Javier Fernández Aguado

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Rightsizing y las propias aspiraciones o Alejandro Magno y
Mesopotamia
[Javier Fernández Aguado]
En Alejandro Magno confluyen muchas circunstancias, que hacen de él un personaje
clave en el final de una época en la historia del mundo antiguo y en el comienzo de una
nueva. En aproximadamente una década, los macedonios, bajos sus órdenes, dominaron
Grecia y el Oriente aqueménida con el valle del Indo. Pero hay más: Alejandro señaló
un modelo de monarquía sagrada, despótica, con plenos poderes sobre las fuerzas
armadas. Eso marcaría profundamente la evolución del mundo antiguo hasta su
conclusión, siglos después.
Filipo II, que había contado con el asesoramiento de Aristóteles, murió asesinado.
Además de abrir una profunda crisis constitucional en Macedonia, quebró de golpe los
proyectos que sobre Asia tenía el fallecido. Amyntas, hijo de Pérdicas, y los generales
Atalo y Parmenio, pusieron las zancadillas que pudieron al ascenso de Alejandro. Pero
Antípatro, antiguo amigo de su padre y ahora suyo, le garantizó el poder. A eso había
sumado Alejandro algunas promesas más bien vacuas, pero que le proporcionaron los
plácemes del pueblo. Utilizó el truco de siempre: la exención de impuestos.
La confederación de Tesalia y la liga de Corinto pronto le rindieron vasallaje, apenas
vieron que el joven emperador apuntaba maneras y no estaba dispuesto a ceder
fácilmente el terreno. En la primavera del año 335, manifestó su capacidad estratégica
asegurando las fronteras hasta el Danubio. Pero estaba escrito que no se tomase
descanso. Cuando parecía que comenzaba un tiempo de tranquilidad, estalló la rebelión
de Tebas. Todo provocado por la falsa noticia de su muerte y la labor de zapa realizada
por los aqueménidas. El castigo arrasador sobre los díscolos hizo brotar -si bien
involuntariamente- la pleitesía rendida de los Estados helénicos.
Acabar con Persia era el mejor modo de asegurarse la paz en Grecia bajo la dominación
de Macedonia. Y también de controlar a Parmenio, que seguía inquietando a Alejandro
en su propia tierra.
Con la mitad del ejército nacional macedonio e importantes tropas de tesalios y de
pueblos bárbaros limítrofes con el norte macedonio, llegaba a Asia Menor en el 334. El
resto del ejército que él consideraba fiel quedaba en casa para asegurar que nadie
decidiese levantarse aprovechando su partida. Al frente dejó a su fiel Antípatro.
Dario III consideró a Alejandro como un niñato envalentonado, y ni siquiera movilizó
tropas. El Magno forzó la las cosas para provocar la batalla directa con las fuerzas
satrápicas de Frigia y Lidia, junto al río Granico. El triunfo implicó la caída del Imperio
Persa en Anatolia occidental. Y, como siempre el triunfo atrae aplausos, las ciudades
griegas se pasaron en pleno al partido de Alejandro.
Licia, Caria, Pamfilia y la Gran Frigia son nombres emblemáticos de sucesivos triunfos
de las tropas del aún joven general. Dario III, al frente de sus mesnadas, sin preparación
ni información suficiente, se le enfrentó. Alejandro, aprovechando el factor tiempo
obligó al monarca a presentar batalla en la estrecha llanura costera de Issos. Aniquilada
la flota fenicia en el Egeo, Alejandro se apoderó de diversas ciudades estratégicas de la
costa fenicia, salvo Tiro, que tardaría ocho meses en ceder.
Egipto, Babilonia, Persia y Media cayeron en manos de Alejandro en un par de años.
Pero su intento de crear gobiernos dictatoriales de corte aqueménida, en vez de la
orientación democrática más propia de Grecia y Macedonia, sería el detonante de la
crisis que sacudiría su poder. Pero no fue todavía plenamente consciente, porque se
enfrascó en la persecución y aniquilación de Dario III que por entonces había reunido
un importante ejército en Babilonia.
Al recibir la noticia del asesinato de Dario III, se proclamó heredero legítimo, y
sustituyó a los generales de su padre por otros leales a su persona: Hefesto, Tolomeo,
Crátero y Pérdicas. Carente de referente ético, tras simular un intento de asesinato
contra su persona, mandó torturar a Filotas, que terminó por acusar a su padre,
Parmenio. Despejaba así el camino para crear una monarquía despótica y universalista
de tipo oriental. En esa carrera alocada hacia el poder, iría alejándose de su pueblo, de
aquellos que le habían ayudado a desarrollar un imperio que pronto empezaría a
desmoronarse.
Se cuenta que por entonces, uno de los generales de su generación, recién
nombrados, tuvo con él la siguiente conversación:
-¿Por qué conquistaste
Persia?
-Porque de ese modo conseguía la paz en Grecia, habría respondido
Alejandro.
-¿Y por qué conquistaste Egipto?
-Para mantener el poder
sobre Persia...
(...).
-Y ahora, ¿qué haremos?
-Conquistar la India,
fue su respuesta.
-Y tras lograrlo, ¿qué pretendes?
Más pausado, apuntó:
-Dedicarme a charlar amigablemente con mis amigos.
Ante lo cual, comentó
su interlocutor:
-¿Y no era esa posible desde el principio sin
necesidad de haber llegado hasta aquí?
Pero no hizo mucho caso Alejandro de aquellos consejos. Tras reposar brevemente en
Drangiana, se puso en marcha hacia Kandahar, capital de Arachosia. Conquistada la
ciudad, franqueó el Hindo-Kusch y se lanzó a la conquista del Turán. Para asentar las
conquistas casó con Roxana, hija del poderoso sátrapa Oxyartes.
Con 120.000 hombres penetró en el valle del Indo, zona tributaria en tiempos
precedentes de los Aqueménidas, con el deseo de controlar las vías de acceso a través
del Afganistán. Pronto tendría lugar el encuentro con Poros, apostado al otro lado del
Hydaspes, con un ejército apoyado por más de cien elefantes. Vencida la batalla,
Alejandría Bucéfala y Alejandría Nicea, surgieron para convertirse en puntos de
vigilancia y control del paso de Hydaspes.
Tras mil sinsabores por no haber diseñado bien la logística, tuvo Alejandro que
retirarse, pero en vez de hacerlo por la ruta ya verificada de Kandahar, lo hizo por un
nuevo camino, cerca del mar, entre el Indo y el golfo Pérsico. Aquello se convirtió en
un infierno. Llegaron a faltar alimentos, y tras múltiples sufrimientos alcanzaron el
oasis de Carmania.
Pensando que estaba muerto en medio de tantas aventuras, muchos habían intentado
rebelarse contra el poder constituido. Harpalo había llegado a pensar en crear un
Imperio en torno al Creciente Fértil, orientado hacia el Mediterráneo. Alejandro impuso
enseguida su autoridad, y organizó una política mucho más liberal que la precedente,
ordenando el regreso de los exiliados y la devolución de los bienes confiscados.
Para asegurar sus conquistas -pensó-, nada mejor que ligar a los mandatarios a su
persona. Así, tomó por esposas dos princesas aqueménidas e hizo repetir semejante
operación a sus compañeros de fatigas. Algunas crisis políticas se acumularían en estos
momentos, promovidas por gentes que no aceptaban los modos y objetivos del dictador.
Con las botas puestas murió. En las víspera del día en el que saldría para conquistar
Arabia, falleció a causa de un ataque de paludismo (algunos dicen que envenenado por
el mismísimo Antípatro).
Tal vez había tenido razón aquella voz que le había aconsejado redimensionar sus
expectativas y procurar ser feliz sin pretender siempre nuevas metas, sin proponerse
permanentemente retos más altos e increíbles. No le hubiera resultado fácil, teniendo en
cuenta su inmensa ambición. Como tampoco le es fácil a nadie el hacerlo, pues quién
más quién menos siempre está considerando nuevos objetivos que estimulen en el corto
plazo sus deseos de vivir.
Alcanzar un equilibrio armónico no es siempre andadero, porque muchas veces se
presentan como radicalmente importantes, decisiones o comportamientos que deberían
esperar. No saber decir que no, con educación y sensatez, es uno de los mayores
obstáculos para no caer en ese stress en el que demasiados ejecutivos y empresarios se
debaten cada día.
Como he señalado en diversas ocasiones, la gran aspiración de una vida no debería ser
llegar a convertirse en el más rico del cementerio, sino sencillamente en el más feliz.
Si no se miden bien las aspiraciones, se corre el grave riesgo, además, de caer en brazos
de esa envidia que destroza comportamientos y relaciones: Es Mesopotamia la hija de
una sacerdotisa de Afrodita, y hermana de Tigris y Éufrates. Había sido dotada la tal
Mesopotamia de tan gran belleza que varios jóvenes se disputaban su mano (aunque
esto tampoco debería sorprender mucho porque lo difícil es que no sea bella una moza
joven...). Para elegir, aceptó la muchacha la presencia de un juez recto e imparcial.
Boroco recibió tal encargo. Hizo Mesopotamia tres regalos: al primero, una copa; al
segundo, la corona de su cabeza; al último, un beso. Le pareció al encargado de decidir
que era éste último el más agraciado. Pero como los rivales no aceptaron la decisión, se
batieron entre sí y murieron los tres.
Mesopotamia quedó soltera...
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