El voto de la mujer-documentación para el profesorado

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El Derecho de la mujer al voto
Documentación para el profesorado
► Por no referirnos ahora a otros antecedentes, la mujer irrumpe en
la Historia con la Revolución Francesa. Veamos dos textos
significativos de ese momento:
1.- Violación de la igualdad de derechos.
El hábito puede llegar a familiarizar a los hombres con la violación de sus derechos
naturales, hasta el extremo de que no se encontrará a nadie de entre los que los han
perdido que piense siquiera en reclamarlos, ni crea haber sido objeto de una injusticia.
Incluso, algunas de esas violaciones han pasado desapercibidas a los ojos de los
filósofos y de los legisladores, cuando con mayor celo se ocupaban éstos de redactar los
derechos comunes de los individuos de la especie humana, y de hacer de ellos el
fundamento único de las instituciones políticas.
Por ejemplo, ¿no han violado todos ellos el principio de la igualdad de derechos al
privar, con tanta irreflexión, a la mitad del género humano del de concurrir a la
formación de las leyes, es decir, excluyendo a las mujeres del derecho de ciudadanía?
¿Puede existir una prueba más evidente del poder que crea el hábito, incluso cerca de
hombres eruditos, que el de invocar el principio de la igualdad de derechos a favor de
tres o cuatrocientos hombres privados de éste debido a un prejuicio absurdo y de
olvidarlo con respecto a doce millones de mujeres?
(Condorcet, Essai sur l'admision des femmes au droit de cité, 1790)
2. Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana
Artículo II. La meta de toda asociación política estriba en la conservación de los
derechos naturales e imprescindibles de la Mujer y del Hombre: esos derechos son la
libertad, la propiedad, la protección y, ante todo, el hacer frente a la opresión.
Artículo IV. La libertad y la justicia consisten en devolver todo cuanto pertenece al
prójimo; así, pues, el ejercicio de los derechos naturales de la mujer no tiene más límites
que la tiranía continua a la que se ve sometida por parte del varón; esos límites deben ser
modificados a través de las leyes dictadas por la Naturaleza y la Razón.
Artículo V. Las leyes de la Naturaleza y de la Razón prohíben todas las acciones
perjudiciales para la sociedad: todo cuanto no viene prohibido por esas leyes, sabias y
divinas, no puede ser vedado y nadie puede ser obligado a hacer lo que no venga
estipulado por las mismas.
Artículo VI. La Ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas
y todos los Ciudadanos deben concurrir personalmente, o a través de sus representantes,
a su elaboración; debe ser la misma para todos: todas las Ciudadanas y todos los
Ciudadanos, al ser iguales ante ella, deben, pues, participar por un igual en todas las
atribuciones, puestos y empleos públicos, según sus capacidades respectivas, y sin más
distingos que los dimanantes de sus virtudes y sus talentos.
Artículo X. Nadie debe ser hostigado por sus opiniones, incluso por las
fundamentales; la mujer tiene derecho a subir al cadalso; por tanto, debe tener el de
poder subir a la Tribuna; siempre y cuando sus manifestaciones no siembren el
desconcierto en el orden público estatuido por la Ley.
Artículo XI. La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones constituye
uno de los derechos más preciados de la mujer, puesto que dicha libertad garantiza la
legitimidad de los padres respecto a los hijos. Por tanto, toda Ciudadana puede, pues,
declarar libremente: "soy madre de un hijo procreado por usted", sin que ningún
prejuicio bárbaro la obligue a disimular la verdad; salvo que deba responder del abuso de
dicha libertad, en los casos estipulados por la Ley.
Artículo XIII. Para la manutención de la fuerza pública y para los gastos de
administración, las contribuciones de la mujer y del hombre son iguales; la mujer
participa en todas las tareas ingratas y penosas; por lo tanto, debe poder participar
igualmente en la atribución de puestos, empleos, cargos, honores y oficios.
Artículo XIV. Las Ciudadanas y los Ciudadanos tienen derecho a comprobar por sí
mismos, o a través de sus representantes, la necesidad de la contribución pública. Las
Ciudadanas no pueden dar su consentimiento a ésta si no es a través de la admisión de
una participación equivalente, no tan sólo en cuanto a la fortuna, sino también dentro de
la administración pública, y de determinar la cuota, la riqueza imponible, la cobranza y
la duración del impuesto.
Artículo XV. La masa de las mujeres, coligada a la de los hombres en cuanto a la
contribución se refiere, tiene derecho a que todo agente público le rinda cuenta de su
administración.
(Olympia de Gouges, 1791)
► Es importante, avanzando los años, el punto de vista de los
socialistas, como podemos ver en estos otros dos textos:
1. La mujer, un instrumento de producción.
¡Pero es que vosotros, los comunistas, nos grita a coro la burguesía entera, pretendéis
colectivizar a las mujeres!
El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de producción, al
oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados
colectivamente, no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hará
extensivo igualmente a la mujer.
No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la
mujer como mero instrumento de producción.
Nada más ridículo, por otra parte, que esos alardes de indignación, henchida de alta
moral, de nuestros burgueses, al hablar de la cacareada colectivización de las mujeres
por el comunismo. No; los comunistas no tienen que molestarse en implantar lo que ha
existido siempre o casi siempre en la sociedad.
Nuestros burgueses, no bastándoles, por lo visto, con tener a su disposición a las
mujeres y a los hijos de sus proletarios - ¡y no hablemos de la prostitución oficial! -,
sienten una grandísima fruición en seducirse unos a otros sus mujeres.
En realidad, el matrimonio burgués es ya la comunidad de las esposas. A lo sumo,
podría reprocharse a los comunistas el pretender sustituir este hipócrita y recatado
régimen colectivo de hoy por una colectivización oficial, franca y abierta, de la mujer.
Por lo demás, fácil es comprender que, al abolirse el régimen actual de producción,
desaparecerá con él el sistema de comunidad de la mujer que engendra, y que se refugia
en la prostitución, en la oficial y en la encubierta.
(Karl Marx y F. Engels, El Manifiesto Comunista, 1847)
2. La postura socialista.
De modo que la educación política de las masas no puede realizarse manteniéndolas
alejadas de los negocios públicos, y sí únicamente, concediéndoles el ejercicio de sus
derechos. Sin ejercicio no hay maestro. Hasta ahora, las clases directoras han procurado,
en interés propio, mantener a la mayoría del pueblo bajo su tutela política, lo cual han
conseguido siempre completa y perfectamente. Por eso hasta la hora actual, sólo se ha
reservado a una minoría de hombres privilegiados o favorecidos por las circunstancias
ponerse al frente del ataque y combatir con energía y entusiasmo por todos, a fin de
despertar paulatinamente a la gran masa amodorrada y arrastrarla tras sí. Así ha ocurrido
hasta ahora en todos los grandes movimientos de opinión; no hay, pues, que admirarse ni
descorazonarse si no es de otra manera ni en el movimiento del proletariado moderno ni
en el de la cuestión de las mujeres. Los resultados ya obtenidos prueban que penas,
fatigas y sacrificios encuentran su recompensa, y el porvenir nos dará la victoria.
Desde el momento en que las mujeres obtengan igualdad d derechos políticos, brotará
en ellas la conciencia de sus deberes; solicitadas para dar sus votos, tendrán que
preguntarse por qué y a quién, y desde el mismo instante se cambiarán entre el hombre y
la mujer inspiraciones que, lejos de perjudicar sus relaciones recíprocas, las mejorarán
en sumo grado. Menos instruida la mujer, recurrirá al hombre, que lo está más, naciendo
de aquí un cambio de ideas, de consejos, un estado de cosas, por fin, como nunca ha
existido entre ambos sexos sino en casos muy raros, dando nuevo encanto a la vida. las
malhadadas diferencias de educación y de ideas, que ya hemos descrito - y que originan
tantas disensiones, hacen dudar al marido entre sus diversos deberes y dañan al bienestar
de la comunidad -, desaparecerán progresivamente.
En lugar de un obstáculo, el hombre hallará un sostén en la persona de una mujer que
piense como él, y ésta no se avergonzará, aun cuando sus propios deberes le impidan
tomar parte, cuando el hombre cumpla con sus obligaciones. Encontrará también muy
puesto en razón que una pequeña parte del salario sea gastada en un periódico, en la
propaganda, porque el periódico servirá también para su instrucción y su educación,
porque comprenderá la necesidad de hacer sacrificios para conquistar lo que le falta
tanto a ella como a su marido y a sus hijos. Eso será una nueva existencia,
verdaderamente humana, una igualdad de derechos completa.
(August Bebel, La mujer y el socialismo, 1880)
► Y, cómo no, el pensamiento reaccionario, reconocible a lo largo del siglo
XIX y el siglo XX
1. La negación de la mujer
Así como el hombre, aparte de su entendimiento, posee aptitudes físicas que le
permiten arrostrar la lucha de los comicios, en cambio la mujer, que tiene con frecuencia
gran penetración y capacidad, está menos dotada de la facultad de generalizar, y no se
fija mucho en las cuestiones públicas; consiste esto en que su constitución es más propia
apara vivir en un centro restringido, en el seno de la familia que tiene que educar.
Además, su salud relativamente débil, su santa función de madre, su pudor, la impiden
asistir a las reuniones electorales, a las asambleas ruidosas y a las luchas ardientes. No
ha sido el legislador el que ha dispuesto este modo de ser de la mujer; ha sido la
naturaleza ... La cuestión, pues, no versa tanto acerca de su mayor o menor capacidad
para el ejercicio de los derechos políticos, cuanto acerca de si su disfrute pudiera ser un
peligro para la familia y para ellas mismas. El hogar les pertenece, y la mujer pertenece
al hogar: allí es donde poseen, si no la igualdad, la equivalencia de los derechos y de las
funciones. Su derecho consiste en ser honrada por su marido, obedecida por sus hijos y
servidores; su función se extiende, bien lo sabe, a administrar los intereses domésticos, a
asociarse a la fortuna de su esposo, a contribuir con él a la dirección moral de la familia,
a educar a sus hijos y hacerlos hombres. De otra parte, y por más que se diga, el ejercicio
de los derechos políticos habría de privar a las mujeres del tiempo necesario para atender
a los deberes propios de su sexo ... Desde el instante en que la igualdad de derechos
políticos existiese en la familia, entre el marido y la mujer, fácil fuera que desapareciese
la armonía, si, como podría ser frecuente, cada uno de los esposos, en las empeñadas
luchas electorales, militase en campo distinto, dándose el espectáculo poco edificante de
acercarse a la urna, llevando la mujer en sus manos una papeleta blanca, y su marido una
roja, después de trabajar cada cual en opuesto sentido y de ser de todo punto inevitable
que, al regreso a su casa, con la pasión que batallas de esta especie despiertan siempre,
ostente el uno pintada en su rostro la alegría del triunfo y el otro el pesar de ser el
vencido
(Raimundo Fernández Villaverde, Consideraciones histórico-críticas acerca del sufragio
universal como órgano de representación política en las sociedades modernas, 1889)
► Por fin, en España las mujeres empiezan a organizarse:
1. Programa de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas
1. Oponerse, por cuantos medios estén al alcance de la Asociación, a todo
propósito, acto o manifestación que atente contra la integridad del territorio
nacional.
2. Procurar que toda madre española en perfecto paralelismo con la Maestra
inculquen en el niño, desde la más tierna infancia, el amor a la madre patria única
e indivisible.
3. Escrupuloso examen y revisión de las leyes vigentes de protección y defensa de
la mujer para recabar de los poderes públicos su más exacto cumplimiento y
promulgación de las nuevas que demanden las circunstancias.
4. Considerar a la mujer elegible para cargos populares públicos.
5. Dar acceso a la mujer al desempeño en todas las categorías de aquellos cargos
públicos que impliquen el gobierno y administración de intereses morales y
materiales de su sexo.
6. Detenido estudio de los derechos que corresponden a la mujer en el vigente
Código Civil para demostrar su condición precaria y solicitar de la Comisión de
Códigos la reforma de aquellos artículos del Civil que muy especialmente se
refieren al matrimonio, a la patria potestad y a la administración de bienes
conyugales.
7. Recabar para la mujer el derecho de formar parte del Jurado, especialmente en
los delitos cometidos por las de su sexo, o en que sea víctima.
8. Administración matrimonial en conjunto, es decir, que se necesite la firma de los
dos para todo documento público relacionado a este asunto.
9. Supresión, por lo tanto, de la responsabilidad del marido.
10. Los mismos derechos sobre los hijos que el padre en el matrimonio legal.
11. Derecho legal de la mujer al sueldo o jornal del marido, como el del marido al de
la mujer.
12. Personalidad jurídica completa para la mujer, pudiendo representarla el marido
sólo por delegación de ella.
13. Derecho a conservar las hijas naturales reconocidas por el padre.
14. Igualdad en la legislación sobre el adulterio.
15. Castigo del cónyuge por abandonar el hogar sin el consentimiento del otro.
16. Desaparición del bochornoso artículo 438 del Código Penal.
17. Castigo a la embriaguez habitual y hacerla causa de la separación matrimonial.
18. Castigo a los malos tratos a la mujer, aunque no lleguen a exponer su vida.
19. Aumento del castigo a los delitos contra el pudor.
20. Participación en los consejos de familia, incluso tutora.
21. Suspensión de la reglamentación sobre la prostitución.
22. Cumplimiento de la Ley de Trata de Blancas.
23. Pedir la creación de escuelas públicas en número suficiente para que pueda
exigirse el cumplimiento del precepto legal que hace obligatoria la enseñanza y
establecer este mismo principio legal para la implantación de escuelas de
anormales mentales.
24. Que en los centros docentes particulares sean exigidos títulos pedagógicos a las
profesoras.
25. Apoyo y excitación al estudio de la Medicina por la mujer.
26. Apoyo de los estudios de practicante y dentista.
27. Derecho a ascender en los destinos que ya ejerce, en las mismas condiciones que
el hombre y con la misma remuneración.
28. Derecho a otros nuevos en estas condiciones.
29. Otorgar representación a la mujer en las Cámaras de Comercio, Industria y de la
Propiedad
30. Hacer partícipe a la mujer de los Sindicatos en los gremios para la clasificación
de las industrias propias de su sexo.
31. Recabar para el comercio femenino dependencias femeninas, sin desmayar sobre
este importante extremo hasta conseguirlo.
32. Establecer centros de enseñanza para la servidumbre doméstica y escuelas de
cocineras, planchadoras, etc.
33. Fundar hospitales para servicio doméstico.
34. Declarar obligatoria la enseñanza elemental de las criadas, solicitando de las
señoras que en los días de la semana que se señalen, según las circunstancias,
permitan a su servidumbre femenina que no sepa leer ni escribir la asistencia de
una hora a las clases que se establezcan, persiguiendo el fin de que en un tiempo
corto, aunque prudencial, no haya ninguna criada de servir que no sepa leer y
escribir, ejecutando con ello una de las obras más hermosas del cristianismo, de
"enseñar al que no sabe". Lo mismo puede hacerse extensivo a los obreros que se
encuentren en idéntico caso.
35. Personal femenino en la inspección de policía, igual que el masculino.
36. Administración y gobierno de la mujer en la beneficencia pública.
(ANME, 1918)
Clara Campoamor
► Por fin, llegamos al famoso debate de octubre de 1931. He aquí la actuación
previa de Clara Campoamor:
Señores diputados: se está haciendo una constitución de tipo democrático, por un
pueblo que tiene escrito como lema principal, en lo que llamo yo el arco del triunfo de su
República, el respeto profundo a los principios democráticos. Yo no sé, ni puedo, ni
quiero, ni debo, explanar que no es posible sentar el principio de que se han de conceder
unos derechos si han de ser conformes con lo que nosotros deseamos, y previendo la
contingencia de que pudiera no ser así, revocarlos el día de mañana. Eso no es
democrático. Señores diputados... Yo no creo, no puedo creer, que la mujer sea un
peligro para la República, porque yo he visto a la mujer reaccionar frente a la Dictadura
y con la República. Lo que pudiera ser un peligro es que la mujer pensara que la
Dictadura la quiso atraer y que la República la rechaza, porque, aunque lo que la
Dictadura le concedió fue igualdad en la nada, como me he complacido yo siempre en
decir, lo cierto es que, dentro de su sistema absurdo e ilegal, llamaba a la mujer a unos
pretendidos derechos...
(Clara Campoamor, Diario de sesiones de las Cortes, 30 de septiembre de 1931)
► A continuación, un breve texto que resume la evolución en
España de las organizaciones femeninas y feministas hasta la
Segunda República
A principios del siglo XX las únicas organizaciones femeninas eran las formadas por
mujeres católicas de clase alta que se dedicaban fundamentalmente a la caridad. La
primera que se interesó por el feminismo fue la Junta de Damas de la Unión IberoAmericana de Madrid aunque limitaron sus ideales a las cuestiones sociales - mejores
oportunidades en el trabajo y en la educación y supresión de la trata de blancas - dejando
a un lado los derechos políticos. En 1906 crearon el Centro Ibero Americano de Cultura
Popular Femenina y un periódico que salía tres veces al mes: La Ilustración de la Mujer.
Revista Hispano Americana de Música, Letras y Artes. Curiosamente, todos los puestos
administrativos y editoriales estaban ocupados por hombres. El primer número (5 de
diciembre de 1906) refleja claramente sus ideales. Contiene poemas, música, historias,
secciones de moda y de problemas domésticos y dos artículos sobre los derechos de la
mujer. El primero, escrito por María Pilar Contreras de Rodríuguez, es una explícita
declaración del compromiso de la organización con lo que Adolfo González Posada
(Feminismo, 1899) llamó "feminismo conservador": rechaza absolutamente la idea de la
igualdad de derechos y afirma que la mujer debería a aspirar a ser una colaboradora
inteligente el la obra magna encomendada a la inteligencia masculina de ser sostenedor
y salvaguardia de los hijos. El otro artículo, de Miguel Méndez Alvarez, es un alegato
contra el sufragio femenino.
Conservadoras serán también las posiciones de la Lliga Patrotica de Dames, fundada
en 1906 como sección femenina de la Lliga Regionalista, el partido conservador catalán,
pionero en apreciar la conveniencia de atraer mujeres a su causa. El objetivo de esta
Lliga es, como atestigua su boletín Or i Grana, formar a las mujeres catalanas en el
nacionalismo para que sean capaces de secundar la acción de los varones de su partido.
A ellas no les corresponde el papel de electoras, pues la mujer ha de ser ante todo mujer,
es decir el ángel de la familia catalana, e ir a votar es propio y exclusivo de los hombres
(Or i Grana, nº 6, 10 de noviembre de 1906).
En el verano de 1907, con motivo del debate parlamentario sobre la reforma electoral
- la primera tras la aprobación del sufragio universal en 1890 - dos grupos minoritarios
presentarán enmiendas en favor del voto femenino. Ninguna de las propuestas plantea
dicho voto en igualdad de condiciones que el hombre, pero eso no es óbice para que sólo
nueve diputados voten a favor. Un año más tarde, siete diputados republicanos vuelven a
proponer una enmienda también muy limitada: podrán votar en las elecciones
municipales - pero no ser elegidas - las mujeres mayores de edad emancipadas y no
sujetas a la autoridad marital. Por una veintena de votos la propuesta es rechazada. Sin
embargo, estas tímidas propuestas no tienen su continuación en la sociedad y tan sólo
algunos periódicos le prestan alguna atención. Destaca en este sentido, el Heraldo de
Madrid porque en él escribe una mujer - Carmen de Burgos - que desarrollará a través de
sus escritos una importante campaña de información y sensibilización. Será, incluso, la
primera en publicar una encuesta sobre el voto femenino y otra sobre el divorcio. Los
resultados de la primera - realizada entre octubre y noviembre de 1906 - son muy
significativos. De 4.562 respuestas recibidas, 922 eran partidarias del voto femenino,
pero sólo 109 lo aceptaban sin ninguna restricción, mientras un número todavía menor,
39, opinaban que la mujer podía ser elegible.
El año 1912 será también una fecha importante para el asociacionismo de las mujeres
obreras españolas en sectores bien diversos. En Madrid se funda la Agrupación
Femenina Socialista, que buscará integrar un mayor número de mujeres en las filas del
PSOE e intentará organizar varias sociedades obreras. Su labor será, en cualquier caso,
minoritaria. Aunque en 1913 una mujer, Virginia González, entre a formar parte del
comité nacional del PSOE y de la UGT, en 1915 sólo había en el partido tres o cuatro
grupos exclusivamente de mujeres. De hecho, una socialista, Margarita Nelken, se
quejará de la pasividad de muchas mujeres socialistas, mucho más dispuestas a apoyar
las reivindicaciones de sus maridos que a promover iniciativas desde una base de
igualdad. Acusará también a las directivas del PSOE de falta de interés por el socialismo
femenino, que como fuerza organizada será siempre muy minoritario dentro del partido.
A su vez, desde posiciones católicas que deseaban contrarrestar la influencia de los
sindicatos obreros de inspiración socialista o anarquista, se dan pasos para organizar
sindicatos católicos para mujeres, que experimentarán un notable crecimiento hasta la
guerra civil. Entre estos últimos destacan la Federación Sindical de Obreras (1912), de
María Doménech de Cañellas y el Sindicato de la Inmaculada, de María de Echarri.
En 1913 se celebraron en la Sección de ciencias morales y políticas del Ateneo de
Madrid varios encendidos debates acerca del feminismo. Participaron en los debates dos
mujeres: Julia P. de Trallero, que más tarde sería secretaría general de la Asociación
Nacional de Mujeres Españolas, y Benita Asas Manterola, que junto a Pilar Fernández
Selfa lanzó el 15 de octubre de aquel mismo año una revista quincenal femenina titulada
El Pensamiento Femenino. Aún cuando el consejo de redacción estaba formado
enteramente por mujeres, el periódico adoptó la línea conservadora que animaba a las
mujeres a que se sacudieran su apatía pero sin perder su feminidad y presentaba el
feminismo como un movimiento fundamentalmente humanitario y caritativo y reprendía
amablemente a las mujeres que no tuviesen relación con él por estar en buena situación
económica. Se rendía tributo al socialismo por su apoyo a los derechos de la mujer pero
lamentando el hecho de que sus doctrinas fuesen materialistas, incrédulas a las
doctrinas del cristianismo.
El Pensamiento Femenino disfrutó de una vida relativamente breve, pero en mayo de
1917, poco después de su desaparición, Celsia Regis fundaba otro periódico
conservador: La Voz de la Mujer. Celsia Regis decidió reunir a las mujeres que habían
trabajado por la causa de la mujer o que, en virtud de su posición, podían favorecerla,
para formar una organización feminista. Estas mujeres se reunieron en el despacho de la
mujer de negocios, María Espinosa de los Monteros, el 20 de octubre de 1918 y
decidieron crear la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME) que se
convertiría en la organización feminista más importante de España. La integran un grupo
heterogéneo de mujeres de clase media, maestras, escritoras y esposas de profesionales
en el que enseguida destacarán Benita Asas Manterola, Clara Campoamor, Elisa
Soriano, María de Maeztu, Julia Peguero y Victoria Kent. En sus actuaciones intentarán
coordinar su labor con la de otras mujeres de España y así, con la Liga para el Progreso
de la Mujer y la Sociedad Concepción Arenal de Valencia y La Progresiva Femenina y
La Mujer del Porvenir de Barcelona, se integrará en el Consejo Supremo Feminista de
España.
A ello contribuyó cierto clima de cambio social debido, por una lado, a varias
medidas en el campo de la educación y, por otro, al hecho que varios países concedieran
el voto a la mujer en los años inmediatamente posteriores al fin de la I Guerra Mundial.
Las medidas tomadas en el terreno educativo fueron dos. La primera es la R.O. del
Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes (2 de septiembre de 1910) que establece
el libre acceso a la mujer al servicio de cuantas profesiones tengan relación con él,
siempre que posea el título académico exigido. La segunda, el Estatuto de funcionarios
públicos (1918), que permite el servicio de la mujer al Estado en todas las categorías de
auxiliar, y remite a los respectivos reglamentos para determinar su ingreso en el servicio
técnico, siempre con los mismos requisitos de aptitud de los varones. Por otra parte, el
mundo de la universidad y de la administración pública - con algunas limitaciones:
judicatura, notarías, ... - quedaba abierto para las mujeres.
Aunque la ANME aseguraba ser de centro, libre de los extremismos de derecha e
izquierda, se inclinaba claramente hacia la derecha. Sus fundadoras pertenecían, en
palabras de Soledad Ruiz de Pombo, a las aristocracias de la sangre, del talento y de la
virtud y muchas de ellas participaban en las organizaciones caritativas de clase alta. No
hacían secreto alguno de sus simpatías políticas: según la vicepresidenta de la ANME,
los estadistas de las mujeres españolas eran Antonio Maura, Juan de la Cierva y Eduardo
Dato. Bien es cierto que, a pesar de ser firmemente católica, la ANME trató de mantener
una postura independiente y evitó toda colaboración con aquellas organizaciones que,
pretendiendo defender los derechos de la mujer, en realidad intentaban defender
intereses religiosos.
Su programa era amplio sin ser radical ni anticatólico y nacionalista. Pedía la reforma
del Código Civil, la supresión de la prostitución legalizada, el derecho de la mujer a
ingresar en las profesiones liberales y a desempeñar ciertos cargos oficiales, igualdad
salarial, la promoción de la educación y un subsidio para la publicación de obras
literarias escritas por mujeres. También se proponían medidas para ayudar a la mujer de
la clase obrera, aunque éstas tendían a estar inspiradas por un sentido del deber cristiano
y no por un verdadero sentido de solidaridad. En realidad la ANME pertenecía
totalmente a la clase media y se concentró en la labor de mejorar las condiciones de las
mujeres de su propia clase. Aunque el voto no estaba explícitamente incluido en su
programa, la ANME estaba a favor del sufragio femenino. Por contra no figuraba el
divorcio (al contrario, pedían el "castigo del cónyuge por abandonar el hogar sin el
consentimiento del otro"), nunca se mencionó el amor libre ni el aborto ni el control de
la natalidad ni la supresión del concepto de ilegitimidad.
Es difícil determinar el grado de influencia ejercido por la ANME y hasta qué punto
fueron responsables de ciertas mejoras en la posición de la mujer. Se atribuyen el mérito
de una serie de victorias menores en el campo del comercio, la administración y la
universidad: el derecho al voto universitario de la directora de la Normal, la obtención
de cátedras universitarias por parte de E. Pardo Bazán (aunque ésto ocurrió en 1916:
antes de que existiera la ANME) y de Elisa Soriano, la admisión de la mujer en las
oposiciones para diversos puestos de la administración. La realidad es que el progreso de
los derechos de la mujer hasta 1931 fue bastante lento; hasta la República no se lograron
mejoras sustanciales, y éstas no pueden atribuirse al resultado de la presión directa
ejercida por la ANME ni por otro grupo feminista.
En paralelo a la ANME se funda también en Madrid la Unión de Mujeres de España
(UME) como una opción interclasista y aconfesional, pero de matiz más izquierdista y
cercano al PSOE. La preside en un primer momento la marquesa de Ter, y entre sus
afiliadas destacarán María Martínez Sierra, Carmen Eva Nelken
Y al amparo de esta onda expansiva surgirán otras organizaciones: la Juventud
Universitaria Feminista (1920), fundada en Madrid de la mano de ANME y en la que
juegan activo papel Victoria Kent, Elisa Soriano y Clara Campoamor; Acción Femenina,
creada en Barcelona en torno a Carmen Karr y puente de actuación en Cataluña de la
JUF; y la Cruzada de Mujeres Españolas, colectivo en el que desempeña una importante
actividad la periodista Carmen de Burgos y que es el responsable de la primera
manifestación callejera pro sufragio en España, cuando en mayo de 1921 sus militantes
distribuyen por las principales vías de Madrid un manifiesto firmado por un amplio
abanico de mujeres, desde Pastora Imperio a la marquesa de Argüelles pasando por las
Federaciones Obreras de Alicante.
Por su parte, la Iglesia promoverá su propia versión del feminismo: El feminismo
posible, razonable en España, debe ser netamente católico (María de Echarri, 1918),
captando además la importancia de que éste sea cristiano, como se encargará de
publicitar, en una bien orquestada campaña en favor del voto, El Debate madrileño: A
las derechas españolas, semejante reforma, lejos de asustarles les debe merecer
decidido apoyo, puesto que la inmensa mayoría de las mujeres de España son
cristianas, católicas (22 de noviembre de 1928). En esta línea se inscribe la Acción
Católica de la Mujer, creada en 1919 por iniciativa del cardenal primado Guisasola, al
ver en una de esas asociaciones feministas indecorosos radicalismos, impropísimos de
la mujer española y, en otra, cierto neutralismo religioso que suscitaba vivos recelos y
hacía barruntar serios peligros. Esta asociación experimentará una rápida difusión por
todo el país, editará numerosas publicaciones y, en los años finales de la dictadura de
Primo de Rivera, contará con más de 100.00 afiliadas. Su ideario, sin embargo,
reafirmaba el papel tradicional de la mujer esposa-madre que debían nutrir el ideal de
feminismo según el padre Graciano Martín, para quien el primer derecho que la mujer
debía exigir era el derecho al amor, a la institución de una familia y de un hogar.
El voto femenino constituía pues un elemento del debate público cuando el diputado
conservador Burgos Mazo presentó, en noviembre de 1919, un nuevo proyecto de ley
electoral que otorgaba el voto a todos los españoles de ambos sexos mayores de 25 años
que se hallan en el pleno goce de sus derechos civiles, pero incapacitaba a las mujeres
para ser elegibles y establecía dos días para celebrar los comicios, uno para los hombres
y otro para las mujeres. Nunca llegó a debatirse. El sistema político de la restauración
agonizaba en plena crisis, y el golpe de Primo de Rivera levantó su acta de defunción el
13 de septiembre de 1923.
Primo de Rivera demostró un interés paternalista por los derechos de la mujer e hizo
determinadas concesiones (leyes de protección al trabajo, facilidades para cursar
estudios universitarios, cargos en el gobierno municipal) que, a pesar de todo, dejaban
básicamente inalterada su posición. Aunque es de justicia señalar que fue la dictadura la
que concedió los primeros derechos políticos a las mujeres. El Estatuto Municipal
(1924) otorgaba el voto a las mujeres en las elecciones municipales con muchas
restricciones: sólo podían votar las emancipadas mayores de 23 años, las casadas y las
prostitutas quedaban excluidas. Luego, con motivo de un plebiscito, organizado por la
Unión Patriótica para mostrar adhesión al régimen en el tercer aniversario del golpe, se
permitió emitir el voto a los españoles mayores de 18 años sin distinción de sexo. Por
último, en la Asamblea Nacional, constituida en 1927 en un intento de recubrir al
régimen con un ropaje pseudodemocrático, se reservaron algunos escaños para mujeres
elegidas de forma indirecta desde ayuntamientos y diputaciones.
Victoria Kent
► Por fin llegamos al 1 de octubre de 1931. He aquí los textos de los
discursos de las diputadas Kent y Campoamor, que se reflejan en el
docudrama que presentamos.
Discurso de Victoria Kent
Señores Diputados, pido en este momento a la Cámara atención respetuosa para el
problema que aquí se debate, porque estimo que no es problema nimio, ni problema que
debemos pasar a la ligera; se discute, en este momento, el voto femenino y es
significativo que una mujer como yo, que no hago más que rendir un culto fervoroso al
trabajo, se levante en la tarde de hoy a decir a la Cámara, sencillamente, que creo que el
voto femenino debe aplazarse. (Muy bien.- Aplausos) Que creo que no es el momento
de otorgar el voto a la mujer española. (Muy bien.) Lo dice una mujer que, en el
momento crítico de decirlo, renuncia a un ideal. (El Sr. Guerra del Río: Los
cavernícolas hablan de pastel.) Quiero significar a la Cámara que el hecho de que dos
mujeres, que se encuentran aquí reunidas, opinen de manera diferente, no significa
absolutamente nada, porque, dentro de los mismos partidos y de las mismas ideologías,
hay opiniones diferentes. Tal ocurre en el partido radical, donde la Srta. Campoamor
figura, y el Sr. Guerra del Río también. Por tanto, no creo que esto sea motivo para
esgrimirlo en un tono un poco satírico, y que a este problema hay que considerarle en su
entraña y no en su superficie.
En este momento vamos a dar o negar el voto a más de la mitad de los individuos
españoles y es preciso que las personas que sienten el fervor republicano (Muy bien). ,
el fervor democrático y liberal republicano nos levantemos aquí para decir: es necesario
aplazar el voto femenino. (Muy bien). Y es necesario Sres. Diputados aplazar el voto
femenino, porque yo necesitaría ver, para variar de criterio, a las madres en la calle
pidiendo escuelas para sus hijos; yo necesitaría haber visto en la calle a las madres
prohibiendo que sus hijos fueran a Marruecos; yo necesitaría ver a las mujeres españolas
unidas todas pidiendo lo que es indispensable para la salud y la cultura de sus hijos. Por
eso Sres. diputados, por creer que con ello sirvo a la República, como creo que la he
servido en la modestia de mis alcances, como me he comprometido a servirla mientras
viva, por este estado de conciencia es por lo que me levanto en esta tarde a pedir a la
Cámara que despierte la conciencia republicana, que avive la fe liberal y democrática y
que aplace el voto para la mujer. Lo pido porque no es que con ello merme en lo más
mínimo la capacidad de la mujer; no, Sres. Diputados, no es cuestión de capacidad; es
cuestión de oportunidad para la República. Por esto pido el aplazamiento del voto
femenino o su condicionalidad; pero si condicionamos el voto de la mujer, quizás
pudiéramos cometer alguna injusticia. Si aplazamos el voto femenino no se comete
injusticia alguna, a mi juicio. Entiendo que la mujer, para encariñarse con un ideal,
necesita algún tiempo de convivencia con la República; que vean las mujeres que la
República ha traído a España lo que no trajo la monarquía: esas veinte mil escuelas de
que nos hablaba esta mañana el Ministro de Instrucción pública, esos laboratorios, esas
Universidades populares, esos Centros de cultura donde la mujer pueda depositar a sus
hijos para haberlos verdaderos ciudadanos.
Cuando transcurran unos años y vea la mujer los frutos de la República y recoja la
mujer en la educación y en la vida de sus hijos los frutos de la República, el fruto de esta
República en la que se está laborando con este ardor y con este desprendimiento, cuando
la mujer española se dé cuenta de que sólo en la República están garantizados los
derechos de ciudadanía de sus hijos, de que sólo la República ha traído a su hogar el pan
que la monarquía no les había dejado, entonces, Sres. Diputados, la mujer será la más
ferviente, la más ardiente defensora de la República; pero, en estos momentos, cuando
acaba de recibir el Sr. Presidente firmas de mujeres españolas que, con su buena fe,
creen en los instantes actuales que los ideales de España deben ir por otro camino,
cuando yo deseaba fervorosamente unos millares de firmas de mujeres españolas de
adhesión a la República (La Srta. Campoamor: Han venido.), cuando yo deseaba miles
de firmas y miles de mujeres en la calle gritando "¡Viva la República!" y "'Viva el
Gobierno de la República!", cuando yo pedía que aquella caravana de mujeres españolas
que iban a rendir un tributo a Primo de Rivera tuviera una compensación de estas
mismas mujeres españolas a favor de la República, he de confesar humildemente que no
la he visto, que yo no puedo juzgar a las mujeres españolas por estas muchachas
universitarias que estuvieron en la cárcel, honra de la juventud escolar femenina, porque
no fueron más que cuatro muchachas estudiantes. No puedo juzgar tampoco a la mujer
española por estas obreras que dejan su trabajo diariamente para sostener, con su marido,
su hogar. Si las mujeres españolas fueran todas obreras, si las mujeres españolas
hubiesen atravesado ya un periodo universitario y estuvieran liberadas en su conciencia,
yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino. (Muy bien.Aplausos.)
Pero en estas horas yo me levanto justamente para decir lo contrario y decirlo con
toda la valentía de mi espíritu, afrontando el juicio que de mí puedan formar las mujeres
que no tengan ese fervor y estos sentimientos republicanos que creo tener. Es por esto
por lo que claramente me levanto a decir a la Cámara: o la condicionalidad del voto o su
aplazamiento; creo que su aplazamiento sería más beneficioso, porque lo juzgo más
justo, como asimismo que, después de unos años de estar con la República, de convivir
con la República, de luchar por la República y de apreciar los beneficios de la República,
tendríais en la mujer el defensor más entusiasta de la República. Por hoy, Sres.
Diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer. Yo no puedo sentarme sin que
quede claro mi pensamiento y mi sentimiento y sin salvar absolutamente para lo
sucesivo mi conciencia. He ahí lo que quería exponer a la Cámara. (Grandes aplausos.)
Discurso de Clara Campoamor
Señores diputados: lejos yo de censurar ni de atacar las manifestaciones de mi colega,
señorita Kent, comprendo, por el contrario, la tortura de su espíritu al haberse visto hoy
en trance de negar la capacidad inicial de la mujer. Creo que por su pensamiento ha
debido de pasar, en alguna forma, la amarga frase de Anatole France cuando nos habla
de aquellos socialistas que, forzados por la necesidad, iban al Parlamento a legislar
contra los suyos.
Respecto a la serie de afirmaciones que se han hecho esta tarde contra el voto de la
mujer, he de decir, con toda la consideración necesaria, que no están apoyadas en la
realidad. Tomemos al azar algunas de ellas. ¿Que cuándo las mujeres se han levantado
para protestar de la guerra de Marruecos? Primero: ¿y por qué no los hombres? Segundo:
¿quién protestó y se levantó en Zaragoza cuando la guerra de Cuba más que las mujeres?
¿Quién nutrió la manifestación pro responsabilidades del Ateneo, con motivo del
desastre de Annual, más que las mujeres, que iban en mayor número que los hombres?
¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la
República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es que no han luchado las
mujeres por la República? ¿Es que al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las
mujeres universitarias no está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres
obreras y universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a la
otra? ¿No sufren éstas las consecuencias de la legislación? ¿No pagan los impuestos
para sostener al Estado en la misma forma que las otras y que los varones? ¿No refluye
sobre ellas toda la consecuencia de la legislación que se elabora aquí para los dos sexos,
pero solamente dirigida y matizada por uno? ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha
luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su
capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre, al advenimiento de la
República, ha de tener sus derechos y han de ponerse en un lazareto los de la mujer?
Pero, además, señores diputados, los que votasteis por la República, y a quienes os
votaron los republicanos, meditad un momento y decid si habéis votado solos, si os
votaron sólo los hombres. ¿Ha estado ausente del voto la mujer? Pues entonces, si
afirmáis que la mujer no influye para nada en la vida política del hombre, estáis -fijaos
bien- afirmando su personalidad, afirmando la resistencia a acatarlos. ¿Y es en nombre
de esa personalidad, que con vuestra repulsa reconocéis y declaráis, por lo que cerráis las
puertas a la mujer en materia electoral? ¿Es que tenéis derecho a hacer eso? No; tenéis el
derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho
natural fundamental, que se basa en el respeto a todo ser humano, y lo que hacéis es
detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis
seguir detentándolo.
No se trata aquí esta cuestión desde el punto de vista del principio, que harto claro
está, y en vuestras conciencias repercute, que es un problema de ética, de pura ética
reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos, porque ya desde Fitche, en 1796,
se ha aceptado, en principio también, el postulado de que sólo aquel que no considere a
la mujer un ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y del
ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre. Y en el
Parlamento francés, en 1848, Victor Considerant se levantó para decir que una
Constitución que concede el voto al mendigo, al doméstico y al analfabeto -que en
España existe- no puede negárselo a la mujer. No es desde el punto de vista del
principio, es desde el temor que aquí se ha expuesto, fuera del ámbito del principio -cosa
dolorosa para un abogado-, como se puede venir a discutir el derecho de la mujer a que
sea reconocido en la Constitución el de sufragio. Y desde el punto de vista práctico,
utilitario, ¿de qué acusáis a la mujer? ¿Es de ignorancia? Pues yo no puedo, por enojosas
que sean las estadísticas, dejar de referirme a un estudio del señor Luzuriaga acerca del
analfabetismo en España.
Hace él un estudio cíclico desde 1868 hasta el año 1910, nada más, porque las
estadísticas van muy lentamente y no hay en España otras. ¿Y sabéis lo que dice esa
estadística? Pues dice que, tomando los números globales en el ciclo de 1860 a 1910, se
observa que mientras el número total de analfabetos varones, lejos de disminuir, ha
aumentado en 73.082, el de la mujer analfabeta ha disminuido en 48.098; y refiriéndose
a la proporcionalidad del analfabetismo en la población global, la disminución en los
varones es sólo de 12,7 por cien, en tanto que en las hembras es del 20,2 por cien. Esto
quiere decir simplemente que la disminución del analfabetismo es más rápida en las
mujeres que en los hombres y que de continuar ese proceso de disminución en los dos
sexos, no sólo llegarán a alcanzar las mujeres el grado de cultura elemental de los
hombres, sino que lo sobrepasarán. Eso en 1910. Y desde 1910 ha seguido la curva
ascendente, y la mujer, hoy día, es menos analfabeta que el varón. No es, pues, desde el
punto de vista de la ignorancia desde el que se puede negar a la mujer la entrada en la
obtención de este derecho.
Otra cosa, además, al varón que ha de votar. No olvidéis que no sois hijos de varón
tan sólo, sino que se reúne en vosotros el producto de los dos sexos. En ausencia mía y
leyendo el diario de sesiones, pude ver en él que un doctor hablaba aquí de que no había
ecuación posible y, con espíritu heredado de Moebius y Aristóteles, declaraba la
incapacidad de la mujer.
A eso, un solo argumento: aunque no queráis y si por acaso admitís la incapacidad
femenina, votáis con la mitad de vuestro ser incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes
represento queremos votar con nuestra mitad masculina, porque no hay degeneración de
sexos, porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes
de nuestro ser, argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos
seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros.
Desconocer esto es negar la realidad evidente. Negadlo si queréis; sois libres de ello,
pero sólo en virtud de un derecho que habéis (perdonadme la palabra, que digo sólo por
su claridad y no con espíritu agresivo) detentado, porque os disteis a vosotros mismos
las leyes; pero no porque tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer.
Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un
profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera
y confía en vosotros; a la mujer que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la
revolución francesa, será indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al derecho
y no hay sino que empujarla a que siga su camino.
No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la
dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad
está en el comunismo. No cometáis, señores diputados, ese error político de gravísimas
consecuencias. Salváis a la República, ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos
esa fuerza que espera ansiosa el momento de su redención.
Cada uno habla en virtud de una experiencia y yo os hablo en nombre de la mía
propia. Yo soy diputado por la provincia de Madrid; la he recorrido, no sólo en
cumplimiento de mi deber, sino por cariño, y muchas veces, siempre, he visto que a los
actos públicos acudía una concurrencia femenina muy superior a la masculina, y he visto
en los ojos de esas mujeres la esperanza de redención, he visto el deseo de ayudar a la
República, he visto la pasión y la emoción que ponen en sus ideales. La mujer española
espera hoy de la República la redención suya y la redención del hijo. No cometáis un
error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar; que no tendréis nunca
bastante tiempo para llorar al dejar al margen de la República a la mujer, que representa
una fuerza nueva, una fuerza joven; que ha sido simpatía y apoyo para los hombres que
estaban en las cárceles; que ha sufrido en muchos casos como vosotros mismos, y que
está anhelante, aplicándose a sí misma la frase de Humboldt de que la única manera de
madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar
dentro de ella.
Señores diputados, he pronunciado mis últimas palabras en este debate. Perdonadme
si os molesté, considero que es mi convicción la que habla; que ante un ideal lo
defendería hasta la muerte; que pondría, como dije ayer, la cabeza y el corazón en el
platillo de la balanza, de igual modo Breno colocó su espada, para que se inclinara en
favor del voto de la mujer, y que además sigo pensando, y no por vanidad, sino por
íntima convicción, que nadie como yo sirve en estos momentos a la República española.
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