Año: 13, Julio 1971 No. 250

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Año: 13, Julio 1971 No. 250
La Carta Apostólica ha Venido a
Aumentar la Confusión y el
Cisma
Eudocio Ravines
JAMÁS COMO en esta hora, las masas y
quienes tienen influencia espiritual sobre
ellas tuvieron mayor necesidad de
esclarecimiento en las ideas, de firmeza en
los principios y de nitidez en los caminos y
en las metas. El más grave mal de la era
presente reside en la confusión. Por esto
reviste tan seria trascendencia la Carta
Apostólica que el papa Paulo VI dirige al
mundo en la persona del cardenal Mauricio
Roy,
conmemorando
el
octogésimo
aniversario de la encíclica Rerum Novarum.
Esta carta, en vez del esclarecimiento de que
tienen apremiante necesidad los católicos,
aporta una peligrosa confusión. Y llega
como arsenal cargado de argumentos que
apertrechan y fortalecen las posiciones
demagógicas de los clérigos rebeldes, de los
sacerdotes partidarios del acercamiento al
marxismo, de los curas tercermundistas.
En la Carta Apostólica, el Pontífice y la
Iglesia aparecen renunciando a la dirección
del pueblo católico. La Carta autoriza a las
comunidades cristianas los sacerdotes
inclusive de cada país, a seguir los caminos
que estimen más convenientes:«A estas
comunidades cristianas toca decidir, con la
ayuda del Espíritu Santo, en comunión con
los obispos responsables, en diálogo con los
demás hermanos cristianos y todos los
hombres de buena voluntad, las opciones y
los compromisos que conviene asumir para
realizar las transformaciones sociales,
políticas y económicas que aparezcan
necesarias con urgencia en cada caso».
Decidir sobre opciones y compromisos
respecto de transformaciones sociales,
políticas
y
económicas,
significa
forzosamente adoptar posiciones ideológicas
y asumir actitudes políticas. Nunca los
católicos de cada país tendrán un
pensamiento unánime animado por una
voluntad única sobre tales cuestiones. La
consecuencia inevitable será la discrepancia
política, o sea, la división del «Pueblo de
Dios» en cada país. En la acción práctica
será inevitable que el desacuerdo político
penetrará como división en el seno de la
Iglesia. La comunidad católica se verá
corroída por el cisma. Un cisma que no
proviene de la fe del creyente, ni de lo
sustantivo de su creencia, sino de la
discrepancia ideológica, del desacuerdo
doctrinario, del divorcio político.
En este aspecto, la Carta está lejos del
esclarecimiento político o ideológico, lo cual
se traducirá en confusión. La confusión que
reina en la política será asimilada por la
Iglesia y los sacerdotes y los fieles se verán
separados por la discrepancia en la opción y
en las decisiones, por la divergencia
respecto de los caminos para la realización
de
las
transformaciones
económicas y políticas.
sociales,
Si la comunidad católica de cada país queda
autorizada para crear y emitir su propio
mensaje, pues no solamente habrá tantos
mensajes como naciones, sino que, como la
unidad del mensaje en cada nación es
imposible, pues sobrevendrá una tempestad
de discrepancias que se expresarán en
posiciones antagónicas. Es inevitable que
tales
antagonismos
aumentarán
las
perturbaciones
e
incertidumbres,
oscureciendo la mente y la perspectiva de
los católicos, acentuando su división.
LA CONFUSIÓN se intensifica y se amplía
cuando la Carta Apostólica plantea una
perspectiva utópica con categoría de
orientación y de mensaje:«El cristiano que
quiere vivir su fe en una acción política,
concebida como servicio, tampoco puede
adherirse sin contradicción a sistemas
ideológicos que se oponen radicalmente o
en los puntos sustanciales, a su fe y a su
concepción del hombre. No a la ideología
marxista, a su materialismo ateo, a su
dialéctica de violencia y a la manera como
ella entiende la libertad individual dentro de
la colectividad, negando al mismo tiempo
toda trascendencia al hombre y a su historia
personal y colectiva; no a la ideología
liberal, que cree exaltar la libertad
individual sustrayéndola a toda limitación,
estimulándola con la búsqueda exclusiva del
interés y del poder y considerando las
solidaridades sociales como consecuencias
más o menos automáticas de iniciativas
individuales y no ya como un fin y un
criterio más elevado del valor de la
organización social».
Como se ven, la ideología marxista y la
ideología liberal son ubicadas en un mismo
plano de reprobación. Se subestima que la
cuestión esencial planteada entre una y otra
ideología es la de la libertad del hombre. Se
olvida que mientras el marxismo, allí donde
triunfa, impone la dictadura y el
totalitarismo sobre la persona humana, el
liberalismo con todos sus defectos defiende
esa libertad, con ánimo totalista y no
solamente económico o comercial.
Este enjuiciamiento es injusto porque es
falso. Mide con idéntica medida el régimen
que impone la esclavitud al hombre y al que
defiende la libertad, haciendo lo posible con
todas sus flaquezas y miserias para
defenderla y preservarla sobre la Tierra, a
fin de que todos los hombres y mujeres
gocen de la libertad de creer, de la libertad
de orar, de la libertad de rendir culto público
a su fe. Esta libertad que rige bajo el
régimen liberal es perseguida como crimen,
martirizada y agobiada bajo una pesadumbre
represiva, como acontece con la Iglesia del
Silencio bajo el régimen marxista.
No se comprende cómo se puede llegar a
equiparar a una doctrina con la otra; a una
ideología de la libertad, con la otra de
opresión y terrorismo. Al encontrarse con
esta equipolencia, los católicos tienen que
sentirse dramática y hasta dolorosamente
confundidos.
No comprenderán por qué la Carta
Apostólica no expone la toma de conciencia
de que lo que denomina «relaciones de
dominio y explotación» ya han desaparecido
o tienden a desaparecer bajo el régimen
liberal. Decenas de antiguas colonias, ayer
sojuzgadas, son hoy países independientes.
Millones de hombres que hace medio siglo
debían laborar una larga jornada,
sobrellevando existencias de niveles
mezquinos, en la actualidad se benefician
con el alivio del esfuerzo físico, con los
horarios de trabajo que dejan más horas
libres al trabajador. Cierto es que estos
beneficios no se han extendido aún al
mundo entero. Ellos faltan en todos los
países marxistas y en aquellos donde el
régimen liberal no ha podido desplegar todas
sus potencias creadoras. Esta falta de
esclarecimiento austero viene a confundir
peligrosamente a los católicos y a dividirlos.
II
LA CARTA APOSTÓLICA, EL
TERCER CAMINO Y LOS
DIVERSOS MARXISMOS
Eudocio Ravines
UBICADOS en un mismo plano el
liberalismo y el marxismo, estimados como
igualmente fraudulentos para la sociedad y
para el hombre, la Carta Apostólica
conmemorativa del octogésimo aniversario
de la «Rerum Novarum» queda abierta la
perspectiva del tercer camino, que no sea ni
liberalismo ni marxismo. Mas, la teoría del
«Tercer Camino» ha cesado de ser tal, para
convertirse en experiencia. Y esa
experiencia traducida en hechos que son
verdad irrecusable, demuestra que ese
«tercer camino» constituye una utopía
inalcanzable. Seguirlo, como se ha hecho en
Chile, en los países árabes y en naciones
sudamericanas,
es
desembocar
inexorablemente en el comunismo o en un
regreso al liberalismo. Lo que quiere decir
que tercer camino es igual a frustración.
La confusión que deja la Carta Apostólica se
hace más penetrante cuando pretende
establecer tal cantidad de diferencias entre
las formas de diversos marxismos, que
parecen presentarse marxismos malos,
marxismos menos malos y hasta marxismos
asequibles para el católico.
Malo es «el marxismo que sigue siendo
esencialmente una práctica activa de la
lucha de clases. Experimentando el vigor
que renace sin cesar de las relaciones de
dominio y explotación entre los hombres,
reducen al marxismo a una lucha a veces sin
otra perspectiva, lucha que hay que
proseguir y aun suscitar de manera
permanente». Nada se esclarece sobre la
forma práctica y concreta en que ha
disminuido y sigue disminuyendo en el
mundo occidental, esa«relación de dominio
y explotación».
Para la Carta Apostólica hay otro marxismo
un poco menos malo que el anterior, el de la
Lucha de Clases. Es el marxismo que
entraña «el ejercicio colectivo de un poder
político y económico, bajo la dirección de
un partido único, que se considera él solo
expresión y garantía del bien de todos,
arrebatando a los individuos y a los otros
grupos, toda posibilidad de iniciativa y de
elección».
Esta segunda clase de marxismo, imperante
en todo el campo socialista es radicalmente
distinto del liberalismo con el que ha sido
equiparado en la Carta Apostólica. El
liberalismo, a pesar de sus taras y defectos,
propugna la libre pluralidad de partidos, de
opiniones, de órganos de expresión. En vez
de arrebatar la iniciativa a los grupos y
personas, el liberalismo lucha sin tregua a
favor de la libre iniciativa y de la libre
elección.
En
posición
radicalmente
antagónica al comunismo, el liberalismo
libra combates incesantes por defender la
libertad de iniciativa, de elección, de crítica
y hasta de rebelión.
No pueden, por lo tanto, equipararse ambas
doctrinas y hacerlo es cometer un acto de
injusticia y de falta a la esencia de la verdad,
que fluye de los hechos vivos.
Hay un marxismo de tercer nivel en la Carta
Apostólica, el cual no comete otro pecado
que «caer en el materialismo histórico y en
la negación de toda trascendencia». Se trata
de un marxismo que no derrama la sangre
del prójimo, que no viola el Quinto
Mandamiento, y que solamente es inhumano
porque niega y desconoce la esencia
espiritual del hombre.
Finalmente, hay una cuarta clase de
marxismo que«se presenta bajo una forma
más atenuada y seductora, para el espíritu
moderno: como una actividad científica,
como un riguroso método de examen de la
realidad social y política, como el vínculo
racional y experimentado por la historia
entre el conocimiento teórico y la práctica
de la transformación revolucionaria. A
pesar de que este tipo de análisis concede
un valor primordial a algunos aspectos de
la realidad con detrimento de otros y los
interpreta en función de la ideología,
proporciona a algunos, a la vez que un
instrumento de trabajo, una certeza previa
para la acción; la pretensión de descifrar,
bajo una forma científica, los resortes de la
evolución de la sociedad».
Aquí la confusión se intensifica, ya que el
católico ingresará en el campo de la utopía.
A esta hora, está científicamente demostrado
que ninguna de las leyes, ninguna de las
teorías, ninguna de las tesis, ninguna de las
utopías del marxismo tiene cumplimiento a
esta altura de la historia. Nadie más que los
comunistas proclaman el carácter de ciencia
del marxismo. La realidad que es la piedra
de toque de la validez científica demuestra
que el marxismo no constituye sino un
esquema positivista, construido contra la
naturaleza humana. La concepción marxista
podrá bien conducir a éxitos políticos, por su
amoralidad, su falta de escrúpulos, su
violencia. Pero, por sus caminos sólo se
desembocará en el error, como lo están
demostrando los hechos que lo refutan. Lo
que la realidad refuta, no puede ser
científico, ni estimado como tal.
El cuidado que pusieron los redactores de la
Carta Apostólica en esclarecer los supuestos
matices del marxismo, se transforma en
juicio sumario al enjuiciar el liberalismo,
cuya riqueza de matices es ostensible hasta
el esplendor. La Carta afirma que «el
liberalismo filosófico es una afirmación
errónea de la autonomía del individuo en su
actividad, sus motivaciones y el ejercicio de
su libertad».
Se cae en la banalidad al analizar la doctrina
política y económica que ha sido engendrada
en la más entrañable concordancia con la
naturaleza humana. Porque como ninguna
otra la ideología y la doctrina Iiberales están
transidas íntimamente de todas las
cualidades y de todos los defectos del ser
humano. Es la doctrina que ha tomado al
hombre tal como es, con su bondad y su
maldad, y no como ente positivista, racional
y matemático, a modo de número, de cifra
de estadística controlada por la policía
secreta. El liberalismo ha tomado al hombre
y ha creado su sistema, considerándole de
acuerdo con San Pablo Angel y Demonio a
la vez.
Con esta estimativa injusta, que no
corresponde a la verdad, que no interpreta
fielmente la realidad, la Carta Apostólica
viene a alentar la exaltación subversiva de
los curas rebeldes y a aumentar la confusión
en el campo católico, tan deplorablemente
dividido en estos momentos. Todo el que
abrigue un espíritu poseído por el amor y la
enseñanza de Cristo, se sentirá desolado al
recibir confusión en vez de iluminación.
El Centro de Estudios Económico-Sociales,
CEES, fue fundado en 1959. Es una entidad
privada, cultural y académica , cuyos fines
son sin afan de lucro, apoliticos y no
religiosos. Con sus publicaciones contribuye
al estudio de los problemas económicosociales y de sus soluciones, y a difundir la
filosofia de la libertad.
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