2 Reino de Themis Era la primera noche del Ruya, el momento en

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Reino de Themis
Era la primera noche del Ruya, el momento en el cual los jóvenes del reino
cortejaban a las muchachas de sus respectivas aldeas, con el fin de encontrar pareja.
Bajo los argentinos rayos de Themis, averiguarían si las atenciones prodigadas a la
joven de su gusto durante semanas o incluso meses habían dado sus frutos.
El muchacho ascendía raudo, lleno de vitalidad, las sinuosas escaleras que rodeaban
el colosal árbol, sintiéndose nervioso, ávido y lleno de ansiedad mientras saboreaba la
felicidad que tan cerca parecía ya. Era una noche encantadora, cálida y perfumada,
perfecta para el ritual. Y en el firmamento brillaban soberbias las cinco lunas. Themis,
el astro del que el reino tomaba su nombre, y al cual sus habitantes adoraban con
especial cariño, resplandecía grandioso en la estrellada bóveda.
En su ascenso se cruzó con otros muchos chicos, en su mayoría amigos o conocidos,
que igual de eufóricos se dirigían a la casa donde esperaban hallar la dicha.
Pasaba por delante de pequeñas viviendas de madera, integradas al árbol que los
cobijaba, donde ya se hallaban pretendientes ansiosos esperando tocar a la puerta. Así
corrió sintiendo el corazón palpitar alocado hasta llegar a la cabaña que albergaba el
objeto de su deseo.
Excepto por los numerosos muchachos la aldea se hallaba desierta. En el interior de
sus casas las jóvenes dispuestas a emparejarse aguardaban escuchar una o varias
llamadas a su puerta, en cambio, los mayores, los niños o aquellas mujeres que no
buscaban compañero proseguían con sus actividades cotidianas en sus hogares.
Aquella noche, como las tres siguientes estaban reservadas a una parte concreta de la
población y los demás no deseaban importunar una celebración de tal importancia.
Al alcanzar su destino, el chico se encontró con otros dos jóvenes plantados ante la
puerta. El hecho no le sorprendió, su enamorada era hermosa, llena de energía y de
cualidades que la hacían más que deseable. Hacía ya años que se había fijado en ella y
al llegar a la edad en que las sensaciones y sentimientos habían despertado en su
interior comenzó a brindarle detalles y atenciones con la esperanza de ganarse su
afecto pero como era natural también otros pusieron sus miras en tan valiosa joya. Así
pues, había sido testigo de los constantes intentos de llamar su atención por parte de
otros muchachos. Además era de lo más habitual que una doncella tuviera lo menos
dos pretendientes.
En el reino de Themis la proporción entre hombres y mujeres era notablemente
desigual, encontrándose con una reducida población femenina. Sin embargo, este
particular hecho no representaba problema en su sociedad, pues adoptaron los
emparejamientos múltiples en los cuales, por lo general, una mujer podía tener dos,
tres o aun más hombres como compañeros.
Saludó a sus posibles rivales o futuros compañeros, con cordialidad pues tenían tanto
derecho como él a pretenderla. Tal vez todos acabaran formando parte de la misma
familia, todo dependería de la decisión de la muchacha.
Les preguntó, a través del lenguaje de signos si ya habían tocado a la puerta, a lo cual
respondieron que aun no.
Los habitantes de ese reino tenían una particular característica, única en Asmar:
habían nacido sin el don del habla. Así, para la rápida comunicación disponían de un
sencillo lenguaje de signos usado en la vida cotidiana. De este modo resultaba más
fácil realizar las tareas diarias en comunidad.
Por esto mismo, no existían los nombres; al menos, no tal como se entendía tal
concepto en los demás reinos, puesto que no hablaban, usaban sus signos para
referirse a cada individuo. Y esos gestos con sus manos describían una característica o
algún rasgo curioso o único que distinguía a la persona de sus demás compañeros
Themitas.
Los tres cruzaron miradas, era ya tiempo de llamar a la puerta.
Cada uno, por turnos, se acercó a la portezuela labrada con deliciosos detalles
orgánicos –en verdad, cada rincón de la vivienda estaba decorado-, y tiró de la
campanilla situada al lado superior derecho, un delicado tintineo surgió de esta.
Después, se quedaron aguardando anhelantes, con el pulso acelerado y el miedo al
rechazo amenazando con devorarles.
Si la puerta no se abría significaría que la chica no deseaba emparejarse y habrían de
resignarse a no hallar el amor en sus brazos y volverse a su hogar solos o probar suerte
con otra muchacha que tal vez estuviera más dispuesta a aceptarles. Tras la mayoría
de las puertas a las que se tocaba estaban jóvenes que aun no tenían compañeros pero
en ocasiones un chico se fijaba en una mujer ya emparejada, en esos casos sus
posibilidades eran menores, pues era bastante probable que esta ya estuviera más que
satisfecha con su familia y no quisiera ampliarla.
Afortunadamente, los tres muchachos cortejaban a una doncella totalmente libre.
Una bonita chica de figura atlética y largas piernas bien formadas, las cuales
quedaban al descubierto bajo su corta túnica realizada en un vaporoso tejido que se
pegaba a su cuerpo, abrió a los pocos segundos y les observó complacida por hallarles
allí. Sus ojos verdes sonreían tanto como sus labios mientras aguardaba a que ellos
ejecutaran el siguiente paso del ritual, la tradicional entrega de regalos. Los cuales
debían estar realizados con sus propias manos.
El primero de sus enamorados, notando las manos sudorosas, le entregó una fina
peineta tallada en madera. Esta observó la pieza admirada por la delicadeza y el
detalle de sus relieves. Sonrió aun más y se coloco la joya en el pelo. Esta pequeña
acción significaba que le aprobaba como pretendiente. Podría aspirar a formar parte
de su familia. En el rostro del chico se dibujó una inmensa sonrisa, acababa de superar
la primera prueba.
El segundo joven le ofreció un collar de cuentas de madera, pintadas en llamativos
colores y grabadas con pequeños dibujos representando distintos tipos de hojas. Los
Themitas eran un pueblo principalmente recolector, vivían en su mayoría de cuanto el
bosque y su amada Asmar les proporcionaba, sin embargo, la mayor parte de la
población poseía talento para las tareas artísticas y gustaban de desarrollarlo en su
tiempo libre. La talla en madera era la más practicada y por ello tenía un papel
importante en sus vidas y en el Ruya.
Ella observó el collar con atención, era un presente realmente valioso que sin duda le
habría ocupado todo su tiempo libre durante al menos un par de meses. Levantó la
vista y mientras clavaba sus esmeraldinos ojos en él se colocó el collar. También era
aceptado como pretendiente.
Solo quedaba uno. Este último le entregó una hebilla de cinturón. Como en los
demás casos, trabajada en madera y barnizada hasta dotar a la joya de un brillo casi
metálico. La chica se quedo absorta ante el objeto, tenía un tamaño considerable y el
diseño representaba unos pajarillos revoloteando entre intrincadas ramas que se
retorcían y entrecruzaban. Era una absoluta maravilla.
Una nueva sonrisa iluminó su semblante. Se quitó el sencillo cinturón que ceñía la
túnica a su cintura y en un momento sustituyó la antigua hebilla, más modesta, por la
nueva.
Así pues los tres jóvenes habían obtenido su beneplácito y podrían realizar la
siguiente prueba del ritual.
A continuación, avanzó unos pasos hacia el primer chico, extendiendo las manos con
las palmas levantadas hacia él. Este imitó el gesto, tocando con suavidad las manos de
la jovencita.
Una oleada intensa y electrizante los invadió. Ninguno de los dos había sentido cosa
igual antes.
A cambio de su voz poseían otro don, uno extraordinario que les permitía
comunicarse con los suyos de un modo muy especial. Al tocar la piel de otro ser podían
percibir sus sentimientos y transmitir los suyos a éste.
Tras unos momentos, ella se separó dejando al joven algo decepcionado, era una
sensación tan agradable que le hacía desear más.
Ella se situó ante su segundo enamorado y repitió el gesto. Este, como el primero,
tocó sus manos y una nueva oleada de sentimientos les invadió. La electricidad corría
de un cuerpo al otro, intensificando sus sentidos.
Nuevamente la chica se retiró tras unos instantes y repitió la ceremonia con su
último pretendiente, siguiendo el ritual.
La muchacha pudo comprobar como con cada uno las sensaciones eran diferentes
pero a cual más agradables. Al cabo de unos momentos retiró las manos. Esa parte del
Ruya había concluido. Los cuatro sentían arder sus rostros y sus corazones latir
desbocados de la emoción. Quedaba así claro que los tres eran compatibles con la
muchacha y que los sentimientos eran recíprocos.
Era pues tiempo de iniciar el descenso rumbo a la reunión colectiva en el claro del
bosque.
La chica comenzó la bajada con premeditada tranquilidad, mientras notaba como
ellos la escoltaban llenos de inquietud. Según descendía por la estructura se iba
encontrando con amigas y así las jóvenes se agrupaban entre gestos cómplices.
Mediante los signos, sin detener su caminar, compartían entusiasmadas información
sobre cuántos enamorados tenía cada una, se enseñaban con orgullo los presentes o
se explicaban las emociones sentidas, para la mayoría por primera vez.
Tras estos grupillos peregrinaban los múltiples y ansiosos pretendientes.
Según descendían por la aldea podía apreciarse la belleza de la construcción, la cual
denotaba el amor que derrochaban sus habitantes por su hogar. Cada familia
disfrutaba añadiendo constantemente relieves vegetales a sus casas, pequeños
detalles y todo tipo de adornos surgidos de su imaginación y realizados a partir de la
madera de las ramas caídas. Además se preocupaban por fusionar sus viviendas con
los hermosos bosques que componían su hogar, formando así parte de la propia
Asmar. Perseguían la armonía y elegancia en todo cuanto hacían. Y con ese fin,
construían las cabañas alrededor de sus asombrosos árboles, los cuales eran tan
gruesos que serían necesarios diez hombres, tomándose de las manos, para cubrir su
contorno. Estas se disponían en niveles, los cuales iban aumentando y ascendiendo por
el tronco que les cobijaba según la población crecía tal como lo hacia el propio árbol
que cada año elevaba un poco más su copa dispuesto a alcanzar al Gran Padre Melov
con sus ramas.
Tras una alegre caminata por la foresta las chicas se sentaron apiñadas en el claro
acomodándose sobre la aterciopelada hierba. Aquel lugar, algo alejado del poblado,
era ideal para la ejecución de las luchas.
Ellas, entre mudas risas y picaras miradas, estudiaros a los muchachos que bañados
por la luz de las cinco lunas se veían aun más apuestos. Estos aguardaban las
indicaciones para la prueba.
Las jóvenes escogieron a una de las suyas. Esta se puso en pie y rápidamente sus
pretendientes dieron un paso al frente, para que todos vieran que ellos eran los
aspirantes a esa muchacha. Los demás varones se apartaron y se sentaron en el suelo
dejando espacio a, en este caso, cuatro enamorados. El Ruya continuaba y ahora los
pretendientes lucharían entre sí para demostrar su fortaleza e interés.
Cuando eran más de dos aspirantes la lucha se llevaba a cabo en turnos sucesivos de
dos en dos. Por tanto, dos de los chicos se retiraron un poco y los otros dos se
desprendieron de sus túnicas, de igual estilo al que lucían las jóvenes, quedando
cubiertos tan solo sus partes íntimas por una especie de sencillo taparrabos. De este
modo, la prueba se llevaba a cabo con mayor comodidad al tiempo que sus posibles
compañeras podían juzgar su anatomía.
La chica observó atenta sus fibrosos cuerpos, sus torsos bien formados, sus piernas
robustas y sus fuertes brazos. Sus amigas le hacían picaros y admirativos comentarios a
través de los signos de sus manos elogiando a los galanes.
La lucha, a pesar de ser una prueba de fuerza no llegaba a resultar peligrosa y mucho
menos sangrienta. Consistía tan solo en tumbar al contrincante, por los medios que su
cuerpo y su cerebro les pudiera otorgar. E incluso en ocasiones el combate no llegaba a
concluir con vencedor alguno pues la joven en cuestión podía detener la prueba en
cualquier momento si consideraba que ya había visto suficiente. Decidiendo así cual
consideraba el vencedor o incluso si escogía a ambos.
Los dos pretendientes comenzaron a caminar lentamente en círculos, estudiando a
su contrincante meditando como atacar. Al cabo de unos instantes uno, decidido, se
lanzó sobre el otro pero este fue veloz y se apartó de su camino, casi provocando la
caída del primero. Mas el joven logró frenar a tiempo, sin embargo su cuerpo estaba
desequilibrado hecho que aprovecho su rival que lo agarró por la espalda, en un fuerte
abrazo, levantándolo del suelo unos centímetros. Se disponía a hacerle girar y usando
su propio peso hacerlo caer a plomo sobre la tierra pero este agitándose ansioso por
desembarazarse del aprisionamiento consiguió, casi por casualidad, golpear con
energía una rodilla de su rival. Este notando un agudo dolor soltó a su presa llevándose
las manos a la magullada rodilla. El otro muchacho, aprovechó su oportunidad, se giró
hacia él, se agachó y tomando las piernas del oponente por los tobillos tiró hacia arriba
con todas sus fuerzas haciéndolo caer. Este quedó desplomado sobre la hierba.
El que quedaba en pie miró lleno de orgullo a su enamorada sabiéndose el vencedor.
En el suelo, el otro joven, con expresión dolorida intentaba levantarse con cierto
esfuerzo, parecía haberse dañado la espalda. Los otros dos chicos que aun aguardaban
su turno para la prueba fueron en su ayuda.
Todos los presentes observaron interesados a la muchacha. Esta avanzó hacia los
aspirantes. Se detuvo frente al chico que se había alzado con la victoria que aguardaba
un beso o algún gesto de cariño que afirmara la superación de la prueba, sin embargo,
para su sorpresa esta se desprendió del presente entregado por el chico y se lo
devolvió.
El significado quedaba claro como el agua para todos. Ya no le consideraba digno de
ser su pareja. Este no había medido su fuerza, y en su ansia por lograr su afecto no le
importó hacer daño a otro.
Él bajo la cabeza entre asombrado y decepcionado y al poco echó a correr lleno de
vergüenza, siendo engullido rápidamente por la foresta.
Luego, la chica se acercó al magullado pretendiente y acarició su rostro al tiempo que
le dirigía una cálida sonrisa. Este gesto demostraba que a su parecer él era el auténtico
vencedor de la prueba. Luego tocó en el hombro a los otros dos muchachos. Ellos
también habían superado la prueba al ayudarle aun siendo rivales por su afecto, por
tanto no necesitarían luchar entre sí. Para ella ya había habido enfrentamiento de
sobra.
Por último la doncella se sentó aparte rodeada de sus tres posibles compañeros y
otra muchacha se levantó tomando su turno.
Así durante varias horas se celebraron los combates en los cuales unas veces eran
escogidos los vencedores, otras los aparentes perdedores y otras ambos
contendientes.
Algunas jóvenes se quedaron con un solo enamorado pero la mayoría escogieron a
dos, tres o incluso a todos cuantos aspiraban a ellas. Los rechazados abandonaron el
claro, con mayor o menor tristeza, regresando al poblado. Unos repetirían el Ruya el
próximo año con la esperanza de tener más suerte y conseguir una pareja, otros más
decepcionados optarían por abandonar la idea de formar una familia, al menos por un
tiempo.
Concluidos los encuentros de lucha solo restaba la fase final en que los pequeños
grupos se dispersarían por el bosque para, bajo el amparo de la Gran Madre Asmar y la
salvaguarda de la luna Themis y sus hermanas, conocerse mejor y descubrir durante
esa noche y las sucesivas del Ruya si podrían formar una familia feliz y bien avenida.
Ella, echada boca arriba sobre la hierba, notando como uno de sus pretendientes
pasaba los dedos entre su largo y oscuro pelo se fijó en una estrella que rasgaba el
firmamento dejando tras de sí una fina estela blanquecina.
Levantó el brazo, indicándoles a sus amados el objeto, y éstos sintieron su alegría.
Era una hermosa imagen.
Apareció otra estrella fugaz. Otro de sus compañeros la señaló; se sentían venturosos
de poder presenciar algo tan bello, era un suceso excepcional ver una estrella
atravesando los cielos.
Otra más surcó el nocturno firmamento, dejando su estela. Y otra. Y otra. Unos
minutos después, toda la cúpula celeste estaba cubierta de estrellas viajando a gran
velocidad, dibujando miles de curvos trazos argentinos tras ellas.
Los cuatro, como muchos de los otros jóvenes que desde sus pequeños refugios
entre la espesura observaron el fenómeno interpretaron la escena como un signo
aprobatorio por parte de Themis, un presagio de que sus uniones serían muy felices.
Aquel Ruya era si cabe más especial gracias a aquellas maravillosas estrellas.
Mientras, en el poblado, también se percataron del extraño evento pero la
interpretación de su significado resultó bien distinta.
Todos salieron de sus hogares y, desde los distintos niveles, observaban el increíble
acontecimiento. Las gentes se tocaban, los unos a los otros, transmitiéndose
sentimientos de inquietud, perplejidad y miedo.
El espectáculo duró varias horas y los aldeanos permanecieron expectantes, sumidos
en el desasosiego hasta que todo volvió a la normalidad.
Al amanecer la lluvia de estrellas había cesado y los jóvenes emprendieron el regreso
a la aldea entre gestos cariñosos, besos y parloteos alegres entre signos. Se sentían
llenos de dicha. De camino preguntaros a los demás si habían visto la mágica lluvia y
como estos lo interpretaban. Todos coincidieron en que debía ser un signo de buen
augurio. Sin duda sus nuevas uniones estarían llenas de felicidad y armonía.
Cuando alcanzaron la aldea se encontraron con el resto de habitantes fuera de sus
casas y la intranquilidad plantada en sus corazones. Los chicos se rieron de los miedos
de sus mayores y cada cual regresó a su hogar, que para muchos pronto dejaría de
serlo, pues al emparejarse los hombres pasaban a vivir con su compañera en el hogar
de esta, lo cual sucedería al concluir del todo el Ruya.
Los aldeanos vigilaron el firmamento a la noche siguiente, todos excepto los jóvenes
participantes del Ruya que en esa segunda noche del ritual, como harían en las dos
sucesivas estarían hasta la llegada de Melov en el bosque de su protectora, con sus
respectivos compañeros y compañeras bajo la mirada de Themis y las demás lunas
suspendidas en el despejado cielo, conociéndose mejor, pero esta vez no hubo más
estrellas fugaces, lo cual sintieron estos.
Aun así, el Círculo de Themis, la pequeña orden constituida por las mujeres más
sabias de su modesta comunidad, cuidadoras de sus vecinos y encargadas de resolver
los problemas que surgieran en la aldea, decidieron enviar un emisario a la capital.
Considerando oportuno comunicar tan misterioso incidente al Círculo de Asmar, el cual
servía de guía a las demás órdenes del reino. Tal vez no tuviera ninguna importancia
pero puesto que nunca habían presenciado ni oído hablar de evento semejante
preferían mostrarse prudentes y dar aviso.
Ráfaga de Viento, una jovencita de unos diecinueve años, corría a través de las
plataformas que unían el complejo del Círculo de Danae, seguida por un pequeño
felino atigrado. La chica vestía la túnica de iniciada, una sedosa prenda corta de un
verde pálido que dejaba al descubierto sus rodillas. Sus cabellos negros estaban
cubiertos de trenzas y recogidos, de los que colgaban hojas, plumas y pequeñas
campanillas que tintineaban al viento.
Irrumpió en el salón sagrado intentando pasar desapercibida, para no variar llegaba
tarde. En el centro del mismo, diez mujeres de distintas edades, —vestidas con túnicas
largas de un color verde intenso, ornamentadas a base de bordados vegetales en
marrón—, formaban un círculo tomadas de las manos. Un círculo aún mayor rodeaba
al primero y en él había catorce muchachas, con idénticas prendas a las de Ráfaga de
Viento. Ésta se acercó al grupo a hurtadillas y, tocando en el hombro de una de sus
compañeras, se incorporó al rito.
Cada día, al amanecer, era la hora de la unión con la Gran Madre. Últimamente
estaban encontrando dificultades para sentir a Asmar, lo cual preocupaba al Círculo.
Aquella mañana, un hombre, solicitó audiencia con las dirigentes de la hermandad.
Una vez hecha la petición, tomó la mano de la iniciada que daba la bienvenida a las
visitas, la misma Ráfaga de Viento, y ésta pudo percibir el nerviosismo del viajero.
Lo condujo a través de las instalaciones del templo hasta llegar ante las puertas del
salón. Durante el trayecto, el hombre observaba al gato que seguía devotamente a su
joven compañera. Tras abrirle las hermosas hojas del portón e indicarle con un gesto
que podía pasar, el minino se frotó contra sus piernas y él experimentó la calma que le
transmitía el animalillo. Lo acarició con cariño y, después, entró a cumplir con el
encargo encomendado.
Las diez mujeres permanecieron tomadas de las manos. Hacía un rato de la partida
del heraldo; debía regresar a su hogar, pero les transmitió su turbación ante los
acontecimientos. Ahora, la dificultad por sentir a la Gran Madre, se había convertido
en una agitadora zozobra.
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