[3] Va a publicarse en París un libro raro y suntuoso. El autor es M. Quantain, y el libro una serie de artículos sobre los objetos que usan las mujeres en su vestido y adorno personal. El primer tomo se llamará El abanico, e irá acompañado de 65 láminas impresas en tinta de varios colores. Rodeará cada página una graciosa viñeta. No se imprimirán de esta obra más que 320 ejemplares, de los cuales habrá algunos impresos en papel de Holanda, y encuadernados en raso blanco. Fue de los románticos andar con largos cabellos y revueltas capas. Y ahora hay una nueva secta literaria, la de los estéticos cuyos adeptos disponen sus trajes y aderezan sus rostros de modo de parecer la estampa de la delgadez, y la efigie carnal de un ánima desesperada y abatida. Adoran los estéticos aquel pallor latino: tintes verdes y lívidos, matices lúgubres, cortes de ropa que den al cuerpo enfermiza y fantástica apariencia: he ahí su moda. Dos alambres sujetando en la cima una colilla de pato, y coronado el conjunto por un hongo pardusco: he ahí a un estético, o esteta, que de los dos modos se llaman. La epidemia ha cundido de la literatura, donde manda en jefe el poeta nuevo Oscar Wilde, a los trajes de hombres y mujeres, y de Londres, donde nació, a los Estados Unidos del Norte y a la misma Francia. Es de rigor tener aire de suicida frustrado, o de Safo abandonada. Los puros estetas han de tener el aire de míseros prometeos, sujetos a una invisible roca, y devorados por un buitre interior. Jules Clarétie, que escribe siempre cosas deliciosas, y abomina todo lo que no brota del alma, ha alzado en Francia bandera de combate contra la nueva secta. Un día se vio que no llegaban los mensajes telegráficos de Soukel-Arba a Medjez-el-Bab. No llovía; no estaba alterada la atmósfera; no habían sido rotos los alambres: ¿qué era, pues? Era que una grandísima serpiente se había enroscado en lo alto de un poste a los alambres, e impedía la conducción de la electricidad. Su fervorosa palabra, su recto juicio, su amor a los desvalidos, y sus servicios eminentes a las doctrinas de su tiempo, han hecho del anciano orador inglés John Bright una personalidad universalmente renombrada. A propósito de la celebración del día en que cumplió setenta años, un periódico extranjero recuerda de este modo su carrera: “Nunca fue famoso el veterano librecambista por quedarse atrás en sus combates con sus adversarios políticos, mas no fue nunca su costumbre luchar con ellos a epítetos rudos.” “Cuando defiendas mala causa, injuria a tu adversario”, es máxima que no podía aplicarse a John Bright, que durante cincuenta años ha argüido y razonado con el “partido estúpido”, hasta que su paciencia se ha agotado, y rehusa discutir más, sino que se contenta con llamar a sus adversarios “Mentirosos”. No trató bien el librecambista en sus discursos el día de la celebración de su nacimiento, a los jefes del partido de “Fair Trade” o “Buen Comercio”, como se llama ahora el partido proteccionista. Cuando John Bright comenzó a luchar por el librecambio al lado de Cobden, no se les ahorraban por cierto los epítetos injuriosos. John Bright excita capitalmente la ira de los conservadores ingleses, no solo por la viabilidad de su liberalismo, sino porque no pueden usar contra él del argumento que contra todos los liberales usan siempre: el de que llegando a la mayor edad, cuando madura el juicio, se truecan los liberales en conservadores. Es verdad que en ejemplo de su teoría pueden citar a Lord Macaulay, que escribió tan buena historia de Inglaterra y estudios sobre grandes hombres; y a Sidney Smith, y a Mr. Grote. Pero John Bright sostiene hoy con tanto brío y más temible argumentación que en los primeros años de su vida pública todas sus opiniones: que el comercio debe ser libre, que deben removerse todas las trabas que impiden la expansión de los conocimientos humanos, que la administración de la India debe ser justa, que debe gobernarse a Irlanda con las mismas leyes y con el mismo espíritu con que se gobierna a Inglaterra, que debe abandonarse en los asuntos extranjeros la política de sospecha de intenciones, y obrar según digan los hechos. Aún piensa así el veterano librecambista. No andan bien los dineros de Rusia. Del balance de 1880 resulta que el gobierno ha gastado cincuenta y medio millones de rublos más que el monto total de los ingresos. Los gastos de vigilancia y tropas absorben todos los dineros del Estado. Estudiando las creencias de los habitantes de las islas Sandwich y de Nueva Zelandia, respecto al origen del universo y la genealogía de sus deidades, el profesor Bastian ha hallado inequívocas señales de que estos pueblos deben haber compartido en algún grado en un período muy remoto la superior cultura de los naturales de Asia. La Opinión Nacional. Caracas, 4 de enero de 1882 [Mf. en CEM]