Nro. 13

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Servi Sai Niños
N° 13
Organización Sri Sathya Sai Baba de Argentina
Coordinación Nacional de Servicio
“El verdadero significado de la cultura reside en abandonar los malos pensamientos y las malas acciones
Y cultivar pensamientos sagrados y acciones nobles.
La cultura se expresa como disciplina; debe evidenciarse en todos los aspectos de nuestras vidas.
Los sentidos y la mente deben ser disciplinados para alcanzar el éxito en la vida,
Esta disciplina comienza en la niñez a través de la educación recibida en el hogar.”
Sri Sathya Sai Baba
Programa Laico en valores humanos para la formación de los niños
Edición gratuita de publicación mensual para ser distribuida en todos los servicios del país realizados en nombre de la
O.S.S.S.B. de Argentina – Septiembre de 2006 – Año 2, N° 13
LA CASA Y EL HOGAR
La educación debe ser para toda la vida, no para subsistir. La educación debe conferir paz y alegría en los corazones
de todos. La educación debe convertirlos en reyes de sus talentos, que son las herramientas con las que cuentan para adquirir
conocimiento. Una de las disciplinas que deben seguir para ello es el control de los sentidos.
La madre debe encargarse por sí misma de la educación de los hijos durante los primeros años de sus vidas. ¿Qué es
un hogar? ¿En qué difiere de una casa? La estructura de ladrillo y cemento donde padres e hijos pasan sus vidas no es un
hogar, ¡los niños no lo añoran y los padres no encuentran paz allí!
El hogar está lleno de Amor, del sacrificio que implica el Amor, de la alegría que irradia el Amor y de la Paz que éste
imparte. El centro de todo hogar debe ser la habitación donde está el altar. La madre debe dar el ejemplo al proponer que el
altar sea el corazón de la casa. Debe imponer a sus hijos la disciplina del aseo personal, la humildad y la hospitalidad, los
buenos modales y los actos de servicio. Debe inducir a sus hijos, mediante el ejemplo y el precepto, a que respeten a los
mayores y dediquen algún tiempo, tanto a la mañana como a la tarde, para la oración.
La madre también debe encargarse de la correcta alimentación de la familia. La mente es la clave de la salud y la
felicidad y, por lo tanto, se deben elegir los alimentos que no afecten a la mente de manera adversa.
El hogar es el templo donde la familia se nutre y alimenta, un templo que debe llenarlos de humildad, de veneración,
de paz y de Amor. Los bendigo para que logren hacer que, a través de ustedes, se acreciente la fe y la fuerza, la devoción y la
dedicación en la sociedad.
Sathya Sai Baba
CUENTITOS INFANTILES
Valor Absoluto: AMOR
Valor Relativo: EVOLUCION
Edad Sugerida: A PARTIR DE LOS 12 AÑOS
CRECER
Recuerdo que yo era una piedra que se desprendió de una roca. Reposaba ese día sobre la arena a la orilla de un
inmenso mar azul. Cada tanto me bañaban las aguas y me volvía brillante, lustrosa. Las olas me empujaban hacia un lado u
otro, o me enterraban un poco en la arena. Cuando bajaban las aguas quedaba tendida al sol, que me quemaba hasta hacerme
arder. Otras veces el viento me movía hasta que llegaba a chocar con otras piedras y el ruido que producíamos formaba un
canto que se unía al coro de las olas.
No necesitaba nada, era solamente quedarme quieta y sentir el efecto que las aguas, el sol o las otras piedras me
producían. No puedo decir cuanto tiempo pasé así, porque ni siquiera sabía qué era el tiempo. Yo estaba ahí, feliz, nada más.
Hasta que una vez se desató una tormenta muy fuerte, las olas se alzaban varios metros por los aires y caían sobre la arena
con furia. El ruido que producía el viento trataba de ganarle al rugido del mar. Arriba los relámpagos y truenos iluminaban
la playa y la volvían azul, rojiza, ruidosa. Nada quedaba quieto en su lugar, era un ir y venir entre choques, luces y el ulular
del viento aterrorizador. Recuerdo que rodé y rodé hasta que quedé atrapada entre dos rocas. Aumentaron los truenos, el
suelo temblaba, un fulgor anaranjado y... ese calor que me desagarró... Me había pulverizado un rayo. Ahora estaba
convertida en miles y miles de granitos, en medio de otros granitos iguales. Era arena.
Pasó la tormenta, se aquietaron las aguas y todo volvió a la normalidad. Llegó el día y alumbró el sol, ese polvillo que
yo era ahora bailaba con los campases que dictaba una suave brisa y se integraba al resto de la arena aterciopelada y
movediza depositada en ese lugar. Pasaron muchísimos años, nada hizo presentir lo que estaba por pasar. Fueron muchos
cambios pequeños, pero dolorosos, un juntarse a la vez varios granos de arena, mezclarse con la sal del mar, calentarse por el
sol, cambiar el color y la forma, respirar de otro modo... hasta que me convertí en planta, con células muy simples al
principio, pero, ¡esta sí que era vida!
Ahora sabía cuando estaba por salir el sol y aprovechaba sus rayos para crecer y hacerme más colorida y vigorosa,
mis raíces buscaban alimento para el cuerpo y lo convertían en savia, hasta utilizaba la luz en mi beneficio y me servía de
insectos para multiplicarme... No puedo contar cuantas veces nací de semilla, ni cuantas veces morí en el vientre de algún
animal. Tampoco llevo la cuenta de las flores que fui, en el frío o en los trópicos. Sí sé que mi estado de felicidad era
permanente, aún cuando pasara por alguna situación que hiciera peligrar mi vida, yo era feliz. Pasé por miles de etapas
distintas y de cada una saqué provecho.
Fui alga en el mar, y también cactus en el desierto, orquídea en una selva, árbol frondoso... Me sentía útil acunando
pájaros entre mis ramas y purificando el aire con mi respiración, hasta que un día, en un lugar del que no me está permitido
hablar, hubo una reunión. En ella los señores que controlan el desarrollo del Reino Vegetal en este mundo, seleccionaron las
plantas que ya habían cumplido con esa etapa del crecimiento y estaban en condiciones de formar parte de otro Reino para
continuar el aprendizaje. Por las “buenas notas” que acumulé durante cientos de miles de años, me encontré entre los
favorecidos. No sabía lo que me esperaba en el Reino Animal...
Ahí las cosas fueron más difíciles. Si nacía como insecto, terminaba devorado por las aves. Si era pez, tenía que
cuidarme de los más grandes, hasta que fui pez grande y me alimenté de los que eran como yo había sido. Fui batracio, reptil,
ave, desde colibrí a buitre o águila, o pingüino, según el millón de años de que se tratara. Varias veces nací como tortuga y
morí antes de alcanzar el mar, hasta el día que, más rápida y pícara, logré sumergirme y dejarme llevar por el agua. Conocí lo
que siente el león cuando acecha a su presa, y lo que siente esa víctima cuando es atacada. El instinto dominaba todos los
actos de mi vida, guiándome, llevándome a los lugares de las hierbas más tiernas o haciendo que me envuelva el sueño en
invierno, según lo que yo necesitara en cada época.
Aprendí a sobrevivir y puedo asegurar que fue un duro aprendizaje, siempre salía ganador el más fuerte. Recuerdo
también esa selva especial, la que sirvió de escenario para otro de mis aprendizajes intensivos. En esa época era una linda
monita con varios galanes que me cortejaban, pero uno de ellos me atraía más que el resto y lo elegí como compañero.
Habíamos dejado atrás los tiempos en que los machos peleaban y el más fuerte se quedaba con la dama, así que me quedé
con el menos lindo, pero más inteligente. Hice una buena elección, pasábamos los días inventando juegos nuevos.
Jugando aprendimos a compartir la comida con los vecinos y a ubicar los mejores lugares para quedarnos a vivir con
todas las comodidades. Fue tanto lo que aprendimos por aquella época, que estuvimos listos para dar el gran salto; en la vida
siguiente fuimos llamados para ingresar en el Reino Humano. ¡Cuánto costó! Millones de años para llegar a esto. Ahora tenía
conciencia de mis actos. Si obraba con maldad, era culpa mía y de nadie más. Conocí el odio y el amor, la derrota y la
victoria, el rencor y el perdón. Fui guerrero, comerciante, rey, mendigo, actriz, princesa, astronauta, filósofo, guía espiritual
de millones de personas… Y después fui planeta que albergó a esos millones de personas.
Y ahora que soy sol, brillo en el espacio acompañado por mis planetas. Formamos un sistema solar y en realidad
somos átomos de un Ser mayor, junto con el resto de las estrellas de la Galaxia.
Como cuando era piedra, ahora ya no importa el tiempo ni el espacio, más bien sabemos que no existen, que sólo
existe una cosa: el Amor.
Averiguar esto nos llevó tanto tiempo, que el tiempo dejó de existir. Y ahora brillo, soy Amor, e ilumino a las piedras
dispersas a la orilla del mar.
Marta Fleischer
Valor Absoluto: AMOR - RECTITUD
Valor Relativo: SOLIDARIDAD – COOPERACION - TOLERANCIA
Edad sugerida: A PARTIR DE LOS 10 AÑOS
SEAMOS MAS GANSOS
En el otoño cuando veas los gansos, dirigiéndose al norte para pasar el invierno, fíjate que vuelan formando una V.
Tal vez, te interese saber, lo que la ciencia descubrió acerca del por qué vuelan de esa forma. Se ha comprobado que, cuando
cada pájaro bate sus alas, produce un movimiento en el aire que ayuda al pájaro que va adelante. Volando juntos, la bandada
completa aumenta más su poder que si volara cada uno por su cuenta.
Las personas que comparten una dirección común, pueden llegar a donde deseen más fácil y rápidamente, porque
van ayudándose mutuamente.
Cada vez que un ganso se sale de la formación, siente inmediatamente la resistencia del aire. Se da cuenta de la
dificultad de hacerlo solo y rápidamente vuelve a la formación para beneficiarse del poder del compañero que va adelante.
Lograríamos mejores resultados si nos mantenemos con aquellos que se dirigen en nuestra misma dirección.
Los gansos que van detrás, graznan para alentar a los que van adelante a mantener la velocidad.
Una palabra de aliento produce grandes beneficios.
El ganso que va adelante es el que hace el mayor esfuerzo, por ello cada tanto rota con uno de los que van atrás.
Es bueno compartir el liderazgo, para que no sea siempre el mismo quien asuma la mayor responsabilidad.
Finalmente, cuando un ganso se enferma o cae herido, otros dos gansos salen de la formación, y lo siguen para
ayudarlo y protegerlo. Se quedan acompañándolo, hasta que esté nuevamente en condiciones de volar o hasta que muera, y
solo entonces los dos acompañantes vuelven a su bandada o se unen a otro grupo.
Debemos aprender a ser como gansos, manteniéndonos uno al lado del otro, ayudándonos y acompañándonos.
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