texto (1) - Salud y Psicologia

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BRUNO BULACIO Y OTROS. De la drogadicción. Editorial Paidos – 1986. Cap.: “Algunos aportes de la
experiencia al tratamiento y psicopatología de la drogadicción”.
Características de personalidad, estructura del yo y psicopatología del paciente adicto:
La droga adquiere para el sujeto un valor de uso social e intercambio regulado por pautas internas al grupo
marginal de pertenencia (subcultura adicta). El objeto – droga se sitúa dentro de una red social, adquiriendo
dentro de esta red un valor ético determinado y determinante de su valor de uso. Es un objeto prohibido y al
mismo tiempo sostenido en su prohibición por un orden socio jurídico y legal. Esta característica nos permite
situar la adicción a las drogas con más claridad en relación con otras formas de dependencia.
El paciente drogadicto es un sujeto incapaz de postergar la demanda, sin capacidad de espera ni mediación
en el logro de objetivos, con una importante alteración en los sistemas simbólicos de intercambio y tendiente
al establecimiento de vínculos indiferenciados entre el yo y las pautas que el sistema de realidad impone.
Sus vínculos son altamente primarizados, con una marcada inhibición de las identificaciones secundarias y el
establecimiento de redes sincréticas de relación, tan especificas a la constitución de estos grupos como caras
a la labor terapéutica social.
Son pacientes que presentan asimismo graves trastornos en la esfera sexual. El estilo de su sexualidad, mas
allá de la búsqueda del placer por efecto de la elación toxica, denuncia el predominio de las pulsiones
parciales y una actividad erótica con prevalencia de determinadas zonas erógenas. La actividad sexual genital
puede estar postergada, inhibida o directamente anulada.
Sus intercambios con la realidad se hallan pautados por esta modalidad de vinculación al objeto. La droga
adquiere el valor de una salida exitosa y momentánea frente a la angustia, puesta al servicio de la defensa de
un severo conflicto sexual latente.
Son sujetos que presentan una particular disposición a conductas de tipo acting-out, constituyendo tales
conductas la principal defensa frente a profundos estados e angustia y vivencias de indefensión a que se halla
sometido el narcisismo del yo.
El adicto se halla expuesto a cierta labilidad yoica que pone en peligro su estabilidad emocional, renegando de
cualquier privación que denuncie su incapacidad para tolerar la falta de objeto y, en consecuencia, la no
satisfacción de su demanda inmediata. La droga como defensa cumple una función veladora del conflicto y
restitutiva de la estructura narcisista del sujeto.
Existe la tendencia a la formulación de pactos o alianzas, inconscientes o no, cuya finalidad es preservarlos
del establecimiento de diferencias en la esfera de los intercambios yo-otros. El pacto, de carácter seductor y
transgresivo, está al servicio de la defensa del yo, y constituye también una importante resistencia y obstáculo
a la labor terapéutica. Los modos de defensa son: las conductas de tipo acting-out y la formulación de pactos
o alianzas perversas. Estos estilos de defensa se montan en un escenario de transgresión, donde el otro es
un espectador, vigilante de la escena, en la función de legislador. El pacto siempre contempla la presencia y
exclusión de un tercero. El carácter masivo de la transferencia y el nivel que adquiere la demanda. Esta
depositacion transferencial, tan útil en los comienzos del tratamiento (como reforzador del vinculo entre
terapeuta y paciente, en momentos en que este último ha reducido notablemente sus defensas por efecto de
la abstinencia), puede convertirse en un severo obstáculo más tarde, si no se cuenta con una adecuada
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lectura y comprensión de este vinculo, que por sus características cuasi fusionales y sincréticas aparece
puesto al servicio de la resistencia.
En el caso de la dinámica familiar, rara vez es el padre el depositario o sostén de la ley en el seno del grupo.
La figura paterna se halla sustraída a una imagen de autoridad, el poder que pauta las relaciones sociales,
tanto internas como externas al grupo, es ejercido por la figura materna o por un sustituto determinado o
legitimado en su accionar por el deseo de esta.
El drama medular del paciente adicto se sitúa en las fronteras entra la endogamia y la exogamia. Es decir,
entre la sujeción al deseo materno y una identificación al padre como prohibidor de una escena de
características incestuosas y propiciadoras de un ideal exogámico que marcara el camino de las
identificaciones secundarias y, en consecuencia, el acceso a una sexualidad genital adulta.
La situación endogámica primaria, como sujeción al deseo materno por falta de una legalidad paterna
propiciatoria de nuevas identificaciones, es fácil de observar según las características del síntoma, siendo la
droga y la elación toxica los principales representantes de esta escena: sustitutos del objeto primario y
representantes imaginarios con los cuales se enlaza toda la estructura narcisista del sujeto.
La sujeción al objeto droga (ser sujetado o contenido por) marca aquella primitiva dependencia respecto del
objeto de la satisfacción narcisista del deseo. Es decir que la droga se convertirá en el objeto capaz de
satisfacer las necesidades primarias del sujeto expuesto a una primitiva indefensión y organización de sus
tendencias parciales.
Pero la acción de drogarse también es defensa frente al incesto y la endogamia ya que la búsqueda de una
instancia legal a través del consumo ilícito de un objeto prohibido reclama la prohibición (que siempre se sitúa
en lo real).
Las características típicas de las madres de estos pacientes son: la ambivalencia (deja un resto abandonico
residual) y la seducción sexual del hijo (no siempre genital, sino de una transferencia erótica inconsciente, que
denuncia un espacio de insatisfacción en la órbita del deseo materno y el hijo como restitutivo de estas
carencias edipicas de la madre). El síntoma del hijo (drogarse) constituye el resultado de una perversión del
deseo materno, con lo cual la sexualidad y deseo de la madre deben ser interrogados.
El síntoma se instala en la frontera entre el deseo y la ley, entre la diferencia y la no diferencia, entre el
narcisismo y la castración, entre la sujeción al deseo materno y la reivindicación del padre como ideal fallido.
El síntoma no solo conduce a la satisfacción primaria imaginaria de un deseo, al reencuentro con un yo ideal
de perfección, sino que también es una suerte de reaseguro frente al temor a la castración.
La búsqueda de límites en lo real (en la policía, la cárcel) articula una demanda, canalizada a través de vía
ilegal, un desafío a la norma y la satisfacción punitiva de un superyó sádico. Según el modelo de la imagen
paterna temida, con características persecutorias y terroríficas.
Lo importante es ver qué lugar ocupa la droga en la escena imaginaria del sujeto.
Esta crisis de autoridad es lo que todo adicto quiere confirmar en la relación transferencial. Es un
interrogatorio y dialogo con el padre como instancia que corta entre el deseo y el objeto de la satisfacción.
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