El amor de Dios Introducción

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El amor de Dios
Por Robert Deffinbaugh
Traducido por Juanita Contesse G.
Obtenido del sitio www.siguiendosuspisadas.com.ar
Introducción
Para quienes creen que existe un Dios, todos están de acuerdo en una cosa: Dios es amor. [1] Y
el amor de Dios es una verdad biblica (1ª Juan 4:8). Pero, ¿por qué están todos tan dispuestos en
abrazar este atributo y no tantos otros de Sus atributos? Arthur Pink, nos dice:
«Hay muchos que hablan acerca del amor de Dios, que son completamente extraños al amor de
dios. El amor divino comúnmente es considerado como una especie de debilidad amable, una
suerte de indulgencia de naturaleza divina; es reducido a un sentimiento de debilidad, entregado
frente a las emociones humanas. La verdad es que en esto, como en todas las cosas, nuestros
pensamientos necesitan ser formados y regulados por lo que se nos revela en las Escrituras. No
hay duda que existe una necesidad urgente para esto no sólo debido a la ignorancia que prevalece
en forma tan general; también debido al bajo estado de espiritualidad que en estos tiempos es tan
evidente en todas partes entre los que profesan ser cristianos. Cuán poco amor hay por Dios. Una
de las razones principales de esto se debe a que nuestros corazones están muy poco ocupados
con el maravilloso amor que Él tiene por Su pueblo. Mientras más estemos relacionados con Su
amor —su carácter, su plenitud, su capacidad de bendecir— nuestros corazones estarán más
dispuestos a llenarse de amor por Él» [2]
Es de vital importancia estudiar y aprehender el amor de Dios, por varias razones (¡y muchas más!)
(1) El amor de Dios es ampliamente aceptado; pero mal comprendido. Como se señala,
mucha gente cree en un „Dios de amor, que obra de acuerdo a la definición que tienen por amor.
Esas personas se sentirán choqueadas al verse a sí mismas pasando la eternidad en el infierno, si
creen que „un Dios de amor no condenará a nadie al infierno‟. Pero el error no está únicamente en
quienes no creen, pues muchos cristianos también tienen un concepto distorsionado del amor de
Dios.
(2) El amor de Dios es la base de los grandes hechos de Dios en la historia. En el Salmo
136, vemos que el amor de Dios se repite después de cada línea del Salmo. El Salmo alaba a
Dios por Su misericordia, por dos acciones importantes de la historia: la creación del mundo y la
liberación de Israel de su esclavitud en Egipto. Los profetas del Antiguo Testamento, enfatizaron el
amor de Dios, durante los oscuros días de Israel durante el cautiverio (Isaías 49:8-16; 63:7;
Jeremías 31:3; Oseas 11:1) y el Nuevo Testamento habla del amor de Dios en la persona y obra
de Jesucristo (1ª Juan 4:9).
(3) El amor de Dios es la causa, la base y el estándar del amor que se espera que nosotros
demostremos en nuestras vidas como cristianos (Mateo 5:43-48; Juan 15:7-12; 1ª Juan 2:4-11;
13-24; 4:7-11).
(4) Toda la ley del Antiguo Testamento, puede resumirse en términos de amor. Los
mandamientos de la Ley, dada al pueblo de Dios, puede resumirse como: Ama a Dios y ama a tu
prójimo.
“Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. Y uno de
ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento
en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con
toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”
(Mateo 22:34-40).
“No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido
la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y
cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:8-10).
(5) El amor debe ser una meta fundamental en nuestras vidas como cristianos (1ª Corintios
12:31; 14:1; ver 2ª Pedro 1:7, donde el amor es el pináculo de las virtudes cristianas que debe ser
buscada).
(6)
Es el amor de Cristo el que nos controla (2ª Corintios 5:14).
(7)
Aquello que amamos es a lo que intentaremos parecernos, imitar (ver Oseas 9:10).
(8) El amor es uno de los términos y conceptos más importantes en el Nuevo Testamento.
Cuando nuestro Señor estaba pronto a ser arrestado y crucificado, habló a Sus discípulos en el
lugar que ha sido conocido como el Sermón del Aposento Alto (Juan 13-17), relacionado con las
cosas importantes que debían saber a la luz de Su muerte próxima, de Su entierro, resurrección y
ascensión. «El amor» es uno de términos más importantes de esta sección:
El amor también es importante en la Epístola de Pablo a los Efesios, al ser mencionado en cada
uno de los capítulos. En el Capítulo 1, versículo 4, se menciona el amor primero como la
motivación de Dios, al elegirnos Él para nuestra salvación en la eternidad pasada. En el Capítulo
2, Pablo le recuerda a sus lectores que estuvieron muertos en sus transgresiones y pecados y que
Dios nos proveyó salvación por Su misericordia y por Su gran amor con el que nos amó (2:4). En
el Capítulo 3, Pablo ora para que sus lectores puedan estar “arraigados y cimentados en amor”
(3:17) y “conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (3:19). En el Capítulo 4,
hace un llamado a la unidad de los cristianos, en la manera que los cristianos demuestren
“mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros” (versículo 2). En el mismo
Capítulo, Pablo dice que la iglesia, el cuerpo de Cristo, se construye a sí misma en amor en la
medida que los cristianos hablan la verdad en amor (versículos 15-16). En el Capítulo 5, Pablo
insta a los creyentes a “andar en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí
mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (versículo 2). Los maridos
son instruidos a “amar a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí
mismo por ella” (versículo 25). En las palabras que concluyen la Epístola, Pablo escribe:
“Paz sea a los hermanos, y amor con fe, de Dios Padre y del Señor Jesucristo con amor
inalterable. Amén” (Efesios 6:23-24).
(9) El amor por los demás, es una evidencia de una fe verdadera en Cristo y la ausencia de
amor indica una fe falsa. Estas declaraciones, escritas por el apóstol Juan, son un desafío para
los cristianos y una seria advertencia que sólo piensan o profesan para ser salvos:
“El que dice que está en luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su
hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está
en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”
(1ª Juan 2:9-11).
“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que
no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es
homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. En esto hemos
conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras
vidas por los hermanos. Pero el que tienen bienes de este mundo y ve a su hermano tener
necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1ª Juan 3:14:17).
“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de
Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se
mostró el amor de Dios para cono nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para
que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1ª Juan 4:710).
“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su
hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos
este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1ª Juan 4:20-21).
El Nuevo Testamento, tiene abundancia de referencias al amor de Dios y la responsabilidad del
creyente es demostrar este mismo tipo de amor; las referencias en el Antiguo Testamento, son
menores. Esto no sugiere que el Antiguo Testamento evita el tema del amor de Dios, sino que
esta materia llega a su completo florecimiento con la llegada de Cristo. Otra razón por la relativa
rareza de amor en el Antiguo Testamento, es el error en que incurrieron los traductores de la
Biblia. La palabra hebrea ‘hesed, a menudo se le da la implicancia de “compasión /
benevolencia” en el Antiguo Testamento —176 veces— y de “amor inmutable”, sólo 2. Sin
embargo, ‘hesed’, es la palabra clave que describe el amor de Dios por el hombre. Por lo tanto, el
„amor‟ es un tema mucho más frecuente en el Antiguo Testamente, aún cuando es posible que no
se use la palabra „amor‟, tal como la conocemos en español.
Características del Amor Divino
El Amor de Dios es Infinito, Sin límite, Insondable
“Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le
temen” (Salmo 103:11).
“De las misericordias de Jehová haré memoria, de las alabanzas de Jehová, conforme a todo lo
que Jehová nos ha dado, y de la grandeza de sus beneficios hacia la casa de Israel, que les ha
hecho según sus misericordias, y según la multitud de sus piedades” (Isaías 63:7).
“…para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en
amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la
longitud, la profundidad y la altura, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento,
para seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:17-19; ver también 2:4)
Por toda la eternidad analizaremos el amor de Dios y nunca llegaremos a comprenderlo
completamente.
El Amor de Dios es Eterno
“Alabad a Jehová, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia. Alabad al Dios de
los dioses, porque para siempre es su misericordia” (Salmo 136:1-2; ver también versículos 3_26).
“Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por
tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3).
El valor de un artículo, está dado en gran manera a su longitud. Por ejemplo, el oro y las piedras
preciosas, son más valiosas que la madera o el papel, los que no tienen duración. El amor de
Dios, o la misericordia, como se ha traducido el término ‘hesed’ en el Salmo 136, es eterno.
El Amor de Dios es Inmutable, No Cambia
Con cuánta rapidez se transforma el „amor‟ humano en odio en una corte de divorcio. El amor de
Dios no es así. Su amor no cambia. De la misma manera que Dios es inmutable, también Su
amor lo es.
“Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo; porque fuerte es como la
muerte el amor; duros como el Seol de los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama. Las
muchas aguas no podrán apagar el amor, no lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los
bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarán” (Cantares 8:6-7).
“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No
retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia” (Miqueas 7:18).
“Cumplirás la verdad a Jacob, y a Abraham la misericordia, que juraste a nuestros padres desde
tiempos antiguos” (Miqueas 7:20).
“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no
hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17).
El Amor de Dios es Santo
Al igual que Dios, el amor de Dios es Santo. Nos es comunicado a través del Espíritu Santo.
“Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5).
El amor de Dios es siempre una expresión de Su santidad. También está dirigido para producir
santidad en nosotros. El amor de Dios busca hacernos santos.
“Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin
mancha delante de él” (Efesios 1:4).
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por
ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios
5:25-26).
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por
ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios
5:25-26).
“…y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no
menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor
al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, dios os trata
como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin
disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra
parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué
no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquellos, ciertamente por
pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso,
para que participemos de su santidad” (Hebreos 12:5-10).
Mucha gente piensa que el amor de Dios es tal, que él „me acepta tal como soy‟. Esto no es
verdad. Vamos a Él como lo señala el escritor del himno: «Tal como soy, sin defensa». Pero Él
no puede aceptarnos de este modo Él nos acepta “en Cristo”, tal como es Cristo. Dios no puede
aceptar nuestro pecado y no lo hará. Y, por lo tanto, Dios nos disciplina, atrayéndonos hacia Él en
amor, lo que nos lleva a la santidad. El amor de Dios no es una garantía de que no sufriremos, es
la certeza de que cualquiera que sea nuestro sufrimiento, éste nos va haciendo más santos por un
Dios que nos ama. Si fue necesario que Cristo sufriera, para demostrar el amor de Dios por
nosotros, ¿por qué tendríamos que penar que nuestro sufrimiento es incompatible con el amor que
Dios nos tiene?
El Amor de Dios es Sacrificial
El amor de Dios no es para que Él se sirva a Sí mismo, si no que es de sacrificio. El amor tiene un
alto precio y el que ama es el que voluntariamente pagará el costo.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros” (Romanos 5:8).
“Con Cristo estoy crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a si mismo por mí” (Gálatas
2:20).
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a si mismo por
ella” (Efesios 5:25).
“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al
mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”
(1ª Juan 4:9-10).
El amor siempre tiene que pagar un precio y el que „ama‟, con gozo está deseoso de pagar ese
precio. Desde la eternidad pasada, Dios pone Su amor en nosotros y se propone salvarnos por
medio de la muerte de sacrificio de Su Hijo.
El Amor de Dios es Soberanamente Concedido por la Gracia
El amor de Dios es selectivo. Cuando un hombre decide casarse, elige a la mujer que desea que
sea su esposa. La elige de entre las demás, y por sobre las demás. Hace una selección. El amor
de Dios es igualmente selectivo. Elige a unos y no a otros:
“Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Romanos 9:13; Malaquías 1:2-3).
“Solamente de tus padres se agradó Jehová para amarlos, y escogió su descendencia después de
ellos, a vosotros, de entre todos los pueblos, como en este día” (Deuteronomio 10:15).
“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y
llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él
os lo dé” (Juan 15:16).
El amor de Dios no es dado a los hombres porque sean merecedores de ese amor. Él ha escogido
amarnos a pesar de nuestra condición miserable:
“No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues
vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso
guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os
ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto” (Deuteronomio 7:7-8).
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros” (Romanos 5:8).
Debemos concluir entonces, que el amor es una elección —la elección de Dios. Dios nos escoge
amarnos por encima de otros, no debido a algo que hayamos hecho o que haremos, sino
simplemente como una elección de Su gracia soberana:
“No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son
israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada
descendencia. Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que
son hijos según la promesa son contados como descendientes. Porque la palabra de la promesa
es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino también cuando
Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, no habían hecho aún
ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras
sino por el que llama). Se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé,
mas a Esaú aborrecí. ¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? En ninguna manera.
Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del
que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que
tiene misericordia” (Romanos 9:6-16).
No existe nada en el objeto de Su amor, que le haga a Dios entregárselo; nada que exista en el
hombre puede atraer el amor de Dios. El amor entre los hombres es despertado por algo que tiene
el ser amado; pero el amor de Dios es libre, espontáneo, sin requerir alguna evocación o causa.
Dios ama a los hombres, porque Él ha decidido amarlos —como lo indica Charles Wesley: «Él nos
ha amado, Él nos ha amado, porque nos amaría» (un eco de Deuteronomio 7:8)— y no se puede
dar ninguna razón por el amor que Él entrega, sino Su propio y buen placer. El mundo griego y el
romano del tiempo del Nuevo Testamento, jamás habían soñado con un amor igual; sus dioses
eran con frecuencia adorados con lujuria hacia mujeres; pero nunca con pecadores que se amaran
y los escritores del Nuevo Testamento tuvieron que introducir lo que virtualmente era una palabra
griega nueva —agape— para expresar el amor de Dios, como ellos lo conocían. [3]
El Amor de Dios es Personal e Individual
El amor de Dios es un ejercicio de Su misericordia hacia los pecadores como individuos. No es
una buena voluntad difusa, vaga dirigida hacia nadie en particular; más bien, es una función de
poder omnisciente; la naturaleza de este amor es individualizar tanto el objetivo como sus efectos.
El propósito de Dios de amar, que está en Él antes de la creación (cf. Efesios 1:4), en primer lugar
involucró le elección y la selección de aquellos a quien Él bendeciría y, segundo señalar los
beneficios que se les daría y los medios por los cuales éstos les serían entregados. Todo esto
estaba asegurado desde el principio. Es así que Pablo escribe a los cristianos de Tesalónica:
“Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el
Señor, de que Dios os haya escogido [selección] desde el principio [creación] para salvación [el fin
señalado], mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad [el medio por el cual llega la
bendición] [4] .
El Amor de Dios es un Atributo Entre Muchos
El amor de Dios es un atributo de Dios entre muchos. El amor de Dios no es la verdad completa
acerca de Dios, en lo respecta a la Biblia; en uno de Sus atributos entre muchos. El amor de Dios
está relacionado a los demás:
No es una definición abstracta independiente, sino un resumen, desde el punto de vista del
creyente, de toda la revelación que emana de las Escrituras acerca de su Autor. Esta aseveración
[Dios es amor], da por sentado todo el resto de los testimonios bíblicos a Dios. El Dios de quien
Juan está hablando, es el Dios que hizo el mundo, que lo juzgó por medio del Diluvio, quien llamó
a Abraham e hizo de él una nación, quien dispersó a Su pueblo del Antiguo Testamento por medio
de la conquista, el cautiverio y el exilio; quien envió a Su Hijo a salvar al mundo; quien desechó al
Israel incrédulo y quien muy poco antes que Juan escribiera, destruyó Jerusalén y quien un día
juzgará al mundo en justicia. Es el Dios, dice Juan, que es amor. No es posible argumentar que
un Dios que es amor, pueda ser también un Dios que condena y castiga al desobedientes; pues es
precisamente del Dios que hace esto de quien está hablando Juan. [5]
Aquí es precisamente donde muchos se equivocan. A menudo los hombres razonan así:
(1) Dios es un Dios de amor
(2) Dios es todopoderoso
(3) Por lo tanto, Dios no debe aceptar el sufrimiento y el dolor si Él es tanto amoroso como
poderoso.
La lógica falla porque omite otros elementos críticos de la ecuación. Dios también es santo. Odia
el pecado. Los hombres son pecadores y hostiles hacia Dios, hacia Su Palabra y a Su modo de
ejercer la justicia. El sufrimiento humano nos habla mucho del ser humano, como también de
Dios. En el amor, Dios permite la enfermedad y el sufrimiento para notificarnos que algo está mal.
Pero lo que está mal, no es Dios; es el hombre pecador y el hombre del mundo que ha sido
corrompido por el pecado.
El Amor de Dios es la Fuente del Amor Humano
“Amado, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de
Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se
mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para
que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si
Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros” (1ª Juan 4:7-11).
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1ª Juan 4:19).
El Amor de Dios se Expresa y se Experimenta en Cristo
En amor, Dios proveyó una cura, una salvación no sólo para los hombres caídos sino que también
para toda la creación caída. En amor, Dios envió a Su Hijo a morir en la cruz del Calvario,
cargando sobre Sí el pecado del hombre y ofreciendo a los hombres caídos, la justicia de Dios.
Aquellos que reciben el don de la salvación en Cristo, se convierten en el objeto especial del amor
divino y entonces ellos comienzan a manifestar este amor hacia los demás, que viven en
enfermedad, en dolor y en un mundo caído.
“Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios;
porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a
su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en
propiciación por nuestros pecados” (1ª Juan 4:9-10).
El amor de Dios por los pecadores, fue expresado por el don de Su Hijo que sería su Salvador. El
amor se mide por lo que éste entrega y la medida del amor de Dios es el don de Su Hijo Unigénito
que fue hecho hombre y que murió por los pecados y así llegó a ser el mediador que nos puede
conducir a Dios. No debe asombrarnos que Pablo hable del amor de Dios, como: “un gran amor” y
como: “un amor que excede todo conocimiento” (Efesios 2:4; 3:19). ¿Existió alguna vez una
magnificencia de más valor? [6]
El Amor de Dios se Evidencia en el Perdón de Pecados
En amor, Dios tiene su evidencia en el perdón de los pecados; pero no es incompatible con el
castigo de los pecadores. Algunos piensan erróneamente del amor como algo opuesto al castigo.
Creen que aman a sus hijos no castigándolos. Esperan que Dios les bendiga y les haga feliz y se
frustran y enojan cuando Dios permite que sufran o sientan dolor. Esto es una evidencia de una
definición inadecuada del amor:
“Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y
piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares,
que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al
malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la
tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:6-7).
En Éxodo 34:6-7, la misericordia, compasión y gracia de Dios son evidentes en el perdón de los
pecados, que Él manifestó a través del castigo de nuestros pecados. El perdón completo y total de
nuestros pecados fue cumplido por nuestro Señor Jesucristo en la cruz del Calvario. Pero, ¿cómo
se llevó a cabo este perdón? Se cumplió cuando Dios castigó a Cristo por nuestros pecados:
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por
azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová
cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:4-6).
“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los
profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él.
Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,
siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a
quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a
causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar
en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”
(Romanos 3:21-26).
“…quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros,
estando muertos a los pecados, vivamos la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque
vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras
almas” (1ª Pedro 2:24-25).
Algunos se preguntan: “¿Cómo puede un Dios de amor enviar a alguien al infierno?” La verdad es
que nuestro Dios de amor envió a Su Hijo al infierno por nuestros pecados, de manera que éstos
fueran perdonados y disfrutemos de las bendiciones del cielo, más que sufrir nuestro castigo en el
infierno. Aquellos que rechazan el castigo de Dios sobre Su Hijo en lugar nuestro, deben sufrir el
castigo por sí mismos. El hecho de que los hombres se vayan al infierno, no es tanto una reflexión
sobre el amor de Dios como una reflexión de nuestra aversión hacia el Dios de amor que nos
proveyó una vía de escape, que algunos rechazan.
Conclusión
La pregunta principal que debo formularles, es la siguiente: “¿Ha aceptado el don de amor de Dios
en la persona de Su Hijo Jesucristo?”. Jesucristo es “el Hijo amado” de Dios, en quien el se
complace (Mateo 3:17). Debido a esto, “debemos oirlo” (Mateo 17:5). Si se acepta la muerte de
sacrificio de Jesucristo en la cruz del Calvario como un don de salvación de Dios, se entra en Su
amor. Si se rechaza a Jesucristo y se intenta ponerse al frente de Dios en su propia justicia, es
oscurecer el amor de Dios y esperar merecidamente el castigo eterno. Sólo aquellos que tienen fe
en Jesucristo, pueden experimentar y expresar el amor de Dios. Aquellos que rechazan el don de
Su amor en Cristo, no tienen derecho a reclamar Su amor. El hecho es que ninguno de nosotros
puede reclamar Su amor; pero aquellos que son salvos por gracia, lo reciben y dan la gloria y
alaban a Dios por Su gracia.
En nuestro testimonio hacia un mundo pecador, perdido y muriéndose, no nos atrevamos a
distorsionar el amor de Dios. Dios es Aquel que define el amor y no los hombres. Debemos
aceptar el amor de Dios de la manera que Él lo ha definido y expresado. No nos atrevamos a
confiar en Dios de acuerdo a las percepciones distorsionadas del amor al que se abrazan los
hombres caídos e ignorantes. Debemos tener cuidado en no separar en categorías el amor de
Dios y separarlo de Sus otros atributos, o tratar de evangelizar a los hombres haciendo un llamado
sólo al amor de Dios. Nuestro Señor no señaló que debíamos depender de la „atracción‟ de Su
amor, sino que indicó que los hombres perdidos debieran sentirse constreñidos por un sentimiento
de Su justicia, de su pecado y del juicio que espera por ellos (Juan 16:7-11). El pecador no
debiera sentirse conformado por la certeza del amor de Dios (separado de Cristo), sino que deben
recordar que Dios odia a los pecadores:
“Los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad” (Salmo
5:5).
“Jehová prueba al justo; pero al malo y al que ama la violencia, su alma los aborrece” (Salmo
11:5).
“Aborrecí la reunión de los malignos, y con lo impíos nunca me senté” (Salmo 26:5).
Si hemos de disfrutar los beneficios del amor de Dios, no sólo necesitamos abrazarnos a él
mediante la fe en Jesucristo, sino que debemos activamente entrar en él llevando una vida
consecuente, como un estilo de vida:
“Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si
guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los
mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Juan 15:9-10).
Que Dios permita que entremos más y más en Su amor y que por lo tanto, lleguemos a ser
instrumentos de Su amor para un mundo perdido y sin amor.
[1] Packer define el amor de Dios de esta forma: El amor de Dios es un ejercicio que Dios hace
de Su bondad hacia nosotros hombres pecadores quienes al haberse identificado Él mismo con
nuestro bienestar, ha dado a Su Hijo para ser nuestro Salvador y que ahora nos conduce a
conocerle y a gozarnos en una relación contractual. J.I. Packer, Knowing God [Conociendo a Dios]
(Downers Grove: InterVarsity Press, 1973), p. 111.
[2] Arthur W. Pink, Gleanings in the Godhead (Chicago: Moody Press, 1975), p. 72.
[3] J.I. Packer, Knowing God, p.112
[4] Ibid, pp. 112, 113.
[5] Ibid., p. 108.
[6] Ibid., p. 114.
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