“Mi hermano fue un falso positivo”

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REVISTA SEMANA PRENSA NACIONAL
FECHA: 25 DE OCTUBRE DE 2008
SECCIÓN: TESTIMONIO
“Mi hermano fue un falso positivo”
“Buscaban personas que no fueran de la región para que no reclamaran”
TESTIMONIO. El
escalofriante testimonio de Luis Esteban Montes, un soldado
que se enteró de que sus compañeros de pelotón mataron a un campesino
cualquiera para hacerlo pasar por guerrillero. Pero la víctima resultó ser
su propio hermano.
Sábado 25 Octubre 2008
Según el soldado Montes, un cabo y un capitán habrían planeado la muerte de su
hermano porque necesitaban dar ‘bajas’ y así lograr un permiso para el día de la madre
"Todo pasó el 30 de abril del año pasado. Yo estaba como soldado contraguerrilla
en el Batallón de Infantería N.31 que opera en Córdoba. Mi compañía llevaba más
de 15 días sin hacer mucho en un pueblito caluroso que se llama San Juan. No
había operaciones ni patrullajes. Los soldados estábamos simplemente ahí, sin
hacer nada. Pero el Día de la madre estaba cerca y los altos mandos empezaron a
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preocuparse porque no teníamos resultado para mostrar, ni méritos para que nos
dieran los días y poder salir a visitar a las familias. Entonces se empezó a hablar
de "legalizar" a alguien. Es decir, de matar a una persona para hacerla pasar por
guerrillero y así ganarse el permiso para salir. No me sorprendió del todo, pues las
'legalizaciones' son un asunto cotidiano.
"Una noche, mientras yo hablaba con mi familia por teléfono, llegó mi cabo
Jonathan Pineda y me dijo: "Guajiro, váyase para el cambuche que ya tenemos el
'man' al que le vamos a hacer la vuelta". Yo le pregunté que quién era, pero me
mandó a callar y me advirtió que mi capitán Jairo Mauricio García había dado la
orden de que no le habláramos para que no se diera cuenta de que lo iban a
matar. Le pregunté: "¿De dónde es el 'man'?" y me dijo que de La Guajira.
Siempre buscaban personas que fueran extrañas a la región para que ningún
familiar los reclamara. De todas maneras yo tenía mucha curiosidad porque
también soy de La Guajira. Entonces me salí del cambuche, prendí un cigarro y
escuché que el hombre me pidió otro. No le alcancé a ver el rostro porque no
había luz ni luna. Estaba lloviznando. Le regalé el cigarro y nos pusimos a charlar.
Al poco tiempo me di cuenta de que era mi hermano, Leonardo Montes.
"Mi hermano se había ido de Maicao hacía mucho tiempo, cuando yo apenas era
un pelao de 9 años. Por eso no lo reconocí. Pero cuando me dijo el nombre de mi
papá, lo comprobé. Era mi hermano y era también al que habían elegido al azar
para matarlo. No lo podía creer. Entonces me destapé. Le dije que yo era el 'niño',
Luis Esteban, su hermano. Nos abrazamos y en medio de la emoción le advertí
que lo iban a matar para hacerlo pasar por guerrillero. Le dije que se fuera, pero él
no me creyó. Él se había hecho muy amigo de dos soldados de mi compañía que
lo invitaron hasta el cambuche. Leonardo estaba seguro de que no le iban a hacer
nada. Estaba engañado.
"Después de 20 minutos conversando con él afuera, me mandaron a llamar.
Entonces me fui directo donde mi cabo Pineda y le dije: "Ustedes no pueden matar
a ese hombre porque él es mi hermano". El cabo no me creyó y me dijo que mejor
hablara con el capitán García, quien tampoco me creyó. Lo único que hizo fue
insultarme. Le insistí. Le dije que le preguntara por el nombre de mi papá, de mis
hermanos, de la familia, de la calle en Maicao donde habíamos nacido.
"A partir de ese momento todo fue un enredo. El capitán y yo discutimos varias
horas y mi hermano lo escuchó todo. Al final, les dije que ya no me importaba si
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me creían o no, que ese hombre que iban a matar era mi hermano y primero
tenían que matarme a mí. "Por qué no trae a un hermano suyo, capitán, o a su
papá y así puede irse contento el Día de la madre. Pero con mi hermano no se
pueden meter", le dije. Todos estaban muy alterados. No podían creer que la única
persona que lograron conseguir para asesinar resultara ser el hermano de un
soldado de su propio pelotón. El plan que tenían de buscar a alguien que no fuera
de la zona, a alguien que no tuviera dolientes en el pueblo y que su muerte pasara
inadvertida, se les había ido a la basura.
"Después de un rato, el Capitán me dijo: "A mí no me duele la mano pa matar a
ese hijueputa". Tampoco era difícil encontrar quién lo hiciera porque cada
compañía tiene sus dos o tres sicarios, que son siempre los que hacen esas
vueltas y se ganan su millón de pesos.
"En un momento de descuido aproveché para decirle a mi hermano que se fuera
corriendo, que saltara por unos alambres, que pasara la quebrada y se fuera para
la casa porque lo iban a matar. Él decía que no se iba porque ahí sí era más fácil
que lo asesinaran. Logramos salir un poco del cambuche, conseguimos una
mototaxi y él se fue para el pueblo. Yo me quedé pero, obviamente, esa noche no
pude dormir.
"Al otro día me di cuenta de que todo había cambiado para mí. Mis compañeros
me odiaban. Entonces le pedí a un coronel que me trasladara porque yo no era
capaz de patrullar con la misma gente. Además estaba muy débil, pues me había
atacado con fuerza el paludismo. Ese mismo día me mandaron para una
compañía diferente en Puerto Libertador, un pueblo cercano a San Juan. Allá me
sentí más tranquilo. Al menos no tenía miedo de que me mataran. La idea de
denunciar a mis compañeros se me pasó por la cabeza, pero finalmente no lo hice
en ese momento. Ya había liberado a mi hermano, que era lo más importante, y
quería evitarme problemas con mis superiores.
"Como al tercer día de estar en Puerto Libertador escuché que la compañía donde
yo estaba antes había "dado una baja". Me entró la duda por mi hermano y le
pregunté a un soldado si sabía quién era el muerto. Él me contestó que no, pero
que un carro lo estaba recogiendo para llevarlo al cementerio.
"De inmediato me fui para donde una tía que vive en Puerto Libertador y le conté
todo. Le pedí que me acompañara al cementerio. Cuando íbamos caminando
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hacia allá, pasó el carro con el muerto pero tenía la carpa abajo y no pudimos
verle la cara. Cuando llegamos al lugar, el muerto ya estaba en el piso envuelto en
un plástico blanco. Yo me tiré sobre él, rompí la bolsa y me di cuenta de que era
mi hermano, Leonardo. El hueco ya estaba listo y dos soldados lo agarraron de los
pies y de las manos y lo tiraron así, sin ataúd ni nada. Supuestamente, le
encontraron una granada y un arma en las manos. Pero ya hay un testigo en el
pueblo que dice que él le vendió esa pistola al Ejército y yo me acuerdo cómo,
días antes al 30 de abril, dos soldados de mi pelotón la estaban limpiando con
orina para borrarle las huellas.
"Después de ver todo esto llamé a mi familia en Maicao. Les conté todo y ellos
vinieron por él hasta Córdoba para darle cristiana sepultura. Fue entonces cuando
decidí demandar al Estado. Pero el mundo se me vino encima. Estoy en
permanente estado de alerta porque pienso que me puede pasar algo. Me da
miedo comer lo que me dan en el Ejército y aunque ya completé tres años en la
institución y hoy estoy en el Batallón Juan del Corral, en Rionegro, Antioquia, la
única función que puedo cumplir es recoger la basura de todos. No puedo ir a
zonas de combate porque tengo medidas especiales de protección. Además,
muchos me tienen la mala porque saben de la demanda y de mi historia. Yo
espero que todo esto pase muy rápido. El caso lo tiene una fiscal de derechos
humanos, quien está investigando a los siete militares implicados en mi caso. El
día que se haga justicia veré qué otro rumbo le doy a mi futuro. Lo que pasó con
mi hermano me cambió completamente la vida y creo que ya merezco un poco de
tranquilidad".
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