Religión y política

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Realidad Nacional
Religión y política
El tiempo electoral nos muestra a algunos políticos en circunstancias curiosas. Los
mismos que en otras ocasiones decían que hay que separar fe y política, recurren
ahora a símbolos religiosos en sus campañas, y conviene recordar criterios.
Hemos visto a candidatos cargando con una imagen
de la Virgen María un día y poco después pidiendo la
pena de muerte, en contradicción con la doctrina católica
actual. Magnífica y original combinación de amor a la
pena de muerte y simultáneamente devoción a la Virgen,
una mujer que sufrió terriblemente viendo cómo a su Hijo
lo condenaban injustamente a la pena de muerte.
Otra candidata pintaba en su carro la frase “Dios, tú
y yo mayoría absoluta”, novedoso modo de comprender
la mayoría parlamentaria. Y qué decir del alcalde de la
capital que se apropia de la imagen del Salvador del
Mundo. No le bastó con deforestar la plaza donde está la
imagen que hoy manipula, ni quedó contento poniendo
unas planchas de cemento dignas de las arquitecturas
nacionalistas autoritarias alrededor del símbolo de nuestro
nombre como nación. Feliz porque la nobleza pecuniaria
salvadoreña le celebró el despliegue de cemento, quiere
llevarse ahora la imagen de nuestro apelativo nacional a
su campaña particular.
¿Se han vuelto piadosos nuestros candidatos? Todo
lo contrario. Esta pobre campaña política está más
construida sobre emociones que sobre realidades o
afirmaciones racionales. Y a algunos de los ilustres
candidatos, educados en una religiosidad poco madura,
se les ha ocurrido manipular a su favor los sentimientos
de nuestro pueblo, profundamente religioso. Todas las
religiones tienen importantes connotaciones éticas y,
por lo tanto, se podría pensar que incluso en una sana
separación entre Iglesia y Estado, algunos políticos
acudieran a las ideas de fondo de la religión y las
expresaran sin tendencias proselitistas religiosas. Pero
quienes manipulan en nuestras elecciones los símbolos o
las frases religiosas, lo último que buscan son contenidos
éticos. Quieren tocar emociones y conseguir votos a
base de fingirse cercanos a los sentimientos de muchos
ciudadanos.
Si de religión se tratara, habría que tocar la profunda
preocupación de Jesucristo por los pobres. Y también
la llamada evangélica a la conversión personal y al
abandono de la soberbia y la mentira, que con tanta
frecuencia rodea el ámbito político. Y ciertamente habría
que afrontar los insultos de quienes no aceptan algunas
frases como aquella de la Virgen que ensalzaba a Dios
porque “sacó a los poderosos de sus tronos y puso en su
lugar a los humildes; llenó de bienes a los hambrientos y
despidió vacíos a los ricos” (Lc 1, 52-53).
La fe es en parte un sentimiento profundo, pero
también tiene un importante contenido racional. Y esta
segunda parte lleva siempre a actuar con honestidad,
sin manipular a nadie, siendo testigo de la verdad con
solidaridad y diálogo. Cuando los políticos se meten a
hablar de religión, generalmente no hacen más que
enturbiar algo que es noble y bueno. Y lo que es peor,
crean una profunda confusión sobre la dimensión política
de la religión. Porque, efectivamente, toda religión tiene su
dimensión política, entendida en un sentido amplio. Uno
de los grandes principios de la doctrina social de la Iglesia
es el “bien común”. Y en un país como el nuestro, en el
que el 70% de la población tiene algún grado de privación
económica o social, el bien común tiene necesariamente
que hacer referencia a esa inmensa mayoría a la que la
pobreza o la privación la ronda o la golpea.
Repercusión sociopolítica tiene también otro de
los grandes principios de la doctrina social, inspirado
claramente en la Biblia: el “destino universal de los
bienes”. Dios hizo el mundo en que vivimos y nos lo
dio a todos los seres humanos en patrimonio. El que
posee bienes en abundancia no es dueño de los bienes,
sino administrador de los mismos, con una enorme
responsabilidad social. Y de este tema, en un país pobre
como el nuestro, no se habla en la campaña. No importa
que esté plagado y golpeado, según todos los estudios
internacionales e internos, por una profunda desigualdad
económico-social.
Lo que no resulta tolerable es que, aún encima
de olvidar las dimensiones políticas y sociales del
cristianismo, se manipulen tan burdamente sus imágenes
o se utilicen frases que nada tienen que ver con la
conciencia auténtica de lo religioso.
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www.uca.edu.sv/publica/cartas
José María Tojeira
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