espera, es una cualidad bíblica. Dejemos que el tiempo haga su obra, tan necesario para que todo
fruto madure en nosotros.
Descargar