Triduo Fiesta de María Auxiliadora Segundo Día: María, Virgen de la Esperanza Leccionario Misas de la Virgen (20) Santa María, la nueva Mujer. Ap 21, 1-5; Lc 1, 26-30. “Para Dios nada hay imposible”, hemos escuchado en el evangelio. Seguimos nuestro camino, de la mano de María, recorriendo las virtudes. Si ayer os preguntaba por vuestra fe, en qué y en quién creemos, hoy os pregunto: ¿qué tal estás de esperanza? Vivimos esperando siempre. Esta parece una de las características de nuestra sociedad hoy: siempre hay algo que esperar. ¿Y, tú que esperas? ¿A que esperas? Gastamos nuestra vida esperando terminar unos estudios, hacer una familia, tener una casa, un coche, hacer tal viaje… siempre hay algo que alcanzar, que conseguir, una meta por la que luchar… pero en el fondo se trata de metas a corto plazo, esperanzas con minúsculas, que nos entretienen. Cosas buenas, que está bien que les dediquemos atención, y tiempo, y esfuerzos, pero que no dejan de ser, eso, sorbos que bebemos pero que no sacian por completo nuestra sed. Me parece que hoy, en nuestra sociedad donde tenemos de todo, y hay tantas seguridades, tenemos un problema con la esperanza; hoy puede que sea más difícil vivir la esperanza cristiana. Y no pueden robarnos la esperanza. Nosotros tenemos un tiempo litúrgico, el Adviento, en el que precisamente nos ejercitamos en la esperanza, fijaos si es importante. Spe Salvi, En la esperanza fuimos salvados, panorama económicos, de crisis internacionales, problemas guerras, medioambientales, (2007). Ante el inquietante terrorismo, desorden moral desequilibrios y corrupción política, muchos cristianos, y hombres en general, pierden la esperanza y se sienten tentados a caer en el pesimismo y a abandonar la lucha. Frente a esta situación, Benedicto XVI sale al encuentro en esta Encíclica presentando un horizonte de esperanza y animando a trabajar y a esforzarse para hacer frente a los males de nuestro tiempo, combatiéndolos con energía. Una de las afirmaciones clave de la encíclica es: «Quien tiene esperanza vive de otra manera, una vida nueva». Por eso, el papa quiere ofrecer un horizonte de esperanza a la humanidad y afirma que la vida "no acaba en el vacío". Precisamente este saber distingue a los cristianos. 1 La esperanza, la actitud del cristiano Y, ¿qué es la esperanza? La primera frase de la lectura de hoy nos puede dar la clave: “vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe”. La esperanza cristiana apunta siempre a una realidad que está más delante de nosotros; una realidad, otro mundo, otra forma de relaciones entre las personas, una nueva creación, algo que está por llegar. La esperanza cristiana parte del fundamento de que el aquí y ahora, la vida que vivimos, la historia y la creación que conocemos, no están completos. Falta algo. Observamos la realidad, y nuestra realidad, desde la fe y sospechamos que hay algo más; descubrimos indicios de que otra realidad más plena está por venir. Estos indicios son más fuertes si escuchamos con atención la Revelación de Jesús, si prestamos atención a la Palabra que nos ha sido dicha en las Escrituras. Dios tiene un plan sobre el mundo, sobre la creación, sobre las personas, sobre cada uno de nosotros. Y habrá un momento en que ese sueño de Dios se haga realidad por completo. En este tiempo de Pascua celebramos la resurrección de Jesús. Pues bien, recordar que Jesús murió en la cruz, pero fue resucitado por el Padre, es el centro de nuestra esperanza. Jesús es nuestra esperanza; lo mismo que ha sucedido con Él, sucederá también con nosotros. Estamos llamados a la vida, a la resurrección, a seguir viviendo siempre, pues ese es el plan de Dios. La esperanza cristiana que nace en aquella primera mañana gloriosa consiste en decirnos que quien tiene la última palabra de todo es Dios. Esperamos un cielo nuevo, una tierra nueva; pero sobre todo esperamos disfrutar de la presencia de Dios, sin velos, así cara a cara, pudiendo pasear con él, como hacía el primer hombre, al caer la tarde, por el jardín del Edén. Dios mismo es el objeto de nuestra esperanza: “acamparé entre ellos; ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos y será su Dios”. Si os preguntan, entonces, ¿y tú, qué esperas?, ya sabéis que la respuesta no es un objeto, un lugar, una situación nueva, ni siquiera un premio de la lotería. La respuesta a esa pregunta habla, más bien, de a quién esperamos. Dios, es el contenido de nuestra esperanza, o de nuestras esperanzas. Y es que teniéndole a Él cerca, ya hemos conseguido todo aquello que anhelamos, o mejor dicho, no necesitamos nada más. Cuando Él se haga presente en nuestras vidas de 2 esa manera, en esta vida o en la que sea, “enjugará las lágrimas de sus ojos, ya no habrá muerte, ni llanto, ni dolor”, pues donde está Dios está la vida, la paz, la felicidad. Él es nuestra esperanza, el Dios que nos grita desde el fondo de la Historia y desde el futuro: “Todo lo hago nuevo”. Es capaz de hacer nuevas cosas en nosotros, de renovarnos. Por eso somos optimistas, es la raíz de la alegría que tanto nos recomendaba Don Bosco. Y este es el motivo por el que nos empeñamos en transformar el mundo, la realidad. Nuestra esperanza no es para quedarnos de brazos cruzados. Ante la realidad, nos recuerda el Papa en la Spe Salvi, hay que ponerse manos a la obra, para ir haciendo realidad ya aquí, en nuestro mundo, aquello que esperamos. Fue así como Madre Mazzarello llenó de esperanza la vida de aquellas jóvenes en Mornese, o como Don Bosco construyó, a golpe de patio, escuela, casa e iglesia, la esperanza de miles de jóvenes que la habían perdido. María, mujer de esperanza Estamos llamados a llenar este mundo de esperanza. No estamos solos. Miremos esta tarde a María, a la que Benedicto XVI llama, “la estrella de la esperanza”. Mirando a María, podemos aprender, también, a ser creyentes con esperanza. En la Biblia, la esperanza muchas veces aparece expresada en forma de promesa. Una promesa hecha al creyente que confía en Dios y que se convierte, esa promesa, en una realidad dinámica que abre nuevas posibilidades. La promesa hecha por Dios mira hacia el futuro, hacia lo que tiene que venir, pero la raíz de esta promesa está en la relación con Dios. En el relato del evangelio que hemos escuchado aparece la promesa que Dios, por boca del Ángel, hace a María: “has encontrado gracia ante el Señor, concebirás y darás a luz un hijo, será el Hijo del Altísimo, reinará para siempre y su reino no tendrá fin”. Ante esta promesa María tiene que fiarse. Así se construye la esperanza cristiana, a base de confianza en la palabra, en la promesa de Dios. Y María, confiando, espera que cuanto le ha sido anunciado, cuanto le ha sido prometido, se cumpla. 3 “Todo lo hago nuevo” La esperaza cristiana es una fuente de energía para vivir de otra manera, para no seguir los valores de una sociedad anclada en el presente, en valores presentistas. Tener esperanza, significa dejarnos sorprender por Dios, y apostar por Él a pesar de todo. Seguir apostando, seguir siendo fieles a su palabra, a su promesa. Como hizo María… su sorpresa aparece también en el evangelio de esta tarde (“ella se turbó al oír estas palabras”), pero supo abandonarse en las manos del Padre y dejarse moldear por Dios; ponerse a su servicio. Nosotros, en este mundo hoy, tenemos que ser especialistas en la esperanza, testigos de la esperanza. Y esto significa ser capaces de apostar por las realidades pequeñas, por los pequeños pasos, por los débiles soplos de vida que hay a nuestro alrededor. ¿O es que no sabemos que de un grano de mostaza puede brotar un árbol grande que hasta las aves del cielo pueden hacer su nido en él? ¿O es que no sabemos que un grano de trigo tiene que deshacerse, para dar fruto? Vivir, hoy, la esperanza cristiana, significa mirar hacia arriba, a lo alto, a pesar de que haya tantas situaciones que nos estén obligando a agachar la mirada; significa saber que la primavera siempre llegará cargada de vida nueva. Y esto no significa que seamos personas ilusas, que vivamos en otra galaxia. No, la esperanza cristiana no nos arranca de este mundo, ni hace que nos desentendamos de nuestra responsabilidad por construir, aquí ya, el “cielo nuevo y al tierra nueva” que nos ha sido prometido. Confiar en la promesa de Jesús, en la promesa de otra vida plena en Él, nos lanza al compromiso de hacer ya, aquí, realidad lo que esperamos. Como nuestro padre Don Bosco, somos soñadores, sí, pero con los pies sobre la tierra y el corazón en el cielo. Vivir hoy la virtud de la esperanza es creernos, de verdad, que el Señor puede hacer todo nuevo. Que es posible la novedad en nuestra vida; que es posible el cambio, tengamos la edad que tengamos, porque “para Dios nada hay imposible”. No fue problema para Él hacer brotar la vida, engendrar nueva vida, ni en una mujer estéril, ni en una virgen. Porque encontró a dos creyentes que se fiaron de su promesa y pusieron toda su esperanza en Él. Así que, hermanos, tomémonos en serio esto de la esperanza. Por una parte robustezcamos lo que esperamos, confiados en lo que el Señor nos tiene 4 preparado, deseando alcanzar un día aquello que, como ya ha sucedido en Jesús, nos está reservado. Y por otro, vivamos nuestra existencia de cada día creyéndonos que es posible la novedad, el cambio, pues Dios es un Dios dispuesto a remover lo que sea, cualquier obstáculo, para seguir haciendo algo nuevo en nuestras vidas. Pidamos esta tarde a María Auxiliadora que ella nos ayude a crecer en esperanza; a convertirnos en hombres y mujeres que viven con esperanza, sin miedo, con alegría, con la tranquilidad de saber que todo está en las manos del Padre. Ella, nuestra Señora de la Esperanza, nos ayude a ser, a cada uno de nosotros y a toda la Familia Salesiana, personas de esperanza, que siembren de esperanza nuestro mundo. Pidámoselo así a la Virgen Auxiliadora. 5