Seminario expertos. M de Puelles BREVE INFORME SOBRE LA REFORMA EDUCATIVA SOMETIDA A DEBATE Manuel de Puelles Benítez Catedrático de Política de la Educación, UNED Muchas son las cuestiones que el documento “Una educación de calidad para todos y entre todos” somete a la opinión pública española y a los miembros de la comunidad educativa. Aunque en el documento hay aspectos muy importantes sobre los que el debate se deberá pronunciar, me parece que en las actuales circunstancias hay algunas cuestiones que resultan previas por afectar a la política educativa que pueda elaborarse en estos meses. Estas cuestiones, a mi parecer, son: 1. Un debate público sobre la reforma. Me parece muy positivo que el Ministerio de Educación y Ciencia haya sometido a debate el documento de referencia. Hoy día no se puede acometer una reforma de la educación sin contar con la participación de la sociedad civil. En el caso de la educación ello supone contar con la colaboración de los miembros de la comunidad educativa –profesores, padres y alumnos–, pero también de los grupos sociales que los representan, así como de los medios de comunicación y el asentimiento global de la sociedad. No obstante, el tiempo asignado a este debate público parece excesivamente corto. El debate en las organizaciones representativas necesita tiempo para estudiar las propuestas y presentar las alternativas consiguientes. Sabemos que los plazos están urgidos por el calendario legislativo, pero creemos que las fuerzas políticas que discutirán la reforma entenderían que, previo consenso, el proyecto de ley no tuviera que estar preparado forzosamente para el próximo curso 2005-2006. Posiblemente, este consenso podría formar parte de lo que nos parece ya ineludible, si se quiere lograr el éxito de esta reforma educativa: un nuevo pacto por la educación. Por otra parte, varias de las medidas a realizar para mejorar la calidad de la educación no necesitan de una ley. Durante el tiempo de elaboración de la ley se podrían tomar esas medidas como elementos de la programación general de la enseñanza, competencia que comparten el Estado y las comunidades autónomas. Se podrían, pues, impulsar en el seno de la Conferencia de Consejeros de Educación que preside la ministra de Educación y Ciencia. 2. Un nuevo pacto por la educación. La comunidad educativa se encuentra en la actualidad agobiada por lo que en alguna ocasión he denominado la “fatiga de las reformas”. No sé si somos conscientes de que en apenas 20 años, desde 1980 hasta 2002, hemos tenido ocho leyes orgánicas de educación, de las cuales dos se encuentran ya derogadas, tres han sido sustancialmente modificados y las otras tres están en un proceso de revisión 1 Seminario expertos. M de Puelles ante el anuncio de una nueva ley orgánica de educación. Las leyes de educación deberían ser sólo un instrumento para las reformas que sean necesarias, pero no fruto de la lucha política y de la afirmación de las diversas ideologías que se disputan la educación. Para evitar caer de nuevo en la conocida metáfora de la tela de Penélope, la nueva ley debería ser objeto de un nuevo pacto que pacificara los espíritus y que diera garantía de estabilidad y permanencia a la futura reforma. Una educación para todos y entre todos exige que todos den su consentimiento a las grandes líneas de la ley. Ello sólo será posible si se alcanza entre todos un pacto que, para que tuviera plena efectividad, tendría que ser social, autonómico y político. a) una nueva reforma de la educación debería contar con el consenso de la comunidad educativa, canalizado por medio de sus organizaciones representativas. Se debe, pues, proceder a un pacto social. El cauce más adecuado para ello sería el Consejo Escolar del Estado, en el que todos los grupos sociales están presentes. b) vivimos ya en un Estado descentralizado en el que la competencia sobre la gestión de la educación corresponde a las comunidades autónomas. Una nueva ley que regule las grandes líneas de la reforma debería contar con el asentimiento de los actores territoriales llamados constitucionalmente a aplicar la reforma. Sería un pacto autonómico, formalizado en la Conferencia de Consejeros de Educación. c) El principio de alternancia democrática, esencial en todas las democracias, exige que los asuntos de Estado, y la educación sin duda lo es, no sean sometidos a mutaciones bruscas como consecuencia de los legítimos cambios de gobierno. El nuevo pacto político debería complementar el que supuso el artículo 27 de la Constitución. Mediante este pacto la nueva ley orgánica de educación debería aprobarse en las Cortes españolas mediante consenso entre todos los grupos parlamentarios. 3. La financiación de la reforma educativa. Como es sabido, la primera reforma importante que se llevó a cabo en el siglo XX fue la promovida por la ley general de Educación de 1970, que no fue acompañada de la financiación adecuada, extremo éste que no dejó de pesar sobre la ejecución de la ley. Posteriormente, tanto la ley orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo de 1990 (LOGSE), como, ya en nuestro siglo, la ley orgánica de Calidad de la Educación de 2002 (LOCE), se aprobaron sin la financiación correspondiente. En todos los casos mencionados, la opinión pública no dejó de señalar la necesidad de que no se acometieran reformas que no estuvieran garantizadas por la financiación correspondiente. En el presente momento, una reforma educativa sin el respaldo de una financiación suficiente sólo produciría un “nuevo desencanto”. Es cierto que, producidos ya los traspasos de competencias, funciones y servicios en las comunidades autónomas –desde el uno de enero de 2000–, el Ministerio de Educación y Ciencia sólo dispone de una pequeña parte del gasto público, pero el Estado, representando por este ministerio, no puede pretender promover una 2 Seminario expertos. M de Puelles reforma y trasladar todo el gasto a las comunidades autónomas. Posiblemente, un elemento de ese pacto territorial que preconizamos sería el de consensuar, tanto el Estado como las comunidades, la financiación que va a respaldar la reforma, corresponsabilizándose ambos desde sus respectivos presupuestos. Este pacto de carácter financiero debería ser incluido en la nueva ley que se presente al Parlamento. 4. La municipalización de la educación. Sin entrar ahora en el problema pendiente que supone la débil situación en que se encuentran las corporaciones locales, no deja de extrañar que varias de las medidas concretas propuestas en el documento ministerial necesiten de la colaboración de las administraciones municipales, administraciones que hasta el momento sólo han tenido competencia para asumir cargas económicas. Es hora de que los municipios adquieran una mayor responsabilidad en la educación, especialmente en la educación infantil y primaria. Los Estados descentralizados del mundo occidental tienden a corresponsabilizar de estos niveles a los entes locales. Ciertamente, serían las comunidades autónomas, mediante las múltiples figuras jurídicas existentes, las que deberían dar participación a los municipios en los niveles indicados. La educación se beneficiaria de ello, siempre que esa participación fuese acompañada de la financiación pertinente. 5. La autonomía escolar. Desde que la ley de 1970 apuntó tímidamente a la autonomía del centro docente, todas las leyes posteriores han reconocido la necesidad de que los centros escolares gocen de autonomía para poder cumplir sus fines. Pero la verdad es que esa autonomía ha sido más nominal que real. Sin embargo, una reforma educativa que no otorgue los medios necesarios para una autonomía escolar, que no deslinde claramente las clases de autonomía que es necesario garantizar y que no establezca sus propios límites, una reforma de esa naturaleza no tendrá eco en los centros docentes, salvo que efectivamente se les otorgue una autonomía real. Para ello es necesaria la modificación de diversas normas reglamentarias al respecto. Esta es también una materia que debe someterse al consenso. 6. El profesorado, principal actor de la reforma. El documento parte del principio de que debe darse su lugar al “imprescindible protagonismo del profesorado”. Todas las leyes anteriores lo han dicho de una manera u otra, pero el profesorado no siempre se ha sentido protagonista. El peligro de diseñar una “buena” ley sin contar de verdad con el profesorado es real. Los poderes públicos corren el riesgo, una vez más, de considerar al profesorado, y a los centros docentes, como simples ejecutores de una reforma dictada desde “arriba”, olvidando lo que se ha llamado la “cultura escolar”, esto es, ese conjunto de normas no escritas, de hábitos y de inercias que, siendo fruto del tiempo, caracterizan la vida de los centros. Si la reforma debe llegar al aula debe oírse la voz del profesorado, de los claustros y de las organizaciones que los representan. Madrid, diciembre de 2004. 3