Marcos se acurrucó entre las sábanas apurando los minutos que le

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Marcos se acurrucó entre las sábanas apurando los minutos que le quedaban antes de
levantarse…
Esa mañana el despertador no había sonado, tampoco quería madrugar. Luis, su compañero de piso
golpeó la puerta para que fuera haciéndose a la idea…
-Marcos! , despierta son más de las 8.
Él nunca se hacía el remolón pero después de una noche como la de ayer no tenía muchas ganas de
saltar de la cama. Hacía más de tres meses que no salía con sus amigos, después de que él y Sandra
lo dejaran se refugiaba en ellos y le costaba un poco sacar la sonrisa.
-Marcos, vas a llegar tarde al trabajo!
-Ya voy, no grites que me duele la cabeza.
-¿Pero qué te pasa? Seguro que ayer te pasaste bebiendo…
-No creas sólo tomé cuatro cervezas después de haber cenado y no noté nada hasta que volviendo a
casa...vi al vecino con otro hombre, entonces pensé que igual había bebido demasiado.
¡Ay! …ahora entiendo por qué me miraba así en el ascensor.
- ¿Estás seguro?.
-No me hagas caso…, igual fue imaginación mía…Pero bueno ya lo averiguaré, tengo que vestirme
si no quiero llegar tarde al trabajo.
Marcos trabajaba en una residencia-hospital geriátrico. A los pocos meses de terminar enfermería y
después de pasar por un par de trabajos vendiendo móviles en centros comerciales, por fin había
encontrado algo de lo suyo. Afortunadamente había demanda de personal en geriatría. Aunque el
trabajo era a turnos rotativos y uno de cada cuatro fines de semana tocaba guardia.
Marcos
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A Marcos le gustaba este trabajo, sobre todo disfrutaba con los ancianos que se encontraban bien y
le contaban historietas de su vida, de cuando eran jóvenes… inventadas o no.
Eran las nueve de la mañana cuando llegó a la residencia y aparcó su moto en la entrada, la había
lavado después del último viaje y estaba reluciente.
Se cruzó con Inés que salía de los vestuarios. Ella había hecho el turno de noche ese día.
Inés también era enfermera, morena, de ojos oscuros y una sonrisa encantadora. Marcos y ella se
llevaban bien, aunque sin confidencias. Solían tomar algo con otros compañeros en la sala del café a
la hora del descanso.
En esta sala había dos zonas diferenciadas, estaba pintada de verde claro con un gran ventanal que
daba al jardín, lleno de rosas naranjas y amarillas formando un óvalo en el centro. A un lado de la
sala había un office donde preparar café, infusiones y algo de picoteo. La otra parte tenía una mesa
de ping-pong, un viejo futbolín y una zona de estiramientos con espalderas y colchonetas para
evitar contracturas, que solían producirse al mover a los residentes encamados o con falta de
movilidad. Realmente era un lujo disponer de esta sala y todos los trabajadores valoraban mucho
este detalle por parte de la dirección de la empresa.
Marcos había comenzado a trabajar en la residencia hacía seis meses y se había integrado
perfectamente. El ambiente de trabajo era muy importante para él. A estas alturas ya conocía su
rutina diaria de visitas y controles a los residentes porque Myriam, la supervisora, le había
explicado concienzudamente su trabajo. Le había enseñado a cuidar los detalles, siendo consciente
de lo que estaba haciendo. Sabía que era afortunado, no abundaban personas con ganas de enseñar
en ninguna parte.
Su trabajo consistía entre otras cosas en pasar por las habitaciones de los que no podían levantarse,
tomarles la temperatura, tensión y ver su estado general. La residencia albergaba a ciento cincuenta
mayores de los cuales cuarenta apenas podían moverse. Permanecían en la cama todo el tiempo y
Marcos
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había que cambiarles de posición para evitar o disminuir las úlceras. Otros sesenta se trasladaban
ayudados por andadores, bastones o muletas y el resto circulaban libremente por la residencia y sus
jardines. Incluso salían al exterior acompañados de familiares o amigos que venían a verles.
Después de ponerse el uniforme, un pantalón y camiseta de color azul claro, Marcos comenzaba las
visitas en la primera planta. Su primera parada, habitación número 11, allí estaba Manuel Torralba.
-Buenos días caballero, cómo se encuentra hoy?- preguntó Marcos
-¡Ay! muchacho para qué voy a quejarme, si va dar igual. No he “pegado ojo” en toda la noche si
es que aquí… mi compañero, no para de roncar y luego se pone a llamar a su mujer…Cloti!, Cloti!.
Y yo le digo : ”deja a la Cloti ya tranquila anda”. Qué a gusto se quedó la pobre cuando te perdió
de vista…
Y ríen los dos juntos a carcajadas. A Marcos le caía bien Manuel, le recordaba a su abuelo, siempre
bromeando. Cuando Marcos llegó a la residencia le contaron que Manuel tenía siete hijos pero sólo
el pequeño venía a visitarle una vez a la semana. Fue un mujeriego sin remedio y sus hijos se habían
puesto del lado de la madre, que se la guardaba...
Marcos continúo su visita por las habitaciones. Para subir a la segunda planta usaba las escaleras
donde se cruzó con Claudia, una de las auxiliares de enfermería. Apenas la miraba ella sonreía.
Claudia era pura simpatía, colombiana de nacimiento, había venido a trabajar a España hacía seis
años, tenía mucha experiencia y enseguida encontró un puesto en la residencia. Le tocaba hacer el
trabajo más duro, asear a los encamados cada mañana, cambiarles los pañales y vestirlos. No
resultaba muy agradable y el fuerte olor te revolvía el estómago.
Claudia era eficiente y cariñosa con los abuelos. Marcos pensaba que si fuera un residente le
gustaría que alguien como Claudia se ocupara de él.
Marcos
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Después de terminar la primera ronda de visitas Marcos se unió a un grupo que bajaba en el
ascensor. Eran las once de la mañana, la hora de los talleres. Junto al jardín estaba la biblioteca y
una sala donde hacer terapias para ejercitar la memoria y el lado artístico que todos tenemos.
-¿Qué vais a hacer hoy chicas? -preguntó Marcos.
-Hoy jugaremos a las palabras encadenadas y luego tenemos que pintar animales de África.contestó Marina.
-Yo pintaré a mi marido-añadió Pilar.- de joven era un tigre y luego se convirtió en un mono.
-Pero mira que sois malvadas…
Marina y Pilar se habían hecho amigas en la residencia, las dos eran viudas pero muy alegres.
Cuando llegó Marina pasó una temporada deprimida, ella hubiera preferido quedarse en casa
aunque estuviera sola. Hizo todo lo posible para que sus sobrinos se fueran a vivir con ella a su
viejo piso situado en el centro de la ciudad. Pero ellos querían estar solos y al final accedió a probar
pensando que estaría mejor atendida. Su cabeza andaba ya un poco atolondrada.
Marina era una mujer especial, vestía todos los días como si fuera de boda. Era rubia teñida y muy
delgada. Habladora y resuelta, solía llevar un vestido de color llamativo con zapatos que no iban a
juego y un collar dorado que permitía divisarla a cincuenta metros. Sus labios rosa fucsia le daban
el toque de glamour de una artista de cine. Tenía esa belleza que permanece a lo largo del tiempo.
” La belleza es una actitud” le dijo un día a Marcos, cuando subió a verla a su habitación porque
estaba con gripe en la cama. Tenía un portarretratos de plata con una foto de ella con veinte años.
Parecía una actriz de Hollywood. Costaba creer que fueran la misma persona.
Marina se había casado con cuarenta años y no tuvo hijos. Esto la frustró un poco durante los
primeros años del matrimonio, pero luego se le pasó porque quería a sus sobrinos como si fueran
sus hijos, disfrutaba de ellos y además… podía dormir por las noches.
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Hace unos años, estuvo una larga temporada en la cama con bronquitis y su fumador marido no le
ayudaba mucho a recuperarse. Marina siempre pensaba que moriría antes que él. Pero no fue así.
Un día su marido cayó enfermo del corazón y falleció a las pocas semanas.
Ella curiosamente empezó a mejorar desde entonces y ahora estaba divinamente.
A las once y media era la hora del descanso. Marcos se dirigió a la sala de café. Allí se encontraban
Inés y Myriam tomando algo mientras charlaban.
Un agradable olor a café recién hecho perfumaba toda la sala. Marcos se preparó uno espumoso y
bien cargado y cogió unas galletas de la bandeja que había sobre la mesa. Estaban deliciosas, había
de tres tipos: chocolate, limón y canela. Marcos probó una de cada.
-¿Este fin de semana te toca guardia, Marcos?- preguntó Myriam.
-Sí, ya no me acordaba, gracias por recordarlo- respondió Marcos.
-Acuérdate de dar la medicación a Pablo para que pueda dormir- le indicó Myriam-.Últimamente
está muy nervioso y se levanta por la noche en calzoncillos asustando al personal.
- De acuerdo, estaré vigilante por si sale a buscar novia y encuentra alguna abuela descarriada.
- Me parece que le gusta Palmira. Es músico y está usando todas sus armas para conquistarla.
Desde hace unos meses se sientan juntos a comer, le canta canciones con la guitarra y salen de
paseo por el jardín buscando algo de intimidad.
- Es que el corazón no tiene edad, a mí me gusta observarlos, les cambia la cara cuando se miran. Es
bonito verlos ilusionados….-añadió Myriam.
Marcos
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Un poco más tarde entró Claudia en la sala, se preparó un chocolate y cogió un par de magdalenas.
Esta chica no paraba de comer en todo el día, pero no se le notaba nada. Les miró con la boca llena
y sonrió de nuevo. A Marcos le encantaba Claudia.
-¿Cómo llevas la mañana? -preguntó Marcos.
- Ando un poco liada con el nuevo ingreso, Miguel Santos, el de la habitación 27. No quiere
cambiarse de ropa y ya lleva tres días con la misma…no sé qué voy a hacer con él. Podías venir
conmigo a ver si entre los dos lo conseguimos eh…- sugirió Claudia.
-De acuerdo, en media hora subo a la habitación.-contestó Marcos alegremente.
Claudia le sonrió agradecida mirándole de una forma distinta que antes Marcos no había registrado.
Esperó impaciente el momento de subir a la habitación a ayudarle. Cuando llegó hasta la puerta
escuchó que discutían…
-Vamos Manuel sólo será un momento, además tengo ayudante y así lo haremos más rápido.
-Pero es que no quiero cambiarme, la ropa está limpia…-replica Manuel.
-Hola Manuel, ¿me dejas que te ayude? -preguntó amablemente Marcos.
-Si queréis ayudarme, sacadme de aquí, por favor!-gritó Manuel.
Claudia y Marcos se miraron sorprendidos, aunque sabían que esto sucedía frecuentemente con los
nuevos residentes. Al principio no aceptaban que les dejaran allí. Se sentían abandonados por su
familia. Esas personas por las que lo habían dado todo incondicionalmente y se suponía que les
querían. Intentaban convencerlos de que estarían mejor allí. La mayoría iban a verles de vez en
cuando los fines de semana o en algún rato libre.
-Tranquilo Manuel, ya verás cómo cuando pasen unos días estarás mejor.-intentó apaciguarlo
Claudia. Ya sé que cuesta adaptarse pero tienes que poner de tu parte.
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-Quiero irme a casa!. Allí tengo mis cosas y no tengo que dar explicaciones a nadie!.
Manuel empezó a llorar desconsoladamente. Es triste ver llorar a un anciano, no sabes qué decir
para consolarlo, qué vas a decirle a alguien que ha vivido mucho más que tú.
Claudia intentó calmarlo mientras lo abrazaba pero no pudo contener sus lágrimas tampoco.
Marcos estaba emocionado pero se controló y al final consiguió levantarle los brazos suavemente y
quitarle el jersey. Manuel se fue relajando y entre los dos le ayudaron a cambiarse en silencio.
-¿Ya estás más tranquilo? -le preguntó Claudia.
-Sí, contestó Manuel limpiándose los ojos con un pañuelo blanco que sacó del bolsillo.
Intentaron convencerlo de que bajara al jardín a dar un paseo pero prefería quedarse leyendo un
rato en la habitación.
Claudia y Marcos salieron al pasillo y caminaron despacio hacía el comedor.
-Pobre hombre, desde que vino el viernes pasado, apenas ha hablado con nadie, se está aislando.
Debería participar en los talleres, eso le ayudaría un poco- sugirió Claudia.
-Le costará al principio pero se adaptará.- añadió Marcos.
- Necesita algún amigo que le haga compañía, con quien poder hablar. Le buscaremos un
compañero de habitación. Qué importante es la amistad, ¿verdad? A cualquier edad, también
cuando te haces mayor…- comentó Claudia.
-Creo que es entonces cuando más se necesita- dijo Marcos dulcemente.
Y miró a los ojos de Claudia, todavía brillantes. Eran de color miel. La observó con detenimiento y
para su sorpresa descubrió algo que antes no había visto en ella, la belleza de su gesto, la actitud de
la que le habló Marina. Qué sutil era todo esto.
Marcos
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-Me gusta cómo trabajas- le dijo Marcos suavemente y ella sonrió.
Mantuvieron la mirada durante más de cinco segundos, eso era todo un record para Marcos.
Después cada uno volvió a su puesto, aunque algo había cambiado entre ellos.
A las seis Marcos se duchó y salió cambiado del vestuario hacia el parking. Arrancó la moto para
volver a casa. Estaba atardeciendo y le apetecía despejarse un poco, cambió de dirección para salir
a la autopista y aceleró a fondo. Hacía una tarde perfecta para ir en moto. A principios de abril ya
comenzaba a hacer calor. Levantó la parte frontal del casco y sintió el cálido viento en su cara. A
veces le gustaba conducir sin saber a dónde, la moto le transmitía mucha fuerza y libertad.
Pensó en cuantos años quedaban para que él se encontrase en la misma situación en la que hoy se
encontraba Manuel. Sólo era cuestión de tiempo. Habría que aprovechar cada momento. ”Antes de
darte cuenta pasa tu vida y estás en un callejón sin salida”. Le dijo un abuelo cuando entró a trabajar
en la residencia. Había oído muchas frases de este tipo, pero ahora realmente sentía que era cierto.
Cuando Marcos llegó a casa, Luis, su compañero estaba esperándole para ir a hacer un poco de
deporte.
-¿Te vienes a correr un rato por el parque?- le propuso Luis.
-De acuerdo, me cambio en cinco minutos.- contestó Marcos muy dispuesto.
Comenzaron despacio pero luego fueron acelerando un poco. Acabaron haciendo un sprint para
saber quién pagaba la cena. Cuando llegaron
al parque había un cielo naranja increíble. Se
detuvieron a mirarlo desde la parte más alta del puente que cruzaba la zona infantil.
-Qué pena que no tenga mi cámara de fotos aquí.-se lamentó Marcos.
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Luis era mal perdedor pero aceptó pagar la cena finalmente. Tomaron unos bocadillos buenísimos
que hacían en el bar de la plaza y bebieron unas jarras heladas de cerveza. Después regresaron a
casa caminando lentamente.
-¿Qué haces este fin de semana?-preguntó Marcos.
-Me voy a la montaña, haremos una travesía por el valle de Chistau, si quieres venir…
-Creo que me quedaré por aquí… tengo un asunto pendiente.-respondió Marcos sonriendo.
-¿Y cómo se llama el asunto… exactamente?
-Claudia- rieron los dos.
Volvieron lentamente a casa, charlando del trabajo, de Claudia, de los planes que tenían para el
verano. Disfrutando de la compañía que se hacían mutuamente. Era una suerte que se tuvieran el
uno al otro.
El viernes por la mañana Marcos despertó lleno de energía, tomó su desayuno favorito: zumo de
naranja, tostadas con aceite y jamón más un café con cereales. Salió disparado con la moto hacía el
trabajo. El día transcurrió con normalidad hasta pasadas las doce, cuando bajando de la segunda
planta escuchó un ruido en el ascensor. Era la hora en la que subían comida a las habitaciones de los
que no podían moverse o si alguien estaba enfermo. Se oyeron algunos gritos
de socorro
amortiguados por las puertas del ascensor. Había alguien encerrado en uno de ellos.
A veces se atascaban y había que bajar al cuadro de mandos para rearmarlo de nuevo. Marcos
consiguió que funcionara. Cuando se abrieron las puertas estaban Carmen, la cocinera, con el
carrito de la comida lleno de sopa humeante, Marina y otras dos abuelas sofocadas por el calor de la
sopa y el susto.
-¡Hala!, esta semana ya nos han hecho la limpieza de cutis.- dijo Marina riéndose.
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-¡Por Dios! , que llevamos encerradas media hora…ya no vuelvo a subir en el ascensor-se quejaron
las otras- prefiero caerme rodando por las escaleras.
Marcos las acompañó al salón y pidió unas tilas en cocina para que se tranquilizaran.
Cuando revisó los pastilleros se dio cuenta de que Pablo había olvidado tomarse la de la tensión.
Salió a buscarlo al jardín. Lo encontró con Palmira tocando la guitarra… estaba cantándole un
bolero. Desde luego este hombre sabía cómo conquistar a una mujer.
-Si tú me dices ven…lo dejo todo…- cantaba Pablo alegremente.
-Ya me perdonarán ustedes… pero hay que tomarse esta pastilla.-les interrumpió Marcos.
-¡Ay! Sí, es verdad, es que está tan amarga. Gracias Marcos estás en todo.- se disculpó Pablo.
-¿Puedo escucharte un poco? – preguntó Marcos tímidamente.
-Claro Marcos, ¿qué te apetece escuchar?
-No sé… lo que tú quieras…
-Sabes que si abres la mente y el corazón a la música, sacarás algo bueno de ella, Marcos.- le dijo.
Le gustaba escuchar a Pablo. Después tocó otro bolero. Marcos lo reconoció enseguida. Lo había
escuchado muchas veces en casa de sus padres.
-Reloj no marques las horas…porque voy a enloquecer…ella se irá para siempre cuando amanezca
otra vez…
Ese sábado por la noche hacer guardia fue una locura. Allí no había quién durmiera. Después de la
cena todos subieron ordenadamente a sus habitaciones. Pero a la media hora, Marcos observó por
las cámaras de vigilancia cómo salían a los pasillos. Si no era uno era otro. Había un grupo de
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mujeres que entraron en la habitación 19, la de Concha, seguramente estaba echando las cartas y
leyendo las líneas de las manos. Así sacaba calderilla para jugársela en el bingo.
Más tarde vio a Palmira entrando en la habitación de Pablo, no había peligro. Ya no tenían que
tomar precauciones…
Saltó un aviso en la habitación 23. Era María. Estaba en la cama desde hacía tres meses sin poder
levantarse. Apenas podía moverse y le dejaban el timbre de emergencia cerca de la mano.
Marcos subió enseguida. Estaba pálida, empapada en sudor frío, los ojos muy abiertos, decía cosas
incoherentes y gritaba. Sabía que María sufría ataques de pánico algunas veces. Le dio un
tranquilizante y poco a poco se fue relajando hasta que se quedó dormida.
Qué injusto era vivir así. Le hubiera gustado ayudarla a descansar de una vez por todas.
A las ocho de la mañana terminaba su guardia. Dejó una nota para Myriam con lo que había
ocurrido durante la noche y regresó a casa agotado. Se metió en la cama y soñó con Claudia. Sabía
que era ella aunque no podía verle la cara. Por qué deseaba tanto abrazarla si apenas la conocía.
Ni siquiera sabía si tenía pareja. Tenía que arriesgarse, no quería quedarse con las ganas de
intentarlo.
El domingo se despertó tarde y llamó sus amigos para salir. Disfrutaron del día haciendo una ruta
improvisada con las motos y pararon a comer en un restaurante de carretera. Marcos pensaba en
cómo decírselo a Claudia pero las sugerencias de sus amigos no le convencían mucho. Qué pasaría
si decía que no. Pensó en dejarle una nota en la taquilla del vestuario, sí, eso es lo que haría.
El lunes por la mañana estaba lloviendo, se puso el traje impermeable para ir en la moto pero llegó
un poco calado. Aparcó al lado del coche de Claudia y echó un vistazo al interior. Caja de pañuelos,
gafas de sol y un par de horribles peluches. Ese lado hortera de Claudia era soportable.
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En la puerta de la residencia había una ambulancia. Se llevaban a María para no regresar.
Myriam le contó que había estado delirando toda la noche. Al fin descansaría. Su familia vino a
recoger sus fotos y una virgencita que tenía encima de la mesa. Hoy la había escuchado.
Encontró a Marina con un grupo de abuelas en el salón. Estaban leyendo revistas y comentando lo
sucedido. Se les notaba tristes pero intentaban animarse unas a otras. Contaban que María había
sido lotera, de esas que iban por la calle vendiendo, porque antes no había administraciones como
ahora. Y que un día que llovía mucho ella caminaba sola por la calle sin importarle nada mojarse.
Llevaba ropa vieja y hacía mucho que no se duchaba. Alguien la recogió en su coche y la llevó a
servicio social para ayudarle a ingresar en la residencia. Otro bello gesto.
Al terminar la primera ronda de visitas Marcos vio que Claudia se dirigía al comedor, estaría
entretenida un rato. Era el momento de dejarle la nota en la taquilla. Como nadie las cerraba no
había problema. Pero quería entrar en los vestuarios femeninos sin que nadie lo viera.
La nota decía: “Si sigues mirándome así… un día de estos voy a secuestrarte. ¿Te vienes a bailar
conmigo esta noche?, prometo no pisarte demasiado. Un beso, Marcos.
Más tarde subió a la segunda planta a seguir con su trabajo. Hizo la visita por las habitaciones y se
reunió con Myriam en la sala del café. Comentaron la entrada de los nuevos residentes y estuvieron
ordenando la recepción del último pedido de medicamentos.
Marcos estaba algo nervioso, no sabía si le parecería bien a Claudia lo de la nota. Llegó la hora de
volver a casa, salió del vestuario hacia la moto. Había dejado el casco atado. Cuando fue a
ponérselo cayó una nota al suelo, era de Claudia.
Una amplia sonrisa se dibujó en su cara.
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