Cuando llorar hace bien por Bel Cesar - [email protected] Traducción de Sandra [email protected] Llorar es un comportamiento cultural. Algunas culturas lloran más que otras. Cierta vez al acudir al Nepal, una tibetana que estaba llorando, me dijo apenada: “Llorar para los tibetanos no hace bien: hace que nuestra energía caiga y pone tristes a los otros también”. Existen varios tipos de llanto: desde aquel que alimenta la auto-compasión y busca manipular el ambiente o el estado de espíritu de los que están alrededor, hasta el llanto saludable en el cual lamentamos nuestro dolor para desapegarnos de él. Este último, no está regido por la victimización, pero si por la necesidad sincera de sentir nuestro dolor sin restricciones. Lamentar no es reclamar o quejarse, lo que apenas intensificaría el sufrimiento. Lamentar es expresar nuestras tristezas como una forma de aliviar la presión interna. Nos ayuda a desbloquear una emoción presa en nuestro interior. Morrie Schwartz, en su libro Lecciones sobre amar y vivir (Ed. Sextante) nos inspira a lamentar, sea por la pérdida de nuestros seres queridos, sea por nosotros mismos, cuando escribe: “Después de llorar algún tiempo, encuentro alivio en expresar esos sentimientos profundos, consuelo en saber que puedo expresarlos – que ellos están allí, que puedo sacarlos para fuera. Mis sentimientos me fortalecen, en vez de debilitarme. Después de pasar por ese tipo de lamentación, es más fácil enfrentar el día, más fácil hacer lo que tengo que hacer con mi familia y mis amigos, ser cariñoso y estar preparado para lo que va a suceder”. Llorar es permitir la intensificación de una emoción. Su función es despertar compasión, comprensión y protección. Aquel que acostumbra reprimir el llanto pierde la oportunidad de crear intimidad con su propia emoción. Ser testigo de sí mismo genera confianza y autoconocimiento. Una vez que expresamos nuestros sentimientos, descubrimos que no sólo somos capaces de soportarlos, sino también que podemos desapegarnos de ellos cuando nos damos por satisfechos. Quien ya no se dice con firmeza: “Ahora basta de llorar”. El llanto es como una válvula de escape para las descargas de hormonas que ayudan a restablecer nuestro equilibrio interior. El flujo lacrimal está relacionado a varias partes del sistema nervioso. La lágrima es una respuesta no sólo de la glándula, sino del cuerpo como un todo. La represión de las emociones es extremamente nociva para el organismo. Al tratar de contener el llanto, contraemos toda la musculatura, comprimimos los vasos sanguíneos, el estómago, el intestino, causándonos muchos males. El cuerpo relajado piensa mejor. Al llorar, nos aproximamos a nuestro dolor y captamos mejor el mensaje que nos tiene que pasar. Acostumbro a diferenciar un llanto caliente de un llanto frío. El llanto caliente, por ser libre de la autocrítica, hace derretir al corazón frío, congelado por el dolor. Este no es depresivo y pesado. Él nos vuelve personas más dulces, pues nos ayuda a disolver las heridas y a relajarnos a medida que nos sentimos sintonizados con nuestras emociones. El llanto frío es mental y muchas veces está contaminado por el sentimiento de sentirnos heridos injustificadamente. Su objetivo es expresar la sensación de sentirnos víctimas, por eso es quejoso. Ese tipo de llanto tiende a entorpecer el sentimiento, en vez de permitirnos entrar en contacto con él. En cuanto lloramos, construimos una venganza contra la injusticia de la cual creemos haber sido víctimas. Así, él no nos trae alivio, al contrario, nos deja cada vez más tensos. Él surge como una expresión vacía que aumenta la sensación de distanciamiento de sí y de los otros. Algunos pacientes vienen a la terapia para reaprender a llorar. En la mayor parte de las veces son hombres que saben que precisan llorar, pero no lloran hace años. En cuanto evitamos vivir un dolor emocional, éste se transformará en vicios, comportamientos compulsivos, miedos y manías que limitan nuestra vida. Como alerta Alessandra Kennedy en su libro Y la vida continua – como superar la pérdida de uno de los padres (Ed. Gente): “El pesar revuelve los más profundos niveles de la psique trayendo a la superficie cuestiones no resueltas, que silenciosamente sabotean nuestra vida. Los sueños nos informan sobre la presencia de esas cuestiones y nos dan orientación de como resolverlas. Cuando los ignoramos, pueden repetirse o surgir de forma más dramática, tal vez transformándose en pesadillas”. No adelanta esperar que el dolor “pase con el tiempo”. El tiempo atenúa el dolor, pero no lo cura. Pues, el dolor en sí no purifica el sufrimiento. Apenas la consciencia del sufrimiento es capaz de transformarlo. Sufrir sin sabiduría es acumular más confusión y dolor. Una nueva mirada de auto reconocimiento comienza a surgir cuando pasamos a acoger, con afecto y tiempo, la fragilidad delante del dolor de la pérdida. Pasamos a tener insights, frases que brotan naturalmente en nuestra mente, expresando mensajes de nuestra sabiduría intuitiva. Cierta vez, yo estaba en silencio en el auto, atrapado en un gran embotellamiento al final del día, cuando me vino el siguiente pensamiento: “Cómo todavía estoy sufriendo esta pérdida? Esto es apenas apego a lo que no está más aquí”. Entonces repetí, algunas veces internamente “no está más aquí”, y fue cuando tuve el insight de que aquel dolor era un dolor inútil. Debemos aprovechar esos raros momentos donde finalmente conseguimos unir, de hecho, el pensamiento al sentimiento! A partir de entonces sentí que un cierto peso había sido eliminado de mi interior. El luto es un proceso que escapa a nuestro control y por eso puede durar mucho más tiempo del que imaginamos. Incluso después de recuperarnos, aún iremos, inesperadamente, a encontrarnos en situaciones que hacen que sintamos que caímos otra vez el vacío de la pérdida. Cada vez que nos levantamos, retornaremos más enteros. • Bel Cesar es terapeuta y se dedica a la atención de pacientes que enfrentan el proceso de la muerte. Autora de los libros Viaje Interior al Tibet y Morir no se improvisa. Email: [email protected]