Sistema de nombres dobles 1. En uno de los ázbukovniks muy

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Sistema de nombres dobles
1. En uno de los ázbukovniks muy antiguos (ázbukovnik es una especie de enciclopedia donde en
orden alfabético se presentaban conocimientos diversos, una cosa muy popular en los tiempos del
Principado de Moscú, es decir, hace unos cuatrocientos años) se decía: “Los hombres de las estirpes y
épocas primeras daban a sus hijos los nombres que placieran al padre y a la madre: por la apariencia y por
la naturaleza del niño, por una cosa o por una historia. Así mismo los eslavos daban a sus hijos antes de
bautizar nombres así: Bogdán, Bozhén, Pervoy, Vtoroy, Lyubim (Diosdado, Hombre de Dios, Primero,
Segundo, Amado) y otros así. Y eran muy buenos esos nombres”.
No es casual, por supuesto, que lo citemos. Hemos hablado del sistema de nombres dobles que
existió en la tradición rusa. Vamos a poner un ejemplo: en 1492, viajó a la corte del emperador del Sacro
Imperio Romano Germánico, archiduque Maximiliano de Austria, una embajada rusa en que iba, entre
otros, un diplomático moscovita de renombre, dyak (funcionario) Iván ( de segundo nombre Volk – “lobo”)
Kúritsin. Las cartas donde figura su persona lo nombran ora Iván, ora Volk y a veces Iván-Volk. Es decir, el
diplomático tenía dos nombres, uno bien cristiano y el otro, de clara procedencia pagana. Y eso, ¡en un
funcionario! En realidad, los nombres que podemos encontrar en los documentos antiguos rusos
acompañando los rangos de funcionarios de varios niveles o sacerdotes provocan a veces un efecto
extraordinario. Por ejemplo, los documentos de la primera treintena de años del siglo XVII (1621, 1625,
1628) nos dejaron los nombres de: dyak Tretiak (o sea, Tercero), podyachi Gryaznusha (Sucio), dyak
Neupokoy (Inquieto) Kokoshkin, sacristán del convento de los Santos Borís y Gleb Tomilko Kasentinov hijo
de Diablo, cura Istoma (Cansancio) etc.; en el siglo XI, vivió en Nóvgorod un cura llamado Upir Lijoy
(Vampiro Malo), en 1161, se menciona el cura Lijach (Malvado), en 1600, el cura Ugryum (Huraño), en
1608, cura Shumilo (Ruidoso)... ¡No son apodos sino nombres! Y ahora imagínense que fueron dados a los
curas, como se dijo en el ázbukovnik mencionado, “por su naturaleza”. Hay aquí cosas para pensar, ¿no?
Pero volvamos a los nombres dobles. Oficialmente, la costumbre existió hasta casi los finales del
siglo XVII, pero entre los campesinos se conservó obviamente mucho más tiempo. Que no se muriera
durante tanto tiempo se debía en parte a que existiera, sobre todo, en las familias que esperaron largos
años por sus hijos o, con más exactitud, por sus deseados hijos varones. Como los antepasados y los
descendientes representaban la misma comunidad sacralizada, había una especie de carrera de relevos de
los nombres personales. El nombre era un modo de traspasar ciertas cualidades del pariente difunto al
recién nacido. En las naciones que estaban en las etapas primitivas del desarrollo social esta conexión de
culto arcaica se manisfestó muy a conciencia. En el fondo, la duración de la existencia del sistema de
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nombres dobles en Rusia habla muy claro de lo duro que fue el proceso de sustituir las creencias nacionales
arcaicas por las impuestas, evidentemente ajenas, porque su significado casi siempre quedaba sin explicar.
El nombre no solo es la conexión con los antepasaos. También es el destino, está lleno de sentidos y
posee una fuerza mágica: depende del nombre cómo va a vivir uno. Pero los nombres antiguos, “de los
abuelos”, que tenían en su base “la naturaleza”, quedaron prohibidos, mientras que los nuevos,
numerosos, llegados con la fe cristiana (nombres romanos, hebreos, germánicos) se introducían
activamente mediante el Santoral. Además, la Iglesia castigaba muy duro la negación a bautizar a un niño...
En 1596, en el libro titulado “Alfabeto” (de hecho, un ázbukovnik típico), el compilador escribía con tristeza:
“Los eslavos no comprendemos nuestros nombres de hoy, no comprendemos cómo se explica Andrey,
Vasíliy o Danila (equivalen a Andrés, Basilio y Danilo) ...” Tenemos que reconocer que el compilador sintió
muy nítido la esencia del problema: “Es decir, si el santo es romano, su nombre se escribe en romano, si es
hebreo, en hebreo...” Resultaba que no quedaba sitio para los nombres originales, eslavos. Eso sí, la
sustitución fue muy lenta, no se produjo de manera inmediata.
Hay que señalar que en el siglo XV y hasta en el XVII no había nada raro en que una persona tuviera
dos nombres: uno cristiano y el otro pagano (o también cristiano, porque el proceso de la sustitución,
aunque lento, era irrecuperable). Mientras que en los primeros siglos de la fe cristiana en Rusia ni siquiera
las personas de alcurnia estaban dispuestas a olvidar su nombre “seglar” y se utilizaba al lado del cristiano.
Lo confirman las crónicas y otros testimonios escritos. Por ejemplo:
— en el fragmento correspondiente al año 1113, leemos: “Murió el príncipe Mijailo, llamado
Svyatopolk (Huestes Santas)...”, o “nació el hijo del príncipe Andrey, Iván. Le pusieron Vasíliy...” (crónica de
Galitzia del año 1350);
— “Yo, gran príncipe Gavriíl, nombrado Vsévolod (Señor de Todo), monarca Mstislávovich...” es
como empieza una carta del príncipe de Pskov y Smolensk;
— “... y le pusieron: en el santo bautizo, Polaguia (Pelagia). Y el nombre, Sbyslava (Gloriosa)”
(crónica hipatiana sobre el bautizo de una de las princesas);
— también se menciona en los documentos “Kruglets (Redondo), nombrado Evstáfy (Eustacio)
muerto de mano del príncipe de Lituania Algirdas”;
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— el mitropolito de Volinia que vivió a principios del siglo XIII se llamaba “Nikífor y de apodo Stanilo
(Fuerte)”;
— y en siglo XIV, hubo un tal boyardo Shuba (Abrigo de Piel), bautizado como Okinf pero al que
todo el mundo llamaba Shuba Fiódorovich etc.
Muchas veces, se utilizaba en la vida cotidiana solo un nombre y el otro quedaba oculto, estaba
tabuado (ya que, según las creencias antiguas, al saber el nombre, uno conseguía un poder especial sobre
su propietario). Ocurría que el segundo nombre se hacía público solo en el lecho de la muerte o incluso
después de la defunción. No podemos contestar inequívocamente cuál de los dos nombres se utilizaba más
a menudo. La situación cambiaba con el tiempo. Al adaptarse, el nombre cristiano y el “seglar” perdían las
diferencias. El pueblo, al final, dejó de distinguir lo propio y lo ajeno. Y el significado del apodo, a veces,
cobraba más fuerza que el del nombre. Entonces el apodo empezaba a usarse junto con el nombre (los
ejemplos podrían ser Iván el Terrible o Vsévolod Gran Nido) o el nombre le cedía el paso. Lo demuestran las
largas listas de los nombres “seglares” más parecidos a apodos de las investigaciones de A. M. Selíshchev o
N. M. Túpikov (“Origen de los apellidos, nombres y apodos rusos”, “Ensayos sobre la historia de los
nombres rusos”. Allí podemos encontrar nombres del tipo Druzhina, Udacha, Maloy, Kisel, Malyuta,
Neluyb, Ogurets, Soroka, Nejoroshey (Huestes, Suerte, Pequeño, Papilla, Chiquito, No querido, Pepino,
Urraca, Malo).
En una de las cartas del zar Iván IV, apodado por su crueldad el Terrible, leemos: “He concedido a
Zloba (Rencor), hijo de Vasíliy Lvov y a Iván hijo de Zloba, también Lvov... baldíos y tierras de arar...” Zloba
es un nombre igual que Iván. Eso sí, más se parece a un apodo (el sentido es más que transparente: ¡vaya
una característica, si el hombre recibió su nombre “por naturaleza”!) Cada vez se hacía más difícil distinguir
entre el nombre y el apodo, sobre todo, porque cada vez más se borraba la diferencia entre el nombre
original (que era el “seglar” la mayoría de las veces) y el “de calendario” (adjudicado según el Santoral): “Mi
hijo Ostáfiy apodado Mijaíl (equivale a Miguel) ...”; “Karpusha Leónov, apodado Ivashko (equivale más o
menos a Juancito)...”; “Ivashko, apodado Agofonko...” Estos son los testimonios de la nominación doble de
los principios del siglo XVII y los dos nombres citados en cada caso son cristianos.
Es decir, para los finales del siglo XVII, la lucha incesante de la Iglesia trajo sus frutos:
paulatinamente quedaron prohibidos los nombres seglares y la actitud oficial hacia ellos fue de desdén: “El
cosaco Bogdán (nombre eslavo equivalente a Diosdado) de Dios sabe qué nombre...” Llegaron los tiempos
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de los nombres de pila, recibidos en el bautizo según todas las reglas de elegir el nombre de un santo
cristiano en el calendario.
2. La Iglesia no luchaba contra las creencias antiguas sobre la fuerza mágica del nombre, al
contrario, las aplicaba muy activamente: es en estas creencias donde se basa la fe en salvarse mediante el
solo nombre de Dios así como la fe en la protección infalible del santo cuyo nombre fue recibido en el
bautizo. Además, los rasgos distintivos del santo patrón se transmitían de manera natural a su protegido. A.
M. Selíshchev tiene un ejemplo maravilloso apuntado por él en Macedonia. Un campesino le puso a su hijo
recién nacido Iván (por San Juan Bautista). Para la comida del bautizo llegaron numerosos invitados y hubo
que sacrificar un cordero. Pero como el Santoral homenajea a San Juan 64 veces al año, no pasaron ni tres
días cuando los invitados llegaron de nuevo. En un mes el campesino quedó arruinado. Fue a la iglesia a
explicarle al santo su problema. Pero cuando llegó, vio el icono en el que salía San Juan apenas cubierto por
una piel gastada de oveja, “ ¡Pero si anda en pelotas él mismo! –exclamó el campesino. - ¡Qué puede
esperar uno de un muerto de hambre!” “Haberle dado al hijo el nombre de este” –dijo al echar una mirada
al icono de San Nicolás Milagroso, que durante la vida había sido el obispo de Myra, con atavíos de oro y
piedras preciosas.
3. Se daba tanta importancia al nombramiento porque, según las creencias populares, el nombre
simolizaba la aparición de un alma nueva y en las épocas más antiguas, el regreso de un alma ida y su
adaptación. Una persona sin nombre no es nadie, no es miembro de la sociedad, no pertenece a ningún
círculo (social, sexual, de edad etc.). El derecho de la elección del nombre, como ya hemos mencionado,
podía pertenecerles a los padres y/o la comadrona y en la época cristiana, a los compadres, o sea, padrinos
del niño. Antes de que hablemos del compadrismo y el papel de los compadres en el bautizo del recién
nacido, es necesario decir unas palabras sobre el nombre “de sauna” dado por la comadrona.
En la etapa prectristiana, el nombramiento tenía lugar en la sauna misma, cuando la comadrona
bañaba al recién nacido, de ahí el término del “nombre de sauna”. Cuando el bautizo se convirtió en el
único modo de recibir el nombre, el nombre de “sauna” quedó prohibido. A lo mejor, la Iglesia pretendía
controlar las acciones rituales de las comadronas para no permitir la profanación del significado del
bautizo. Sobre todo, por la condición femenina de las comadronas, ya que, según las normas de la Iglesia,
las mujeres no podían llevar a cabo ritos religiosos. Sin embargo, hubo casos cuando las comadronas
bautizaban a los recién nacidos: “Si el bebé parece muy débil, la comadrona lo bautiza en una olla, a su
modo”. Este bautizo “casero” no solo estaba permitido por las reglas eclesiásticas sino que “en casos graves
de la salud del niño” (para evitar la muerte de una personita sin bautizar) quedaba impuesto como una
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responsabilidad a las comadronas bautizarlo mediante “sumergir tres veces y tres veces echarle agua
pronunciando ciertas palabras”. Un bautizo así (“contra una gran desgracia”) no sustituía el de la iglesia y, si
el niño sobrevivía, el sacerdote completaba el rito ya sin sumergirlo en el agua y le ponía el nombre ya dado
por la comadrona. Pero si el bebé fallecía, el bautizo “de sauna” administrado por la comadrona bastaba
para considerarlo “cristianizado” y enterrarlo como tal. No vamos a hablar aquí del destino triste de los
bebés muertos sin bautizar, ya que es un tema que puede constituir por sí un pequeño ciclo de
conferencias. Seguimos hablando del parto y de los ritos de paso relacionados.
4. El rito eclesiástico de bautizo iniciaba las dos partes restantes del ciclo del parto, porque
combinaba los elementos de los ritos de carácter purificador, la acogida del recién nacido en la comunidad
y el nombramiento.
Para llevar a cabo el bautizo del bebé, hacen falta los que puedan hacerlo. Los padres del niño están
“impuros”, no pueden entrar en la iglesia hasta que pase cierto plazo y , por consiguiente, no pueden
encargarse de la acogida. El bautizo, como ya se ha mencionado, no solo suponía el nombramiento sino
también la incorporación del recién nacido en el mundo “propio”: el mundo de la familia, de la comunidad,
de la gente cristiana ortodoxa (de sus correligionarios). En algunas partes, la fórmula tradicional de pedir
ser compadre, que le expresaba el padre del niño al posible padrino, eran las siguientes palabres: “ ¡Ven,
llévalo al bebé a la fe cristiana!”.
Siempre se ha dado mucha importancia a la elección de los futuros padrinos. En las épocas
antiguas, invitaban a los parientes cercanos para ser padrinos (normalmente, eran un hermano de la madre
y una hermana del padre del niño). En cierto sentido, se volvían mediadores consolidando la conexión entre
el bebé y la familia grande (la estirpe) y, en general, la comunidad. Más tarde, empezaron a servir como
padrinos también parientes lejanos o simplemente algún amigo o conocido bueno. Pero el lazo de
compadres seguía siendo en la conciencia popular una parentesco muy cercano: “Los compadres son como
los hermanos”, se decía. Por eso quedaban terminantemente prohibidos los matrimonios entre el
compadre y la comadre e incluso entre los miembros de sus familias. Esta noción de parentesco se
transmitía también a la segunda generación. Es más, los ahijados y los hijos de los padrinos, así como los
ahijados de los mismos padrinos igualmente se consideraban parientes: hermanos y hermanas “de
bautizo”. Las relaciones de amor entre las personas que estaban atados por los lazos de este tipo se
consideraban incestuosas y, por consiguiente, se veían como un pecado muy grave. Incluso los conflictos
entre las familias compadreadas se consideraban un “gran” pecado.
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Un modo de romper la tradición de invitar a los parientes cercanos a ser compadres era la
costumbre de invitar a la primera persona encontrada en el camino de los que llegaban al pueblo o
aparecían en el cruce más cercano a este. La costumbre se practicaba, sobre todo, si en la familía había
muerto el niño anterior o, como se decía popularmente, los niños “no se quedaban” muriendo pronto
después de nacer. Los compadres de este tipo se llamaban “compadres de Dios”, se creía que eran
enviados de Dios y el niño gozaría de una protección especial del Señor teniendo unos compadres así. A
“los compadres de Dios” se le tenía mucho respeto; realizado el rito, se convertían en los miembros de la
comunidad con todos los derechos.
Los investigadores creen que el compadrismo, que se volvió, de hecho, una costumbre tradicional,
había surgido como un instituto eclesiástico. Aunque también es cierto que las funciones del padrino
muestran muy claro las repercusiones del avunculado, atavismo de las relaciones matriarcales (El
avunculado es la costumbre de un lazo especialmente fuerte entre el sobrino y el tío materno, según la cual
el tío debía cuidar más al sobrino que a su propio hijo). Y en el marco de las pautas canónicas de todas las
iglesias cristianas, los padrinos en el bautizo son, ante todo, los recibidores del niño cuando entra en el
seno de la Iglesia. Era este papel de recibidores que establecía entre todos los participantes del proceso
unas relaciones nuevas, “parentesco espiritual”.
Cuando los ahijados se hacían un poco mayores, eran los padrinos los que debían enseñarlos a leer
y rezar. A menudo los padrinos transmitían también los primeros conocimientos laborales: segar, arar, hilar
etc. Tenían todo el derecho de intervenir en la educación de sus ahijados. Si estos quedaban huérfanos, los
padrinos asumían las responsabilidades de los padres. En todos los eventos imporantes de la vida del
ahijado, el lugar de los padrinos era al lado de los padres. Los niños siempre eran criados con la idea de
profundo respeto hacia los padrinos: “Es un pecado imperdonable ofender a los padrinos: Dios les negará la
felicidad a los que se atrevan a esto”, o: “Se veneran igualmente la madrina y la madre” etc.
El padrino le compraba al niño la cruz de llevar en el cuello, pagaba el bautizo, llevaba su pan al
bautizo y alcanzaba el agua para la pila. La madrina regalaba tela para “la ropita” de bautizo de su ahijado,
el paño para que el cura se secara las manos después del rito y también el paño en que envolvían al niño
sacado de la pila. Los compadres recibían al ahijado después de ser bautizado, lo llevaban a casa, les
regalaban algunas monedas a la madre y al niño (“para hincar el diente”). En general, los compadres tenían
que observar numerosas costumbres, ya que en su conducta durante el bautizo se leían señales diferentes
que predecían el futuro del ahijado, por ejemplo: cuando el compadre llevaba el agua, no podía utilizar el
koromyslo (la vara para llevar dos cubos en los hombros) para que el niño no se volviera cargado de
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espaldas; después del bautizo, la madrina cogía el paño con que habían envuelto al niño sacado de la pila y
lo llevaba corriendo al río para lavarlos: cuanto antes llegaba al río, más pronto empezaría a caminar el niño
etc.
Realizado el rito, la madrina podía quedarse en la iglesia para predecir el destino del ahijado.
Echaba una bolita de cera con los pelitos del bebé en el agua de la pila y miraba qué iba a pasar: si la bolita
flotaba el niño tendría una vida larga, si se hundía, se moriría pronto. Ya no necesita explicación el hecho de
que el agua de la pila no se podía echar a un río ni un manantial ni un arroyo ni un pozo para que no se
volvieran impuros y no se fueran las aguas.
Después de bautizado, el niño era llevado a casa y allí lo ponían unos segundos en el umbral para
que el padre lo levantara otra vez. Luego lo llevaban tres veces alrededor de la mesa acogiendo
simbólicamente al bebé en su casa natal, entre los miembros de la familia. Si antes habían muerto niños en
esta familia, al bebé bautizado se lo pasaban al padre por la ventana para engañar las enfermedades y la
muerte.
5. Terminado el bautizo, se celebraba un rito más: la comida festiva. Participaba toda la comunidad.
Invitaban a todo el mundo “a tomar pan y sal en honor del bebé, a comer gachas” y si alguno de los vecinos
de la aldea no podía asistir le traían un poco de gashas rituales en un pañuelo. Esta participación obligatoria
confirmaba que toda la comunidad recibía a un miembro nuevo y lo acogía bajo su tutela.
La comida de bautizo podía llamarse también “las gachas de la comadrona”. El nombre venía del
plato ritual, gachas preparadas por la comadrona. Esas gachas de mijo o trigo sarraceno (en algunas partes
se llamaban “kolivo”) se cocían de manera que fueran muy espesas para que “la cuchara metida no
cayera”. Las cocinaban con miel, les echaban bastante sal y a veces adobaban con algo picante.
La comida de bautizo parecía tener dos actos: el festín para los invitados y el rito. La comida
siempre era muy abundante e incluía numerosos platos. Cuando se acababa la comida puesta en la mesa al
empezar la fiesta, la comadrona traía una empanada, una olla de gachas y, en una bandeja, una garrafa de
vodka. Con eso empezaba el segundo acto: el rito.
En algunas partes, por ejemplo, en la región de Nizhni Nóvgorod, los padrinos recibían la empanada
ritual de las manos de la comadrona, la levantaban en alto y la partían en dos (para que el ahijado fuera
alto y apuesto). Con el mismo objetivo, la olla de gachas se ponía para un rato en un anaquel bajo el techo.
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Todo lo que servía la comadrona se acompañaba con conjuros, por ejemplo: “Viene la viejita, trae las
gachitas, para la riqueza, para la alegría, para la misericordia de Dios, para las hacinas altas de fondos
gordos. ¡Las gachitas a las cucharitas para que el niño camine bien con sus piernecitas!”
Luego, la comadrona cogía la garrafa y servía vodka a todo el mundo pero debía beberse la primera
copa ella misma. El padre del recién nacido recibía después la copa de la comadrona. Esta le servía en
seguida una cucharada de gachas diciendo: “ ¡Come, padrecito, come y sé bueno con tu hijo (hija)!” Al
probar las gachas rituales, el padre lanzaba la cuchara a los polati (litera común debajo del techo) para que
el bebé creciera más rápido. Luego, comían los compadres y solo después, los demás invitados. Todos, sin
excluir al padre, ponían en un plato el dinero para la comadrona y sobre la empandada, para la madre.
Entre los rusos del Norte, los compadres comían las gachas con los palos de las cucharas. Los invitados
intentaban comerse las gachas más rápido para que el niño empezara a hablar pronto. Por el mismo
motivo, los compadres tenían que hablar sin parar. Los restos del vodka ofrecido a todos los invitados
(excluyendo, por supuesto, a mujeres y niños) se echaban al techo para que el bebé creciera pronto, y la
olla de las gachas solían romperla.
Terminada la comida, los invitados agradecían a los amos, les deseaban todo lo mejor, salud y
muchos años de vida para el niño y se iban a casa. Quedaban solo los compadres. Debían descansar un
rato, ya que también era una superstición: el niño en este caso sería apacible y tranquilo. Por la noche, los
invitaban a “matar el ratón” después de la comida. En este momento, intercambiaban regalos: el compadre
recibía de la comadre un pañuelo “como recuerdo” y debía utilizarlo en seguida, luego besaba a la comadre
y le regalaba dinero. Al despedirse de los padres del ahijado, los compadres recibían sus sendas empanadas
para llevar y algo más: un pañuelo, un paquete de té, un jabón etc.
6. Cuanto antes, celebrado el bautizo, se llevaban a cabo los ritos de purificación. El rito de purificar
con agua a la parturienta y a la comadrona es una de las tradiciones más antiguas en muchas naciones.
Como la parturienta se consideraba impura, pasaba los primeros días después del parto aislada, pero aun
más tarde, cuando ya admitieron que podía estar en casa con la familia, comía apartada y no se sentaba a
la mesa común. Le era prohibido tocar el pan y el grano, no tenía derecho a hacer la masa ni a ordeñar la
vaca ni, por supuesto, tocar los objetos sagrados: iconos, lamparillas etc. En algunas regiones, los primeros
nueve días del parto se consideraban los más peligrosos. Por eso, el rito purificador llamado razmoiny (del
ruso myt, “lavar”) muchas veces se celebraba durante el noveno día, justo después del bautizo. Pero a
veces no había quien se ocupara de la casa, por eso apuraban los ritos purificadores y celebraban razmoiny
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durante el séptimo o incluso el tercer día para repetirlo cuarenta días después del parto. El mismo rito
servía para limpiar a la comadrona, solo después podía volver a trabajar.
Para realizar el rito, encendían una vela ante los iconos y al rezar, la comadrona y la parturienta se
lavaban las manos una a otra con el agua donde habían puesto lúpulo “para que fuera ligera” y plata “para
la suerte”. A veces añadían al agua huevo y avena. Entonces la comadrona lavándole las manos a la madre
decía: “Como el lúpulo ligero y fuerte, así sé ligera y fuerte; como el huevo llenito, hazte llenita; como la
avena blanca, sé blanca...”
Inmediatamente después del rito purificador, se celebraba la despedida de la comadrona. Al
despedirse, muchas veces se inclinaban ante ella hasta tocar el suelo (signo de profundo respeto). La
comadrona recibía por sus trabajos y cuidados, además del dinero recibido en la comida del bautizo, los
regalos indispensables de la familia: pan, jabón, un pañuelo o un paño y más dinero – desde un grívennik
(diez kopeks) hasta un rublo.
Seis semanas (40 días) después del nacimiento del niño, llegaba la madrina y le regalaba al ahijado
un cinto (a veces también una camisita o tela para coserla). El cinto podía ser de cualquier manera: tejido,
de punto, bordado o simplemente un cordón liado pero tenía mucha importancia igual que un cinturón de
adulto: era un talismán más. La madrina ponía el cinto al bebé y desde ese momento trataban de no
quitarlo sin necesidad. En algunas comarcas, este rito se realizaba solo un año después del nacimiento.
7. El ciclo del parto terminaba con la celebración del primer cumpleaños. La costumbre de festejar
los cumpleaños y los santos apareció tarde entre los rusos, no era tradicional. Pero los godiny (es decir, el
final del primer año de la vida) se celebraban también porque este día los rusos del Norte y los bielorrusos
cortaban por primera vez el pelo del niño. No se hacía antes por muchas supersticiones: al cortar el pelo del
niño antes del tiempo, podían “cortarle la lengua”, o sea, tendría problemas para aprender a hablar;
cortarle las uñas antes de cumplir un año podría provocar un gusto para robar. En fin, la costumbre de
cortar el pelo y las uñas llamada zastrizhki puede considerarse un rito aglutinado al complejo básico de los
ritos del parto, que, en realidad, concluía con razmoiny.
El rito de zastrizhki manifiesta repercusiones del rito antiguo de la iniciación, que en este caso
quedó desplazado cronológicamente. El rito se celebraba en familia, a veces invitaban a los vecinos, pero la
comadrona y los padrinos asistían sin falta. Al niño lo ponían en una silla de montar o encima de un hacha,
a la niña, sobre un huso o un hato de lino. La comadrona, el padre y los padrinos se turnaban para cortar el
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pelo. Los mechones cortados los enterraban en un lugar escondido para evitar el mal de ojo. Celebrado el
rito, los participantes merecían una comida festiva. El niño recibía una vez más regalos de sus padrinos,
normalmente, una camisa.
En todos los ritos del ciclo del parto, la palabra funciona como el elemento organizador del rito (es
decir, acompaña o guía el rito) o, saliendo del marco del rito, sigue ejerciendo las funciones de ayuda y
protección. En las supersticiones y reglas tradicionales relacionadas con el embarazo, así como en las
normas de cuidar al niño, la palabra manifiesta también su función informativa. Eso sí, aquí esta función
está destinada a todos menos al bebé. Y para este, la primera etapa de conocer el mundo a través de la
palabra es la canción de cuna, a la que siguen otras, de otras formas, de otro contenido y objetivos nuevos:
canciones para acompañar las acciones del bebé, canciones para acompañar los juegos pedagógicos con los
dedos, las manos y las piernas del niño, coplas para entetenerlo etc. Pero estas ya son las cuestiones que
no entran en nuestro ciclo de conferencias.
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