hago voto de clase media

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AUGUSTO GUERRA
HAGO VOTO DE CLASE MEDIA
Es indudable que la sensibilización ante la realidad de la pobreza es bastante grande
hoy en día. Las iglesias y muchas conferencias episcopales hablan de un modo u otro
de la "opción de Jesús por los pobres". Quizás se habla mucho del tema. Pero, ¿se
practica? Esta pregunta resulta todavía más acuciante cuando se habla de las
instituciones religiosas uno de cuyos signos distintivos es el de "hacer voto de pobreza".
¿Qué significa hoy dicho voto? ¿Cómo se puede concretar? El artículo presenta unas
sugerentes pistas de reflexión y de acción para poder ir respondiendo dichas preguntas
y sobre todo ir viviendo con mayor coherencia la vida religiosa.
Hago voto de clase media. En torno a la pobreza religiosa, Revista de Espiritualidad,
47 (1988) 295-326
Parece, en ocasiones, que la ironía más o menos amarga sea la única forma psicológica
viable de asumir las incoherencias del voto de pobreza religiosa en nuestros días.
Sentimientos de generosa y atractiva radicalidad, frustrados en tristes y lamentables
realizaciones concretas, parecen llevar al religioso en este campo a una vida de absurdo
y paradoja permanente.
Incluso con el modesto propósito de presentar en mi escrito únicamente unas
sugerencias, que quizás una lógica racional consideraría incompatibles, he sentido
vivamente la verdad de estas palabras de S. Juan de la Cruz, escritas para otro tema: "lo
que hace falta, si algo falta, no es el escribir o el hablar, que esto antes ordinariamente
sobra, sino el callar y el obrar. Porque, además de esto, el hablar distrae, y el callar y
obrar recoge y da fuerza al espíritu".
Muy consciente de lo envenenado de la cuestión he dividido mi trabajo en tres partes.
En la primera insinuaré los matices de "novedad" del tema en nuestros días. En la
segunda procuraré perfilar "algunos elementos" de la pobreza religiosa que requieren
mayor atención. Y finalmente osaré proponer algunas "concreciones específicas" para
hoy.
I. En una situación nueva
Intentar ofrecer una panorámica de la pobreza actual sería aquí tarea imposible y
probablemente engañosa. Sospecho que las mayores bolsas de pobreza sean las menos
estudiadas, porque dudo del interés de ciertas personas e instituciones en conocer que
albergan a muchos pobres.
Pero una referencia a la pobreza real es necesaria si se quiere mantener el realismo de la
pobreza religiosa. Por esto expondré algunos de los aspectos novedosos de la pobreza
de hoy.
1. Ambigüedad de la "pobreza evangélica"
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Debemos admitir en aras de la honestidad que hoy el concepto de pobreza evangélica
aparece más ambiguo de lo que desearíamos. Las palabras de dos autores solventes
definen las coordenadas de esta ambigüedad; "relacionar la pobreza con los bienes
materiales es un enfoque que dista mucho de ser compartido por la tradición bíblica"; y
por la otra parte, "de las veinticuatro veces que aparece en el N.T. la palabra "pobre",
veintiuna aparece con la significación de necesitado de bienes materiales y, por
consiguiente, digno de ayuda".
2. Hacia la pobreza material
No se puede negar que actualmente el término pobreza tiende a definirse partiendo de
los derechos humanos y hasta prehumanos; no a partir del polo opuesto. Con frecuencia,
pobreza se identifica con miseria, con el nivel de lo infrahumano.
3. Vaticano II
Pensamos que el concilio Vaticano II, sin afán de precisar la terminología, se ha situado
en esta perspectiva más material. Y creemos que hay tres aspectos a resaltar:
a) Iglesia de los pobres. Independientemente del juicio de las incidencias de esta
fórmula en los documentos conciliares, pero que tanto juego dio en el postconcilio, lo
cierto es que en las dos grandes Constituciones Lumen Gentium y Gaudium et Spes, el
tema de los pobres vuelve una y otra vez en contextos diversos, como exigencia y
manifestación de la caridad de Cristo.
b) La pobreza entre los signos de los tiempos. El concilio declaró que la pobreza era
"signo particularmente muy estimado" (PC 13). Y el contexto de esta afirmación no
permite desvincularla de la dimensión material antes aludida.
c) Llamada a superar las palabras. Las frecuentes alusiones del concilio a la pobreza
probablemente no invalidan el juicio de que no hizo de ella una de sus líneas de fuerza.
Pero sí que, en tono de denuncia, amonesta a "quienes profesan amplias y generosas
opiniones, pero en realidad viven siempre como si nunca tuvieran cuidado alguno de las
necesidades sociales" (GS 30).
Quizás en la timidez misma de las formulaciones latía una tensión muy fecunda en
épocas posteriores. Pero nos basta ahora constatar la presenc ia del tema y de la novedad
de algunos de sus enfoques.
4. Despertar del Tercer Mundo
La independencia política de los pueblos del Tercer Mundo ha permitido acceder al
realismo dramático de su pobreza. Llegaron a la libertad preparados sólo para que
vivieran los colonizadores y no los nativos, y desgarrados por las dramáticas luchas por
el poder. De su pobreza sospechamos más que sabemos, porque los fríos informes y las
estadísticas descarnadas proporcionan sólo un pálido reflejo de su lamentable situació n.
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Mayor conocimiento poseemos de América latina, debido a la seriedad y el rigor con
que las reuniones de Medellín y Puebla y la reflexión teológica de la liberación han
afrontado el tema de la pobreza.
Algunas de las consideraciones más originales que su reflexión aporta al tema de la
pobreza en el mundo son éstas:
a) Conciencia de pobreza como punto de partida. El método inductivo de la Teología de
la liberación tiene como punto de partida de su reflexión la conciencia de opresión y
despojo de la inmensa mayoría de los habitantes de América latina (Puebla, 29).
b) Causas de la pobreza. Es evidente que ya se había reflexionado antes sobre las
causas de la pobreza. La aportación nueva se centra en la constatación de que el pobre,
no es el resultado de la fatalidad ó una excepción lamentable, políticamente neutra e
inocente éticamente, sino que es un "empobrecido"; es el resultado de unas estructuras
económicas que crean mayor riqueza para los ricos y mayor pobreza para los pobres. Se
podrá aceptar o rechazar la conclusión, pero no la novedad ni la importancia de la
opinión.
c) Pecado contra el evangelio. En oposición a consideraciones pasivas de la historia que
habían acostumbrado a entender la existencia de clases como voluntad de Dios, como
un hecho fatal para ser aliviado, Puebla califica la situación de "antievangélica". No ha
sido fácil, desde luego, liberar de ese equívoco pero se han dado pasos de gigante.
d) Derechos de los pobres. América latina aporta a la moderna sensibilidad por los
derechos humanos, el carácter primordial de los derechos sociales del pobre sobre el de
los derechos civiles. Le parece incluso que hablar de derechos del pobre tiene una
mayor densidad bíblica.
e) Implicación occidental. La pobreza no es un tema de los países pobres ni puede dejar
indiferente a occidente ya que es el polo culpable de su situación. Conciencia que,
incluso con dignas excepciones, no parece alcanzar el nivel requerido.
f) Profecía, solidaridad y compromiso. El anterior análisis cumplirá su cometido
únicamente si induce a un compromiso solidario de liberación de la pobreza que
deshumaniza y destruye a los hombres.
Desde estas nuevas perspectivas deberá poder ser entendida y justificada la pobreza
religiosa.
II. Prometo pobreza
En la situación descrita parece que el compromiso de pobreza del religioso no casa
fácilmente con sus deseos también expresados de erradicarla.
Por otra parte no se puede negar que, incluso gente adicta, ironiza sobre el tema sin
pensar ofender. Quizás porque piensan que en el fondo, prometer pobreza es una
especie de fórmula de estilo sin significado práctico alguno.
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Además los mismos teólogos reconocen la dificultad de determinar el sentido y alcance
del consejo de pobreza y mucho más la problemática práctica.
Por eso deberemos avanzar pausadamente para clarificar lo más posible la cuestión,
sabiendo que no andamos por un camino trillado.
1. Pobreza religiosa
Si decíamos que el concepto de "pobreza evangélica" era ambiguo, lógicamente lo será
también el de "pobreza religiosa". La mayor o menor referencia económica delineaba
los parámetros divergentes en que se situarían los hombres y mujeres que hacen esta
promesa. Es sorprendente esta diversidad ya que versa sobre un punto básico de la vida
religiosa, pero es normal, pues estas líneas no se escribirían si se tratara de un problema
resuelto.
Personalmente concedo gran importancia en el voto de pobreza a la pobreza material.
No entiendo la lógica de quienes la conciben más como pobreza espiritual ante Dios,
pero al revisarla refieren gran parte de sus propuestas a la línea de pobreza material.
Sería a mi juicio mejor hablar de infancia espiritual para recoger esta perspectiva,
reservando el término pobreza para su sentido material. Quizás la confusión se deba a
que han hablado de pobreza quienes no lo son. Y la pobreza no se puede definir sino
desde los pobres.
Mentiría si dijera que al hacer mi voto de pobreza pensé en sentidos de esta palabra
alejados de los sinónimos del diccionario y del sentido normal de la gente, para quienes
pobreza desprende imprescindiblemente un fuerte aroma a carencia material. Apartarse
de este sentido obvio es emplear un lenguaje para iniciados, y lo que es peor, engaña a
la mayoría sobre mi promesa.
Personalmente prefiero concordar con el sentido popular que entiende la pobreza como
una carencia de bienes que afecta al desarrollo y realización personal. Quizás algunos
piensen que esta concepción no es aceptable ya que parece admitir un mal. Espero dar
más adelante una respuesta adecuada a esta objeción.
2. Teología y economía
Para precisar la connotación económica, desearíamos cuestionar la afirmación que reza:
"Pobreza, para los religiosos, sugiere un universo teológico; pobreza, para la inmensa
mayoría de nuestros contemporáneos sugiere un universo económico". Nos tememos
que religiosamente se esconda en esa afirmación el desprecio altivo que en la política el
general de la grandeur reservaba para las preocupaciones de la economía cuando las
calificaba despectivamente de "la intendencia". El voto de pobreza debe encarnarse
humildemente en las preocupaciones del presupuesto familiar y de la cesta de la
compra. La dimensión encarnatoria de la fe quedaría mutilada si se le amputaba un
sector tan vital como el económico.
3. Pobreza y circunstancias
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Afirmando el contenido material de la pobreza, debemos igualmente decir que se trata
de un concepto relativo a las circunstancias de la vida. Lo que en un tiempo y lugar
pudo calificarse de pobreza, no lo sería en otras circunstancias o ambientes. Y no debe
extrañar ya que siempre se ha dicho que las circunstancias son fuente de moralidad.
Sin embargo, en el mundo occidental desarrollado ciertas carencias son pobreza
respecto al medio, pero con dificultad se diría que responden a la pobreza descrita en el
evangelio.
Parece, por tanto, que este marco próximo no puede ser, sin más, el adecuado y hay que
atreverse a encarar la pobreza respecto a estos prójimos no tan visibles de los millones
de desheredados de la tierra, sobre todo cuando es probable que, al menos en parte, su
pobreza sea el resultado de la riqueza del ambiente.
Estoy convencido de que le es fundamental a la pobreza religiosa esta referencia amplia,
igual como la cristología de la liberación desborda su mundo y reclama su importancia
universal. Porque, de lo contrario podría fortalecerse, en vez de cuestionarse, el polo
responsable de la injusticia.
Evidentemente no negamos la importancia del horizonte inmediato a que nos fuerza a
veces la misma sociedad civil, pero afirmamos que hay que andar este camino con la
mirada en el pobre lejano.
4. Concreción y casuística
El descrédito en que ha caído la casuística al tratar de la conducta humana puede
llevarnos a prescindir erróneamente de la concreción. Y pensar quizás que el impulso de
la espontaneidad y la generosidad bastará para trazar los caminos de la pobreza en
nuestros días. Es propio de la condición humana no ponerle puertas al campo. Pero se
debería evitar el riesgo de las teorías, la ideología o la extravagancia.
En este campo, como en todos, si no se respeta la ley de la encarnación, puede caerse en
la más inútil evasión. Hay que tener, como decía K. Rahner, "la valentía necesaria para
aceptar lo `institucional' y las `prácticas' frente a una subjetividad falsamente
existencial, que sería difusa, arbitraria e irreal, y correría continuamente el riesgo de no
ser auténtica".
5. Hacia la praxis
No he pretendido ser exhaustivo. Me doy cuenta, por ejemplo, que debería tratar de la
relación pobreza-trabajo. Pero no quiero acabar esta parte sin decir nada de la práctica
de la pobreza. Sin ella toda teoría es vacía e inocua.
Quizás aquí cabría decir lo mismo que F. Ruiz dijo de la oración: que lo sabíamos casi
todo de ella, menos orar. Quizás también lo hemos dicho todo sobre la pobreza, menos
que no somos pobres.
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Y. Congar advertía ya hace años: "que son hombres ricos, o en todo caso a quienes no
les falta nada, los que hablan de pobreza. Incluso que hablan bien, pero esto no cambia
nada; estos hombres siguen viviendo como antes". En estas condiciones no es raro que
se haya podido decir de la pobreza religiosa: "sólo la moral de los ricos puede
encontrarle méritos". Nos parece más serio, aunque quizás menos agudo, que es
evidente que muchos cristianos auténticos nos culpan de no ser fieles a nuestros
compromisos de pobreza. La concordancia entre la inteligencia de la fe y la práctica
social es hoy el tema hermenéutico fundamental.
III. Para vivir la pobreza religiosa
Nadie niega que la práctica de la pobreza es mucho más compleja que la teoría. Pero si
la teoría ya es endeble, cabe imaginar lo que ocurrirá con la praxis. Por esto en lo que
sigue presentaré algunas hipótesis que quizás sirvan como recuerdo de lo que se sabe y
no se vive.
1. Crisis de las formas tradicionales de pobreza
En el pasado parecía satisfacer a la pobreza una renuncia a los bienes, un permiso para
cualquier acto de disposición en este campo y una cierta austeridad de vida común. Hoy
el reduccionismo a la obediencia o la vivencia intimista, privatizante o simplemente
ascética de la pobreza no satisface y es necesaria una revisión de teoría y práctica que
abarque desde una mejor comprensión del evangelio hasta una atención mayor a las
circunstancias socio-económicas del mundo.
El mismo concilio ponía en guardia sobre ciertas formas de la pobreza que falseaban y
la hacían ininteligible y animaba a buscar formas nuevas de vivirla y manifestarla,
aunque sin precisarlas.
2. "Las cosas siguen casi igual"
Este juicio emitido en los momentos de plena creatividad postconciliar conserva
lamentablemente su actualidad.
Sería injusto ignorar los esfuerzos de una mayor pobreza sobre todo en comunidades de
fundación reciente, una mayor dedicación de fondos y personal como respuesta a una
mayor sensibilidad por el pobre. Merecen respeto los esfuerzos de incardinación en el
trabajo, en el mundo de los pobres, a pesar de los fracasos en ocasiones. La misma mala
conciencia asumida en los tanteos y la incertidumbre no deja de ser un valor estimable
que impide la insensibilidad.
La cuestión es que todas estas cosas afectan a minorías, mientras que la inmovilidad
afecta al gran volumen apostólico de las congregaciones. Incluso me temo que aquellos
gestos de avanzada no sean la coartada tranquilizadora del inmovilismo restante.
En este campo hay que admitir humildemente que a pesar de los deseos, los "momentos
de creatividad son escasos en nuestra vida".
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3. Pobreza comunitaria
Se hace cada vez más patente que la pobreza religiosa debe ser comunitaria. Y
disminuye el número de los que defienden la posibilidad de la pobreza individual fuera
de este marco. De hecho la historia es aleccionadora al respecto.
Ser personalmente pobre en una comunidad que no lo es supone una fuerza de voluntad
imposible y unas tensiones constantes con quienes no se comparte sólo la economía,
sino la vida de cada día. Al final no hay más salida que la claudicación incondicional o
la ruptura, supuesto el estilo mucho más compartido y dialogante de las comunidades
actuales.
Esta pobreza comunitaria se desarrolla en tres frentes: la economía doméstica, el empleo
del tiempo y la disposición del espacio. De las dos últimas se ha dicho que son hoy los
bienes principales.
a) Economía doméstica. La pobreza comunitaria debe encarnarse en una subordinación
a unos conceptos elementales propios de toda administración normal. Sobre esta base se
deben formular y cumplir unos presupuestos en que el valor pobreza tenga una
incidencia primordial.
b) El empleo del tiempo. Es un elemento económico fundamental al que se es hoy muy
sensible. En ese aspecto creo que el modelo de vida religiosa actual mantiene un nivel
de trabajo más que aceptable, incluso excesivo, con las lógicas excepciones de la
fragilidad humana.
Pero esto no resuelve todos los problemas. Puede suceder que un trabajo esforzado
produzca ingresos elevados. Y el dinero no se convierte en pobreza, aunque sea ganado
con el esfuerzo honrado. En este supuesto el voto de pobreza perdería su sentido a
menos que lo recuperara con la solidaridad.
Es cierto, por otra parte, que no se sufre presión de la precariedad del empleo, del que
dependen tantos conceptos económicos. Pero esto es ya otra cuestión.
c) Uso del espacio. Dado el contexto del urbanismo actual, no cabe duda que muchos de
los abrumadores espacios de vivienda religiosa son un claro antitestimonio. Es cie rto
que en ocasiones la inmensidad corre pareja con la incomodidad. Pero esto no solventa
nada. Se nos podría acusar de tontos además de escandalosos y de imitar a los nobles
arruinados manteniendo unos edificios como blasones inútiles a costa de increíbles y
absurdos sacrificios.
Desde luego es una cuestión difícil en que se enmarañan vínculos históricos, afectivos y
en el fondo la herencia recibida. Ni se puede ignorar tampoco que la legislación no
facilita fórmulas adecuadas para desprenderse de tales mastodontes en beneficio de los
más pobres. Pero se tiene la impresión que el desasimiento, el hombre nuevo y la
libertad de espíritu son arietes que se quiebran ante muros tan consistentes.
Incluso valorando estas dificultades pensamos que ha faltado valent ía para
desembarazarse de estos edificios que son un escándalo y la ruina moral y económica de
comunidades y provincias. Me pregunto si, en casos flagrantes, sería lícita una cierta
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objeción de conciencia a vivir o a colaborar en el mantenimiento de tales construcciones
y. si la obediencia no sería una extrapolación capciosa.
4. Pobreza apostólica
La práctica de la pobreza se complica todavía más para los religiosos de vida apostólica.
Dada la estructura y el desarrollo general de la sociedad y la mayor amplitud de los
encargos de la iglesia les resulta cada vez más difícil cumplirlos dando testimonio de la
primacía espiritual, de libertad frente a los bienes terrenos, o de la relatividad de los
valores de la tierra.
Especialmente espinoso es el tema de la enseñanza. Hubo un tiempo en que se suplió a
necesidades no atendidas por la sociedad. Pero poco a poco los religiosos se
encontraron cautivos en el engranaje de la competitividad y la profesionalización y, en
el fondo, en la dinámica de un sistema económico del que no pudieron deshacerse. Y, de
hecho, empezaron a manejar grandes sumas de dinero.
No se puede decir que la enseñanza de los colegios religiosos fuera objetivamente cara.
Pero se hacía inasequible para las familias que no alcanzaban un nivel de cierto
desahogo. Prescindiendo incluso de ridículas ostentaciones, los imperativos económicos
generales impusieron unos condicionamientos que alejaban del mundo de los pobres.
De hecho las correcciones han sido mínimas, unas veces por temor de los responsables a
poner en peligro su misión y otras por resistencias de los mismos usuarios.
Podríamos quizás ser indulgentes con estos fallos si los resultados evangélicos fueran
elevados. Pero con frecuencia de colegios de religiosos "pobres", frecuentados por
alumnos "ricos", han salido promociones bien preparadas, capaces de los mejores
puestos, pero instaladas en un sistema insolidario y escasamente fraterno que no tendrán
ningún interés en reformar. Es posible que se haya logrado menos ateísmo, pero quizás
a costa de una mayor idolatría de la riqueza, el confort y el poder.
No se vea en estas líneas animosidad contra la enseñanza; hemos elegido este campo
como paradigma de un callejón sin salida.
Casi lo mismo se podría decir de las casas de retiro. Con sorna, no exenta de realismo,
se ha podido decir que: "por una extraña paradoja, todos los conventos en que los
religiosos y religiosas practican el ascetismo, tienen la apariencia de casas de ricos".
Quizás sea exagerado, pero desde luego, no son casas pobres. Más aún, si no ofrecen
ciertas comodidades serán casas sin presente y probablemente sin futuro. Ahí la presión
no la ejerce el sistema, sino los mismos usuarios. Pero, de hecho, no parece el clima
óptimo para una experiencia de pobreza ni para hablar de ella.
5. Al servicio de los pobres
Comparto la extendida opinión de que sólo los pobres pueden liberar a los pobres. No
porque estén libres de egoísmos, indiferencias o abusos, sino porque su dura experiencia
de la pobreza les aparta de la dinámica separadora de la riqueza. Por esto entiendo como
imposible luchar por los pobres sin haber pasado por la pobreza.
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En esta imprescindible disposición de solidaridad hallo la justificación del voto. No
porque la pobreza sea un valor en sí misma ni porque agregue a una clase privilegiada
por Dios.
En esta hipótesis no se hace voto de un mal sino del bien de luchar por los pobres.
Soportar un mal no es canonizarlo, sino abandonar determinadas ventajas para que
mañana puedan ser conquistadas y compartidas por todos. Al fin y al cabo no se hace
más que imitar la dinámica encarnatoria que acepta el despojo de lo que era propio para
acompañar y educar en la lucha hacia la liberación.
Esta dimensión política y pública de la pobreza parece ya un elemento adquirido y
conviene asegurarla cada vez más. Son cuatro los capítulos de este servicio:
participación, protesta, ruptura y solidaridad. En la imposibilidad de desarrollarlos me
limito al aspecto de ruptura que significará perder determinadas ventajas, enfrentarse a
la hostilidad de los grupos dominantes y sobre todo creer en la fuerza liberadora del
Señor.
Este servicio se expresa con la fórmula de "opción preferencial por los pobres" que
debería dejar de ser una fórmula de estilo para concretarse en programa de
desprendimiento, de austeridad comunitaria, de solidaridad, y de compartir y convivir
con el pobre.
6. Entre la inocencia y la posibilidad
No se precisa mucha perspicacia para comprender que la pobreza es un tema complejo y
de progreso lento. Quizás nunca llegue a una sit uación satisfactoria. Se darán avances y
retrocesos en la búsqueda de la perfección. Quizás se trate de experimentar una vez más
que los hombres nos presentaremos siempre con las manos vacías y que Dios llenará
con su plenitud y su don lo que en nosotros era sólo aspiración sincera.
Pero no por esto tenemos derecho a anclarnos en el escepticismo o la indiferencia. El
esfuerzo no niega el don de Dios. Al fin y al cabo el Dios de la historia ha abierto un
camino y desde ella Cristo se proclama también camino.
En otro lugar he utilizado la expresión "amor político" para referirme al amor de lo
posible. Sólo esta modestia nos librará de la fascinación y la inercia de las grandes
palabras, tantas veces cortada de timidez, visceralidad o cobardía, que impiden los
pequeños pero continuados avances en la dirección correcta.
7. Puestos los ojos en Cristo
Estas palabras casi literales de Teresa de Avila subrayan la raíz cristológica de la
pobreza. En Cristo funda el religioso su pobreza.
Para exponerla, el Vaticano II acudió principalmente a textos de encarnación. Vela en
ella el fundamento de la pobreza de Jesús y la razón de su exigencia para la iglesia. En
la "encarnación" la pobreza se concreta en rebajarse a una existencia inferior para
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enriquecerla con su compañía. Es una referencia de gran valor y radicalidad que abarca
todas las dimensiones de la pobreza y por supuesto la de liberar a los que padecen.
Posteriormente el redescubrimiento del Jesús histórico en la cristología ha llevado a
insistir en aspectos más constatables, llamativos y más políticos de la pobreza. El Jesús
histórico evita una interpretación de la encarnación excesivamente misteriosa, abstracta
e intimista. El Jesús histórico se faja con la pobreza de forma más pública y política. No
tiene dónde reclinar la cabeza (Mt 8,20); viene a predicar el evangelio a los pobres (Le
4,16-20); fustiga a los ricos (Le 6,24); condena la insensibilidad de la escandalosa
diferencia de Epulón y Lázaro (Lc 16,19-31); su sola presencia induce a un rico a
repartir sus bienes (Le 19,8-9) y en Mt 25,31-46 abre el camino para la identificación
Cristo-pobre para toda la historia del cristianismo.
La atención al Jesús histórico ha permitido presentar su vida como parcial en favor de
los pobres y a ver en esta parcialidad el criterio más evangélico de discernimiento.
Parece una constatación difícilmente aceptable aunque algunos la tengan como poco
respetuosa con la universalidad de Cristo.
Conclusión
El título del escrito es original y puede parecer provocativo. Pero no era mi intención. El
primer paso lo dieron ya ciertos autores que propusieron sin más eliminar la palabra
pobreza de las Constituciones.
Quisiera proponer como conclusión los siguientes puntos:
1. La pobreza religiosa tal como se configura en la actualidad no tiene credibilidad
social. Nuestra vida es de clase media e incluso media alta.
2. No he hablado de la pobreza "personal" porque, además de ser impracticable en una
vida de clase media, es inútil. Si no ha cuajado el hacer voto de comunidad, sí que ha
ido extendiéndose la idea de que la vida religiosa es esencialmente comunitaria. Y por
ello no se trata de ser personalmente pobres, sino comunitariamente. Creo, por tanto,
que hay que decir que o bien se admite que existen personas a quienes el carisma de
pobreza en serio no les va, o hay que clarificar el carisma.
3. Es probable que haya religiosos que piensen que sin grandes obras no se puede
realizar su servicio a la iglesia y a la evangelización. Respetamos, sin compartirla, esta
convicción. Pero en esta perspectiva no parece un absurdo demandar que no se haga
voto de pobreza como tampoco se hace de humildad o de paciencia.. Tampoco se hace
voto de caridad y es el único fruto del espíritu...
4. ¿Se admitiría en la vida religiosa a quienes presentaran, a la hora de los votos o de la
renovación, objeción de conciencia a emitir un voto tan ambiguo? En caso negativo
temo que proliferen las restricciones mentales.
5. Que nadie se llame a engaño. No pienso que estemos mucho peor en materia de
pobreza que en otras épocas. Tenemos otro tipo de vida y unas posibilidades que antes
no se daban, pero quizás también menos cosas que sean el orgullo de la religión y del
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culto. Pero no se trata de esto. No me interesan las comparaciones. Sólo quería subrayar
que no encuentro lógica en el voto de pobreza en la situación actual. Algunos pensarán
quizás que la pobreza no va con nuestro tiempo. Pero me repugna rendirme a esta
convicción.
Condensó: J. Mª ROCAFIGUERA
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