RICHARD WAGNER

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Il prigioniero | Suor Angelica
IL PRIGIONIERO
SUOR ANGELICA
Páginas 2-3 Ficha artística
Páginas 4-6 Resumen y argumento, por José Luis Téllez
Páginas 7-8 Entrevista a Lluís Pasqual
Páginas 9-12 Dallapiccola y Puccini frente a Schönberg, por Pablo Rodríguez
Páginas 13-15 Biografías principales
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Il prigioniero | Suor Angelica
IL PRIGIONIERO
Luigi Dallapiccola (1904-1975)
SUOR ANGELICA
Giacomo Puccini (1858-1924)
Nueva producción del Teatro Real
en coproducción con el Gran Teatre del Liceu de Barcelona
Director musical
Director de escena
Escenógrafo
Figurinista
Iluminador
Director del coro
Maestros repetidores
Asistente del director musical
Asistente del director de escena
Ingo Metzmacher
Lluís Pasqual
Paco Azorín
Isidre Prunés
Pascal Mérat
Andrés Máspero
Riccardo Bini, Mack Sawyer
Arnaud Arbet
Leo Castaldi
Reparto de Il Prigioniero
La madre Deborah Polaski (soprano)
El prisionero Vito Priante (bajo-barítono) Días 2, 4, 7, 9, 12, 15
Georg Nigl (bajo-barítono) Días 3, 6, 8, 11, 13
El carcelero / El gran Inquisidor Donald Kaasch (tenor)
Primer sacerdote Gerardo López (tenor)
Segundo sacerdote David Rubiera (barítono)
Figuración
Fran Antón, Estaban Barrios, Sebi Bastida, Michael Guevara,
Joseba Gómez, Luis Guijarro, Pedro Jerez, Félix Martínez, Xavi Montesinos,
José Luis Oliván, Alejandro Pantany, Quique Sanmartín, Alvar Zarco
Reparto de Suor Angelica
Suor Angelica Veronika Dzhioeva (soprano) Días 2, 4, 7, 9, 12, 15
Julianna Di Giacomo (soprano) Días 3, 6, 8, 11, 13
La tía princesa Deborah Polaski (soprano)
La abadesa María Luisa Corbacho (mezzosoprano)
La hermana celadora Marina Rodríguez-Cusí (mezzosoprano)
La maestra de las novicias Itxaro Mentxaka (mezzosoprano)
Suor Genovieffa Auxiliadora Toledano (soprano)
Suor Osmina Maira Rodríguez* (soprano)
Suor Dolcina Rossella Cerioni*(soprano)
La hermana enfermera Anna Tobella (mezzosoprano)
Primera medicante Sandra Ferrández (soprano)
Segunda medicante Maite Maruri (soprano)
La novicia Legipsy Álvarez* (soprano)
Primera conversa Debora Abramowicz* (soprano)
Segunda conversa Carolina Muñoz* (mezzosoprano)
Soprano sola Esther González*
*Miembros del Coro Titular del Teatro Real
Figuración
Magdalena Aizpurúa, Carmen Arribas, Carmen Cervera, Vene Herrero,
Silvina Mañanes, Elisa Morris, Alicia Santos, Izaskun Valmaseda.
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Il prigioniero | Suor Angelica
Figuración de niños
Jorge Carlsson Longa, Adae de la Rosa Hernández
Pequeños Cantores de la JORCAM
Coro Titular del Teatro Real
(Coro Intermezzo)
Orquesta Titular del Teatro Real
(Orquesta Sinfónica de Madrid)
Edición musical
Il prigioniero de Luigi Dallapiccola
Edizioni Suvini Zerboni S.p.A. (Milán)
Suor Angelica de Giacomo Puccini
Casa Ricordi, Milán
Duración aproximada
Il Prigioniero: 55 min
Pausa de 30 min
Suor Angelica: 1 hora
Fechas
2, 3, 4, 6, 7, 8, 9, 11, 12, 13, 15 de noviembre de 2012
20.00 horas; domingos, 18.00 horas.
Retransmisión
La función del día 15 de noviembre será transmitida en directo por Radio
Clásica, de Radio Nacional de España
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Il prigioniero | Suor Angelica
RESUMEN
Suor Angelica es una madre enclaustrada por su familia para expiar un amor culpable, una madre que canta uno de los últimos
grandes lamenti de la historia de la ópera. La madre de Il prigioniero canta el suyo al comienzo de la que su hijo protagoniza.
Aquélla es la última representante del melodramma italiano, ésta es el corifeo de la tragedia que prologa: romanticismo terminal
frente a neoclasicismo postcubista. Pero un mismo dolor, idéntica vulneración del sentimiento y el derecho.
Dos prisioneros, uno de la dictadura política, otra de la dictadura ideológica, dos víctimas de un oscurantismo del que no podrán
liberarse ni aún al precio de una transfiguración ilusoria. Inspiración familiar en ambos casos: Iginia, la hermana mayor de
Puccini, había profesado en las Agustinianas de San Nicolás en 1875; Laura Coen, esposa de Dallapiccola, era judía, y Mussolini
adoptó las leyes antisemitas hitlerianas en 1939.
Opera in tempore belli: Puccini estrena Suor Angelica en el Metropolitan neoyorkino en 1918, el mismo año en que los padres de
Dallapiccola regresan a Pisino, ya con Istria bajo la tricolor, tras su deportación por las autoridades austriacas acusados de
activistas proitalianos dos años atrás. Tres décadas más tarde (en 1949), Il prigioniero se estrena en concierto en la RAI:
Dallapiccola la ha escrito en 1944, el año en que Florencia es liberada del nazismo.
Puccini es el exponente final de una música capaz de integrar muchos de los avances armónicos modernos en un operismo
popular. Dallapiccola es el primer serialista italiano, pero su obra prolonga la gran tradición sin la menor fractura: en su música
late la dramaturgia de Puccini y Verdi, pero también las disonancias del madrigalismo de Gesualdo o de Luzzasco. La realidad es
que Il prigioniero y Suor Angelica hablan de lo mismo: con bellezas disímiles si se quiere, pero también complementarias.
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Il prigioniero | Suor Angelica
ARGUMENTOS
IL PRIGIONIERO
Acto único
Prólogo
Una mujer enlutada clama su desesperación ante el temor de no volver a ver con vida a su hijo preso: noche tras noche, sueña
con una inmensa caverna donde se le aparece la imagen tiránica de Felipe II, que se transforma más tarde en la de la muerte que
la contempla. Un coro invisible implora misericordia.
Escena primera
La cárcel de Zaragoza, finales del siglo XVI. En la celda, la madre escucha el relato de su hijo, aterrorizado ante la soledad y la
oscuridad, pero que ha cobrado nuevas fuerzas, al oírse llamar “hermano” por el carcelero siempre que le visita. Junto a su
madre rememora los felices días de su lejana infancia. Al escuchar los pasos del guardián, la madre se retira incapaz, pese a todo,
de ahuyentar sus funestos presagios.
Escena segunda
El carcelero entra llevando una luz. Trae noticias de una sublevación en Flandes contra los españoles que se extiende y avanza
hacia Gante. De producirse la toma de la ciudad, el tañido de la campana Roelandt, símbolo de la libertad, lo hará saber. El
prisionero, lleno de entusiasmo, canta su esperanza a dúo con el carcelero, que sale dejando la puerta entreabierta, a cuyo
través se adivina la distante claridad del día: el prisionero se lanza hacia el exterior.
Escena tercera
El prisionero avanza por un corredor gigantesco y oscuro: trata de rezar para infundirse valor, pero un ruido de pasos le
interrumpe. Un fraile primero, y otros dos después pasan junto a él sin verle. El primero porta unos instrumentos de tortura: los
otros afirman haber oído la respiración de un ser viviente, pero acaban convenciéndose de la imposibilidad de que ningún
detenido haya salido de su celda. Un soplo de aire fresco revela al prisionero la cercanía del mundo exterior: se escucha una
campana. Un coro lejano alaba a la divinidad.
Escena cuarta
El prisionero contempla la majestad del cielo estrellado y de las cumbres en la lejanía. Enajenado de felicidad levanta los brazos y
canta un Aleluya. Oculto hasta entonces, el Gran Inquisidor le abraza firmemente diciendo: —“¿Por qué querías abandonarnos
en la vigilia de tu salvación?”. El coro repite su distante loa. El prisionero comprende que será ejecutado al alba y que infundirle
esperanza ha sido la última tortura.
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Il prigioniero | Suor Angelica
SUOR ANGELICA
Acto único
Un jardín monástico en la Italia del XVII. Desde el claustro y el huerto se oye cantar a las monjas en el interior de la iglesia que, al
finalizar sus rezos, salen al exterior. La celadora señala sus faltas a las hermanas retrasadas y a las que no guardaron el debido
respeto. Todas hacen acto de contrición. Antes de retornar a sus trabajos, describen sus pueriles cuitas: ésta, que fue pastora,
añora un corderito, aquella, se duele de que apenas puede gozar del sol, pues o salen al jardín demasiado pronto o demasiado
tarde... Finalmente, hablan de la hermana Angelica, aristócrata que, encerrada en el convento desde hace siete años como
castigo familiar, no ha vuelto a saber de su hijo, fruto de una relación ilegítima. Llega por fin la descrita. Docta en plantas
medicinales, es requerida por la hermana enfermera para que prepare un bálsamo que alivie el dolor de otra hermana, víctima
de las picaduras de las avispas.
Llegan en esas las hermanas mendicantes con diversas vituallas donadas caritativamente, afirmando que en la puerta han
alcanzado a ver una lujosa berlina: altérase Suor Angelica al conocerlo, suplicando secretamente a la Virgen que se trate de algún
familiar que venga a visitarla. Salen las hermanas al tiempo que llega la abadesa, notificando a Angelica que su tía, la princesa
hermana de su madre, la aguarda en el locutorio. En un tenso diálogo, ésta le hace saber que su hermana Anna Viola va a
casarse y le ofrece un documento para que lo firme, cediendo su parte de los bienes familiares. A todo asiente Angelica, a quien
solo preocupa saber del hijo al que no ha vuelto a ver: suplica noticias del infante, pero no obtiene sino el silencio, hasta que,
ante su agitación, la princesa le informa desabridamente de que el niño, símbolo vivo de la mancha de su blasón, falleció de la
peste dos años atrás, retirándose sin mayor ceremonia, no sin antes comprobar que Angelica ha firmado los documentos.
Ya sola, Angelica se entrega al llanto y a la desesperación, lamentando su desdicha y la de su vástago. Ha caído la noche. Las
hermanas rezan las últimas oraciones y Angelica, en un rapto de exaltación entre místico y alucinatorio, corre al huerto y arranca
diversas hierbas, preparando con ellas un bebedizo letal que ingiere de inmediato. Al sentirse morir, comprende que agoniza en
pecado y suplica misericordia. Súbitamente, la iglesia resplandece de luz. La Madonna desciende de su altar acompañada de un
niño de corta edad, que abraza a la expirante Angelica mientras se escucha un coro celestial.
José Luis Téllez
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Il prigioniero | Suor Angelica
ENTREVISTA A LLUÍS PASQUAL
«Una máquina de tortura»
Fiel al objetivo que le guía desde hace décadas –a saber, explicar el mundo actual a través de las artes escénicas- Lluís Pasqual
regresa al Teatro Real con un programa doble en el que se pone de relieve hasta dónde puede llegar la crueldad humana. Il
prigionero, de Luigi Dallapiccola y Suor Angelica, de Giacomo Puccini, ponen ante nuestros ojos el sufrimiento de aquellos que
padecen rigores con la esperanza de un futuro mejor y que acaban aplastados por la realidad.
[Revista del Real] ¿Cómo se complementan Il prigioniero y Suor Angelica al ser programados en una misma sesión?
[Lluís Pasqual] Son dos maneras de explicar un mecanismo represivo perverso que alimenta la esperanza de quien está recluido.
Es más explícito en Il prigioniero y menos en Suor Angelica, pero está presente en ambos. Quien no tiene esperanzas puede
tomar decisiones: por ejemplo, puede suicidarse. Pero en el momento en que te alimentan la esperanza y te hacen pensar que
todo lo que sufres te será compensado algún día, que este mal momento te servirá para algo, entonces es una crueldad
absoluta. En Il prigioniero incluso dejan escapar al preso y el carcelero le llama “hermano”. Es como cuando con la ley de fugas
permitían escapar a los reclusos para después dispararles por la espalda. En Suor Angelica no es tan explícito, pero cuando
aquella mujer que está en un convento de clausura purgando el pecado de tener un hijo fuera del matrimonio recibe la noticia
de que su hijo ha muerto, queda claro que esos siete años de sacrificio no le han servido de nada.
[RR] Como creador, ¿siente el deber moral de traer a la actualidad esos temas que ya han sido tratados, quizás desde
perspectivas diferentes, décadas o siglos atrás?
[LP] Siempre lo he visto así, en efecto. A veces con más acierto, a veces con menos, pero he intentado siempre explicar a mis
contemporáneos el mundo en el que vivimos. Dicho de esta manera queda muy retórico, habría que añadir aquella frase de
Valle-Inclán, “Max, no te pongas estupendo”, e intentar al mismo tiempo que la obra de arte sea lo más ligera posible, lo más
inteligente posible, irónica, que se pueda reír de los otros y de uno mismo. Esto es poner un poco de luz a un presente que es
gris y, si quieres, negro.
[RR] ¿Cómo vamos a ver traducidas sobre el escenario esa represión, esas falsas esperanzas y esa crueldad de las que habla?
[LP] El escenario es una torre que es como una máquina de tortura, una estructura que crea un mundo cerrado en sí mismo, que
no tiene salida. Podría recordar a los dibujos de Escher, aquellas escaleras infinitas. Es un mundo en el que por muchas vueltas
que des jamás lograrás salir. El decorado es el mismo para ambas. Sólo cambia un elemento, el suelo. En Suor Angelica es un
suelo de flores secas, esas flores que ya no darán fruto porque están muertas.
[RR] Musicalmente hablando, Puccini y Dallapiccola son dos universos bastante distantes. ¿Qué los une?
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Il prigioniero | Suor Angelica
[LP] En realidad no son músicas tan diferentes. Dallapiccola es un dodecafónico italiano, que no puede evitar que le salga algo de
Nápoles cuando escribe, y se reencuentra con la melodía. Escuchar primero Il prigioniero, que es cronológicamente posterior a
Suor Angelica, permite reconocer en Puccini rasgos que se desarrollan en la música posterior. Il prigioniero es Puccini pasado por
Ferran Adrià.
[RR] La puesta en escena de Suor Angelica es un estreno absoluto, mientras que Il prigionero se pudo ver en París, precedido de la
Oda a Napoleón de Arnold Schönberg. ¿Qué implica este cambio en el programa?
[LP] Escuchar Il prigionero antes de Suor Angelica es entrar en un juego de espejos, la música y la temática se interrelacionan.
Con la Oda a Napoleón precediendo a Dallapiccola, todo cambia, es pura escuela de Viena. Al lado de la obra de Schönberg, Il
prigionero suena más dulce, porque la Oda es de una dureza enorme. Son dos programas completamente diferentes, explican
cosas muy distintas.
[RR] ¿Cree que el público acepta bien estas relecturas, que pongan ante sus ojos temas del presente mediante obras antiguas,
que se hagan propuestas innovadoras que quizás van más allá de la intención inicial del autor?
[LP] Desde el escenario se pueden explicar muchas cosas. La traviata, por ejemplo, fue prohibida al día siguiente de su estreno.
Hay muchas óperas que nacen violentamente, retratando muy bien lo que pasaba en la sociedad de aquellos momentos. Hay
quien acepta que esa valentía, ese punto de provocación original, se traduzca en términos más identificables en la actualidad, y
hay quien no lo acepta. Una parte del público ha perdido la curiosidad y no va a escuchar sino a re-escuchar, a ver lo que ya ha
visto, a escuchar lo que ya ha escuchado… Es absolutamente legítimo, pero se le debería pedir una actitud abierta a lo que
sucede en el escenario.
[RR] ¿El momento actual reclama ser más incisivos en este sentido?
[LP] Quizás ahora hace más falta que nunca.
[RR] ¿Sí?
[LP] Sí, porque cualquier medio que tengamos para explicar a la gente el mundo en el que vive desde cualquier otro punto de
vista que no sea el de la televisión es bueno. Sea la ópera, el teatro, el cine o el cómic. No creo que el reflejo de la sociedad sea
ya el teatro, como decía Shakespeare. Creo que es la televisión. Pero el problema es que nos quieran convencer de que somos
solo como aparece en la televisión. No. Somos un poco como la televisión, pero somos muchas cosas más. Y si nos faltan esas
cosas que hay más allá de la televisión es como si nos faltara un brazo o una pierna.
Entrevista publicada en la Revista del Real
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Il prigioniero | Suor Angelica
DALLAPICCOLA Y PUCCINI FRENTE A SCHÖNBERG
Pablo L. Rodríguez
El 1 de abril de 1924 se estrenó en Italia, coincidiendo casualmente con lo que se conoce como Pesce d’aprile (un equivalente
itálico a nuestro Día de los Santos Inocentes), el Pierrot lunaire de Arnold Schönberg bajo la dirección del propio compositor. El
evento, que tuvo lugar en la Sala Bianca del Palazzo Pitti de Florencia y formaba parte de una gira organizada por la figura más
influyente e innovadora de la música italiana de entreguerras, el compositor y pianista Alfredo Casella, cosechó tantas protestas
por parte del público como burlas de la crítica; al día siguiente, en la edición florentina de La Nazione, el crítico y compositor
Spartaco Copertini, discípulo de Ildebrando Pizzetti, es decir, de la facción conservadora de la música italiana del momento,
llegaría a asociar al compositor austriaco con una especie de excéntrico payaso y considerar su composición como una broma
más de las habituales del día: “Riamos: era el primero de abril”, concluye su artículo. Sin embargo, ese evento tuvo una gran
importancia para dos compositores de diferentes generaciones y cuyas obras abarcan buena parte de la ópera italiana del siglo
XX: Giacomo Puccini (1858-1924) y Luigi Dallapiccola (1904-1975).
Puccini, por entonces inmerso en la composición de su ópera Turandot, que dejaría inacabada a su muerte unos pocos meses
más tarde, viajó a propósito en coche desde Viareggio acompañado por su amigo Guido Marotti. Fue presentado a Schönberg
antes del concierto y entablaron una conversación en francés donde se expresaron palabras de mutua admiración; Casella
comenta la escena: “Era un curioso espectáculo ver charlando a estos dos músicos que representaban orientaciones artísticas
tan diversas, animados por la amabilidad y el respeto que se tenían”. Schönberg prestó a Puccini una copia de su composición y
éste la fue siguiendo con gran interés mientras escuchaba el concierto; al final volvió a dirigirse brevemente a Schönberg para
devolverle su partitura: “Le agradezco que me haya aclarado su teoría compositiva con Pierrot lunaire, que he seguido con
mucha atención y me parece una obra muy interesante”. No fue mera cortesía y sabemos por Marotti cómo la obra de
Schönberg había dejado perplejo a Puccini: “¡No creas que soy un tradicionalista!... Soy feliz de haber tenido la oportunidad de
tocar con la mano, e incluso también con los oídos, los acontecimientos tal como son hoy”. Tampoco para Schönberg su
encuentro con Puccini fue algo meramente anecdótico y, tras conocer la noticia de su fallecimiento en noviembre de ese mismo
año, escribió a Casella lo siguiente: “La muerte de Puccini me ha causado un profundo dolor. Nunca pensé que no volvería a ver a
ese gran hombre. Y estoy orgulloso de haber suscitado su interés”.
Ese Pesce d’aprile de 1924 también asistió al concierto de Schönberg un joven llamado Luigi Dallapiccola que estudiaba piano y
composición en el Conservatorio “Luigi Cherubini” de Florencia. Dallapiccola era oriundo de Pisino d’Istria (la actual Pazin en
Croacia) y había llegado a la ciudad toscana en 1922 atraído por las posibilidades musicales pero también culturales que ofrecía a
un joven inquieto como él; no olvidemos que Florencia se había convertido desde comienzos del siglo XX en una plataforma de
expansión para las nuevas ideas, al estar alejada de la órbita política de urbes como Roma o de centros económicos como Milán,
y donde los jóvenes intelectuales podían abrirse a las experiencias europeas más recientes.
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Il prigioniero | Suor Angelica
En 1951, y una vez que Dallapiccola había desarrollado su propia versión de la técnica dodecafónica, es decir, del sistema
compositivo atonal formado por series de doce sonidos de la escala cromática que aportaban una precisa ordenación de las
alturas, y había estrenado su segunda ópera Il prigioniero (1944-48) u obtenido otros éxitos con obras vocales como las Liriche
greche (1942-1945) y corales como los Canti di prigionia (1938-42), publicaría un artículo titulado Sulla strada della dodecafonia
(En el camino de la dodecafonía) donde trata de explicar su propia evolución creativa.
En ese artículo sitúa como acontecimiento decisivo de su carrera el referido concierto de Schönberg en Florencia: “Mi
orientación se decidió la noche del primero de abril de 1924, cuando vi a Arnold Schönberg dirigir una interpretación de su
Pierrot lunaire... Sentí que tenía que tomar una decisión: me di cuenta de que aún tenía mucho que aprender y, por el momento,
decidí que tenía que profundizar en el conocimiento de mi oficio”; también recuerda la paradoja que supuso contemplar la
reacción adversa hacia Schönberg por parte de la órbita de discípulos de Pizzetti en el conservatorio florentino a la par que a un
Puccini visiblemente impresionado: “Aquella noche los estudiantes, con esa típica alegría latina, participaron en el habitual
silbido antes de que comenzase la actuación. Pero Giacomo Puccini en esa ocasión no se reía”. Realmente, Dallapiccola no
emprendió en Italia su personal camino hacia la dodecafonía hasta los años treinta, en solitario y de forma progresiva; él mismo
lo califica como ingenuo al no tener medios para conocer esa técnica en profundidad o disponer de una vinculación directa con
los principales representantes de esa tendencia, a pesar de que en los años treinta llegaría a conocer tanto a Alban Berg como a
Anton Webern, los dos principales discípulos de Schönberg, y a poder escuchar o estudiar algunas de sus composiciones.
Ante esa falta de medios, Dallapiccola buscaría su propio itinerario compositivo en las obras literarias de James Joyce y Marcel
Proust. A partir de las técnicas narrativas no lineales y estructuralmente abiertas del Ulises o En busca del tiempo perdido, el
compositor italiano desarrolló una concepción original del sistema dodecafónico al margen de la Segunda Escuela de Viena que
combinaría con la tradición melodramática italiana. En el referido artículo de 1951 el compositor establece su personal
concepción de la dodecafonía: “La técnica serial es tan sólo un medio para ayudar al compositor a realizar la unidad del discurso
musical. Si alguno piensa que la serie garantiza tal unidad yerra por completo, ya que en el arte ningún artificio técnico ha
garantizado nunca nada y la unidad de la obra será, de igual forma que la melodía, el ritmo o la armonía, un hecho interior”; aquí
reside, sin lugar a dudas, su principal discrepancia con Schönberg: mientras que para el compositor austriaco la creación del
método dodecafónico es un elemento central, para Dallapiccola constituye simplemente un medio de expresión; mientras
Schönberg demanda un oyente intelectual, el compositor italiano apela al espectador emocional y quizá la mejor muestra de ello
la encontremos en Il prigioniero.
Al escuchar esta ópera se percibe desde el inicio una tendencia a la adopción de estructuras acórdicas que articulan las notas
musicales de las series y, aunque nada tienen que ver con la tonalidad tradicional, sí que establecen una polaridad que guía
nuestro oído en medio del magma cromático. Buen ejemplo de ello son los insistentes tres acordes disonantes en fortissimo que
abren la ópera y donde Dallapiccola despliega una serie dodecafónica completa, aunque en realidad los convierta en un
elemento de tensión que puede asociarse con la hoguera, el verdadero destino del protagonista de su ópera, y que volveremos a
escuchar en numerosos momentos relevantes de la obra.
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Il prigioniero | Suor Angelica
Aquí el uso de cromáticas series dodecafónicas canónicamente elaboradas convive con su articulación como melodías que
adquieren una tersa diatonicidad introducidas en la línea vocal con una función claramente expresiva y dramática; de hecho, es
posible relacionar cada serie con un elemento dramático de la ópera: la oración de la madre, la esperanza del prisionero, su
ansia de libertad, etc...
La temática de Il prigioniero es inseparable del posicionamiento ideológico del compositor; en 1960, Dallapiccola reconoció
dentro de un texto dedicado a la ópera contemporánea lo siguiente: “Amo la ópera sobre todo porque me parece el medio más
apropiado para exponer mi pensamiento”. Así, su segunda ópera se convirtió, al igual que otras obras escritas en torno a la
Segunda Guerra Mundial como los Canti di prigionia, en una firme denuncia contra la injusticia y la ausencia de libertad
promovida por los regímenes totalitarios en Italia, Alemania o España. En este contexto, la adopción de la dodecafonía se
convierte en un medio necesario para representar el terror y la angustia coetánea; para esta ópera, Dallapiccola realiza un
libreto a partir del cuento del escritor simbolista Auguste Villiers de L’Isle-Adam titulado La tortura de la esperanza (1888),
donde un prisionero recupera sus ansias de libertad al recibir un trato humano de su carcelero y especialmente al dejarle abierta
su celda, si bien su huida lo conduce, en realidad, y como una forma vil de tortura, a la hoguera de un auto de fe; a la trama de
este cuento ambientado en Zaragoza en el siglo XVI le añade algunos aspectos tomados de La leyenda de Thyl Ulenspiegel y
Lamme Goedzak (1867) del novelista belga Charles de Coster y, concretamente, cambia al protagonista judío aragonés del
cuento de Villiers de L’Isle-Adam por Thyl Ulenspiegele (cuya variante germana medieval inspiró el famoso poema sinfónico de
Richard Strauss), un personaje flamenco que lucha por liberar su tierra de la dominación española de Felipe II, y que
representaba tanto la sublevación contra la dominación extranjera como contra el dogmatismo religioso.
De todas formas, y al igual que sucede con tantas óperas del siglo XX, la trama del libreto elaborado por Dallapiccola apenas
tiene posibilidades teatrales; ello queda claro cuando uno lee el texto del mismo y verifica que, aparte de leves momentos de
tensión, dispone de muy poca acción teatral e incluso el único momento dinámico del mismo, la fuga del prisionero, apenas se
aprovecha escénicamente. Sin embargo, es la música la que aporta toda la carga escénica y psicológica que falta; su
compenetración con los elementos dramáticos y narrativos dan vida teatral a este libreto, tal como podemos verificar en la
escena de la huida del prisionero donde la orquesta aporta todos los elementos teatrales (por ejemplo, esa insistente y sinuosa
figuración en la madera y el violín que representa la fría caricia del aire que siente el prisionero al acercarse a la puerta tras la
que espera encontrar su libertad) y donde música y palabra son todo uno; llama la atención la preponderancia musical hacia el
número tres relacionado con la repetición de palabras trisílabas como “fratello” o “libertà”. Al mismo tiempo, otros aspectos del
libreto remiten claramente a la tradición del melodrama italiano y convierten a Il prigioniero en un epígono de Verdi y Puccini.
Por ejemplo, la tendencia a disponer poéticamente el texto cantado (sin lugar para el Spechgesang o el uso del texto hablado)
junto a la utilización de formas musicales que vemos no sólo en el prólogo de la ópera, en lo que podría ser un remedo
contemporánea de la Scena ed aria belcantista (el recitativo “Ti rivedrò, mio figlio!” seguido de la ballata “Vedo! Lo riconosco!”),
sino también en el número central convertido en un aria estrófica (“Sull’Oceano, sulla Schelda”) que canta el carcelero. También
resalta esa vinculación hacia el realismo argumental sin concesiones a lo fantástico o lo grotesco, o esa tendencia a incluir
elementos patéticos y afectivos en este caso relacionados con la invención del personaje de la madre del prisionero que no
formaba parte del cuento de Villiers de L’Isle-Adam.
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Il prigioniero | Suor Angelica
Precisamente ese personaje de la madre del prisionero supone un engarce ideal con Suor Angelica (1917) de Puccini; ópera
también en un acto incluida en el Trittico que estrenó en Nueva York en 1918 (junto a Il tabarro y Gianni Schicchi) sobre un
libreto del joven dramaturgo Giovacchino Forzano (1884-1970) que aborda el triste desenlace de la historia de otra madre
frustrada, esta vez ambientada en Italia en el siglo XVII. Se trata de una joven de buena familia que ha tenido un hijo ilegítimo y
se ve obligada no sólo a renunciar a él sino también a expiar sus culpas tomando los hábitos en un convento de clausura.
La confirmación de la muerte del pequeño por su aristocrática tía princesa, tras siete años de espera sin noticias, provoca la
desesperación de Suor Angelica que le conduce al suicidio; sin embargo, en el trance de la muerte acontece un milagro y se le
aparece la Virgen con un coro de ángeles mostrándole a su hijo.
Suor Angelica parece una historia original de Forzano, aunque tiene claras relaciones con Le jongleur de Notre-Dame (1902) de
Massenet o con Messe mariano (1910) de Giordano. A pesar de que sea la ópera menos valorada del Trittico, se trata del título
más querido por Puccini y quizá el más novedoso de su estilo tardío. Su temática se relaciona con Il prigioniero en la ausencia de
libertad de la protagonista y el dogmatismo religioso imperante, pero aquí resalta todavía más la penalización social de la
maternidad fuera del matrimonio y pone en escena nada menos que el suicidio de una monja. Puccini se inspira en la tradición
del melodrama italiano precedente; por ejemplo, es posible ver en la famosa escena entre Felipe II y el Gran Inquisidor de Don
Carlos un modelo para la tensa escena entre Suor Angelica y la Zia Principessa. Al mismo tiempo, el compositor de Lucca moldea
su partitura con ecos del Parsifal wagneriano o utiliza insistentemente algunos motivos cromáticos como, por ejemplo, la
figuración que toca la cuerda para representar la desesperación de Suor Angelica cuando exige a su tía noticias de su hijo.
Tampoco Puccini se mantiene al margen de las propuestas del impresionismo francés, algo que encontramos en la famosa aria
“Senza mamma”, donde la protagonista lamenta que su hijo haya muerto sin las caricias de su madre, y donde es posible ver la
huella de la Pavane pour une infante défunte de Ravel.
Por último, uno de los episodios más extraños relacionados con esta ópera es la supresión de la sorprendentemente moderna
aria politonal “Amici fiori, voi mi compensate”, más conocida como “Aria dei fiori”, donde Suor Angelica bendice a las plantas
que van ayudarle a terminar con su vida. Esta breve aria fue utilizada en el estreno neoyorquino de la obra, se incluyó en la
primera edición del Trittico de 1918 e incluso fue grabada por Lotte Lehmann para Deutsche Grammophon en 1920, pero fue
suprimida tras la revisión que realizó Puccini de la ópera para su estreno en La Scala en 1922. Parece ser que la supresión estuvo
relacionada con la presión de la crítica y del entorno del compositor, pero este aria influyó en compositores de la vanguardia
italiana como Gian Francesco Malipiero, un importante referente también para Dallapiccola, que toma este aria como modelo
para la segunda de sus Sette Canzoni (1918), precisamente ambientada dentro de una iglesia durante un oficio de vísperas. Y es
que quizá tuviera razón Puccini cuando clamó a su amigo Marotti tras conocer a Schönberg: “¡No creas que soy un
tradicionalista!”.
Pablo L. Rodríguez es musicólogo
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Il prigioniero | Suor Angelica
BIOGRAFÍAS
Ingo Metzmacher
Director musical
Nació en Hanover e inició su carrera en el Ensemble Modern en Fráncfort. Trabajó en la Ópera de Fráncfort, bajo la dirección
artística de Michael Gielen y en el Théâtre de la Monnaie de Bruselas, durante la dirección de Gerard Mortier. En 1997 fue
nombrado director musical de la Staatsoper de Hamburgo, escenario en el que durante ocho temporadas dirigió un largo
número de aclamadas producciones. Ha colaborado con destacados creadores escénicos, como Peter Konwitschny, Pierre Audi,
Peter Stein y Christof Loy. Ha sido director principal en la Nederlandse Opera y, entre 2007 y 2010, director artístico de la
Deutsches Symphonie de Berlín. Mantiene una intensa actividad como director invitado en orquestas europeas de gran nivel,
como la Filarmónica de Berlín, la Orchestre de Paris, la Czech Philharmonic, la Orquesta de la Academia de Santa Cecilia de Roma
y la Filarmónica de Viena. Este año ha dirigido Die Soldaten en el Festival de Salzburgo, Macbeth en el Grand Théâtre de Ginebra,
Aufstieg und Fall der Stadt Mahagonny en la Staatsoper de Viena, Dionysos de Wolfgang Rihm en la Staatsoper de Berlín y
Palestrina en la Opernhaus de Zúrich. www.ingometzmacher.com
Lluís Pasqual
Director de escena
Nació en Reus. Se graduó en Filosofía y Letras y en Arte Dramático. Fundador en 1976 del Teatro Lliure, del que actualmente es
director. Fue director del Centro Dramático Nacional (1983-89) y del Odéon-Théâtre de l’Europe de París (1990-96). En 1968
dirigió su primer espectáculo, y entre la larga lista de títulos que ha llevado a la escena destacan La vida del Rey Eduardo II de
Inglaterra, Madre Coraje y sus hijos, Esperando a Godot, Luces de bohemia, Tirano Banderas y Haciendo Lorca. En el terreno de la
ópera, debutó con Samson et Dalila en 1981 en el Teatro de la Zarzuela. Siguieron obras como Falstaff , Die Entführung aus dem
Serail, La traviata, Il Ttrittico y Boris Godunov; en ciudades como Madrid, Salzburgo, Florencia, París, Milán o Fráncfort. Ha
recibido numerosas distinciones, como el Premio Nacional de Teatro y Danza, el título de Caballero de las Artes y las Letras de la
República Francesa (1984), los premios Ciutat de Barcelona (1985), de la Generalitat de Catalunya (1988), Premio Nacional de
Teatro (1991), del Ministerio de Cultura de Egipto (1995). En 1996 fue nombrado Caballero de la Legión de Honor de la República
Francesa. Recientemente ha dirigido La casa de Bernarda Alba de García Lorca y Quitt de Peter Handke. En el Real ha dirigido
Don Giovanni y Tristan und Isolde.
Deborah Polaski
La madre / La tía princesa
Esta reconocida soprano dramática nació en Wisconsin. En su amplio repertorio ocupan un lugar destacado los papeles de
óperas de Wagner y Strauss, siendo de referencia sus interpretaciones de Isolde (Tristan e Isolde), Brünnhilde (Die Walküre) y
Elektra en la obra homónima. Ha cantado en los más prestigiosos escenarios internacionales como el Metropolitan de Nueva
York, la Staatsoper de Viena, la Royal Opera House de Londres, la Opéra national de Paris y el Teatro alla Scala de Milán.
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Il prigioniero | Suor Angelica
Destacan sus diez años de presencia en el Festival de Bayreuth. Recientes apariciones suyas han tenido lugar en la Staatsoper de
Berlín (Condesa Geschwitz en Lulu) y en la Staatsoper de Viena (Kabanicha en Katia Kabanová). En el Real ha cantado Kostelnička
en Jenůfa y fue la protagonista en Elektra; ha participado en un concierto sinfónico-vocal.
Vito Priante
El prisionero
Este bajo-barítono italiano estudió literatura alemana y francesa en su ciudad natal, Nápoles. En 2002 realizó su debut en el
Teatro Goldoni de Florencia en La serva padrona de Pergolesi. Desde entones ha trabajado con destacados conjuntos barrocos y
cantado en los principales festivales y teatros de Europa, entre ellos, el Teatro alla Scala de Milán, la Royal Opera House de
Londres, la Staatsoper de Berlín y el Festival de Salzburgo. Su repertorio incluye los personajes protagonistas de Il ritorno d’Ulisse
in patria y Motezuma de Vivaldi, así como Leporello (Don Giovanni), Figaro (Il barbiere di Siviglia), Papageno (Die Zauberflöte),
Leone (Tamerlano) y Malatesta (Don Pasquale). Recientemente ha interpretado a Figaro (Le nozze di Figaro) en el Festival de
Glyndebourne y a Prosdocimo (Il turco in Italia) en la Nederlandse Opera de Ámsterdam.
Georg Nigl
El prisionero
Tras formar parte del Coro de los Niños Cantores de Viena, este barítono ha desarrollado una importante carrera como cantante
profesional. Especialmente reconocido por sus interpretaciones de óperas del siglo XX. Se ha presentado en importantes
escenarios como el Teatro alla Scala de Milán, el Teatro Bolshoi de Moscú, el Théâtre des Champs-Elysées de París, el Théâtre de
la Monnaie y los festivales de Salzburgo, Aix-en-Provence y Viena. Ha interpretado nuevos personajes creados para su voz en
numerosos estrenos mundiales en piezas compuestas por Pascal Dusapin, Friedrich Cerha, Salvatore Sciarrino y Peter Eötvös,
entre otros. Recientes presentaciones suyas han tenido lugar en la Staatsoper de Berlín y en la Bayerische Staatsoper de Múnich,
donde ha protagonizado las óperas Dionysos de Wolfgang Rihm y Wozzeck respectivamente.
www.georgnigl.com
Donald Kaasch
El carcelero/ El gran Inquisidor
Nació en Denver y al finalizar sus estudios musicales fue admitido en el programa de jóvenes cantantes de la Lyric Opera de
Chicago, en donde interpretó papeles principales de tenor, su cuerda, para dar el salto a una consistente carrera internacional
que le ha llevado al Metropolitan de Nueva York (La clemenza di Tito), la Opernhaus de Zúrich (Mitridate, re di Ponto), la Opéra
National de Paris (Die Zauberflöte), el Festival de Salzburgo (Tancredi), la Royal Opera House de Londres (Don Giovanni) y el
Teatro alla Scala de Milán (Faust), entre otros prestigiosos escenarios. Recientemente ha interpretado a Herodes (Salome) en
Lieja y Tichon (Katia Kabanová) en París. En el Real ha cantado en Boris Godunov y Rise and Fall of the City of Mahagonny.
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Il prigioniero | Suor Angelica
Veronika Dzhioeva
Suor Angelica
Tras su debut como Mimì (La bohème) y su exitosa Fiordiligi (Così fan tutte), esta joven soprano ha realizado una ascendente
carrera profesional. Estudió en el Conservatorio de San Petersburgo y ha sido premiada en diversos concursos internacionales
como el María Callas (Atenas, 2005) y el Gran Premio de Kaliningrado (2006). Es solista del “triángulo de oro” de los teatros rusos
de ópera (el Mariinski de San Petersburgo, el Bolshoi de Moscú y la Ópera de Novosibirsk). Ha interpretado a la Condesa de
Almaviva (Le nozze di Figaro), Tatiana (Eugenio Oneguin), Micaëla (Carmen), Violetta (La traviata), Elisabetta (Don Carlo) y CioCio San (Madama Butterfly). También ha colaborado con teatros italianos como el Comunale de Bolonia y el Massimo de
Palermo, donde protagonizó Maria Stuarda. Recientemente ha interpretado a Jaroslawna (Príncipe Igor) en Hamburgo y Donna
Elvira (Don Giovanni) en Moscú. En el Real ha cantado en Iolanta.
Julianna Di Giacomo
Suor Angelica
Esta soprano estadounidense estudió en los programas de formación de las óperas de San Francisco y Santa Fe y ha sido
ganadora de varios concursos de canto, entre ellos el premio Leonie Rysanek de la Fundación George London. En su repertorio
se incluyen los personajes de Donna Elvira (Don Giovanni), Fiordiligi (Così fan tutte), Mathilde (Guillaume Tell), Angelica (Suor
Angelica), Lucrezia Contarini (I due Foscari), Lina (Stiff elio), Amelia (Simon Boccanegra) Desdemona (Otello) y Leonora (Il
trovatore), que ha interpretado en el Metropolitan de Nueva York, el Teatro alla Scala de Milán, la Ópera de Nueva Orléans, la
Ópera de Palm Beach y en la New York City Opera. Recientemente ha interpretado a Donna Anna (Don Giovanni) en Los Ángeles
y protagonizado Norma en Roma. En el Teatro Real ha cantado en Les Huguenots.
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