bases para una auténtica democracia

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BASES PARA UNA AUTENTICA DEMOCRACIA*
Eduardo NOVOA MONREAL
[Capítulo V del libro “Derecho, Política y Democracia”,
Editorial TEMIS, Bogotá, 1983,
digitalizado por Centro Documental Blest]
CONTENIDO
1. NECESIDAD DE ACUERDO SOBRE UN CONCEPTO COMÚN DE DEMOCRACIA
2. EL CAPITALISMO Y SU NECESARIA CONSECUENCIA: LA PLUTOCRACIA
3. LA DEFORMACIÓN DE LA CONCIENCIA SOCIAL Y LA FALAZ UTILIZACIÓN DEL
DERECHO POR EL CAPITALISMO
4. LOS MECANISMOS JURÍDICOS EMPLEADOS
5. LA MITOLOGÍA JURÍDICA HA PENETRADO HASTA LO MÁS PROFUNDO
6. EL DERECHO QUE UTILIZARÁ UNA AUTÉNTICA DEMOCRACIA
7. ALGUNAS IDEAS BÁSICAS PARA UNA LEGISLACIÓN DEMOCRÁTICA
1. NECESIDAD DE ACUERDO SOBRE UN CONCEPTO COMÚN DE
DEMOCRACIA
La expresión democracia carece hoy de precisión. A fuerza de abusar de ella, muchas tendencias
políticas, sociales y económicas la emplean en un sentido diverso. Es posible que la definición
original: "gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo" fuera demasiado abstracta y diera
por ello cabida a conceptos de democracia que no pueden ser tenidos como exactos.
*
Este capítulo corresponde a un trabajo denominado "Los condicionamientos jurídicos de la democracia en
América Latina", incorporado a la obra colectiva titulada: La lucha por la democracia en América Latina,
edición de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid, 1981. Fue
reproducido, también en la revista Chile-América, antes citada, números 68-69, correspondientes a eneromarzo de 1981.
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Hoy hablan también de democracia los elementos reaccionarios. Los capitalistas, algunos de ellos
tal vez de buena fe, pretenden aceptar la vida democrática.
La mejor prueba de la ambigüedad del término está en que para muchos grupos influyentes que
hacen sentir su peso a través de los medios masivos de comunicación social, ni Cuba ni Nicaragua
de hoy deberían ser incluidas entre las democracias.
A veces se dice que el origen de la vocación democrática en América Latina proviene de la
Revolución Francesa, omitiéndose que también el capitalismo encuentra justificación política en las
ideas de esa Revolución.
En la imposibilidad de extendernos a consideraciones generales de esa especie, nos limitaremos a
sentar algunas afirmaciones elementales con las que queda explicado nuestro pensamiento:
a) el concepto de democracia desborda el plano político y ha de penetrar abiertamente en el
económico;
b) la libertad e igualdad que constituyen el supuesto previo de la democracia política, no pueden
existir en la práctica entre individuos cuya capacidad económica es gravemente desigual;
c) no hay democracia verdadera si todos los miembros de la sociedad no tienen acceso a trabajo
estable y bien remunerado, a todos los grados de la educación y a las manifestaciones superiores
de la cultura; esto significa que una sociedad con grupos marginales no es democracia;
d) la democracia es algo más que la entrega de un voto para elegir a gobernantes o a
representantes del pueblo: ella exige una participación activa y consciente de todos en el examen y
decisión de los problemas sociales y en el cumplimiento de los acuerdos producidos;
e) la democracia supone un elevado contenido ético, un cabal reconocimiento de los derechos
humanos y respeto por las ideas de quienes sustentan opiniones minoritarias o disidentes, lo cual
no impide la adopción de restricciones de sus derechos para todos aquellos que están dispuestos a
abusar de la democracia o a acabar con ella: la democracia debe defenderse;
f) dentro de la democracia los derechos sociales, económicos y culturales son tan valiosos e
importantes como los derechos individuales civiles y políticos.
2. EL CAPITALISMO Y SU NECESARIA CONSECUENCIA:
LA PLUTOCRACIA
La Revolución Francesa proporcionó la ideología que iba a ser utilizada por los económicamente
poderosos para tomar el mando de la sociedad. La concepción individualista del hombre hizo que
los más afortunados, y muchas veces los más audaces y codiciosos, tomaran ventaja sobre los
demás y, mediante la apropiación de los recursos naturales y la explotación del trabajo ajeno,
consolidaran su unilateral conquista de la riqueza. Entretanto los otros, disgregados y atomizados
por obra del individualismo, debían conformarse con vender su trabajo a los ricos, a cambio de un
salario apenas suficiente para mantener su vida y la de sus familias.
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Las doctrinas económicas liberales contribuyeron a afirmar esa ideología y la usaron en su
beneficio, pues conforme a sus principios la producción de los bienes necesarios para los seres
humanos y para el progreso general de la sociedad solamente puede desarrollarse dentro de un
ambiente de completa libertad de industria y comercio, en el que cada empresario obre al impulso
de su libre iniciativa en actividades económicas que el libre mercado regulará automáticamente,
especialmente por efecto de la ley de la oferta y de la demanda.
Con ello surgió la actual sociedad capitalista en la que el espíritu de lucro es el motor de las
actividades económicas, en la que los capitalistas incrementan cada vez más su riqueza y en la que
el trabajo humano se valora tan solo como un insumo necesario para la producción de bienes.
Como resultado se llegó a estructuras sociales que permiten a algunos la acumulación ilimitada de
cantidades enormes de bienes y que sitúan a los demás en la triste condición de tener que
venderles su capacidad de trabajo -pese a ser esta una nobilísima manifestación de la personalidad
humana- como una simple mercancía.
Esto explica que la libertad y la igualdad, que se colocaban como soporte de la ideología política
capitalista, se tragaran totalmente a la fraternidad y, no solo eso, sino que, además, se
convirtieron en "justificaciones" para hacer perdurar tan inhumano sistema; en adelante, la
apelación abstracta a la libertad e igualdad se va a usar por el capitalismo como pantalla destinada
a encubrir la desigualdad abismal que existe entre capitalista y trabajador en la celebración del
contrato de trabajo, medio que permite hacer fortuna a los empresarios y sobrevivir a los
desposeídos. De este modo, una libertad y una igualdad puramente teóricas, dadas las profundas y
graves diferencias económicas existentes han venido a servir para ocultar la desigualdad real y la
sujeción del obrero a un sistema económico esclavizante.
El astuto acierto de los capitalistas estuvo en que a lo largo de mucho tiempo consiguieron
identificar a la libertad -que tan deslumbrante efecto tiene para los oprimidos y explotados- con la
ausencia total de leyes éticas y jurídicas que regularan sus actividades económicas, y a la igualdad
-de no menor fulgor- con una falsa equivalencia jurídica entre quienes celebran el contrato de
trabajo.
3. LA DEFORMACIÓN DE LA CONCIENCIA SOCIAL Y LA FALAZ
UTILIZACIÓN DEL DERECHO POR EL CAPITALISMO
Aun cuando en el momento presente la irrupción de nuevas ideas de organización social, sean ellas
revolucionarias o simplemente reformistas, haya eliminado en muchos el señalado espejismo, no
Puede negarse que la clase económicamente poderosa ha logrado desarrollar una conciencia social
deformada bastante amplia en apoyo de las estructuras político-económicas que la favorecen, al
punto que en diferentes tiempos y lugares se ha visto a oprimidos hacer causa común con sus
opresores, impulsados por la defensa de esa supuesta libertad, que no es sino la libertad de
explotar a los más débiles. Los eficaces recursos técnicos que puede proporcionar el dinero bajo la
forma de medios masivos de comunicación, el manejo de la educación y otros arbitrios sociales han
sido puestos al servicio de la formación de una cultura viciada, que confunde los conceptos y que
equivoca las conveniencias. En los países en desarrollo el fenómeno se ve agravado por la
influencia cultural del imperio y por la ayuda de todo orden que el gran capital monopólico
internacional otorga a la clase dominante interna para el mismo fin.
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De esta forma, todo queda dispuesto en la vida social para que el sistema capitalista imperante,
pese a lo injusto que es, sea presentado a los dominados como un modelo social insuperable, que
asegura un progreso ilimitado, suficiente para poner término en definitiva a la miseria y que no
puede ser alterado sino al precio de los mayores desastres económicos y sociales. A través de la
literatura, la prensa, la radio y la televisión, el modo de vida altamente consumista, ayuno de
ideales y de valores trascendentes, afanoso por la máxima posesión de bienes, de que disfruta la
metrópoli, es exhibido como el paradigma más apropiado para resolver la felicidad de los pueblos.
Se lo liga, asimismo, con los más altos valores generalmente reconocidos y se lo vincula con los
más sublimes símbolos religiosos, morales y nacionales. La alternativa es clara: o paciencia para
soportar una pobreza cuya desaparición se promete hacia el futuro, o la amenaza de un caos
absoluto, pintado de la manera más inhibitoria e intimidante.
Desde el punto de vista específico que nos concierne, que es el jurídico, habremos de mostrar
esquemáticamente la forma como los plutócratas han manejado y continúan manejando el derecho
de modo altamente provechoso para la preservación de sus intereses.
La ley y el derecho se usan como los más convincentes argumentos para la perduración del
régimen, aprovechando el milenario prestigio y fascinación de que gozan. Mediante ellos no solo se
logra imponer de hecho un orden social coercitivo destinado a preservar el dominio de los menos,
sino que, además, se obtiene hacer penetrar en la mentalidad popular nociones que serán
utilísimas para asignarle al régimen capitalista un carácter sagrado e intocable. El mito de lo
jurídico gana con ello una función bien precisa, que se logra extender hasta aspectos muy
generales de la organización social. Por ejemplo, la acartonada democracia representativa se
confunde con participación directa del pueblo en el gobierno; la aceptación indiscriminada de
mecanismos electorales establecidos, con respeto de la voluntad de las mayorías; la renuncia total
a la violencia, con el espíritu cristiano de amor y de paz; la sumisión al ordenamiento socioeconómico que favorece a unos pocos, con patriotismo, disciplina y sentido del orden; el Estado,
con un ente abstracto y superior que observa neutralidad frente a los antagonismos sociales y se
dedica a imponer respeto a los derechos de todos; el monopolio de los medios de comunicación
social por los grandes empresarios, con la libertad de información, etc.
Se presentan como principios y reglas indiscutidas y universalmente válidos de la ciencia jurídica, a
proposiciones que pertenecen exclusivamente a la inspiración liberal-individualista en que se
asienta el sistema. Así ellas adquieren lustre y pasan a ser tenidas por la generalidad como las
únicas instituciones posibles para una vida social encauzada por vías de orden y de progreso. En
tal sentido se emplean postulados como la propiedad privada absoluta, la autonomía de la voluntad
en la actividad contractual, la libertad de industria y comercio, la irretroactividad de la ley y la
venta del trabajo personal. La noción de persona -en su sentido jurídico restringido de sujeto de
derechos- es aprovechada para brillantes lucubraciones relativas a la libertad y capacidad del ser
humano, pero en definitiva será utilizada principalmente para legitimar la cesión por el trabajador
de su actividad productiva a un empresario privado.
Todo esto envuelve una mistificación abierta, porque significa presentar como un régimen
socialmente justo, conforme a supuestas conclusiones jurídicas teóricas, a lo que no es sino un
plan plutocrático de ganar ventaja para su sistema propio por la vía de confundir la más pura
juridicidad con la ideología liberal-individualista. Y se muestra como único sistema jurídico de
alcurnia a lo que no es sino la resurrección de las más arcaicas fórmulas romanas de comienzos de
nuestra era.
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4. LOS MECANISMOS JURÍDICOS EMPLEADOS
La ideología liberal-individualista permitió al capitalismo estructurar sociedades compuestas de
individuos aislados, a cada uno de los cuales era otorgado un radio personal de acción en lo
jurídico y en lo económico, que les marcaba un ámbito exclusivo. Por cierto que el ámbito de quien
poseía grandes riquezas era mucho más dilatado, de hecho, que el de quien poseía escasos bienes
o no poseía ninguno. Dentro de este ámbito cada individuo tenía la más completa libertad de
decisión. Su actuación era libre, además, en todo el campo no ocupado por ámbitos exclusivos de
otros, pues su única limitación consistía en no chocar con el marco de otro y en no traspasarlo
jamás. Las relaciones entre los diversos ámbitos se generaban por medio de contratos libremente
celebrados y por la competencia económica. De este modo se construía una sociedad atomizada,
en la que los poderosos, librados a su afán de lucro y a su ambición, con el empleo del libre
contrato, lograban ir aumentando permanentemente su ámbito propio a expensas de los
pequeños.- Era una libre competencia destinada a hacer cada vez más rico al poseedor de bienes y
cada vez más pobre al desposeído, según lo han demostrado nítidamente los hechos sociales
posteriores (véase figura 1).
FIGURA 1
El cuadro representa una sociedad organizada al modo individualista. Los círculos corresponden a
los ámbitos privados desiguales de los individuos que conviven dentro de ella, constituidos por sus
derechos subjetivos. Esos ámbitos privados se erigen en verdaderos reductos que se prohíbe
franquear a los demás. Allí el individuo se encierra para sí mismo. El derecho evita los choques e
invasiones de un ámbito con otro. Entretanto ellos no se produzcan los hombres están en paz entre
sí (derecho estático). El derecho entra en acción en los casos de conflictos. La sociedad así
concebida es una suma o yuxtaposición de individuos.
Para esta ideología, las posibilidades individuales de actuación son muy amplias y sin otra
restricción que las que ya hemos señalado. Lo prohibido viene a surgir tan solo cuando un
individuo ocasiona, con dañada intención, un perjuicio efectivo a otro. El derecho queda reducido a
una normativa estática que protege los derechos adquiridos de cada uno, que establece los plenos
efectos de la voluntad de contratantes individuales y que sanciona al que traspone el ámbito ajeno.
Sirve fundamentalmente para poner cerco defensivo a lo de cada uno (suum cuique) y para
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conciliar voluntades libres en conflicto cuando este llega a surgir dentro del campo de libre
actividad económica entre particulares. Es el derecho de los propietarios y de los industriales, en el
sentido de que ampara sus bienes y sus convenciones y castiga a quienes intentan vulnerarlos.
La faena de crear un sistema jurídico específico destinado a reproducir y a preservar
indefinidamente este régimen liberal-individualista tan útil para su florecimiento, fue ya una
notable labor del capitalismo, por mucho que este viera facilitada su tarea con el simple trasiego
del derecho privado romano de inicios de esta era, por cuanto ajustaba como anillo al dedo a sus
designios. Pero su triunfo indiscutible consistió en haber formado a tantas generaciones de juristas
convencidos de que ese era el único derecho que realmente representaba la justicia en la vida de
los hombres o, en el peor de los casos, el único derecho posible. Es lo que aún en nuestros días es
denominado con unción como "Derecho" (así, con mayúscula).
Nuestra tarea es la de demostrar que ese es un derecho enteramente unilateral y, por
consiguiente, parcial, clasista, destinado a proteger los intereses de un sector reducido de la
sociedad y que vela casi exclusivamente por estos; no obstante que se le proclame como la
máxima expresión de la sabiduría humana de siglos aplicada a la regulación de las relaciones
sociales de los hombres entre sí. Esta es la razón por la cual no puede concebirse una democracia
auténtica que no realice previamente su crítica total, que no revise todos sus pretendidos
"principios" desde sus más recónditas raíces y que no busque normas diferentes a las suyas,
realmente igualitarias y de pleno beneficio social.
Descubrir los mecanismos montados por el capitalismo para sostener sus intereses particulares
valiéndose de la ley y del derecho, no es difícil si se efectúa un análisis de los propósitos bastante
ostensibles que él perseguía. Estos eran, obviamente, por una Parte, conservar el sistema que
había permitido a los suyos tomar el control económico y político de la sociedad y, por la otra,
cerrar el paso a todo cambio que otros intereses intentaren alguna vez introducir.
Para lo primero, el capitalismo forjó las ideas de persona (en el sentido jurídico estricto de sujeto
de derechos); de libertad de contratación, concedida sin restricciones a cualquier individuo; de
autonomía de la voluntad, como poder absoluto determinador de los lazos jurídicos que vinculan a
los hombres entre sí, y de derechos subjetivos -principalmente el de propiedad privada sobre
cualquier clase de bienes- como facultades absolutas que corresponden a aquellos sujetos de
derechos.
En principio, todo individuo es tenido por sujeto de derechos, lo que significa que puede adquirir
bienes y disponer libremente de lo suyo. La libertad de contratación permite a todo individuo
entrar en relación con otros y celebrar con ellos toda clase de convenciones cuyo efecto es
determinado soberanamente por las propias voluntades. Los derechos subjetivos expresan las
atribuciones personales que se reconocen a cada individuo, las cuales dependen de los bienes que
poseen y de los derechos que llegan a obtener mediante la libre contratación. De esta manera
queda cerrado un armonioso círculo en el que todos son personas, todos tienen un patrimonio y
todos están en igual aptitud para decidir por su propia voluntad acerca de las relaciones,
compromisos y ventajas u obligaciones que pueden ligarlos con otros.
Si todo este mecanismo funcionara en el vacío o en una sociedad de individuos dotados de
condiciones económicas, aptitudes y necesidades equivalentes, nada habría de objetar. Pero
aplicado a la sociedad realmente existente sirvió para cubrir con respetable manto de juridicidad y
legitimidad a las mayores injusticias. Porque los desposeídos, que son los más, están obligados a
vender su fuerza de trabajo, único patrimonio suyo, a los poseedores de la tierra y de los medios
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de producción. Su condición teórica de sujetos de derechos no impide que el empresario quede en
situación de ostensible ventaja al celebrar con ellos el correspondiente contrato de trabajo, el cual
va a quedar consagrado como suma expresión de la justicia por haber sido celebrado entre
"sujetos de derechos" nominalmente iguales, que "voluntariamente" acordaron sus términos. Como
consecuencia de ello, se otorga sello jurídico a relaciones efectivamente desiguales que quedan
cubiertas con apariencias de equidad y de justicia, lo cual permite el legítimo traspaso de lo que el
trabajador produce a poder del empresario, siempre afanoso por pagar el menor salario posible. El
resultado es, inevitablemente, el enriquecimiento cada vez mayor de los capitalistas y un agudo
deterioro económico progresivo de los débiles.
En cuanto a las medidas de aseguramiento contra cualquier cambio que pueda alterar ese conjunto
de normas jurídicas tan beneficiosas para el capitalismo, los mecanismos empleados por este en
plano jurídico semejaron a un eficiente cerrojo que impide cualquier penetración de corrientes
renovadoras en el ámbito de ese derecho unilateral. Los principales fueron: la propiedad privada
absoluta, ilimitada en cantidad y en la clase de bienes sobre los que puede recaer; la
irrevocabilidad de los derechos adquiridos y la irretroactividad de la ley.
El derecho de propiedad privada fue sacralizado y elevado a la categoría de máximo valor social,
equiparable a la libertad humana (véase la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano); se le asignaron fundamentos en la voluntad divina y se le declaró regido por
ineludibles exigencias de la naturaleza misma del hombre y de la sociedad. Derecho tan sacrosanto
no podía ser desconocido ni limitado por autoridad alguna y aseguraba a su titular una plenitud de
facultades en relación a las cosas que le pertenecían. Por ello es que dentro de lo suyo el
propietario podía hacer lo que quisiera, sin que poder humano pudiera impedirlo, cualesquiera que
fueran las necesidades o pretensiones de otros individuos. La propiedad, bajo el ala protectora del
derecho se convertía en absoluta, perpetua e ilimitada en su cantidad para los afortunados que la
obtenían. Estos, además, podían trasmitirla a sus sucesores por los siglos de los siglos mediante la
herencia.
La irrevocabilidad de los derechos adquiridos obra conjuntamente con la irretroactividad de la ley y
permite concluir que derechos que han entrado al ámbito privado de un individuo en conformidad
con la legislación existente en el momento de su adquisición, no pueden ser desconocidos jamás
por nadie, cualesquiera que sean las variaciones de la vida social y las modificaciones que la
historia traiga para las condiciones económicas y las necesidades de los otros individuos, sin
importar la urgencia de aquellas o el número de estos. Ni siquiera el legislador, expresión suprema
de la "voluntad general" según la ideología y, por tanto, poseedor de la plena soberanía
correspondiente a una sociedad humana organizada, podía introducir restricción, cambio o
reducción algunos en los derechos ya consolidados en cada uno de los individuos que los habían
adquirido; de aquí la doctrina de la irretroactividad de la ley, destinada a impedir que quienes
aparecen como representantes y mandatarios de la sociedad toda, pudieran modificar o alterar los
derechos adquiridos por los individuos antes de cualquier ley progresista que intentara introducir
una nueva ordenación económico-social.
Como se ve, el propósito claro era tener por intangible absolutamente la situación económicosocial que cada uno obtuviese dentro del régimen capitalista, asegurarle una vigencia ad aeternum
y tener argumentos "jurídicos" para alegar violación del "Derecho", cada vez que un legislador más
sensitivo procurare hacer algún reajuste que reparara siquiera en parte las injusticias producidas.
Fue un designio de consolidación perpetua de un régimen inicuo, como forma de no perder ni en
mínima parte las injustas ventajas logradas dentro de él.
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Con tal objetivo se luchó por presentar como único derecho posible y como único régimen social
justo, ordenado y humano, a un conjunto de instituciones, principios y normas deliberantes
seleccionados y que no eran sino expresión de los intereses de un reducidísimo sector social.
Es cierto que tanta mistificación y falacia no conservan plena vigencia en nuestros días. Es cierto
que como resultado de la desigual lucha que han asumido las clases más débiles, varias de las
instituciones, principios y normas pregonados y alzaprimados por el capitalismo han cedido o han
debido soportar alteraciones considerables. Es cierto que al impulso de tendencias reformistas se
ha hecho bastante para limar las aristas más ofensivas de esa elaboración reaccionaria.
Pero errarían gravemente quienes pensaran que eso ya no subsiste y que el derecho que se
predica, se estudia y se desarrolla en los países de cultura legal europeo-occidental (entre ellos, los
países de América Latina), ha logrado sacudirse de tanta y tan interesada distorsión. Porque la
verdad -aunque apenas un puñado de juristas modernos tenga conciencia de ello- es que el
derecho que se aplica preponderantemente en estas sociedades, el que aún se halla en-quistado
en sus más hondas raíces y el que se tiene como objeto del estudio más científico que se realiza en
los institutos jurídicos, sigue siendo ese derecho teñido de liberal-individualismo, que repugna toda
inspiración social y que se opone a todo cambio estructural de algún alcance. Y lo prueba el hecho
de que cada vez que se propone alguna medida legislativa progresista, abundan las objeciones en
contra de ella mediante argumentos jurídicos que se esgrimen como impedimentos insalvables.
5. LA MITOLOGÍA JURÍDICA HA PENETRADO HASTA LO MÁS PROFUNDO
No se crea que la engañosa elaboración jurídica que denunciamos es un escollo fácil de remover o
que bastaría formar plena conciencia de ella para que los grupos más progresistas, por lo menos,
se dieran cuenta de sus falsos fines y propósitos.
Porque la elaboración ha sido muy inteligente y ha logrado comprometer extenso apoyo a ella por
medio de la invocación de conceptos filosóficos y hasta de ideas que se tienen por vinculadas a las
creencias religiosas. Ponerla en evidencia significa, por ello, no solo plantear la impugnación en el
campo técnico-jurídico, sino también en uno mucho más vasto, álgido y profundo, colmado de
implicancias que llegan a íntimos rincones de la interioridad humana.
Si puede afirmarse que en el pensamiento político la humanidad ha pasado desde formas míticas a
formas racionales al impulso de la secularización de ideas, representaciones y conceptos que,
siendo originariamente eclesiásticos, fueron posteriormente transferidos al campo político, no
puede llegarse a conclusión semejante respecto del pensamiento jurídico.
Lamentablemente el derecho, tal vez por su naturaleza propia tendiente a menudo a la
estabilización y permanencia de las reglas, ha estado siempre dominado por juristas conservadores
que han puesto todo su esfuerzo en procurar el mantenimiento de sus pretendidos principios
fundamentales y en oponerse a todo intento de modernizarlo. En este sentido puede señalarse,
como un ejemplo apropiado, la vasta labor de Georges Ripert en la primera mitad de este siglo.
Son los juristas de fines del siglo XVIII y del siglo XIX los que crean el derecho tradicional que
persiste hasta hoy, cuyo rostro no puede considerarse rejuvenecido por ligeros maquillajes que en
él han logrado -que no otra cosa son- los esfuerzos de juristas en alguna medida renovadores.
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Para corroborar lo expuesto basta recordar algunos hechos demostrativos:
a) para jueces y abogados el derecho que marca huellas en lo más profundo de su formación, es el
derecho privado; precisamente la rama jurídica que menos significación tiene en la vida social
moderna, pero que en épocas precedentes instiló la más pura esencia de la ideología liberalindividualista dentro de la ciencia del derecho;
b) asimismo, la casi totalidad de las facultades y escuelas de derecho de nuestros países destina la
mayor parte del tiempo de estudios al conocimiento y profundización de esa parte del derecho, por
considerarla la más sólidamente fundada en lo teórico, la que mejor desarrolla la lógica jurídica y la
más apta para formar el criterio del jurista;
c) la enseñanza actual del derecho reclamaría, por el contrario, una primacía de los derechos
público y social, la que no se da debido a esta anacrónica aunque no inconsciente preferencia por
el derecho privado;
d) hasta en la formación de los especialistas en derecho público y derecho social puede apreciarse
cómo los criterios inspiradores se buscan siempre en el derecho privado, pese a que este sector de
los estudios jurídicos está asentado en principios claramente antagónicos a los de las otras partes
citadas; esto envuelve una "privatización" de las otras ramas jurídicas con efecto desnaturalizador
de estas y con encubierta infiltración en ellas de la ideología liberal-individualista.
Hasta la filosofía jurídica mejor elaborada está inficionada hasta sus raíces por el virus liberalindividualista y por supuestos principios que favorecen la mantención del status.
La idea medieval de que por sobre el derecho positivo humano existe un derecho de origen divino
con validez superior a aquel, vale decir, la superposición de un derecho natural obligatorio para el
legislador humano y para todo hombre, es uno de los mitos que ha tenido mayor influencia
conservadora dentro de los conceptos jurídicos a lo largo de la historia. Para ello se argumenta que
la legislación tradicional, que ha regido durante tantos siglos, se ciñe en todas sus grandes líneas a
ese pretendido derecho natural, por lo que todas sus instituciones básicas, en especial la propiedad
privada y la libre contratación, deben tenerse por tan eternas e inmutables como se sostiene que
es dicho derecho. El oculto fin es desprestigiar todo intento de alterar la legislación tradicional y
toda búsqueda de otra forma de organización social diversa de la que conocemos. Cualquier
cambio esencial contravendría el derecho natural y habría de ser tenido como ilegítimo.
Otro de los mitos ha sido la idea de que el derecho tiene un contenido propio dirigido a establecer
una forma de vida social concreta basada en la justicia y en la paz. No es esta la verdad, sin
embargo, porque el derecho no pasa de ser por sí mismo sino una técnica encaminada a obtener la
mayor eficacia de ciertas reglas de conducta con el mínimo de esfuerzo de los mecanismos sociales
disponibles. El contenido de dichas reglas y el esquema de ordenación social al cual ellas tienden
está fuera del derecho: corresponde a las diversas concepciones políticas, económicas y sociales
que se disputan la dirección de una sociedad determinada. El derecho es, propiamente, un
instrumento técnico al servicio de dichas concepciones, que no se confunde con ninguna de estas.
La función del derecho es instrumental y no final.
De aquí se desprende que los principios verdaderamente jurídicos son apenas formales; el
contenido con el que se les llena en la vida práctica de la legislación es imbuido por las ciencias de
organización social como la política, la economía o la sociología.
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Al infundirse en la filosofía del derecho la falsa idea de que es el derecho el que decide y responde
por una determinada forma de organización social, se logró revestir a la unilateral ideología liberalindividualista con todo el prestigio y el respaldo que puede proporcionar un derecho mítico.
6. EL DERECHO QUE UTILIZARÁ UNA AUTÉNTICA DEMOCRACIA
La construcción de una sociedad auténticamente democrática es inconciliable con el predominio de
esa errónea e interesada concepción del derecho. Esto trasforma al esclarecimiento de lo que es
verdaderamente el derecho en una de las tareas indispensables y previas para la construcción y el
establecimiento de una democracia verdadera.
Si es democracia el régimen de organización social que reconoce la dignidad humana de sus
miembros, que respeta y ampara sus derechos humanos, que admite la participación de aquellos
en todos los aspectos de la vida social y que distribuye equitativamente entre todos el producto
material y espiritual de una forma armónica de asociación humana, ella deberá ser conformada
mediante reglas de conducta que estén imbuidas de espíritu solidario, de respeto a la condición
humana de cada uno, de participación general en las tareas de dirección y de repartición igualitaria
de los beneficios sociales. Mientras en la sociedad organizada al modo capitalista cada individuo
actúa en competencia con los demás, velando egoístamente por la seguridad de lo suyo, una
democracia auténtica habrá de estar centrada en las conveniencias generales, que prevalecerán
sobre las particulares de cada individuo y hacia ellas tenderán los esfuerzos fraternales y solidarios
de cada uno de sus miembros (véase figura 2).
FIGURA 2
El círculo ondulado representa a una sociedad organizada a base de solidaridad social. Su centro
representa el bien colectivo. Cada individuo tiene un ámbito propio, pero ese ámbito tiene tres
características: a) proporciona a cada uno la conveniente independencia, pero no es cerrado; b) los
individuos no rehuyen contacto con los demás sino que, por el contrario, se unen codo a codo para
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emprender tareas de bien colectivo en cumplimiento del deber social; c) cada individuo mira hacia
el bien colectivo (centro del círculo) como meta de sus deberes para con la sociedad.
Es preciso comprender que el contenido que el liberal -individualismo asignó al derecho, no es el
que corresponde a este inherentemente. Todas las ideas en las que se basa una concepción
realmente democrática de la sociedad pueden ser sostenidas y apoyadas, a su vez, por normas
jurídicas nuevas y válidas, conformadas a la realización de una sociedad humana más satisfactoria.
Una forma de organización auténticamente democrática de la sociedad que imponga un modelo de
vida solidario y participativo para todos y que para ello requiera la derogación de todos los
privilegios y ventajas que injustificadamente han alcanzado unos pocos en desmedro de los más,
no se encuentra en pugna con el derecho ni huella principio jurídico alguno. Por el contrario, todo
intento de instaurar una organización social más justa y más armónica, podrá valerse
instrumentalmente de los principios y normas del derecho, cuya más plena realización no puede
ser otra que el establecimiento de una ordenación social impecable.
Deliberadamente hemos omitido en esta explicación entrar en precisiones mayores, determinados
por un espíritu de unidad democrática. Pues desde los sectores reformistas avanzados hasta los
sectores integralmente socialistas pueden aprovechar esta tesis y no aspiramos nosotros a ser
los árbitros de una posible diferencia de formas o de objetivos políticos, sino poner nuestros
conocimientos jurídicos al servicio de todos aquellos que repudian el status actual y que luchan por
una sociedad auténticamente democrática.
De una manera inevitable, sin embargo, quedamos obligados, para que nuestro empeño sea útil, a
mostrar las líneas más generales de bases normativas que puedan ser empleadas prácticamente
para el éxito de una auténtica democracia. Es un paso indispensable para que esta explicación
trascienda el plano de la pura teoría y pueda proyectarse a un sistema social realizable.
7. ALGUNAS IDEAS BÁSICAS PARA UNA LEGISLACIÓN DEMOCRÁTICA
Sin pretensión alguna de agotar la materia, sugerimos algunas ideas centrales que podrían inspirar
a la legislación de una democracia auténtica. Mantenemos en ellas la amplitud necesaria para que
puedan ser aceptadas tanto por posiciones reformistas como por las revolucionarias.
1) La regla central que debe estar en la base misma de toda organización democrática es la de que
el interés general tiene predominio sobre el interés particular de alguno o de varios miembros de la
sociedad, razón por la cual este último debe ceder cuando se encuentre en contraposición con
aquel.
Esto es fundamental para marcar que el derecho se pone al servicio de toda la sociedad y no se
presta a su manipulación por un determinado sector de ella.
2) Debe entenderse que la ley del Estado tiene el poder para remover toda situación injusta o
inconveniente para el interés social, aun cuando esa situación haya sido alcanzada por un
particular con arreglo a disposiciones legales precedentes.
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No hay derechos adquiridos que puedan detener el progreso social o que puedan oponerse al
interés social general.
3) En el caso de que la necesidad de corregir injusticias sociales o de hacer prevalecer los
intereses generales haga necesario despojar a algún particular de bienes o de derechos de que
antes hubiera estado gozando, habrá de contemplarse por la ley correspondiente una
compensación en dinero o en especie en su favor, siempre que la medida afecte a bienes suyos
que haya adquirido mediante legítimo trabajo propio.
4) Todos los ciudadanos han de participar en el examen y decisión de los más altos problemas
sociales, sin perjuicio de que en lo relativo a la administración ordinaria de la sociedad puedan ellos
delegar tales facultades en representantes suyos. Estos representantes serán revocables en
cualquier momento.
5) Toca al Estado, como organización jurídica suprema de la sociedad, asumir la tutoría y gestión
normales del interés general. El Estado está encargado de regular las actividades económicas de la
nación con miras al bien colectivo. El Estado también debe promover y sostener todas las
actividades que estimulen y faciliten la solidaridad y la fraternidad entre los hombres y las
naciones, que desarrollen la educación y la cultura de todo el pueblo, que tiendan a la unidad
nacional y que procuren el mayor bienestar de todos los habitantes.
6) La asunción por el Estado de atribuciones tan amplias y generales, hace necesario el
establecimiento de un régimen de control de sus autoridades, funcionarios y agentes, que permita
imponer en todos ellos una conducta honesta dirigida a asegurar el cumplimiento de las
necesidades y conveniencias generales y una sujeción estricta al régimen jurídico vigente. La
burocracia debe estar al servicio de los ciudadanos.
7) Los derechos humanos deben ser objeto de una especial protección. Ésta será encomendada a
representantes populares dotados de las facultades y medios apropiados para investigar los actos
que los vulneren y para obtener la sanción de sus violadores.
8) Si bien los ciudadanos gozan de derechos, también pesan sobre ellos deberes hacia la
comunidad, especialmente aquellos que consisten en la subordinación de sus actividades e
intereses al interés general y que señalan su necesaria solidaridad con todos los hombres.
9) El trabajo humano debe ser respetado como expresión relevante de la personalidad del hombre.
Solamente podrá ser cedido a otros hombres en cuanto aseguren ese respeto y compensen a quien
lo realiza de manera congruente con su alto valor social y con las necesidades humanas del que lo
presta.
10) Se reconocerá propiedad privada sobre los bienes que un individuo ha adquirido con su trabajo
personal y que le son necesarios para su perfeccionamiento humano y para el bienestar de su
familia, en tanto ello no limite derechos equivalentes de otros. En todo caso, esa propiedad habrá
de ser ejercida siempre de manera compatible con el interés general. No se admitirá acumulación
de bienes de cualquier especie que excedan a las necesidades indicadas o a las exigencias de un
sistema de organización económica que cuente con el consenso social.
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11) Los particulares pueden celebrar entre ellos contratos patrimoniales relativos a los bienes de
que legalmente pueden disponer, con tal que con ello no menoscaben el interés general o los
derechos de terceros.
12) Se tenderá a que las actividades económicas de mayor importancia para el interés general
sean asumidas directamente por el Estado. Las demás habrán de ser cumplidas prioritariamente
por equipos humanos organizados como cooperativas de trabajadores o empresas de autogestión.
En principio, debe rechazarse que los medios de producción sean de propiedad de particulares,
salvo aquellos que pueden ser empleados por los miembros de una misma familia.
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