CHARLA DE UN GAG-PA

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CHARLA DE UN GAG-PA
Bajo el signo del león, del año LII, de Acuarius.
CUIDADO CON EL TREN.
-¡Rigooo...!¡Rigooo... quítate de la
vía...!¡Rigooo... cuidado con el treeen...!
Una y otra vez escuchaba, a lo lejos, la voz
desesperada de mi tío Wilfrido insistir en algo
que me parecía innecesario, pues ya hacía
tiempo que me había dado cuenta que el tren se
aproximaba. Su peculiar silbido anunciaba su
proximidad desde antes que diera vuelta a
aquella loma de la que ahora asomaba y desde
la que parecía hacerse cada vez más grande.
- ¡Rigooo... quítate de la víaaa!
Yo alcanzaba a percibir la angustia de mi tío y
hubiera querido explicarle porqué no podía
actuar conforme a lo que me indicaba, pero en
esos momentos me encontraba demasiado
ocupado para hacerlo. Mi mente infantil
solamente atendía al compromiso contraído con
mi madre. Naturalmente que, a mis tres años,
yo bien sabía las consecuencias de esperar el
encuentro con el tren, cuyo insistente silbido,
cada vez mas fuerte, competía con la voz de mi
tío, llenando el espacio y el tiempo.
Aquella tarde, cuando supe que mi tío tenía que
ir a hacer no sé qué cosas al campo, decidí que
yo tenía que ir con él. Mi madre se opuso,
argumentando que había llovido, que me
acababa yo de cambiar de ropa y que me iba a
ensuciar los zapatos que recién me había
pintado. Recuerdo que esos años yo vestía
cotidianamente, conforme al gusto de mi
madre, camisa blanca de manga corta, pantalón
corto y zapatos blancos, lo cual resultaba
particularmente llamativo en el ambiente
campirano de aquél pueblo de Michoacán,
donde viví mis primeros cuatro años.
Quizás un poco conmovida por mi llanto, pero
más bien atendiendo a la intercesión de mi tío y
de mi abuela, mi mamá me dijo:
- ¡Está bien, puedes ir; pero pobre de ti si
regresas lleno de lodo!
Cuando llegamos al sitio, mi tío se puso a
trabajar en lo suyo, mientras yo me distraía por
los alrededores, aunque siempre poniendo
cuidado de no manchar mis blancos zapatos
recién pintados.
En cierto momento, decidí que, una manera
segura de evitar ensuciarme consistía en
caminar por la vía del tren. Después de un buen
rato de haber puesto en práctica mi brillante
idea, escuché el silbato del tren, anunciando su
proximidad. Sin embargo, al intentar salir de la
vía, puede observar que a lo largo de ella, en
ambos costados, se habían formado dos largos,
pero muy largos, charcos que no me era posible
cruzar sin ensuciarme. Ese era el motivo por el
cual parecía que no hacía yo caso al llamado de
mi tío ni al silbato del tren, cuyo sonido se
repetía de tal modo que casi no dejaba ya
silencios de intervalo. A pesar de todo, la
ruidosa cercanía de aquel enorme gusano de
metal no me asustaba, aún cuando yo me
encontraba corriendo y mirando a ambos lados
de la vía, en busca de un sitio por donde
pudiera salir de ella.
De pronto, alguien me levantó por la cintura y
pude ver sus piernas saltar el agua estancada de
aquella tarde y, mientras con otro salto quedaba
atrás el terraplén del ferrocarril, pude sentir a
nuestras espaldas el estruendo caliente y
húmedo de la negra locomotora que, seguida de
sus carros, me había estado silbando
intermitentemente.
Al recordar este incidente, unos doce o catorce
años después, tuve el deseo de mostrar mi
agradecimiento a ese hombre, pero, al preguntar
por él a mi tío, éste me dijo que nunca logró
conocer la identidad del hombre que me había
salvado, pues, aunque anduvo preguntando por
él en los poblados cercanos, nadie pudo
identificar a esa persona.
HUMILDAD
Con frecuencia se confunde la humildad con la
negación de sí mismo, con la aniquilación de la
propia dignidad, con el silencioso servilismo y
hasta con la pobreza material. La verdadera
humildad consiste en reconocer el propio sitio
que nos corresponde, dentro del concierto
cósmico de la vida. La verdadera humildad es,
por lo tanto, la expresión de un estado de
conciencia que está más allá de la que
manifiesta el común de las personas.
ACERCA DE LA HUMILDAD.
Cierto Maestro observó que uno de sus
discípulos más jóvenes, en su afán por estar
más cerca de él, atropellaba a sus condiscípulos
en su intento de ser el primero en recibir la
bendición personal del Gurú.
Ante las continuas quejas de los otros
discípulos debido al comportamiento de aquél
que pretendía ser el primero, el Maestro hizo
referencia a la enseñanza Iniciática relacionada
con la importancia de la humildad, ejemplo
dado por el mismo Jesús, el Cristo, cuando les
dijo que el mayor de ellos debía ser como el
más pequeño.
A partir de entonces, los mismos condiscípulos
se vieron jalonados y empujados al frente,
cuando el Maestro otorgaba sus bendiciones,
debido a que cierto discípulo que antes se
esforzaba por ocupar el primer sitio, ahora
insistía en ocupar siempre el último.
LOS HIJOS.
En general, se puede decir que mis hijos
tardaron, cada uno en su respectivo momento,
alrededor de tres meses en educarme, es decir,
en que yo alcanzara a interpretar más o menos
correctamente sus expresiones e identificara
sus necesidades.
Cada uno de ellos ha constituido un motivo de
alegría y de reflexión, aunque también es cierto
que, generalmente, en este caso, como en
cualquier otro, la primera experiencia resulta
ser la más impactante.
CUIDADO CON PAPÁ.
Todos los adultos tenemos temporadas en que
se nos acumula el trabajo o bien, por alguna
razón, nos encontramos más tensos de lo
común.
Yo estaba pasando por una de esas épocas en
que los muchos desvelos y la carga de trabajo
era mayor cuando, al llegar a casa alrededor de
las diez y media de la noche, encontré despierto
a mi hijo Hassán, quien en ese entonces apenas
contaba con un año de edad. Después de una
hora, tiempo suficiente para dedicarle mi
atención y cenar, decidí que había llegado el
momento de dormir. Sin embargo, el pequeño
continuaba en actividad y se resistía a quedarse
quieto pues, cuantas veces lo acomodaba, otras
tantas él volvía a levantarse y a no respetar el
tan deseado silencio que yo me afanaba en
imponer. Al fin, en mi desesperada búsqueda
del descanso, terminé dándole unas palmadas y
amenazándolo con más, si no se quedaba quieto
y callado.
Me sentí incómodo por haberlo, según yo,
castigado por no obedecer. A pesar de mi
cansancio, el sueño tardó en volver a
presentarse. Transcurrió cerca de media hora
cuando escuché al niño llamar a su mamá para
informarle, con una sola palabra, que
necesitaba defecar. Una vez que fue atendido,
se quedó inmediatamente dormido, mientras yo
sentía vergüenza de mi comportamiento al
comprender que el niño no podía quedarse
quieto mientras su organismo requería del
movimiento para estimular la eliminación de
desechos. Pero más vergüenza sentí al día
siguiente, cuando al volver, aproximadamente a
la misma hora, mi esposa me informó que el
niño se había acostado casi tan pronto como
había oscurecido, diciéndole, en su lenguaje
infantil: "...Ya vámonos a dormir, porque si no,
viene mi papá y nos pega (tunde)". A partir de
entonces, cada vez que tengo un motivo de
fricción con mis hijos, trato de ponerme en su
lugar, de pensar y sentir como ellos, y
encuentro que tienen sus justificaciones.
Rigoberto Hernández Fuentes,
Gag-Pa. A su servicio.
Tel. 5712-5475.
E-Mail: [email protected]
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