De los cirujanos y sus procedimientos en el Real Hospital de San

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De los cirujanos y sus procedimientos en el
Real Hospital de San Pedro de la Puebla de
los Angeles
José Gaspar Rodolfo Cortés Riveroll1
Sobre los cirujanos y barberos
La Cirugía que hasta el siglo XVIII se había considerado como una derivación
inferior de la profesión médica, inicia durante este siglo su emancipación y
modernización. López Piñero señala que el cirujano dejó de ser un práctico de
bajo nivel social y se convirtió en un técnico de prestigio, formado en centros
de enseñanza a la altura de las facultades de medicina universitarias, y por otro
lado, el acto quirúrgico adquirió una auténtica categoría técnica.2 Las técnicas
y procedimientos que durante la Edad Media y el Renacimiento utilizaban
cirujanos y barberos, fue en parte la causa de su poco prestigio: las
amputaciones, las sangrías, la escarificación y el hierro candente aplicado a
diferentes partes del cuerpo. La cauterización mediante hiero candente había
sido recomendada por Abulcasis a mediados del siglo X, describiendo 30
instrumentos distintos que se empleaban para el procedimiento. Abulcasis basó
su obra en la teoría humoral y en su libro Sobre la cirugía describe la
destrucción de los tejidos por combustión con un hierro incandescente, cuya
característica caliente y seca es adecuada para el tratamiento de enfermedades
frías y húmedas; de esta forma la cauterización se utilizaba para el cáncer, las
fístulas, las hemorroides, la epilepsia, la melancolía, la diarrea y la hidropesía,
entre otras.3
En 1435, el gremio de cirujanos ingleses se constituye en institución
colegiada y autónoma, separándose de los barberos, quienes también se
constituyen como gremio a partir de 1462 y cuya principal competencia es la
––––––––––––––
1
Profesor de Historia y Filosofía de la Medicina, Facultad de Medicina, Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla.
2
José María López Piñero, Breve historia de la medicina, España, Alianza Editorial, 2000,
p. 127.
3
Heinz Schott, Crónica de la Medicina, España, Plaza & Janés Editores, 1994, p. 78.
Clío, 2003, Nueva Época, vol. 2, núm. 29
práctica de las sangrías. Para los cirujanos son sus responsabilidades "ocuparse
día y noche de inmovilizaciones, sangrías y todo aquello que sea de su
competencia, pero deberán recurrir a la ayuda de un médico cualificado en
caso de heridas graves”.4
Ambrosio Paré nacido en 1510 cerca de Laval, estudió para cirujano y
terminó sus estudios en París, donde obtuvo un puesto de cirujano en el Hotel
Dieu durante tres años. En la campaña de Turín ingresó al ejército como
cirujano y causó gran expectación cuando en 1545 recomendó que se dejara de
tratar las heridas de bala con aceite hirviendo a cambio de una mezcla de
yemas de huevo, aceite de rosas y terebinto.5 Tras su regreso a París obtiene
fama y fortuna por su éxito del manejo incruento de las heridas por arma de
fuego y tras alistarse nuevamente en el ejército descubre ahora, la utilidad de la
ligadura vascular frente a la cauterización en las amputaciones.6 Su prestigio
como cirujano alcanzó tal nivel que fue nombrado cirujano de la corte de
Carlos IX y miembro del Colegio de Cirujanos de París en 1552. Por esta
época, los gremios de cirujanos y barberos se había unido para formar una sola
corporación en Londres, la United Company of Barbers and Surgeons, que
con un acuerdo del Parlamento se les conceden además, los cadáveres de
cuatro ajusticiados al año con el fin de realizar con ellos las prácticas y
enseñanzas de la anatomía.7 Este progresivo adelanto en las técnicas
operatorias conllevó, desde luego, al desarrollo de instrumental quirúrgico y
ortopédico especializados: cauterios de plata para heridas en la cavidad ocular,
pinzas para sujetar tumores, especulo para la exploración del oído, tubo
metálico curvo para la extracción de espinas del esófago, etcétera. Aún así,
desde el punto de vista moderno la práctica de la cirugía que se efectuaba en
ese tiempo nos parece bárbara; el progreso esencial de la cirugía se limitaba,
principalmente, por la imposibilidad de evitar el dolor que causaban las
operaciones, por lo que quedaban excluidas aquellas cuya ejecución requiriera
de tiempo prolongado. La rapidez y habilidad de manos eran cualidades que
debía poseer un buen cirujano para ejecutar la operación en unos cuantos
minutos y enviar vivo al paciente a su cama. Sumado a esto, era casi inevitable
la infección de las heridas tanto las accidentales como las causadas por el
––––––––––––––
4
Ibid., p. 149.
Vale la pena preguntarse si Paré llegó a conocer antes de proponer su mezcla, el
tratamiento que se utilizaba en las culturas mesoamericanas para las quemaduras: huevo, savia de
nopal y miel. El terebinto es un arbusto de hojas caducas y flores en espiga que crece en la región
mediterránea.
6
Rogelio Herreman, Historia de la Medicina, México, Editorial Trillas, 1987, p. 107.
7
Véase Schott, Crónica de la medicina…
5
18
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cirujano, en las que el más terrible enemigo era el "hospitalismo",8 término
empleado para la infección aparentemente súbita que ocurría en la sala de un
hospital donde la gangrena y la infección generalizada causaban la muerte de
un 50 por ciento de los pacientes intervenidos y que causaba "un excelente mal
olor quirúrgico",9 fetidez de las salas a la que médicos y cirujanos estaban
acostumbrados. En 1586, el cirujano Fabricius nos relata una experiencia que
nos da una idea más clara del quehacer quirúrgico:
Como la gangrena ya se había extendido prácticamente hasta por debajo de la
rodilla, deberíamos haber amputado la parte del muslo cercana a la parte muerta, y
no lo hicimos en la esperanza de conservar la rodilla. Una vez realizada la
amputación con éxito, quemamos el muñón con hierro incandescente, los restos de
tejido putrefacto, pero al momento nos dimos cuenta de que la operación había sido
inútil, pues la gangrena alcanzaba en más de dos palmos el interior del muslo cerca
del hueso, siendo así que sólo se había diagnosticado a nivel superficial de la piel.10
Desde luego, el paciente murió y al dolor causado por la operación y por el
padecimiento deberíamos sumarle el horror de ser sujetado o atado y darse
cuenta de todo lo que estaba sucediendo: el dolor horrible del hueso aserrado y
el colapso final al aplicar el hierro candente.
La tradicional separación entre médicos y cirujanos cambió a partir del
siglo XVIII ya que el bajo nivel de la cirugía resultaba perjudicial para los
intereses de las monarquías absolutistas. Los barberos-cirujanos eran en efecto,
incapaces de responder a la nueva organización del ejército, la navegación y
los hospitales. En un decreto, Luis XV crea en 1731, en París, la Académie
Royale de Chirurgie, que en poco tiempo es equiparada a la Facultad de
Medicina con respecto a la enseñanza y con la capacidad, incluso, de otorgar el
grado de doctor, concedido por vez primera en 1749 a Antoine Louis, sucesor
de Petit como cabeza de la cirugía francesa.11 Se traza así, una línea divisoria
entre los cirujanos de formación académica y los cirujanos artesanos o
barberos, que junto con galenos, boticarios y comadronas se les reconoce
oficialmente como sanitarios, que por el hecho de estar por debajo de los
médicos, se les situaba en el mismo nivel que a los curanderos o medicastros.
Este modelo fue imitado rápidamente por toda Europa; en España, su
introductor fue el catalán Pere Virgili que consiguió, en 1748, la creación del
––––––––––––––
8
J. A. Hayward, Historia de la Medicina, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p.
27.
9
Sir R. Godlee, Life of Lord Lister, Inglaterra, Macmillan, 1917, p. 131.
Schott, Historia de la medicina…, p. 164.
11
López Piñero, Breve historia…, p. 128.
10
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19
Real Colegio de Cirugía en Cádiz, posteriormente, en 1764, se fundó el de
Barcelona y en 1787, el de Madrid. Virgili ocupó el cargo de director del
Colegio de Cádiz y redactó un plan de estudios que comprendía tres años en
los que se estudiaba la anatomía, la cirugía general y saberes clínicos
especializados entre los que destaca la obstetricia.
El cirujano escocés John Hunter también hizo contribuciones a la cirugía
sobre la base de la anatomía y la fisiología: describió el shock, la flebitis, la
piemia, la invaginación intestinal, explicó la dinámica de la dilatación de los
aneurismas y descubrió la circulación colateral tras la ligadura de una arteria,
fundamentando la patología quirúrgica en la investigación biológica y
experimental.12 Como maestro, enseñó a muchos cirujanos entre los que
destaca Edward Jenner, a quien dio ánimos para realizar sus observaciones
sobre la vacuna contra la viruela.13 La consecuencia inmediata de esta reforma
fue la existencia de dos profesionales de igual categoría y rivales entre sí: el
médico con título universitario y el cirujano formado en los nuevos colegios.
En los Virreinatos de Indias, durante la segunda mitad del XVIII, se
incrementó la presencia de cirujanos españoles y extranjeros, motivado por la
constante amenaza inglesa y con el fin de reforzar los contingentes militares
que también se vieron incrementados en la América española. La actividad de
estos cirujanos contribuyó a crear un clima más favorable para el ejercicio de la
cirugía y de la disección anatómica, lo que motivó discrepancia con las
instituciones universitarias novohispanas afianzadas en un saber más
tradicional.14 Fue el Virreinato de Nueva España el único en corresponder a las
grandes reformas virgilianas. El 16 de marzo de 1768, por decreto real, se
dispuso de la creación de una Real Escuela de Cirugía en el viejo Hospital de
Naturales en la ciudad de México, que empezó a funcionar oficialmente el 10
de abril de 1770 regida por las Ordenanzas y Estatutos del Colegio de cirugía
de Cádiz.15 Sin embargo, a principios del siglo XIX la enseñanza de la Cirugía
no se había organizado del todo, ya fuera por apatía, ya por mantener el
privilegio de los cirujanos peninsulares y en parte por falta de buenos
profesores. Sumemos a lo anterior los malos ojos con que la vieja universidad
vio que la nueva escuela trataba de arrebatarle el privilegio de formar
––––––––––––––
12
Ibid., p. 129.
J.G. Rodolfo Cortés Riveroll, La Vacunación en la Ciudad de Puebla 1804-1814,
México, Facultad de Medicina BUAP, 2001, p. 41.
14
Juan Ruera Palmero y otros, Médicos y Cirujanos Ilustrados de la Bascongada, España,
Universidad de Valladolid, Monografía 53, 1998, p. 15.
15
Francisco de Asís Flores y Troncoso, Historia de la Medicina en México, México,
Edición Facsimilar del Instituto Mexicano del Seguro Social, 1982, tomo 2, p. 145.
13
20
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cirujanos.16 Al respecto Antonio Serrano informaba, en 1804, sobre la
situación del ejercicio de la cirugía en la Nueva España:
Se encuentran aún ciudades que ni buenos ni malos profesores, tienen porque están
casi todas sembradas de una plaga de curadores, destructores de la humanidad, y
aún en esta misma capital se hallan unas mujeres que, sin conocimiento ni
principios ejercen el arte de Partear. El que no hayan matronas instruidas, es por no
haber una Cátedra de Partos en todo el Reino.17
El mantenimiento de la escuela ya no alcanzó en 1819 y los estudiantes fueron
obligados a pagar cuotas que también fueron insuficientes, pues hecha la
Independencia no existía ya una dotación del tesoro real, por lo que la Escuela
de Cirujanos cerró sus puertas a finales de 1822.18
Sobre el Hospital de San Pedro
Como ya comentamos en una comunicación anterior, el Hospital de San Pedro
en la ciudad de los Ángeles, se había consolidado a principios del siglo XIX
como una institución de gran prestigio en todo el virreinato; sus médicos y
cirujanos habían sido examinados por el protomedicato, sus directivos
eclesiásticos hicieron todo lo posible por proveer al hospital de instrumental
quirúrgico para la realización de todo tipo de intervenciones quirúrgicas y se
adecuó una sala especialmente para su realización. Poseía, además, una de las
más grandes boticas de toda la ciudad y sus instalaciones se habían remozado
dando capacidad para albergar a cuatrocientos pacientes. Sin embargo, hacía
falta utilizar todo ese recurso, humano y material, en una actividad que es
inherente a la práctica médica: la docencia. Puebla, como todas las demás
ciudades del reino, había dependido de la Real y Pontificia Universidad para la
formación de médicos y cirujanos, pero desde finales del siglo XVIII, el
incremento en la demanda de atención médica y la escasez de cirujanos en la
capital poblana, motivó a un grupo de médicos y cirujanos para establecer una
"Academia de Medicina, Anatomía y Farmacia" en el seno del Hospital de San
Pedro, para transmitir sus conocimientos y habilidades. Solicitaron además a la
Real Audiencia, el derecho de instruir a sus practicantes con la consigna de que
––––––––––––––
16
José Joaquín Izquierdo, Raudón, Cirujano Poblano de 1810, México, edición facsimilar
de la BUAP, 1999, p. 132.
17
Rómulo Velasco Ceballos, La Cirugía Mexicana en el siglo XVIII, México, 1946, p. 310.
18
Flores y Troncoso, Historia de la medicina…, pp. 161-162.
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al final de sus estudios el protomedicato haría el examen final.19 En marzo de
1802 apareció en la Gaceta de México lo siguiente:
Se ha establecido en dicho Hospital (San Pedro) una Academia de Medicina,
Anatomía y Farmacia, frequentada de los mismos profesores de estas facultades,
que amantes de la humanidad y zelosos de los mayores adelantamientos a beneficio
de la salud pública, se exercitan en conferir las materias más interesantes para el
efecto y en consultar para el mayor acierto en la práctica los casos particulares;
anatomizando igualmente los cadáveres que oportunamente les franquea el hospital
con todos los instrumentos y utensilios conducentes. Estos exercicios, dignos de la
mayor recomendación, se tienen alternativamente de cada una de dichas facultades,
todos los jueves del año, por la tarde, comenzando desde las tres y media; y a todos
los actos concurren simultáneamente los profesores todos.20
Por el informe que hace el doctor Mariano Joaquín de Anzures al cabildo
poblano el 27 de octubre de 1804,21 sabemos que la integraban nueve médicos
y siete cirujanos quienes trabajaron en la construcción de la academia y
enseñaron la medicina y cirugía de su época, formando cirujanos como Juan
Nepomuceno Raudón y Manuel Eulogio Carpio Hernández.
El trabajo quirúrgico en el Hospital de San Pedro era abundante, las
patologías y el número de cirugías que se realizaban cada año así lo confirman,
pero existían dos procedimientos que podemos afirmar eran "el pan de cada
día" y que se realizaban para buscar la mejoría de varias enfermedades. Por su
importancia los describimos a continuación.
De los vejigatorios
La aplicación de un vejigatorio era responsabilidad obligada del cirujano. Se
podía colocar en cualquier parte del cuerpo, pero si se aplicaba en el brazo se
buscaba la parte más gruesa y si era en el muslo se aplicaba en la parte
superior, unos diez centímetros por debajo de la ingle. Por lo general el
boticario suministraba el "emplasto vejigatorio", pero cuando no era así, se
preparaba de la siguiente manera: sobre un lienzo se colocaba levadura
––––––––––––––
19
J. M. Reyes, Estudios Históricos sobre el Ejercicio de la Medicina, de 1701 a 1800,
Gaceta Médica de México, 1866, tomo 1, pp. 491-497.
20
Gazeta de México, 13 de marzo de 1802, tomo 11, p. 25.
21
Jesús M. de la Fuente, Efemérides Sanitarias de la ciudad de Puebla 1910, México,
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, edición facsimilar, 1999, pp. 31-32.
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humedecida previamente con vinagre y a la que se añadían los polvos de
cantáridas.22
Ya listo el emplasto,23 se calentaba medio vaso de vinagre fuerte con un
poco de pimienta en polvo y sal. Se procedía entonces a afeitar el lugar de la
aplicación y posteriormente se frotaba el lugar con un lienzo mojado con el
vinagre calentado previamente hasta lograr una irritación de la piel; era
entonces cuando se aplicaba el emplasto, una compresa encima de éste y se
sujetaba todo con un vendaje. La aplicación del vejigatorio ocasionaba por lo
regular deseos de orinar, por lo que se prescribía al tiempo de la aplicación,
caldo de pollo o de ternera y de preferencia una emulsión nitrada.24
De las sangrías
El asistente preparaba previamente todo lo relacionado con la operación: una
toalla para ponerla sobre la cama del enfermo o sobre los muslos si se sangra
sentado; una venda de lienzo delgada, como de dos dedos de ancho; un
cabezal25 de lienzo fino; una bujía26 encendida; una taza u otra vasija para
recibir la sangre y dos vasos, uno con agua limpia y otro con vinagre. En caso
de que la sangría fuera del pie, era necesario además un barreño o lebrillo27 con
agua caliente. Durante la sangría, el enfermero alumbraba y presentaba el
recipiente en que se recibía la sangre y después no se separaba del enfermo por
si ocurría algún desmayo, revisando frecuentemente el vendaje y la herida para
saber si había "soldado la sangre".
La sangría se utilizaba principalmente en todas las enfermedades
inflamatorias generales como la pleuresía o la peripneumonía y en las
inflamaciones localizadas en los intestinos, en la matriz, la vejiga, el estómago,
––––––––––––––
22
Insecto de una pulgada de largo parecido a una mosca, de color verde dorado y con
cuatro alas. De calidad acre y corrosiva y si se aplica en polvos sobre la piel, levanta ampollas.
Vicente Salvá, Nuevo Diccionario de la Lengua Castellana, París, Librería de Garnier Hermanos,
quinta edición, 1857, p. 204.
23
Medicamento dispuesto en forma sólida, que se aplica sobre la parte enferma con algún
paño que lo sujete. Ibid., p. 434.
24
Bebida refrigerante lechosa preparada a partir de almendras y azúcar y en la que se
disolvía nitrato de potasa, JRN, Enciclopedia Doméstica, Méjico, Imprenta de Juan R. Navarro,
1853, p. 46.
25
Pedazo de lienzo que se dobla y se pone sobre la cisura de la sangría, asegurado con una
venda para que no salga la sangre. Salvá, Nuevo Diccionario…, p. 183.
26
Vela de cera blanca como de media vara de largo y de diferentes grosores. Ibid., p. 176.
27
Especie de barreño vidriado, redondo, de una cuarta más o menos de alto, que desde la
base se va ensanchando hasta la boca y sirve para lavar ropa, para baños de pies y otros usos. Ibid.,
p. 652.
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23
los riñones, etcétera. También se practicaba en padecimientos como el asma, la
ceática, todos los dolores de cabeza, el reumatismo, la apoplejía sanguínea, la
epilepsia y después de caídas, contusiones y/o golpes violentos, sin olvidarnos
de aquellas personas que hubieran sido sofocadas por un "ayre impuro ó
mefítico".28 Esto es, había que sangrar siempre que se alterara el movimiento
vital por cualquier causa que fuere, exceptuando aquellos casos en que el
movimiento vital quedara parado por un síncope como en el escorbuto, la
hidropesía y la cacoquimia.29 Recordemos que antes de realizar una sangría, se
interrogaba al paciente sobre los "accidentes" que podían impedirla como:
"calosfrios, sudores, cursos, el menstruo, erupciones o flujos hemorroidales".30
Si el enfermo había comido a plenitud previamente, se esperaban de tres a
cuatro horas para realizar el procedimiento, pero si sólo había tomado líquidos,
con una hora de espera era más que suficiente.
En las inflamaciones locales, la sangría se hacía lo más cercano a la parte
afectada y en los demás casos, en los que sólo se sangraba para disminuir la
cantidad de sangre, el brazo era la parte más cómoda para realizar la operación.
De preferencia se utilizaba la lanceta, pero siendo impracticable en ocasiones,
se recurría entonces a las sanguijuelas o las ventosas. Se aplicaba primero una
ligadura una o dos pulgadas por arriba del sitio que se iba a sangrar y se
aflojaba cuando empezaba el sangrado. La cantidad de sangre dependía de la
edad, la fuerza y la constitución del paciente, pero en todos los casos era el
médico quien disponía la toma. En los niños generalmente se utilizaban
sanguijuelas, sin embargo, aunque éstas eran muy necesarias su éxito también
era incierto, ya que era imposible determinar la cantidad de sangre extraída,
por lo que Bouchan31 sólo recomendaba las sanguijuelas para sangrar las
sienes.
Cuando se realizaba una sangría en el pie o la mano, como el sangrado se
detenía antes de terminar el procedimiento, convenía meterlos en agua caliente
y tenerlos ahí hasta sacar la sangre necesaria y cuando este problema se
presentaba en otra parte del cuerpo, convenía entonces utilizar una esponja o
compresa empapada en agua caliente aplicada a la vena que se quería abrir,
hasta que estuviera bien dilatada. Las venas que se utilizaban del brazo para las
––––––––––––––
28
Aire viciado, que causa daño al que lo respira. Ibid., p. 706.
Vicio que consiste en la abundancia de malos humores. Ibid., p. 185.
30
Enciclopedia Doméstica…, p. 70.
31
Guillermo Bouchan, Medicina Doméstica o Tratado de las Enfermedades Quirúrgicas y
Cirugía General, traducción al español de Pedro Sinnot, Madrid, segunda edición, Imprenta Real,
1792, tomo 4, p. 23.
29
24
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sangrías se llamaban: mediana, basílica y cefálica; la de la mano salvatela y
safena la del pie.
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