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NIP: 222505 - Pág.: 66 - LEN
M
CONTENIDOS
❚ Las mujeres en el mundo
de las letras
❚ “Voy a dormir”, “Siesta”, de
Alfonsina Storni
❚ “La carencia”, “Diálogos”,
“Devoción”, de Alejandra
Pizarnik
❚ La casa del ángel, de Beatriz
Guido
❚ La poética de Alfonsina Storni
5
❚ El proyecto cultural de la
revista Sur
❚ La poesía posterior a la
vanguardia del ’20: Alejandra
Pizarnik y Olga Orozco
❚ Un relato de iniciación:
La casa del ángel
❚ Las mujeres y la escritura
❚ “La casa encantada”,
de Virginia Woolf
VOCES FEMENINAS EN LA LITERATURA
POETISAS Y NARRADORAS ARGENTINAS
Voy a dormir
ALFONSINA STORNI
Nació en Suiza en 1892. Su infancia
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos encardados.
transcurrió en San Juan y en Rosario.
Fue maestra y enseñó declamación
en el Teatro Infantil Municipal
Labardén y en el Conservatorio
Nacional. Publicó los poemarios La
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.
inquietud del rosal (1916), El dulce
Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides. Gracias... Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...
Alfonsina Storni: en Mascarilla y trébol [1938],
en Obras, Tomo 1, Buenos Aires, Losada, 1999.
daño (1918), Irremediablemente
(1919), Languidez (1920), Ocre
(1925), Mundo de siete pozos (1934),
Mascarilla y trébol (1938) y algunas
obras de teatro. Enferma de cáncer,
se suicidó en 1938 en Mar del Plata,
internándose en el mar. La noche
anterior a su muerte escribió el
poema “Voy a dormir”, que envió a
La Nación. El diario lo publicó junto
con su nota necrológica.
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M: 27735 C1: 19950 C2: 10000 C3: 10000 C4: 10000
Siesta
Sobre la tierra seca
El sol quemando cae:
Zumban los moscardones
Y las grietas se abren...
El viento no se mueve.
Desde la tierra sale
Un vaho como de horno;
Se abochorna la tarde
Y resopla cocida
Bajo el plomo del aire...
Ahogo, pesadez,
Cielo blanco; ni un ave.
Se oye un pequeño ruido:
Entre las pajas mueve
Su cuerpo amosaicado
Una larga serpiente.
Ondula con dulzura.
Por las piedras calientes
Se desliza, pesada,
Después de su banquete
De dulces y pequeños
Pájaros aflautados
Que le abultan el vientre.
Se enrosca poco a poco,
Muy pesada y muy blanda,
Poco a poco se duerme
Bajo la tarde blanca.
¿Hasta cuándo su sueño?
Ya no se escucha nada.
Larga siesta de víbora
Duerme también mi alma.
Alfonsina Storni: en
Irremediablemente [1919], en Obras.
Tomo 1, Buenos Aires, Losada, 1999.
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La carencia
ALEJANDRA PIZARNIK
Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.
Nació en Buenos Aires en 1936.
Alejandra Pizarnik, en Las aventuras perdidas [1958], en Poesía Completa, Lumen, Barcelona, 2001.
Estudió Filosofía y Letras en la
Universidad de Buenos Aires y, más
tarde, pintura con Batlle Planas.
Vivió cuatro años en París, donde
Diálogos
publicó poemas, ensayos críticos y
traducciones. Publicó los libros de
poesía La tierra más ajena (1955),
La última inocencia (1956), Las
aventuras perdidas (1958), Árbol
de Diana (1962), Los trabajos y las
noches (1965), Extracción de la piedra
de locura (1968) y El infierno musical
(1971), a los que se suma un ensayo
narrativo La condesa sangrienta
(1967). En 1969 recibió una beca
Guggenheim y, en 1971, la beca
Fullbright. Se suicidó en 1972, en
Buenos Aires, con una sobredosis
de medicamentos.
—Ésa de negro que sonríe desde la pequeña ventana del tranvía se asemeja a madame Lamort —dijo.
—No es posible, pues en París no hay tranvías. Además, ésa de negro del tranvía
en nada se asemeja a madame Lamort. Todo lo contrario: es madame Lamort
quien se asemeja a ésa de negro. Resumiendo: no sólo no hay tranvías en París sino
que nunca en mi vida he visto a madame Lamort, ni siquiera en retrato.
—Usted coincide conmigo —dijo— porque tampoco yo conozco a madame Lamort.
—¿Quién es usted? Deberíamos presentarnos.
—Madame Lamort —dijo—. ¿Y usted?
—Madame Lamort.
—Su nombre no deja de recordarme algo —dijo.
—Trate de recordar antes de que llegue el tranvía.
—Pero si acaba de decir que no hay tranvías en París —dijo.
—No los había cuando lo dije pero nunca se sabe qué va a pasar.
—Entonces, esperémoslo puesto que lo estamos esperando —dijo.
Devoción
a
ADES
ACTIVID
1. Comparen los poemas de
Alfonsina Storni y la breve poesía
de Alejandra Pizarnik.
¿Qué características tienen esos
textos teniendo en cuenta la
métrica y la rima?
68
Debajo de un árbol, frente a la casa, veíase una mesa y sentadas a ella, la muerte y la niña
tomaban el té. Una muñeca estaba sentada entre ellas, indeciblemente hermosa, y la muerte y la niña la miraban más que al crepúsculo, a la vez que hablaban por encima de ella.
—Toma un poco de vino —dijo la muerte.
La niña dirigió una mirada a su alrededor, sin ver, sobre la mesa, otra cosa que té.
—No veo que haya vino —dijo.
—Es que no hay —contestó la muerte.
—¿Y por qué me dijo usted que había? —dijo.
—Nunca dije que hubiera sino que tomes —dijo la muerte.
—Pues entonces ha cometido usted una incorrección al ofrecérmelo —respondió la
niña muy enojada.
—Soy huérfana. Nadie se ocupó de darme una educación esmerada —se disculpó
la muerte.
La muñeca abrió los ojos.
Alejandra Pizarnik, en Prosa completa, Editorial Lumen, Buenos Aires, 2003.
Capítulo 5. Voces femeninas en la literatura.
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BEATRIZ GUIDO
La casa del ángel
Nació en Rosario en 1924;
murió en Madrid en
En una vieja casa siempre se escucha algo, y es más lo que se oye
que lo que se dice. Y permanece en las habitaciones todo lo que se
dice, esperando que el futuro lo oiga.
Reunión de familia. T. S. Eliot
1988. Estudió Letras en la
Universidad de Buenos
Aires. Muchas de sus novelas
fueron llevadas al cine por
Leopoldo Torre Nilsson, su
Nuestra casa queda en la calle Cuba, en la esquina de Sucre; su estilo es el de un
decadente fin de siglo, con un ángel de piedra en la terraza del primer piso. Es un
ángel, o un arcángel solo; no hace pendant* con ningún otro. La Casa del Ángel la
llaman en la cuadra. El parque, con una verja de lanzas doradas, la abraza por los
cuatro costados.
Sobre Arcos, en la esquina de Sucre, un balcón con balaustrada de cariátides,
cubiertas de hiedra, me permitía entonces asomarme a la calle.
Nuestra madre abrió la puerta principal que tiene dos leones de marfil en las
mirillas, insignia de la familia de mi padre, y penetró en la casa.
Cerró tras ella de un golpe la puerta, que crujió como un puente levadizo de un
castillo, y pensé que quedábamos incomunicados dentro de un teatro en cuyo escenario la obra debía comenzar en ese preciso instante. [...]
Hubo, sí, un primer viernes. Íbamos con mi madre y mis hermanas a misa a Las
Victorias. Como todos los primeros viernes del mes, pensábamos pasar el día en el
centro y regresar a Belgrano al final de la tarde. Esos días nuestra madre nos llevaba
al cine Empire o al Ideal, según la película que pasaban. Nuestra madre distribuía
cuidadosamente todos los instantes de los primeros viernes.
Comulgábamos en la misa de ocho. Había elegido Las Victorias, pienso, porque
quedaba cerca de la Confitería París, la única que ella admitía para llevarnos. Mi
hermana Julieta decía que era por las masas y las confituras que tanto le gustaban.
Después del desayuno venían las pruebas interminables en la casa de Madame Palmés. Nuestros vestidos nos llegaban hasta los tobillos a pesar de que las polleras se
llevaban muy cortas. Nuestros cabellos caían hasta la espalda, sujetados por cintas
de terciopelo. Vestíamos en el verano con trajes de voile o broderie. Parecíamos estar
siempre preparadas para recitar una poesía en el festival del colegio.
Madame Palmés era baja y menuda; nunca le entendíamos lo que decía, porque
sujetaba entre los dientes pequeños alfileres. Llevaba el centímetro atado a la cintura.
Para tomarme las medidas recostaba su cabeza en mi pecho, y el rodete me golpeaba
en la cara; tenía un olor característico a armarios cerrados. Cada aumento de nuestras medidas —que ella cotejaba en una libreta— la hacía gritar alborozada:
—Ya son mujercitas..., ¡cómo les ha crecido el busto...! ¡Es lo primero...!
Madame Palmés me espantaba tanto como una mujer del Parque Japonés, que
bailaba la dance du ventre* y tenía alitas de papel.
Después de visitar a Madame Palmés íbamos a almorzar al convento.
Siempre almorzábamos allí; era el día que mi madre dedicaba a su hermana
monja. [...]
Me gustaba pasear en esas siestas de verano por las galerías vacías del colegio y
las aulas en silencio. Las monjas dormían, y sólo se escuchaban el cuchicheo de mi
marido desde 1959. Recibió el
Diploma al Mérito en novela
por la Fundación Konex y fue
agregada cultural en España
en 1984. Entre sus obras
figuran: La casa del ángel
(1954), La caída (1956), Fin de
fiesta (1958), La mano en la
trampa (1961), El incendio y
las vísperas (1964), Piedra libre
(1976) y Apasionados (1982).
Los recuerdos de Ana
Ana Castro, la protagonista
adolescente, vive en la casa
del ángel junto con sus padres
y sus dos hermanas, Julieta e
Isabel, educadas en un severo
ambiente de represión. Un
episodio marcará su vida:
un duelo que tuvo lugar en
la casa. El relato de lo que
sucedió en ese duelo y los días
previos se van entremezclando
en la novela con sus propios
recuerdos. Los fragmentos
que siguen son evocaciones
de Ana, de su infancia y de su
adolescencia.
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M: 27735 C1: 19950 C2: 20565 C3: 10000 C4: 10000
*
hacer pendant: hacer pareja.
dance du ventre: danza del vientre.
M: 27735
madre con su hermana, alguna canilla abierta y los caireles de las arañas de la capilla.
Pero la proximidad de la hora del cine era superior a cualquier encantamiento.
A pesar de que nuestra madre elegía cuidadosamente el programa —sólo podíamos ver películas como La monjita o Pimpollos rotos—; siempre, aunque fuera en los
anuncios, se deslizaba aquello que todas esperábamos: el beso. El beso en la pantalla
era, para nosotras, la categoría máxima del pecado; hasta Julieta, tan gorda y pesada
—lo único que parecía interesarle eran los dulces y la siesta—, se comía las uñas, e
Isabel, escondida en el asiento, empujaba mi brazo como diciendo:
—Ya llega; ya llegó lo que esperábamos; no te lo pierdas.
Entonces nuestra madre se convertía en el peor enemigo. Nos obligaba a que
le pasáramos los caramelos o el programa. Éramos felices cuando nos acompañaba
Nana. Yo sentía mi butaca más amplia, como un cuarto cerrado; no se adivinaban mis
pensamientos y, cuando llegaba el beso de los actores, podía ruborizarme y bajar la
mirada, sintiendo en mí el extraño placer que producen la vergüenza y el pudor. [...]
Cuando encendían las luces sentía arder mis mejillas; me dolía observar cómo
mis hermanas buscaban a los chicos de nuestra edad con una sonrisa tonta. Ellos
nos miraban sorprendidos; ahora sé por qué: no vestíamos como las demás. Nuestra
madre no quería saber nada de acortarnos las polleras y de bajar las cinturas. Los
cabellos corrían por nuestra espalda recogidos apenas con cintas de tafeta y terciopelo; usábamos medias blancas hasta la rodilla y zapatos negros de charol.
Fue en el verano de 1924. Nana partía a Los álamos un día antes que nosotras.
—Es necesario arreglar tantas cosas... —decía.
Pero esas cosas, lo sabíamos, eran las estatuas; había que vestirlas, disimularlas. Una
profusión de estatuas invadía el parque. El pequeño Dantón sentado en una silla leía en
un libro abierto una frase que decía: “La pureza es la riqueza del alma”. Había también
una materdolorosa, un Guillermo Tell y una estatua de la Justicia. Además estaban las
otras, las que había que vestir. No pude explicarme nunca cómo era posible que unas y
otras estuvieran juntas; porque las que cubrían con lienzos antes de nuestra llegada estaban desnudas. Parecían esculpidas todas por una misma mano que se hubiera detenido
con placer en marcar con excesiva fealdad las partes que Nana cubría. Tampoco sé por
qué no las habían quitado del parque. Las dejaban, pienso ahora, para poder cubrirlas
el día anterior a nuestra llegada, y enseñarnos así, aquello que no debíamos ver.
Partíamos para Adrogué cargados de paquetes. En mis manos ponían un costurero de viaje en cuyo fondo, una especie de bolsa de cretona, estaba guardado un
inmenso mantel ya dibujado, que yo debería bordar para el final de las vacaciones.
Me sentaba encima de él y comenzaba a leer el libro de misa forrado con papel
pizarra para que simulara ser un libro cualquiera y no un Breviario. Recorría los Salmos con los ojos, sin leer. Pensaba que alguien en ese tren diría: “A ella le gusta leer,
no es como las demás”.
Pero mis primos y Vicenta, que ese verano habían venido con nosotras, no me
dejaban en paz. Ellos, con las gomeras, que ejercitaban desde la ventanilla del tren.
Ellas, con su charla entrecortada y un continuo lamento porque nuestros padres no
nos habían llevado a Mar del Plata.
Ese verano, dije, Vicenta había venido con nosotros. Ella arreglaba una gomera
con la misma naturalidad con que nos relataba cómo se nacía; o cómo y por qué
nuestros padres no venían con nosotros. [...]
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Capítulo 5. Voces femeninas en la literatura.
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NIP: 222505 - Pág.: 71 - LEN
Vicenta me dijo una tarde:
—¿Por qué visten a las estatuas con lonas cuando venimos nosotras? ¡Si ya lo
sabemos todos! [...]
—Con espiar no se pierde nada.
La vimos arrastrarse por el suelo, llegar a la estatua de Diana cazadora, levantarle
la lona que hacía las veces de pollera y regresar a nuestro lado.
—¡Bah! —dijo defraudada—. ¿Y para eso la cubren?
—¿Qué viste? —pregunté.
—Nada nuevo —contestó—. Es una mujer; y la parte de arriba no se puede ver
porque está vestida.
Levanté los ojos y vi, quizá por primera vez, que la Diana tenía sus pechos cubiertos por una especie de coraza donde guardaba sus flechas.
—Esto no es nada —dijo Vicenta—, al final del parque, detrás de las caballerizas, hay una arrumbada.
—¡Pero es un hombre! —dije bajando los ojos.
—No, es un fauno, un semihombre —contestó para tranquilizarme.
—Un Apolo —se corrigió zalameramente.
—Vamos a verla —propusieron Julieta e Isabel.
Seguimos a Vicenta. Entre las hojas, como si estuviera enterrado, yacía de costado la estatua de Apolo.
Vicenta comenzó a reír y a cubrir con hojas las partes que, según ella, mi madre
no quería que viéramos. Me pareció reconocer ese rostro de piedra recostado en la
tierra con la boca entreabierta y los ojos entornados.
—¿A que no lo besas? —dijo Vicenta a mi oído—. ¿A que no te atreves a besarlo?
Obedecí. Acerqué mi cara hasta la de él. Sentí entonces cómo el frío del mármol me detenía.
¡Qué espanto atravesó mi mente! Una premonición, quizá, de ese viernes de duelo.
Y hui desesperada como si el Apolo me siguiera para abrazarme y condenarme
para siempre a la rigidez del mármol. Los dos olvidados allí al final del parque entre
las hojas secas.
—¿Adónde vas? —me detuvo Julián, cayendo a mis pies, desde las ramas de un
manzano.
Frente a mí, Julián se alzaba como si de pronto la estatua se hubiera transformado y sólo él pudiera salvarme.
Levanté mi cabeza. Me acerqué y lo besé como al Apolo.
Después corrí a esconderme en las caballerizas; pensé que me seguía.
Esa noche, cuando volví a la casa, escuché en la galería la voz de Vicenta que interrumpía con su risa el relato de Julián.
—Y en la boca; les digo que en la boca. Yo no podía creerlo... ¿Dónde estará
metida? No debe salir de vergüenza.
Al día siguiente regresé con Nana a Buenos Aires. Cuando subí al tren me senté
sobre el costurero; abrí el libro de misa y leí como en la estatua del pequeño Danton:
“La pureza es la riqueza del alma.”
El Apolo está enterrado en el parque; Julián puede reír, el Apolo no. Yo no
puedo olvidar su risa.
Beatriz Guido: La casa del ángel, Buenos Aires, Emecé, 1975.
a
1. Ubiquen en los fragmentos de
La casa del ángel los dos episodios
relacionados con el beso y comparen
las sensaciones y sentimientos que
narra la protagonista en cada uno.
ADES
ACTIVID
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NIP: 222505 - Pág.: 72 - LEN
Las mujeres en el mundo de las letras
Otras mujeres
Algunos años antes que Alfonsina
Storni, otras mujeres que
expresaron sus ideas y sentimientos
fueron Juana Manso (1819-1875)
en las novelas Los misterios del Plata
y La familia del comendador; Juana
Manuela Gorriti (1819-1892), en
los cuentos de Sueños y realidades;
y Emma de la Barra (1861-1947),
que firmaba sus relatos con el
seudónimo César Duayen.
Para las mujeres escritoras no fue fácil conquistar los espacios literarios que habitualmente les estaban reservados a los hombres. Acceder a la publicación de las obras, asistir
a las reuniones de los círculos literarios y contar con el reconocimiento de sus pares eran,
hacia fines del siglo XIX y principios del XX, actividades impensables para las mujeres.
Alfonsina Storni fue una de las primeras escritoras que se atrevió a incursionar públicamente en el mundo de las letras. La llamaban “la Storni”, una forma despectiva que combinaba una crítica hacia la humildad del hogar del que provenía y hacia su origen extranjero.
El mismo Jorge Luis Borges se refirió a sus versos como “chillonerías de comadrita”.
Sin embargo, y a pesar de las críticas que recibía, Alfonsina fue conquistando un espacio en los ambientes literarios de la época y se ganó el respeto y la amistad de muchos
escritores. En 1938, pocos meses antes de morir, en una famosa reunión que tuvo lugar en
la Universidad de Montevideo, Uruguay, se celebró el encuentro de las entonces consideradas “mayores poetas de América”: la chilena Gabriela Mistral (1889-1957), la uruguaya
Juana de Ibarbourou (1895-1979) y Alfonsina.
Vestida de mar
La poética de Alfonsina
Cuando en 1938 Alfonsina se
suicidó en Mar del Plata, los diarios
titularon “Murió la gran poetisa
de América”. En esa ciudad, una
escultura en piedra la recuerda y,
a modo de homenaje, Félix Luna
y Ariel Ramírez compusieron la
famosa canción “Alfonsina y el
mar“. Los siguientes son algunos
de sus versos: “Te vas Alfonsina con
tu soledad / ¿Qué poemas nuevos
fuiste a buscar? / Una voz antigua de
viento y de sal / Te requiebra el alma
y la está llevando / Y te vas hacia
allá como en sueños, / Dormida,
Alfonsina, vestida de mar...”
Si bien escribió obras de teatro (El amo del mundo, Cimbelina en 1900 y pico, y Polixema y la cocinerita), la poesía fue el género más frecuentado por Alfonsina Storni y el que
le ganó su lugar como escritora.
En muchos de sus poemas, el tema de la mujer es central. Alfonsina defendió el papel
protagónico de la mujer, reclamó con insistencia sus derechos y una situación social
diferente, lo que la obligó a enfrentarse a la sociedad de su época. Una de las poesías
más famosas es “Tú me quieres blanca” (publicada en El dulce daño), en la que expresa un
reclamo directo al hombre que pretende una mujer “blanca y pura”.
Varios de sus poemas pueden leerse en forma autobiográfica, pues en ellos suele referirse a
sus vivencias íntimas, expresa sus pensamientos, sus inquietudes y sus ideas sobre el amor.
Sus tres primeros libros fueron escritos bajo la influencia de dos corrientes literarias:
el Romanticismo y el Postmodernismo. Del Romanticismo se reconocen algunas temáticas, como las flores, la primavera, el mar, el amor trágico y no correspondido, la muerte,
como así también cierto tono intimista y subjetivo. Con el nombre de Postmodernismo se
designa al movimiento que se opuso al Modernismo de los poetas Rubén Darío y Leopoldo
Lugones, caracterizado por el uso abundante de imágenes y símbolos.
Sin embargo, paulatinamente, su poesía fue tendiendo hacia formas más objetivas y
comenzó a tratar otros temas como la ciudad, la incomunicación, los objetos pequeños y
los hechos simples del mundo cotidiano.
En cuanto a las formas poéticas, escribió muchos sonetos pero también practicó el
verso libre y experimentó con el lenguaje a la manera de los poetas vanguardistas. De
hecho, sus últimos sonetos, en los que aparecen comparaciones originales y asociaciones
insólitas, fueron denominados por ella misma “antisonetos”.
a
1 Lean nuevamente los poemas “Voy a dormir” y “Siesta”.
Comparen el lenguaje y las imágenes utilizadas en ambos
poemas.
2. ¿A qué etapa de la producción de la autora
corresponde cada uno?
ADES
ACTIVID
72
3. Busquen el poema “Tú me quieres blanca” y expliquen
cómo se definen los roles femeninos y masculinos en ese
texto.
Capítulo 5. Voces femeninas en la literatura.
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El proyecto cultural de la revista Sur
En 1931 apareció el primer número de la revista Sur, parte de un proyecto editorial que
incluía la publicación de la revista y de libros. La editorial Sur permitió la difusión de las
obras de jóvenes escritores argentinos en Europa y en los Estados Unidos y, a la vez, dio a
conocer los escritores extranjeros al público argentino. En sus páginas publicaron Eduardo
Mallea, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato y Julio Cortázar, entre otros, y
se tradujeron autores como Graham Greene, William Faulkner, Virginia Woolf y Albert Camus.
Su fundadora fue Victoria Ocampo (1890-1979), una mujer que provenía de una aristocrática
familia de Buenos Aires y que fue educada en Europa. Publicó artículos críticos y ensayos, y
tradujo varios de los volúmenes de su propia editorial. Sus obras más importantes fueron la
serie de Testimonios, diez libros publicados entre 1935 y 1977, en los que recogía sus reflexiones sobre la realidad política, social y cultural de la Argentina, y su Autobiografía. Fue, además, la primera mujer en ser designada miembro de la Academia Argentina de Letras.
La revista Sur, a pesar de su éxito, también recibía críticas. Si bien uno de sus objetivos
editoriales era la publicación de ensayos sobre temas vinculados con lo argentino, se le criticaba una postura europeísta y liberal que privilegiaba la traducción de autores europeos,
y una estética vinculada a la del grupo de Florida.
Otro de los ejes de trabajo de Sur que determinó la conformación de un núcleo importante
de escritores fue la serie de reflexiones en torno al arte de la ficción. Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, José Bianco, Enrique Anderson Imbert y Silvina Ocampo, hermana menor de
la fundadora, comenzaron la labor de introducir la literatura fantástica y policial. En 1940,
Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo publicaron la Antología de la literatura fantástica.
La narrativa de Silvina Ocampo
En 1937, la editorial Sur publicó el primer libro de cuentos de Silvina Ocampo, Viaje
olvidado, cuyo título tiene las iniciales del nombre de su hermana. Junto con Norah Lange
y Estela Canto, fue una de las primeras narradoras cuya obra logró cierta difusión tanto por
su relación con el grupo de Florida como por su trabajo en Sur. Sin embargo, su cercanía a
las figuras de Borges y de Bioy Casares eclipsó durante algunos años la obra de Silvina.
Sus libros de cuentos (Autobiografía de Irene, 1948; La Furia, 1959; Las invitadas, 1961;
Los días de la noche, 1970; Cornelia frente al espejo, 1988) presentan narraciones, en su
mayoría breves, que van construyendo un mundo extraño e inquietante a los ojos del lector. Los mundos de la infancia y de la adolescencia están atravesados por la crueldad. Por
otra parte, la narradora otorga a los objetos un especial relieve en sus cuentos. Esto puede
observarse en un breve fragmento de “Cielo de claraboyas”, el primero de los cuentos de
Viaje olvidado: “No había nadie
ese día en la casa de arriba, salvo el llanto pequeño de una chica
(a quien acaban de darle un beso
para que se durmiera, que no quería dormirse), y la sombra de una
pollera disfrazada de tía, como un
diablo negro con los pies embotinados de institutriz perversa.”
Sobre el diseño de la revista Sur
“Una empresa pura y
exclusivamente cultural”: así definió
Victoria Ocampo a la revista Sur en
la nota editorial del primer número.
Veinte años después, refiriéndose a
su diseño, diría: “Era entonces (como
hoy) una revista de 19 centímetros
por 24, de tapa blanca sobre la cual
Eduardo Bullrich había dibujado
una flecha de 12 centímetros y
medio (recuerdo que todas estas
medidas se discutieron). Esa flecha
clavaba con su punta verde tres
letras negras. Sur era trimestral, con
ilustraciones, un poco más de 200
páginas, y costaba 2 pesos (de la
antigua moneda, desde luego)”.
“Después de 20 años”, Sur, N° 349,
julio-diciembre de 1981.
El centro cultural Villa Victoria,
en Mar del Plata
Villa Victoria es una residencia de
madera y hierro, trasladada en
barco desde Inglaterra en 1912,
para la abuela de Victoria Ocampo.
Cuando la escritora la heredó, hizo
de ella un punto de encuentro
de escritores. En 1973, la casa
fue donada a la UNESCO, que la
remató al morir Victoria. A partir
de entonces funcionó como centro
cultural, hasta que se incendió
en 2003.
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La poesía posterior a la vanguardia del ’20
El lector termina el poema
“Cuando termino un poema, no
lo he terminado. En verdad, lo
abandono, y el poema ya no es
mío o, más exactamente, el poema
existe apenas”, dice Alejandra
Pizarnik en el prólogo a Antología
de la joven poesía argentina
(1967). Y agrega: “Únicamente el
lector puede terminar el poema
inacabado, rescatar sus múltiples
sentidos, agregarle otros nuevos.
Terminar equivale, aquí, a dar vida
nuevamente, a re-crear”.
La década del ’40 se inició con la Segunda Guerra Mundial ya declarada. El pesimismo,
la melancolía y la desolación eran sentimientos que atravesaban en aquella época la vida
de las personas y que los artistas manifestaban a través de los lenguajes propios de cada
arte.
En el mundo de la poesía, continuaba prevaleciendo la influencia de las vanguardias,
el trabajo con el lenguaje, las asociaciones, la particular disposición de los versos en
la página, el verso libre y no rimado. Sin embargo, los temas cambiaron: la angustia,
la desolación, la obsesión por la muerte, la soledad y la infancia como un tiempo por
recuperar aparecían con frecuencia en un grupo de poetas entre los que se destacaron
dos escritoras que, a partir de entonces, serían claves durante las décadas siguientes:
Alejandra Pizarnik y Olga Orozco.
Ambas fueron colaboradoras de la revista Sur y del diario La Nación, y publicaron sus
poemas en Poesía Buenos Aires (que apareció de 1950 a 1960), una revista considerada la
expresión de un grupo denominado “invencionistas”, en alusión a su preocupación por la
experimentación poética. La muerte y el desdoblamiento del yo poético, así como el uso de
un lenguaje más despojado y directo, fueron también una constante en sus producciones.
Olga Orozco
La muerte y el desdoblamiento del yo
Escritora pampeana (1920-1999),
publicó, entre otros, los siguientes
poemarios: Desde lejos (1946), Las
muertes (1952), Los juegos peligrosos
(1962), Museo salvaje (1974), Cantos
a Berenice (1977), Mutaciones de la
realidad (1979), La noche a la deriva
(1984), En el revés del cielo (1987) y
Con esta boca, en este mundo (1994).
Su poema “Entre perro y lobo”
comienza así: “Me clausuran en mí /
Me dividen en dos / Me engendran
cada día en la paciencia / y en un
negro organismo que ruge como el
mar” (en Los juegos peligrosos).
En la poesía, el uso de la primera persona gramatical, el “yo”, se conoce como “yo
poético”, es decir, una primera persona que no necesariamente representa al autor. En
los textos de Alejandra Pizarnik, ese “yo poético” se escinde, se divide. A esa escisión del
sujeto también se la denomina “desdoblamiento del yo”. En algunos casos, el yo poético
nombra al poeta con el cual establece un diálogo, como puede observarse en los siguientes versos de “La enamorada”:
esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues
o en un breve poema de Árbol de Diana:
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada.
Ese desdoblamiento aparece a menudo como una amenaza y se une a objetos a través
de los cuales encuentra un modo de expresarse (los espejos, por ejemplo), y al silencio.
La muerte es, por otra parte, un tema constante que atraviesa la poesía de Pizarnik.
En los textos en prosa del comienzo de este capítulo, publicados en París con el título
Pequeñas prosas, la muerte se presenta como un personaje misterioso y enigmático que
dialoga con otros personajes. En cada uno de esos textos se narran situaciones que combinan la extrañeza y el absurdo con un lenguaje simple y despojado.
a
1. Relean el poema “La carencia”. A partir del análisis de
los recursos utilizados en cada caso, compárenlo con
los siguientes versos también de A. Pizarnik: “hace tanta
soledad / que las palabras se suicidan”.
ADES
ACTIVID
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2. Comparen el personaje de la muerte tal como aparece
en “Diálogos” y en “Devoción”. ¿Consideran que en los
relatos se produce un clima extraño, tal vez absurdo?
¿Por qué?
Capítulo 5. Voces femeninas en la literatura.
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La consolidación de las escritoras
Hacia mediados de la década del ’50, la situación de la mujer en la vida social y
política había cambiado. Ejemplo de ese cambio fue la instauración, en 1951, del voto
femenino.
En forma paralela, las escritoras ganaron un espacio cada vez más sólido que fue acompañado
de un crecimiento de las editoriales, las revistas culturales y los concursos literarios que permitían la consagración de algunos escritores. Tal fue el caso de Beatriz Guido quien, con su novela
La casa del ángel, ganó el primer concurso que la editorial Emecé organizó en 1954.
En sus novelas, el eje de la historia suele ser el crecimiento de un adolescente y el
pasaje a la vida adulta. Pero, a su vez, el contexto que rodea el ingreso al mundo adulto
hace referencia a acontecimientos de la historia política y social de nuestro país. Esta
característica será una constante en las novelas que siguieron a La casa del ángel, por
ejemplo, La caída, Fin de fiesta o El incendio y las vísperas, obras testimoniales y realistas.
Esas referencias a la problemática política serán cada vez más manifiestas, enmarcando
su producción literaria en las preocupaciones y en la estética de la generación del ‘55.
En las décadas siguientes surgieron nuevas escritoras —narradoras y poetas— que
continuaron conquistando los espacios literarios. Algunas de ellas son Angélica Gorodischer, Ana María Shúa, Liliana Heker, Ana Basualdo y Alicia Steimberg.
Un relato de iniciación: La casa del ángel
La casa del ángel puede considerarse un relato de iniciación, esto es, una novela que
narra el conflictivo pasaje de la niñez a la adolescencia. Ana, la protagonista de la historia, es la encargada de relatar una serie de recuerdos, emociones y sentimientos sobre
las primeras vivencias relacionadas con su propio crecimiento, los cambios físicos de su
cuerpo y las primeras experiencias amorosas. Esos recuerdos se presentan desordenados
en el tiempo, fragmentados e intercalados, y la narradora, en primera persona, es la que
los va enhebrando. Pero siempre, una y otra vez, vuelve al recuerdo de la noche del duelo,
que será el acontecimiento que marcará el pasaje definitivo a la adultez.
Las escenas remiten a distintas épocas de la infancia: alusiones a juegos, las primeras
salidas al cine, las visitas a la modista, combinadas con fragmentos de su diario íntimo,
poemas que Ana escribe o que lee. Entre sus lecturas, la protagonista hace mención a un
libro de poemas de Alfonsina Storni: Ocre.
Narrada desde el punto de vista del personaje, esas escenas y esos recuerdos permiten
que el lector conozca de cerca la psicología de su protagonista, sus sensaciones contradictorias frente a los hechos que vive y sentimientos conflictivos, pues se enfrentan a las
sanciones y mandatos que recibe de los adultos con quienes convive.
1. ¿Cuál es el conflicto que se le plantea a Ana en su visita
a Madame Palmés? ¿Por qué esa mujer la espanta?
2. Comparen la actitud de Madame Palmés durante la
prueba de ropa y la de la madre cuando las lleva al cine.
¿Qué sancionan o habilitan en cada caso?
La casa del ángel en el cine
En 1957, y bajo la dirección de su
marido, Leopoldo Torre Nilsson,
la novela de Beatriz Guido fue
llevada al cine. Filmada en blanco
y negro, tuvo como protagonistas
a Elsa Daniel, Lautaro Murúa y
Guillermo Battaglia. En el guión
cinematográfico trabajaron tanto
la escritora como el director.
3. Comparen los personajes de Vicenta y Ana.
a. ¿Qué piensan y cómo actúan en relación con el hecho
de “vestir” a las estatuas?
b. ¿Cuál es la reacción de Vicenta cuando Julián le cuenta
lo ocurrido en el parque?
a
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CONEXIONES
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Ni en la Argentina ni en el mundo les resultó fácil a las mujeres ocupar un espacio de
reconocimiento en el campo literario. Entre muchas otras narradoras y poetisas, la
escritora inglesa Virginia Woolf se destacó tanto por sus innovaciones, que influyeron en
la narrativa del siglo XX, como por sus ideas acerca del lugar que debía ocupar la mujer.
VIRGINIA WOOLF
La casa encantada
Nació en Londres, en 1882.
A la muerte de su padre, el
crítico y filósofo Sir Leslie
Stephen, se mudó con sus
hermanos a Bloomsbury. Su
casa se convirtió con el tiempo
en el centro de reuniones
de intelectuales, escritores y
filósofos conocidos como el
grupo Bloomsbury. Con su
esposo, Leonard Woolf, fundó
la editorial The Hogart Press.
Entre sus obras se destacan:
Fin de viaje (1915), Noche y
día (1919), El cuarto de Jacob
(1922), La señora Dalloway
(1925), Al faro (1927), Orlando
(1928), Un cuarto propio
(1929), Las olas (1931). En 1941,
con los bolsillos de la ropa
llenos de piedras, se suicidó en
el río Ouse, en Sussex.
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Sea cual fuere la hora a la que uno se despertaba, había una puerta que se cerraba.
Iban de habitación en habitación, tomados de la mano, levantando aquí, abriendo
allá, examinando todo. Era una pareja de fantasmas. “Lo dejé allí”, decía ella. Y él
agregaba: “Bueno, pero también aquí”. “Es arriba”, murmuraba ella. “Y en el jardín”, susurraba él. “Con cuidado”, decían; “podemos despertarlos”.
Pero no nos despertaban. De ningún modo. Uno podía decir: “Lo están buscando; están levantando la cortina”, y seguía leyendo una página o dos. Con el lápiz
apoyado en el margen, se tenía la certeza: “Lo encontraron”. Y después, cansado de
leer, uno podía levantarse y echar una mirada por sí mismo, con la casa absolutamente desierta, a las puertas que permanecían abiertas: sólo se escuchaba el arrullo
gozoso de las torcazas y el rumor de la trilladora en la granja. “¿Para qué vine aquí?
¿Qué esperaba encontrar”. Mis manos permanecían vacías. “Entonces, tal vez sea
arriba”. En el desván estaban las manzanas. Uno de nuevo bajaba; el jardín seguía
quieto como siempre; sólo el libro se había deslizado sobre la hierba.
Pero en la sala, habían encontrado lo que buscaban. No era cuestión de que uno
pudiera verlos. Los ventanales reflejaban manzanas, reflejaban rosas; en el cristal todas
las hojas eran verdes. Si ellos se movían en la sala, apenas se percibía que la manzana
estaba exhibiendo su lado amarillo. Sin embargo, un momento después, si se abría la
puerta, derramado por el piso, colgado de las paredes, pendiendo del cielorraso... ¿qué?
Mis manos permanecían vacías. La sombra de un zorzal atravesaba el tapiz; desde los
profundos manantiales del silencio, la torcaza emitía su sonido arrullador.
“A salvo, a salvo, a salvo”, repetía suavemente el pulso de la casa. “El
tesoro escondido, la habitación...” El pulso se detenía abruptamente. ¡Oh!, ¿era ése el tesoro escondido?
Un momento más tarde, la luz había desaparecido.
Entonces, ¿en el jardín? Pero los árboles hacían más cerrada su oscuridad, para dar paso a un errático rayo de sol. Tan
precioso, tan extraño; con frescura sumergido bajo la superficie, el rayo que yo perseguía continuaba brillando tras el
ventanal. El ventanal era muerte; muerte que se interponía
entre nosotros; cientos de años atrás se dirigió primero a la
mujer, abandonando la casa, clausurando las ventanas; las
habitaciones se oscurecían. Él abandonó el lugar, la abandonó a ella; marchó al norte, marchó al este, vio el otro lado de
las estrellas en el cielo meridional. “A salvo, a salvo, a salvo”,
repetía con alegría el pulso de la casa. “Tuyo es el tesoro”.
Capítulo 5. Voces femeninas en la literatura.
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El viento ruge en la avenida. Los árboles se alzan e inclinan
para aquí y para allá. Los rayos de luna salpican y se derraman
en desorden, bajo la lluvia. Pero la luz de la lámpara es rechazada en la ventana. La candela arde tiesa e inmóvil. La pareja
de fantasmas busca su regocijo, deambulando por la casa,
abriendo las ventanas, susurrando para no despertarnos.
“Aquí dormíamos”, dice ella. Y él agrega: “Innumerables besos”. “Al despertar en la mañana...” “El tinte
plateado entre los árboles...” “Con la niebla invernal...”
Las puertas se iban cerrando con ruido apagado, con el
latido de un corazón.
Se aproximaron; se detuvieron en la entrada. Cesó
el viento; la lluvia deslizaba plata a lo largo del ventanal. Nuestros ojos se nublaron; no escuchamos pasos junto a nosotros; no vimos a una dama que desplegaba su
capa fantasmal. Las manos de él protegieron la linterna.
“Mira”, dijo quedamente; “dormimos por completo. El
amor sobre sus labios”. Deteniéndose, levantando su lámpara plateada sobre nosotros, nos observaron con detenimiento y profundidad. Permanecieron largo rato. El viento
se introducía con violencia; la llama apenas vaciló. Salvajes
rayos de luna atravesaron el piso y el muro, y al encontrarse
colorearon los rostros inclinados, los rostros atentos, los rostros
que buscaban a los durmientes y trataban de penetrar en su gozo
escondido.
“A salvo, a salvo, a salvo”, palpitó el corazón de la casa con
orgullo. “Hace tanto años...”, suspiró él; “de nuevo me han hallado”.
“Aquí”, murmuró ella; “durmiendo, leyendo en el jardín, riendo, transportando manzanas al desván; aquí dejamos nuestro tesoro....” Inclinada, su luz me hizo
levantar los párpados. “¡A salvo! ¡A salvo! ¡A salvo!”, replicó el pulso de la casa furiosamente. Despertando, grité: “¡Oh!, ¿es éste vuestro tesoro enterrado? La luz que
permanece en el corazón”.
Virginia Woolf: “La casa encantada”, en La casa encantada,
Barcelona, Lumen, 1983.
a
1. ¿Qué buscan los fantasmas
mientras deambulan por la casa?
2. Comparen la historia que se narra
en este cuento con la siguiente frase
que aparece en el epígrafe de la
novela La casa del ángel: “En una vieja
casa siempre se escucha algo, y es
más lo que se oye que lo que se dice”.
ADES
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Entre el “cuarto propio” y las nuevas técnicas narrativas
La actriz Nicole Kidman personificó a
Virginia Woolf en Las horas.
En 1928, distintas sociedades vinculadas al arte le propusieron a Virginia Woolf dar
una serie de conferencias sobre la relación entre la mujer y la novela. De esas charlas surgió el ensayo que publicó al año siguiente con el título Un cuarto propio.
En ese ensayo, Woolf hace una afirmación que justifica el título del mismo: “Para
poder escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio”.
El libro cobró especial importancia por la reivindicación del rol social de la mujer, una
posición definida como feminista que la autora manifestó en varias oportunidades.
Al mismo tiempo, y como parte de su labor crítica, Virginia Woolf reflexionaba sobre
los modos de narrar una historia, sobre la posibilidad de evitar una ordenación cronológica de los acontecimientos e intentar que el relato se asemejara a la manera en que las personas viven sus acontecimientos, con escenas que a veces se interrumpen o pensamientos
que las atraviesan. Para ese entonces, otros escritores como Henry James y James Joyce
comenzaban a indagar cuestiones similares, coincidentes con la publicación de algunas
obras de Sigmund Freud en el campo de la psicología.
Las horas
La voz del narrador y el fluir de la conciencia
Las horas, una película dirigida por
Stephen Daldry (2002) y basada
en la novela del mismo nombre de
Michael Cunningham, entrecruza
las vidas de tres mujeres (Virginia
Woolf, Laura Brown y Clarissa
Vaughan) en diferentes épocas.
La historia de la escritora inglesa se
sitúa en los suburbios de Londres a
principio de 1920, cuando comienza
a escribir La señora Dalloway. La de
Laura —una esposa y madre que
vive en Los Ángeles y lee La señora
Dalloway—, en la década del ’50.
Por último, la de Clarissa transcurre
en Nueva York en la actualidad.
Las preocupaciones de la inglesa Virginia Woolf por las formas de narrar una historia
comenzaron ya en sus primeras novelas. En La señora Dalloway (1925), por ejemplo, la
historia abarca un día en la vida de la protagonista. Durante el transcurso de ese día,
Mrs. Dalloway recuerda una serie de hechos que creía olvidados, que aparecen entremezclados con las impresiones y asociaciones mentales que le procuran sus actividades
cotidianas. A intervalos, entre los recuerdos, suenan las campanas del Big Ben, el famoso
reloj londinense, que la traen de nuevo a la realidad.
Algunos años después, en Las olas (1931), la narración adquiere un nivel de experimentación más complejo. En esta novela, la historia no está organizada cronológicamente, sino que se presentan de manera fragmentaria los pensamientos y reflexiones de
seis personajes tal como van teniendo lugar en sus mentes a medida que se encuentran y
desencuentran. A esta técnica, que intenta mostrar los pensamientos tal como se suceden, fluyen y se mezclan en la mente de las personas, se la denominó monólogo interior
o fluir de la conciencia.
En el cuento “La casa encantada”, la historia se narra desde la perspectiva de una persona que vive en la casa y ve el recorrido de los fantasmas. Las voces de los personajes se
alternan con rapidez, incluso con la voz de la casa misma, personificada y a la expectativa
de que no se encuentre su tesoro. Esos elementos contribuyen a crear un clima de extrañeza
e inquietud, similar al mundo de los sueños, donde no se alcanza a afirmar con certeza qué
sucede.
a
1. Relean el cuento “La casa encantada”.
2. ¿Cuántas voces participan en el relato? Analicen su
alternancia. ¿Encuentran alguna lógica?
ADES
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3. ¿Pueden determinar qué ha sucedido, en el pasado,
cuando los fantasmas habitaban esa casa?
4. Discutan en grupos qué mide el pulso de la casa.
Capítulo 5. Voces femeninas en la literatura.
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TALLER DE ESCRITURA
A la manera de Pizarnik
En prólogos a la Antología de la joven poesía
argentina (París, 1962), Alejandra Pizarnik cuenta
cómo escribía sus poemas: “Y lo hago de una
manera que recuerda, tal vez, el gesto de los artistas
plásticos: adhiero la hoja de papel a un muro y la
contemplo; cambio palabras, suprimo versos. A
veces, al suprimir una palabra, imagino otra en su
lugar, pero sin saber aún su nombre. Entonces, a la
espera de la deseada, hago en su vacío un dibujo
que la alude”.
Busquen una hoja en blanco, grande, y sigan las
indicaciones de Pizarnik para escribir un poema.
El proceso de escritura puede durar algunos días,
de manera que tómense tiempo para escribirlo,
contemplarlo y reescribirlo si hace falta.
Hablan los fantasmas
Escriban una nueva versión de “La casa encantada”,
narrada desde el punto de vista de los fantasmas
que recorren las habitaciones. Determinen si saben
que las personas que viven en la casa los perciben o
si ni siquiera notan su presencia.
Las paredes oyen
Escriban un cuento en el que se relaten los
acontecimientos que suceden en el interior de una
casa durante un día. Incluyan los pensamientos y
las voces de sus habitantes.
De la poesía al relato
1. Elijan un poema de Alfonsina Storni y úsenlo
como inspiración para escribir un cuento.
2. Seleccionen alguno de sus versos y colóquenlo
como epígrafe del relato.
ITINERARIOS DE LECTURA
❚ En relación con los textos
poéticos, les recomendamos leer
las obras de Alfonsina Storni y
Alejandra Pizarnik. De ambas
escritoras, hay numerosas
antologías que recopilan
poemas de distintos libros y de
diferentes épocas, lo que les
permitirá comparar las temáticas
presentes en cada uno de ellos.
De Olga Orozco pueden leer
La muerte y Los juegos peligrosos,
donde trabaja con los temas de
la magia y los talismanes.
lectura de La casa del ángel, de
Beatriz Guido.
❚ Entre los libros de cuentos de
Silvina Ocampo, les sugerimos
Viaje olvidado, Las furias y
Las invitadas.
❚ Si desean continuar leyendo
la obra de la escritora inglesa
Virginia Woolf, les sugerimos
La señora Dalloway, la novela
que cuenta un día en la vida de
la señora Dalloway y, luego, que
vean la película Las horas.
❚ Para conocer qué sucedió la
noche del duelo y por qué fue
tan significativa en la vida de
Ana Castro, pueden completar la
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